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| Seduction (Joe y ___) ADAPTADA | |
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+8albitahdejonass:$ drixy_doemita_jonas nasgdangerJONAS VaLeexD ro$$ 100% fan$ griton@ CristalJB_kjn Tatu d'Jonas Lady_Sara_JB 12 participantes | |
Autor | Mensaje |
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albitahdejonass:$ Vecina De Los Jonas!
Cantidad de envíos : 354 Edad : 28 Localización : BCN, en la cama con Joe y Nick :$ Fecha de inscripción : 22/04/2011
| | | | albitahdejonass:$ Vecina De Los Jonas!
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| Tema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA Junio 9th 2014, 13:05 | |
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| | | Lady_Sara_JB Casada Con
Cantidad de envíos : 1582 Edad : 28 Localización : México Fecha de inscripción : 24/03/2013
| | | | CristalJB_kjn Amiga De Los Jobros!
Cantidad de envíos : 477 Edad : 32 Localización : Mexico Fecha de inscripción : 24/10/2013
| Tema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA Junio 10th 2014, 06:21 | |
| oh tn x seguro.k nos encantara | |
| | | [#__SeeNoMore] Comprometida Con...
Cantidad de envíos : 820 Edad : 29 Localización : ¡Con Joe! Always (: Fecha de inscripción : 12/01/2010
| Tema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA Junio 12th 2014, 12:39 | |
| Me encanta! Ahora sube los 4 capítulos por favor! D: | |
| | | Lady_Sara_JB Casada Con
Cantidad de envíos : 1582 Edad : 28 Localización : México Fecha de inscripción : 24/03/2013
| Tema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA Junio 18th 2014, 12:21 | |
| Bueno, aun sin noticias y me imagino que deberan estar mas ansiosas que nada... asi que les subire el maraton de cuatro capitulos... Espero que les gustenCapítulo 1
Han pasado cinco días desde que vi a Joseph Jonas por última vez. Cinco días de angustia, cinco días de vacío y cinco días de sollozos. No queda nada en mi interior. Ni emociones, ni alma, ni lágrimas. Nada.
Cada vez que cierro los ojos lo veo ahí. Un aluvión de imágenes se proyecta en mi mente; oscilan entre el hombre atractivo y seguro de sí mismo que me poseyó por completo y esa criatura vacua, hiriente y ebria que ha acabado conmigo. Estoy hecha un auténtico lío. Me siento vacía e incompleta. Me obligó a necesitarlo y ahora se ha ido.
Veo su rostro en la oscuridad y oigo su voz en el silencio. No logro escapar de él. Soy ajena al bullicio que me rodea, percibo los sonidos como un zumbido distante, y veo las cosas lentas y borrosas. Vivo en un infierno. Vacía. Incompleta. Siento una angustia absoluta.
Dejé a Joe borracho y furioso en su ático el domingo pasado. No he sabido nada de él desde que me marché y lo abandoné gritando y trastabillando. No ha habido llamadas, ni mensajes, ni flores... Nada.
Sam sigue frecuentando semidesnudo la casa de Kate, pero sabe que no debe mencionarme a Joe, de modo que calla y mantiene la distancia conmigo. Mi presencia debe de resultar incómoda en estos momentos.
¿Cómo es posible que un hombre al que conozco desde hace apenas unas semanas haga que me sienta de esta manera? Y no obstante, en este poco tiempo he descubierto que es intenso, apasionado y controlador, pero también tierno, cariñoso y protector. Lo echo mucho de menos, pero no a la persona borracha y vacía a la que me enfrenté la última vez. Ése no era el hombre del que me he enamorado, pero ese breve intercambio de insultos no consiguió borrar las semanas que vivimos antes de ese funesto domingo que pasamos solos. Prefiero mil veces su carácter frustrante y provocador a la desagradable imagen de verlo bebido. Por extraño que parezca, también echo de menos esos rasgos exasperantes de su personalidad.
Ni siquiera he pensado en La Mansión ni en lo que representa. Prácticamente ha perdido toda importancia. Al parecer, que Joe hubiera vuelto a beber fue culpa mía. Arrastrando las palabras me recordó que ya me había advertido de que habría graves consecuencias si lo dejaba. Y es verdad, lo había hecho. Pero no me explicó qué clase de consecuencias ni por qué. Era otro de sus misteriosos acertijos, y no me dio más detalles.
Debería haber insistido, pero me encontraba demasiado ocupada dejándome absorber por él. Estaba ebria de lujuria y sumida en su intensidad, todo me daba igual. Él me consumía por completo. Nunca imaginé que fuese el señor de La Mansión del Sexo y, desde luego, nunca imaginé que fuese alcohólico. Estaba completamente ciega.
He tenido suerte de haber esquivado las posibles preguntas de Patrick respecto al proyecto del señor Jonas. Cuando una suma de cien mil libras apareció en la cuenta bancaria de Rococo Union por cortesía del señor Jonas me sentí inmensamente agradecida. Con tanto dinero pagado por adelantado podía decirle a Patrick que el señor Jonas había tenido que marcharse al extranjero por una cuestión de negocios y que eso retrasaría el proyecto. Sé que tendré que hacer frente a este tema, pero ahora mismo no tengo fuerzas, y no sé cuándo lograré reunirlas. Quizá nunca.
La pobre Kate se ha estado esforzando mucho para sacarme de este agujero negro en el que me he metido. Ha intentado mantenerme ocupada con clases de yoga, llevándome de copas y decorando tartas, pero como mejor me siento es pudriéndome en la cama. Viene a comer conmigo todos los días, aunque yo no tomo nada. Bastante me cuesta limitarme a tragar sin tener que pasar comida a través del nudo constante que tengo en la garganta.
Lo único que espero con ansia en estos momentos es mi paseo matutino. Apenas duermo, así que obligarme a salir de la cama a las cinco de la mañana todos los días es relativamente fácil.
La mañana es tranquila y fresca. Me dirijo al punto de Green Park donde me desplomé, exhausta, la mañana en que Joe me arrastró por las calles de Londres en una de sus agotadoras maratones. Me quedo sentada, arrancando briznas de césped cubiertas de rocío hasta que tengo el trasero dormido y empapado, y entonces me dispongo a regresar sin prisa y me voy preparando para sobrellevar otro día sin Joe.
¿Cuánto tiempo podré seguir así?
Mi hermano, Dan, vuelve mañana a Londres tras visitar a mis padres en Cornualles. Debería estar desando verlo, han pasado seis meses desde que se marchó, pero ¿de dónde voy a sacar la energía para fingir que todo va bien? Y con la llamadita de Matt a mi madre para informarla de que estaba saliendo con otro hombre, probablemente me espera un interrogatorio. Yo le dije que no era verdad (lo era en aquel momento, ahora ya no), pero conozco bien a mi madre y sé que no me creyó, a pesar de que desde el otro extremo de la línea telefónica no podía ver cómo jugueteaba con mi pelo. ¿Qué iba a decirles? ¿Qué me había enamorado de un hombre de quien no sé ni la edad que tiene? ¿Que regenta un club sexual y que, ¡ah, sí!, es alcohólico? El no haber ido a verlos tampoco ayuda demasiado. Excusarme diciendo que tenía trabajo fue bastante lamentable, así que no me cabe la menor duda de que mañana Dan me someterá a un tercer grado. Tengo que prepararme para sus preguntas.
Será el interrogatorio más exhaustivo al que me hayan sometido jamás. De repente, mi móvil empieza a sonar y a vibrar sobre el escritorio y me obliga a salir de mi ensoñación. Es Ruth Quinn. Suspiro para mis adentros. Esta mujer también me está suponiendo todo un reto. Llamó el martes y me exigió que le diese cita para el mismo día. Le expliqué que estaba ocupada y le sugerí que tal vez podría atenderla otra persona, pero ella insistió en que me quería a mí. Al final se conformó con la cita que le di, que resulta ser hoy, y me ha estado llamando todos los días para recordármelo. Debería ignorar la llamada, pero si lo hago marcará el teléfono de la oficina.
—Hola, señorita Quinn —la saludo con hastío.
—___, ¿qué tal?
Siempre lo pregunta, lo cual es bastante agradable, supongo. No le digo la verdad.
—Bien, ¿y usted?
—Bien, bien —gorjea—. Sólo quería confirmar nuestra cita.
Otra vez. Qué pesada. Debería cobrar más por aguantar estas cosas.
—A las cuatro y media, señorita Quinn —repito por tercer día consecutivo.
—Estupendo, nos vemos en un rato.
—Bien, hasta luego.
Cuelgo y dejo escapar un suspiro largo y pausado. ¿Cómo se me ocurrió acabar el viernes con una clienta nueva, y encima tan especial?
Victoria entra en la oficina con sus rizos largos y rubios sobre los hombros. La noto diferente. ¡Está naranja!
—¿Qué te has hecho? —pregunto alarmada.
Sé que en estos momentos no veo con mucha claridad, pero es imposible pasar por alto el tono de su piel.
Ella pone los ojos en blanco y saca un espejo de su bolso Mulberry para inspeccionarse la cara.
—¡No puede ser! —exclama—. Yo quería un tono broncíneo. La muy idiota se ha equivocado de botella. ¡Parezco una bombona de butano! — dice, mientras se frota la cara entre bufidos y resoplidos.
—Será mejor que vayas a comprarte un exfoliante corporal y que te des una buena ducha —le aconsejo, y vuelvo a centrarme en mi pantalla.
—¡No puedo creer que me esté pasando esto! —se lamenta—. Esta noche he quedado con Drew. ¡Saldrá huyendo en cuanto me vea así!
—¿Adónde vais? —le pregunto.
—Al Langan. Me van a tomar por una famosilla del tres al cuarto. No puedo ir así.
Esto es una auténtica catástrofe para Victoria. Drew y ella sólo llevan saliendo una semana, otra relación que ha surgido a partir de mi historia frustrada. Ahora sólo falta que llegue Tom y nos anuncie que va a casarse. Ahora mismo, por egoísta que resulte, soy incapaz de alegrarme por nadie.
Sally, nuestra chica para todo en la oficina, sale apresurada de la cocina y se detiene en seco al ver a Victoria.
—¡Madre mía! ¿Estás bien, Victoria? —pregunta, y yo sonrío para mis adentros cuando la chica me mira alarmada. Nuestra sencilla Sal no entiende todas estas tonterías de embellecerse.
—¡Perfectamente! —espeta Victoria.
Sally se retira a la seguridad de sus archivos y huye de la encolerizada Victoria y de mí y mis miserias.
—¿Y Tom? —pregunto en un intento de distraer a Victoria de su crisis con el falso bronceado.
Ella golpea su mesa con el espejo de mano y se vuelve para mirarme. Si tuviera energía me echaría a reír. Está horrible.
—En casa del señor Baines. Parece ser que la pesadilla continúa —gruñe mientras se atusa los rubios rizos alrededor de la cara.
Dejo a Victoria y de nuevo miro vagamente la pantalla de mi ordenador. Estoy deseando que termine el día para volver a meterme en la cama, donde no tengo que ver, hablar o interactuar con nadie.
Cuando dan las cuatro en punto, apago el ordenador y salgo de la oficina para ir a reunirme con la señorita Quinn.
Llego puntual a la magnífica vivienda adosada de Lansdowne Crescent, y ella me abre la puerta. Me quedo pasmada. Su voz no se corresponde para nada con su aspecto. Pensaba que sería una solterona de mediana edad, tipo profesora de piano, pero no podría estar más equivocada. Es una mujer muy atractiva, con el pelo largo y rubio, los ojos azules y la piel pálida y tersa, y viste un precioso vestido negro con zapatos de plataforma.
Sonríe.
—Debes de ser ___. Pasa, por favor. —Me guía hasta una cocina horrible estilo años setenta.
—Señorita Quinn, mi portafolio. —Le entrego mi carpeta y ella la acepta con entusiasmo. Tiene una sonrisa muy agradable. Quizá la haya juzgado mal.
—Llámame Ruth, por favor. He oído hablar mucho sobre tu trabajo, ___ —dice mientras hojea las páginas—. Sobre todo del Lusso.
—¿Ah, sí? —Parezco sorprendida, pero no lo estoy. Patrick está encantado con la respuesta que Rococo Union ha tenido de la publicidad del Lusso. Yo preferiría olvidar todo lo relacionado con ese edificio, pero parece que no es posible.
—¡Sí, claro! Todo el mundo habla de ello. Hiciste un trabajo fascinante. ¿Quieres tomar algo?
—Un café estaría bien, gracias.
Sonríe y se dispone a preparar las bebidas.
—Siéntate, ___.
Me siento, saco mi expediente de clientes y anoto su nombre y la dirección en la parte superior.
—Bueno, ¿y qué puedo hacer por ti, Ruth?
Se echa a reír y señala la estancia que nos rodea con la cucharilla.
—¿De verdad necesitas preguntármelo? Es espantosa, ¿no te parece?—dice, y vuelve a centrarse en la preparación del café.
La verdad es que sí, pero no voy a ponerme a temblar de terror al ver los módulos marrón y amarillo y las paredes de imitación de ladrillo.
—Obviamente, busco ideas para transformar esta monstruosidad — continúa—. Había pensado en echarla abajo y convertirla en una habitación familiar grande. Ven, te lo mostraré. —Me pasa un café y me indica que la siga hasta la siguiente estancia.
La decoración es igual de horrible que en la cocina. Ella parece bastante joven, aparenta unos treinta y tantos, así que deduzco que hace poco que se ha trasladado. Parece que este lugar no ha visto una brocha desde hace cuarenta años.
Tras una hora de charla, creo que ya he captado la idea de Ruth. Tiene buena visión.
Me acompaña hasta la puerta.
—Pensaré en unos cuantos diseños que se adapten a tu presupuesto y a tus ideas, y te los haré llegar con mis tarifas —le digo al despedirme—.¿Hay alguna cosa que deba dejar al margen?
—No, en absoluto. Evidentemente quiero todos los lujos básicos que uno espera encontrar en una cocina. —Me ofrece la mano y yo se la estrecho cortésmente—. Y una nevera para vinos. —Se echa a reír.
—Claro —sonrío con rigidez. La sola mención del alcohol hace que se me hiele la sangre—. Estaremos en contacto, señorita Quinn.
—Llámame Ruth, por favor.
Dejo a la señorita Quinn y me siento aliviada; he cumplido con toda la cortesía que se espera de mí, al menos por ahora... hasta que vea a mi hermano mañana.
Me arrastro por las calles hacia la casa de Kate y deseo que no esté para poder encerrarme en mi cuarto antes de que continúe con su misión de «animar a ___».
—¡___!
Me detengo y veo a Sam asomándose por la ventanilla de su coche mientras pasa lentamente por mi lado.
—Hola, Samuel —saludo con una sonrisa forzada mientras continúo caminando.
—___, por favor, no te unas al club de cabrear a Sam como tu endiablada amiga. Me veré obligado a mudarme a otra parte.
Aparca el coche, sale de su Porsche y se reúne conmigo en la acera delante de casa.
Tiene el aspecto informal de siempre, con esos shorts exageradamente anchos, una camiseta de los Rolling Stones y el pelo castaño cuidadosamente desaliñado.
—Lo siento. ¿Te has trasladado aquí de forma permanente? —pregunto enarcando una ceja.
Sam tiene un piso en Hyde Park con mucho más espacio, pero como Kate tiene el taller en la planta baja de su casa, insiste en que se quede aquí.
—No, qué va. Kate me dijo que llegarías a casa a las seis, y quería hablar contigo. —De repente parece muy nervioso, lo que hace que me sienta tremendamente incómoda.
—¿Va todo bien? —pregunto.
Él sonríe levemente, pero no llego a verle el hoyuelo.
—La verdad es que no, ___. Necesito que vengas conmigo —dice tímidamente.
—¿Adónde?
¿A qué viene este comportamiento? Sam no es así. Él es alegre y natural.
—A casa de Joe.
Sam debe de haber advertido la expresión de horror en mi rostro, porque se me acerca con cara suplicante. Con la sola mención de su nombre siento pánico. ¿Para qué quiere que vaya a casa de Joe? Después de nuestro último encuentro tendría que llevarme a rastras mientras grito y pataleo. No volvería allí ni por todo el oro del mundo. Jamás.
—Sam, no. —Doy un paso atrás negando con la cabeza. Mi cuerpo ha empezado a temblar.
Él suspira y arrastra las zapatillas sobre el pavimento.
—___, estoy preocupado. No contesta al teléfono, y nadie lo localiza. Estoy desesperado. Sé que no quieres hablar de él, pero han pasado casi cinco días. He ido al Lusso, pero el conserje no nos deja subir. A ti te dejará. Kate dice que lo conoces. ¿No puedes al menos convencerlo para que nos deje subir? Necesito saber cómo está.
—No, Sam. Lo siento, no puedo —grazno.
—___, me preocupa que haya hecho alguna estupidez. Por favor.
Se me empieza a cerrar la garganta, y él se acerca hacia mí mientras extiende las manos. No me había dado cuenta de que estaba retrocediendo.
—Sam, no me pidas esto. No puedo hacerlo. Él no querrá verme, y yo tampoco a él.
Me agarra de las manos para que no siga retirándome, me impulsa contra su pecho y me abraza con fuerza.
—___, lamento muchísimo tener que pedírtelo, pero debo subir ahí y ver cómo está.
Dejo caer los hombros, vencida por su abrazo y, de repente, empiezo a sollozar, justo cuando creía que ya no me quedaban más lágrimas.
—No puedo verlo, Sam.
—Oye. —Se aparta y me mira—. Sólo habla con el conserje y convéncelo para que nos deje subir. Es lo único que te pido. —Me seca una lágrima que se me había escapado y sonríe con expresión suplicante.
—No voy a entrar —aseguro. Siento un nudo de pánico en el estómago sólo de pensar en verlo de nuevo. Pero ¿y si ha cometido alguna estupidez?
—___, tú sólo consigue que nos dejen subir al ático.
Asiento y me seco las lágrimas, que ahora brotan con facilidad.
—Gracias. —Me va arrastrando hacia su Porsche—. Sube. Drew y John se reunirán con nosotros allí. —Abre la puerta del copiloto y me insta a entrar en el coche.
Si John y Drew van a estar allí es porque debe de haber dado por hecho que accedería. Sam siempre tan optimista.
Me monto en el coche y dejo que Sam me lleve al Lusso, en St. Katherine Docks, el lugar al que juré no volver jamás.
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| | | Lady_Sara_JB Casada Con
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| Tema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA Junio 18th 2014, 12:30 | |
| Capítulo 2 Al divisar el Lusso empiezo a hiperventilar. El apremiante deseo de abrir la puerta y saltar del coche en marcha de Sam es difícil de resistir. Él me observa con una expresión de ansiedad evidente en su precioso rostro, como si intuyera mi intención de salir huyendo. Cuando aparcamos frente a las puertas, Sam rodea el vehículo, me agarra con fuerza del brazo y nos encaminamos hacia la entrada de peatones, donde Drew nos espera. Va tan elegante como siempre, con traje y botas y el pelo negro perfectamente arreglado, pero su presencia ya no me incomoda. No obstante, sí me sorprendo al ver que toma el relevo de Sam y me sujeta. Tira de mí hacia él y me estrecha con fuerza. Éste es el primer contacto físico que he tenido con él. Afirmar que era distante conmigo sería quedarme muy corta. —___, gracias por venir —dice mientras me sostiene pegada contra sí. No respondo nada porque no sé qué decir. Están muy preocupados por Joe, y ahora me siento culpable e incluso más nerviosa todavía. Me suelta y me regala una leve sonrisa para darme seguridad, aunque no lo consigue. Sam señala la carretera. —Ahí viene el grandullón. Nos volvemos y vemos cómo John llega en su Range Rover negro y derrapa hasta detenerse bruscamente tras el coche de Sam. Saca su inmenso cuerpo del vehículo, se quita las gafas de sol envolventes y nos saluda con la cabeza sin decir palabra, como hace siempre. Joder, parece cabreado. Apenas le había visto los ojos hasta ahora, siempre los lleva ocultos bajo esas lentes oscuras, incluso de noche o en interiores, pero hace sol, así que no entiendo por qué se las ha quitado. Tal vez quiera que todo el mundo sepa lo enfadado que está. Y funciona. Da miedo. Respiro hondo e introduzco el código de la puerta para que puedan pasar. Me gustaría no tener que seguir. Drew me insta a abrir el camino con un gesto, él siempre tan caballeroso, así que hago de tripas corazón y comienzo a avanzar en silencio por el aparcamiento. Veo el coche de Joe y advierto que todavía tiene la ventanilla rota. El corazón me da un vuelco. Entramos en el vestíbulo de mármol del Lusso en silencio, excepto por el sonido de nuestras pisadas. En mi estómago empieza a formarse un nudo y se me acelera la respiración. Han pasado tantas cosas en este sitio. Fue mi primer gran logro en cuestiones de diseño. Mi primer encuentro sexual con Joe tuvo lugar aquí, y también el último. Todo empezó y acabó en este lugar. Clive levanta la vista de su gran mostrador de mármol curvo conforme nos acercamos y nos mira con una evidente expresión de cansancio. —Hola, Clive —digo con una sonrisa forzada. Me mira primero a mí, y después a los tres seres imponentes que me acompañan antes de volver a centrarse en mi persona. —Hola, ___. ¿Cómo estás? —Bien —miento. De bien, nada—. ¿Y tú? —Bien, bien. —Está receloso, sin duda tras haber tenido algún encontronazo con los tres hombres que me escoltan, y a juzgar por la frialdad con la que me ha recibido, no fueron muy agradables. —Clive, te estaría muy agradecida si nos dejaras subir al ático para comprobar cómo se encuentra Joe —digo tratando de imprimir confianza a mi voz, a pesar de no sentirla. El corazón se me acelera más y más a cada segundo que pasa. —___, ya les he dicho a tus amigos, aquí presentes, que podría perder mi trabajo si os dejo subir. —Vuelve a mirar a los chicos con cautela. —Lo sé, Clive, pero están preocupados —repongo en un tono neutro—. Sólo quieren ver si Joe está bien, y luego se marcharán —añado con gentileza, sabiendo que Drew, Sam y John lo son todo menos gentiles. —___, he subido, he llamado a la puerta del señor Jonas y no he obtenido respuesta. Hemos comprobado algunas grabaciones de la cámara de seguridad y no lo he visto salir ni entrar en ninguno de mis turnos. El personal de seguridad no puede comprobar cinco días de grabaciones continuas. Ya se lo he dicho a tus amigos. Si os dejara subir estaría poniendo en riesgo mi puesto de trabajo. Me sorprende el cambio repentino que ha sufrido Clive en cuestiones de etiqueta de conserjería. Si hubiese sido así de profesional y testarudo cuando vine a ver a Joe el domingo, quizá no habría sucedido aquel altercado. Pero entonces todavía sería felizmente ajena a su problemilla. Sam se pega a mi espalda. —¡Déjanos subir, joder! —grita por encima de mi hombro. Me estremezco ligeramente, aunque entiendo su desazón. Yo también me siento bastante frustrada. Sólo quiero que Clive los deje pasar y así poder marcharme. Tengo la sensación de que las paredes se me caen encima. Veo a Joe recorriendo el suelo de mármol conmigo en brazos. Todas las imágenes que inundan mi mente parecen más claras ahora que estoy aquí. Me vuelvo y veo cómo John apoya la mano en el hombro de Sam con cara de pocos amigos. Es su forma de decirle que se calme. No quería tener que recurrir a eso, pero no podrán controlar su temperamento mucho más tiempo. —Clive, no quiero tener que chantajearte —digo con firmeza volviéndome hacia él. Me mira confundido, y noto cómo empieza a devanarse los sesos pensando con qué podría comprarlo—. No quisiera que nadie se enterara de las frecuentes visitas del señor Gómez, o de la afición del señor Holland por las chicas tailandesas... Clive arruga el semblante en un gesto derrotado. —___, eso es jugar sucio. —No me dejas elección, Clive —espeto. Él sacude la cabeza y nos señala el ascensor mientras masculla insultos entre dientes. —¡Genial! —exclama Sam mientras se dirigen al ascensor que sube al ático. No sé cómo, pero de repente mis pies se despegan del suelo y empiezan a avanzar tras ellos. —Es posible que Joe haya cambiado el código —digo a sus espaldas. Sam se vuelve con expresión alarmada. Me encojo de hombros. —Si lo ha hecho, no hay manera de subir. De repente estoy delante del ascensor, inspirando hondo e introduciendo el código de la promotora. Las puertas se abren, acompañadas de un coro de suspiros de alivio, y todos entran. Yo me quedo fuera y miro a Sam, que sonríe y me invita a subir con un leve gesto de la cabeza. Lo hago. Entro en el ascensor, con Sam y Drew a un lado y John al otro. Vuelvo a introducir el código. Subimos en un silencio incómodo y, cuando finalmente se detiene, nos encontramos con la puerta doble que da al ático de Joe. Sam es el primero en salir del ascensor. Camina hacia la entrada y acciona la manija con calma antes de comenzar a aporrear la puerta como un loco. —¡Joe! ¡Abre la puta puerta! Drew y John se acercan y apartan. John intenta abrir, pero no lo consigue. No puedo evitar pensar que tal vez yo fuera la última persona en salir del ático. Recuerdo que di un portazo con todas mis fuerzas. —Sam, tío, puede que ni siquiera esté ahí dentro —lo tranquiliza Drew. —¡¿Y entonces dónde coño está?! —chilla Sam. —Está aquí —ruge John—. Y ese cabrón lleva demasiado tiempo ahogando las penas. Tiene un negocio que atender. Sigo de pie dentro del ascensor cuando las puertas empiezan a cerrarse y me sacan de mi ensimismamiento. Por acto reflejo, salgo al vestíbulo del ático. Sé que dije que conseguiría que los dejaran subir y luego me marcharía, sé que debería irme, pero ver a Sam en ese estado ha hecho que me preocupe más todavía, y las palabras de John resuenan en mi mente. ¿Ahogando las penas o ahogándose en vodka? Si me quedo, ¿volveré a enfrentarme a ese Joe borracho e iracundo? Drew llama a la puerta con calma. Es absurdo. Si los golpes frenéticos de Sam no han obtenido respuesta, dudo mucho que éstos vayan a tenerla. Se aparta y tira de Sam hacia mí. —___, ¿has intentado llamarlo por teléfono? —pregunta Drew. —¡No! —replico. ¿Por qué debería haberlo hecho? Estoy segura de que no querría hablar conmigo. —¿Puedes intentarlo? —me pregunta Sam con tono de súplica. Niego con la cabeza. —No lo cogerá, Sam. —___, inténtalo, por favor —insiste Drew. A regañadientes, saco mi móvil del bolso, abro la lista de contactos, llamo a Joe y sostengo el teléfono pegado a la oreja mientras Sam y Drew me observan nerviosos. No tengo ni idea de qué voy a decirle si responde. Drew vuelve de repente la cabeza hacia la puerta. —Está sonando. Se vuelve de nuevo hacia mí esperando a que diga algo, pero salta el contestador. Se me encoge el corazón. No quiere hablar conmigo. Me dispongo a regresar al ascensor, herida por su rechazo, pero entonces oigo un fuerte impacto. Sam, Drew y yo volvemos la cabeza al instante hacia la doble puerta que da al apartamento de Joe y vemos a John al otro lado, rodeado de un marco astillado. Nos hace un gesto con la cabeza, y los otros dos hombres corren al interior. Yo los sigo, vacilante. Sólo puedo pensar en mi último descubrimiento aquí. ¿Por qué avanzo en esta dirección? «¡Da media vuelta! ¡Métete en el ascensor! ¡Vete YA!» Pero no lo hago. Me quedo en el umbral y, por lo que parece, nada ha cambiado. Todo da la impresión de estar en su sitio. Me adentro un poco más en el espacio diáfano mientras oigo cómo los chicos corren arriba y abajo buscando a Joe y, cuando diviso la escalera, veo que la botella de vodka vacía sigue sobre la consola. Después observo que la terraza está abierta de par en par. Me acerco con cautela hacia allí. Los demás siguen registrando el apartamento, abriendo y cerrando puertas y gritando su nombre. Yo, en cambio, me arrastro hacia la terraza. Sé por qué. Es el mismo magnetismo que me lleva hacia Joe siempre que está cerca, pero ¿realmente quiero saber qué se esconde fuera? Sé que no será mi Joe. ¿Quiero volver a verlo en ese estado tan horrible, tan agresivo y tan detestable? No, claro que no, pero tampoco parece que pueda dar media vuelta. Conforme me aproximo a las puertas abiertas, intento preparar los ojos para ver un despojo ebrio tirado sobre una de las tumbonas sosteniendo una botella de vodka, pero lo que me encuentro es el cuerpo inconsciente de Joe, desnudo, tumbado boca abajo sobre el entarimado. Me quedo sin aliento y el pulso me golpea en la sien. —¡Está aquí! —chillo mientras corro hacia su cuerpo inerte, dejo caer el bolso y me echo al suelo a su lado. Lo agarro de sus anchos hombros e intento ponerlo boca arriba. No sé de dónde saco la fuerza, pero el caso es que lo consigo y hago girar su cuerpo hasta que su cabeza descansa sobre mi regazo. Empiezo a pasarle las manos desesperadamente por el rostro y advierto que todavía tiene la mano hinchada y magullada, con sangre en los nudillos. —Joe, despierta. Por favor, despierta —ruego cediendo ante la histeria al ver al hombre al que amo tumbado inconsciente sobre mis piernas. Las lágrimas ruedan por mi rostro y se precipitan sobre sus mejillas—. Joe, por favor. —Le acaricio consternada la cara, el pecho y el pelo. Parece demacrado, ha perdido peso, y una barba de una semana le cubre el mentón. —Cabrón —ruge John cuando me encuentra en el suelo de la terraza con Joe sobre mi regazo. —No sé si respira —sollozo, y miro con ojos vidriosos al hombre corpulento que avanza hacia mí. ¿Por qué no lo he comprobado todavía? Es el primer paso en primeros auxilios. Le agarro la muñeca, pero mis manos temblorosas me impiden sostenerlo quieto para detectarle el pulso. —Espera —ordena John, y se arrodilla y me arrebata el brazo de Joe. Alzo la vista y veo que Sam llega corriendo hasta la puerta. —¡Pero ¿qué...?! Las lágrimas invaden mis ojos de manera incontrolable y todo parece moverse a cámara lenta. Sam se acerca, se agacha a mi lado y empieza a frotarme el brazo. —Voy a llamar a una ambulancia —dice Drew inmediatamente al vernos apiñados alrededor de la figura inmóvil de Joe. —Espera —ladra John con aspereza mientras se inclina sobre él, le separa los labios resecos e inspecciona cada parte de su cuerpo laxo—. El muy gilipollas tiene un coma etílico. Miro a Sam y a Drew, pero no entiendo sus reacciones ante la conclusión de John. ¿Cómo lo sabe? Podría estar medio muerto. Definitivamente lo parece. —Creo que deberíamos llamar a la ambulancia —insisto sorbiéndome la nariz. John me mira con compasión. Hasta ahora sólo había visto una expresión impasible en su rostro severo, así que el modo en que me mira ahora, apenado y como si yo fuera algo ingenua, me resulta curiosamente reconfortante. —___, niña, lo he visto así más de una vez. Lo único que necesita es una cama y algunos cuidados para salir de ésta, no un médico. Al menos, no de ese tipo —dice, y sacude la cabeza. Vaya. ¿Cuántas veces son «más de una vez»? Por lo visto, John sabe lo que se hace. No parece preocuparle ver a Joe postrado sobre mi regazo, y en cambio yo estoy hecha un manojo de nervios. Sam y Drew tampoco están muy bien que digamos. ¿Lo habrán visto así antes también? John me pellizca la mejilla y se levanta del suelo. Es la primera vez que lo oigo hablar tanto. El grandullón silencioso ha resultado ser un grandullón simpático, pero sigo pensando que no me gustaría que se cabreara conmigo. —¿Qué le ha pasado en la mano? —pregunta Sam al ver la sangre y los cardenales. La verdad es que tiene un aspecto horrible y seguramente necesitará que le echen un vistazo. —Rompió la ventanilla de su coche —sollozo, y todos me observan—. El día que discutimos en casa de Kate —añado, casi avergonzada. —¿Lo llevamos a la cama? —pregunta Drew con timidez. —Al sofá —ordena John. Hemos vuelto a las respuestas escuetas. Sam se levanta y recoge una botella de vodka vacía de debajo de la tumbona. La mira con auténtico asco y la estrella contra un macetero elevado. Me estremezco ante el fuerte estrépito que crea a nuestro alrededor, pero lo más importante es que Joe también lo hace. —¿Joe? —Lo llamo y lo sacudo ligeramente—. Joe, por favor, abre los ojos. Sam, Drew y John se acercan y Joe empieza a llevarse el brazo tembloroso a la cabeza. Se lo agarro y vuelvo a apoyarlo a un lado, pero en cuanto lo suelto, lo levanta de nuevo delante de mi cara mientras farfulla algo ininteligible y comienza a mover las piernas. —Te está buscando, niña —dice John con voz tranquila. Miro al hombre, sorprendida, y él asiente. ¿Me está buscando a mí? Le cojo la mano de nuevo, se la guío hacia mi rostro y apoyo su palma abierta contra mi mejilla. Se calma al instante. Su tacto frío sobre mi cara no me reconforta, pero a él parece aliviarlo, de modo que lo mantengo ahí y dejo que me sienta, horrorizada al pensar que probablemente lleve días aquí tirado en la terraza, desnudo e inconsciente. Aunque estemos a mediados de mayo y las temperaturas sean agradables durante el día, por la noche descienden. ¿Por qué me alejé de él? Debería haberme quedado a tranquilizarlo en lugar de marcharme. —Voy a subir a por sábanas y mantas —dice Drew, y entra de nuevo en el apartamento. | |
