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 Seduction (Joe y ___) ADAPTADA

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albitahdejonass:$
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 7 Icon_minitimeJunio 9th 2014, 13:03

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soy yo o en esta foto nick se parece MUCHO a James Franco? OMJ....
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albitahdejonass:$
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 7 Icon_minitimeJunio 9th 2014, 13:05

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ok me he ido a la mierda.... baba  baba  affraid  Twisted Evil  ^^  Sudando esta foto debería estar prohibidísima,son increiblemente sexis!!!!
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Lady_Sara_JB
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 7 Icon_minitimeJunio 9th 2014, 13:50

Ok, estamos en la pagina 11 y me corresponde subirles los capitulos. Y, tambien, como habia dicho... subiria la cantidad de capitulos que la chica que ha escrto mas comentarios decida que fue albitahdejonass:$ PERO... quiero suponer... (reconociendo la insistencia con la que publico y suponiendo que le gusto tanto como a mi) que pedira cuatro capitulos... asi que solo espero la respuesta de albitahdejonass:$ y subire el maraton que prometi... Gracias a las nuevas lectoras [#_SeeNoMore] y kathe hernandez. Welcome espero que les guste la nueva temporada...
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CristalJB_kjn
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 7 Icon_minitimeJunio 10th 2014, 06:21

oh tn x seguro.k nos encantara
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 7 Icon_minitimeJunio 12th 2014, 12:39

Me encanta! Ahora sube los 4 capítulos por favor! D:
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Lady_Sara_JB
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 7 Icon_minitimeJunio 18th 2014, 12:21

Bueno, aun sin noticias y me imagino que deberan estar mas ansiosas que nada... asi que les subire el maraton de cuatro capitulos... Espero que les gusten


Capítulo 1
 
Han pasado cinco días desde que vi a Joseph Jonas por última vez. Cinco días de angustia, cinco días de vacío y cinco días de sollozos. No queda nada en mi interior. Ni emociones, ni alma, ni lágrimas. Nada.
 
Cada vez que cierro los ojos lo veo ahí. Un aluvión de imágenes se proyecta  en mi mente;  oscilan  entre el hombre  atractivo  y seguro de sí mismo que me poseyó por completo y esa criatura vacua, hiriente y ebria que ha acabado conmigo. Estoy hecha un auténtico lío. Me siento vacía e incompleta. Me obligó a necesitarlo y ahora se ha ido.
 
Veo su rostro en la oscuridad y oigo su voz en el silencio. No logro escapar de él. Soy ajena al bullicio que me rodea, percibo los sonidos como un zumbido distante, y veo las cosas lentas y borrosas. Vivo en un infierno. Vacía. Incompleta. Siento una angustia absoluta.
 
Dejé a Joe borracho y furioso en su ático el domingo pasado. No he sabido nada de él desde que me marché y lo abandoné gritando y trastabillando. No ha habido llamadas, ni mensajes, ni flores... Nada.
 
Sam sigue frecuentando semidesnudo la casa de Kate, pero sabe que no debe mencionarme a Joe, de modo que calla y mantiene la distancia conmigo.  Mi  presencia  debe  de  resultar  incómoda  en  estos  momentos.
 
¿Cómo es posible que un hombre al que conozco desde hace apenas unas semanas haga que me sienta de esta manera? Y no obstante, en este poco tiempo  he  descubierto  que  es  intenso,  apasionado  y  controlador,  pero también tierno, cariñoso y protector. Lo echo mucho de menos, pero no a la persona borracha y vacía a la que me enfrenté la última vez. Ése no era el hombre del que me he enamorado, pero ese breve intercambio de insultos no consiguió borrar las semanas que vivimos antes de ese funesto domingo que pasamos solos. Prefiero mil veces su carácter frustrante y provocador a la desagradable imagen de verlo bebido. Por extraño que parezca, también echo de menos esos rasgos exasperantes de su personalidad.
 
Ni  siquiera  he  pensado  en  La  Mansión  ni  en  lo  que  representa. Prácticamente ha perdido toda importancia. Al parecer, que Joe hubiera vuelto a beber fue culpa mía. Arrastrando las palabras me recordó que ya me había advertido de que habría graves consecuencias si lo dejaba. Y es verdad, lo había hecho. Pero no me explicó qué clase de consecuencias ni por qué. Era otro de sus misteriosos acertijos, y no me dio más detalles.
 
Debería haber insistido, pero me           encontraba demasiado ocupada dejándome  absorber  por  él.  Estaba  ebria  de  lujuria  y  sumida  en  su intensidad,  todo  me  daba  igual.  Él  me  consumía  por  completo.  Nunca imaginé que fuese el señor de La Mansión del Sexo y, desde luego, nunca imaginé que fuese alcohólico. Estaba completamente ciega.
 
He tenido suerte de haber esquivado las posibles preguntas de Patrick respecto al proyecto del señor Jonas. Cuando una suma de cien mil libras apareció  en la cuenta  bancaria  de Rococo  Union  por  cortesía  del  señor Jonas me sentí inmensamente agradecida. Con tanto dinero pagado por adelantado  podía  decirle  a Patrick  que  el  señor  Jonas  había  tenido  que marcharse al extranjero por una cuestión de negocios y que eso retrasaría el proyecto. Sé que tendré que hacer frente a este tema, pero ahora mismo no tengo fuerzas, y no sé cuándo lograré reunirlas. Quizá nunca.
 
La pobre Kate se ha estado esforzando mucho para sacarme de este agujero negro en el que me he metido. Ha intentado mantenerme ocupada con clases de yoga, llevándome  de copas y decorando  tartas, pero como mejor me siento es pudriéndome en la cama. Viene a comer conmigo todos los días, aunque yo no tomo nada. Bastante me cuesta limitarme a tragar sin tener que pasar comida  a través  del nudo constante  que tengo en la garganta.
 
Lo  único  que  espero  con  ansia  en  estos  momentos  es  mi  paseo matutino. Apenas duermo, así que obligarme a salir de la cama a las cinco de la mañana todos los días es relativamente fácil.
 
La mañana  es tranquila  y fresca. Me dirijo al punto de Green Park donde me desplomé, exhausta, la mañana en que Joe me arrastró por las calles de Londres en una de sus agotadoras maratones. Me quedo sentada, arrancando briznas de césped cubiertas de rocío hasta que tengo el trasero dormido y empapado,  y entonces me dispongo a regresar sin prisa y me voy preparando para sobrellevar otro día sin Joe.
 
¿Cuánto tiempo podré seguir así?
 
Mi hermano, Dan, vuelve mañana a Londres tras visitar a mis padres en Cornualles. Debería estar desando verlo, han pasado seis meses desde que se marchó, pero ¿de dónde voy a sacar la energía para fingir que todo va bien? Y con la llamadita de Matt a mi madre para informarla de que estaba            saliendo con otro    hombre, probablemente me espera un interrogatorio. Yo le dije que no era verdad (lo era en aquel momento, ahora ya no), pero conozco bien a mi madre y sé que no me creyó, a pesar de que desde  el otro extremo  de la línea  telefónica  no podía  ver cómo jugueteaba con mi pelo. ¿Qué iba a decirles? ¿Qué me había enamorado de un hombre de quien no sé ni la edad que tiene? ¿Que regenta un club sexual y que, ¡ah, sí!, es alcohólico?  El  no haber  ido a verlos  tampoco  ayuda demasiado. Excusarme diciendo que tenía trabajo fue bastante lamentable, así que no me cabe la menor duda de que mañana Dan me someterá a un tercer grado. Tengo que prepararme para sus preguntas.    
 
Será    el interrogatorio más exhaustivo al que me hayan sometido jamás. De repente, mi móvil empieza a sonar y a vibrar sobre el escritorio y me  obliga  a  salir  de  mi  ensoñación.  Es  Ruth  Quinn.  Suspiro  para  mis adentros. Esta mujer también me está suponiendo todo un reto. Llamó el martes y me exigió que le diese cita para el mismo día. Le expliqué que estaba ocupada y le sugerí que tal vez podría atenderla otra persona, pero ella insistió en que me quería a mí. Al final se conformó con la cita que le di, que resulta ser hoy, y me ha estado llamando todos los días para recordármelo.  Debería  ignorar  la  llamada,  pero  si  lo  hago  marcará  el teléfono de la oficina.
 
—Hola, señorita Quinn —la saludo con hastío.
—___, ¿qué tal?
 
Siempre  lo pregunta,  lo cual es bastante  agradable,  supongo.  No le digo la verdad.
 
—Bien, ¿y usted?
—Bien, bien —gorjea—. Sólo quería confirmar nuestra cita.
 
Otra vez. Qué pesada. Debería cobrar más por aguantar estas cosas.
 
—A las cuatro y media, señorita Quinn —repito por tercer día consecutivo.
—Estupendo, nos vemos en un rato.
—Bien, hasta luego.
 
Cuelgo y dejo escapar un suspiro largo y pausado. ¿Cómo se me ocurrió acabar el viernes con una clienta nueva, y encima tan especial?
 
Victoria entra en la oficina con sus rizos largos y rubios sobre los hombros. La noto diferente. ¡Está naranja!
 
—¿Qué te has hecho? —pregunto alarmada.
 
Sé que en estos momentos no veo con mucha claridad, pero es imposible pasar por alto el tono de su piel.
 
Ella pone los ojos en blanco y saca un espejo de su bolso Mulberry para inspeccionarse la cara.
 
—¡No puede ser! —exclama—. Yo quería un tono broncíneo. La muy idiota se ha equivocado de botella. ¡Parezco una bombona de butano! — dice, mientras se frota la cara entre bufidos y resoplidos.
—Será mejor que vayas a comprarte un exfoliante corporal y que te des una buena ducha —le aconsejo, y vuelvo a centrarme en mi pantalla.
—¡No puedo creer que me esté pasando esto! —se lamenta—.  Esta noche he quedado con Drew. ¡Saldrá huyendo en cuanto me vea así!
—¿Adónde vais? —le pregunto.
—Al Langan. Me van a tomar por una famosilla del tres al cuarto. No puedo ir así.
 
Esto es una auténtica catástrofe para Victoria. Drew y ella sólo llevan saliendo una semana, otra relación que ha surgido a partir de mi historia frustrada. Ahora sólo falta que llegue Tom y nos anuncie que va a casarse. Ahora mismo, por egoísta que resulte, soy incapaz de alegrarme por nadie.
 
Sally,  nuestra  chica  para  todo  en  la  oficina,  sale  apresurada  de  la cocina y se detiene en seco al ver a Victoria.
 
—¡Madre  mía! ¿Estás  bien, Victoria?  —pregunta,  y yo sonrío para mis adentros cuando la chica me mira alarmada. Nuestra sencilla Sal no entiende todas estas tonterías de embellecerse.
—¡Perfectamente! —espeta Victoria.
 
Sally se retira a la seguridad de sus archivos y huye de la encolerizada Victoria y de mí y mis miserias.
—¿Y Tom?  —pregunto  en un intento  de  distraer  a Victoria  de  su crisis con el falso bronceado.
 
Ella golpea su mesa con el espejo de mano y se vuelve para mirarme. Si tuviera energía me echaría a reír. Está horrible.
—En casa del señor Baines. Parece ser que la pesadilla continúa —gruñe mientras se atusa los rubios rizos alrededor de la cara.
 
Dejo a Victoria y de nuevo miro vagamente la pantalla de mi ordenador. Estoy deseando que termine el día para volver a meterme en la cama, donde no tengo que ver, hablar o interactuar con nadie.
 
 
 
Cuando dan las cuatro en punto, apago el ordenador y salgo de la oficina para ir a reunirme con la señorita Quinn.
Llego  puntual a la magnífica vivienda adosada          de Lansdowne Crescent, y ella me abre la puerta. Me quedo pasmada. Su voz no se corresponde para nada con su aspecto. Pensaba que sería una solterona de mediana edad, tipo profesora de piano, pero    no podría estar más equivocada. Es una mujer muy atractiva, con el pelo largo y rubio, los ojos azules y la piel pálida y tersa, y viste un precioso vestido negro con zapatos de plataforma.
 
Sonríe.
—Debes  de ser ___.  Pasa,  por  favor.  —Me  guía  hasta  una  cocina horrible estilo años setenta.
—Señorita  Quinn, mi portafolio.  —Le entrego  mi carpeta  y ella la acepta  con entusiasmo.  Tiene una sonrisa muy agradable.  Quizá la haya juzgado mal.
—Llámame Ruth, por favor. He oído hablar mucho sobre tu trabajo, ___ —dice mientras hojea las páginas—. Sobre todo del Lusso.
—¿Ah, sí? —Parezco sorprendida, pero no lo estoy. Patrick está encantado con la respuesta que Rococo Union ha tenido de la publicidad del Lusso. Yo preferiría olvidar todo lo relacionado con ese edificio, pero parece que no es posible.
—¡Sí,  claro!  Todo  el  mundo  habla  de  ello.  Hiciste  un  trabajo fascinante. ¿Quieres tomar algo?
—Un café estaría bien, gracias.
Sonríe y se dispone a preparar las bebidas.
—Siéntate, ___.
 
Me siento,  saco mi expediente  de clientes  y anoto  su nombre  y la dirección en la parte superior.
—Bueno, ¿y qué puedo hacer por ti, Ruth?
Se echa a reír y señala la estancia que nos rodea con la cucharilla.
—¿De verdad necesitas preguntármelo?  Es espantosa, ¿no te parece?—dice, y vuelve a centrarse en la preparación del café.
La verdad es que sí, pero no voy a ponerme a temblar de terror al ver los módulos marrón y amarillo y las paredes de imitación de ladrillo.
—Obviamente, busco ideas para transformar esta monstruosidad — continúa—. Había pensado en echarla abajo y convertirla en una habitación familiar grande. Ven, te lo mostraré. —Me pasa un café y me indica que la siga hasta la siguiente estancia.
 
