Capítulo 1
Aquel pueblecito, Hollister, no era mucho mayor que Medicine Ridge, en Montana, donde Joe Jonas y su hermano Kevin tenían un rancho muy grande. Pero habían decidido que no era muy inteligente pasarse toda la vida confinados en una zona. Necesitaban salir un poco, tal vez intentar hacer algo diferente. En su rancho se ocupaban de los toros de raza y de su cría con la tecnología más moderna. Joe y Kevin habían decidido probar algo nuevo allí, en Hollister: un rancho que se dedicaría exclusivamente a los toros jóvenes utilizando la última tecnología en crecimiento, peso y aumento de musculatura, entre otras cosas. Además, iban a probar nuevos programas de crecimiento que combinaban grasas orgánicas con proteínas y pienso para mejorar la producción de ganado.
Una de las principales revistas agrícolas del país había publicado un artículo sobre sus últimas innovaciones. Kevin había salido en la foto con sus hijas y su nueva esposa. Joe, que estaba en una feria de ganado, se había perdido la sesión de fotos. No le importaba. Nunca le había gustado la publicidad. Ni tampoco a Kevin, pero no podían dejar pasar la oportunidad de dar a conocer su ganado, que era genéticamente superior.
Joe era el que solía viajar para exhibir los toros, pero estaba empezando a cansarse de pasarse la vida en la carretera. Ahora que Kevin se había casado con Kasie, su antigua secretaria, y que las hijas que Kevin tuvo en su primer matrimonio, Bess y Jenny, estaban en el colegio, Joe se sentía más solo que nunca. La nueva boda de Kevin le había hecho ser consciente del paso del tiempo. Ya había pasado los treinta y, aunque salía con chicas, nunca había conocido a ninguna mujer que deseara conservar. También comenzaba a oxidarse en el rancho familiar.
Por eso se presentó voluntario a ir a Hollister a reconstruir el antiguo rancho de ganado que Kevin y él habían comprado y que deseaban convertir en una instalación puntera de la cría de ganado de raza.
La casa, que Joe sólo había visto en fotos aéreas, era un desastre. El antiguo dueño no le había hecho mantenimiento durante años. Las vallas estaban rotas y el ganado se escapaba, el pozo se había secado, el corral se había venido abajo… El dueño decidió finalmente vender el rancho a precio de saldo, y los hermanos Jonas se lo habían comprado.
Ahora Joe tenía una visión de primera mano de la monumental tarea que lo esperaba. Tendría que contratar mano de obra, construir una cuadra y un establo, gastarse varios miles de dólares en la reconstrucción de la casa, construir un pozo, levantar de nuevo las vallas, comprar equipo… Aquello le llevaría muchos meses. Y había que hacerlo antes de llevar el nuevo ganado. En el corral había dos caballos, era todo lo que quedaba de los Appalossas del antiguo dueño. Corría prisa construir un establo; ésa era, junto con la casa, su prioridad. Joe estaba durmiendo por el momento en el suelo con un saco de dormir. Se calentaba el agua para afeitarse con un camping gas y se bañaba en el arroyo. Afortunadamente, era primavera. Compraba la comida en el único café del pueblo, donde comía dos veces al día.
Era una vida dura para un hombre acostumbrado a hoteles de cinco estrellas y a comer en los mejores restaurantes. Pero él lo había decidido así.
Conducía hasta el pueblo en una camioneta de gama media. Ningún signo exterior mostraba su riqueza, y no tenía amigos por allí. Sólo conocía a los vaqueros que iban a empezar a trabajar para él. La gente del pueblo ni siquiera sabía todavía cómo se llamaba.
El sitio por el que debía empezar, se dijo, era el almacén de piensos. Vendía suministros para ranchos, arreos incluidos. Tal vez el dueño supiera dónde encontrar un constructor bueno.
Se detuvo frente a la puerta principal y entró. Era un lugar bastante polvoriento. Al parecer, sólo había un empleado, una joven de cabello oscuro y ondulado y bonita figura que llevaba un jersey de ochos con pantalones vaqueros gastados y botas.
