Elevé las cejas casi hasta el nacimiento del pelo.
—¿Que haga qué?
Él esperó.
—¿La reunión?
Asintió.
—¿Sin ti?
Asintió de nuevo.
—¿Me vas a enviar sola a una reunión?
—Señorita Mills, la veo muy aguda esta mañana.
—Que te den —dije riendo y dándole un leve empujón—. No voy a hacerlo sin ti.
—¿Por qué no? Estoy seguro de que conoces la cuenta que les estamos ofreciendo tan bien como yo. Además, si cambiamos la reunión, necesitarán una visita a Chicago y por supuesto nos enviarán por ella una generosa factura. Por favor, ___.
Me quedé mirándolo, esperando que de repente apareciera en su cara una sonrisa burlona y retirara el ofrecimiento. Pero no lo hizo.
Y la verdad era que conocía la cuenta y los términos.
Podía hacerlo.
—Vale —dije sonriendo y sintiendo una oleada de esperanza de que nosotros (los dos) podíamos manejar aquella situación después de todo—. Me apunto.
Su expresión se endureció y utilizó una voz que no le había oído en varios días, pero que envió oleadas de necesidad por todo mi cuerpo.
—Cuénteme su plan, señorita Mills.
Asentí y comencé:
—Tengo que asegurarme de que tienen claros los parámetros y los plazos del proyecto. Debo tener cuidado de que no se pasen con las promesas; sé que Gugliotti es famoso por eso—Cuando Nick asintió, sonriendo un poco, continué—. Y hay que confirmar las fechas de inicio del contrato y los puntos más importantes.
Cuando le dije los cinco que había enumerándolos a la vez con los dedos, su sonrisa creció.
—Lo vas a hacer bien.
Me incliné y le besé la frente húmeda.
—Lo sé.
Dos horas después, si alguien me hubiera preguntado que si podía volar, habría dicho que sí sin pensarlo.
La reunión había ido perfectamente. El señor Gugliotti, que se había molestado inicialmente por encontrarse a una asistente junior en donde debería estar un ejecutivo de Jonas Media, se había aplacado al oír las circunstancias. Y más tarde pareció impresionado por el nivel de detalles que yo les proporcioné. Incluso me ofreció un trabajo.
—Después de que acabe su trabajo con el señor Jonas, por supuesto —me dijo con un guiño y yo intenté darle largas con mucho tacto.
Ni siquiera sabía si alguna vez iba a querer acabar mi trabajo con el señor Jonas.
Mientras volvía de la reunión, llamé a Denise para preguntarle qué le gustaba a Nick cuando estaba enfermo. Como sospechaba, la última vez que había podido malcriarle dándole sopa de pollo y polos de sabores todavía llevaba aparato en los dientes.
Estuvo encantada de oírme y tuve que tragarme toda la culpa que sentía cuando me preguntó si se estaba comportando como era debido. Le aseguré que todo iba bien y que solo estaba sufriendo un leve virus estomacal y que, por supuesto, le diría que llamara.
Con una pequeña bolsa de comida en la mano, entré en la habitación y me detuve en la minúscula zona de la cocina para dejar la bolsa y quitarme el traje de lana a medida.
Solo con la combinación, entré en el dormitorio, pero Nick no estaba. La puerta del baño estaba. bierta y tampoco estaba allí. Parecía que el servicio de limpieza había pasado; las sábanas estaban planchadas y limpias y en el suelo no estaban las pilas de ropa que habíamos dejado.
La puerta del balcón estaba abierta para que entrara la brisa fresca.
Lo encontré fuera, sentado en una tumbona, con los codos apoyados en las rodillas y la cabeza en las manos. Parecía que se había dado una ducha y ahora llevaba puestos unos vaqueros negros y una camiseta de manga corta verde.
Mi piel respondió al verlo, calentándose.
—Hola —le dije.
Él levantó la vista y examinó todas mis curvas.
—Madre de Dios. Espero que no llevaras eso para ir la reunión.
—Bueno, sí —dije riendo—, pero lo llevaba debajo de un traje azul marino muy correcto.
—Bien —dijo entre dientes. Me acercó a él y me rodeó la cintura con los brazos antes de apretar su frente contra mi estómago—. Te he echado de menos.