La  decoración es  igual  de  horrible que  en  la  cocina. Ella  parece bastante joven, aparenta unos treinta y tantos, así que deduzco que hace poco que se ha trasladado. Parece que este lugar no ha visto una brocha desde hace cuarenta años.
 
 
 
Tras una hora de charla, creo que ya he captado la idea de Ruth. Tiene buena visión.
Me acompaña hasta la puerta.
—Pensaré en unos cuantos diseños que se adapten a tu presupuesto y a tus ideas, y te los haré llegar con mis tarifas —le digo al despedirme—.¿Hay alguna cosa que deba dejar al margen?
—No, en absoluto. Evidentemente  quiero todos los lujos básicos que uno  espera  encontrar  en  una  cocina.  —Me  ofrece  la  mano  y  yo  se  la estrecho cortésmente—. Y una nevera para vinos. —Se echa a reír.
—Claro —sonrío con rigidez. La sola mención del alcohol hace que se me hiele la sangre—. Estaremos en contacto, señorita Quinn.
—Llámame Ruth, por favor.
Dejo a la señorita Quinn y me siento aliviada; he cumplido con toda la cortesía  que se espera  de mí, al menos  por ahora...  hasta  que vea a mi hermano mañana.
 
 
 
Me arrastro por las calles hacia la casa de Kate y deseo que no esté para poder encerrarme en mi cuarto antes de que continúe con su misión de «animar a ___».
—¡___!
Me detengo y veo a Sam asomándose  por la ventanilla  de su coche mientras pasa lentamente por mi lado.
—Hola, Samuel —saludo con una sonrisa forzada mientras continúo caminando.
—___, por  favor, no  te  unas  al  club de  cabrear a  Sam  como tu endiablada amiga. Me veré obligado a mudarme a otra parte.
Aparca el coche, sale de su Porsche y se reúne conmigo en la acera delante de casa.
 
Tiene el aspecto informal de siempre, con esos shorts exageradamente anchos, una camiseta          de los            Rolling Stones y el  pelo castaño cuidadosamente desaliñado.
—Lo  siento.  ¿Te  has  trasladado  aquí  de  forma  permanente?  —pregunto enarcando una ceja.
Sam tiene un piso en Hyde Park con mucho más espacio, pero como Kate tiene el taller en la planta baja de su casa, insiste en que se quede aquí.
—No, qué va. Kate me dijo que llegarías a casa a las seis, y quería hablar  contigo.  —De repente  parece  muy nervioso,  lo que hace que me sienta tremendamente incómoda.
—¿Va todo bien? —pregunto.
Él sonríe levemente, pero no llego a verle el hoyuelo.
—La  verdad  es que no, ___. Necesito  que vengas  conmigo  —dice tímidamente.
—¿Adónde?
¿A qué viene  este  comportamiento?  Sam  no es así. Él  es alegre  y natural.
—A casa de Joe.
 
Sam  debe  de  haber  advertido  la  expresión  de  horror  en mi  rostro, porque  se  me  acerca  con  cara  suplicante.  Con  la  sola  mención  de  su nombre siento pánico. ¿Para qué quiere que vaya a casa de Joe? Después de nuestro último encuentro tendría que llevarme a rastras mientras grito y pataleo. No volvería allí ni por todo el oro del mundo. Jamás.
—Sam, no. —Doy un paso atrás negando con la cabeza. Mi cuerpo ha empezado a temblar.
Él suspira y arrastra las zapatillas sobre el pavimento.
—___, estoy preocupado. No contesta al teléfono, y nadie lo localiza. Estoy desesperado.  Sé que no quieres hablar de él, pero han pasado casi cinco días. He ido al Lusso, pero el conserje  no nos deja subir. A ti te dejará. Kate dice que lo conoces. ¿No puedes al menos convencerlo para que nos deje subir? Necesito saber cómo está.
—No, Sam. Lo siento, no puedo —grazno.
—___, me preocupa que haya hecho alguna estupidez. Por favor.
Se me empieza a cerrar la garganta, y él se acerca hacia mí mientras extiende las manos. No me había dado cuenta de que estaba retrocediendo.
—Sam, no me pidas esto. No puedo hacerlo. Él no querrá verme, y yo tampoco a él.
Me agarra de las manos para que no siga retirándome, me impulsa contra su pecho y me abraza con fuerza.
—___, lamento muchísimo tener que pedírtelo, pero debo subir ahí y ver cómo está.
Dejo caer los hombros, vencida por su abrazo y, de repente, empiezo a sollozar, justo cuando creía que ya no me quedaban más lágrimas.
—No puedo verlo, Sam.
—Oye. —Se aparta y me mira—. Sólo habla con el conserje y convéncelo para que nos deje subir. Es lo único que te pido. —Me seca una lágrima que se me había escapado y sonríe con expresión suplicante.
—No  voy  a  entrar  —aseguro.  Siento  un  nudo  de  pánico  en  el estómago sólo de pensar en verlo de nuevo. Pero ¿y si ha cometido alguna estupidez?
—___, tú sólo consigue que nos dejen subir al ático.
Asiento y me seco las lágrimas, que ahora brotan con facilidad.
—Gracias.  —Me  va arrastrando  hacia  su Porsche—.  Sube.  Drew y John se reunirán con nosotros allí. —Abre la puerta del copiloto y me insta a entrar en el coche.
Si John y Drew van a estar  allí  es porque  debe de haber  dado por hecho que accedería. Sam siempre tan optimista.


Me  monto  en  el  coche  y dejo  que  Sam  me  lleve  al  Lusso,  en  St. Katherine Docks, el lugar al que juré no volver jamás.
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 7 Icon_minitimeJunio 18th 2014, 12:30

Capítulo 2
 
Al divisar el Lusso empiezo a hiperventilar. El apremiante deseo de abrir la puerta y saltar del coche en marcha de Sam es difícil de resistir. Él me observa  con  una  expresión  de  ansiedad  evidente  en  su  precioso  rostro, como si intuyera mi intención de salir huyendo.
 
Cuando  aparcamos  frente  a las puertas,  Sam  rodea el vehículo,  me agarra  con  fuerza  del  brazo  y  nos  encaminamos  hacia  la  entrada  de peatones, donde Drew nos espera.
 
Va tan elegante como siempre, con traje y botas y el pelo negro perfectamente   arreglado,  pero  su  presencia  ya  no  me  incomoda.  No obstante, sí me sorprendo al ver que toma el relevo de Sam y me sujeta. Tira de mí hacia él y me estrecha con fuerza. Éste es el primer contacto físico  que  he  tenido  con  él.  Afirmar  que  era  distante  conmigo  sería quedarme muy corta.
—___, gracias por venir —dice mientras me sostiene pegada contra sí.
 
 
 
No respondo nada porque no sé qué decir. Están muy preocupados por Joe,  y  ahora  me  siento  culpable  e  incluso  más  nerviosa  todavía.  Me suelta y me regala una leve sonrisa para darme seguridad,  aunque no lo consigue.
Sam señala la carretera.
—Ahí viene el grandullón.
Nos volvemos y vemos cómo John llega en su Range Rover negro y derrapa  hasta  detenerse  bruscamente   tras  el  coche  de  Sam.  Saca  su inmenso cuerpo del vehículo, se quita las gafas de sol envolventes  y nos saluda con la cabeza sin decir palabra, como hace siempre. Joder, parece cabreado. Apenas le había visto los ojos hasta ahora, siempre los lleva ocultos bajo esas lentes oscuras, incluso de noche o en interiores, pero hace sol, así que no entiendo por qué se las ha quitado. Tal vez quiera que todo el mundo sepa lo enfadado que está. Y funciona. Da miedo.
 
Respiro hondo e introduzco el código de la puerta para que puedan pasar. Me gustaría no tener que seguir. Drew me insta a abrir el camino con un gesto, él siempre tan caballeroso, así que hago de tripas corazón y comienzo a avanzar en silencio por el aparcamiento. Veo el coche de Joe y advierto que todavía tiene la ventanilla rota. El corazón me da un vuelco.
 
 
Entramos en el vestíbulo de mármol del Lusso en silencio, excepto por el sonido de nuestras pisadas. En mi estómago empieza a formarse un nudo y se me acelera la respiración. Han pasado tantas cosas en este sitio. Fue mi primer gran logro en cuestiones de diseño. Mi primer encuentro sexual con Joe tuvo lugar aquí, y también el último. Todo empezó y acabó en este lugar.
Clive  levanta   la  vista  de  su  gran  mostrador   de  mármol   curvo conforme  nos  acercamos  y  nos  mira  con  una  evidente  expresión  de cansancio.
—Hola, Clive —digo con una sonrisa forzada.
Me mira primero a mí, y después a los tres seres imponentes que me acompañan antes de volver a centrarse en mi persona.
—Hola, ___. ¿Cómo estás?
—Bien —miento. De bien, nada—. ¿Y tú?
—Bien, bien. —Está receloso, sin duda tras haber tenido algún encontronazo  con  los  tres  hombres  que  me  escoltan,  y a  juzgar  por  la frialdad con la que me ha recibido, no fueron muy agradables.
—Clive, te estaría muy agradecida si nos dejaras subir al ático para comprobar cómo se encuentra Joe —digo tratando de imprimir confianza a mi voz, a pesar de no sentirla. El corazón se me acelera más y más a cada segundo que pasa.
—___, ya les he dicho a tus amigos, aquí presentes, que podría perder mi trabajo si os dejo subir. —Vuelve a mirar a los chicos con cautela.
—Lo sé, Clive, pero están preocupados —repongo en un tono neutro—. Sólo quieren ver si Joe está bien, y luego se marcharán —añado con gentileza, sabiendo que Drew, Sam y John lo son todo menos gentiles.
—___,  he subido,  he llamado  a la puerta  del  señor  Jonas  y no he obtenido respuesta. Hemos comprobado algunas grabaciones de la cámara de seguridad y no lo he visto salir ni entrar en ninguno de mis turnos. El personal de seguridad no puede comprobar cinco días de grabaciones continuas. Ya  se  lo  he  dicho a  tus  amigos. Si  os  dejara subir  estaría poniendo en riesgo mi puesto de trabajo.
 
Me sorprende el cambio repentino que ha sufrido Clive en cuestiones de etiqueta de conserjería. Si hubiese sido así de profesional y testarudo cuando vine a ver a Joe el domingo, quizá no habría sucedido aquel altercado. Pero entonces todavía sería felizmente ajena a su problemilla. Sam se pega a mi espalda.
 
—¡Déjanos subir, joder! —grita por encima de mi hombro.
Me estremezco ligeramente, aunque entiendo su desazón. Yo también me siento bastante  frustrada.  Sólo quiero que Clive los deje pasar y así poder  marcharme.  Tengo  la  sensación  de  que  las  paredes  se  me  caen encima. Veo a Joe recorriendo el suelo de mármol conmigo en brazos. Todas las imágenes que inundan mi mente parecen más claras ahora que estoy aquí.
 
Me vuelvo y veo cómo John apoya la mano en el hombro de Sam con cara de pocos amigos. Es su forma de decirle que se calme. No quería tener que recurrir a eso, pero no podrán controlar su temperamento mucho más tiempo.
—Clive,          no       quiero            tener  que     chantajearte —digo con firmeza volviéndome  hacia  él.  Me  mira  confundido,  y  noto  cómo  empieza  a devanarse los sesos pensando con qué podría comprarlo—. No quisiera que nadie se enterara de las frecuentes visitas del señor Gómez, o de la afición del señor Holland por las chicas tailandesas...
Clive arruga el semblante en un gesto derrotado.
—___, eso es jugar sucio.
—No me dejas elección, Clive —espeto.
Él  sacude  la  cabeza  y  nos  señala  el  ascensor  mientras  masculla insultos entre dientes.
—¡Genial! —exclama Sam mientras se dirigen al ascensor que sube al ático.
No  sé  cómo,  pero  de  repente  mis  pies  se  despegan  del  suelo  y empiezan a avanzar tras ellos.
—Es  posible  que  Joe  haya  cambiado  el  código  —digo  a  sus espaldas.
Sam se vuelve con expresión alarmada. Me encojo de hombros.
—Si lo ha hecho, no hay manera de subir.
De repente estoy delante del ascensor, inspirando hondo e introduciendo         el código        de la  promotora.   Las puertas se abren, acompañadas de un coro de suspiros de alivio, y todos entran. Yo me quedo fuera y miro a Sam, que sonríe y me invita a subir con un leve gesto de la cabeza. Lo hago. Entro en el ascensor, con Sam y Drew a un lado y John al otro. Vuelvo a  introducir  el  código.  Subimos  en  un  silencio  incómodo  y,  cuando finalmente se detiene, nos encontramos con la puerta doble que da al ático de Joe.
 