| | | Lady_Sara_JB Casada Con
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| Tema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA Junio 18th 2014, 12:31 | |
| Capítulo 3 —¿Vamos? —pregunta John al tiempo que señala a Joe con la cabeza. A regañadientes, lo suelto y dejo que Sam y John lo cojan cada uno por un lado para levantarlo de manera coordinada. Cuando lo apartan de mis piernas, me incorporo y me adelanto para despejarles el camino. Retiro los millones de cojines que hay sobre la rinconera de piel (que yo misma me encargué de adquirir) para que parezca más una cama. Drew baja la escalera cargado de mantas. Sam y John esperan pacientemente con el peso desnudo de Joe repartido equitativamente entre ambos. Cojo un cubrecama de terciopelo, lo despliego sobre el frío cuero y me aparto para que John y Sam lo coloquen encima del sofá antes de acomodarle la cabeza sobre unas almohadas y cubrirle el cuerpo con una manta. Me arrodillo a su lado y le acaricio el rostro hirsuto. La culpa me invade y empiezo a llorar otra vez. Podría haber evitado todo esto. Si no me hubiera largado de aquel modo, ahora no se encontraría en este estado. Debería haberme quedado, haberlo calmado y haber esperado a que recobrara la sobriedad. Me doy asco. —___, ¿estás bien? —oigo preguntar a Drew por encima de mis sollozos contenidos, y entonces noto que una mano empieza a acariciarme la espalda. Me sorbo los mocos y me limpio la nariz con el dorso de la mano. —Perdonadme, estoy bien. —No te disculpes —suspira Sam. Me inclino sobre Joe, pego mis labios a su frente y los dejo ahí unos segundos. Cuando me levanto del suelo, su brazo sale disparado de debajo de la manta y me agarra. —¿___? —Tiene la voz ronca y los ojos, ligeramente abiertos, inspeccionan la estancia. Cuando encuentran los míos, lo único que veo son dos fosas vacías. Sus ojos normalmente cafés y adictivos ahora parecen negros. —Hola —digo, y coloco la mano sobre su brazo. Intenta levantar la cabeza de la almohada, pero no hace falta que lo reprenda. Antes de que me dé tiempo a empujarlo de nuevo hacia abajo, deja de intentarlo. —Lo siento —murmura con voz lastimera, y su mano empieza a ascender por mi brazo hasta que encuentra mi rostro de nuevo—. Lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento... —Para —susurro con un hilo de voz mientras lo ayudo a alcanzar mi cara—. Para ya, por favor. Vuelvo la cabeza hacia su mano, le beso la palma y, cuando lo miro de nuevo, veo que tiene los ojos cerrados. Ha vuelto a perder el conocimiento. Le cojo la mano, se la coloco sobre la manta y me aseguro de que está bien arropado antes de levantarme y volverme hacia Sam, Drew y John, que se encuentran de pie, observando en silencio cómo lo atiendo. Me había olvidado por completo de que no estaba sola con Joe, pero no siento la menor vergüenza. —Voy a preparar café —dice Sam rompiendo el silencio, y se dirige a la cocina, con John y Drew detrás. Miro a Joe de nuevo y mi instinto me pide que me suba al sofá y me acurruque con él, lo acaricie y lo tranquilice. Quizá debería hacerlo, pero antes he de hablar con los chicos. Los sigo a la cocina, donde Sam y Drew se hallan recogiendo los taburetes y John, levantando el congelador del suelo. No estaba así cuando me marché el domingo. Está claro que Joe entró en cólera. —Tengo que irme pitando —anuncia Drew con pesar mientras coloca el último taburete en su sitio—. He quedado con Victoria. Parece algo avergonzado. —Vete tranquilo, tío —responde Sam mientras busca las tazas—. Luego te llamo. —En el último armario a la derecha, en el estante de arriba —digo para indicarle a Sam dónde se encuentran. Él me mira con expresión socarrona. Me encojo de hombros. —Bien, entonces me marcho. Hablamos mañana —dice Drew. Le regalo una pequeña sonrisa y John se despide con su típico gesto de la cabeza. Drew se marcha y Sam termina de preparar los cafés. Lleva tres tazas de café a la isla, donde John y yo hemos tomado asiento. —Será mejor no probar suerte con la leche, si es que tiene. ¿Te gusta solo? —me pregunta Sam. Asiento y me pongo yo misma el azúcar. John también se sirve y, para mi asombro, se echa cuatro cucharadas. Sé que no hay leche, pero si la hubiera sería inútil compartirla. —Bueno, y ahora que lo hemos encontrado —empieza Sam—, ¿qué vamos a hacer con él? —bromea. El Sam despreocupado de siempre ha vuelto, y es todo un alivio. Verlo tan ansioso no hacía más que alimentar mi propia angustia y, visto lo visto, tenía motivos para estar así. Siento escalofríos al imaginarme a Joe aquí solo, sufriendo durante los últimos cinco días. ¿Cuánto tiempo más habría permanecido ahí tirado si me hubiera negado a venir? Probablemente habrían llamado a la policía. John interviene: —Todo va bien en La Mansión. No tenemos que preocuparnos por eso. Volverá a la normalidad dentro de una semana, cuando se haya recuperado de la resaca. —¿No necesita rehabilitación? —pregunto—. O terapia, o algo. —No tengo ni idea de cómo funcionan estas cosas. John niega con la cabeza y vuelve a ponerse las gafas de sol. Comienzo a plantearme su relación con Joe. Creía que era sólo un empleado, pero parece ser que es el que más sabe de todo esto. —No, nada de rehabilitación —asevera con firmeza—. No es un alcohólico propiamente dicho. No está obsesionado con el alcohol, __. Bebía para mejorar su estado de ánimo, para llenar un agujero. Cuando empieza, no puede parar —dice, y me ofrece una pequeña sonrisa—. Y tú ayudaste, niña. —¿Yo? ¿Qué hice yo? —pregunto a la defensiva. No sé por qué me duele tanto el comentario de John. Acaba de decirme que ayudé con la situación, pero siento que insinúa que también podría haber contribuido a su recaída. Sam apoya su mano sobre la mía en el banco. —Se había centrado en otra cosa. —Pero lo dejé —digo en voz baja. Sólo confirmo lo que ambos están pensando, aunque no éramos una pareja formal como para dejarlo. No habíamos hablado acerca de nuestra situación. No pusimos las cartas sobre la mesa respecto a toda esa mierda. —No ha sido culpa tuya, ___ —me tranquiliza Sam—. Tú no sabías nada. —No me lo había contado —susurro—. De haberlo sabido, las cosas habrían sido distintas —sigo defendiéndome. No sé hasta qué punto habría sido diferente todo si Joe me lo hubiera contado, o de haberlo descubierto por mí misma. Lo que sé es que no quiero volver a verlo como el domingo pasado nunca más. Si me marcho ahora, ¿volverá a suceder? O podría quedarme y ayudarlo, pero ¿lo haría porque lo amo o porque me siento culpable? Puede que ni siquiera me quiera aquí. Estaba furioso conmigo. Estoy hecha un lío. Apoyo los codos en el banco y dejo caer la cabeza sobre mis manos. ¿Qué narices debo hacer? —¿___? —La voz profunda de John me obliga a levantar la cabeza de nuevo—. Es un buen hombre. —¿Qué lo llevó a beber? ¿Es muy grave? —pregunto. Sé que es un buen hombre, pero necesito saber más para entenderlo mejor. —¡Quién sabe! —contesta John, y me mira—. No pienses que estaba borracho perdido día sí, día también. No es eso. Si se encuentra en ese estado es sólo porque se siente mal, no porque sea alcohólico. —¿Y dejó de beber cuando aparecí yo? —No puedo creerlo. John se echa a reír. —Exacto, aunque tú has hecho que saque otras cualidades bastante desagradables de su carácter, niña. Frunzo el cejo aunque sé exactamente a qué se refiere, y por la expresión burlona de Sam, él también. Dicen que Joe suele ser bastante tranquilo, pero yo sólo he conocido al Joe Jonas tranquilo en contadas ocasiones, y casi siempre era cuando se salía con la suya. La mayor parte del tiempo lo único que vi fue a un obseso del control hasta lo irracional. Incluso él mismo admitió que sólo era así conmigo..., afortunada de mí. ¿A qué tendrían que enfrentarse si volviera a marcharme de nuevo? —Me quedaré, pero si vuelve en sí y no me quiere aquí, os llamaré a uno de los dos —les advierto. El alivio de Sam es palpable. —Eso no va a suceder, ___. John asiente. —Yo he de volver a La Mansión y dirigir ese maldito negocio. —Se levanta del taburete—. ___, necesitas mi número. ¿Dónde está tu teléfono? Miro a mi alrededor buscando mi bolso y entonces me doy cuenta de que lo he dejado en la terraza. Me levanto y voy a por él. De vuelta a la cocina, veo que Joe sigue inconsciente. ¿Cuánto tiempo estará así, y cuándo debería empezar a preocuparme? No tengo ni idea de qué debo hacer. Permanezco ahí, observándolo en silencio. Sus pestañas parpadean levemente, su pecho se eleva y desciende a un ritmo estable. Incluso inconsciente parece acongojado. Me acerco en silencio y le subo la manta hasta la barbilla. No puedo evitarlo. Nunca antes lo había cuidado, pero me sale de manera instintiva. Me arrodillo y apoyo mis labios sobre su fría mejilla, deleitándome en el leve consuelo que obtengo del contacto antes de continuar hacia la cocina. Al entrar, veo que John se ha marchado. —Ten. —Sam me pasa un trozo de papel—. Es el número de John. —¿Tenía prisa? —pregunto. Podría haber esperado a que volviera. —Nunca se queda más tiempo del necesario en ningún sitio. Oye, he hablado con Kate. Va a traerte algo de ropa. —Ah, bien. —Mi pobre ropa debe de estar mareada. No ha parado de entrar y salir de esta casa. —Gracias, ___ —dice Sam con sinceridad. —No me las des —protesto, incómoda. En parte esto es culpa mía. Sam se revuelve nervioso. —Ya. Es que..., bueno, después de lo del domingo, y de la sorpresa en La Mansión... —Sam, no. —Cuando bebe, bebe mucho. —Sonríe—. Es un hombre orgulloso, ___. Se moriría de vergüenza si supiera que lo hemos visto así. Sí, me lo imagino. El Joe que yo conozco es fuerte, seguro de sí mismo, dominante y muchas otras cosas más. La debilidad y la impotencia no están incluidas en la larga lista de sus atributos. Quiero decirle a Sam que lo de su problema con la bebida ha hecho que me olvide de lo de La Mansión y de sus actividades, pero no es verdad. Ahora que estoy aquí y que he visto de nuevo a Joe, todo vuelve a proyectarse con intensidad en mi mente. Joe regenta un club de sexo. Además, es usuario de las instalaciones de su propio club. Sam me lo confirmó, aunque fue bastante evidente cuando me encontré con el marido de una de las conquistas de Joe. En el fondo sabía que debía de ser promiscuo, que debía de ser un mujeriego hedonista, pero no imaginaba hasta qué punto. Nos pasamos la siguiente hora recogiendo envases vacíos por todo el apartamento y metiéndolos en un par de bolsas de basura negras. Saco todas las botellas de vodka de la nevera y vierto su contenido en el fregadero. Estoy alucinando con la cantidad de bebida que tiene aquí; debe de haber comprado una caja entera. Es obvio que planeaba quedarse aquí solo con su vodka durante una buena temporada. Pero una cosa tengo clara: yo no pienso volver a beberlo nunca más. Clive telefonea para decirme que una joven llamada Kate está en el vestíbulo y, tras informarle sobre lo que nos hemos encontrado aquí, bajamos a reunirnos con ella, cada uno cargado con una bolsa negra llena de basura y botellas vacías. Tomo nota mentalmente de que hay que arreglar la puerta rota. Kate espera en el vestíbulo, bajo la estricta vigilancia de Clive. —Hola —saluda con cautela mientras nos acercamos arrastrando las ruidosas bolsas con nosotros—. ¿Cómo está? Suelto la bolsa, lo que provoca más ruido de cristales, y miro mal a Clive para que sepa que estoy muy enfadada con él. Si hubiera dejado a Sam, a Drew o a John subir al ático antes, tal vez lo habríamos encontrado borracho en lugar de totalmente comatoso. Al menos tiene la decencia de parecer arrepentido. —Está durmiendo —contesta Sam al ver que estoy demasiado ocupada haciendo que el conserje se sienta culpable. Cuando vuelvo a centrarme en Kate, veo que Sam le pasa el brazo libre alrededor de la cintura y la abraza. Ella lo golpetea, juguetona. —Toma. —Me pasa mi bolsa, que parece un yoyó que no para de ir de casa de Kate al Lusso y viceversa—. He metido de todo un poco. —Gracias —digo mientras la cojo. —¿Vas a quedarte, entonces? —pregunta. —Sí —contesto encogiéndome de hombros. Sam me mira con agradecimiento, y en seguida vuelvo a sentirme incómoda. —¿Durante cuánto tiempo? —quiere saber Kate. Buena pregunta. ¿Durante cuánto tiempo? ¿Cuánto tiempo llevan estas cosas? Podría despertarse esta noche, o mañana, o pasado mañana. Tengo trabajo que hacer, y he de buscar un apartamento. Miro a Sam en busca de respuestas, pero él se encoge de hombros, cosa que no ayuda. Miro de nuevo a Kate y me encojo de hombros yo también. De pronto soy consciente de que he dejado a Joe solo arriba y me entra el pánico. Podría despertarse y no ver a nadie. —Debería subir otra vez —digo, volviéndome hacia los ascensores. —Claro, tranquila. —Kate me insta a marcharme con un gesto de la mano y luego coge la bolsa de basura del suelo—. Ya tiramos esto nosotros. Nos despedimos, le prometo que la llamaré por la mañana y regreso al ascensor, dando instrucciones a Clive por el camino de que mande arreglar la ventanilla del coche de Joe y la puerta de su apartamento. Él, por supuesto, se pone a ello de inmediato. Cuando llego de nuevo al último piso, cierro la puerta, pero no se queda asegurada del todo. Tiene que bastar hasta que alguien venga a repararla. Entro en el salón. Joe sigue dormido. ¿Y ahora qué hago? Miro hacia abajo y veo que aún llevo puestos el vestido gris topo y los tacones, así que me dirijo a la planta superior y me auto asigno la habitación que está al otro extremo del descansillo. Me quedo pasmada al ver todas las almohadas tiradas por el suelo y las sábanas arrugadas tras mi breve descanso antes de que Joe me transportara de nuevo a su cama después de la masacre del vestido. Me dispongo a hacer la cama y a ponerme los vaqueros rotos y una camiseta negra. No me vendría mal una ducha, pero no quiero dejar a Joe solo mucho tiempo, así que eso tendrá que esperar. Vuelvo abajo, me preparo un café solo y, mientras me lo tomo en la cocina, pienso que sería una buena idea informarme un poco sobre el alcoholismo. Joe debe de tener un ordenador en alguna parte. Lo busco y encuentro un portátil en su estudio. Lo enciendo y siento un inmenso alivio al ver que no me pide contraseña. Este hombre tiene graves problemas con la seguridad. Lo llevo abajo y me acomodo en el gran sillón que hay frente a Joe, para poder controlarlo. En Google, tecleo «Alcohólicos» y aparecen diecisiete millones de resultados. No obstante, en la parte superior de la página aparece «Alcohólicos Anónimos». Supongo que es un buen sitio para empezar. Por mucho que John diga que Joe no es alcohólico, yo tengo mis dudas. Tras unas cuantas horas buscando en internet, siento que mis neuronas no responden. Hay mucha información que asimilar: efectos a largo plazo, problemas psiquiátricos, síntomas de abstinencia... Leo un artículo sobre cómo algunos traumas infantiles llevan al alcoholismo, y me pregunto si a Joe debió de sucederle algo de pequeño. De inmediato acude a mi mente la horrible cicatriz que tiene en el abdomen. También existe una relación genética, y entonces me pregunto si alguno de sus progenitores era alcohólico. Hay tantísima información que no sé qué hacer con ella. Este tipo de preguntas no se hacen así como así. Mi mente retrocede al domingo pasado y a las cosas que me dijo: «Eres una calientabraguetas, ___... Te necesitaba a ti y... tú... tú me dejaste.» Y después lo dejé... una vez más. Me dijo que no me lo había dicho porque no quería darme otra excusa para dejarlo, pero también dijo que no era un alcohólico. Y John aseguró lo mismo. Si es un problema y está relacionado con el alcohol, eso lo convierte en un alcohólico, ¿no? Apago el portátil desesperada y dejo la taza de café vacía sobre la mesita. Son sólo las diez en punto, pero estoy agotada. No quiero irme arriba a la cama por si se despierta, y tampoco quiero acomodarme mucho, así que cojo unos cuantos cojines, los dispongo en el suelo a su lado y me recuesto con la cabeza apoyada en el sofá, al tiempo que le acaricio el vello de sus brazos torneados. El contacto me relaja. Los párpados empiezan a pesarme y me quedo dormida. | |
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| Tema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA Junio 18th 2014, 12:40 | |
| Capítulo 3 —Te quiero. Soy vagamente consciente de que su palma me sostiene la nuca y de que me está pasando los dedos por el pelo. Es una sensación muy reconfortante... y maravillosa. Abro los ojos y me encuentro con una versión algo apagada de los ojos cafés que tan bien conozco. Me pongo de pie y me golpeo el tobillo con la mesita de café. —¡Mierda! —maldigo. —¡Esa boca! —me reprende con voz ronca. Me agarro el tobillo, pero entonces me despierto del todo y recuerdo dónde estoy. Bajo el pie y desvío la mirada hacia el sofá, donde encuentro a Joe semi incorporado y con un aspecto espantoso; pero al menos está consciente. —¡Te has despertado! —exclamo. Hace una mueca de dolor y se agarra la cabeza con la mano buena. «Ay, mierda.» Debe de tener una resaca monumental, y aquí estoy yo, dando gritos. Reculo unos pocos pasos hasta dar con la silla que tengo detrás y me siento. No sé qué decirle. No voy a preguntarle cómo se encuentra, es bastante evidente, y no voy a darle una charla sobre seguridad personal ni sobre cuestiones de salud. Lo que realmente quiero preguntarle es si recuerda nuestra discusión. ¿Qué debería hacer? No lo sé, así que decido sentarme con las manos sobre el regazo y mantener la boca cerrada. Observo cómo me mira y mi mente se inunda de cosas que anhelo expresar pero no puedo. Deseo decirle que lo quiero, para empezar. Y quiero preguntarle por qué no me había contado que regenta un club de sexo, o que tiene un problema con la bebida. ¿Se estará preguntando qué hago aquí? ¿Querrá que me marche? Joder, ¿necesita un trago? El silencio me está matando. —¿Cómo te encuentras? —suelto, deseando al instante haber mantenido la boca cerrada. Él suspira y se inspecciona la mano herida. —Fatal —sentencia. Ah, vale. ¿Y ahora qué digo? No parece en absoluto contento de verme, así que quizá debería irme antes de empujarlo a abrir otra botella. Aunque en ese caso tendrá que salir a comprarla, y eso probablemente le dé aún más motivos para cabrearse conmigo. Concluyo que debe de necesitar tomar líquidos, así que me levanto y me dirijo a la cocina. Le llevaré un poco de agua y me marcharé. —¿Adónde vas? —pregunta algo nervioso, incorporándose en el sofá. —He pensado que necesitas beber agua —lo tranquilizo, un poco más animada. No quiere que me vaya. He visto esa expresión en su rostro muchas veces. Normalmente tras ella suele aparecer el controlador dominante, después de inmovilizarme en alguna parte, pero no voy a emocionarme en exceso. No tiene fuerzas para perseguirme, inmovilizarme o dominarme en estos momentos. Ese pensamiento me decepciona. Mi respuesta lo tranquiliza. Sigo hacia la cocina y miro el reloj del horno mientras cojo un vaso. Son las ocho en punto. He dormido diez horas seguidas. No lo había hecho desde..., bueno, desde la última vez que estuve con Joe. Saco la botella de agua de la nevera y lleno el vaso antes de regresar al inmenso espacio diáfano, donde me encuentro a Joe sentado en el sofá con la cabeza entre las manos y la manta arrugada sobre su regazo. Cuando llego donde está él, levanta los ojos y nuestras miradas se encuentran. Le doy el agua. Coge el vaso con la mano sana y me roza con los dedos. Retiro los míos rápidamente y el agua se derrama del vaso. No sé por qué ha pasado eso, y la expresión de su rostro me parte el alma al instante. Está temblando violentamente, y me pregunto si será el síndrome de abstinencia. Estoy convencida de haber leído que los temblores son un síntoma, junto con una larga lista de otros indicios. Sigue mi mirada hasta su mano y niega con la cabeza. Es extraño. Nunca nos había pasado esto. Ninguno de los dos sabe qué decir. —¿Cuándo fue la última vez que bebiste? —pregunto. Sé que estoy entrando en un terreno pantanoso, pero tengo que decir algo. Bebe un trago de agua y se deja caer de nuevo en el sofá. Sus abdominales se ven más perfilados con la ligera pérdida de peso. —No lo sé; ¿qué día es hoy? —Sábado. —¿Sábado? —pregunta, claramente estupefacto—. Mierda. Imagino que eso significa que ha perdido mucho tiempo, pero no es posible que haya estado encerrado en este ático bebiendo durante cinco días seguidos. Habría acabado muerto, ¿no? Y entonces vuelve a hacerse el silencio y yo me siento de nuevo en el sillón que está justo enfrente de él, buscando algo adecuado que decir. Detesto esto. Normalmente me abalanzaría sobre él, lo rodearía con mis brazos y dejaría que me ahogara a besos sin pensarlo dos veces, pero se encuentra muy débil (cosa difícil de asumir, teniendo en cuenta su constitución alta y atlética). Mi hombre fuerte y duro está hecho un despojo tembloroso, y eso me está matando. Y, para colmo de males, ni siquiera sé si querría que lo hiciera. Ni si quiero hacerlo yo. Este hombre no es el tipo del que me enamoré. ¿Es éste el auténtico Joe? Se sienta y juguetea con el vaso pensativamente; la sensación familiar de verlo cavilar me resulta reconfortante, es una pequeña parte de él que reconozco, pero no soporto este silencio. —Joe, ¿puedo hacer algo? —pregunto, desesperada, rogando para mis adentros que me diga algo, lo que sea. Suspira. —Hay muchas cosas que puedes hacer, ___. Pero no voy a pedirte que hagas ninguna de ellas —dice sin mirarme. Quiero gritarle, decirle todo lo que me ha hecho. Verlo ahí, desaliñado y pasando el dedo por el borde del vaso, no hace sino reforzar la parte sensata de mi cerebro que me insta a huir. —¿Quieres ducharte? —pregunto. No puedo seguir aquí sentada en silencio o acabaré tirándome de los pelos. Se inclina hacia adelante y hace una mueca de dolor. —Claro —masculla. Le cuesta ponerse de pie y me siento como una auténtica zorra por no ayudarlo, pero no sé si quiere que lo haga ni tampoco si soy capaz de hacerlo. El ambiente entre nosotros es muy tenso. Al levantarse, las frazadas le caen a los pies; mira hacia abajo y ve que está desnudo. —Mierda —maldice, y se agacha para coger una de las mantas. Se la envuelve alrededor de la cintura y se vuelve hacia mí—. Lo siento —dice encogiéndose de hombros. ¿Lo siente? Como si no lo hubiera visto desnudo antes. De hecho, lo he visto muchas veces. Según sus propias palabras, no hay ni un solo milímetro de mi cuerpo que no lo haya tenido dentro o encima. Dejo caer los hombros y suspiro mientras empiezo a subir con él la escalera hasta la suite principal. Nos lleva un tiempo, y lo pasamos en un incómodo silencio, pero lo conseguimos. No sé cuánto más puedo permanecer aquí. Esto es muy diferente de lo que estoy acostumbrada con este hombre. —¿Te apetece más un baño? —pregunto adelantándome de camino al lavabo. Parece exhausto tras el esfuerzo, así que no creo que consiga mantenerse de pie en la ducha. Un buen baño le relajará los músculos y le hará bien. Él se encoge de hombros de nuevo. —Bueno. Vale, le doy un baño y me marcho. No puedo hacer esto. Éste es el hombre al que empezaba a creer que conocía, a quien deseaba desesperadamente conocer, pero me tortura haber descubierto que no lo conozco en absoluto, ni siquiera un poco. Llamaré a John para ver qué me aconseja que haga. No estoy hecha para esto. Está callado, encerrado en sí mismo, y todas las cosas dolorosas que me gritó durante nuestra discusión parecen más altas y más claras cuanto más tiempo paso aquí. ¿Por qué me metí en ese ascensor? Abro el enorme grifo y coloco la mano debajo hasta que el agua sale a la temperatura adecuada mientras hago todo lo posible por no pensar en conversaciones de bañera y en el hecho de que el propio Joe proclamó que ahora era un hombre de baño (pero sólo cuando yo estoy con él). Pongo el tapón y dejo que corra el agua, consciente de que la inmensa tina tardará una eternidad en llenarse. Me vuelvo y me encuentro frente al mueble del lavabo. Ahí es donde tuvimos nuestro primer encuentro sexual. En este baño nos hemos duchado juntos, nos hemos bañado juntos y hemos tenido muchas sesiones de sexo vaporoso juntos. Y también aquí es donde lo vi