El pecho se me apretó un poco. ¿Qué estábamos haciendo? ¿Era todo aquello real o estábamos jugando a las casitas durante unos cuantos días para después volver a la normalidad?
No creía que pudiera volver a lo que era normal para nosotros después de aquello y no estaba segura de que fuera capaz de ver varios pasos más allá para saber cómo iba a ser.
¡Pregúntale, ___!
Él levantó la vista para mirarme, con los ojos ardientes fijos en los míos mientras esperaba que dijera algo.
—¿Te encuentras mejor? —le pregunté.
Cobarde.
Su expresión se puso triste, pero lo ocultó rápidamente.
—Mucho mejor —dijo—. ¿Cómo ha ido la reunión?
Aunque todavía estaba de subidón por la reunión con Gugliotti y me moría por contarle todos los detalles, cuando me preguntó eso me apartó los brazos de la cintura y se sentó, lo que me dejó fría y vacía.
Quería que le diera al botón de rebobinar y que volviera dos minutos atrás cuando me había dicho que me echaba de menos y yo podría haberle dicho: «Yo también te he echado de menos».
Le habría besado y ambos nos habríamos distraído y le habría contado lo de Gugliotti varias horas después.
En cambio le di todos los detalles de la reunión en ese momento: cómo había reaccionado Gugliotti al verme y cómo había redirigido su atención al proyecto que teníamos entre manos.
Le repetí todos los detalles de la discusión con tanta precisión que, para cuando terminé la historia, Nick se estaba riendo por lo bajo.
—Vaya, cuánto hablas.
—Creo que ha ido bien —dije acercándome.
Vuelve a rodearme con los brazos otra vez.
Pero él no lo hizo. Se tumbó y me miró con una sonrisa tensa, de nuevo el lejano idiota atractivo.
—Eres muy buena, ___. No me sorprende en absoluto.
No estaba acostumbrada a ese tipo de halagos viniendo de él. Una caligrafía mejorada, una mamada increíble... Esas eran las cosas en las que se fijaba. Pero me sorprendió darme cuenta de cuánto me importaba su opinión.
¿Siempre me había importado tanto? ¿Iba a empezar a tratarme diferente si éramos amantes que cuando éramos simplemente follamigos?
No estaba segura de que quisiera que fuera un jefe más amable o que intentara mezclar los aspectos de amante y mentor. Me gustaba el tipo odioso en el trabajo... y también en la cama.
Pero en cuanto lo pensé, me di cuenta de que la forma en que interactuábamos ahora me parecía un objeto extraño y ajeno en la distancia, como un par de zapatos que hace mucho tiempo que te quedan pequeños.
Estaba hinchada entre el deseo de que dijera algo desagradable para traerme bruscamente a la realidad y el de que me acercara a su cuerpo y me besara los pechos por encima de la combinación.
Una vez más, ___. Razón número 750.000 para no follarte al jefe: Vas a convertir una relación muy claramente definida en un desastre con las fronteras borrosas.»
—Se te ve muy cansado —le susurré mientras le pasaba los dedos entre el pelo de la nuca.
—Lo estoy —murmuró—. Me alegro de no haber ido. He vomitado. Mucho.
—Gracias por compartir eso —reí. Me aparté a regañadientes y le puse las manos en la cara—. Te he traído polos, ginger ale, galletas de jengibre y galletas saladas. ¿Qué quieres para empezar?
Él me miró totalmente confundido durante un segundo antes de balbucear:
—¿Has llamado a mi madre?
Bajé al salón del congreso durante unas cuantas horas para que pudiera dormir un poco más.
Él opuso mucha resistencia, pero me di cuenta de que incluso medio polo de lima hacía que se sintiera mareado y adquiriera un tono de verde similar al del helado.
Además, en este congreso en concreto, él no podía dar diez pasos sin que alguien le parara, le alabara o le diera un discurso. Ni aunque hubiera estado sano habría conseguido llegar a ver nada que mereciera la pena el tiempo que le iba a dedicar de todas formas.