Sam es el primero en salir del ascensor. Camina hacia la entrada y acciona la manija con calma antes de comenzar a aporrear la puerta como un loco.
—¡Joe! ¡Abre la puta puerta!
Drew  y  John  se  acercan  y  apartan.  John  intenta  abrir,  pero  no  lo consigue. No puedo evitar pensar que tal vez yo fuera la última persona en salir del ático. Recuerdo que di un portazo con todas mis fuerzas.
—Sam,  tío,  puede  que  ni  siquiera  esté  ahí  dentro  —lo  tranquiliza
Drew.
—¡¿Y entonces dónde coño está?! —chilla Sam.
—Está  aquí  —ruge  John—.  Y ese  cabrón  lleva  demasiado  tiempo ahogando las penas. Tiene un negocio que atender.
Sigo  de  pie  dentro  del  ascensor  cuando  las  puertas  empiezan  a cerrarse  y me sacan  de mi  ensimismamiento.  Por  acto  reflejo,  salgo  al vestíbulo  del ático. Sé que dije que conseguiría  que los dejaran  subir y luego me marcharía, sé que debería irme, pero ver a Sam en ese estado ha hecho que me preocupe más todavía, y las palabras de John resuenan en mi mente.  ¿Ahogando  las  penas  o  ahogándose  en  vodka?  Si  me  quedo, ¿volveré a enfrentarme a ese Joe borracho e iracundo?
Drew llama a la puerta con calma. Es absurdo. Si los golpes frenéticos de Sam no han obtenido respuesta, dudo mucho que éstos vayan a tenerla.
Se aparta y tira de Sam hacia mí.
—___, ¿has intentado llamarlo por teléfono? —pregunta Drew.
—¡No! —replico.  ¿Por qué debería haberlo hecho? Estoy segura de que no querría hablar conmigo.
—¿Puedes intentarlo? —me pregunta Sam con tono de súplica.
Niego con la cabeza.
—No lo cogerá, Sam.
—___, inténtalo, por favor —insiste Drew.
A regañadientes, saco mi móvil del bolso, abro la lista de contactos, llamo a Joe y sostengo el teléfono pegado a la oreja mientras Sam y Drew me observan nerviosos. No tengo ni idea de qué voy a decirle si responde.
Drew vuelve de repente la cabeza hacia la puerta.
 
 
—Está sonando.
Se vuelve de nuevo hacia mí esperando a que diga algo, pero salta el contestador. Se me encoge el corazón. No quiere hablar conmigo. Me dispongo a regresar al ascensor, herida por su rechazo, pero entonces oigo un fuerte impacto.
Sam, Drew y yo volvemos la cabeza al instante hacia la doble puerta que da al apartamento de Joe y vemos a John al otro lado, rodeado de un marco astillado. Nos hace un gesto con la cabeza, y los otros dos hombres corren al interior. Yo los sigo, vacilante. Sólo puedo pensar en mi último descubrimiento aquí. ¿Por qué avanzo en esta dirección?
«¡Da media vuelta! ¡Métete en el ascensor! ¡Vete YA!»
Pero no lo hago. Me quedo en el umbral y, por lo que parece, nada ha cambiado. Todo da la impresión de estar en su sitio. Me adentro un poco más en el espacio diáfano mientras oigo cómo los chicos corren arriba y abajo buscando a Joe y, cuando diviso la escalera, veo que la botella de vodka vacía sigue sobre la consola. Después  observo que la terraza está abierta de par en par. Me acerco con cautela hacia allí. Los demás siguen registrando  el  apartamento,  abriendo  y  cerrando  puertas  y  gritando  su nombre.
Yo, en cambio, me arrastro hacia la terraza. Sé por qué. Es el mismo magnetismo   que  me  lleva  hacia  Joe  siempre  que  está  cerca,  pero ¿realmente  quiero saber qué se esconde fuera? Sé que no será mi Joe.
¿Quiero volver a verlo en ese estado tan horrible, tan agresivo y tan detestable?  No, claro que no, pero tampoco parece que pueda dar media vuelta.
Conforme  me aproximo  a las puertas  abiertas,  intento  preparar  los ojos  para ver un  despojo   ebrio   tirado   sobre           una     de        las       tumbonas sosteniendo una botella de vodka, pero lo que me encuentro es el cuerpo inconsciente de Joe, desnudo, tumbado boca abajo sobre el entarimado.
Me quedo sin aliento y el pulso me golpea en la sien.
—¡Está aquí! —chillo mientras corro hacia su cuerpo inerte, dejo caer el bolso y me echo al suelo a su lado.
Lo agarro de sus anchos hombros e intento ponerlo boca arriba. No sé de dónde saco la fuerza, pero el caso es que lo consigo y hago girar su cuerpo hasta que su cabeza descansa sobre mi regazo. Empiezo a pasarle las manos desesperadamente por el rostro y advierto que todavía tiene la mano hinchada y magullada, con sangre en los nudillos.
 
 
—Joe,  despierta.  Por  favor,  despierta  —ruego  cediendo  ante  la histeria  al  ver  al  hombre  al  que  amo  tumbado  inconsciente  sobre  mis piernas. Las lágrimas ruedan por mi rostro y se precipitan sobre sus mejillas—. Joe, por favor. —Le acaricio consternada la cara, el pecho y el pelo. Parece demacrado, ha perdido peso, y una barba de una semana le cubre el mentón.
—Cabrón —ruge John cuando me encuentra en el suelo de la terraza con Joe sobre mi regazo.
—No sé si respira  —sollozo,  y miro con ojos vidriosos  al hombre corpulento que avanza hacia mí. ¿Por qué no lo he comprobado todavía? Es el primer paso en primeros auxilios. Le agarro la muñeca, pero mis manos temblorosas me impiden sostenerlo quieto para detectarle el pulso.
—Espera  —ordena  John,  y se  arrodilla  y me  arrebata  el  brazo  de Joe.
Alzo la vista y veo que Sam llega corriendo hasta la puerta.
—¡Pero ¿qué...?!
Las lágrimas invaden mis ojos de manera incontrolable y todo parece moverse a cámara lenta. Sam se acerca, se agacha a mi lado y empieza a frotarme el brazo.
—Voy  a llamar  a una  ambulancia  —dice  Drew inmediatamente  al vernos apiñados alrededor de la figura inmóvil de Joe.
—Espera —ladra John con aspereza mientras se inclina sobre él, le separa los labios resecos e inspecciona cada parte de su cuerpo laxo—. El muy gilipollas tiene un coma etílico.
Miro  a  Sam  y  a  Drew,  pero  no  entiendo  sus  reacciones  ante  la conclusión de John. ¿Cómo lo sabe? Podría estar medio muerto. Definitivamente lo parece.
—Creo que deberíamos llamar a la ambulancia —insisto sorbiéndome la nariz.
John me mira con compasión. Hasta ahora sólo había visto una expresión impasible en su rostro severo, así que el modo en que me mira ahora, apenado y como si yo fuera algo ingenua, me resulta curiosamente reconfortante.
—___, niña, lo he visto así más de una vez. Lo único que necesita es una cama y algunos cuidados para salir de ésta, no un médico. Al menos, no de ese tipo —dice, y sacude la cabeza.
Vaya. ¿Cuántas veces son «más de una vez»? Por lo visto, John sabe lo que se hace. No parece preocuparle ver a Joe postrado sobre mi regazo, y en cambio yo estoy hecha un manojo de nervios. Sam y Drew tampoco están muy bien que digamos. ¿Lo habrán visto así antes también?
 
John me pellizca la mejilla y se levanta del suelo. Es la primera vez que lo oigo hablar tanto. El grandullón silencioso ha resultado ser un grandullón  simpático,  pero  sigo  pensando  que  no  me  gustaría  que  se cabreara conmigo.
—¿Qué le ha pasado en la mano? —pregunta Sam al ver la sangre y los cardenales.
La verdad es que tiene un aspecto horrible y seguramente necesitará que le echen un vistazo.
—Rompió la ventanilla de su coche —sollozo, y todos me observan—. El día que discutimos en casa de Kate —añado, casi avergonzada.
—¿Lo llevamos a la cama? —pregunta Drew con timidez.
—Al sofá —ordena John. Hemos vuelto a las respuestas escuetas.
 
Sam se levanta y recoge una botella de vodka vacía de debajo de la tumbona.  La  mira  con  auténtico  asco  y  la  estrella  contra  un  macetero elevado.  Me  estremezco   ante  el  fuerte  estrépito  que  crea  a  nuestro alrededor, pero lo más importante es que Joe también lo hace.
—¿Joe?  —Lo llamo  y lo sacudo  ligeramente—.  Joe,  por favor, abre los ojos.
Sam,  Drew y John  se acercan  y Joe  empieza  a llevarse  el  brazo tembloroso a la cabeza. Se lo agarro y vuelvo a apoyarlo a un lado, pero en cuanto lo suelto, lo levanta de nuevo delante de mi cara mientras farfulla algo ininteligible y comienza a mover las piernas.
—Te está buscando, niña —dice John con voz tranquila.
Miro al hombre, sorprendida, y él asiente. ¿Me está buscando a mí? Le cojo la mano de nuevo, se la guío hacia mi rostro y apoyo su palma abierta contra mi mejilla. Se calma al instante. Su tacto frío sobre mi cara no me reconforta, pero a él parece aliviarlo, de modo que lo mantengo ahí y dejo que me sienta, horrorizada al pensar que probablemente lleve días aquí  tirado  en  la  terraza,  desnudo  e  inconsciente. Aunque  estemos  a mediados de mayo y las temperaturas sean agradables durante el día, por la noche descienden. ¿Por qué me alejé de él? Debería haberme quedado a tranquilizarlo en lugar de marcharme.
—Voy a subir a por sábanas y mantas —dice Drew, y entra de nuevo en el apartamento.
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 7 Icon_minitimeJunio 18th 2014, 12:31

Capítulo 3


—¿Vamos?  —pregunta  John  al  tiempo  que  señala  a  Joe  con  la cabeza.
A regañadientes,  lo suelto y dejo que Sam y John lo cojan cada uno por un lado para levantarlo de manera coordinada.  Cuando lo apartan de mis piernas, me incorporo y me adelanto para despejarles el camino. Retiro los millones de cojines que hay sobre la rinconera de piel (que yo misma me encargué de adquirir) para que parezca más una cama.
Drew baja la escalera cargado de mantas. Sam y John esperan pacientemente  con  el  peso  desnudo  de  Joe  repartido  equitativamente entre ambos. Cojo un cubrecama de terciopelo, lo despliego sobre el frío cuero y me aparto para que John y Sam lo coloquen encima del sofá antes de acomodarle la cabeza sobre unas almohadas y cubrirle el cuerpo con una manta. Me arrodillo a su lado y le acaricio el rostro hirsuto.
La culpa me invade y empiezo a llorar otra vez. Podría haber evitado todo esto. Si no me hubiera largado de aquel modo, ahora no se encontraría en  este  estado.  Debería  haberme  quedado,  haberlo  calmado  y  haber esperado a que recobrara la sobriedad. Me doy asco.
—___,  ¿estás  bien?  —oigo  preguntar  a  Drew  por  encima  de  mis sollozos contenidos, y entonces noto que una mano empieza a acariciarme la espalda.
Me sorbo los mocos y me limpio la nariz con el dorso de la mano.
—Perdonadme, estoy bien.
—No te disculpes —suspira Sam.
 
Me inclino sobre Joe, pego mis labios a su frente y los dejo ahí unos segundos. Cuando me levanto del suelo, su brazo sale disparado de debajo de la manta y me agarra.
—¿___? —Tiene la voz ronca y los ojos, ligeramente abiertos, inspeccionan la estancia. Cuando encuentran los míos, lo único que veo son dos fosas vacías. Sus ojos normalmente cafés y adictivos ahora parecen negros.
—Hola —digo, y coloco la mano sobre su brazo.
Intenta levantar la cabeza de la almohada, pero no hace falta que lo reprenda. Antes de que me dé tiempo a empujarlo de nuevo hacia abajo, deja de intentarlo.
—Lo siento —murmura con voz lastimera, y su mano empieza a ascender por mi brazo hasta que encuentra mi rostro de nuevo—. Lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento...
—Para —susurro con un hilo de voz mientras lo ayudo a alcanzar mi cara—. Para ya, por favor.
Vuelvo la cabeza hacia su mano, le beso la palma y, cuando lo miro de nuevo, veo que tiene los ojos cerrados. Ha vuelto a perder el conocimiento.
Le cojo la mano, se la coloco sobre la manta y me aseguro de que está bien arropado antes de levantarme  y volverme  hacia Sam, Drew y John, que  se encuentran  de  pie,  observando  en silencio  cómo  lo atiendo.  Me había  olvidado  por  completo  de  que  no estaba  sola  con  Joe,  pero  no siento la menor vergüenza.
—Voy a preparar café —dice Sam rompiendo el silencio, y se dirige a la cocina, con John y Drew detrás.
Miro a Joe de nuevo y mi instinto me pide que me suba al sofá y me acurruque con él, lo acaricie y lo tranquilice. Quizá debería hacerlo, pero antes he de hablar con los chicos. Los sigo a la cocina, donde Sam y Drew se hallan  recogiendo  los taburetes  y John, levantando  el congelador  del suelo. No estaba así cuando me marché el domingo. Está claro que Joe entró en cólera.
—Tengo que irme pitando —anuncia Drew con pesar mientras coloca el último taburete en su sitio—. He quedado con Victoria.
Parece algo avergonzado.
—Vete  tranquilo,  tío  —responde  Sam  mientras  busca  las  tazas—. Luego te llamo.
—En el último armario a la derecha, en el estante de arriba —digo para indicarle a Sam dónde se encuentran. Él me mira con expresión socarrona.
Me encojo de hombros.
—Bien, entonces me marcho. Hablamos mañana —dice Drew.
Le regalo una pequeña sonrisa y John se despide con su típico gesto de la cabeza. Drew se marcha y Sam termina de preparar los cafés.
Lleva tres tazas de café a la isla, donde John y yo hemos tomado asiento.
—Será mejor no probar suerte con la leche, si es que tiene. ¿Te gusta solo? —me pregunta Sam.
Asiento y me pongo yo misma el azúcar. John también se sirve y, para mi asombro, se echa cuatro cucharadas. Sé que no hay leche, pero si la hubiera sería inútil compartirla.
—Bueno, y ahora que lo hemos encontrado —empieza Sam—, ¿qué vamos a hacer con él? —bromea.
El  Sam  despreocupado  de  siempre  ha  vuelto,  y es  todo  un  alivio. Verlo tan ansioso no hacía más que alimentar mi propia angustia y, visto lo visto, tenía motivos para estar así. Siento escalofríos al imaginarme a Joe aquí solo, sufriendo durante los últimos cinco días. ¿Cuánto tiempo más habría permanecido ahí tirado si             me hubiera   negado a venir? Probablemente habrían llamado a la policía.
John interviene:
—Todo  va bien en La Mansión.  No tenemos  que preocuparnos  por eso. Volverá a la normalidad dentro de una semana, cuando se haya recuperado de la resaca.
—¿No necesita rehabilitación? —pregunto—. O terapia, o algo. —No tengo ni idea de cómo funcionan estas cosas.
John  niega  con  la  cabeza  y  vuelve  a  ponerse  las  gafas  de  sol. Comienzo  a  plantearme  su  relación  con  Joe.  Creía  que  era  sólo  un empleado, pero parece ser que es el que más sabe de todo esto.
—No, nada de rehabilitación —asevera con firmeza—. No es un alcohólico  propiamente  dicho. No está obsesionado  con el alcohol, __. Bebía para mejorar  su estado de ánimo, para llenar  un agujero.  Cuando empieza, no puede parar —dice, y me ofrece una pequeña sonrisa—. Y tú ayudaste, niña.
—¿Yo? ¿Qué hice yo? —pregunto a la defensiva. No sé por qué me duele  tanto el comentario  de John. Acaba  de decirme  que ayudé  con la situación, pero siento que insinúa que también podría haber contribuido a su recaída.
Sam apoya su mano sobre la mía en el banco.
—Se había centrado en otra cosa.
—Pero lo dejé —digo en voz baja.
Sólo confirmo lo que ambos están pensando, aunque no éramos una pareja formal como para dejarlo. No habíamos hablado acerca de nuestra situación. No pusimos las cartas sobre la mesa respecto a toda esa mierda.
—No ha sido culpa tuya, ___ —me tranquiliza Sam—. Tú no sabías nada.
—No me lo había contado —susurro—. De haberlo sabido, las cosas habrían sido distintas —sigo defendiéndome.
No  sé  hasta  qué  punto habría sido  diferente todo si  Joe  me  lo hubiera contado, o de haberlo descubierto por mí misma. Lo que sé es que no  quiero  volver  a  verlo  como  el  domingo  pasado  nunca  más.  Si  me marcho ahora, ¿volverá a suceder? O podría quedarme y ayudarlo, pero ¿lo haría porque lo amo o porque me siento culpable? Puede que ni siquiera me quiera aquí. Estaba furioso conmigo. Estoy hecha un lío.
 