por última vez. «¡Basta!» Bloqueo esos pensamientos y me mantengo ocupada buscando sales de baño y entreteniéndome con otras tonterías mientras Joe permanece apoyado contra la pared en silencio. Efectivamente, la bañera tarda una vida en llenarse, y empiezo a desear haberme limitado a meterlo en la ducha. Por fin parece que se ha llenado lo suficiente. —Ya puedes entrar —digo brevemente mientras salgo del baño. Nunca me había sentido tan obligada a huir de su presencia. Me he largado con pataletas y he evitado que me tocara por miedo a perder la cabeza, pero jamás había querido marcharme realmente. Ahora sí. —Actúas como una extraña —apunta con voz suave cuando llego a la puerta. Me detengo en seco. Esta situación me resulta muy dolorosa. —Me siento como una extraña —respondo sin volverme, tragando saliva e intentando evitar los temblores que amenazan con invadir mi cuerpo. Vuelve a hacerse el silencio y mi cerebro es un caos de instrucciones contradictorias. La verdad es que no sé qué hacer. Pensaba que el dolor ya no podía empeorar más. Creía que ya me encontraba en el peor de los infiernos. Pero me equivocaba. Verlo así me está matando. Tengo que irme y continuar con mi lucha por superar esta relación. Siento que ahora que lo he visto de nuevo he retrocedido varios pasos, pero la verdad es que no había hecho ningún avance en mi recuperación. En todo caso, esto hará que todo el doloroso proceso resulte más sencillo. —Por favor, mírame, ____. Sus palabras, más una súplica que sus típicas órdenes, hacen que el corazón se me desboque. Incluso su voz suena diferente. No es el rugido grave, ronco y sexy al que estoy acostumbrada. Ahora es afónica. Me vuelvo lentamente para mirar a ese hombre extraño y veo que se está mordiendo el labio inferior y me observa a través de unos ojos cafés hundidos. —No puedo hacer esto. —Doy media vuelta y me marcho. Mi corazón palpita con fuerza, aunque cada vez más despacio. Sin duda, no tardará en detenerse. —¡___! Oigo que viene tras de mí, pero no me doy la vuelta. Apenas tiene fuerzas, así que quizá esta vez consiga escapar de él. ¿Cómo se me ocurrió venir aquí? Las imágenes del domingo pasado inundan mi cabeza mientras desciendo a toda prisa, con la vista borrosa y las piernas entumecidas. Cuando llego al pie de la escalera, siento el tacto familiar de su mano agarrándome de la muñeca. Presa del pánico, me vuelvo y lo aparto de un empujón. —¡No! —grito frenéticamente intentando liberarme de su firme sujeción—. ¡No me toques! —___, no hagas esto —me ruega, y me agarra de la otra muñeca sosteniéndome delante de él—. ¡Para! Me desmorono en el suelo, sintiéndome frágil e impotente. Ya estoy herida, pero puede asestarme el golpe mortal que acabará conmigo. —Por favor, no —gimoteo—. No me hagas esto más difícil. Él se deja caer al suelo conmigo, me coloca sobre su regazo y me aprieta contra su pecho. Yo sollozo sin parar contra su torso. No puedo evitarlo. Hunde su rostro en mi pelo. —Lo siento —susurra—. Lo siento muchísimo. No me lo merezco, pero dame una oportunidad. —Me aprieta con fuerza—. Necesito otra oportunidad. —No sé qué hacer —digo con sinceridad. De verdad que no sé qué hacer. Siento la necesidad de escapar de él, aunque al mismo tiempo siento la necesidad de quedarme y dejar que haga mejor las cosas. Pero si me quedo, ¿me asestará ese golpe de gracia? Y si me marcho, ¿estaré dándonos yo el golpe de gracia a ambos? Lo único que sé es que éste no es el Joe asertivo, firme y fuerte, el Joe que cavila cuando lo desafío, y el que me agarra con fuerza cuando amenazo con dejarlo y me folla hasta que pierdo el sentido. Éste no es ese hombre. —No vuelvas a alejarte de mí —me suplica abrazándome con firmeza, y noto que ha aflojado los grilletes. Me aparto, me seco el rostro empapado de lágrimas con el dorso de la mano y la mirada fija en su estómago. Su enorme cicatriz resalta ahora más que nunca. No puedo mirarlo a los ojos. Ya no me resultan familiares. No están oscuros de ira ni brillantes de placer; ni entornados con furia, ni cargados de deseo por mí. Son fosas vacías que no me ofrecen ningún consuelo. No obstante, a pesar de ello, sé que si salgo por esa puerta será mi fin. Mi única esperanza es quedarme aquí y hallar las respuestas que necesito, y rezar para que no acaben conmigo. Él tiene el poder de destruirme. Desliza su mano fría bajo mi barbilla y levanta mi cara hacia la suya. —Voy a hacer esto bien. Voy a conseguir que lo recuerdes, ___. Lo miro a los ojos y veo determinación reflejada en la bruma café de sus ojos. La determinación es buena, pero ¿borra el dolor y la locura que la preceden? —¿Puedes hacer que lo recuerde de una manera convencional? —le pregunto en serio. No es ninguna broma, pero él sonríe ligeramente. —Desde ahora ése será mi objetivo. Haré lo que haga falta. Pronuncia esas palabras, las mismas que dijo la noche de la inauguración del Lusso, con idéntica convicción que entonces. Cumplió su promesa de demostrar que yo lo deseaba. Una pequeña chispa de esperanza ilumina mi apesadumbrado corazón. Vuelvo a hundir el rostro en su pecho y me aferro a él. Lo creo. Un suspiro silencioso escapa de sus labios mientras me estrecha con fuerza y permanece así como si su vida dependiera de ello. Seguramente así sea. Y la mía también. —Se te va a enfriar el agua —murmuro contra su pecho desnudo. Un rato después, todavía seguimos tirados en el suelo abrazados con fuerza. —Estoy a gusto —protesta, y percibo algo de familiaridad en su tono. —También necesitas comer —le informo. Se me hace raro darle órdenes—. Y deberían verte esa mano. ¿Te duele? —Mucho —confirma. No me extraña. Tiene un aspecto horrible. Espero que no se la haya roto, porque después de cinco días sin tratamiento médico los huesos podrían habérsele soldado mal. —Vamos. —Me despego de su abrazo. Él gruñe, pero finalmente me suelta. Una vez de pie, le tiendo la mano, y él me mira con una leve sonrisa antes de aceptarla y levantarse también. Subimos en silencio y nos dirigimos de nuevo a la suite principal. —Adentro —lo insto señalando la bañera. —¿Ahora eres tú quien da las órdenes? —dice arqueando las cejas. Él también encuentra extraña esta vuelta de tuerca. —Eso parece —respondo haciendo un gesto con la cabeza hacia la tina. Él empieza a morderse el labio, sin hacer ademán de meterse en el agua. —¿Te metes conmigo? —pregunta con voz tranquila. De repente me siento incómoda y fuera de lugar. —No puedo. —Niego con la cabeza y retrocedo ligeramente. Esto va en contra de todos mis impulsos, pero sé que en cuanto me rinda a sus afectos y a su tacto, me desviaré de mi objetivo de aclararme las ideas y obtener respuestas. —___, me estás pidiendo que no te toque. Eso va en contra de todos mis instintos. —Joe, por favor. Necesito tiempo. —___, no tocarte es antinatural. No está bien. Tiene razón, pero no debo dejarme absorber por él. He de mantener la cabeza fría, porque en cuanto me pone las manos encima olvido mi propósito. No le contesto. Vuelvo a mirar la bañera y después a él, que sacude la cabeza, se quita la manta de la cintura, se mete en el agua y se sienta a regañadientes. Cojo un recipiente del mueble del lavabo y me agacho a su lado para lavarle el pelo. —No es lo mismo si no te metes dentro conmigo —gruñe. Se inclina hacia atrás y cierra los ojos. Hago caso omiso de sus protestas y empiezo a lavarle el pelo y a enjabonar su cuerpo esbelto de la cabeza a los pies, luchando contra las inevitables chispas que saltan en mi interior al contacto con su piel. Me entretengo un poco más alrededor de la cicatriz de su abdomen esperando para mis adentros que esto lo invite a explicarme cómo se la hizo, pero no me lo dice. Mantiene los ojos y la boca cerrados. Tengo la sensación de que va a ser una ardua tarea. Nunca me cuenta nada, y evita mis preguntas con una advertencia severa o usando tácticas de distracción. No puedo dejar que vuelva a pasar, y para ello necesitaré toda mi determinación y mi fuerza de voluntad. No me sale de manera natural resistirme a él. Le paso la mano por el rostro hirsuto. —Tienes que afeitarte. Abre los ojos, se lleva la mano buena a la barbilla y se acaricia la barba. —¿No te gusta? —Tú me gustas de todas formas. «¡Excepto borracho!» Por la expresión que cruza su rostro, estoy casi convencida de que me ha leído la mente, aunque lo más probable es que él haya pensado exactamente lo mismo. —No pienso beber ni una gota más —afirma con rotundidad mirándome directamente a los ojos mientras pronuncia su voto. —Pareces muy seguro —respondo tranquilamente. —Lo estoy. —Se incorpora en el baño y se vuelve para mirarme. Levanta la mano maltrecha para cogerme la cara y compone una mueca de dolor al ver que no puede hacerlo—. Lo digo en serio, nunca jamás. Te lo prometo. —Parece sincero—. No soy un alcohólico empedernido, ___. Admito que se me va un poco de las manos cuando me tomo un trago, y que me cuesta parar, pero puedo elegir si bebo o no. Me encontraba muy mal cuando me dejaste. Sólo quería aliviar mi dolor. Se me encoge el corazón y siento una mezcla de alivio y duda. Todo el mundo se descontrola cuando bebe, ¿no? —Pero volví —digo apartando la mirada e intentando dar forma a lo que necesito decir. Miles de palabras han estado oprimiéndome la mente desde hace días, pero ahora no me viene ninguna a la cabeza—. ¿Por qué no me lo habías contado? ¿Es a eso a lo que te referías cuando dijiste que el daño sería mayor si te dejaba? Agacha la cabeza. —No debería haber dicho eso. —No, no deberías. Vuelve a mirarme a los ojos. —Sólo quería que te quedaras. Me quedé sorprendido cuando me dijiste que tenía un hotel encantador. —Sonríe ligeramente y yo me siento idiota—. Todo fue muy intenso y muy de prisa. No sabía cómo contártelo. No quería que salieras corriendo de nuevo. No parabas de huir. —Se detiene en cada una de estas últimas palabras como deletreándolas. Todavía se siente frustrado por mis constantes evasiones. Aunque tenía motivos. Todo ese tiempo sabía que debía escapar de él. —Pero no iba muy lejos, ¿verdad? No me dejabas. —Iba a contártelo. No esperaba que vinieras a La Mansión así. No estaba preparado, ___. No hace falta que lo jure. Todas las demás veces que había visitado el supuesto hotel, me escoltaban o me encerraban en el despacho de Joe. Estoy segura de que el personal estaba advertido de que no debía hablar conmigo y de que nadie debía acercarse a Joe cuando yo estaba con él. Y, es verdad, todo fue muy intenso y muy de prisa, pero yo no tuve nada que ver con eso. Joder, tenemos mucho de que hablar. Necesito que me cuente algunas cosas. Aquel ser pequeño y despreciable al que Joe golpeó en La Mansión tenía cosas muy interesantes que decir. ¿Tenía Joe una aventura con su mujer? Son tantas las preguntas... Suspiro. —Venga, te estás arrugando. —Le paso una toalla y él también suspira antes de impulsarse hacia arriba agarrándose a un lado de la bañera con la mano sana. Sale de la tina y le paso la toalla por todo el cuerpo mientras me observa detenidamente. Sus labios se curvan hacia arriba formando lo que parece ser una sonrisa cuando le seco el cuello. —Hace algunas semanas era yo el que aliviaba tu resaca —dice tranquilamente. —Seguro que a ti te duele la cabeza bastante más que a mí entonces—replico restándole importancia a aquel recuerdo y colocándole la toalla alrededor de la cintura—. Ahora, a comer, y después al hospital. —¿Al hospital? —espeta, azorado—. No necesito ningún hospital, ____. —Tu mano, sí —le aclaro. Probablemente crea que quiero ingresarlo en una clínica de desintoxicación. Al ver a lo que me refería, levanta la mano y se la inspecciona. La sangre ha desaparecido, pero sigue teniendo mal aspecto. —Está bien —gruñe. —Yo creo que no —protesto con ternura. —___, no necesito ir al hospital. —Pues no vayas. —Doy media vuelta y me dirijo a la habitación. Él me sigue, se sienta a los pies de la cama y observa cómo desaparezco en el inmenso vestidor. Rebusco entre su ropa y cojo un pantalón de chándal gris y una camiseta blanca. Necesita estar cómodo. Saco unos bóxeres de la cómoda y, al volver al cuarto, me lo encuentro tirado de nuevo sobre la cama. Subir la escalera y darse un baño lo han dejado molido. Me resulta difícil imaginar lo que debe de ser sufrir una resaca de semejante magnitud. —Ponte esto. —Dejo la ropa en la cama a su lado, él se vuelve para inspeccionar lo que he seleccionado y exhala un suspiro de cansancio. Al ver que no tiene intención de vestirse, cojo los calzoncillos, me arrodillo delante de él y los sostengo ante sus pies. Me ha hecho esto muchas veces. Le doy un golpecito en el tobillo y él se incorpora en la cama, me mira, y un pequeño brillo se enciende en sus ojos. Otro rasgo familiar. Sin decir nada, mete los pies por las perneras y se levanta para que pueda subirle la prenda interior pero, cuando estoy a medio camino, la toalla se le cae y me encuentro ante su enorme erección. Suelto los calzoncillos y me alejo de él como si fuera a quemarme o algo así. Parece ser que algunas partes de su cuerpo siguen siendo funcionales, pienso para mis adentros mientras intento fingir que esa prolongación dura como el acero que se encuentra al alcance de mi mano no está ahí. Lo miro a la cara y, por primera vez, sus ojos brillan plenamente, pero no es buena señal. He visto esa mirada en más de una ocasión, muchas, de hecho, y no es lo que necesito en estos momentos, aunque mi cuerpo no está en absoluto de acuerdo con mi cerebro. Me esfuerzo por controlar el impulso de empujarlo encima de la cama y montarme a horcajadas sobre él. No pienso permitir que nos desviemos del objetivo con el sexo. Tenemos mucho de que hablar. Se agacha y se sube los calzoncillos del todo. —Iré al hospital —dice finalmente—. Si quieres que vaya, iré. Lo miro con el ceño fruncido. —El hecho de que accedas a que te miren la mano no va a hacer que caiga rendida a tus pies de gratitud —respondo con sequedad. Él también frunce el ceño ante mi tono brusco. —Voy a dejar pasar eso. —Tienes que comer algo —murmuro. Doy media vuelta y salgo de la habitación, dejando que Joe termine de ponerse los pantalones y la camiseta. Necesito que quiera estar bien, no que lo haga únicamente porque crea que eso lo acercará más a mí. Eso no funcionará. Sólo sería otra forma de manipulación, y he de evitar todo lo que influya en esa pequeña parte de mi cerebro que funciona correctamente. | |
| | | albitahdejonass:$ Vecina De Los Jonas!
Cantidad de envíos : 354 Edad : 28 Localización : BCN, en la cama con Joe y Nick :$ Fecha de inscripción : 22/04/2011
| | | | CristalJB_kjn Amiga De Los Jobros!
Cantidad de envíos : 477 Edad : 32 Localización : Mexico Fecha de inscripción : 24/10/2013
| Tema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA Junio 23rd 2014, 22:50 | |
| Hola ame los capis no no sube mas siii? Esque esta de lo mas genialosa | |
| | | Lady_Sara_JB Casada Con
Cantidad de envíos : 1582 Edad : 28 Localización : México Fecha de inscripción : 24/03/2013
| Tema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA Junio 24th 2014, 08:21 | |
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| | | [#__SeeNoMore] Comprometida Con...
Cantidad de envíos : 820 Edad : 29 Localización : ¡Con Joe! Always (: Fecha de inscripción : 12/01/2010
| Tema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA Junio 24th 2014, 08:33 | |
| Entiendo. En cuanto puedas síguela, esta muy interesante. | |
| | | CristalJB_kjn Amiga De Los Jobros!
Cantidad de envíos : 477 Edad : 32 Localización : Mexico Fecha de inscripción : 24/10/2013
| Tema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA Junio 24th 2014, 21:23 | |
| Hola ame los capis no no sube mas siii? Esque esta de lo mas genialosa | |
| | | Lady_Sara_JB Casada Con
Cantidad de envíos : 1582 Edad : 28 Localización : México Fecha de inscripción : 24/03/2013
| Tema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA Junio 25th 2014, 08:59 | |
| Capítulo 4
Examino el contenido del frigorífico. No puedo hacer nada con un bote de nata montada, un frasco de crema de cacao y mantequilla de cacahuete. Aunque Joe sí que podría hacer un montón de cosas, como un bocadillo de __. Sacudo la cabeza y la dejo caer sobre el hombro.
—No tienes nada en la nevera —le digo cuando se acerca por detrás y coge el frasco de mantequilla de cacahuete.
Acuna el frasco con el brazo, desenrosca la tapa con la mano sana y lo deja sobre la isleta de la cocina, antes de encaramarse sobre un taburete y proceder a meter el dedo y lamerlo hasta dejarlo reluciente.
—Iré al supermercado —digo. Cierro la puerta de la nevera y me dirijo hacia la escalera.
—Iré contigo.
—Vale. —Sigo caminando.
—Iré porque quiero —dice con tranquilidad. Me detengo en seco.
—Vale.
—__, ¿quieres mirarme? —Su tono es impaciente. No me gusta.
Me vuelvo para poder verlo, suplicándole en silencio que inicie la conversación, pero él se limita a mirarme. Casi parece enfadado.
—Voy a vestirme.
Doy media vuelta de nuevo y lo dejo en la cocina.
Me ducho en el cuarto de baño del dormitorio de invitados y me quedo de pie bajo el agua caliente durante una eternidad, como si pudiera enjuagar todos mis problemas. Cuando por fin salgo de la ducha, revuelvo entre mis maletas y descubro que Kate ha embutido un poco de todo en ellas, literalmente. Me pongo un vestido azul aciano de los años cincuenta con falda de vuelo y mis bailarinas de color crema antes de secarme el pelo y recogérmelo con unas horquillas en la nuca. Un toque rápido de colorete y de máscara de pestañas y he terminado.
Me miro al espejo, pero a pesar de mis intentos mi aspecto no ha mejorado mucho. Tengo los ojos tan hundidos como los de Joe, y su presencia no ha llenado el vacío que siento desde el domingo. Quizá lo he entendido todo mal. Quizá lo mejor para mí sería marcharme, porque lo que es seguro es que no me siento mejor por estar aquí. Suspiro al ver mi reflejo, intentando sonsacarle alguna respuesta, pero sé que el único que puede darme las respuestas que busco está sentado en la cocina, hinchándose a mantequilla de cacahuete. Cojo el bolso y bajo.
Está dormido. Lo miro, sentado en el sofá, con una pierna en alto y la palma de la mano reposando sobre el pecho. Tiene la boca ligeramente entreabierta y sus pestañas parpadean. Lo dejo, me marcho a la cocina para tomarme la píldora y aprovecho el tiempo para mandarle un mensaje a Kate, para que sepa que todo va bien, aunque no sea cierto, y luego telefoneo a mi hermano. Con todo lo que ha pasado, se me había olvidado que en teoría iba a quedar hoy con él.
—¿__?
—¡Dan! —Cómo me alegro de oír su voz—. ¿Dónde estás?
—Pues el hotel en el que hice la reserva me ha fallado, así que he dormido en casa de Harvey —bromea.
Ignoro su pulla. Le da igual haber tenido que buscarse otro sitio donde pasar la noche. Odiaba a Matt.
—¿Cómo están mamá y papá? —pregunto.
—Preocupados —contesta. Sabía que iban a estarlo.
—No tienen por qué.
—Pues lo están. Y yo también. ¿Dónde estás?
«¡Mierda!»
¿Que dónde estoy? No puedo decirle dónde estoy exactamente, y con quién.
—En casa de Kate —miento.
No es que Dan vaya a hablar con ella o a visitarla para averiguar la verdad. Además, mamá sabe que iba a estar en casa de Kate, y estoy segura de que se lo habrá dicho. ¿Me está poniendo a prueba?
Se hace el silencio en la línea telefónica al mencionar el nombre de Kate.
—Ya veo —dice poco después—. ¿Todavía?
Ay, el desapego en su voz. Hace años que no se ven, pero parece ser que el tiempo no lo cura todo.
—Es temporal, Dan. Estoy buscando casa mientras hablamos.
En realidad, mientras hablamos estoy sentada en el ático del Lusso, esperando a que el señor de La Mansión del Sexo —que tiene una jaqueca de caballo y de quien estoy enamorada— se despierte para que pueda llevarlo al hospital y le miren la mano (esa con la que atravesó una ventanilla porque yo lo cabreé). Empiezo a dar vueltas alrededor de la isleta de la cocina.
—¿Has hablado con el idiota de tu ex? —me pregunta. Se nota el desprecio en su voz.
—No, pero he oído que ha estado en contacto con mamá y papá. Muy considerado por su parte.
—Será capullo. Tenemos que hablar de eso. Mamá me ha contado su charla con Matt. Sé que es una sabandija, pero mamá está preocupada, y no ayudó que no vinieras a Newquay.
—Llamé —digo en mi defensa.
—Ya, y sé que no le has contado toda la verdad. ¿Qué hay de ese hombre nuevo?
Me quedo petrificada. Buena pregunta.
—Dan, hay cosas que una no puede contarles a sus padres.
—Pero sí que se las puedes contar a tu hermano —asegura.
—¿Puedo? —le suelto. Lo dudo mucho. Mi hermano mayor acabaría junto con mi padre en la sección de infartos. Ésa es la razón por la que no fui a Newquay: el interrogatorio y la regañina. Tendré que hacerles frente en algún momento, pero no ahora mismo. Nunca me he alegrado tanto de que mis padres vivan tan lejos.
—Sí, puedes. Así que, ¿cuándo te veo? —me pregunta, un poco más animado.
¿Quiere verme o sacarme información?
—¿Mañana? —digo, a ver si cuela.
—Creía que habíamos quedado hoy. —Parece muy decepcionado.
Yo también. De verdad que tengo ganas de verlo, pero a la vez no quiero.
—Lo siento. Es que estoy mirando varios sitios de alquiler, y luego tengo que terminar una pila de dibujos —vuelvo a mentir, pero es que no podría reunir las fuerzas necesarias para parecer medianamente normal en tan poco espacio de tiempo. Tal vez mañana ya haya conseguido salir del agujero de la depresión y la incertidumbre. Lo dudo mucho pero, al menos, tendré tiempo para intentarlo.
—Genial, pasaremos el día juntos —dice confirmando mis temores. ¿Un día entero eludiendo sus preguntas?
—Vale. Llámame por la mañana —le digo. Secretamente, espero que salga de juerga con sus amigos esta noche y que tenga una resaca tan tremenda que no pueda llamarme hasta tarde. Necesito tiempo.
—Hecho. Mañana nos vemos, peque. —Y cuelga.
Empiezo a pensar en cómo salir de ésa pero, después de una hora dando vueltas por el ático, no se me ha ocurrido nada. No puedo evitarlo eternamente.
Suena el timbre del portero automático. Respondo, es Clive.
—__, el de mantenimiento va de camino para arreglar la puerta. Ah, y ya está cambiada la luna del coche del señor Jonas.
—Gracias, Clive. —Cuelgo y me dirijo a la puerta.
Le abro a un señor mayor que ya está inspeccionando los daños.
—¿Una estampida de rinocerontes? —pregunta rascándose la cabeza.
—Algo así —murmuro.
—Puedo asegurarla de forma provisional, pero tendré que cambiarla. Haré el pedido y la avisaré cuando llegue —dice mientras deposita su caja de herramientas en el suelo.
—Gracias.
Lo dejo cincelando trozos de madera astillada del marco de la puerta y, al volverme, me encuentro a Joe medio dormido, mirando hacia la entrada con recelo.
—¿Qué ocurre? —pregunta.
—Como tú no abrías, tu puerta principal se las tuvo que ver con John —lo digo con sequedad.
Arquea las cejas pero luego parece preocupado.
—Debería llamarlo.
—¿Cómo te encuentras? —pregunto mientras le doy un repaso; veo que está un poco más despabilado después de la siesta de una hora que se ha pegado.
—Mejor. ¿Y tú?
—Bien. Iré a por el bolso. —Lo esquivo cuando paso junto a él y sigo caminando.
Su mano vuela y me agarra del brazo.
—___.
Freno en seco y espero que diga algo más, cualquier cosa que mejore la situación, pero no consigo nada, sólo el calor de su mano firme en mi brazo filtrándose por mi piel. Alzo la mirada hacia la suya y descubro que me está observando, pero aun así no abre la boca. Suspiro con fuerza y me libero de su mano, pero entonces recuerdo que no tengo el coche aquí.
—Mierda —maldigo en voz baja.
—Vigila esa boca, __. ¿Qué pasa?
—Que mi coche está en casa de Kate.
—Cogeremos el mío.
—No puedes conducir con una sola mano. —Me vuelvo para tenerlo frente a frente. En su mejor día, su forma de conducir ya me da bastante miedo.
—Lo sé. Conduce tú. —Me lanza las llaves del coche y siento una ligera oleada de pánico. ¿Me deja conducir un coche que vale más de ciento sesenta mil libras? ¡Madre de Dios!
—__, conduces como miss Daisy. ¿Quieres acelerar de una vez? —se queja Joe.
Le lanzo una mirada asesina que él ignora. El acelerador es muy sensible y me siento minúscula detrás del volante. Me aterroriza arañarle el coche.
—¡Cállate! —le suelto antes de hacer lo que me dice y avanzar rugiendo por la carretera. Si atropello a alguien, será culpa suya.
—Así está mejor. —Me mira y sonríe—. Es más fácil de manejar si dejas de ser tan cauta con su potencia.
La frase le va que ni pintada. Tiene razón, pero no voy a reconocérselo. En vez de eso, voy a concentrarme en la carretera y en que llegue al hospital de una pieza.
Después de tres horas en urgencias y una radiografía, el médico ha confirmado que la mano de Joe no está rota pero que sí que ha sufrido daños musculares.
—¿La ha tenido en reposo? —pregunta la enfermera—. Si la lesión se produjo hace varios días, ya debería haber bajado la inflamación.
Joe me mira con cara de culpabilidad cuando la enfermera le venda la mano.
—No —responde en voz baja.
No. Ha estado empinándose botellas de vodka con ella.
—Pues debería haber hecho reposo —lo riñe la mujer—. Y debería mantenerla en alto.
Miro a Joe con las cejas enarcadas y él levanta la vista al techo mientras la enfermera le pone el brazo en un cabestrillo antes de mandarnos a casa.
Cuando llegamos a la puerta del hospital, se quita el cabestrillo y lo tira a la papelera.
—Pero ¿qué haces? —digo, alarmada, mientras él sale a la calle.
—No pienso llevar esa cosa.
—¡Claro que lo harás! —le grito sacando el cabestrillo de la papelera. Me he quedado a cuadros. Ese hombre no tiene consideración alguna para consigo mismo. Les ha dado una paliza a sus órganos internos a base de litros y litros de vodka, ¿y ahora se niega a cooperar para que la mano se le cure en condiciones?
Lo sigo pero él no se detiene hasta que llega al coche. Yo tengo las llaves, aunque no pulso el botón del mando que abre la puerta. Nos miramos desafiantes por encima del DBS.
—¿Abres el coche?
—No. No hasta que vuelvas a ponerte esto. —Levanto el cabestrillo por encima de mi cabeza.
—Ya te lo he dicho, __. No pienso ponérmelo.
Pongo los ojos en blanco antes de entornarlos y volver a mirarlo.
—¿Por qué? —le pregunto con sequedad. Joe el testarudo ha regresado, y ése es un rasgo de su personalidad que no me alegra volver a ver.
—No me hace falta.
—Sí que te la hace.
—No, no me la hace —se burla.
¡Por Dios bendito!
—¡Ponte el cabestrillo de una puta vez, Joe! —le grito por encima del coche.
—¡Esa puta boca!
—¡Joder! —le espeto de mala manera.
Me mira con el ceño fruncido. ¿Qué imagen estaremos dando en mitad del aparcamiento del hospital, gritándonos improperios el uno al otro por encima del techo de un Aston Martin? Me da igual. A veces es un cavernícola.
—¡Esa boca! —grita, y entonces se sorprende del volumen de su propia voz y se lleva la mano lastimada a la cabeza—. ¡Joder!
Rompo a reír al verlo danzar en círculos, agitando la mano y maldiciendo como un poseso. Así aprenderá. Eso, por ser un tonto cabezota.
—¡Abre el puto coche, __! —ruge.
Uy, qué enfadado está. Aprieto los labios para reprimir la risa.
—¿Qué tal la mano? —le pregunto con una risita que crece y se convierte en una carcajada. No puedo contenerme. Qué bien sienta reír.
Cuando recupero la compostura, veo que me está mirando hecho una furia por encima del coche.
—Abre —exige.
—Cabestrillo —le contesto, y se lo tiro por encima del techo.
Lo coge y lo lanza sobre el asfalto antes de volverse de nuevo hacia mí y dirigirme una mirada asesina.
—A veces te comportas como un niño, Joseph Jonas. No voy a abrir el coche hasta que te pongas ese cabestrillo.
Veo cómo entorna los ojos sin dejar de mirarme y las comisuras de su boca se elevan y forman una sonrisa disimulada.
—Tres —dice alto y claro.
La mandíbula me llega al suelo.
—¡No me vengas ahora con una cuenta atrás! —chillo sin poder creérmelo.
—Dos... —Su tono es calmado y desenfadado, mientras que yo me he quedado de piedra. Apoya los codos en el techo—. Uno.
—¡Que te den! —me burlo, manteniéndome firme. Yo sólo quiero que se ponga el maldito cabestrillo por su bien. A mí me da igual, pero esto es una cuestión de principios.