Cuando volví a la habitación estaba despatarrado en el sofá en una postura muy poco atractiva, sin camisa y con la mano metida por la parte delantera de los bóxer.
Había algo muy cotidiano en la forma en que estaba sentado, aburrido y viendo la televisión. Agradecí recordar que ese hombre era, en algunos aspectos, solo un hombre. Nada más que una persona que iba buscándose la vida por el planeta sin pasar cada segundo del día poniéndolo patas arriba.
Y en alguna parte de esa epifanía en que Nick no era más que Nick, estaba enterrada una salvaje necesidad de que hubiera una oportunidad de que se estuviera convirtiendo en “mi nada más que Nick” y durante un segundo deseé eso más de lo que creía haber deseado nada nunca.
Una mujer con un pelo esplendorosamente brillante agitó la cabeza y nos sonrió desde la pantalla del televisor. Me dejé caer en el sofá a su lado.
—¿Qué estás viendo?
—Un anuncio de champú —me respondió sacándose la mano de los calzoncillos para acercármela. Comencé a decir algo sobre microbios, pero me callé cuando empezó a masajearme los dedos—. Pero están poniendo Clerks.
—Es una de mis películas favoritas —le dije.
—Lo sé. Hablabas de ella el día que te conocí.
—La verdad es que la cita era de Clerks II —aclaré y después me detuve—. Un momento, ¿te acuerdas de eso?
—Claro que me acuerdo. Sonabas como un universitario grosero pero con la pinta de una modelo. ¿Qué hombre podría olvidar eso?
—Habría dado cualquier cosa por saber qué pensaste en aquel momento.
—Estaba pensando: “Oh, una becaria muy follable a las doce en punto. Descanse soldado. Repito: ¡descanse!”.
Me reí y me apoyé contra su hombro.
—Dios, el momento en que nos conocimos fue terrible.
Él no dijo nada pero no dejó de pasarme el pulgar por los dedos, presionando primero y acariciando después. Nunca me habían dado un masaje en las manos antes e incluso aunque él intentara convertirlo en una sesión de sexo oral, sería capaz de rechazarla para que siguiera haciendo lo que estaba haciendo.
Bueno, eso es una gran mentira. Yo querría esa boca entre mis piernas cualquier
día del...
—¿Cómo quieres que sea, ___? —me preguntó sacándome de mi debate interno.
—¿Qué?
—Cuando volvamos a Chicago.
Lo miré sin comprender, pero el pulso se me aceleró y envió la sangre en potentes oleadas por mis venas.
—Nosotros —aclaró con una paciencia forzada—. Tú y yo. ___ y Nick. Hombre y arpía. Me doy cuenta de que esto no es fácil para ti.
—Bueno, estoy bastante segura de que no tengo ganas de pelear todo el tiempo.—Le di un golpe de broma en el hombro—. Aunque de alguna extraña manera me gusta esa parte.
Nick se rió, pero no pareció un sonido totalmente feliz.
—Hay mucho espacio fuera de no pelear todo el tiempo. ¿Dónde quieres estar?
Juntos. Tu novia. Alguien que ve el interior de tu casa y que se queda allí a veces. Fui a responder, pero las palabras se evaporaron en mi garganta.
—Supongo que depende de si es realista pensar que podemos ser “algo”.
Él dejó caer la mano y se rascó la cara. La película volvió y los dos entramos en lo que a mí me pareció el silencio más extraño de la historia.
Finalmente me cogió la mano otra vez y me dio un beso en la palma.
—Vale, cariño. Me las arreglaré con eso de no pelear todo el tiempo.
Me quedé mirando los dedos con los que envolvía los míos. Después de lo que me pareció una eternidad, conseguí decir:
—Lo siento. Es que todo esto es un poco nuevo.
—Para mí también —me recordó.
Volvimos a quedarnos en silencio de nuevo mientras seguíamos viendo la película, riéndonos en los mismos puntos y cambiando de postura lentamente hasta que estuve prácticamente tumbada encima de él.
Por el rabillo del ojo miraba de vez en cuando el reloj de la pared y calculaba mentalmente las horas que nos quedaban en San Diego.
Catorce.
Chicas comenten
la nove se aproxima al final
estoy pensando en adaptar otra que creen?