Apoyo los codos en el banco y dejo caer la cabeza sobre mis manos. ¿Qué narices debo hacer?
—¿___? —La voz profunda de John me obliga a levantar la cabeza de nuevo—. Es un buen hombre.
—¿Qué lo llevó a beber? ¿Es muy grave? —pregunto. Sé que es un buen hombre, pero necesito saber más para entenderlo mejor.
—¡Quién sabe! —contesta John, y me mira—. No pienses que estaba borracho perdido día sí, día también. No es eso. Si se encuentra en ese estado es sólo porque se siente mal, no porque sea alcohólico.
—¿Y dejó de beber cuando aparecí yo? —No puedo creerlo. John se echa a reír.
—Exacto,  aunque  tú has hecho que saque otras cualidades  bastante desagradables de su carácter, niña.
 
Frunzo  el  cejo  aunque  sé  exactamente  a  qué  se  refiere,  y  por  la expresión burlona de Sam, él también. Dicen que Joe suele ser bastante tranquilo, pero yo sólo he conocido al Joe Jonas tranquilo en contadas ocasiones, y casi siempre era cuando se salía con la suya. La mayor parte del tiempo lo único que vi fue a un obseso del control hasta lo irracional. Incluso él mismo admitió que sólo era así conmigo..., afortunada de mí.
 
¿A qué tendrían que enfrentarse si volviera a marcharme de nuevo?
—Me quedaré, pero si vuelve en sí y no me quiere aquí, os llamaré a uno de los dos —les advierto.
El alivio de Sam es palpable.
—Eso no va a suceder, ___.
John asiente.
—Yo he de volver a La Mansión y dirigir ese maldito negocio. —Se levanta del taburete—. ___, necesitas mi número. ¿Dónde está tu teléfono?
Miro a mi alrededor buscando mi bolso y entonces me doy cuenta de que lo he dejado en la terraza. Me levanto y voy a por él.
 
De vuelta a  la  cocina, veo que Joe sigue inconsciente. ¿Cuánto tiempo estará así, y cuándo debería empezar a preocuparme? No tengo ni idea de qué debo hacer. Permanezco ahí, observándolo en silencio. Sus pestañas parpadean levemente, su pecho se eleva y desciende a un ritmo estable. Incluso inconsciente parece acongojado. Me acerco en silencio y le subo la manta hasta la barbilla. No puedo evitarlo. Nunca antes lo había cuidado, pero me sale de manera instintiva.  Me arrodillo y apoyo mis labios sobre su fría mejilla, deleitándome  en el leve consuelo que obtengo del contacto antes de continuar hacia la cocina.
 
Al entrar, veo que John se ha marchado.
—Ten. —Sam me pasa un trozo de papel—. Es el número de John.
—¿Tenía prisa? —pregunto. Podría haber esperado a que volviera.
—Nunca se queda más tiempo del necesario en ningún sitio. Oye, he hablado con Kate. Va a traerte algo de ropa.
—Ah, bien. —Mi pobre ropa debe de estar mareada. No ha parado de entrar y salir de esta casa.
—Gracias, ___ —dice Sam con sinceridad.
—No me las des —protesto, incómoda. En parte esto es culpa mía. Sam se revuelve nervioso.
—Ya. Es que..., bueno, después de lo del domingo, y de la sorpresa en La Mansión...
—Sam, no.
—Cuando  bebe, bebe mucho.  —Sonríe—.  Es un hombre  orgulloso, ___. Se moriría de vergüenza si supiera que lo hemos visto así.
Sí, me lo imagino. El Joe que yo conozco es fuerte, seguro de sí mismo, dominante y muchas otras cosas más. La debilidad y la impotencia no están incluidas en la larga lista de sus atributos. Quiero decirle a Sam que lo de su problema con la bebida ha hecho que me olvide de lo de La Mansión y de sus actividades, pero no es verdad. Ahora que estoy aquí y que he visto de nuevo a Joe, todo vuelve a proyectarse con intensidad en mi mente. Joe regenta un club de sexo. Además, es usuario de las instalaciones de su propio club. Sam me lo confirmó, aunque fue bastante evidente cuando me encontré con el marido de una de las conquistas de Joe. En el fondo sabía que debía de ser promiscuo, que debía de ser un mujeriego hedonista, pero no imaginaba hasta qué punto.
 
 
 
Nos pasamos la siguiente hora recogiendo envases vacíos por todo el apartamento y metiéndolos en un par de bolsas de basura negras. Saco todas  las  botellas  de  vodka  de  la  nevera  y  vierto  su  contenido en  el fregadero. Estoy alucinando con la cantidad de bebida que tiene aquí; debe de haber comprado una caja entera. Es obvio que planeaba quedarse aquí solo con su vodka durante una buena temporada. Pero una cosa tengo clara: yo no pienso volver a beberlo nunca más.
Clive telefonea para decirme que una joven llamada Kate está en el vestíbulo  y,  tras  informarle  sobre  lo  que  nos  hemos  encontrado  aquí, bajamos a reunirnos con ella, cada uno cargado con una bolsa negra llena de  basura  y  botellas  vacías.  Tomo  nota  mentalmente  de  que  hay  que arreglar la puerta rota.
Kate espera en el vestíbulo, bajo la estricta vigilancia de Clive.
—Hola —saluda con cautela mientras nos acercamos arrastrando las ruidosas bolsas con nosotros—. ¿Cómo está?
Suelto la bolsa, lo que provoca más ruido de cristales, y miro mal a Clive para que sepa que estoy muy enfadada con él. Si hubiera dejado a Sam, a Drew o a John subir al ático antes, tal vez lo habríamos encontrado borracho en lugar de totalmente comatoso. Al menos tiene la decencia de parecer arrepentido.
—Está   durmiendo   —contesta   Sam   al         ver  que  estoy  demasiado ocupada haciendo que el conserje se sienta culpable.
Cuando vuelvo a centrarme  en Kate, veo que Sam le pasa el brazo libre alrededor de la cintura y la abraza. Ella lo golpetea, juguetona.
—Toma. —Me pasa mi bolsa, que parece un yoyó que no para de ir de casa de Kate al Lusso y viceversa—. He metido de todo un poco.
—Gracias —digo mientras la cojo.
—¿Vas a quedarte, entonces? —pregunta.
—Sí     —contesto encogiéndome de hombros. Sam me mira con agradecimiento, y en seguida vuelvo a sentirme incómoda.
—¿Durante cuánto tiempo? —quiere saber Kate.
Buena  pregunta.  ¿Durante  cuánto  tiempo?  ¿Cuánto  tiempo  llevan estas cosas? Podría despertarse esta noche, o mañana, o pasado mañana. Tengo trabajo que hacer, y he de buscar un apartamento. Miro a Sam en busca de respuestas, pero él se encoge de hombros, cosa que no ayuda. Miro de nuevo a Kate y me encojo de hombros yo también.
De pronto soy consciente de que he dejado a Joe solo arriba y me entra el pánico. Podría despertarse y no ver a nadie.
—Debería subir otra vez —digo, volviéndome hacia los ascensores.
—Claro, tranquila. —Kate me insta a marcharme con un gesto de la mano  y  luego  coge  la  bolsa  de  basura  del  suelo—.  Ya  tiramos  esto nosotros.
Nos despedimos, le prometo que la llamaré por la mañana y regreso al ascensor, dando instrucciones a Clive por el camino de que mande arreglar la ventanilla  del  coche  de Joe  y la puerta  de su apartamento.  Él, por supuesto, se pone a ello de inmediato.
 
Cuando  llego de nuevo al último  piso, cierro  la puerta,  pero no se queda asegurada del todo. Tiene que bastar hasta que alguien venga a repararla. Entro en el salón. Joe sigue dormido.
¿Y ahora qué hago? Miro hacia abajo y veo que aún llevo puestos el vestido gris topo y los tacones, así que me dirijo a la planta superior y me auto asigno la  habitación que está al  otro extremo del  descansillo. Me quedo  pasmada  al  ver  todas  las  almohadas  tiradas  por  el  suelo  y  las sábanas arrugadas tras mi breve descanso antes de que Joe me transportara  de nuevo a su cama después de la masacre  del vestido. Me dispongo a hacer la cama y a ponerme los vaqueros rotos y una camiseta negra. No me vendría  mal una ducha, pero no quiero dejar a Joe solo mucho tiempo, así que eso tendrá que esperar.
Vuelvo abajo, me preparo un café solo y, mientras me lo tomo en la cocina, pienso que sería una buena idea informarme un poco sobre el alcoholismo. Joe debe de tener un ordenador en alguna parte.
 
Lo busco y encuentro un portátil en su estudio. Lo enciendo y siento un inmenso alivio al ver que no me pide contraseña.  Este hombre tiene graves problemas  con la seguridad.  Lo llevo abajo y me acomodo  en el gran  sillón  que  hay  frente  a  Joe,  para  poder  controlarlo.  En  Google, tecleo «Alcohólicos» y aparecen diecisiete millones de resultados. No obstante, en     la parte superior de la página aparece «Alcohólicos Anónimos». Supongo que es un buen sitio para empezar. Por mucho que John diga que Joe no es alcohólico, yo tengo mis dudas.
 
 
 
Tras unas cuantas horas buscando en internet, siento que mis neuronas no responden. Hay mucha información que asimilar: efectos a largo plazo, problemas psiquiátricos, síntomas de abstinencia... Leo un artículo sobre cómo algunos traumas infantiles llevan al alcoholismo, y me pregunto si a Joe debió de sucederle algo de pequeño. De inmediato acude a mi mente la horrible cicatriz que tiene en el abdomen. También existe una relación genética,  y  entonces  me  pregunto  si  alguno  de  sus  progenitores   era alcohólico. Hay tantísima información que no sé qué hacer con ella. Este tipo de preguntas no se hacen así como así.
 
Mi mente  retrocede  al domingo  pasado  y a las cosas  que me dijo: «Eres  una  calientabraguetas,  ___...  Te  necesitaba  a  ti  y...  tú...  tú  me dejaste.» Y después lo dejé... una vez más.

Me dijo que no me lo había dicho porque no quería darme otra excusa para dejarlo, pero también dijo que no era un alcohólico. Y John aseguró lo mismo.  Si  es  un  problema  y  está  relacionado  con  el  alcohol,  eso  lo convierte en un alcohólico,  ¿no? Apago el portátil desesperada  y dejo la taza de café vacía sobre la mesita. Son sólo las diez en punto, pero estoy agotada. No quiero irme arriba a la cama por si se despierta, y tampoco quiero   acomodarme   mucho,   así que  cojo  unos cuantos cojines, los dispongo en el suelo a su lado y me recuesto con la cabeza apoyada en el sofá, al tiempo que le acaricio el vello de sus brazos torneados. El contacto me relaja. Los párpados empiezan a pesarme y me quedo dormida.
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 7 Icon_minitimeJunio 18th 2014, 12:40

Capítulo 3
 
—Te quiero.
 