—Cero —termina de contar y empieza a desplazarse sigilosamente hacia la parte delantera del coche, hacia mí, mientras yo, de forma instintiva, voy hacia la parte de atrás. Se detiene y levanta las cejas—. ¿Qué estás haciendo? —me pregunta, y rodea el vehículo en dirección contraria.
Conozco esa expresión, y sé que significa «Te la estás buscando». Sé que no lo pensará dos veces a la hora de tirarme al suelo y torturarme hasta que me someta a cualesquiera que sean sus exigencias por miedo a hacerme pis encima. Aunque, ¿a qué voy a someterme exactamente?
—Nada —contesto, y me aseguro de mantenerme en el extremo opuesto del coche. Podríamos pasarnos todo el día en este aparcamiento.
—Ven aquí. —Su voz tiene ese tono grave, ronco y familiar que amo. Ha vuelto otra parte de él, pero me estoy distrayendo. Niego con la cabeza.
—No.
Antes de que pueda anticipar su siguiente movimiento, arranca a correr alrededor del coche y yo salgo pitando en dirección contraria mientras dejo escapar un grito. La gente nos mira y yo corro entre los otros coches aparcados como una loca, antes de derrapar y detenerme en la parte de atrás de un todoterreno. Asomo la cabeza por la esquina para ver dónde está.
El corazón se me sale por la boca y cae en picado sobre el asfalto. Joe está doblado sobre sí mismo, abrazándose las rodillas. «¡Mierda!»
¿Qué demonios estoy haciendo alentando un comportamiento tan estúpido cuando debería estar recuperándose? Corro hacia él y unos cuantos transeúntes lo ven y empiezan a acercársele.
—¡Joe! —grito casi a su lado.
—¿Se encuentra bien, señorita? —me pregunta un anciano mientras corro.
—No lo... ¡¿Qué...?! —De pronto, una mano me levanta del suelo y me echa sobre los hombros de Joe.
—No juegues conmigo, __ —dice él, henchido de orgullo—. A estas alturas ya deberías saber que yo siempre gano. —Busca mi falda y posa la mano sobre el interior de mi muslo mientras avanza a grandes zancadas hacia el coche cargando conmigo.
Sonrío con dulzura a las personas con las que nos cruzamos pero no me molesto en resistirme a él. Estoy contenta de que tenga fuerzas para levantarme.
—Se me ven las bragas —me quejo mientras me aliso la falda del vestido para taparme el trasero.
—No se te ve nada.
Me baja inclinando despacio el cuerpo hasta que mi cara está a la altura de la suya. Va a besarme. Tengo que parar esto.
Me revuelvo en sus brazos.
—Tenemos que ir al supermercado —digo con la mirada fija en su pecho mientras me escurro y consigo zafarme.
Suelta un hondo suspiro y me deja en el suelo.
—¿Cómo voy a arreglar las cosas si no haces más que pararme los pies?
Me compongo el vestido y le devuelvo la mirada.
—Ése es tu problema, Joe. Quieres solucionar las cosas a base de distraerme con tus caricias en vez de hablar conmigo y darme respuestas. No puedo permitir que vuelva a suceder.
Quito el seguro del coche, me subo y dejo a Joe pensativo, mordisqueándose el labio.
Al llegar al supermercado conduzco arriba y abajo en busca de una plaza libre de aparcamiento. He descubierto algo nuevo sobre Joe hoy: como pasajero es un horror. Me ha obligado a adelantar, a colarme y a cambiar de carril, todo con tal de ganar unos miserables metros. Ese hombre es un temerario al volante. Bueno, la verdad es que ese hombre es un temerario en general y punto.
—Ahí hay un sitio. —Cruza el brazo en mi campo de visión y le doy un manotazo para que lo aparte.
—Es una plaza reservada para padres y bebés. —Paso de largo.
—¿Y qué?
—Pues que no veo a ningún bebé en este coche tan bonito que tienes.
Posa la mirada en mi vientre y de repente me siento muy incómoda.
—¿Has encontrado tus píldoras? —me pregunta sin dejar de mirarme el vientre.
—No —respondo mientras me meto en una plaza de aparcamiento libre.
Quiero culparlo por hacerme olvidar mi rutina habitual, pero la verdad es que soy un desastre y siempre me organizo fatal. Tuve que ir otra vez a la consulta de la doctora Monroe para que me escribiera otra receta por haber perdido dos prescripciones en una semana. También me hice pruebas para asegurarme de no haber contraído ninguna enfermedad venérea después de tanto sexo sin protección con Joe. Su más que activa vida sexual no me dejó otra alternativa.
—¿Te has olvidado de tomar alguna? —pregunta formando una línea recta con los labios. ¿Le preocupa que pueda estar embarazada?
—Me vino la regla el domingo por la noche. —Me gustaría añadir que fue como una señal o algo así, pero me callo. Apago el motor.
Permanece en silencio mientras salgo del coche y espero a que él haga lo mismo.
—¿No podrías haber aparcado más lejos? —gruñe cuando baja y se acerca hacia mí.
—Al menos he aparcado de forma legal.
Voy hacia las filas de carritos de la compra e introduzco una moneda de una libra para soltar uno.
—¿Has estado alguna vez en un supermercado? —pregunto mientras nos dirigimos a la acera cubierta por un toldo. Joe y un supermercado no parecen encajar de forma natural. Se encoge de hombros.
—Eso es cosa de Cathy. Normalmente como en La Mansión.
Que mencione su club de sexo mega pijo me pone los pelos como escarpias y se me quitan las ganas de darle conversación. Noto que me mira pero paso, y me centro en seguir caminando.
Voy metiendo en el carro las cosas básicas, mientras que Joe coge una docena de botes de mantequilla de cacahuete, un par de botes de crema de cacao y varios de nata montada.
—¿No tienes de nada? —pregunto echando leche en el carro.
Se encoge de hombros y toma el control del carrito con la mano buena.
—Cathy ha estado fuera.
Lo guío hacia el siguiente pasillo y me doy cuenta de que, sin querer, lo he llevado a la sección de bebidas alcohólicas. Doy media vuelta presa del pánico y me golpeo con el carro en la espinilla.
—¡Joder! —exclamo con un gesto de dolor.
—___, ¡cuidado con esa boca!
Me froto la espinilla. Mierda, cómo duele.
—No necesitamos nada de este pasillo —suelto a toda prisa, y empujo el carro en su dirección.
Camina hacia atrás.
—___, déjalo estar.
—Lo siento. No me había dado cuenta de dónde estábamos.
—Por el amor de Dios, mujer, no voy a abalanzarme sobre los estantes y a destapar todas las botellas ¿Estás bien?
Frunzo el ceño y me miro la pierna.
—Sí —digo entre dientes, cabreada por no haberme fijado en dónde me metía. Me agacho y me paso la mano por la espinilla. Qué daño me he hecho.
Me pongo derecha y me quedo de piedra al ver que Joe está de rodillas delante de mí. Rodea mi pierna con la mano herida y con la mano sana me coloca el pie sobre su rodilla antes de plantarme un beso en la espinilla. Estamos en mitad del supermercado un sábado por la tarde, y él está de rodillas besándome la pierna.
—¿Mejor? —pregunta, y levanta la vista para mirarme—. Perdóname, __. Por todo.
Observo su bello rostro sin afeitar y me entran ganas de llorar. Los ojos que me miran son todo sinceridad.
—Vale —le contesto en un susurro, sin saber qué otra cosa decir. Asiente y suspira. Luego se levanta y me planta un beso casto en el vientre antes de ponerse de pie. Me saca de la sección de bebidas alcohólicas y me lleva directamente a la de productos de higiene personal. Coge cuchillas y espuma de afeitar. Miro su incipiente barba y me pregunto si quiero que se deshaga de ella. Cuanto más la miro, más me gusta.
Para cuando volvemos al Lusso son las seis de la tarde y la puerta ya está arreglada. Joe se tumba en el sofá, agotado por haber salido unas pocas horas, y yo me quedo en la cocina después de haber guardado la compra, sin saber qué hacer. Es sábado por la noche y normalmente a estas horas estoy descorchando una botella de vino y relajándome. No hay vino y no puedo relajarme, así que llamo a Kate.
—Hola, ¿qué haces? —le pregunto, y me siento en un taburete con una taza de café. Café, no vino.
—Nos pillas saliendo —dice la mar de contenta.
—¿Nos?
—Sí. No me preguntes con quién estoy, __, que ya lo sabes.
Eso significa que Kate está con Sam, y que tengo que hacer como que no es nada del otro mundo. Sin embargo, me da un poco de envidia.
—¿Adónde vais?
—Sam va a llevarme a La Mansión.
«¿Qué?»
Vale, la envidia ha desaparecido.
—¿A La Mansión? —suelto, incrédula. ¿Me está tomando el pelo?
—Sí. Pero no te equivoques, se lo he pedido yo. Siento curiosidad.
¡La madre que me trajo! El aplomo de Kate no tiene límite. Yo me desintegré en cuanto descubrí lo que era La Mansión, y resulta que ella quiere hacer vida social allí. Madre mía, no puedo creer que Sam esté de acuerdo. Él es socio, y eso debería asustar a Kate, pero es evidente que no es así. El hombre con el que salgo es el dueño del lugar, y todavía no he llegado al fondo del asunto. En fin, sé que ha habido mucha diversión, pero ¿a qué nivel? A juzgar por las miradas asesinas que me han lanzado las socias del club las pocas veces que he estado allí, tengo la sospecha de que ha sido mucha. La idea me deprime y me entran aún más ganas de tomarme una copa de vino.
—¿Y a Sam le apetece llevarte? —Lo pregunto con toda la tranquilidad que puedo, pero no hay forma de ocultar la sorpresa en mi voz.
—Sí, me ha contado lo que ocurre allí, y quiero verlo. —Lo dice como si nada; es la Kate que se toma las cosas con calma. A mí me da un ataque sólo de pensar en el lugar. Odio que tenga una mentalidad tan abierta. Además, ¿qué es lo que ocurre allí?
—El sitio es bonito. —Me encojo de hombros y le doy vueltas a mi café sobre la encimera. ¿Qué otra cosa puedo decir?
—¿Qué tal está Joe? —me pregunta.
Detecto cierto nerviosismo en su voz. ¿Todavía le cae tan bien? Está claro que el hecho de que sea el dueño de La Mansión no es un problema para ella, pero no le sentó igual de bien que, cuando dejé de llorar el tiempo suficiente para poder hablar, le contara la clase de capullo borracho que me había encontrado al volver a su casa para intentar hacer las paces. Él parece que está bien, pero la verdad es que yo no. ¿Qué le digo?
Me decanto por:
—Está bien. Sólo tiene daños musculares en la mano e insiste en que no es un alcohólico.
—Me alegro.
Su sinceridad es muy dulce, y me alegro de que no esté soltando tacos por el móvil y diciéndome que me largue de aquí ahora mismo.
—Bueno, no se cae de la cama dándole un morreo a la botella de vodka, ¿no? —se ríe.
—¡No! Por lo visto sólo es que no sabe parar cuando ha empezado. Aunque sigue siendo un problema, Kate.
—Todo irá bien, __ —me reconforta.
¿Seguro? Yo no lo tengo tan claro. Pensaba que estando aquí con él empezaría a solucionarse el desastre, pero no ha sido así. Le he dicho lo que quiero pero no parece dispuesto a dármelo. En vez de eso intenta distraerme, cosa que sabe hacer muy bien. He decidido darle hasta mañana por la mañana. Si para entonces no ha hablado conmigo, me iré. Cederé pronto a sus caricias si no me ando con cuidado.
—Sí. Escucha —vuelvo a centrarme en Kate—, te diría que te diviertas esta noche, pero me inclino por decirte... que mantengas la mente abierta.
—__, no hay nadie con una mente más abierta que la mía. ¡No puedo esperar! Te llamo mañana.
—Adiós.
Cuelgo y repaso mis visitas a La Mansión cuando pensaba que sólo era un hotel inocente. Niego con la cabeza ante mi ceguera. ¿Cómo no me di cuenta cuando ahora todo resulta evidente? No debería ser tan dura conmigo misma. Había un hombre alto, musculoso, con el pelo castaño oscuro y unos ojos cafés que hipnotizan distrayéndome. Era perfecto. Sigue siéndolo, aunque pesa unos kilos menos y tiene unos cuantos problemas más.
Voy arriba a cambiarme. Me quito el vestido y me pongo unos pantalones cortos de algodón y una camiseta de tirantes antes de quitarme las horquillas del pelo.
Cuando vuelvo abajo, Joe todavía está dormido en el sofá. Me entretengo un rato con el mueble del televisor pero no consigo abrir el dichoso armario para que aparezca la tele, así que me arrellano en una silla y observo a Joe mientras duerme. Su pecho firme sube y baja con la mano herida encima. Pienso en pastelitos de chocolate, en calas y en ángeles, y finalmente me quedo dormida.
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| | | Lady_Sara_JB Casada Con
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| Tema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA Junio 25th 2014, 09:25 | |
| Capítulo 5 —Te quiero. Me despierto aturdida en la oscuridad y me froto los ojos mientras me incorporo en la silla. Tardo unos instantes en darme cuenta de dónde estoy pero, cuando empiezo a centrarme, veo a un hombre guapo y castaño en cuclillas delante de mí. —Hola —susurra apartándome el pelo de la cara. Miro el amplio espacio a mi alrededor tratando de despertarme. —¿Qué hora es? —pregunto, somnolienta. Me da un beso en la frente. —Medianoche. ¿Medianoche? He dormido como un lirón y podría quedarme frita de nuevo, pero me despierto del todo cuando el escalofriante sonido de un tono de móvil apuñala el silencio. —¡Por Dios! —protesta Joe. Coge con furia el móvil de la mesita de café y mira la pantalla. ¿Quién será a estas horas? —John... —saluda con calma por el teléfono—. ¿Por qué? Me mira. —No, no pasa nada... Sí... Dame media hora. Cuelga. —¿Qué ocurre? —pregunto, ya despierta del todo. Se pone las Converse y se dirige a la puerta. Es evidente que no está contento. —Problemas en La Mansión. No tardaré. Y tal cual desaparece por la puerta. Así que estoy despierta, son más de las doce y Joe acaba de irse en plena noche. ¿Cómo va a conducir con una sola mano? Me siento en la silla como una muñeca rota y especulo sobre qué habrá podido suceder en La Mansión que sea tan urgente. Ay, no... Kate está allí. Corro a la cocina y cojo mi móvil para llamarla pero no contesta. Lo intento varias veces y no obtengo respuesta, y con cada llamada me preocupo más aún. Debería llamar a Joe, aunque parecía estar bastante cabreado. Doy vueltas arriba y abajo, me preparo un café y me siento en la isleta de la cocina, llamando a Kate una y otra vez. Si mi coche estuviera aquí, ya estaría de camino a La Mansión. ¿De verdad? Bueno, es fácil decir que iría para allá, especialmente cuando no tengo forma de ir. Después de dar vueltas por el ático durante una hora sin parar de llamar a Kate, me rindo y me voy a la cama. Me hago un ovillo entre las sábanas suaves y esponjosas del cuarto de invitados. —Te quiero. Abro los ojos y veo a Joe junto a la cama. Estoy entre el sueño y la vigilia y mi boca no responde. ¿Qué hora es y cuánto tiempo ha estado fuera? No tengo ocasión de preguntar. Me coge en brazos y me lleva a su habitación. —Tú duermes aquí —susurra mientras me deposita en su cama. Siento que se acuesta detrás de mí y me aprieta contra su pecho. Si no estuviera tan contenta le haría preguntas, pero no digo nada. Mi cabeza descansa sobre la almohada y el calor de Joe me envuelve. Me duermo otra vez. —Buenos días. Abro los ojos y el embriagador perfume de agua fresca y menta me clava en la cama. Mi cerebro consciente está intentando desesperadamente convencerme de que me revuelva y me libere, pero mi cuerpo bloquea todas las instrucciones sensatas que envía el cerebro. Está sentado sobre los talones. —Necesito hacerlo —susurra apretándome la mano y tirando de mí hasta que estoy sentada. Coge el bajo de mi camiseta y tira de él hasta que me la quita por encima de la cabeza. Me besa el pecho y una caricia suave con la lengua llega describiendo círculos hasta mi garganta. Estoy tensa. Se aparta. —Encaje —dice en voz baja mientras me quita el sujetador. Estoy entre mi cuerpo, que lo necesita desesperadamente, y mi mente, que lo que de verdad necesita es hablar. Quiero aclarar las cosas antes de que vuelvan a arrastrarme al séptimo cielo de Joe, donde pierdo toda capacidad de razonar. —Tenemos que hablar —digo con calma mientras me besa el cuello y se abre camino hacia mi oreja. Todas mis terminaciones nerviosas están en alerta, suplicándome que me calle y que lo acepte. —Te necesito —susurra cuando encuentra mi boca, y hunde la lengua en mí. —Joe, por favor. —Mi voz es apenas un susurro inaudible. —Nena, así es como yo digo las cosas. —Me coge de la nuca y me atrae aún más hacia sí—. Deja que te lo muestre. Mi cuerpo gana. Ignoro los gritos de mi conciencia y me rindo a él como la esclava que soy. Me agarra por el trasero y me recuesta en la cama, sellando nuestras bocas por el camino. Todo mi ser cobra vida cuando su lengua, caliente y húmeda, se desliza entre mis labios y da vueltas lentamente por toda mi boca. Estamos en modo Joe gentil y es como si supiera que éste es el mejor lugar al que llevarme en este momento. Su respiración, lenta y profunda, me dice que él tiene el control cuando se apoya en el antebrazo y usa la mano sana para recorrer con la punta de los dedos desde la cresta de mi cadera hasta mi pecho. Una oleada de cosquilleos viaja por mi cuerpo con cada caricia, y mi respiración se vuelve superficial e irregular. Termina de dibujar el contorno de mi pezón al ritmo melancólico de nuestras lenguas. Me agarro a sus hombros y siento que todas las emociones perdidas me inundan de nuevo bajo sus caricias, su atenta boca y su cuerpo duro flanqueando el mío. Mi miedo estaba totalmente justificado: he vuelto a perderme en él. Gimoteo cuando aparta los labios y se sienta sobre los talones antes de quitarme los pantalones cortos con la mano sana y llevarse las bragas con ellos. —Necesitas un recordatorio —dice mirándome. —Esto no es el modo convencional. —Así es como yo hago las cosas, __. —Tira mis pantalones y mis bragas a un lado, me levanta y junta su boca con la mía—. Necesitamos hacer las paces. No puedo resistirme más. Clavo los dedos en la goma de sus bóxeres y lo beso con más fuerza mientras se los bajo por las caderas. Deja escapar un largo gemido y vuelve a tumbarme en la cama, lo que hace que tenga que soltar los calzoncillos, así que pongo un pie en el elástico y estiro la pierna para bajarlos del todo. Está medio acostado sobre mí, con su cuerpo duro y esbelto sobre el mío, y reclama mi boca, apretándose con más fuerza contra mí. Enrosco los dedos en su pelo y saboreo la fricción de su barba de varios días contra mi cara. Está demasiado larga para raspar, así que es más bien como un cepillo suave que se desliza por mi rostro. Separa nuestras bocas y entierra la cara en mi pelo mientras me coge del sexo y asciende con la palma de la mano al centro de mi cuerpo, pasa despacio por mi estómago y, poco a poco, la mueve entre mis pechos para terminar en mi cuello. —Te he echado de menos, nena —susurra contra mi cuello—. Te he echado mucho de menos. —Yo también te he echado de menos. —Le abrazo la cabeza. Me siento envuelta en su energía, aunque él ahora no esté fuerte. Me siento segura y protegida pero soy consciente de que en este momento la cuidadora soy yo. También me siento abrumada, completamente sobrepasada por la intensidad de mis sentimientos hacia este hombre lleno de problemas. Se mueve para que mis muslos lo acunen y pronto noto la cabeza húmeda y resbaladiza de su erección matutina apretándose contra mí. Mi mente es un revoltijo de pensamientos contradictorios, pero entonces se apoya en los brazos y me observa, como si fuera lo único que hay en el mundo. Nuestras miradas se funden y dicen más de lo que las palabras podrían expresar nunca. Cojo su bello rostro entre mis manos. —Gracias por volver a mí —me susurra cuando lo miro a los ojos y me ahogo en ellos. La emoción inunda todo mi ser. Le paso el pulgar por los labios húmedos y lo deslizo en el interior de su boca. Lo saco despacio y lo dejo en el borde de su labio inferior. Le da un beso en la punta y me sonríe mientras levanta las caderas, sin dejar de mirarme, y mi pelvis se recoloca para recibirlo. Suspiro de puro placer, un placer sin remordimientos, cuando despacio, sin prisa y con devoción, se desliza dentro de mí. Cierro los ojos y lo cojo de la nuca cuando me llena del todo. Se queda quieto, palpitando y latiendo en mi interior. Su respiración cambia de inmediato y pasa a ser rápida y brusca. Es un rasgo conocido; está esforzándose por mantener el control. —Mírame —me exige entre jadeo y jadeo. Me fuerzo a abrir los ojos y gimo un poco cuando lo noto moverse dentro de mí—. Te quiero — susurra con la voz quebrada. Cojo aire al oír las palabras que necesitaba escuchar desesperadamente desde hace tanto tiempo, pero ¿acaso cree que es eso lo único que quiero oír? ¿Cree que con eso basta? —No, Joe. —Cierro los ojos y aparto las manos de su nuca. —__, mírame —me exige bruscamente. Abro los ojos, llorosos, y miro su rostro, serio y carente de expresión—. Llevo todo el tiempo diciéndote lo que siento. —No, no lo has hecho. Me robabas el móvil e intentabas controlarme—respondo. Se mueve en círculos dentro de mí y, de inmediato, ambos soltamos un gemido. —__, nunca antes me he sentido así. —Se sale y luego vuelve a meterse más adentro, más hacia arriba. Intento poner orden en mis pensamientos dispersos pero nuevamente se me escapa un gemido. —Llevo toda la vida rodeado de mujeres desnudas que no se respetan a sí mismas. —Pone la mano en la mía y me sujeta de las muñecas, cada una a un lado de mi cabeza. «Embestida.» —¡Joe! —Tú no eres como ellas, __. «Embestida.» —¡Ay, Dios! Sale y vuelve a embestir. —¡Jesús! —Toma unas cuantas bocanadas profundas—. Eres mía y sólo mía, nena. Sólo para mis ojos, sólo para mis caricias y sólo para mi placer. Sólo mía. ¿Me has entendido? Se retira y vuelve a entrar, lentamente, en mí. —¿Y qué hay de ti? ¿Tú también eres sólo mío? —pregunto mientras muevo las caderas para capturar la deliciosa penetración. —Sólo tuyo, __. Dime que me quieres. —¡¿Qué?! —chillo ante sus fuertes embestidas. —Ya me has oído —dice en voz baja—. No hagas que te folle hasta que lo digas, cielo. Estoy estupefacta. Me estoy derritiendo debajo de él, incapacitada de placer, ¿y me exige que le diga que lo quiero? Lo quiero pero ¿debería confesárselo bajo presión? Aunque es justo lo que esperaba. Ha estado intentando convertirme en lo contrario de lo que conoce: hacía que fuera tapada, no me dejaba beber, insistía en que llevara delicado encaje en vez de frío cuero... Pero ¿qué hay del sexo? —__, contéstame. —Empuja más hondo y se mueve con firmeza. Una gota de sudor le cruza la frente—. No te lo guardes para ti. Sus palabras caen como un rayo. ¿Que me lo guardo? Ya ha intentado sonsacarme antes lo que siento por él a base de sexo: fue en el baño, el sábado pasado, cuando me penetró una y otra vez exigiéndome que lo dijera. Creía que lo que buscaba era que le asegurara que no iba a marcharme. Me equivoqué. ¿Cómo lo supo? Otra rotación perfecta y mis músculos internos empiezan a tener espasmos, a temblar y a abrirse camino paso a paso hacia el epicentro de mis terminaciones nerviosas. Se me tensan las piernas. —¿Cómo lo has sabido? —pregunto echando la cabeza hacia atrás de desesperación, mental y física. —Maldita sea, __, mírame. —Otro embate, pleno y duro, y abro los ojos.—¡Te quiero! —grita, y enfatiza las palabras con una retirada lenta y un ataque rápido y duro de sus caderas. —¡Yo también te quiero! —grito las palabras que me ha sacado a golpes. Deja de moverse por completo, nuestras respiraciones rápidas y frenéticas, y me sujeta las muñecas a cada lado de la cabeza. Me mira. —Te quiero tanto, joder. No pensé que fuera posible. Sus palabras me penetran hasta lo más hondo, la intensidad de nuestra unión me acelera el corazón, aún más cuando me mira, con lágrimas en los ojos. Me sonríe un poco y se retira despacio. —Ahora vamos a hacer el amor —dice en voz baja, meciéndose con suavidad dentro de mí y capturando mis labios en un beso lento y sensual, cargado de significado. Me suelta las muñecas y mis manos vuelan a su espalda, donde resbalan en su piel mojada. Su táctica ha cambiado por completo. Despacio, sin prisa, entra y sale de mí, me empuja hacia una euforia total mientras yo me aferro a su espalda todo lo fuerte que soy capaz. El sexo con Joe siempre ha sido incomparable, pero este momento tiene un poder significativo que jamás creí posible. Me quiere. Lucho por mantener mis emociones a raya cuando se aparta y pega la cara a la mía, nariz con nariz, la mirada llena de emoción. Me derrito. La consistencia de sus embestidas, profundas y controladas, hace que tiemble y me tense, y mi sexo se convulsiona y se aferra a su miembro con cada penetración. El velo de sudor en su frente se hace más denso por la concentración, y me indica que él también está al borde del precipicio. Levanto un poco las caderas en una entrada y gimo cuando me llena a más no poder. La sensación de su tempo, rítmico y meticuloso, hace que quiera cerrar los ojos con fuerza, pero no puedo apartarlos de los suyos. —Juntos —dice. Su aliento cálido me cubre la cara. —Sí —jadeo, y noto cómo se expande y palpita preparando su descarga. —Cielos, __. —Una bocanada de aire escapa de entre sus labios y su cuerpo se tensa, pero no aparta los ojos de los míos. Mi espalda se arquea en un acto reflejo cuando la espiral de placer llega al clímax y me envía temblando a un huracán de sensaciones incontrolables. Grito de desesperación y de placer, con el cuerpo tembloroso entre sus brazos. Cierro los ojos para contener las lágrimas que se han acumulado a medida que mi orgasmo empieza a desvanecerse, lento y perezoso, bajo sus caricias, continuadas y uniformes. —Los ojos —me ordena con dulzura, y yo obedezco y los abro de nuevo. Lanza un profundo gemido y tenso todos los músculos de mi sexo para abrazarlo y extraerle su descarga. ¿Cómo lo hace para mantener la cabeza levantada y los ojos abiertos? Puedo ver la batalla que está librando con su instinto, que le dice que me penetre y eche la cabeza hacia atrás, pero sostiene con rienda firme el control, y entonces casi se puede oír su repentina descarga cuando sus mejillas se hinchan y se introduce dentro de mí, largo y duro, y se mantiene ahí; mis músculos obligan a su erección palpitante a continuar con sus constricciones lentas mientras se vacía en mi interior. —Te quiero —le digo cuando me mira, con el pecho oscilando arriba y abajo. Ya está. Ahí lo dejo. Mis cartas están sobre la mesa y, técnicamente, ésa no me la ha sacado follando. Sus labios encuentran los míos. —Ya lo sé, nena. —¿Cómo lo sabes? —pregunto, porque soy consciente de que no se lo he dicho nunca. Lo he gritado en mi cabeza mil veces pero nunca lo he dicho en voz alta. —Me lo dijiste cuando estabas borracha —sonríe—. Después de que te enseñara a bailar. Hago un rápido repaso mental de la noche en la que me emborraché como una cuba y volví a ceder ante sus insistentes avances. Hay que tener en cuenta que no recuerdo gran cosa desde que Joe me sacó del bar. Estaba muy pedo, y eso también fue por su culpa. —No me acuerdo —confieso. Me siento como una idiota. —Ya lo sé. —Mueve las caderas. Suspiro. —Fue de lo más frustrante. Todo vuelve de repente. En verdad estaba intentando hacerme confesar que lo quería a base de sexo. Me observa mientras coloco las piezas en su sitio y su boca dibuja una pequeña sonrisa. —Lo has sabido siempre —digo en voz baja. «Los niños y los borrachos...» ¿He pasado días y días dándole vueltas y resulta que él lo sabía desde el principio? ¿Por qué no me dijo nada? ¿Por qué no habló conmigo en vez de intentar sonsacármelo a polvos? Las cosas habrían sido muy distintas. Su sonrisa desaparece, la reemplaza una expresión de estoicismo. —Estabas borracha. Quería oírtelo decir estando sobria. Cuando las mujeres se emborrachan siempre me confiesan amor eterno. —¿De verdad? Casi se echa a reír. —Pues sí. —Me mira—. No estaba seguro de si aún me querías después de... —Se muerde con ganas el labio inferior—. En