Estaba clasificando unas bridas, pero alzó la mirada cuando lo vio acercarse. Como los viejos vaqueros, Joe llevaba botas con espuelas que tintineaban al caminar. También llevaba un viejo Colt del 45 en una cartuchera que le colgaba en las caderas bajo la camisa vaquera abierta que llevaba con vaqueros y camiseta negra. Aquella parte de Montana era una zona peligrosa y no pensaba salir sin algún medio de protección contra potenciales depredadores.
La joven se quedó mirándolo fijamente de un modo extraño. Joe no era consciente de que tenía el aspecto de una estrella de cine. El cabello negro que asomaba bajo el ala del sombrero de vaquero brillaba como el sol, y tenía un rostro muy atractivo. Poseía el cuerpo de un jinete: alto, elegante y musculado, pero sin excesos.
—¿Qué demonios estás haciendo? —preguntó una voz furiosa desde la parte de atrás—. Te dije que metieras esos sacos nuevos de grano antes de que la lluvia los estropee, no que jugaras con los arreos. ¡Mueve tu perezoso trasero, chica!
La joven se sonrojó. Parecía asustada.
—Sí, señor—dijo rápidamente, dirigiéndose a hacer lo que le habían pedido.
A Joe no le gustó el modo en que aquel hombre le había hablado. Era muy joven, probablemente no habría cumplido los veinte años. Ningún hombre debería hablarle así a una chica. Joe se acercó a él con expresión neutral, pero sus ojos azules brillaban de ira.
El hombre, que estaba obeso y era mayor que Joe, se giró al verlo acercarse.
—¿En qué puedo ayudarlo? —preguntó con voz aburrida, como si no le importara hacer negocio.
—¿Es usted el dueño? —quiso saber Joe.
—Soy el encargado. Me llamo Bill Tarleton.
—Necesito alguien que me construya una cuadra —dijo Joe echándose el sombrero hacia atrás.
El encargado arqueó las cejas y deslizó la mirada por los gastados vaqueros de Joe y su ropa barata. Se rió y compuso una expresión burlona.
—¿Tiene un rancho por aquí cerca? —preguntó con desconfianza.
Joe contuvo la furia.
—Mi jefe tiene uno —dijo siguiendo un impulso—. Está contratando gente. Acaba de comprar el rancho Bradbury.
—¿Esa ruina? —Tarleton torció el gesto—. Bradbury no hizo absolutamente nada por conservarlo en buen estado. Nadie entiende por qué. Hace años tenía buen ganado, venía gente de Oklahoma y de Kansas para comprarle.
—Se hizo viejo —respondió Joe.
—Supongo que sí. Una cuadra —murmuró el encargado—. Bueno. Jackson Hewett tiene una empresa de construcción. Hace casas, pero supongo que podría construir una cuadra. Vive justo a las afueras del pueblo, cerca de la antigua estación de tren. Su teléfono viene en la guía local.
—Gracias —dijo Joe.
—Su jefe necesitará pienso y arreos, ¿no? —Preguntó Tarleton—. Lo que no tenga aquí puedo encargarlo.
—Lo tendré en mente —contestó Joe—. Ahora mismo lo que necesito es una buena caja de herramientas.
—¡____________! —Gritó el otro hombre—. ¡Trae una de las cajas que habíamos empezado a colocar!
—¡Sí, señor! —se escuchó el sonido de unas botas.
—No me sirve de mucha ayuda —murmuró el encargado—. A veces falta al trabajo. Tiene a su madre con cáncer y una hermana pequeña de seis años que adoptó su madre.
—¿Y la madre no recibe ninguna ayuda del gobierno? —preguntó Joe con curiosidad.
—No mucha —le contó Tarleton—. Antes de enfermar tampoco trabajaba. __________ es la única que lleva dinero a casa. Su padre se marchó hace años con otra mujer. Al menos, tienen una casa. No es gran cosa, pero es un techo.