Soy vagamente consciente de que su palma me sostiene la nuca y de que me está pasando los dedos por el pelo. Es una sensación muy reconfortante...  y  maravillosa.  Abro  los  ojos  y  me  encuentro  con  una versión algo apagada de los ojos cafés que tan bien conozco.
Me pongo de pie y me golpeo el tobillo con la mesita de café.
—¡Mierda! —maldigo.
—¡Esa boca! —me reprende con voz ronca.
Me agarro el tobillo, pero entonces me despierto del todo y recuerdo dónde estoy. Bajo el pie y desvío la mirada hacia el sofá, donde encuentro a Joe semi incorporado  y con un aspecto espantoso;  pero al menos está consciente.
—¡Te has despertado! —exclamo.
Hace una mueca de dolor y se agarra la cabeza con la mano buena.
«Ay, mierda.»
Debe de tener una resaca monumental, y aquí estoy yo, dando gritos. Reculo  unos  pocos  pasos  hasta  dar  con  la  silla  que  tengo  detrás  y me siento.  No sé qué  decirle.  No voy  a preguntarle  cómo  se encuentra,  es bastante evidente, y no voy a darle una charla sobre seguridad personal ni sobre  cuestiones  de  salud.  Lo  que  realmente  quiero  preguntarle  es  si recuerda nuestra discusión. ¿Qué debería hacer?
No lo sé, así que decido sentarme  con las manos sobre el regazo y mantener la boca cerrada.
Observo cómo me mira y mi mente se inunda de cosas que anhelo expresar  pero  no  puedo.  Deseo  decirle  que  lo  quiero,  para  empezar.  Y quiero preguntarle por qué no me había contado que regenta un club de sexo, o que tiene un problema con la bebida. ¿Se estará preguntando qué hago aquí? ¿Querrá que me marche? Joder, ¿necesita un trago? El silencio me está matando.
—¿Cómo te encuentras? —suelto,          deseando al instante haber mantenido la boca cerrada.
Él suspira y se inspecciona la mano herida.
—Fatal —sentencia.
Ah, vale. ¿Y ahora qué digo? No parece en absoluto contento de verme, así que quizá debería irme antes de empujarlo a abrir otra botella. Aunque en ese caso tendrá que salir a comprarla, y eso probablemente le dé aún más motivos para cabrearse conmigo.
Concluyo que debe de necesitar tomar líquidos, así que me levanto y me dirijo a la cocina. Le llevaré un poco de agua y me marcharé.
—¿Adónde vas? —pregunta algo nervioso, incorporándose en el sofá.
—He pensado que necesitas beber agua —lo tranquilizo, un poco más animada.
No quiere que me vaya. He visto esa expresión en su rostro muchas veces. Normalmente tras ella suele aparecer el controlador dominante, después de inmovilizarme en alguna parte, pero no voy a emocionarme en exceso. No tiene fuerzas para perseguirme, inmovilizarme o dominarme en estos momentos. Ese pensamiento me decepciona.
 
Mi respuesta lo tranquiliza.  Sigo hacia la cocina y miro el reloj del horno mientras cojo un vaso. Son las ocho en punto. He dormido diez horas seguidas. No lo había hecho desde..., bueno, desde la última vez que estuve con Joe.
Saco la botella de agua de la nevera y lleno el vaso antes de regresar al inmenso espacio diáfano, donde me encuentro a Joe sentado en el sofá con la cabeza entre las manos y la manta arrugada sobre su regazo.
Cuando  llego donde está él, levanta  los ojos y nuestras  miradas  se encuentran. Le doy el agua. Coge el vaso con la mano sana y me roza con los dedos. Retiro los míos rápidamente y el agua se derrama del vaso. No sé por qué ha pasado eso, y la expresión de su rostro me parte el alma al instante. Está temblando violentamente, y me pregunto si será el síndrome de abstinencia. Estoy convencida de haber leído que los temblores son un síntoma, junto con una larga lista de otros indicios.
Sigue mi mirada  hasta su mano y niega con la cabeza.  Es extraño. Nunca nos había pasado esto. Ninguno de los dos sabe qué decir.
—¿Cuándo fue la última vez que bebiste? —pregunto. Sé que estoy entrando en un terreno pantanoso, pero tengo que decir algo.
Bebe un trago de agua y se deja caer de nuevo en el sofá. Sus abdominales se ven más perfilados con la ligera pérdida de peso.
—No lo sé; ¿qué día es hoy?
—Sábado.
—¿Sábado? —pregunta, claramente estupefacto—. Mierda.
Imagino que eso significa que ha perdido mucho tiempo, pero no es posible  que haya estado  encerrado  en este ático bebiendo  durante  cinco días seguidos. Habría acabado muerto, ¿no?
Y entonces vuelve a hacerse el silencio y yo me siento de nuevo en el sillón  que  está  justo  enfrente  de él, buscando  algo  adecuado  que  decir. Detesto esto. Normalmente  me abalanzaría  sobre él, lo rodearía con mis brazos y dejaría que me ahogara a besos sin pensarlo dos veces, pero se encuentra muy débil (cosa difícil de asumir, teniendo en cuenta su constitución  alta  y  atlética).  Mi  hombre  fuerte  y  duro  está  hecho  un despojo tembloroso, y eso me está matando. Y, para colmo de males, ni siquiera sé si querría que lo hiciera. Ni si quiero hacerlo yo. Este hombre no es el tipo del que me enamoré. ¿Es éste el auténtico Joe?
Se sienta y juguetea con el vaso pensativamente; la sensación familiar de verlo cavilar me resulta reconfortante,  es una pequeña parte de él que reconozco, pero no soporto este silencio.
—Joe,  ¿puedo  hacer  algo?  —pregunto,  desesperada,  rogando  para mis adentros que me diga algo, lo que sea.
Suspira.
—Hay muchas cosas que puedes hacer, ___. Pero no voy a pedirte que hagas ninguna de ellas —dice sin mirarme.
Quiero gritarle, decirle todo lo que me ha hecho. Verlo ahí, desaliñado y pasando  el dedo por el borde del vaso, no hace sino reforzar  la parte sensata de mi cerebro que me insta a huir.
—¿Quieres  ducharte?  —pregunto.  No puedo seguir  aquí  sentada  en silencio o acabaré tirándome de los pelos.
Se inclina hacia adelante y hace una mueca de dolor.
—Claro —masculla.
Le cuesta ponerse de pie y me siento como una auténtica zorra por no ayudarlo,  pero no sé si quiere  que lo haga  ni tampoco  si soy capaz  de hacerlo. El ambiente entre nosotros es muy tenso.
Al levantarse, las frazadas le caen a los pies; mira hacia abajo y ve que está desnudo.
—Mierda —maldice, y se agacha para coger una de las mantas. Se la envuelve alrededor de la cintura y se vuelve hacia mí—. Lo siento —dice encogiéndose de hombros.
¿Lo siente?
Como si no lo hubiera visto desnudo antes. De hecho, lo he visto muchas veces. Según sus propias palabras, no hay ni un solo milímetro de mi cuerpo que no lo haya tenido dentro o encima.
Dejo caer los hombros y suspiro mientras empiezo a subir con él la escalera hasta la suite principal. Nos lleva un tiempo, y lo pasamos en un incómodo   silencio,   pero  lo  conseguimos.   No  sé cuánto   más puedo permanecer aquí. Esto es muy diferente de lo que estoy acostumbrada con este hombre.
—¿Te apetece más un baño? —pregunto adelantándome de camino al lavabo. Parece exhausto tras el esfuerzo, así que no creo que consiga mantenerse de pie en la ducha. Un buen baño le relajará los músculos y le hará bien.
Él se encoge de hombros de nuevo.
—Bueno.
Vale, le doy un baño y me marcho. No puedo hacer esto. Éste es el hombre al que empezaba a creer que             conocía, a quien deseaba desesperadamente  conocer,  pero me tortura  haber  descubierto  que no lo conozco en absoluto, ni siquiera un poco. Llamaré a John para ver qué me aconseja que haga. No estoy hecha para esto. Está callado, encerrado en sí mismo, y todas las cosas dolorosas que me gritó durante nuestra discusión parecen más altas y más claras cuanto más tiempo paso aquí. ¿Por qué me metí en ese ascensor?
Abro el enorme grifo y coloco la mano debajo hasta que el agua sale a la temperatura  adecuada  mientras hago todo lo posible por no pensar en conversaciones  de bañera y en el hecho de que el propio Joe proclamó que ahora era un hombre de baño (pero sólo cuando yo estoy con él). Pongo el tapón y dejo que corra el agua, consciente de que la inmensa tina tardará una eternidad en llenarse.
Me vuelvo y me encuentro frente al mueble del lavabo. Ahí es donde tuvimos nuestro primer encuentro sexual. En este baño nos hemos duchado juntos, nos hemos bañado juntos y hemos tenido muchas sesiones de sexo vaporoso juntos. Y también aquí es donde lo vi por última vez.
«¡Basta!»
Bloqueo esos pensamientos y me mantengo ocupada buscando sales de baño y entreteniéndome con otras tonterías mientras Joe permanece apoyado contra la pared en silencio. Efectivamente, la bañera tarda una vida en llenarse, y empiezo a desear haberme limitado a meterlo en la ducha.
Por fin parece que se ha llenado lo suficiente.
 
 
—Ya  puedes  entrar  —digo  brevemente  mientras  salgo  del  baño. Nunca me había sentido tan obligada a huir de su presencia. Me he largado con pataletas y he evitado que me tocara por miedo a perder la cabeza, pero jamás había querido marcharme realmente. Ahora sí.
—Actúas como una extraña —apunta con voz suave cuando llego a la puerta.
Me detengo en seco. Esta situación me resulta muy dolorosa.
—Me  siento  como  una  extraña  —respondo  sin volverme,  tragando saliva  e  intentando  evitar  los  temblores  que  amenazan  con  invadir  mi cuerpo.
Vuelve a hacerse el silencio y mi cerebro es un caos de instrucciones contradictorias. La verdad es que no sé qué hacer. Pensaba que el dolor ya no podía  empeorar  más. Creía  que ya me encontraba  en el  peor  de los infiernos. Pero me equivocaba. Verlo así me está matando. Tengo que irme y continuar con mi lucha por superar esta relación. Siento que ahora que lo he visto de nuevo he retrocedido  varios pasos, pero la verdad es que no había hecho ningún avance en mi recuperación. En todo caso, esto hará que todo el doloroso proceso resulte más sencillo.
—Por favor, mírame, ____.
Sus palabras, más una súplica que sus típicas órdenes, hacen que el corazón se me desboque. Incluso su voz suena diferente. No es el rugido grave, ronco y sexy al que estoy acostumbrada. Ahora es afónica.
Me vuelvo lentamente para mirar a ese hombre extraño y veo que se está mordiendo el labio inferior y me observa a través de unos ojos cafés hundidos.
—No puedo hacer esto. —Doy media vuelta y me marcho. Mi corazón palpita con fuerza, aunque cada vez más despacio. Sin duda, no tardará en detenerse.
—¡___!
Oigo que viene tras de mí, pero no me doy la vuelta. Apenas tiene fuerzas, así que quizá esta vez consiga escapar de él. ¿Cómo se me ocurrió venir aquí? Las imágenes del domingo pasado inundan mi cabeza mientras desciendo a toda prisa, con la vista borrosa y las piernas entumecidas.
Cuando llego al pie de la escalera, siento el tacto familiar de su mano agarrándome de la muñeca. Presa del pánico, me vuelvo y lo aparto de un empujón.
—¡No!  —grito  frenéticamente  intentando  liberarme  de  su  firme sujeción—. ¡No me toques!
—___,  no hagas  esto —me  ruega,  y me agarra  de la otra  muñeca sosteniéndome delante de él—. ¡Para!
Me desmorono en el suelo, sintiéndome frágil e impotente. Ya estoy herida, pero puede asestarme el golpe mortal que acabará conmigo.
—Por favor, no —gimoteo—. No me hagas esto más difícil.
Él se deja caer al suelo conmigo,  me coloca  sobre su regazo y me aprieta  contra su pecho. Yo sollozo sin parar contra su torso. No puedo evitarlo.
Hunde su rostro en mi pelo.
—Lo siento —susurra—.  Lo siento muchísimo.  No me lo merezco, pero dame una oportunidad. —Me aprieta con fuerza—. Necesito otra oportunidad.
—No sé qué hacer —digo con sinceridad.
De verdad que no sé qué hacer. Siento la necesidad de escapar de él, aunque al mismo tiempo siento la necesidad de quedarme y dejar que haga mejor las cosas. Pero si me quedo, ¿me asestará ese golpe de gracia? Y si me marcho, ¿estaré dándonos yo el golpe de gracia a ambos?
Lo único que sé es que éste no es el Joe asertivo, firme y fuerte, el Joe que cavila cuando lo desafío, y el que me agarra con fuerza cuando amenazo con dejarlo y me folla hasta que pierdo el sentido. Éste no es ese hombre.
—No  vuelvas   a  alejarte   de  mí  —me  suplica  abrazándome   con firmeza, y noto que ha aflojado los grilletes.
Me aparto, me seco el rostro empapado de lágrimas con el dorso de la mano y la mirada fija en su estómago.  Su enorme cicatriz  resalta ahora más que nunca. No puedo mirarlo a los ojos. Ya no me resultan familiares. No están oscuros de ira ni brillantes de placer; ni entornados con furia, ni cargados de deseo por mí. Son fosas vacías que no me ofrecen ningún consuelo. No obstante, a pesar de ello, sé que si salgo por esa puerta será mi fin. Mi única esperanza es quedarme aquí y hallar las respuestas que necesito, y rezar para que no acaben conmigo. Él tiene el poder de destruirme.
Desliza su mano fría bajo mi barbilla y levanta mi cara hacia la suya.
—Voy a hacer esto bien. Voy a conseguir que lo recuerdes, ___.
Lo miro a los ojos y veo determinación reflejada en la bruma café de sus ojos. La determinación es buena, pero ¿borra el dolor y la locura que la preceden?
—¿Puedes  hacer que lo recuerde de una manera convencional?  —le pregunto en serio. No es ninguna broma, pero él sonríe ligeramente.
—Desde ahora ése será mi objetivo. Haré lo que haga falta.
Pronuncia esas palabras, las mismas que dijo la noche de la inauguración del Lusso, con idéntica convicción que entonces. Cumplió su promesa de demostrar que yo lo deseaba. Una pequeña chispa de esperanza ilumina mi apesadumbrado corazón. Vuelvo a hundir el rostro en su pecho y me aferro a él. Lo creo.
Un suspiro silencioso escapa de sus labios mientras me estrecha con fuerza y permanece así como si su vida dependiera de ello.
Seguramente así sea. Y la mía también.
 