fin, después de mi pequeño ataque de nervios. Me parto de risa por dentro. ¿«Pequeño ataque de nervios»? Por Dios, ¿cómo será entonces uno grande? ¿Y las mujeres le dicen que lo quieren? ¿Qué mujeres, y cuántas se lo han dicho? Compongo una mueca de asco. No me gusta nada el rencor que siento hacia cualquier otra mujer que lo ame o lo haya amado. Necesito quitarme esas ideas de la cabeza cuanto antes. No puede salir nada bueno del hecho de enterarme de esas cosas. —Te quiero —enfatizo mis palabras, las murmuro casi entre dientes, como si estuviera diciéndoselo a todas esas mujeres que también afirman amarlo. Siento que su cuerpo se relaja antes de continuar trazando lentos círculos dentro de mí. Lo aprieto más y envuelvo su cuerpo con el mío. Me he quitado un peso de encima, pero entonces caigo en la cuenta: estoy enamorada de un hombre y no tengo ni idea de la edad que tiene. —¿Cuántos años tienes, Joe? Levanta la cabeza y veo que los engranajes de su mente se ponen en movimiento. Sé que está pensando si debería decirme su edad real y parar de una vez con las estúpidas evasivas. —No me acuerdo. —Frunce el ceño. Ah, creo que puedo sacar partido de esto. Creo que estábamos ya en la treintena. —Estábamos en treinta y tres —lo informo. Me sonríe. —Deberíamos empezar otra vez. —¡No! —Tiro de su cara y restriego la nariz por su cuello sin afeitar—. Íbamos por treinta y tres. —Mientes fatal, nena. —Se ríe y me da un beso de esquimal—. Me gusta este juego. Creo que deberíamos empezar otra vez. Tengo dieciocho años. —¡Dieciocho! —No juegues conmigo, __. —¿Por qué no me dices cuántos años tienes y punto? —pregunto con exasperación. De verdad que no me importa. Tiene cuarenta años como mucho. —Treinta y uno. Me revuelvo debajo de él. Se acuerda perfectamente. —¿Cuántos años tienes? —Te lo acabo de decir: treinta y uno. Lo miro enfadada y una de las comisuras de sus labios empieza a formar una especie de sonrisa. —Sólo es un número —lloriqueo—. Si me preguntas cualquier cosa en el futuro, no te contestaré, o al menos, no te diré la verdad —amenazo. La especie de sonrisa desaparece en un santiamén. —Ya sé todo lo que necesito saber sobre ti. Sé lo que sientes, y nada de lo que me digas me hará sentir de otro modo. Ojalá tú sintieras lo mismo. ¡Eso es pasarse de la raya! No cambiaría para nada lo que siento por él. Tengo curiosidad, eso es todo. Ojalá me lo dijera y ya está. Ya me distraen bastante él y su complicada forma de ser. Ni siquiera hemos hablado aún, pero me siento mucho mejor. Ya no me noto vacía. —Dijiste que saldría corriendo si lo supiera —le recuerdo—, pero no voy a ir a ninguna parte. Se ríe. —Claro que no. —Lo dice muy seguro—. __, has visto lo peor de mí y no has salido huyendo. Bueno, saliste huyendo pero luego volviste. —Me besa en la frente—. ¿De verdad crees que me preocupa mi edad? —Entonces ¿por qué no me la dices? —pregunto, exasperada. —Porque me gusta este juego. —Vuelve a darme besos de esquimal en el cuello. Mi pecho se levanta con un hondo suspiro y le aprieto más el brazo, los hombros bañados en sudor y mis muslos alrededor de sus firmes caderas. —Pues a mí no —gruño, y hundo la cara en su cuello para inhalarlo entero. Exhalo satisfecha y recorro con los dedos su espalda tersa. Yacemos en silencio y completamente sumidos el uno en el otro durante mucho tiempo, pero de pronto noto que su cuerpo tiembla y me saca de mi ensimismamiento (estaba pensando en lo que nos deparará el futuro). Su cuerpo tembloroso me recuerda el desafío más difícil de todos. —¿Estás bien? —pregunto, nerviosa. ¿Qué debo hacer? Me abraza con fuerza. —Sí. ¿Qué hora es? Buena pregunta. ¿Qué hora será? Espero no haberme perdido la llamada de Dan. Me revuelvo debajo de Joe y él gime contra mi cuello. —Iré a ver. —No. Estoy muy a gusto —se queja—. Y tampoco es tan tarde. —Tardo dos segundos. Gruñe y se levanta ligeramente para que yo pueda escabullirme y luego separa el cuerpo del mío y se tumba boca arriba sobre el colchón. Salto de la cama y cojo mi móvil. Son las nueve en punto, y Dan no ha llamado. Qué alivio. Aunque tengo doce llamadas pérdidas de Joe. ¿Eh? Vuelvo al dormitorio y veo que está sentado en la cama, apoyado en la cabecera, en cueros y sin ningún pudor. Me miro. Yo también estoy desnuda. —Tengo doce llamadas perdidas tuyas —digo, confusa, al tiempo que le muestro mi teléfono. En su rostro aparece una mirada de desaprobación. —No podía localizarte. Pensé que te habías marchado. Tuve cien infartos en diez minutos, __. ¿Qué hacías en el otro dormitorio? —Me lanza una mirada acusadora. —No sabía en qué punto estábamos —digo; es mejor ser sincera. —¿Eso qué significa? —pregunta con escepticismo. Parece ofendido. ¿Acaso ha olvidado nuestra pequeña discusión del domingo? —Joe, la última vez que te vi, eras un extraño que me dijo que yo era una calientabraguetas y que te había causado un daño indescriptible. Perdóname por no tenerlas todas conmigo. Su cara de ofendido desaparece al instante. La de ahora es de arrepentimiento. —Lo siento. No lo decía de verdad. —Ya —suspiro. —Ven. —Da unas palmaditas sobre el colchón y me meto en la cama a su lado. Estamos de costado, mirándonos a la cara, usando el antebrazo a modo de almohada. —No volverás a ver a ese hombre. Eso espero, aunque no lo tengo tan claro como él. Una copa y podría encontrarme ante el bruto amenazador que, la verdad, no me gusta un pelo. —¿No volverás a beber nunca? —pregunto con nerviosismo. Es tan buen momento como cualquier otro para conseguir la información que necesito. —No. —Lleva el dedo índice a mi pelvis y empieza a dibujar círculos. Me estremezco. —¿Nunca? Se detiene sin terminar de completar el círculo. —Nunca, __. Lo único que necesito es a ti y que tú me necesites a mí. Nada más. Frunzo el ceño. —Ya hiciste que te necesitara y luego me destruiste —digo con calma. No quiero hacer que se sienta culpable, pero ésa es la verdad. Noto que vuelvo a estar cerca de necesitarlo, tras haber hecho el amor sólo una vez, y la verdad es que yo no quería volver a caer en eso. Se acerca más a mí, de tal modo que las puntas de nuestras narices están a punto de tocarse, y su aliento, tibio y mentolado, me cubre la cara. —Nunca te haré daño. —Eso ya lo dijiste antes —le recuerdo. Sí, la última vez dijo que no me haría daño a propósito, cosa preocupante, pero aun así lo dijo. —__, la idea de verte sufrir, emocional o físicamente, me resulta insoportable. No tengo palabras. Me vuelvo loco sólo de pensarlo. Me dan ganas de clavarme un cuchillo en el corazón por lo que te he hecho. —Eso es demasiado, ¿no crees? —le suelto, atónita. Me mira enfadado. —Es la verdad, igual que lo es que me pongo violento sólo de imaginar que otro hombre te desee. —Niega con la cabeza como si estuviera intentando borrar las imágenes que aparecen en su mente—. Lo digo completamente en serio. Ay, Dios. Es cierto: lo dice muy en serio. Tiene la cara larga y la mandíbula apretada. —No puedes controlarlo todo —replico con el ceño fruncido. —En lo que a ti respecta, haré todo lo posible, __. Ya te lo he dicho: te he estado esperando demasiado tiempo. Eres mi pequeño pedacito de cielo. Nada te apartará de mi lado. —Y pega los labios a los míos como para rubricar su declaración—. Mientras te tenga a ti, tendré un propósito y una razón de ser. Por eso no voy a beber, y por eso haré todo cuanto esté en mi mano para mantenerte a salvo. ¿Lo entiendes? Pues la verdad es que creo que no, pero asiento de todos modos. La determinación y la convicción con que lo dice son impresionantes, pero ambiciosas hasta rozar lo ridículo. ¿Qué cree que va a pasarme? No puede llevarme pegada a sus pantalones eternamente. Loco. Le paso el pulgar por la línea irregular de la cicatriz. —¿Cómo te la hiciste? —Pruebo suerte. Soy consciente de que no va a contestarme y sé que es un tema tabú, pero necesito obtener toda la información que pueda. Ya sé lo peor de él, así que esto no puede serlo aún más. Mira mi mano sobre su cicatriz y suspira. —Estás preguntona esta mañana. —Sí —concedo. Es verdad. —Ya te lo dije. No me gusta hablar del tema. —Eres tú el que se guarda cosas —lo acuso. Se tumba sobre la espalda con un profundo suspiro y se tapa la cara con el brazo. Ah, no, no va a darme la callada por respuesta esta vez. Me monto sobre sus caderas y le aparto el brazo—. ¿Por qué no quieres contarme cómo te hiciste la cicatriz? —Porque es mi pasado, __, y revolcarse en el fango no es la mejor manera de limpiarse. No quiero que nada afecte a mi futuro. —No lo hará. No importa lo que me cuentes, te seguiré queriendo. —¿Es que no lo entiende? Frunzo el ceño cuando sonríe. —Lo sé —dice, un pelín demasiado confiado. Está muy seguro de sí mismo esta mañana—. Ya me lo dijiste cuando no sentías las piernas — añade. ¿Eso dije también? No me acuerdo. Ya veo que le dije muchas cosas cuando estaba pedo. —Entonces ¿por qué no me lo cuentas? Pone las manos allá donde se unen mis muslos. —Si no va a cambiar lo que sientes por mí, no tiene sentido llenar tu linda cabecita de feos pensamientos. —Levanta las cejas—. ¿No crees? —Cuando me pidas que te cuente algo, no pienso hacerlo —respondo, enfadada. —Eso ya lo has dicho. Se sienta y une nuestros labios. Mis brazos lo rodean de forma mecánica, pero entonces me viene otra cosa a la cabeza. —¿Descubriste por qué las puertas de hierro y principal de La Mansión estaban abiertas? —Intento con todas mis fuerzas que no parezca que le doy importancia. —¿Qué? —Se aparta de mí, perplejo. —Cuando fui el domingo a La Mansión, las puertas se accionaron sin llamar al portero automático, y la puerta principal estaba entreabierta. — Sé que fue ella. —Ah. Por lo visto las puertas se estropearon. Sarah ya lo ha arreglado. —Vuelve a besarme. —Qué oportuno. ¿Y la puerta principal también estaba averiada? — inquiero con sarcasmo. Yo sé lo que pasó: la muy viva interceptó mi mensaje y acarició la idea de que yo apareciera sin avisar y descubriera las delicias de La Mansión. —La ironía no te pega, señorita —me regaña, pero me da igual. Esa mujer es una hipócrita y una arpía. De repente, me siento llena de determinación, aunque Joe me da un poco de pena. ¿De verdad cree que es su amiga? ¿Debería compartir con él mi veredicto? —¿Qué te apetece hacer hoy? —pregunta. ¡Mierda! Hoy he quedado con Dan y no puedo llevar a Joe conmigo. ¿Qué impresión se llevaría? No puedo presentárselo, dado que Dan es un hermano mayor protector y Joe tiene tendencia a pisotear a la gente. ¿Cómo voy a salir de ésta? —Pues hay algo que debo hacer... En ese instante suena su móvil, lo que pone fin a mi anuncio. —Por Dios —maldice Joe levantándome de su regazo y dejándome sobre la cama. Coge el teléfono y contesta antes de salir del dormitorio. —¿John? —Parece un poco impaciente. Me tumbo en la cama y visualizo las formas en las que podría darle la noticia de que tengo que ver a Dan. Lo entenderá. —Debo ir a La Mansión —dice, tajante, de vuelta a la habitación y camino del cuarto de baño. ¿Otra vez? Ni siquiera le he preguntado qué lo obligó a ir anoche, y caigo en la cuenta de que Kate no me ha devuelto las llamadas. —¿Va todo bien? —pregunto. Parece muy enfadado. —Todo irá bien. Vístete. «¿Qué?» ¡Ah, no! ¡No pienso ir a ese lugar! Todavía tengo que hacerme a la idea de todo. No puede obligarme a ir. Oigo el agua de la ducha y me pongo de pie de un salto para explicarle mis reticencias. Entro en el baño y lo encuentro ya metido en la ducha. Me sonríe y hace un gesto para que me una a él. Entro y cojo la esponja y el jabón, pero me los quita de las manos, echa gel en la esponja, hace que me vuelva de espaldas y empieza a enjabonarme. Me quedo de pie en silencio, rebuscando en mi cerebro una forma de abordar el asunto, mientras él desliza la esponja lentamente por mi cuerpo. Espero que no le dé una rabieta cuando le diga que no estoy dispuesta a ir. —¿Joe? Me da un beso en el omoplato. —¿__? —De verdad que no quiero ir —suelto del tirón, y entonces me echo la bronca a mí misma por no haber tenido un poco más de tacto. Hace una pausa con los círculos de espuma unos segundos, luego continúa. —¿Puedo preguntarte por qué? No puede ser que sea tan insensible como para tener que hacerme esa pregunta. Debería ser obvio por qué no quiero ir. Además, antes de saber lo que ocurría allí, tampoco quería ir, aunque entonces era por culpa de cierta bestia de lengua viperina y labios carnosos. Ahora ella ya no me molesta tanto, a pesar de que todavía no hemos hablado de su pequeña intromisión en la vida de Joe. Ése es otro tema más de los que tenemos que discutir. —¿No puedes darme un tiempo para que me acostumbre? —pregunto, nerviosa. Mentalmente le suplico que lo entienda y sea razonable. Él suspira y me pasa el brazo por los hombros, atrayéndome hacia su pecho. —Lo entiendo. —¿De verdad? Me da un beso en la sien. —No lo vas a evitar toda la vida, ¿verdad? Sigo queriendo esos diseños para mis nuevas habitaciones. Me sorprende que sea tan razonable. Ni preguntas, ni pasar por encima de lo que yo quiero, ni polvo de entrar en razón... ¿Está de acuerdo? Eso es bueno. ¿Y el ala nueva? Ni me acordaba de ella, pero tiene razón. No puedo evitar ese lugar toda la vida. —No. Además, tendré que ir a supervisar las obras cuando hayamos terminado con los diseños. —Bien. —¿Qué ocurre en La Mansión? Me suelta los hombros y empieza a lavarme el pelo con su champú para hombres. —La policía apareció anoche —dice como si no fuera con él. Me tenso de pies a cabeza. —¿Por qué? —Algún idiota que quería gastar bromas. La policía llamó a John esta mañana para concertar un par de entrevistas. No puedo escaquearme. Me da media vuelta y me coloca bajo el agua de la ducha para aclararme el pelo. —Lo siento. —No pasa nada —lo consuelo. No voy a explicarle por qué no pasa nada. Ahora puedo quedar con Dan sin preocuparme por la costumbre de Joe de pasar por encima de la gente—. Kate estaba en la mansión anoche.—La preocupación es evidente en mi voz. —Lo sé —levanta una ceja—. Fue toda una sorpresa. —¿Estaba bien? —Sí. —Me besa en la nariz y me da un azote en el trasero—. Fuera de aquí. Salgo de la ducha, dispuesta a secarme y a usar el cepillo de dientes de Joe después de que él lo haya usado. Soy demasiado vaga para cruzar el descansillo y coger el mío. Entro en el dormitorio y él ya está listo, guapísimo con unos vaqueros viejos y una camiseta blanca, aunque sigue sin afeitar. —Me voy. —Me cubre la cara de besos—. Ponte encaje para cuando venga. Me guiña el ojo y se va. No pierdo un instante. Cojo mi móvil y llamo a Dan. Quedamos en Almundo’s, una pequeña cafetería en C | |
| | | CristalJB_kjn Amiga De Los Jobros!
Cantidad de envíos : 477 Edad : 32 Localización : Mexico Fecha de inscripción : 24/10/2013
| Tema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA Junio 26th 2014, 20:40 | |
| Omj yi quiero mas sta hermosa la novela me gusta mucho la amo spero q el josefo no se enoje | |
| | | albitahdejonass:$ Vecina De Los Jonas!
Cantidad de envíos : 354 Edad : 28 Localización : BCN, en la cama con Joe y Nick :$ Fecha de inscripción : 22/04/2011
| Tema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA Junio 29th 2014, 17:47 | |
| Oioioioioioiiiiiii siguelaaaaa!!!!!! No puedo creer que sea tan adictiva,pero lo es, estoy enganchada | |
| | | CristalJB_kjn Amiga De Los Jobros!
Cantidad de envíos : 477 Edad : 32 Localización : Mexico Fecha de inscripción : 24/10/2013
| Tema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA Junio 30th 2014, 12:11 | |
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| | | albitahdejonass:$ Vecina De Los Jonas!
Cantidad de envíos : 354 Edad : 28 Localización : BCN, en la cama con Joe y Nick :$ Fecha de inscripción : 22/04/2011
| Tema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA Julio 5th 2014, 16:48 | |
| Eiiii!!! Sigue ya no? sigu sigue sigue!!!! | |
| | | Lady_Sara_JB Casada Con
Cantidad de envíos : 1582 Edad : 28 Localización : México Fecha de inscripción : 24/03/2013
| Tema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA Julio 6th 2014, 12:02 | |
| Chicas, perdonenme. No he estado muy bien, la verdad... Asi que no he subido nada a ninguna de las novelas pero ahora les subo tres capitulos... En serio una enorme disculpa. Capítulo 6 Parte 1
Cuando entro en Almundo’s recorro con la mirada la cara de la gente que disfruta de su desayuno de domingo y veo a Dan sentado en un rincón, con el rostro hundido en el periódico dominical. Tiene un aspecto fenomenal, bronceado y guapísimo. Cruzo el café a toda velocidad y me echo a sus brazos.
—¡Pero bueno! —Se echa a reír—. ¿Es que te alegras de verme?
Me abraza a su vez mientras yo estoy totalmente encima de él. Estoy tan contenta de verlo que toda la anticipación, el estrés y la emoción de las últimas semanas vuelven a desbordarme.
—Oye, nada de eso —me regaña.
—Lo siento. —Aparto la cara de su pecho y me siento a su lado. Me coge la mano.
—Sécate las lágrimas, anda —me sonríe—. Es lo mejor que te ha podido pasar en la vida. Estás mejor sin él.
Vaya, ¿se cree que estoy llorando por Matt? ¿Dejo que siga en la ignorancia? La alternativa sería contarle todo lo demás, y eso no puedo hacerlo. Nos tiraríamos aquí un mes entero. Me seco las lágrimas.
—Lo sé. Han sido unas semanas de mierda. Estoy bien, de veras.
—Olvídate de él y sigue con tu vida. Tienes que recuperar el tiempo perdido. —Me pasa la mano por el brazo con afecto—. ¿Qué hay de ese tipo que tiene a Matt lloriqueando?
Mierda, esperaba evitar cualquier pregunta relacionada con Joe. Me hacía ilusiones, claro.
—Se llama Joe. No es nada. Sólo es un amigo.
—¿Sólo un amigo? —Me mira en absoluto convencido, y yo me llevo la mano a un mechón suelto de mi recogido.
—Sólo un amigo —repito sacudiendo la cabeza—. Kate tuvo un momento tenso con Matt y pensó que lo haría callar si exageraba un poco la verdad.
—Conque hay parte de verdad... —Me observa, inquisitivo.
—No. —Necesito cambiar de tema—. ¿Cómo están mamá y papá?
Me dirige una mirada de advertencia.
—Amenazan con venir a visitarte y dejarte como nueva. Mamá dijo algo de un extraño que respondía a tu móvil la semana pasada. Imagino que él es esa «verdad exagerada», ¿no?
Vale, mis maniobras de distracción han fracasado miserablemente.
—Sí, sí. ¿Podemos cambiar de tema, por favor? —sueno molesta. Dan levanta las manos en un gesto defensivo.
—Vale, vale. Sólo te digo que te andes con cuidado, __.
Me hundo en la silla y pienso qué opinarían mis padres de Joe. No les gustaría, ni siquiera aunque no tuviera ningún problema con la bebida y La Mansión. Es evidente que es mayor que yo. Puede que le salgan los billetes por las orejas, pero eso no va a impresionar a mis padres, y el hecho de que le guste pasar por encima de quien sea de vez en cuando tampoco ayuda. Me es casi imposible disimular la frustración cuando se porta como un crío. Aunque quizá lo rápidamente que ha aceptado mi negativa de acompañarlo a La Mansión esta mañana sea el cambio que he estado esperando.
Pedimos café, agua y unas pastas, y charlamos sobre el trabajo de Dan, sobre Australia y sobre sus planes para el futuro. Le va bien. Su amigo está ampliando la escuela de surf y quiere que Dan sea su socio. Me alegro por él pero, por motivos egoístas, por dentro me siento un poco decepcionada. No parece que vaya a volver a Inglaterra.
—¿Qué tal está Kate? —pregunta mientras mordisquea las esquinas de su bollo y finge un desinterés total.
Debería abstenerme de mencionar a Sam. No creo que a Dan le guste ese detalle. De repente me acuerdo de que no me he tomado la píldora, y empiezo a rebuscar en mi bolso.
—Sigue siendo Kate —digo como si nada, a pesar de que me siento muy incómoda hablando de ella con Dan. No me parece bien—. ¿Y tú? ¿Alguna chica a la vista? —pregunto arqueando una ceja mientras dejo el café y cojo el agua.
—No —sonríe—. Al menos, no hay ninguna permanente.
Ya me imagino. Estoy a punto de soltarle la charla sobre el ir de flor en flor cuando mi móvil empieza a bailar sobre la mesa y Sweet disposition de Temple Trap suena a todo volumen. Sonrío. ¿Está intentando ser gracioso? Doy las gracias porque Joe haya cambiado el tono asignado a su número, pero necesito hablar con él sobre su manía de hacer lo que le da la gana con mi móvil. Sólo es la una en punto. Pensé que tardaría más, pero quizá siga en La Mansión y sólo esté llamando para ver cómo estoy.
—¡Me encanta esa canción! —exclama Dan—. Déjalo sonar.
Y empieza a cantar, haciéndome reír.
—Tengo que contestar.
Me levanto de la mesa con el móvil y Dan frunce el ceño. Sé que va a sospechar si me retiro para atender la llamada. Diré que era Kate. Salgo a la luz del sol.
—Hola —digo con alegría.
—¿Dónde coño estás? —brama Joe por teléfono. Lo aparto de mis tímpanos. Ya está exagerando.
—Cálmate. Estoy con mi hermano.
—¿Que me calme? ¡Vuelvo a casa y me encuentro con que has salido huyendo!
—¡Deja de gritarme, joder! —¿De verdad es necesario?
Ese hombre es imposible. Yo no dije que fuera a esperarlo sentada. Por Dios santo, estoy en caída libre, a punto de estrellarme contra el suelo después de que me hayan echado de mala manera del séptimo cielo de Joe. Pongo los ojos en blanco de pura desesperación.
—No he salido huyendo. He ido a ver a mi hermano, que ha vuelto de Australia —le cuento con calma—. Iba a quedar con él ayer, pero me entretuvieron en otra parte. —No era mi intención ser sarcástica, pero me sale solo.
—Disculpa las molestias —sisea.
—¿Perdona? —Su hostilidad me deja atónita.
—¿Cuánto vas a tardar? —Su tono de voz no ha cambiado, sigue siendo el de un capullo. Es posible que me vaya a casa de Kate. No estoy lista para que me arranquen la piel a tiras por haber quedado con mi hermano.
—Le he dicho que pasaría el día con él.
—¡Todo el día! —grita—. ¿Por qué no me lo has contado?
¿Por qué? ¡Pues porque sabía que me fastidiaría el plan!
—Tu móvil me interrumpió, y estabas muy ocupado con los problemas en La Mansión —le espeto.
Se hace el silencio al otro lado del auricular pero todavía lo oigo respirar trabajosamente. Imagino que ha estado corriendo por el ático, buscándome por todas partes. Demonios, esto va a ser muy difícil. Ese cambio que yo creía que se había producido acaba de ser borrado del mapa de un plumazo.
—¿Dónde estás? —Su tono se ha suavizado un poco, aunque es evidente que sigue molesto por mi salida secreta.
—En una cafetería.
—¿Dónde?
¡Ni de coña se lo voy a decir! Lo tendría aquí en un santiamén. Lo sé. Y luego me tocaría a mí explicarle a Dan quién es y de dónde ha salido.
—Eso no importa. Volveré a tu casa cuando termine.
—Vuelve a mí, __ —dice, y no me cabe duda de que se trata de una orden.
Relajo los hombros.
—Lo haré.
Nos quedamos en silencio y de repente me acuerdo de que hay una pequeña parte de Joe que me saca de quicio. ¿De verdad deseaba volver a todo esto?
—¿__?
—Sigo aquí.
—Te quiero. —Lo dice con dulzura, pero suena forzado. Sé que quiere pelea y le gustaría arrastrarme de vuelta al Lusso, y no puede hacerlo si no estoy localizable.
—Lo sé, Joe. —Cuelgo y respiro tranquila y agotada.
Estoy empezando a desear no haber descubierto el problema de Joe con la bebida, ese al que todo el mundo parece no darle ninguna importancia. Yo, por otra parte, me preocupo como una idiota por temor a empujarlo a que vuelva a empinar el codo. Siempre he defendido que saber es poder, pero ahora mismo preferiría lo de que la ignorancia es una bendición. Así podría colgarle a ese hombre controlador y exigente y dejarlo con su cabreo. Pero ahora lo sé, le he colgado y me preocupa haberlo dejado con la botella de vodka en las manos.
—¿Va todo bien?
Me vuelvo y veo a Dan, que se acerca con mi bolso. Le sonrío.
—Sí.
—Ya he pagado la cuenta. Ten. —Me pasa el bolso.
—Gracias.
—¿Estás bien? —pregunta frunciendo el ceño.
Pues la verdad es que no. La «verdad exagerada» está poniendo a prueba mi paciencia.
—Estoy bien. —Pongo cara de alegría—. ¿Adónde te apetece que vayamos?
—¿Al Tussaud? —pregunta con una amplia sonrisa. Se la devuelvo.
—Estupendo. Vamos.
Me ofrece el brazo, se lo acepto y echamos a andar. He perdido la cuenta de las veces que hemos vagado por las salas del museo de Madame Tussaud. Es una tradición. No hay una sola figura de cera con la que no nos hayamos hecho una foto. Nos hemos colado en las zonas restringidas y hemos hecho de todo con tal de hacernos las fotos que necesitábamos para ir actualizando el álbum. Quizá sea infantil, pero nos gusta.
Hemos pasado un día fantástico. Me he reído tanto que me duelen las mejillas. Resulta que las únicas figuras nuevas en el museo son miembros de la realeza. Me he hecho una foto con Guillermo y Catalina, y Dan ha quedado inmortalizado tocándole las tetas a la reina. Hemos cenado en nuestro restaurante favorito de China Town y nos hemos tomado un par de copas de vino en un bar. Me he sentido algo culpable cuando he bebido el primer sorbo, pero no iba a pedir un vaso de agua, Dan habría hecho preguntas. Además, una vez terminada la primera copa, la segunda ha entrado con facilidad.
Abrazo a Dan con todas mis fuerzas cuando nos despedimos en el metro.
—¿Cuándo te vas?
—Dentro de un par de semanas. Mañana me voy a Manchester a visitar a los amigos de la universidad, pero el domingo que viene estaré de vuelta en Londres, nos veremos antes de que me vaya, ¿verdad?
Lo suelto.
—Sí. Llámame en cuanto estés aquí otra vez.
—Vale. Cuídate mucho. —Me da un beso en la mejilla—. Tendré el móvil conectado por si me necesitas.
—Muy bien —sonrío. Está preocupado.
Se aleja a grandes zancadas y yo deseo que se quede para siempre. Nunca lo he necesitado tanto como ahora.
Entro en el vestíbulo del Lusso y veo que Clive está al teléfono. Avanzo con decisión hacia el ascensor. No tengo ganas de hablar.
—Adiós y gracias. ¡__! —me grita.
Me detengo y pongo los ojos en blanco antes de volverme.
—¿Sí?
Cuelga el teléfono y viene hacia mí.
—Ha venido una señora. He intentado llamar al señor Jonas pero no contestaba. No podía dejarla subir. Era una señora de mediana edad.
—¿Una señora? —Clive tiene toda mi atención.
—Sí, una mujer guapa con el pelo rubio ondulado. Ha dicho que era urgente, pero ya conoces las normas. —Levanta las cejas.
Vaya si conozco las normas y, por una vez, me alegro de que las hiciera respetar. ¿Pelo rubio y ondulado? Entonces seguro que no era Sarah.
—¿De qué edad, más o menos?
Se encoge de hombros.
—Unos cuarenta y pocos.
Vale. Sarah no me cae bien, pero no aparenta tener cuarenta años.
—¿A qué hora ha sido eso, Clive?
Mira el reloj.
—Hace como media hora.
—¿Ha dicho cómo se llamaba?
Frunce el ceño.
—No. La he detenido en la puerta. Quería subir directamente al ático, pero cuando no la he dejado pasar y he dicho que tenía que llamar al señor Jonas ha empezado a contestarme con vaguedades.
—No te preocupes, Clive. Gracias.
Doy media vuelta y sigo hacia el ascensor. Subo e introduzco el código. ¿Una señora? ¿Una señora que no da detalles y que pensaba que podía subir al ático sin ser anunciada?
Se abren las puertas, salgo y me encuentro con que la puerta de casa de Joe está abierta. ¿Es que no le preocupa la seguridad? Vale que tiene un conserje abajo que vigila quién entra y quién sale las veinticuatro horas y también un equipo de seguridad, pero no le iría mal un poco de sentido común. Cierro la puerta al entrar y me pongo en guardia al instante. El equipo de sonido está en marcha. No está tan alto como la última vez, pero es la canción lo que me pone nerviosa. Es la misma que estaba sonando el domingo pasado, cuando encontré a Joe borracho. Ángel.