Joe sintió una punzada en el corazón al ver a la joven cargando con una pesada caja de herramientas. Apenas parecía tener fuerzas para levantar unas bridas.
—Espera, deja que te ayude —dijo Joe colocando la caja sobre el mostrador y abriéndola. Alzó las cejas mientras examinaba las herramientas—. Está muy bien.
—Es cara, pero vale la pena —le dijo Tarleton.
—El jefe quiere abrir una cuenta a su nombre, pero esto lo pagaré en efectivo —dijo Joe sacando la cartera—. Me dio dinero suelto para pagar lo esencial.
Los grandes ojos de Tarleton se hicieron todavía más grandes cuando Joe empezó a sacar billetes de veinte dólares.
—De acuerdo. ¿A nombre de quién pongo la cuenta?
—Jonas —le dijo John sin vacilar—. Kevin Jonas.
—Sí, he oído hablar de él —contestó Tarleton—. Tiene un rancho enorme en Medicine Ridge.
—Ese mismo —respondió Joe algo inquieto—. ¿Lo ha visto alguna vez en persona?
—¿Yo? —el encargado se rió—. No señor, yo no me muevo en esos círculos. Por aquí somos gente de pueblo, no millonarios.
Joe sintió que sería una ventaja que la gente del lugar no supiera quién era realmente. Al menos, por el momento. Estaría bien ser uno más por una vez. Su riqueza solía atraer a los oportunistas, sobre todo en el caso de las mujeres. Interpretaría el papel de vaquero.
—Dígale al señor Jonas que aquí le conseguiremos todo lo que necesite —aseguró Tarleton con una sonrisa—. Ahora mismo le abro la cuenta. ¿Y usted se llama…?
—Joe Adam —respondió él dando su segundo nombre como apellido.
La joven seguía al lado del mostrador. Joe le pasó los billetes de la caja de herramientas y ella los metió en la caja registradora y le devolvió el cambio.
—Gracias —dijo él sonriendo.
—De nada —respondió ella sonriendo a su vez con timidez. Tenía los ojos verdes y cálidos.
—Vuelve al trabajo —le ordenó Tarleton.
—Sí, señor —se giró y volvió a centrarse en los sacos que tenía que cargar sobre la plataforma.
Joe frunció el ceño.
—¿No es demasiado menuda para cargar con sacos de pienso de ese tamaño? —preguntó.
—Forma parte del trabajo —respondió el encargado a la defensiva—. Aseguró que podría hacerse cargo, y por eso la contraté.
—Volveré —dijo Joe agarrando la caja de herramientas y mirando a la joven, que estaba luchando con un pesado saco. Luego salió del almacén con gesto contrariado.
Se detuvo sin saber por qué. Volvió a mirar hacia el almacén y vio al encargado al lado de la plataforma de carga mirando cómo la joven cargaba los sacos de pienso. No era una mirada propia de un jefe a una empleada. Joe entornó los ojos. Iba a hacer algo al respecto.
Uno de los vaqueros que había contratado y que, como la mayoría de ellos, había trabajado con anterioridad en el rancho, lo estaba esperando en la casa cuando llegó con la caja de herramientas. Se llamaba Chad Dean
—Vaya, está muy bien —aseguró el vaquero—. Tu jefe debe de ser muy rico.
—Lo es —murmuró Joe—. Y también paga muy bien. Oye, ¿conoces a una joven llamada _________? Trabaja para Tarleton en el almacén.
—Sí —respondió Dean tenso—.Él está casado, pero le tira los tejos a __________. Ella necesita el dinero. Su madre se está muriendo y, además, tiene que cuidar de la niña de seis años. No sé cómo diablos se las arregla con lo poco que gana. Y encima tiene que aguantar el acoso de Tarleton. Mi mujer le dijo que podía denunciarlo a la policía, pero __________ dice que no puede permitirse perder el empleo. Este es un pueblo muy pequeño, y nadie la contrataría. Tarleton se encargaría de eso si se le ocurre dejar el trabajo.
—¿Cuántos años tiene? —preguntó Joe tras pensárselo un instante.