 
 
—Se te va a enfriar el agua —murmuro contra su pecho desnudo.
Un rato después, todavía seguimos tirados en el suelo abrazados con fuerza.
—Estoy a gusto —protesta, y percibo algo de familiaridad en su tono.
—También necesitas comer —le informo. Se me hace raro darle órdenes—. Y deberían verte esa mano. ¿Te duele?
—Mucho —confirma.
No me extraña. Tiene un aspecto horrible. Espero que no se la haya roto,  porque  después  de  cinco  días  sin  tratamiento  médico  los  huesos podrían habérsele soldado mal.
—Vamos. —Me despego de su abrazo. Él gruñe, pero finalmente me suelta. Una vez de pie, le tiendo la mano, y él me mira con una leve sonrisa antes de aceptarla y levantarse también.
 
 
 
Subimos en silencio y nos dirigimos de nuevo a la suite principal.
—Adentro —lo insto señalando la bañera.
—¿Ahora eres tú quien da las órdenes? —dice arqueando las cejas. Él también encuentra extraña esta vuelta de tuerca.
—Eso parece —respondo haciendo un gesto con la cabeza hacia la tina.
Él empieza a morderse el labio, sin hacer ademán de meterse en el agua.
—¿Te metes conmigo? —pregunta con voz tranquila. De repente me siento incómoda y fuera de lugar.
—No puedo. —Niego con la cabeza y retrocedo ligeramente. Esto va en contra de todos mis impulsos,  pero sé que en cuanto me rinda a sus afectos y a su tacto, me desviaré de mi objetivo de aclararme las ideas y obtener respuestas.
—___, me estás pidiendo que no te toque. Eso va en contra de todos mis instintos.
—Joe, por favor. Necesito tiempo.
—___, no tocarte es antinatural. No está bien.
Tiene razón, pero no debo dejarme absorber por él. He de mantener la cabeza  fría,  porque  en  cuanto  me  pone  las  manos  encima  olvido  mi propósito.
No le contesto. Vuelvo a mirar la bañera y después a él, que sacude la cabeza, se quita la manta de la cintura, se mete en el agua y se sienta a regañadientes. Cojo un recipiente del mueble del lavabo y me agacho a su lado para lavarle el pelo.
—No es lo mismo si no te metes dentro conmigo —gruñe. Se inclina hacia atrás y cierra los ojos.
Hago caso omiso  de sus protestas  y empiezo  a lavarle  el pelo y a enjabonar  su cuerpo esbelto de la cabeza a los pies, luchando contra las inevitables chispas que saltan en mi interior al contacto con su piel.
Me entretengo  un poco más alrededor  de la cicatriz de su abdomen esperando  para mis adentros  que esto lo invite a explicarme  cómo se la hizo, pero no me lo dice. Mantiene los ojos y la boca cerrados. Tengo la sensación de que va a ser una ardua tarea. Nunca me cuenta nada, y evita mis preguntas con una advertencia severa o usando tácticas de distracción. No puedo dejar que vuelva a pasar, y para ello necesitaré toda mi determinación  y mi  fuerza  de  voluntad.  No  me  sale  de  manera  natural resistirme a él.
Le paso la mano por el rostro hirsuto.
—Tienes que afeitarte.
Abre los ojos, se lleva la mano buena a la barbilla y se acaricia la barba.
—¿No te gusta?
—Tú me gustas de todas formas.
«¡Excepto borracho!»
Por la expresión que cruza su rostro, estoy casi convencida de que me ha  leído  la  mente,  aunque  lo  más  probable  es  que  él  haya  pensado exactamente lo mismo.
—No   pienso beber            ni una gota más —afirma con rotundidad mirándome directamente a los ojos mientras pronuncia su voto.
—Pareces muy seguro —respondo tranquilamente.
—Lo  estoy.  —Se  incorpora  en el  baño  y se  vuelve  para  mirarme. Levanta la mano maltrecha para cogerme la cara y compone una mueca de dolor al ver que no puede hacerlo—. Lo digo en serio, nunca jamás. Te lo prometo. —Parece sincero—. No soy un alcohólico empedernido, ___. Admito que se me va un poco de las manos cuando me tomo un trago, y que me cuesta parar, pero puedo elegir si bebo o no. Me encontraba muy mal cuando me dejaste. Sólo quería aliviar mi dolor.
Se me encoge el corazón y siento una mezcla de alivio y duda. Todo el mundo se descontrola cuando bebe, ¿no?
—Pero volví —digo apartando la mirada e intentando dar forma a lo que necesito decir. Miles de palabras han estado oprimiéndome  la mente desde hace días, pero ahora no me viene ninguna a la cabeza—. ¿Por qué no me lo habías contado? ¿Es a eso a lo que te referías cuando dijiste que el daño sería mayor si te dejaba?
Agacha la cabeza.
—No debería haber dicho eso.
—No, no deberías.
Vuelve a mirarme a los ojos.
—Sólo  quería  que  te  quedaras.  Me  quedé  sorprendido  cuando  me dijiste que tenía un hotel encantador. —Sonríe ligeramente y yo me siento idiota—. Todo fue muy intenso y muy de prisa. No sabía cómo contártelo. No  quería  que  salieras  corriendo  de  nuevo.  No  parabas  de  huir.  —Se detiene  en  cada  una  de  estas  últimas  palabras  como  deletreándolas. Todavía  se siente  frustrado  por  mis constantes  evasiones.  Aunque  tenía motivos. Todo ese tiempo sabía que debía escapar de él.
—Pero no iba muy lejos, ¿verdad? No me dejabas.
—Iba a contártelo. No esperaba que vinieras a La Mansión así. No estaba preparado, ___.
No hace falta que lo jure. Todas las demás veces que había visitado el supuesto hotel, me escoltaban o me encerraban en el despacho de Joe. Estoy segura de que el personal estaba advertido de que no debía hablar conmigo y de que nadie debía acercarse a Joe cuando yo estaba con él. Y, es verdad, todo fue muy intenso y muy de prisa, pero yo no tuve nada que ver con eso. Joder, tenemos mucho de que hablar. Necesito que me cuente algunas cosas. Aquel ser pequeño y despreciable al que Joe golpeó en La Mansión tenía cosas muy interesantes que decir. ¿Tenía Joe una aventura con su mujer?
Son tantas las preguntas... Suspiro.
—Venga,  te  estás  arrugando.  —Le  paso  una  toalla  y  él  también suspira antes de impulsarse hacia arriba agarrándose a un lado de la bañera con la mano sana. Sale de la tina y le paso la toalla por todo el cuerpo mientras me observa detenidamente.
Sus  labios  se  curvan  hacia  arriba  formando  lo  que  parece  ser  una sonrisa cuando le seco el cuello.
—Hace algunas semanas era yo el que aliviaba tu resaca —dice tranquilamente.
—Seguro que a ti te duele la cabeza bastante más que a mí entonces—replico restándole importancia a aquel recuerdo y colocándole la toalla alrededor de la cintura—. Ahora, a comer, y después al hospital.
—¿Al  hospital?  —espeta,  azorado—.  No  necesito  ningún  hospital, ____.
—Tu mano, sí —le aclaro. Probablemente crea que quiero ingresarlo en una clínica de desintoxicación.
Al ver a lo que me refería, levanta la mano y se la inspecciona.  La sangre ha desaparecido, pero sigue teniendo mal aspecto.
—Está bien —gruñe.
—Yo creo que no —protesto con ternura.
—___, no necesito ir al hospital.
—Pues no vayas. —Doy media vuelta y me dirijo a la habitación.
Él  me  sigue,  se  sienta  a  los  pies  de  la  cama  y  observa  cómo desaparezco en el  inmenso vestidor. Rebusco entre su ropa y  cojo un pantalón de chándal gris y una camiseta blanca. Necesita estar cómodo. Saco unos bóxeres de la cómoda y, al volver al cuarto, me lo encuentro tirado de nuevo sobre la cama. Subir la escalera y darse un baño lo han dejado molido. Me resulta difícil imaginar lo que debe de ser sufrir una resaca de semejante magnitud.
—Ponte esto. —Dejo la ropa en la cama a su lado, él se vuelve para inspeccionar lo que he seleccionado y exhala un suspiro de cansancio.
Al ver que no tiene intención de vestirse, cojo los calzoncillos, me arrodillo  delante  de  él  y los  sostengo  ante  sus  pies.  Me  ha  hecho  esto muchas veces. Le doy un golpecito  en el tobillo y él se incorpora  en la cama, me mira, y un pequeño brillo se enciende en sus ojos. Otro rasgo familiar.
Sin decir nada, mete los pies por las perneras y se levanta para que pueda  subirle  la prenda  interior  pero, cuando  estoy  a medio  camino,  la toalla se le cae y me encuentro ante su enorme erección.
Suelto los calzoncillos y me alejo de él como si fuera a quemarme o algo  así.  Parece  ser  que  algunas  partes  de  su  cuerpo  siguen  siendo funcionales, pienso para mis adentros mientras intento fingir que esa prolongación dura como el acero que se encuentra al alcance de mi mano no está ahí. Lo miro a la cara y, por primera vez, sus ojos brillan plenamente,  pero no es buena señal. He visto esa mirada en más de una ocasión,  muchas, de hecho, y no es lo que necesito  en estos momentos, aunque  mi  cuerpo  no está  en  absoluto  de  acuerdo  con  mi  cerebro.  Me esfuerzo  por  controlar  el  impulso  de  empujarlo  encima  de  la  cama  y montarme a horcajadas sobre él. No pienso permitir que nos desviemos del objetivo con el sexo. Tenemos mucho de que hablar.
Se agacha y se sube los calzoncillos del todo.
—Iré al hospital —dice finalmente—. Si quieres que vaya, iré.
Lo miro con el ceño fruncido.
—El hecho de que accedas a que te miren la mano no va a hacer que caiga rendida a tus pies de gratitud —respondo con sequedad.
Él también frunce el ceño ante mi tono brusco.
—Voy a dejar pasar eso.
—Tienes que comer algo —murmuro. Doy media vuelta y salgo de la habitación,  dejando  que  Joe  termine  de  ponerse  los  pantalones  y  la camiseta.

Necesito que quiera estar bien, no que lo haga únicamente porque crea que eso lo acercará más a mí. Eso no funcionará. Sólo sería otra forma de manipulación, y he de evitar todo lo que influya en esa pequeña parte de mi cerebro que funciona correctamente.
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 7 Icon_minitimeJunio 22nd 2014, 16:19

siento no haber comentado antes!!  Sudando este hombre me maaaaaaaaaaaaaata! no puedo creer que éstas novelas me enganchen tanto...chica tienes que seguirla!!!
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CristalJB_kjn
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 7 Icon_minitimeJunio 23rd 2014, 22:50

Hola ame los capis no no sube mas siii?
Esque esta de lo mas genialosa
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 7 Icon_minitimeJunio 24th 2014, 08:21

Chicas, les tengo una mala noticia... El sabado en la mañana vinieron unos familiares y me preguntaron de mis calificaciones que tenia en el portal de la Uni en mi laptop pero en el momento en que se las iba a enseñar, el cable que conecta con la pila hizo corto y murio Sad


Asi que ahora no tengo compu y por lo tanto, no tengo los capitulos de ninguna de mis historias asi que queria pedirles una enorme disculpa... Se supone que ayer en la noche me trairian el cable pero hubo una fuerte tormenta aqui en México asi que no me lo pudieron traer. 


Espero que me lo traigan hoy pero queria comunicarles esto... Prometo subirles dos capítulos en cuanto tenga mi compu... Perdon, espero que entiendan Sad Nunca me ha gustado dejarlas esperando, y menos a chicas fieles como ustedes.  Lloron  
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 7 Icon_minitimeJunio 24th 2014, 08:33

Entiendo. En cuanto puedas síguela, esta muy interesante.
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CristalJB_kjn
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 7 Icon_minitimeJunio 24th 2014, 21:23

Hola ame los capis no no sube mas siii?
Esque esta de lo mas genialosa
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 7 Icon_minitimeJunio 25th 2014, 08:59

Capítulo 4
 
Examino el contenido del frigorífico. No puedo hacer nada con un bote de nata montada,  un frasco de crema de cacao y mantequilla  de cacahuete. Aunque Joe sí que podría hacer un montón de cosas, como un bocadillo de __. Sacudo la cabeza y la dejo caer sobre el hombro.
—No tienes nada en la nevera —le digo cuando se acerca por detrás y coge el frasco de mantequilla de cacahuete.
 