Corro por el ático, sin apagar la música. Encontrar a Joe es más importante que quitar la canción que me recuerda a aquel día nefasto. Voy directa a la terraza pero no está allí. Tiro el bolso, subo los escalones de dos en dos y entro en el dormitorio. Nada. ¿Dónde está?
Me entra el pánico pero entonces oigo correr el agua en el baño. Me precipito hasta allí y encuentro a Joe sentado en el suelo de la ducha. Sólo lleva puestos los pantalones cortos de correr, que están empapados y pegados a sus muslos. Tiene la espalda apoyada en la fría pared de azulejos, la cabeza gacha, y está abrazándose las rodillas mientras el agua cae encima de él.
Como si notara mi presencia, levanta la cabeza y me mira a los ojos. Sonríe un poco pero no puede ocultar el dolor en la mirada. ¿Cuánto tiempo llevará así? Suspiro de alivio y de exasperación antes de meterme en la ducha, vestida, sentarme en su regazo y rodearle el cuerpo empapado con las piernas y los brazos.
Hunde la cabeza en mi cuello.
—Te quiero.
—Lo sé. ¿Cuántas vueltas has dado? —Ya ha hecho esto antes: corre por los parques reales para no pensar... en mí.
—Tres.
—Eso es demasiado —lo regaño. Estamos hablando de unos cuarenta kilómetros, no de una carrera rápida para aliviar el estrés. Su cuerpo no está lo bastante fuerte para eso.
—Me puse fatal cuando vi que no estabas.
—Ya me he dado cuenta —digo sólo con una pizca de sarcasmo. Lleva las manos a mis caderas y va a por mi pelvis. Doy un salto.
—Deberías habérmelo dicho —añade, muy serio.
Es posible, pero probablemente me habría chafado los planes, y no puede irse a correr una maratón cada vez que estamos unas horas separados.
—Iba a volver luego —intento darle seguridad—. No puedo estar siempre pegada a ti.
Deja escapar un largo suspiro y se hunde más en mi cuello.
—Ojalá lo estuvieras —gruñe—. Has bebido.
De repente me siento rara e incómoda.
—¿Has comido? —No se me ocurre qué otra cosa decir. Habrá quemado un millón de calorías corriendo como Forrest Gump.
—No tengo hambre.
—Tienes que comer, Joe —protesto—. Te prepararé algo.
—Luego. Estoy muy a gusto.
Así que lo dejo que se quede a gusto un rato más. Me siento en su regazo, con el vestido pegado al cuerpo y el pelo mojado, y dejo que me abrace. No puede hacerme esto cada vez que estemos un rato separados, no puedo aceptarlo. Lo que está claro es que no se ha producido ningún cambio en él y me he llevado una amarga decepción. ¿Y ahora, qué?
—Odio esa canción —digo en voz baja después de pasarnos una eternidad pegados como lapas.
—A mí me encanta. Me recuerda a ti.
—A mí me recuerda a un hombre que no me gusta. —No quiero volver a escucharla.
—Lo siento. —Me muerde el cuello y recorre con la lengua mi mandíbula—. Me duele el culo —masculla.
Es la ducha más larga que me he dado en la vida.
—Estoy muy a gusto —lo imito.
Vuelve a llevar la mano a mi cadera y yo salto y doy un grito.
—¡Para! —chillo—. Tienes que comer.
—Cierto. Y yo quiero a mi __, desnuda y en nuestra cama, para poder darme un atracón.
Se pone de pie conmigo en brazos, rodeándole el cuerpo, y sin apenas esfuerzo, teniendo en cuenta la mano maltrecha y el cuerpo exhausto.
¿«Mi __»? Me parece bien ¿«Nuestra cama»? Mejor no voy a pensar en eso por ahora.
—Me apunto, pero mi hombre tiene que comer. —Ya he hecho que corriera hasta caer redondo y sin una gota de combustible en el cuerpo; no voy a ser también la culpable de que se muera de hambre—. Primero comida, luego mimos.
—Mimos ahora, comida luego —contraataca mientras sale de la ducha conmigo en brazos y me deposita en el lavabo doble.
—Te voy a dar de comer y punto —lo informo. Lo digo muy en serio—. ¿Dónde está la venda?
—Y punto, ¿eh? —Coge una toalla de baño de la pila del estante y empieza a secarme el pelo con la mano sana. Me vendría bien un poco de champú y acondicionador—. Me molestaba. —Le resta importancia a mi preocupación.
Empiezo a temblar. El vestido empapado me roza el cuerpo y tengo la carne de gallina. Joe me envuelve con la toalla y tira de las esquinas para atraerme hacia él. Me besa con fuerza en los labios. Lo veo hacer una mueca.
—Y punto. Se me empieza a pegar la forma de ser de mi hombre.
—Tu hombre quiere pegarse a ti —me susurra acercando la entrepierna a mi muslo mientras me besa con dulzura.
—Por favor, come algo primero.
Se aparta con cara de pena.
—Vale. Primero comida y luego mimos.
¿Otra concesión? Esto sí que es hacer progresos. Normalmente nada se interpone en su camino a la hora de tomarme cuándo y cómo le apetece.
—¿Qué tal va la mano?
Mira la mano que sujeta la esquina de la toalla.
—No va mal. Fui bueno y le puse un poco de hielo.
—¡Qué valiente!
Sonríe, me da un beso de esquimal y luego otro en la frente.
—Vamos. Necesitas ropa seca. —Intenta levantarme del lavabo pero lo aparto—. ¡Oye! —protesta.
—La mano. No se te va a curar nunca si sigues llevándome en brazos a todas partes.
Salto del lavabo, me quito las bailarinas mojadas y me bajo la cremallera del vestido antes de quitármelo por la cabeza. Entonces me carga sobre sus hombros y me saca del cuarto de baño.
—Me gusta llevarte en brazos —sentencia tirándome en la cama—. ¿Dónde están tus cosas?
—En la habitación de invitados —digo recuperándome del viaje por las alturas.
Deja claro su desagrado con un gruñido antes de salir del dormitorio para volver poco después con todas mis cosas repartidas entre su mano sana, debajo del brazo y la boca. Lo echa todo sobre la cama.
—Ya está.
Saco de la bolsa unas bragas limpias y mi sudadera negra extra grande, pero pronto me arrebata las bragas de algodón. Frunzo el ceño cuando lo veo rebuscar en mi bolsa y sacar unas de encaje.
Me las pasa.
—Siempre encaje —dice asintiendo con la cabeza, y yo obedezco sin pensar y sin quejarme.
Me pongo las bragas de encaje y la sudadera gigante. Joe se quita los pantalones de correr mojados y se pone otros de algodón azul. Puedo ver que tiene los músculos de la espalda más definidos cuando se agacha para subirse los pantalones. Sentada, lo admiro desde la cama antes de que me coja otra vez en brazos y me lleve a la cocina.
Lo primero que hago es apagar la música con un pequeño escalofrío. Luego me planto delante de la nevera para estudiar su contenido.
—¿Qué te apetece? —Tal vez unos huevos, la proteína le vendría bien.
—Me da igual. Lo mismo que vayas a tomar tú.
Se acerca por detrás, coge un tarro de mantequilla de cacahuete y me da un beso en el cuello.
—¡Deja eso!
Intento quitarle el tarro, pero me esquiva y hace una rápida retirada al taburete de la isleta, se coloca el tarro bajo el brazo para desenroscar la tapa y mete el dedo para sacar una buena cantidad. Me mira sonriente mientras se lleva el dedo a la boca y sus labios forman una O cuando lo saca reluciente.
—¡Eres como un crío!
Me decido por el pollo fileteado y lo saco de la nevera. Yo ya he comido, pero voy a tener que hacer un esfuerzo por engullir algo más con tal de que él coma conmigo.
—¿Soy como un crío porque me gusta la mantequilla de cacahuete?—pregunta por encima del dedo.
—No. Eres un crío por el modo en el que comes mantequilla de cacahuete. Nadie con más de diez años debería meter los dedos en los tarros y, como no me dices tu edad, supongo que tienes más de diez años.—Le lanzo una mirada asqueada mientras saco el papel de aluminio y envuelvo los filetes en jamón de Parma. Luego los pongo en una fuente de horno.
—No hables sin haberlo probado antes —replica—. Toma. —Y me planta en las narices su dedo cubierto de mantequilla de cacahuete.
Pongo más cara de asco aún. Odio la mantequilla de cacahuete.
—Paso —digo metiendo el pollo en el horno. Se encoge de hombros y se chupa el dedo.
Saco unos guisantes tiernos y unas patatas nuevas de la nevera y los meto en la bandeja de cocción al vapor. Jugueteo con los mandos y el horno empieza a calentarse.
Me siento en la encimera y lo miro sonriente.
—¿Lo estás disfrutando?
Hace una pausa a punto de meterse el dedo en la boca.
—Puedo comer mantequilla de cacahuete sin parar hasta que me duela la tripa.
Mete otro dedo en el tarro.
—¿Te duele la tripa?
—No, aún no.
—¿Quieres parar ahora que no te duele y dejar espacio para la comida equilibrada que te estoy preparando? —Lucho para evitar echarme a reír.
Él no. Se ríe y, lentamente, enrosca la tapa del tarro de mantequilla de cacahuete.
—Nena, ¿me estás regañando?
—No, te estoy hacienda una pregunta —lo corrijo. No quiero ser su madre.
Empieza a morderse el labio inferior; me observa atentamente, con los ojos brillantes. Me estremezco de pies a cabeza. Conozco esa mirada.
—Me gusta tu sudadera —dice con un tono suave mientras su mirada baja hacia mis piernas desnudas. La sudadera es grande y me tapa el culo. No es nada sexy—. Me gusta cómo te sienta el color negro —añade.
—¿Ah, sí?
—Sí —afirma.
Va a distraerme otra vez. Necesito que coma como Dios manda, y tenemos que hablar de que mañana es lunes y debo irme a casa y luego a trabajar. Después del truquito de depositar un pago desproporcionado por adelantado en la cuenta de Rococo Union me preocupa que todavía siga empeñado en tenerme trabajando todos los días en La Mansión.
—Mañana es lunes —digo en tono positivo. No sé por qué he elegido ese tono. ¿Por qué positivo y no otro?
—¿Y? —Se cruza de brazos.
¿Qué le digo? ¿Es mucho pedir que sea razonable y comprenda que debo ocuparme de otros clientes? Ha dicho a las claras que no le gusta compartirme, ni social ni profesionalmente.
Tamborileo con los dedos sobre la encimera.
—Nada, sólo me preguntaba qué planes tenías.
Una mirada de pánico cruza por su rostro sin afeitar, y al instante me preocupa que mañana vaya a ser un trauma.
—¿Tú qué planes tienes?
Lo miro como si fuera idiota.
—Ir a trabajar —respondo.
Empieza a morderse el labio inferior y los malditos engranajes se ponen de nuevo en movimiento. No va a poder convencerme de que no vaya a trabajar.
—Ni se te ocurra. Tengo reuniones importantes a las que debo acudir—le advierto, sin darle tiempo a decir lo que sé que está pensando.
—¿Sólo por un día? —Me pone morritos, pero sé que lo dice muy en serio. Debo prepararme para una cuenta atrás o un polvo de entrar en razón.
—No, seguro que tienes que ponerte al día en La Mansión —afirmo con convicción. Tiene un negocio que sacar adelante, y se ha pasado una semana inconsciente. No puede esperar que John se encargue siempre de todo.
—Supongo que sí —gruñe.
En mi mente, chillo de alegría. ¿No hay cuenta atrás? ¿Ni polvo de entrar en razón? Estamos haciendo progresos de verdad.
—Ah, Clive me ha dicho que antes vino una mujer. —Se me había olvidado por completo.
—¿Ah, sí? —Parece sorprendido.
—Dijo que estaba intentando subir al ático, que no le dijo su nombre y que tú no contestabas al teléfono cuando trató de llamarte. Rubia, de mediana edad, pelo ondulado...
Lo observo para ver cómo reacciona, pero él se limita a fruncir el ceño.
—Hablaré con él. ¿Está ya lista mi comida equilibrada?
¿Eso es todo? ¿Hablará con Clive? Yo quiero saber quién era.
—¿Quién era? —pregunto como si tal cosa mientras me bajo de la encimera para ver qué tal va la comida.
—Ni idea.
Se levanta y saca unos cubiertos del cajón. ¿Está tratando de evitar el tema?
—¿Seguro que no lo sabes? —pregunto, convencida de que sí, mientras saco el pollo del horno y lo pongo en la sartén para darle el toque final.
—__, de verdad que no lo sé, pero te prometo que hablaré con Clive para ver si puedo averiguarlo. Ahora, da de comer a tu hombre.
Se sienta con el tenedor en una mano y el cuchillo en la otra sobre la encimera. Si empieza a dar golpes en ella, se los pongo por corbata.
Empiezo a servir los platos y a ofrecerle la primera comida que he preparado para él. Odio cocinar. La ataca sin dilación.
—Ñam-ñam —masculla con la boca llena de pollo—. ¿Qué tal lo has pasado con tu hermano?
Lo habría pasado mucho mejor si él no me hubiera interrumpido con su numerito.
—Bien —respondo sentándome a su lado.
—¿Sólo bien? Oye, esto está muy bueno.
Me gusta verlo comer algo que no sea mantequilla de cacahuete. Ahora mismo es otro hombre, seguro y con confianza en sí mismo, pero en un abrir y cerrar de ojos se desmorona por completo. ¿De verdad le causo ese efecto?
—Lo hemos pasado en grande. Fuimos al museo de Madame Tussaud y cenamos en nuestro restaurante chino favorito.
El pollo está realmente rico. No me puedo creer que esté cenando otra vez.
—¿Al Madame Tussaud?
—Sí, es lo que hacemos siempre. —Me encojo de hombros.
—Es bonito tener costumbres. —Parece sincero—. Pero ¿tú no habías cenado ya? —Mira mi plato y me sonrojo—. ¿Es que estás comiendo por dos? —me pregunta observándome. Casi me atraganto con una patata.
—¡No! —La comida se me sale de la boca. Ya le he dicho que eso es imposible. Me gustaría que dejara el tema—. No te preocupes —gruño, y vuelvo a mi cena. | |
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| Tema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA Julio 6th 2014, 12:04 | |
| Capítulo 6 Parte 2 Sigue comiendo mientras de vez en cuando profiere sonidos de agradecimiento con el tenedor en la boca. Pensaría que se está burlando de mí si no lo hubiera probado; me ha salido bueno.
Cuando hemos terminado, cargo el lavavajillas y empiezo a pensar en esto y en lo otro. Me reconcome el hecho de que le haya quitado importancia a la visita misteriosa de ese modo. Me molesta que haya sido tan poco claro.
Me vuelvo para preguntarle y me doy de bruces contra su pecho duro y desnudo.
—¡Ay!
Es muy alto y respira con fuerza. Mis ojos reparan en la enorme erección que levanta una tienda de campaña en sus pantalones cortos de algodón.
—Quítate la sudadera —me ordena con la voz baja y ronca.
Miro sus ojos castaños y tomo nota mental de que no está de broma. Quiero expresar que no me siento satisfecha con cómo ha evitado mis preguntas, pero sé que ahora mismo no llegaría a ninguna parte. Además, me encanta ver que mi hombre dominante ha vuelto. Hacía demasiado tiempo que no lo veía. Cojo el bajo de la sudadera y tiro de él despacio hacia arriba, me la saco por la cabeza y la tiro al suelo.
Joe admira mi cuerpo con la vista, que recorre mis pechos desnudos y se posa en el triángulo donde se unen mis muslos.
—Eres de una belleza imposible, y toda mía.
Hunde los dedos en el elástico de mis bragas y las baja lentamente por mis piernas mientras se pone de rodillas. Me da un golpecito en un pie para que lo levante y luego en el otro. A continuación rodea mis tobillos con las manos. Quiero decirle que tenga cuidado con la mano lastimada, pero su caricia es tan ardiente y mi piel tan sensible que ha desatado una tormenta en mí y un tsunami líquido fluye de mi entrepierna. Miro hacia abajo para observarlo y veo que mi pecho sube y baja cuando respiro. Joe provoca reacciones de lo más increíble en mí. Estoy indefensa ante él. No hay solución. No tengo remedio.
Su mirada encuentra la mía.
—Creo que dejaré que te corras tú primero —dice con voz ronca—. Luego te voy a partir en dos.
Trago saliva ante su apasionada promesa y él recorre con las palmas de las manos mis piernas, desde los tobillos hasta las nalgas, y luego tira de mí hacia su boca impaciente. Su invasión me reduce a una montaña de gemidos. Su lengua se pasea por todo mi ser, de forma experta, con un propósito. Mis manos encuentran su pelo y mis caderas trazan círculos hacia su boca sin que mi cerebro les diga nada.
Echo la cabeza atrás.
—Mierda —gimo mientras mi sexo palpita y se acelera hasta llegar a una vibración constante.
—Esa boca —masculla contra mi piel, cosa que sólo sirve para acercarme un poco más al éxtasis total.
Siento una de sus manos deslizarse por mis nalgas hasta el interior del muslo. Introduce un dedo en mí. Con un grito desesperado le suelto la cabeza para apoyarme en la encimera en busca de un punto de sujeción; su dedo se mueve en círculos, ensanchándome y rozando la pared delantera en cada rotación. Estoy a punto. Mis músculos se aferran a su dedo con avidez.
—Dime cuándo, __.
Mete otro dedo y empuja la mano más adentro. Entre eso y la vibración de su lengua contra mi clítoris, no puedo más.
—¡Ya está! —grito empujando mis caderas hacia su boca, intentando que la sensación disminuya de intensidad.
Una nueva arremetida acaba conmigo, y me empotro contra la encimera entre violentos temblores. El corazón se me va a salir del pecho. Aminora el ritmo y me acaricia con suavidad, dejando que vague y me tranquilice con un suspiro hondo y satisfecho.
—Tú tampoco estás mal —digo al tiempo que dejo caer la cabeza sobre el pecho para mirarlo.
Levanta la vista pero no aparta la boca de mí, sigue trazando suaves círculos e introduciéndome los dedos, sin prisa, adentro y afuera.
—Lo sé —se vanagloria—. ¿Verdad que eres afortunada?
Niego con la cabeza. Es un engreído. Me deprimo al recordar, otra vez, por qué es tan bueno. Aparto la imagen de mi cabeza de inmediato y borro todos los pensamientos desagradables relacionados con Joe y su pasado sexual. En vez de eso, me centro en cómo se pone de pie sin dejar de lamerme durante su ascenso.
Llega a mi pezón, lo mordisquea ligeramente y luego me pasa el brazo por el culo para levantarme y hacer que nuestros ojos queden a la misma altura.
—¿Estás lista para que te follen como Dios manda, nena?
«...»
—Vuélvete loco —lo desafío mientras me agarro a sus hombros.
Me besa, posesivo, y se deleita en mi boca. Cuando se porta como ahora me olvido de sus momentos de debilidad, en los que yo lo consuelo, lo abrazo y le digo que todo irá bien. Pero ahora mismo es dominante y tremendamente sexy. Me encanta, y lo echaba mucho, muchísimo de menos. Sin separar los labios de los míos, me saca de la cocina y me lleva al gimnasio. ¿El gimnasio?
Abre la puerta de una patada, me deja de pie en el suelo y se inclina un poco para que nuestras bocas no se despeguen pese a la diferencia de altura. Me muerde el labio inferior y empieza a andar hacia adelante, por lo que yo tengo que hacerlo hacia atrás. Se detiene tras unos pocos pasos y me besa la oreja. Su aliento tibio hace que todos mis sentidos entren en ignición. Mentalmente, le suplico que se dé prisa.
—¿Te apetece hacer ejercicio? —susurra.
—¿Qué tienes en mente? —Froto la mejilla contra su cuello mientras él me mordisquea la oreja y hace que vuelvan las palpitaciones en mi sexo, lentas y sutiles. Se aparta de mí y la ausencia de su cuerpo cálido me deja helada y deseando que vuelva de inmediato. Miro el gimnasio y me pregunto qué habrá planeado. Luego lo miro a él. Me observa con los ojos llenos de promesas mientras se baja los pantalones. Su erección queda en libertad.
Jadeo. No sé por qué, ya la he visto unas cuantas veces, pero todavía me corta la respiración. Deslizo la mirada hacia arriba, más allá de la cicatriz, y la dejo unos instantes en sus hermosos pectorales. Nunca me cansaré de admirar el cuerpo del hombre que tengo delante. Nunca. Es una obra de arte, esculpida y tallada con la más absoluta perfección. Con la cabeza, señala detrás de mí y yo me vuelvo despacio, pero todo cuanto veo es la máquina de remo y el saco de boxeo. Me vuelvo de nuevo para mirarlo. Tiene el rostro impasible y, despacio, señala otra vez con la cabeza, lo que me indica que lo que sea que tiene en mente está, en efecto, detrás de mí. Entonces lo pillo. Ha dicho que iba a partirme en dos. «¡Madre de Dios!»
—Ah —susurro.
Avanza lentamente hacia mí y el potencial de sus intenciones me hace temblar. Me coge de la mano y me lleva hacia la máquina de remo. Se sienta en el banco. Su erección queda en vertical respecto a su cuerpo, y el posible escenario me hace jadear de anticipación. Tira de mí y me quedo de pie delante de él. Con la mano lastimada guía mi pierna para que me coloque a horcajadas sobre sus caderas. Lo miro y mi corazón late a más no poder a la espera de instrucciones. Me coge los pechos entre las palmas de las manos y los masajea hasta que se vuelven pesados y me duelen. No se me escapa que hace una mueca de dolor, pero no se detiene, y yo tampoco voy a decirle que pare.
—Mmm. —Echo la cabeza atrás y abro la boca para dejar escapar pequeñas bocanadas de aire.
—__, me estás matando.
Levanto de nuevo la cabeza para que nuestras miradas se encuentren.
—Te quiero —susurra deslizando las manos en mis caderas. Doy un respingo y las comisuras de sus labios bailan.
—Me encanta cuando saltas cada vez que te toco aquí. —Con los índices dibuja círculos en mis puntos sensibles.
Me cuesta mantener la compostura.
—Me encanta lo mojada que estás por mí, aquí. —Desliza un dedo dentro de mí, arrastra mis fluidos consigo y luego pasa la mano por mis labios.
Gimo.
—Me encanta cómo sabes. —Introduce el dedo en su boca y lo lame lentamente sin dejar de mirarme. Luego vuelve a cogerme de la mano, tira de mí y me lleva hacia su erección expectante.
Chillo cuando me empala. Es grueso y está duro, y me atraviesa por completo.
Apoya la frente en la mía.
—Me encanta cómo me siento dentro de ti. —Pasa el brazo por debajo de mis nalgas—. Rodéame con las piernas —ordena.
Me aferro a él por la cintura y cruzo los tobillos a su espalda para acercarme más a él. Se le corta la respiración cuando me inclino hacia adelante y le pongo las manos sobre los hombros.
—Te quiero —afirma rotundamente cuando empieza a moverse para que nos deslicemos hacia adelante en el banco.
La frenada brusca al final de los raíles me sobresalta y dejo escapar un pequeño grito. Cierra los ojos. Sí, empiezo a ver las ventajas de esto. Su penetración es profunda, pero no harán falta muchas idas y venidas de éstas para que le suplique que haga que me corra.
Cuando abre los ojos, bajo los labios hacia los suyos y él acepta mi necesidad de contacto. Me encanta su boca. Me encanta lo que hace con ella. Me encantan las palabras que usa y los tonos que emite esa boca. Me encanta la forma en que se muerde el labio inferior cuando delibera sobre algo que le parece importante.
—Te quiero —digo contra sus labios.
Se aparta; su apuesto rostro está radiante.
—No sabes lo feliz que eso me hace —señala, y hace que nos deslicemos de nuevo al comienzo del raíl—. ¿Me necesitas?
Me preparo para el frenazo, que sé que llegará con el final del trayecto, y ambos gemimos juntos cuando llega.
—Te necesito.
—Eso también me hace muy feliz. ¿Otra vez? —pregunta, aunque ya está empujando de nuevo hacia el final del raíl.
—Por favor. —Frenazo—. ¡Ah! —mascullo cuando la sensación de mi estómago se transforma en un lento ascenso hacia el clímax.
Viajamos de nuevo por el raíl, esta vez un poco más de prisa. «¡Frenazo!»
—¡Ah!
—Lo sé —susurra—. ¿Más?
—¡Sí!
Hundo la lengua con desesperación en su boca. Hace que nos deslicemos con suavidad, pero esta vez no deja que lleguemos al final, sino que empuja con los pies y vuelve a enviarnos al inicio del raíl. Chocamos con fuerza, nuestros cuerpos colisionan y tengo que dejar su boca y hundir la cara en su hombro para ahogar un grito.
—¡Mierda!
Repite el mismo delicioso movimiento. «¡Travesía e impacto!» Esto es muy intenso. Nunca lo había sentido tan dentro. Poso la boca en su hombro y me resisto al impulso de clavarle los dientes. Mis manos se deslizan en su nuca intentando sujetarme con fuerza mientras nos desplazamos de nuevo hacia el inicio del raíl, listos para otro choque.
Mis entrañas se retuercen y noto cómo su miembro palpita en mi interior. Joe hace que nos catapultemos de nuevo al inicio y, cuando chocamos, mis dientes se clavan en su hombro y grito de puro placer. Es exquisito.
—¡Joder, __!
Dejo de morderlo y beso las marcas que han dejado mis dientes mientras descendemos de nuevo.
—Vuelve a morderme en el hombro —jadea.
Ah, le gusta. Recuerdo la de veces que lo he mordido y que le he clavado las uñas. Hago lo que me dice y gimo contra él mientras vuelvo a morderlo cuando chocamos.
—¡Mierda, voy a correrme! —grita, y deja que nos deslicemos otra vez—. ¿Lista?
—¡Sí!
Acerco la boca a su hombro y le clavo los dientes con suavidad, preparada para la arremetida.
Joe se deja ir. Se acabaron los movimientos controlados. Hace que nos deslicemos y choquemos sin descanso mientras yo sigo clavándole los dientes y las uñas en el hombro. La intensidad con la que su poderosa erección colisiona contra mi interior hace que grite su nombre entre dientes. Noto fuegos artificiales en el vientre mientras él continúa deslizándonos y dejándonos chocar, empujándome hacia la detonación final. Las palpitaciones y las embestidas incansables de su erección, enterrada muy dentro de mí, hacen que galope hacia la línea de meta, y de repente me corro, empujada al éxtasis por un choque tremendo y un grito al unísono. Hundo los dientes en su hombro una vez más y Joe levanta las caderas y grita con fuerza. Dios mío.
Todavía estoy palpitando y sumida en mi orgasmo cuando, apenas consciente, noto que me mecen con suavidad. El leve movimiento exprime hasta la última gota que tiene para mí.
Aparto la cara de su hombro y lo beso en la marca que han dejado mis dientes.
—Es usted una salvaje, señorita.
Gira la cabeza para mirarse el hombro y luego me mira a mí.
Toma posesión de mi boca, me da un beso profundo y yo lo aprieto con fuerza entre mis brazos, unida a él en la pasión del momento. Podría quedarme así para siempre, encajada con él.
—Voy a llevarte a la cama y voy a dormir toda la noche dentro de ti. —Empieza a levantarse despacio, sin soltarme—. Ahora bésame —me ordena antes de echar a andar para salir del gimnasio conmigo agarrada a su cintura.
Le paso las manos por el pelo y le doy un tirón para acercar la boca a la suya.
—Una salvaje —dice contra mis labios.
Sonrío y abro los ojos en el momento en que comienza a subir la escalera. Me mira cuando nuestras lenguas se entrelazan y bailan a su ritmo entre nuestras bocas. Le mantengo la mirada durante todo el camino hasta llegar al dormitorio. Me deposita en la cama, debajo de él. Puedo sentir cómo se pone duro dentro de mí otra vez. Este hombre es incansable.
Con su mano agarrándome del trasero, me desplaza sobre la cama hasta que mi cabeza encuentra una almohada. Nuestras bocas y nuestros cuerpos permanecen unidos todo el tiempo.
—Quédate conmigo —dice mientras me aparta el pelo de la cara. Me observa atentamente; los ojos le brillan de satisfacción por tenerme entre sus brazos.
—Estoy aquí.
—Vente a vivir conmigo. —Me acerca la cara y su nariz traza círculos sobre la mía.
¿Perdón? ¿Es que este hombre no conoce el significado de la palabra «gradual»? Va un poco de prisa, y todavía no hemos hablado de las cosas importantes, como La Mansión, el trabajo y su forma imposible de ser.
—Te quiero aquí cuando me voy a dormir. —Lame mi labio inferior —. Y te quiero aquí al despertarme. Empezar y terminar mi día contigo es todo cuanto necesito.
Soy perfectamente consciente de que si no le doy la respuesta que quiere oír me espera una pataleta o un polvo de entrar en razón, y no me apetece estropear el momento. Necesito este momento.
—¿No crees que es un poco pronto?
Levanta la cabeza y su expresión todavía no es la de una pataleta, pero está en camino.
—Está claro que para ti lo es.
—Sólo han pasado dos días —digo en un intento de hacerlo razonar. Frunce el ceño.
—¿Dos días desde qué?
Se incorpora y, al apartarse y apoyar los codos sobre la cama a ambos lados de mi cabeza, se sale un poco de mí. Empuja hacia adelante y el aliento se me queda atrapado en la garganta.
—Quiero esto todas las mañanas y todas las noches. —Sonríe, sabe perfectamente lo que me está haciendo. Me va a echar un polvo de entrar en razón—. Y quizá un poco entremedias.
Se aparta otro poco y vuelve a empujar con fuerza. Cierro los ojos. No me engaño: sé que no va a hacerme el amor. Quizá, si le digo que sí, consiga al Joe galante, pero no estoy segura de querer venirme a vivir con él.