—Dieciocho o diecinueve, creo. Acaba de terminar el instituto.
—Eso me pareció —Joe estaba desilusionado, no sabía por qué—. De acuerdo, esto es lo que vamos a hacer por el momento con las vallas…
En los dos días siguientes, Joe llamó a un detective privado que trabajaba para los Callister en asuntos de negocios y le pidió que investigara a Tarleton. No tardó mucho en recibir respuesta. El encargado del almacén se había visto obligado a dejar un trabajo en Billings por razones desconocidas, pero el detective averiguó que se había tratado de acoso sexual a una compañera. No lo acusaron formalmente. Se trasladó con su familia a Hollister y consiguió trabajo en el almacén como encargado. El dueño era un hombre llamado Jake McGuire.
—Todos los que lo conocen dicen que es un tipo decente —le aseguró el detective por teléfono—. En otras palabras, no saben que Tarleton está acosando a la joven.
—¿Crees que a McGuire podría interesarle vender su negocio? —preguntó Joe.
—Está perdiendo dinero a espuertas en ese almacén. Creo que hasta pagaría por deshacerse de él. Tengo aquí su teléfono.
Joe lo apuntó y a la mañana siguiente llamó a Empresas McGuire. Tras una larga conversación en la que puso al tanto al dueño del perfil de acosador de su encargado, se ofreció a comprarle el negocio y sacarlo a flote. McGuire no quería vender el negocio que su padre había puesto en marcha cuarenta años atrás, pero se comprometió a alquilárselo al saber que estaba tratando con los hermanos Callister, y se comprometió además a mantener en secreto la identidad de Joe.
—¿Tiene en mente a alguien que pueda ocuparse del almacén cuando despida a Tarleton? —preguntó McGuire.
—La verdad es que sí —respondió Joe—. Se trata de un ejecutivo retirado que se aburre. Tiene una mente privilegiada y es capaz de hacer dinero de la arena del desierto.
Cuando Joe colgó el teléfono se sintió mejor por la joven. No esperaba que Tarleton dejara el trabajo por las buenas, pero confiaba en que bastaría con amenazarlo con destapar sus pecados del pasado.
Luego telefoneó al arquitecto y le pidió que fuera al día siguiente al rancho para hablar de los planos del establo y la cuadra. Contrató a un electricista para que revisara la instalación de la casa, y también contrató a seis nuevos vaqueros y a un ingeniero. Luego se dirigió a Hollister para ver cómo iban las cosas en el almacén. Su detective había encontrado otros tres cargos de acoso contra Tarleton que no llegaron a convertirse en denuncias. En cuanto entró, supo que iba a haber problemas. El encargado le dirigió una mirada asesina a Joe.
—¿Qué diablos le contó tu jefe al mío? —inquirió furioso acercándose a él—. Dice que va a alquilar la tienda pero que la única condición que le ha puesto es que yo no forme parte del trato.
—No es problema mío —dijo Joe con los ojos brillantes—. Ha sido decisión de mi jefe.
—¡No tenía derecho a despedirme! —Aseguró Tarleton rojo de ira—. ¡Voy a demandarlo!
Joe se acercó más al otro hombre y se inclinó, enfatizando su ventaja respecto a la altura.
—Como quieras. Mi jefe irá a hablar con el fiscal de Billings y le entregará la documentación de tu último acoso sexual.
El rostro de Tarleton pasó del rojo al blanco en cuestión de segundos.
—Sigue mi consejo —continuó Joe—. Lárgate de aquí mientras puedas. Firma una carta de renuncia que incluye tu traslado a Billings y un sueldo entero.
El encargado sopesó sus opciones. Finalmente miró a Joe con arrogancia.
—Qué diablos —dijo con frialdad—. De todas formas, no me gusta vivir en este pueblo minúsculo.
Se dio la vuelta y se marchó. ___________ contemplaba la escena con abierta curiosidad. Joe alzó una ceja, y ella se sonrojó y volvió rápidamente al trabajo.
Aqi el primer cap espero
i les guste comenten gracias xpasar laz kiero