Acuna el frasco con el brazo, desenrosca la tapa con la mano sana y lo deja sobre la isleta de la cocina, antes de encaramarse sobre un taburete y proceder a meter el dedo y lamerlo hasta dejarlo reluciente.
—Iré  al  supermercado  —digo.  Cierro  la puerta  de la nevera  y me dirijo hacia la escalera.
—Iré contigo.
—Vale. —Sigo caminando.
—Iré porque quiero —dice con tranquilidad. Me detengo en seco.
—Vale.
—__, ¿quieres mirarme? —Su tono es impaciente. No me gusta.
Me vuelvo  para  poder  verlo,  suplicándole  en silencio  que inicie  la conversación, pero él se limita a mirarme. Casi parece enfadado.
—Voy a vestirme.
Doy media vuelta de nuevo y lo dejo en la cocina.
 
 
 
Me  ducho  en  el  cuarto  de  baño  del  dormitorio  de  invitados  y me quedo de pie bajo el agua caliente durante una eternidad, como si pudiera enjuagar todos mis problemas. Cuando por fin salgo de la ducha, revuelvo entre mis maletas y descubro que Kate ha embutido un poco de todo en ellas, literalmente. Me pongo un vestido azul aciano de los años cincuenta con falda de vuelo y mis bailarinas de color crema antes de secarme el pelo y recogérmelo con unas horquillas en la nuca. Un toque rápido de colorete y de máscara de pestañas y he terminado.
 
Me miro al espejo, pero a pesar de mis intentos mi aspecto no ha mejorado mucho. Tengo los ojos tan hundidos como los de Joe, y su presencia no ha llenado el vacío que siento desde el domingo. Quizá lo he entendido todo mal. Quizá lo mejor para mí sería marcharme,  porque lo que es seguro es que no me siento mejor por estar aquí. Suspiro al ver mi reflejo, intentando  sonsacarle  alguna respuesta, pero sé que el único que puede darme las respuestas que busco    está sentado             en la cocina, hinchándose a mantequilla de cacahuete. Cojo el bolso y bajo.
 
 
 
Está dormido. Lo miro, sentado en el sofá, con una pierna en alto y la palma  de la mano reposando  sobre el pecho.  Tiene  la boca ligeramente entreabierta y sus pestañas parpadean. Lo dejo, me marcho a la cocina para tomarme  la píldora  y aprovecho  el tiempo  para mandarle  un mensaje  a Kate,  para  que  sepa  que  todo  va  bien,  aunque  no  sea  cierto,  y  luego telefoneo a mi hermano. Con todo lo que ha pasado, se me había olvidado que en teoría iba a quedar hoy con él.
 
—¿__?
—¡Dan! —Cómo me alegro de oír su voz—. ¿Dónde estás?
—Pues el hotel en el que hice la reserva me ha fallado, así que he dormido en casa de Harvey —bromea.
Ignoro su pulla. Le da igual haber tenido que buscarse otro sitio donde pasar la noche. Odiaba a Matt.
—¿Cómo están mamá y papá? —pregunto.
—Preocupados —contesta. Sabía que iban a estarlo.
—No tienen por qué.
—Pues lo están. Y yo también. ¿Dónde estás?
«¡Mierda!»
¿Que dónde estoy? No puedo decirle dónde estoy exactamente, y con quién.
—En casa de Kate —miento.
No es que Dan vaya a hablar con ella o a visitarla para averiguar la verdad. Además, mamá sabe que iba a estar en casa de Kate, y estoy segura de que se lo habrá dicho. ¿Me está poniendo a prueba?
Se hace el silencio en la línea telefónica al mencionar el nombre de Kate.
—Ya veo —dice poco después—. ¿Todavía?
Ay, el desapego en su voz. Hace años que no se ven, pero parece ser que el tiempo no lo cura todo.
—Es temporal, Dan. Estoy buscando casa mientras hablamos.
 
En realidad, mientras hablamos estoy sentada en el ático del Lusso, esperando a que el señor de La Mansión del Sexo —que tiene una jaqueca de  caballo  y  de  quien  estoy  enamorada—  se  despierte  para  que  pueda llevarlo  al  hospital  y  le  miren  la  mano  (esa  con  la  que  atravesó  una ventanilla  porque  yo lo cabreé).  Empiezo  a dar  vueltas  alrededor  de la isleta de la cocina.
—¿Has  hablado  con el idiota  de tu ex? —me  pregunta.  Se nota el desprecio en su voz.
—No, pero he oído que ha estado en contacto con mamá y papá. Muy considerado por su parte.
—Será capullo. Tenemos que hablar de eso. Mamá me ha contado su charla con Matt. Sé que es una sabandija, pero mamá está preocupada, y no ayudó que no vinieras a Newquay.
—Llamé —digo en mi defensa.
—Ya, y sé que no le has contado  toda la verdad.  ¿Qué hay de ese hombre nuevo?
Me quedo petrificada. Buena pregunta.
—Dan, hay cosas que una no puede contarles a sus padres.
—Pero sí que se las puedes contar a tu hermano —asegura.
—¿Puedo? —le suelto. Lo dudo mucho. Mi hermano mayor acabaría junto con mi padre en la sección de infartos. Ésa es la razón por la que no fui a Newquay: el interrogatorio y la regañina. Tendré que hacerles frente en algún momento, pero no ahora mismo. Nunca me he alegrado tanto de que mis padres vivan tan lejos.
—Sí, puedes. Así que, ¿cuándo te veo? —me pregunta, un poco más animado.
¿Quiere verme o sacarme información?
—¿Mañana? —digo, a ver si cuela.
—Creía que habíamos quedado hoy. —Parece muy decepcionado.
Yo también. De verdad que tengo ganas de verlo, pero a la vez no quiero.
—Lo siento. Es que estoy mirando varios sitios de alquiler, y luego tengo que terminar una pila de dibujos —vuelvo a mentir, pero es que no podría reunir las fuerzas necesarias para parecer medianamente normal en tan poco espacio de tiempo. Tal vez mañana ya haya conseguido salir del agujero de la depresión y la incertidumbre. Lo dudo mucho pero, al menos, tendré tiempo para intentarlo.
—Genial, pasaremos el día juntos —dice confirmando mis temores. ¿Un día entero eludiendo sus preguntas?
—Vale. Llámame por la mañana —le digo. Secretamente, espero que salga  de  juerga  con  sus  amigos  esta  noche  y que  tenga  una  resaca  tan tremenda que no pueda llamarme hasta tarde. Necesito tiempo.
—Hecho. Mañana nos vemos, peque. —Y cuelga.
 
Empiezo  a pensar  en cómo  salir  de ésa pero, después  de una hora dando vueltas por el ático, no se me ha ocurrido nada. No puedo evitarlo eternamente.
Suena el timbre del portero automático. Respondo, es Clive.
—__, el de mantenimiento va de camino para arreglar la puerta. Ah, y ya está cambiada la luna del coche del señor Jonas.
—Gracias, Clive. —Cuelgo y me dirijo a la puerta.
 
Le abro a un señor mayor que ya está inspeccionando los daños.
—¿Una estampida de rinocerontes? —pregunta rascándose la cabeza.
—Algo así —murmuro.
—Puedo asegurarla de forma provisional, pero tendré que cambiarla. Haré el pedido y la avisaré cuando llegue —dice mientras deposita su caja de herramientas en el suelo.
—Gracias.
 
Lo dejo cincelando trozos de madera astillada del marco de la puerta y, al volverme,  me encuentro  a Joe medio  dormido,  mirando  hacia  la entrada con recelo.
—¿Qué ocurre? —pregunta.
—Como tú no abrías, tu puerta principal se las tuvo que ver con John —lo digo con sequedad.
Arquea las cejas pero luego parece preocupado.
—Debería llamarlo.
—¿Cómo te encuentras? —pregunto mientras le doy un repaso; veo que está un poco más despabilado después de la siesta de una hora que se ha pegado.
—Mejor. ¿Y tú?
—Bien. Iré a por el bolso. —Lo esquivo cuando paso junto a él y sigo caminando.
Su mano vuela y me agarra del brazo.
—___.
 
 
Freno en seco y espero que diga algo más, cualquier cosa que mejore la situación, pero no consigo nada, sólo el calor de su mano firme en mi brazo filtrándose por mi piel. Alzo la mirada hacia la suya y descubro que me está observando, pero aun así no abre la boca. Suspiro con fuerza y me libero de su mano, pero entonces recuerdo que no tengo el coche aquí.
—Mierda —maldigo en voz baja.
—Vigila esa boca, __. ¿Qué pasa?
—Que mi coche está en casa de Kate.
—Cogeremos el mío.
—No puedes conducir con una sola mano. —Me vuelvo para tenerlo frente a frente. En su mejor día, su forma de conducir ya me da bastante miedo.
—Lo sé. Conduce  tú. —Me lanza las llaves del coche y siento una ligera  oleada  de  pánico.  ¿Me  deja  conducir  un  coche  que  vale  más  de ciento sesenta mil libras? ¡Madre de Dios!
 
 
 
—__, conduces como miss Daisy. ¿Quieres acelerar de una vez? —se queja Joe.
Le  lanzo  una  mirada  asesina  que  él  ignora.  El  acelerador  es  muy sensible y me siento minúscula detrás del volante. Me aterroriza arañarle el coche.
—¡Cállate!  —le  suelto  antes  de  hacer  lo  que  me  dice  y  avanzar rugiendo por la carretera. Si atropello a alguien, será culpa suya.
—Así está mejor. —Me mira y sonríe—. Es más fácil de manejar si dejas de ser tan cauta con su potencia.
La frase le va            que ni            pintada. Tiene razón, pero            no voy a reconocérselo. En vez de eso, voy a concentrarme en la carretera y en que llegue al hospital de una pieza.
 
 
 
Después de tres horas en urgencias y una radiografía, el médico ha confirmado que la mano de Joe no está rota pero que sí que ha sufrido daños musculares.
—¿La ha tenido en reposo? —pregunta la enfermera—. Si la lesión se produjo hace varios días, ya debería haber bajado la inflamación.
Joe me mira con cara de culpabilidad cuando la enfermera le venda la mano.
—No —responde en voz baja.
No. Ha estado empinándose botellas de vodka con ella.
—Pues debería haber hecho reposo —lo riñe la mujer—. Y debería mantenerla en alto.
Miro a Joe con las cejas  enarcadas  y él levanta  la vista al techo mientras   la  enfermera   le  pone  el  brazo  en  un  cabestrillo   antes  de mandarnos  a casa.
 
Cuando llegamos  a la puerta del hospital, se quita el cabestrillo y lo tira a la papelera.
—Pero ¿qué haces? —digo, alarmada, mientras él sale a la calle.
—No pienso llevar esa cosa.
—¡Claro que lo harás! —le grito sacando el cabestrillo de la papelera. Me he quedado a cuadros. Ese hombre no tiene consideración alguna para consigo mismo. Les ha dado una paliza a sus órganos internos a base de litros y litros de vodka, ¿y ahora se niega a cooperar para que la mano se le cure en condiciones?
Lo sigo pero él no se detiene hasta que llega al coche. Yo tengo las llaves,  aunque  no  pulso  el  botón  del  mando  que  abre  la  puerta.  Nos miramos desafiantes por encima del DBS.
—¿Abres el coche?
—No. No hasta que vuelvas a ponerte esto. —Levanto el cabestrillo por encima de mi cabeza.
—Ya te lo he dicho, __. No pienso ponérmelo.
Pongo los ojos en blanco antes de entornarlos y volver a mirarlo.
—¿Por  qué?  —le  pregunto  con  sequedad.  Joe  el  testarudo  ha regresado, y ése es un rasgo de su personalidad que no me alegra volver a ver.
—No me hace falta.
—Sí que te la hace.
—No, no me la hace —se burla.
¡Por Dios bendito!
—¡Ponte el cabestrillo de una puta vez, Joe! —le grito por encima del coche.
—¡Esa puta boca!
—¡Joder! —le espeto de mala manera.
Me mira con el  ceño fruncido. ¿Qué imagen estaremos dando en mitad  del  aparcamiento  del  hospital,  gritándonos  improperios  el  uno al otro por encima del techo de un Aston Martin? Me da igual. A veces es un cavernícola.
—¡Esa  boca!  —grita,  y  entonces  se  sorprende  del  volumen  de  su propia voz y se lleva la mano lastimada a la cabeza—. ¡Joder!
 
Rompo  a  reír  al  verlo  danzar  en  círculos,  agitando  la  mano  y maldiciendo   como  un  poseso.  Así  aprenderá.   Eso,  por  ser  un  tonto cabezota.
—¡Abre el puto coche, __! —ruge.
Uy, qué enfadado está. Aprieto los labios para reprimir la risa.
—¿Qué tal la mano? —le pregunto con una risita que crece y se convierte en una carcajada. No puedo contenerme. Qué bien sienta reír.
Cuando recupero la compostura, veo que me está mirando hecho una furia por encima del coche.
—Abre —exige.
—Cabestrillo —le contesto, y se lo tiro por encima del techo.
Lo coge y lo lanza sobre el asfalto antes de volverse de nuevo hacia mí y dirigirme una mirada asesina.
—A veces te comportas como un niño, Joseph Jonas. No voy a abrir el coche hasta que te pongas ese cabestrillo.
Veo cómo entorna los ojos sin dejar de mirarme y las comisuras de su boca se elevan y forman una sonrisa disimulada.
—Tres —dice alto y claro.
La mandíbula me llega al suelo.
—¡No me vengas ahora con una cuenta atrás! —chillo sin poder creérmelo.
—Dos... —Su tono es calmado y desenfadado, mientras que yo me he quedado de piedra. Apoya los codos en el techo—. Uno.
—¡Que te den! —me burlo, manteniéndome firme. Yo sólo quiero que se ponga el maldito cabestrillo por su bien. A mí me da igual, pero esto es una cuestión de principios.
—Cero —termina de contar y empieza a desplazarse sigilosamente hacia la parte delantera del coche, hacia mí, mientras yo, de forma instintiva, voy hacia la parte de atrás. Se detiene y levanta las cejas—. ¿Qué estás haciendo? —me pregunta, y rodea el vehículo en dirección contraria.
 