—Sólo me quieres por mi cuerpo.
Finjo sorpresa al quedarme sin aliento. Jadea y me penetra lentamente con un movimiento controlado.
—¿No te gusta esto?
Echo la cabeza hacia atrás y gimo.
—No juega usted limpio, señor Jonas.
Se retira despacio.
—¡Di que sí! —grita embistiendo hacia adelante, dejándome sin respiración y obligándome a sujetarme a la cabecera de la cama—. ¿Voy a tener que echarte un polvo de entrar en razón, __?
Ahí está. Va a echarme un polvo de entrar en razón cuando no tiene razón. ¿Que me venga a vivir con él? Es demasiado pronto.
Se me tensan los músculos y se me calienta la sangre, que corre por mis venas a velocidad de vértigo. Odio que me haga esto. Todo esto de ser tan sensible a él es una locura de tomo y lomo.
—¡No! —exploto, y me penetra con más ímpetu mientras suelta un gruñido.
Con la mano lastimada, me sujeta por la nuca y me obliga a levantar la cabeza para mirarlo. No estoy segura de si tiene el ceño fruncido porque está enfadado o porque le duele la mano.
—Dilo —me ordena, y vuelve a cargar hacia adelante.
No voy a ceder. Es demasiado pronto, de verdad. No va a parar, ha ido demasiado lejos.
—No —digo con claridad y firmeza entre jadeos.
Gruñe y me embiste sin piedad. Me aferro a él con los músculos del vientre mientras me empuja hacia la cabecera de la cama.
—¡Mierda, dilo de una vez, __! —ruge.
Una gota de sudor le cae por la sien, y la arruga de la frente se coloca en posición.
—¡No!
—¡__! —grita, y su voz resuena en la habitación antes de que junte la boca con la mía con furia.
Retrocedo y me repliego ante el poderío de su cuerpo y la avidez de su boca mientras mi orgasmo inminente se cuece a fuego lento en mi entrepierna.
—¿Te gusta? —jadea contra mi boca al tiempo que persiste con sus embestidas incesantes.
—¡Sí!
—¿Lo quieres todos los días?
—¡Sí! —grito, ¡y es verdad!
Me tira del pelo con más fuerza y mueve las caderas con más brío.
—¡Entonces dilo! —brama.
Siento que mis dudas se disipan mientras vuelo hacia un pozo de puro placer bajo su cuerpo. La razón se desvanece cuando Joe se apodera de mi cuerpo, de mi alma y de mi mente.
—¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Joder, sí! —grito.
—¡Esa boca! —Su voz atronadora se hace más aguda a medida que se une a mi placer, y me suelta el pelo antes de hundir el puño en el colchón. Se adentra en mí todo lo que puede y se queda ahí, con la cabeza echada hacia atrás. Ruge.
Siento su orgasmo caliente inundando mi interior. Suelto la cabecera de la cama y me agarro a su pecho. Deja caer la cabeza, nuestras miradas se encuentran y balancea las caderas para calmarnos a los dos.
—¿A que no ha sido tan difícil? —Su voz es seca y áspera. Le acaricio el pecho con las palmas de las manos.
—Estaba embriagada —respondo, y me doy una patada mental por lo bien que he elegido la frase.
No puede tomarme la palabra, no así. Pero entonces caigo en la cuenta de que es Joe, mi hombre controlador y exigente. Me va a tomar la palabra, no me cabe duda. Sonríe. Es una sonrisa amplia y gloriosa, y me besa con ternura. Luego se tumba en la cama, de forma que quedó tendida sobre su pecho. Sus dedos recorren mi columna vertebral y me recoge el pelo. Me acurruco feliz contra él.
Suspira.
—No puedo estar contigo las veinticuatro horas del día —comento, pensativa, aunque tal y como me siento ahora mismo, la idea es tentadora. ¿Por qué no iba a querer esto por las mañanas, por las noches y un poco entremedias?
Deja escapar un largo suspiro, cansado.
—Ya sé que no puedes, pero ojalá fuera posible.
—Tengo un empleo, una vida...
—Yo quiero ser tu vida.
—Lo eres —respondo con dulzura.
En ocasiones puede ser tan delicado y tan vulnerable, y sé que yo soy la respuesta. Dista mucho del bruto dominante que acaba de echarme un polvo de entrar en razón, aunque ¿esto es entrar en razón o es locura pura y dura? | |
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| Tema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA Julio 6th 2014, 12:17 | |
| Capítulo 7 Parte 1 Estoy helada. Hago una mueca de dolor ante la luz que ataca mis ojos, los abro de golpe y me incorporo de un salto. ¿Dónde está? Me aparto el pelo de la cara, salto de la cama y corro al cuarto de baño. No está. Presa del pánico, vuelo escaleras abajo y no paro hasta llegar a la puerta de la cocina. —Buenos días. —Deja su taza de café y se acerca hacia mí. Es como si estuviera mirando a otro hombre. ¿He estado soñado los últimos dos días? Lleva puesto un traje gris marengo, una camisa blanca reluciente y una corbata rosa claro. Se ha afeitado y se ha peinado la maraña castaña oscura a un lado. Sus ojos cafés brillan encantadores. Está impresionante. —Bu... buenos días —tartamudeo. Estoy confusa. Se acerca y me rodea la cintura con el brazo, luego me levanta del suelo y me aproxima a su boca. —¿Has dormido bien? —pregunta rozándome los labios con los suyos. —Mmm —murmuro. Me he quedado estupefacta. Estaba segura de que esta mañana iba a tener que librar una batalla campal con don Difícil. —¿Ves? Por eso te quiero aquí mañana, tarde y noche —musita. —¿Por qué? —Frunzo el ceño. ¿Para que pueda hacer esto todas las mañanas? Tal vez lo de mudarme con él no sea tan mala idea, después de todo. Me sienta sobre sus rodillas y se aparta para poder verme mejor. Se pasa la mano lastimada por la barbilla recién afeitada, levanta una ceja y me dirige una media sonrisa. «¡Mierda! ¡Pero si estoy en pelotas!» —¡Joder! —Me vuelvo e inicio una rápida retirada hacia la escalera. No llego muy lejos. Me pilla a medio camino, me rodea la cintura con el brazo y me levanta del suelo. —¡Cuidado con esa boca! Me lleva de vuelta a la cocina y me sienta sobre la isleta. —¡Ay! —grito al notar el frío del mármol en mi trasero. Se echa a reír y me separa los muslos antes de meterse entre ellos. —Quiero que bajes a desayunar así todos los días. —Su índice se pasea desde mi rótula hasta la ingle. Ahora estoy más que despierta. Y tensa. —Estás muy seguro de que voy a estar aquí todas las mañanas —digo con toda la tranquilidad con la que una mujer puede hablar cuando un dios le está pasando el dedo por el vello púbico. Estoy intentando mantener el control y comportarme como si nada, pero lo cierto es que estoy tiesa como un palo y él lo sabe. De todos modos, no puede obligarme a cumplir lo que he prometido en mitad de un orgasmo. Lucha por contener una sonrisa. —Lo estoy porque tú aceptaste. Lo que dijiste exactamente fue... Mira al techo como si se estuviera concentrando mucho y luego me mira a mí. —Ah, ya me acuerdo. Dijiste: «¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Joder, sí!» —Pierde la batalla por contener la risa y las comisuras de sus labios se levantan picaronas mientras introduce un dedo en mi interior. Me tenso todavía más. —¡Fue en un momento de debilidad! —No puedo ocultar el deseo en mi voz. Me ha pillado. Traza círculos con el pulgar sobre mi clítoris y empiezan a dolerme los músculos de las piernas. Cambio de postura sobre la encimera para facilitarle el acceso. Soy una chica fácil. —¿Tengo que recordarte por qué fue una buena decisión? —Me besa en los labios e introduce un segundo dedo en mí. De repente, soy puro deseo. No, no hace falta. No tiene sentido pero quiero el recordatorio. Lo cojo de la chaqueta, aprieto los puños y gimo en su boca. Noto cómo se ríe contra mis labios antes de soltarlos y tumbarme sobre la isla de la cocina. El frío del mármol se extiende por mi cuerpo, pero en estos momentos no me importa lo más mínimo. Lo necesito... otra vez. Su mirada me quema. Se desabrocha el cinturón y los pantalones a toda prisa y luego se baja los calzoncillos y deja en libertad su erección matutina. Con un par de movimientos bien coordinados, me coge por debajo de los muslos y tira de mí hacia su polla expectante. —¡Éste es otro motivo! —ruge retirándose y volviendo a adentrarse en mí. —¡Ay, Dios! ¡Joe! —Echo la cabeza atrás sobre el mármol y arqueo la espalda para volver a él. Por el amor de Dios, este hombre sabe moverse. Marca un ritmo estremecedor que me tiene agarrada al borde de la encimera con todas mis fuerzas, o me caería al suelo. —¡Joder, eres perfecta, nena! —Se introduce en mí de nuevo, con fuerza. Se me escapa un gemido de desesperación. No sé qué hacer. Es incansable y carga una y otra vez. Estoy mareada. Me coge una teta con la mano y la masajea con fuerza sin perder el ritmo de sus contundentes estocadas. —¿Te refresca la memoria? —ruge, pero soy incapaz de responder. Me he quedado muda. Cada una de sus poderosas arremetidas me acerca más y más al final. Cojo aire y contengo la respiración cuando llego al borde del orgasmo. —Respóndeme, __ —me ordena—. ¡Ahora! —¡Sí! —¿Vas a vivir conmigo? —Me aprieta la teta con más fuerza. Sus caderas siguen embistiéndome sin descanso. —¡Ay, Dios! ¡Ay, Dios! ¡Joe! —¡Responde a la puta pregunta, __! Las continuas estocadas me están volviendo loca, la cabeza me da vueltas y mi vientre tiembla sin control. —¡Sí! —chillo mientras suelto todo el aire que tenía en los pulmones y me catapulto a una sensación de plena satisfacción que me hace temblar de pies a cabeza y me arquea la espalda. Mi cuerpo se sacude repetidamente con violentos espasmos. —¡Sí! —Él se derrumba sobre mí y me aprisiona contra el mármol. Dejo caer los brazos por encima de la cabeza con una exhalación de agotamiento y permito que mis músculos se contraigan de forma natural a su alrededor mientras yacemos jadeando y sudorosos en la isleta de la cocina. Estoy hecha polvo. Podría volver a la cama pero tengo que ir a trabajar y, aunque no se lo confesaré nunca a Joe, la verdad es que no tengo ningunas ganas de ir. Preferiría que me llevara en brazos al dormitorio y me hiciera el amor todo el día, y quizá también toda la noche. —Buenos días —jadeo. Él levanta la cabeza para mirarme. —Dios, no sabes cuánto te quiero. —Lo sé. Te has afeitado —suspiro. Necesito volver a acostarme. Me siento como si acabara de correr una de sus maratones. —¿Quieres que me deje barba? Le acaricio con la palma de la mano su nuevo rostro suave y limpio. —No, me gusta verte la cara. Me besa la mano, se levanta y me da otro beso en el estómago antes de salir de mí y arreglarse los pantalones. Me observa mientras se abrocha el cinturón y luego se seca los labios húmedos y lascivos con el dorso de la mano. —Tengo que irme. Sal de mi vista antes de que vuelva a poseerte. —Me coge de la mano y tira para levantarme del mármol; luego me da un beso largo y sensual en los labios—. Corre. Sopeso la posibilidad de no moverme ni un milímetro. Quiero más, pero él parece satisfecho con continuar su día sin mí, y eso debe de ser bueno. No quiero descarriarlo, así que me marcho, en cueros, y consciente de que me está mirando. Me detengo en el arco de la entrada y me vuelvo. Está de pie con las manos en los bolsillos, las piernas un poco abiertas y los ojos brillantes. Me observa con atención. —Que tengas un buen día —sonrío, me paso el dedo por la raja húmeda y luego me lo llevo a la boca. Sí, soy toda una tentación. —Que te den, __—me espeta. Me río, doy media vuelta y subo escaleras arriba. ¡Soy un zorrón! Pero me da igual. Esta mañana está muy contento y eso me tiene gratamente sorprendida. Me estaba preparando para una batalla campal, para intentar salir del ático sin Joe y sumergirme en mi jornada laboral. Esto es hacer progresos. Estoy feliz. Es lunes y tengo un montón de cosas que hacer. Me siento poderosa y necesito un vestido acorde con mi actitud. Gracias a Dios, Kate tuvo la iniciativa de meter algo de ropa de trabajo en la bolsa y... mi vestido negro sin mangas con falda lápiz. Me ducho y hago lo que puedo con el pelo antes de embutirme en el vestido y coger los tacones rojos para bajar la escalera, pero me detengo en seco en el umbral de la puerta. ¡Mierda! No tengo el coche aquí y necesito las carpetas que están en el interior. Salgo del ático a toda velocidad. Clive está en el vestíbulo, recogiendo un paquete. Corro hacia la luz del día y me dirijo a él mientras me pongo las gafas de sol. —¡Clive, necesito un taxi! —__, ¿qué tal estás? —me sonríe, feliz—. Tu coche te está esperando. —¿Mi coche? Señala un Range Rover negro y veo a John, que está sentado sobre el capó hablando por el móvil. Lleva puestas las gafas de sol y el traje negro de rigor. Me dirige una inclinación de la cabeza, su saludo habitual. Empiezo a caminar hacia él pero me acuerdo de algo. Me vuelvo hacia Clive. —¿Ha hablado Joe contigo sobre la visita de ayer? —No, __. Clive vuelve a su mesa. Hum, ya me lo imaginaba. Me acerco a John y oigo el final de su conversación: —La tengo al lado, Joe. Llegaré en seguida. —Su voz grave hace que siempre parezca estar de mal humor. Cuelga y con la cabeza señala el coche. Eso significa que quiere que suba. Me dirijo hacia el asiento del acompañante. Si no tuviera tanta prisa, protestaría. —¿Por qué estás aquí? —pregunto mientras subo al coche. —Joe me pidió que te llevara a trabajar. —No parece impresionado. No quiero causarle molestias. Joe debe de haberse dado cuenta antes que yo de que mi coche no estaba aquí, pero soy perfectamente capaz de coger un taxi. No hacía falta que lo arreglara para que alguien me llevara. Además, ¿por qué no se ha quedado y me ha llevado él? —Necesito que me lleves donde está mi coche, ¿te importa? Está en casa de Kate, en Notting Hill. Asiente, baja la ventanilla y apoya el codo en el marco. Tiene pinta de ser un tío duro, un cabrón de armas tomar. Me pregunto cómo se conocieron Joe y él. Sí, trabaja para Joe, pero parece saber lo de su problema con la bebida (o que no tiene ningún problema con la bebida, lo que sea). Tengo un millón de preguntas en la punta de la lengua pero me resisto. Si he aprendido algo sobre el grandullón de John es que no es muy hablador. Entonces se me escapa una pregunta. —¿Has arreglado ya la puerta de entrada? Se vuelve despacio hacia mí y veo que frunce ligeramente el ceño. Le sostengo la mirada pero él sigue sin contestar. —Las puertas de la entrada de La Mansión —insisto—, las que se estropearon el domingo. Asiente un par de veces y vuelve a mirar a la carretera. —Todo arreglado, muchacha. Seguro que sí. ¿Sabrá lo que estoy pensando? Realizamos el trayecto en silencio, salvo esa especie de zumbido constante que emite él. Me deja en casa de Kate. —Gracias, John. —No hay de qué —masculla, y acto seguido desaparece. Son las ocho. Tengo tiempo, así que corro por el sendero que lleva a casa de mi amiga. Entro y me la encuentro batiendo un cuenco enorme de azúcar y mantequilla. —Hola. —Meto el dedo en el cuenco. Lo aparta con la cuchara. —¡Fuera! ¡Tengo mucho que hacer! Ayer no hice nada de nada. — Está nerviosa, lo que no es nada habitual en ella, que siempre parece estar tranquila y tenerlo todo bajo control. ¿Qué la habrá puesto así? —¿Ah, sí? —me río. —Muy divertido —me suelta mientras echa harina en la balanza. Tomo la sensata decisión de dejarlo estar. —¿Qué tal tu hermano? —me pregunta. Vaya, hemos pasado de «Dan» a «hermano». —Está bien —digo simplemente; no voy a entrar en detalles. —¿Y Joe? —pregunta con la lengua fuera mientras se inclina para calibrar la balanza. —Sí. —Me siento en uno de los sillones. Se endereza y me mira inquisitiva. No he tenido tiempo de darle detalles, hay demasiadas cosas sobre las que quiero saber su opinión. —¿__? Suspiro. —Quiere que me vaya a vivir con él. He dicho que sí, pero sólo porque me echó lo que él llama un polvo de entrar en razón cuando le dije que no, seguido de un polvo de recordatorio esta mañana. —Me encojo de hombros. Me mira boquiabierta. —¡Caray! Me echo a reír. —Ya. —¿No es un poco pronto? La pregunta me sorprende pero me alegro de que sea de la misma opinión que yo. —Eso creo yo también. Me quiere por la mañana, por la noche y un poco entremedias. Ya es bastante terrible, con todas sus exigencias, su manía de controlarlo y preocuparse por todo. Podría perder mi identidad. —Pues claro. ¿Se lo has dicho a él? —Echa la harina en el cuenco y comienza a batir la mezcla otra vez. —No. Oye, ¿qué pasó en La Mansión el sábado por la noche, y por qué no contestaste a ninguna de mis llamadas? —inquiero. Me clava sus brillantes ojos azules. —¡Nada! —me ladra a la defensiva—. Se me olvidó devolverte las llamadas. Sospecho de inmediato. —Me refería a lo de la policía —digo con una ceja levantada. Le ha faltado tiempo para decirme que nada. ¿Qué habrá estado haciendo? —¡Ah! —Se pone nerviosa y temblorosa y vuelve a batir la masa para tartas con demasiada fuerza—. Pues no sé. Joe apareció y la policía se fue poco después. —¡Hola, nena! La voz cantarina de Sam procede de la puerta, y las dos alzamos la vista a la vez. Toso, mirando hacia todas partes menos a él. —Hola —digo levantando la mano para saludarlo. Me he puesto roja como un tomate e, incómoda a más no poder; miro a Kate, suplicándole en silencio que haga algo con ese cabroncete descarado. —Samuel, ponte algo de ropa encima —lo riñe ella con una pequeña sonrisa. —Venía a ayudar —replica. Sigo mirando a todas partes menos a él. Joe tenía razón: es un exhibicionista. Está en cueros. Lo único que lleva puesto es uno de los diminutos delantales de Cath Kidston de Kate. Pasa junto a mí y mis ojos vagan hacia su trasero, prieto y al descubierto. —Ya has hecho que me retrase bastante —gime Kate dándole un azote en el culo con una espátula cubierta de masa para tartas. —Espero que la tires —digo, y me echo a reír. Ella también ríe y empieza a lamer la espátula con una sonrisa de oreja a oreja. Disfruta viéndome tan incómoda. Sam se vuelve hacia mí con la sonrisa más grande que he visto nunca en su rostro picarón. Es obvio que él también disfruta viendo lo incómoda que estoy. Entonces se inclina un poco hacia adelante y le planta el culo en la cara a Kate. —Ahora vas a tener que lamerlo todo. Azorada, salto de inmediato del sillón. —Mejor me voy —suelto a toda velocidad con una vocecita aguda y chillona. No quiero presenciar la «operación limpieza del culo cubierto de masa para tartas de Sam». —¡Hasta luego! —Kate se ríe a carcajadas al ver cómo salgo huyendo. —Oye, ¿cómo está mi colega? —pregunta Sam. No vuelvo la cabeza por miedo a lo que pueda ver. —¡Bien! —grito cerrando la puerta al salir. En mi mente no dejo de darles vueltas a las respuestas breves y cortantes de Kate a mis preguntas sobre La Mansión. Ni siquiera quiero imaginar lo que estoy pensando. Voy en coche a trabajar. Podría haber cogido mis carpetas y haberme metido en el metro, pero tengo intención de recoger el resto de mis pertenencias de casa de Matt cuando salga de la oficina. He estado posponiéndolo toda la semana porque llamó a mis padres. No he hablado con él del tema y creo que no voy a hacerlo. ¿Para qué? No quiero entrar en el juego de dimes y diretes. La verdad es que ni siquiera tengo ganas de volver a verlo, al menos hoy no. Llego a la oficina a tiempo de ver un ramo enorme de calas sobre mi mesa. Suspiro. ¿Cómo consigue que envíen las flores tan de prisa? Busco la tarjeta. ERES UNA SALVAJE Y UNA CALIENTABRAGUETAS. ME VUELVES LOCO. TE QUIERO. BSS, J. ¿Que yo lo vuelvo loco a él? Ese hombre delira. Le mando un mensaje rápido. Lo sé. Las flores son preciosas. Gracias por llevarme al... trabajo. Bss, _ (Inicial). Arreglo mi mesa y abro el correo electrónico y la lista de tareas pendientes, pero me distraigo en seguida del trabajo cuando me acuerdo de que no me he tomado la píldora. Cojo el bolso del suelo. Rebusco en su interior durante unos cuantos minutos. Finalmente, pongo el bolso boca abajo y vacío el contenido sobre la mesa. —¡Mierda, mierda, mierda! —Por favor, otra vez no. —Buenos días, flor. —Patrick entra en mi despacho. —Buenos días —digo sin levantar la vista, sumida en mi búsqueda inútil. Me merezco una medalla por ser tan descuidada—. ¿Has tenido un buen fin de semana? —pregunto recogiendo un puñado de tickets olvidados que procedo a embutir en la papelera. Patrick gruñe un par de veces. —Pues no, la verdad es que no. ¡Mira! Me fijo en eso que se supone que debo mirar y me olvido de la montaña de basura que hay esparcida sobre mi mesa. —¿Qué? —pregunto. Se señala la cabeza con el dedo, así que me levanto de la silla y me inclino hacia adelante de puntillas, pero sigo sin ver nada. —¿Qué, Patrick? —Eso. Ahí. ¡Mira! —Patrick, ¿qué se supone que tengo que ver? —La calvicie incipiente —me dice, molesto. Recorro con la mirada su mata de pelo gris plateado en busca de algún indicio de calvicie, pero que me aspen si veo alguno. —Patrick, no tienes ninguna calva —intento tranquilizarlo. —La tendría si no me tomara mis vitaminas —gruñe—. Bonitas flores. —Ah, sí. Son de mi hermano —contesto a toda velocidad. Tengo que hablar con Joe acerca de esto de enviarme flores. —Qué dulce —sonríe, y se va a su despacho. Mi móvil empieza a bailar sobre la mesa para avisarme de que tengo un mensaje de texto. Eres preciosa y sé que lo sabes. ¡Descarada! Te echo de menos. Bss, J. Me echa de menos. Me derrito sobre el contenido de mi bolso. Yo también lo echo de menos, pero ahora mismo me preocupa más tener que ir a la consulta de la doctora Monroe por tercera vez. Es ridículo. Ya que tengo el móvil en la mano, decido hacer la llamada que no me apetece en absoluto hacer. Llamo a Matt, que espera dos tonos antes de contestar. —¿__? —Parece contento de oírme. Quiero borrarle la sonrisa de la cara cuanto antes. —Hola, quiero ir a recoger mis cosas. —Voy directa al grano. Si no necesitara mis cosas, ni me molestaría en llamarlo. Sólo de pensar en él, se me pone la carne de gallina; hablar con él me da urticaria. Estuve con Matt cuatro años. ¿Qué me ha pasado? —Por supuesto. —Lo dice como si lo estuviera deseando, y no me sienta bien. —¿Puedo pasarme cuando salga del trabajo? ¿Más o menos a las seis? —Claro, me parece perfecto —responde con entusiasmo. Quiero escupirle por teléfono y decirle exactamente lo que pienso de él, pero sé que espera que lo ataque de alguna manera y no voy a darle el gusto. Lo que hago y con quién lo hago no es asunto suyo. «¿Por qué llamaste a mis padres, cucaracha?» —Genial. Te veo luego. —¿Por qué he dicho eso? No es genial para nada. Quizá a él le parezca perfecto, pero a mí no. En cuanto tenga el resto de mis cosas no pienso volver a verlo nunca. Un escalofrío me recorre de pies a cabeza, y cuelgo. Si pudiera, enviaría a Kate a buscar mis cosas, pero sé que eso terminaría en llanto y chirriar de dientes y, posiblemente, en intervención policial. Será entrar y salir. Puedo resistirme a la tentación de matarlo durante los escasos minutos que tardaré en recogerlo todo y largarme. —¿Te apetece un café, __? Levanto la vista y veo a Sally retorciéndose la coleta con los dedos. Hay algo distinto en ella. —Sí, por favor. ¿Has pasado un buen fin de semana, Sal? —¿Por qué se la ve tan distinta? Se pone colorada hasta las orejas, y entonces caigo en la cuenta de que ha cambiado las blusas de cuello alto por una camiseta con un pronunciado escote redondo. ¡Caramba! ¡Sal tiene unas tetas estupendas! ¿Quién lo habría imaginado? —Sí. Gracias por preguntar, __—responde, y trota hacia la cocina. Sonrío para mis adentros. Es posible que nuestra Sal, sosa y aburrida, haya estado de juerga con un hombre este fin de semana. Dejo el móvil en la mesa y empiezo a trabajar y a revisar mis archivos para preparar mi reunión del miércoles con el señor Van Der Haus. Sobre las diez y media, cojo mis cosas y me dispongo a hacer algunas visitas. —Sal, dile a Patrick que me he ido a visitar clientes. Volveré hacia las cuatro y media. —Muy bien —responde con entusiasmo mientras archiva recibos. Sí, definitivamente ha habido un hombre en su vida este fin de semana. ¿De verdad los hombres tienen semejante impacto en las mujeres? Camino de la puerta paso junto a Tom y Victoria. —¿Qué tal el fin de semana, corazón? —me pregunta Tom. —Genial —digo recogiendo el beso que me lanza—. Tengo que darme prisa. Volveré a las cuatro y media. —Disculpa. —Victoria me empuja para pasar. —¿Qué mosca le ha picado? —le pregunto a Tom. Él pone los ojos en blanco. —Que me aspen si lo sé. Me llamó el sábado para decirme que estaba enamorada y esta mañana me la encuentro con cara de haber desayunado cristales rotos. —¿Drew? —pregunto. ¿Qué habrá salido mal? Tom se encoge de hombros. —No quiere hablar del tema, cosa que no es buena señal. Veré si puedo sonsacarle algo. Hablamos luego. De camino al metro me paro en la farmacia para comprar brillo de labios, que se me ha terminado. Me siento tentada de comprar vitaminas cuando recuerdo haber leído algo sobre déficits vitamínicos mientras investigaba sobre el alcoholismo. Me leo las cajas de un millón de frascos y al final decido hablar con el farmacéutico. Después de hablar un rato con él, aunque sin entrar en detalles, me recomienda un par de cosas y me aconseja que acuda a un médico si el tema me preocupa. ¿Me preocupa? Joe insiste en que no es alcohólico y que no siente unas ganas irresistibles de beberse hasta el agua de los floreros. Aun así, compro las vitaminas. Total, no van a hacerle daño. Estoy en Kensington High Street, y Ain’t no sunshine suena en mi bolso. Ja, seguro que se cree muy gracioso. No lo pienso dos veces antes de contestar. No me gustaría que le entrara el pánico por un par de llamadas perdidas y me telefoneara como un loco mientras estoy visitando a mis clientes. Necesito mantenerlo estable, y si eso implica una conversación rápida por teléfono, pues adelante. —Hola —lo saludo. Suspira. —Dios, cómo te echo de menos. —Parece muy triste. Sólo han pasado unas pocas horas desde que me tuvo abierta de piernas sobre la encimera de la cocina. —¿Por qué has enviado a John a recogerme? —Porque no tenías tu coche —dice como si fuera tonta por preguntar algo tan obvio. —¿Por qué no me has llevado tú a trabajar? —Mi tono es de acusación. Me ha salido solo. —¿Te habría gustado más? —Pues claro, pero no era necesario. —Estoy llegando a mi destino. Necesito poner fin a la conversación—. ¿Dónde estás? —En La Mansión. Todo está bajo control. Aquí no hago falta. ¿A ti te hago falta? No puedo verlo, pero sé que está poniéndome morritos. —Siempre —digo, ya que sé que eso es lo que quiere oír. —¿Y ahora? —Joe, estoy trabajando. —Intento no sonar irritada, pero me espera un día de lo más ajetreado y no quiero tener que estar diciéndole todo el rato lo que necesita oír para sobrellevar su día. —Lo sé —dice, abatido—. ¿Qué estás haciendo ahora mismo? ¿Por qué quiere saberlo? —Voy a visitar a un cliente, acabo de llegar, así que tengo que colgar. —Puede que a él no lo necesiten en su trabajo, pero yo tengo una agenda que cumplir. —Ah, vale. —Suena tan desolado que me siento culpable por estar intentando librarme de él. Paro en la puerta y alzo la vista al cielo. —Esta noche duermo en tu casa —digo con la esperanza de animarlo un poco. Profiere un sonido burlón. —Eso espero, ¡vives allí! Pongo los ojos en blanco. Cómo no. —Te veo luego. —¿A qué hora? —me presiona. —Más o menos a las seis. —Más o menos —repite—. Te quiero, nena. «...» —Lo sé. Cuelgo y subo los escalones que llevan a la puerta principal del nuevo hogar del señor y la señora Kent. Estoy demasiado ocupada como para que mi hombre complicado me distraiga con su complicada forma de ser. | |
| | | Lady_Sara_JB Casada Con
Cantidad de envíos : 1582 Edad : 28 Localización : México Fecha de inscripción : 24/03/2013
| Tema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA Julio 6th 2014, 12:20 | |
| Chicas, les subo la parte 2 del Capítulo 7. Espero que despues pueda subirles mas seguido, en serio lo lamentoCapítulo 7 Parte 2 —Bonitas flores. Levanto la vista y veo a Victoria delante de mi mesa. Está menos naranja pero no menos triste que esta mañana. —¿Te encuentras bien? Me pregunto si Tom ha conseguido tirarle de la lengua. —La verdad es que no. —¿Te apetece desahogarte? Se encoge de hombros. —La verdad es que no. Intento no poner cara de aburrimiento pero es muy difícil. Es el típico momento en que uno se muere por desahogarse pero a la vez quiere que alguien le suplique y le dé coba hasta que suelte la información. He tenido el día más largo de mis veintiséis años de vida. No me queda energía para tirarle de la lengua a nadie. Me levanto y voy a la cocina a por unas galletas. Necesito un chute de glucosa. Sally está lavando los platos. A ella sí que me apetece sonsacarle. Me muero por saber por qué tiene esa sonrisa de oreja a oreja en la cara y qué ha hecho aparecer en escena los cuellos redondos pronunciados. —¿Qué has hecho este fin de semana, Sal? —Intento que parezca la pregunta más normal del mundo y cojo la caja de galletas. Se pone colorada otra vez. Creo que mis sospechas van bien encaminadas. Si me dice que ha estado haciendo punto de cruz y limpiando las ventanas, me ahorco. —Salí a tomar una copa, ya sabes. —Ella también intenta decirlo como si fuera lo más normal del mundo, pero fracasa estrepitosamente. ¡Lo sabía! —Qué bien. ¿Con quién? —Finjo desinterés. Me cuesta mucho. Me muero por descubrir que nuestra Sal, más sosa que hecha por encargo, que sólo lleva faldas escocesas y blusas abotonadas hasta el cuello, la que es la burra de carga de la oficina, es una especie de dominatrix o algo así. —Tuve una cita —responde, y vuelve a fracasar a la hora de decirlo en tono casual. —¿De verdad? —exclamo. Eso ha sonado fatal. No quería parecer sorprendida pero lo estoy. —Sí, __. Lo conocí por internet. ¿Por internet? Sólo he oído desastres al respecto. Todos parecen modelos de ropa interior en las fotos de sus perfiles pero, en la vida real, más bien tienen el aspecto de un asesino en serie. Aunque a Sal se la ve contenta. —¿Y fue bien? —pregunto mientras me llevo a la boca una galleta integral de chocolate. —¡Sí! —grita. Casi me atraganto con la galleta. Nunca la había visto tan animada—. Es perfecto, __. Hemos quedado otra vez mañana. —Sal, me alegro mucho por ti. —¡Y yo! —suspira—. He de irme. ¿Necesitas algo antes de que me marche? —No, no, vete. Hasta mañana. Sale bailando de la cocina y yo me quedo apoyada en la encimera y me como otras tres galletas integrales de chocolate. Deberían ser vino. Ha sido un día de locos y no tengo ningunas ganas de ir a casa de Matt a recoger el resto de mis cosas, pero será un trabajo bien hecho y Joe no tiene por qué enterarse nunca. No se me olvida que me ordenó que no volviera a ver a mi ex. Aparco y lo primero que hago es buscar el coche de Matt. No puede habérsele olvidado: lo he llamado esta misma mañana. No pienso quedarme aquí esperándolo porque Joe no tardará en llamarme para preguntarme dónde estoy. Saco el móvil del bolso y llamo a Matt. —¿__? —Matt, estoy en la puerta de tu casa —digo molesta. —__, lo siento. Debería haberte llamado pero estaba en una reunión de la que no he podido escaparme. Tardaré al menos una hora. Echo la cabeza hacia atrás contra el asiento. No puedo esperarlo una hora. —Vale, ¿y mañana? —Estaré en Birmingham mañana y pasado. ¿Qué tal el jueves? Estoy que muerdo por dentro. Quería resolver esto ya. —Vale. El jueves a la misma hora. Cuelgo y tiro el móvil al asiento del acompañante, cabreada. Cabrón tocapelotas. Cuando me acerco al Lusso las puertas se abren al instante. El coche de Joe no está, cosa que explica que no me haya llamado para ver por qué no estoy en su casa. Entro en el vestíbulo, cargada de flores y bolsas, y veo a Clive apretando varios botones de su sistema de seguridad de tecnología avanzada. Ahora me tocará sentarme en uno de los cómodos sillones de cuero y esperar. ¿Qué otra cosa puedo hacer? —Hola, Clive. Levanta la vista y sonríe. —Hola, __, ¿qué tal estás? ¡De pena! He tenido un día de locos, quiero ducharme, ponerme ropa cómoda y beberme una copa de vino. No puedo hacer ninguna de esas cosas y estoy muy cabreada porque Joe insistió en que estuviera puntual en casa y ahora resulta que él no ha llegado. —Agotada —mascullo en dirección a un enorme sofá. Es posible que me quede dormida. —Toma. El señor Jonas te ha dejado esto. Levanto la cabeza y veo que Clive tiene en la mano una llave rosa. ¿Me ha dejado una llave? Así que sabía que no iba a estar en casa y ni siquiera me ha telefoneado para decírmelo. Me acerco a él para cogerla. —¿A qué hora se ha marchado? —pregunto. Clive sigue pulsando botones y estudiando las imágenes de los monitores. —Pasó por aquí a eso de las cinco para dejarte la llave. —¿Dijo a qué hora iba a volver? —¿Pretende que me quede aquí esperándolo? —No dijo nada, __. —Clive ni siquiera se molesta en mirarme. —¿Te ha preguntado por la mujer que vino el otro día? —No, __. —Lo dice casi con tono de aburrimiento. No, claro que no lo ha hecho. Ya me imaginaba yo que no iba a hacerlo porque él sabe quién cojones es. Y me lo va a decir. Dejo a Clive jugando con su equipo y subo al ático. Abro con mi llave rosa y me meto directa en la cocina. Abro la puerta de la nevera y me encuentro con botellas y más botellas de agua mineral. Lo que daría por una copa de vino. Vuelvo a cerrarla con más fuerza de la necesaria; la nevera no tiene la culpa de que no haya vino. ¿Podré volver a tomarme una copa algún día? Me siento en un taburete y miro la inmensa cocina que yo diseñé. Me encanta, y ni en un millón de años habría imaginado que iba a tener la oportunidad de vivir aquí. Y ahora que la tengo, no estoy segura de que me apetezca. Quiero a Joe, pero me da miedo que vivir con él refuerce su forma de ser, controladora y difícil. ¿O quizá mejore su carácter? ¿Se volvería más razonable? Mi estómago ruge y me recuerda que debería comer algo. Sólo he picoteado unas galletas en todo el día. No me sorprende que me encuentre tan fatigada. Estoy a punto de obligarme a levantar mi culo cansado del taburete cuando oigo la puerta principal. Joe entra instantes después en la cocina, con aspecto de estar tan agotado como yo. No dice nada durante una eternidad. Sólo se queda ahí de pie, mirándome. Las manos le tiemblan ligeramente y tiene la frente sudada. ¿Qué debería hacer? Mi antojo de beberme una copa de vino desaparece al instante. —¿Te encuentras bien? Se acerca a mí lentamente y me pone de pie. Se agacha, agarra mi vestido por el bajo y me lo sube hasta la cintura. Me coge por las nalgas y me levanta para que con las piernas me aferre a su cintura. Entierra la cara en mi pelo y sale de la cocina. Sujeta a él con fuerza, puedo oír los latidos de su corazón en su pecho mientras sube la escalera conmigo en brazos, en silencio. Quiero preguntarle qué le pasa. Tengo muchas cosas que preguntarle pero parece muy abatido. Camina hasta la cama y se tumba, conmigo debajo de él, su peso distribuido por todo mi cuerpo. Es muy relajante. Lo abrazo e inhalo el perfume de su cuello, que huele a agua fresca. Suspiro feliz. Él es un factor que contribuye significativamente a mi nivel de agotamiento y de estrés, pero también es capaz de hacerlos desaparecer con la misma facilidad. —Dime cuántos años tienes. —Rompo el cómodo silencio después de haberlo tenido abrazado hasta que los latidos de su corazón han recuperado su ritmo habitual. —Treinta y dos —dice pegado a mi cuello. —Dímelo. —¿Acaso importa? No importa pero quiero saberlo. Puede que a él le guste este juego, pero a mí no, y no va a cambiar lo que siento. Sólo creo que debería saber cuántos años tiene. Es un dato que debo conocer, igual que su color favorito, su comida preferida y la canción que más le gusta de todas. No sé ninguna de esas cosas. De hecho, sé muy poco de él. —No, pero me gustaría que me lo dijeras. No sé ninguna de las cosas básicas de ti. Me acaricia el cuello con la nariz. —Sabes que te quiero. Suspiro. Eso no es un dato básico. Empiezo a pensar en introducir el polvo de la verdad en nuestra relación. Algo tiene que haber que pueda sacarle esa clase de pequeños e insignificantes detalles. Sé que el ser persistente y preguntárselo una y otra vez no produce resultados satisfactorios. —¿Qué tal tu día? —dice; mi pelo ahoga su voz. —Ha sido un no parar, pero muy productivo. Estoy contenta con todo lo que he conseguido hacer, teniendo en cuenta que pensaba que mi día iba a ser un bombardeo de llamadas y mensajes de texto. —Tienes que dejar de mandarme flores a la oficina. Levanta la cabeza y me mira descontento. —No. Báñate conmigo. Me exaspera que sea tan cabezota, pero no se me ocurre nada mejor que hacer, por ahora, que bañarme con él. —Vale. Se levanta y tengo que soltarle el cuello. Me besa en los labios. —Tú quédate aquí, yo preparo el baño. —Da un brinco y se quita la chaqueta de camino al lavabo. El agua empieza a correr y me tumbo de lado. Estoy tranquila y contenta. Él me hace sentir así, y es en momentos como éste cuando sé por qué estoy aquí: por lo atento y cariñoso que es. Quizá lo de vivir con él no sea tan malo después de todo. Pero entonces me fuerzo a recordar que ahora mismo estoy en el séptimo cielo de Joe, y que no pensaré lo mismo en cuanto me niegue a una de sus exigencias. Ese momento llegará, e incluso es posible que se produzca por el tema de venirme o no a vivir con él. Regresa al dormitorio y yo me tumbo boca arriba para poder deleitarme observando su forma de andar. Hay que ver cómo se mueve. Se afloja el nudo de la corbata y la tira sobre el diván. A continuación se desabrocha la camisa pero se la deja puesta, y luego se agacha para quitarse los calcetines. Está descalzo, con los pantalones colgando de sus gloriosas y estrechas caderas, la camisa abierta que deja ver su torso bien cincelado. Podría comérmelo a mordiscos. Eso le gustaría. —¿Disfrutando de las vistas? Alzo la mirada y veo dos estanques cafés que me observan. Me basta esa mirada para empezar a mojar las bragas. —Siempre —respondo con voz gutural. No era mi intención que me saliera de ese modo, pero es el efecto que causa en mí. —Siempre —confirma—. Ven aquí. Me levanto de la cama y me saco los zapatos de tacón. —No te quites el vestido —me pide con dulzura. Camino descalza hacia él sin apartar la vista de su mirada hipnótica. Tiene los brazos relajados a los lados mientras me acerco. El corazón se me va a salir del pecho y entreabro los labios para dejar escapar pequeñas bocanadas de aire cuando él se pasa lentamente la lengua por el labio inferior. —Date la vuelta. Obedezco. Me pone las manos en los hombros y su contacto, incluso a través del vestido, activa todas mis terminaciones nerviosas. Me acerca la boca al oído. —Me gusta mucho este vestido —susurra, y cierro los ojos con fuerza por el escalofrío que me recorre el cuerpo. Sus manos se deslizan hacia mi nuca, donde encuentran la cremallera. Me recoge el pelo y lo aparta colocándolo sobre mi hombro. Lentamente, me baja la cremallera del vestido. Flexiono los músculos del cuello intentando controlar la abrumadora necesidad de evitar los escalofríos que me provoca, pero me rindo cuando noto sus labios entre mis hombros, su lengua deslizándose hacia mi nuca. El vello de todo el cuerpo se me eriza y arqueo la espalda en respuesta a la caricia ardiente y larga de su lengua. Es como una tortura. Quiero que pare para poder recobrar el sentido antes de decir algo como «Sí, vendré a vivir contigo». —Me encanta tu espalda. —Sus labios vibran contra mi cuerpo y me provocan aún más escalofríos. Lleva la boca de vuelta a mi oído—. Tienes la piel muy suave. Echo la cabeza hacia atrás, sobre su hombro, de cara a su cuello. Se agacha un poco para poder besarme en los labios, lleva las manos a la parte de delante de mi vestido y tira de él hacia abajo. —¿Encaje? —pregunta. Asiento, y sus ojos brillan de deseo mientras me besa con delicadeza, como si fuera de cristal. Nuestras lenguas se entrelazan sin esfuerzo y me apoyo en él para no caerme. Estoy disfrutando de su dulzura y de su ternura. Sus manos encuentran mis pechos y me pellizca los pezones a través del encaje del sujetador hasta dejarlos como picos firmes. —¿Ves lo que me haces? —Aprieta las caderas contra mi trasero y me demuestra exactamente lo que le hago antes de darme un casto beso en los labios—. Moriré amándote, __. Sé cómo se siente. No contemplo un futuro sin él, y eso me emociona y me pone nerviosa a la vez. El problema es todo lo que no sé; sigo sin conocerlo realmente. Necesito más que su cuerpo, su atención..., su forma difícil de ser. Baja las copas de mi sujetador dejando expuestos mis pechos y me pasa las palmas de las manos por la punta de los pezones. —Tú y yo —me susurra al oído, deslizando las manos por mi cuerpo, directo a donde se unen mis muslos. Las rodillas me tiemblan cuando su mano toma mi sexo por encima de mi ropa interior y una oleada de líquido mana de mí. Mis caderas se mueven hacia adelante, contra su mano, en busca de más fricción. —¿Te pongo, __? —Ya sabes que sí —jadeo, y luego gimo cuando me pega a su entrepierna. —Acaríciame el cuello —dice con voz suave. Estiro los brazos hacia atrás y llevo las manos a su nuca—. ¿Estás mojada por mí? —Sí. Pasa los pulgares por debajo del elástico de mis bragas. —Sólo por mí —me susurra arrastrando la lengua por el borde inferior de mi oreja. —Sólo por ti —concedo en voz baja. Él es todo cuanto necesito. Siento un tirón y oigo algo que se rasga. Abro los ojos y veo que tiene las bragas colgando del dedo índice, delante de mí. Las deja caer y lleva la otra mano a mi cadera. Doy un pequeño respingo y se echa a reír en mi oído. Sus dedos cambian de posición y su enorme mano me envuelve la cintura. La otra sigue delante de mí. —¿Qué hago con esto, __? —Flexiona la mano sana delante de mí—. Dímelo. El corazón se me acelera y no me ayuda a controlar la respiración. Quiero esa mano en mí. Le aparto un brazo del cuello y cojo su mano. La guío despacio hacia el interior de mi muslo y aplano la palma contra mi cuerpo, con mi mano sobre la suya. Noto que tiembla ligeramente. Me alegra saber que no soy la única a quien afectan por estos encuentros nuestros. ¿O acaso está temblando porque necesita una copa? No quiero ni pensarlo. No necesita alcohol mientras me tenga a mí. Y a mí ya me tiene. Empiezo a aplicar presión sobre su mano y a arrastrarla hasta que la palma se desliza sobre mi sexo, ayudada por lo mojada que estoy. Trago saliva y muevo las caderas. Chocan contra su entrepierna, le arrancan un gemido y echo la cabeza hacia atrás. Necesito que me bese. Vuelvo la cara hacia él, que adivina lo que quiero al instante y cubre mi boca con la suya. Muerdo con suavidad su labio inferior y tiro para que se deslice poco a poco entre mis dientes. Me mira fijamente mientras sigo moviendo su mano arriba y abajo en una caricia lenta e interminable. —No te corras —dice con voz ronca. De inmediato retiro la mano y se la llevo a la boca. Me mira fijamente mientras empieza a lamerse la palma y los dedos. Dios santo, me muero de ganas. Pero no puedo desobedecerlo, no en estos momentos. Me desabrocha el sujetador y me vuelvo. Me aparta el pelo de la cara. —Prométeme que no vas a dejarme nunca. Alzo la vista hacia sus ojos atormentados. No me acostumbro a su parte insegura. No me gusta, aunque al menos es una súplica y no una orden. —No voy a dejarte nunca. —Prométemelo. —Te lo prometo. Le cojo una muñeca y le quito los gemelos de la camisa, luego hago lo mismo con la otra y se la quito por los hombros. Deja los brazos laxos y ladea la cabeza, mirando cómo le bajo la bragueta. Mis manos se deslizan por sus caderas, bajo sus bóxeres, y le quito a la vez los pantalones y la ropa interior haciéndolos descender por la piel suave y tersa de su culo y sus caderas. Su erección, larga y gruesa, aparece entre sus piernas, seductora. Provoca toda clase de deseos en mí y no me ayuda que sus abdominales se tensen bajo mis caricias cuando mis manos ascienden por su torso, maravilladas ante su belleza. —No puedo esperar más. Necesito estar dentro de ti. —Termina de quitarse los pantalones, me levanta del suelo y le rodeo la cintura con las piernas. Parpadeo cuando su polla me roza en lo más íntimo mientras me lleva contra la pared. Me empuja contra la pintura fría y siento su erección caliente y resbaladiza presionando contra mi sexo y entrando en mí sólo un poco. Respira con fuerza y deja caer la cabeza en mi cuello mientras se prepara para invadirme. Muevo las caderas y desciendo sobre él. Me la meto entera. —Me vas a matar —gime mientras se queda quieto dentro de mí. Quiero sacudir las caderas y provocar algún movimiento pero, por cómo tiembla y palpita en mi interior, sé que se está conteniendo. Me quedo quieta y le acaricio el pelo castaño mientras coge fuerzas. El corazón le late con tanta fuerza que casi puedo oírlo. —¿Te estás guardando cosas? —Pone la cara a la altura de la mía. —Sí —digo, al tiempo que enrosco los dedos alrededor de su cuello y aprieto las caderas. Ruge de aprobación, retira las manos de mi espalda y las apoya contra la pared. Poco a poco, recobra el aliento y luego arremete contra mí con una exhalación. Gimo. Su asalto ardiente y palpitante hace que cambie las manos de lugar y le clave las uñas en la espalda. Apoya la frente en la mía y empieza a entrar y a salir de mí. Suspiro con cada estocada mientras él prosigue a un ritmo constante. Joder, es perfecto. Empiezo a resbalar sobre su piel húmeda, nuestros alientos se mezclan en los escasos milímetros que hay entre nuestras bocas. —Bésame —jadea, y pego los labios a los suyos en busca de su lengua. Siento cómo un grito cobra forma en mi garganta cuando se echa hacia atrás, me embiste y me desliza pared arriba. Aprieto los muslos en su cintura con más fuerza para subir más y luego me dejo caer sobre él. —Por Dios, mujer, ¿qué diablos me haces? Me embiste de nuevo, una y otra vez, empujándome pared arriba, mientras yo me trago mis pequeños gritos y él me besa hasta dejarme sin respiración. —Llevo todo el día esperando esto. —Me embiste de nuevo—. Ha sido el puto día más largo de mi vida. —Mmm, encajas tan bien. —Estoy disfrutando. —¿Que encajo bien? Joder, __, me vuelves loco —dice al tiempo que se hunde más profundamente en mi interior. —¡Joe! —Ya no aguanto más. Los movimientos suaves y calmados se están desvaneciendo. Ahora son estocadas firmes y más agresivas. —Te voy a llevar conmigo allá adonde vaya a partir de ahora, nena. «¡Embestida!» Joder, estoy sudando la gota gorda. Clavo las uñas sin miramientos en su espalda. —¡Mierda, __! —exclama, y unas gotas de su sudor me caen encima—. Vas a correrte. —¡Sí! Masculla algo en mi boca. No aguanto más. Me ataca con una energía feroz y exploto. Las espirales de placer llegan al punto álgido y se dispersan en ondas expansivas. Le clavo más las uñas y le muerdo el labio sin piedad. Dejo caer la frente sobre su piel sudada y salada, allá donde el cuello se funde con el hombro, y echo la cabeza a un lado mientras tiemblo sin control contra su cuerpo. —¡__! —grita mientras se retira y se adentra en mí, vuelve a salir despacio y a entrar en mí con fuerza. Llega a su clímax y varias oleadas de contracciones se extienden por mi cuerpo. Gime, luego deja que nos deslicemos hasta el suelo y cae de espaldas, agotado y sudoroso. Me incorporo como puedo y me subo encima de él. Apoyo las manos en su pecho suave y me restriego contra sus caderas. Joe lleva los brazos por encima de la cabeza y observo que su respiración se va apaciguando a la vez que la mía. Chorreamos, exhaustos, y más que satisfechos. Estoy justo donde debería estar. —¿En qué piensas? —En lo mucho que te quiero. —Le digo la verdad. Las comisuras de sus labios ascienden en una sonrisa y una mirada de satisfacción ilumina su bello rostro. —¿Sigo siendo tu dios? —Siempre. ¿Y yo tu tentación? —Sonrío y dibujo círculos con la mano sobre su pecho. —Pues claro que sí, nena. Jesús, me encanta cómo sonríes. —Me dedica una de sus sonrisas arrebatadoras. Le pellizco los pezones. —¿Nos bañamos, dios? Da un brinco y nuestras cabezas están a punto de chocar. —¡Mierda! ¡Me he dejado el grifo abierto! Se pone de pie de un salto conmigo todavía en brazos y aún dentro de mí, maldiciendo y sujetándome con demasiada fuerza con su mano lastimada. —¡Suéltame! —Intento separar el cuerpo del suyo pero él se limita a agarrarme más fuerte. —Nunca. Va conmigo en brazos al cuarto de baño. Apenas se han llenado tres cuartas partes de la enorme bañera. Cierra el grifo. —Podrías dejar el grifo abierto una semana y no se llenaría del todo—digo mientras nos metemos. —Lo sé. Es evidente que a la diseñadora de toda esta mierda italiana le importan un pimiento el medio ambiente y mi huella ecológica. —Lo dice el que tiene doce súper motos —contraataco, y suspiro de felicidad cuando el agua caliente y relajante me cubre, todavía a horcajadas en el regazo de Joe y con su semi erección llenándome—. Podría pasarme todo el día mirándote —digo para mí mientras le acaricio el abdomen con la punta de los dedos. Se echa hacia atrás y me deja hacer. Le paso la punta de los dedos por cada centímetro cuadrado de su pecho duro y ligeramente bronceado, haciendo remolinos y tamborileando mi camino. El silencio es cómodo y él observa cómo mi delicada caricia recorre su cuerpo. La dirijo a su cuello, paso por su mejilla, sus labios entreabiertos, sus ojos brillantes, y luego me acurruco en su pecho y mi boca cubre la suya. —Me encantan tus labios —digo dándole pequeños besos por el borde de la boca hasta que estoy otra vez donde había empezado—. Me encanta tu cuerpo. —Mis manos le acarician los brazos, mi lengua se desliza en su boca—. También me encanta lo loco que estás. —Persuado a su lengua para que salga de la boca y la chupo mientras mis manos ascienden por sus brazos hasta quedar alrededor de su cuello. Mi cuerpo se arquea hacia él. Gime. —Tú me vuelves loco, __. Sólo tú. Siento las palmas de sus enormes manos recorrer mi espalda hasta que me cogen de la nuca y me acercan a él. Nuestras bocas siguen compartiendo besos, nuestros cuerpos resbalan el uno contra el otro. Sé que lo vuelvo loco, pero él también me vuelve loca a mí. Me aparto y lo miro. —Loco —le digo. —Más o menos. —Sonríe y me levanta de su regazo. Luego me hace girar hasta que estoy sentada entre sus piernas—. Voy a enjabonarte. Coge la esponja y empieza a escurrir agua caliente sobre mí, con la mejilla pegada a un lado de mi cabeza. —Tengo que hablar contigo de una cosa —dice en voz baja. No hay duda de que está nervioso. Me pongo tensa. No me gusta cómo ha sonado eso, lo que resulta irrisorio porque he estado presionándolo para que hablara. —¿Sobre qué? —La Mansión. Vale, se me han puesto los pelos como escarpias y no puedo disimular, cosa que todavía es más irrisoria, porque quería hablar justamente de eso. No obstante, su forma de abordarlo me indica que no me va a gustar lo que saldrá por esa boquita. Ha dejado de echarme agua caliente por encima y, literalmente, puedo oír el movimiento de los engranajes en su preciosa cabeza. ¿Qué pasa con La Mansión? No me gusta la dirección que está tomando la charla de hoy en la bañera. Quiero salir y darme una ducha. —Sobre la fiesta de aniversario. —La preocupación se manifiesta en su tono de voz, no podía ser de otra manera. No pienso ir. —¿Qué ocurre? —pregunto haciéndome la loca. No voy a alterarme porque no voy a ir, de ninguna manera, ni en un millón de años. Nunca. Nunca jamás. Me vuelvo y lo beso en la boca para que no pueda hablar. —Aún quiero que vayas. —No puedes pedirme eso —le digo con calma, aunque me cabrea un poco que sugiera una estupidez semejante. Un momento... Acepté ir antes de saber lo que era de verdad La Mansión, igual que Kate. ¿Ella va a ir? Qué vergüenza. Maldita sea, claro que irá—. Me lo pediste antes de que supiera la verdad. —Me puse una fecha tope para contártelo —me dice con calma. —Ah. —No sé qué decir. Lo descubrí antes de que llegara la fecha tope. —¿Vas a pasarte la vida evitando mi lugar de trabajo? —pregunta, sarcástico. No me gusta su tono. No me gusta un pelo. —Es posible —contesto. ¿Su lugar de trabajo? ¿Me está tomando el pelo? —No digas tonterías, __. —Retoma la labor de echarme agua caliente y me da un beso en la sien—. ¿Al menos lo pensarás? Suspiro, aburrida. —No te prometo nada, y si estás pensando en echarme un polvo de entrar en razón con respecto a este asunto, me iré —lo amenazo. Me estoy poniendo dramática pero quiero que sepa que no quiero ir de ninguna manera. ¿A la fiesta de aniversario de La Mansión? Ni muerta. Me acaricia la oreja con la nariz y me envuelve las piernas con las suyas. —Quiero que la mujer que hace latir mi corazón esté a mi lado. ¡Por Dios! ¡Eso es chantaje emocional! ¿Cómo coño voy a negarme a eso? Maldito seas, Joe Jonas, hombre de edad desconocida. Lo dejo que siga lavándome mientras pienso en un modo de sacarle partido a esto. Tal vez pueda negociar que me diga su edad a cambio de mi presencia en la fiesta de aniversario de La Mansión. Tengo que meditar seriamente acerca de las ganas que tengo de saber su edad en comparación con las pocas ganas que tengo de ir a la fiesta. Será complicado. —¿Has hablado con Clive? —Sé que no lo ha hecho. Estoy siendo pilla. —¿Sobre qué? —Sobre la mujer misteriosa. —No, __. No he tenido tiempo. Te prometo que se lo preguntaré. Siento tanta curiosidad como tú. ¿No tienes hambre? Traza círculos con la lengua en mi oreja. Si sigue así, voy a quedarme dormida. Al menos, no me ha mentido sobre Clive. —Sí —contesto con un bostezo. Estoy hambrienta y agotada, pero no voy a ceder—. No voy a dormirme hasta que me digas quién era esa mujer. —¿Cómo voy a decírtelo si no lo sé? —Sí que lo sabes. —¡Que no lo sé, joder! Me sobresalta su brusquedad, y entonces noto que me abraza con más fuerza. —Lo siento. —Vale —digo tranquilamente, aunque no estoy para nada tranquila.—Hablaré con Clive por la mañana. —Mi querida señorita está exhausta —susurra él—. ¿Encargamos comida? —Me muerde el lóbulo de la oreja y me pasa la planta de los pies por las espinillas. —Tienes la nevera llena, ¡qué desperdicio! —Ya, pero ¿te apetece cocinar? La verdad es que no, pero él tampoco se ofrece. Claro está que reconoció que cocinar es una de las pocas cosas que se le dan de pena. ¿Cuáles fueron sus palabras? Ah, sí... «No puedo ser excepcional en todo.» Y lo dijo muy en serio, el muy capullo arrogante. —Encarga comida. Se revuelve debajo de mí. —Voy a pedirla. Tú lávate el pelo. Sale de la bañera y me la deja entera para mí sola. Lo veo abandonar desnudo y empapado el cuarto de baño. Aparece a los pocos instantes con champú y acondicionador para cabello femenino. Le estoy eternamente agradecida. He maltratado mucho a mi pelo últimamente. Me dirige una sonrisa y se agacha para darme un beso en la frente. —Ponte encaje. Desaparece del cuarto de baño y yo me dejo caer en la bañera y cierro los ojos un rato, saboreando la paz y la tranquilidad del colosal baño principal del Lusso. ¿Cómo he terminado aquí? | |
| | | albitahdejonass:$ Vecina De Los Jonas!
Cantidad de envíos : 354 Edad : 28 Localización : BCN, en la cama con Joe y Nick :$ Fecha de inscripción : 22/04/2011
| Tema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA Julio 7th 2014, 07:07 | |
| WOW! Pues a mi este nuevo Joe me gista bastante, que admita que la necesita a su lado ya es un progreso enorme jajajajajaja siguee!! Y no te preocupes por tardar en subir, esperaremos lo que haga falta | |
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| Tema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA | |
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| | | | Seduction (Joe y ___) ADAPTADA | |
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