Conozco esa expresión, y sé que significa «Te la estás buscando». Sé que no lo pensará dos veces a la hora de tirarme al suelo y torturarme hasta que  me  someta  a  cualesquiera  que  sean  sus  exigencias  por  miedo  a hacerme pis encima. Aunque, ¿a qué voy a someterme exactamente?
—Nada  —contesto,  y  me  aseguro  de  mantenerme  en  el  extremo opuesto del coche. Podríamos pasarnos todo el día en este aparcamiento.
—Ven aquí. —Su voz tiene ese tono grave, ronco y familiar que amo. Ha vuelto otra parte de él, pero me estoy distrayendo. Niego con la cabeza.
—No.
 
Antes  de  que  pueda  anticipar  su  siguiente  movimiento,  arranca  a correr  alrededor  del  coche  y  yo  salgo  pitando  en  dirección  contraria mientras dejo escapar un grito. La gente nos mira y yo corro entre los otros coches aparcados como una loca, antes de derrapar y detenerme en la parte de atrás de un todoterreno. Asomo la cabeza por la esquina para ver dónde está.
El corazón se me sale por la boca y cae en picado sobre el asfalto. Joe está doblado sobre sí mismo, abrazándose las rodillas. «¡Mierda!»
 
¿Qué demonios estoy haciendo alentando un comportamiento tan estúpido  cuando  debería  estar  recuperándose?   Corro  hacia  él  y  unos cuantos transeúntes lo ven y empiezan a acercársele.
—¡Joe! —grito casi a su lado.
—¿Se encuentra  bien, señorita? —me pregunta un anciano mientras corro.
—No lo... ¡¿Qué...?! —De pronto, una mano me levanta del suelo y me echa sobre los hombros de Joe.
—No juegues conmigo, __ —dice él, henchido de orgullo—. A estas alturas ya deberías saber que yo siempre gano. —Busca mi falda y posa la mano sobre el interior de mi muslo mientras avanza a grandes zancadas hacia el coche cargando conmigo.
 
Sonrío con dulzura a las personas con las que nos cruzamos pero no me molesto en resistirme a él. Estoy contenta de que tenga fuerzas para levantarme.
—Se me ven las bragas —me quejo mientras me aliso la falda del vestido para taparme el trasero.
—No se te ve nada.
Me baja inclinando despacio el cuerpo hasta que mi cara está a la altura de la suya. Va a besarme. Tengo que parar esto.
Me revuelvo en sus brazos.
—Tenemos  que ir al supermercado  —digo con la mirada fija en su pecho mientras me escurro y consigo zafarme.
Suelta un hondo suspiro y me deja en el suelo.
—¿Cómo voy a arreglar las cosas si no haces más que pararme los pies?
Me compongo el vestido y le devuelvo la mirada.
—Ése es tu problema, Joe. Quieres solucionar  las cosas a base de distraerme con tus caricias en vez de hablar conmigo y darme respuestas. No puedo permitir que vuelva a suceder.
Quito el seguro del coche, me subo y dejo a Joe pensativo, mordisqueándose el labio.
 
 
 
Al llegar al supermercado  conduzco arriba y abajo en busca de una plaza libre de aparcamiento.  He descubierto  algo nuevo sobre Joe hoy: como pasajero  es un horror. Me ha obligado  a adelantar,  a colarme  y a cambiar  de  carril,  todo  con  tal  de  ganar  unos  miserables  metros.  Ese hombre es un temerario al volante. Bueno, la verdad es que ese hombre es un temerario en general y punto.
—Ahí hay un sitio. —Cruza el brazo en mi campo de visión y le doy un manotazo para que lo aparte.
—Es una plaza reservada para padres y bebés. —Paso de largo.
—¿Y qué?
—Pues que no veo a ningún bebé en este coche tan bonito que tienes.
Posa la mirada en mi vientre y de repente me siento muy incómoda.
—¿Has encontrado tus píldoras? —me pregunta sin dejar de mirarme el vientre.
—No —respondo mientras me meto en una plaza de aparcamiento libre.
 
Quiero culparlo por hacerme olvidar mi rutina habitual, pero la verdad es que soy un desastre y siempre me organizo fatal. Tuve que ir otra vez a la consulta de la doctora Monroe para que me escribiera otra receta por haber perdido dos prescripciones en una semana. También me hice pruebas para asegurarme de no haber contraído ninguna enfermedad venérea después de tanto sexo sin protección con Joe. Su más que activa vida sexual no me dejó otra alternativa.
—¿Te has olvidado de tomar alguna? —pregunta formando una línea recta con los labios. ¿Le preocupa que pueda estar embarazada?
—Me vino la regla el domingo por la noche. —Me gustaría añadir que fue como una señal o algo así, pero me callo. Apago el motor.
 
Permanece en silencio mientras salgo del coche y espero a que él haga lo mismo.
—¿No podrías haber aparcado más lejos? —gruñe cuando baja y se acerca hacia mí.
—Al menos he aparcado de forma legal.
Voy hacia las filas de carritos de la compra e introduzco una moneda de una libra para soltar uno.
—¿Has estado alguna vez en un supermercado?  —pregunto mientras nos dirigimos a la acera cubierta por un toldo. Joe y un supermercado no parecen encajar de forma natural. Se encoge de hombros.
—Eso es cosa de Cathy. Normalmente como en La Mansión.
Que  mencione  su club  de  sexo  mega pijo  me  pone  los  pelos  como escarpias  y se me quitan las ganas de darle conversación.  Noto que me mira pero paso, y me centro en seguir caminando.
 
 
 
Voy metiendo en el carro las cosas básicas, mientras que Joe coge una docena de botes de mantequilla de cacahuete, un par de botes de crema de cacao y varios de nata montada.
—¿No tienes de nada? —pregunto echando leche en el carro.
Se  encoge  de  hombros  y  toma  el  control  del  carrito  con  la  mano buena.
—Cathy ha estado fuera.
Lo guío hacia el siguiente pasillo y me doy cuenta de que, sin querer, lo he llevado a la sección de bebidas alcohólicas. Doy media vuelta presa del pánico y me golpeo con el carro en la espinilla.
—¡Joder! —exclamo con un gesto de dolor.
—___, ¡cuidado con esa boca!
Me froto la espinilla. Mierda, cómo duele.
—No necesitamos nada de este pasillo —suelto a toda prisa, y empujo el carro en su dirección.
Camina hacia atrás.
—___, déjalo estar.
—Lo siento. No me había dado cuenta de dónde estábamos.
—Por  el  amor  de  Dios,  mujer,  no  voy  a  abalanzarme  sobre  los estantes y a destapar todas las botellas ¿Estás bien?
Frunzo el ceño y me miro la pierna.
—Sí —digo entre dientes, cabreada por no haberme fijado en dónde me metía. Me agacho y me paso la mano por la espinilla. Qué daño me he hecho.
 
Me pongo  derecha  y me quedo  de piedra  al  ver  que  Joe  está  de rodillas delante de mí. Rodea mi pierna con la mano herida y con la mano sana me coloca el pie sobre su rodilla antes de plantarme  un beso en la espinilla. Estamos en mitad del supermercado un sábado por la tarde, y él está de rodillas besándome la pierna.
—¿Mejor? —pregunta, y levanta la vista para mirarme—. Perdóname, __. Por todo.
Observo su bello rostro sin afeitar y me entran ganas de llorar. Los ojos que me miran son todo sinceridad.
—Vale —le contesto en un susurro, sin saber qué otra cosa decir. Asiente y suspira. Luego se levanta y me planta un beso casto en el vientre  antes  de  ponerse  de  pie.  Me  saca  de  la  sección  de  bebidas alcohólicas y me lleva directamente a la de productos de higiene personal. Coge  cuchillas  y  espuma  de  afeitar.  Miro  su  incipiente  barba  y  me pregunto si quiero que se deshaga de ella. Cuanto más la miro, más me gusta.
 
 
 
Para cuando volvemos al Lusso son las seis de la tarde y la puerta ya está arreglada. Joe se tumba en el sofá, agotado por haber salido unas pocas horas, y yo me quedo en la cocina después de haber guardado la compra, sin saber qué hacer. Es sábado por la noche y normalmente a estas horas estoy descorchando una botella de vino y relajándome. No hay vino y no puedo relajarme, así que llamo a Kate.
—Hola, ¿qué haces? —le pregunto, y me siento en un taburete con una taza de café. Café, no vino.
—Nos pillas saliendo —dice la mar de contenta.
 —¿Nos?
—Sí. No me preguntes con quién estoy, __, que ya lo sabes.
Eso significa que Kate está con Sam, y que tengo que hacer como que no es nada del otro mundo. Sin embargo, me da un poco de envidia.
—¿Adónde vais?
—Sam va a llevarme a La Mansión.
«¿Qué?»
Vale, la envidia ha desaparecido.
—¿A La Mansión? —suelto, incrédula. ¿Me está tomando el pelo?
—Sí. Pero no te equivoques, se lo he pedido yo. Siento curiosidad.
¡La madre que me trajo! El aplomo de Kate no tiene límite. Yo me desintegré en cuanto descubrí lo que era La Mansión, y resulta que ella quiere hacer vida social allí. Madre mía, no puedo creer que Sam esté de acuerdo. Él es socio, y eso debería asustar a Kate, pero es evidente que no es así. El hombre con el que salgo es el dueño del lugar, y todavía no he llegado al fondo del asunto. En fin, sé que ha habido mucha diversión, pero ¿a qué nivel? A juzgar por las miradas asesinas que me han lanzado las socias del club las pocas veces que he estado allí, tengo la sospecha de que ha  sido  mucha.  La  idea  me  deprime  y  me  entran  aún  más  ganas  de tomarme una copa de vino.
—¿Y a             Sam le apetece llevarte? —Lo pregunto con toda la tranquilidad  que puedo, pero no hay forma de ocultar  la sorpresa  en mi voz.
—Sí, me ha contado lo que ocurre allí, y quiero verlo. —Lo dice como si nada; es la Kate que se toma las cosas con calma. A mí me da un ataque sólo  de pensar  en el  lugar.  Odio  que  tenga  una  mentalidad  tan abierta. Además, ¿qué es lo que ocurre allí?
—El sitio es bonito. —Me encojo de hombros y le doy vueltas a mi café sobre la encimera. ¿Qué otra cosa puedo decir?
—¿Qué tal está Joe? —me pregunta.
Detecto cierto nerviosismo en su voz. ¿Todavía le cae tan bien? Está claro que el hecho de que sea el dueño de La Mansión no es un problema para ella, pero no le sentó igual de bien que, cuando dejé de llorar el tiempo suficiente para poder hablar, le contara la clase de capullo borracho que me había encontrado al volver a su casa para intentar hacer las paces. Él parece que está bien, pero la verdad es que yo no. ¿Qué le digo?
Me decanto por:
—Está bien. Sólo tiene daños musculares en la mano e insiste en que no es un alcohólico.
—Me alegro.
Su sinceridad es muy dulce, y me alegro de que no esté soltando tacos por el móvil y diciéndome que me largue de aquí ahora mismo.
—Bueno,  no se cae de la cama  dándole  un morreo  a la botella  de vodka, ¿no? —se ríe.
—¡No! Por lo visto sólo es que no sabe parar cuando ha empezado. Aunque sigue siendo un problema, Kate.
—Todo irá bien, __ —me reconforta.
¿Seguro? Yo no lo tengo tan claro. Pensaba que estando aquí con él empezaría a solucionarse el desastre, pero no ha sido así. Le he dicho lo que quiero pero no parece dispuesto a dármelo. En vez de eso intenta distraerme, cosa que sabe hacer muy bien. He decidido darle hasta mañana por la mañana. Si para entonces no ha hablado conmigo, me iré. Cederé pronto a sus caricias si no me ando con cuidado.
—Sí.  Escucha  —vuelvo  a  centrarme  en  Kate—,  te  diría  que  te diviertas esta noche, pero me inclino por decirte... que mantengas la mente abierta.
—__, no hay nadie con una mente más abierta que la mía. ¡No puedo esperar! Te llamo mañana.
—Adiós.
 
Cuelgo y repaso mis visitas a La Mansión cuando pensaba que sólo era un hotel inocente. Niego con la cabeza ante mi ceguera. ¿Cómo no me di  cuenta  cuando  ahora  todo  resulta  evidente?  No  debería  ser  tan  dura conmigo  misma.  Había  un  hombre  alto,  musculoso,  con  el  pelo  castaño oscuro  y  unos  ojos  cafés  que  hipnotizan  distrayéndome.  Era  perfecto. Sigue  siéndolo,  aunque  pesa  unos  kilos  menos  y  tiene  unos  cuantos problemas más.
Voy  arriba  a  cambiarme. Me  quito  el  vestido  y  me  pongo  unos pantalones cortos de algodón y una camiseta de tirantes antes de quitarme las horquillas del pelo.


Cuando vuelvo abajo, Joe  todavía está  dormido en  el  sofá.  Me entretengo un rato con el mueble del televisor pero no consigo abrir el dichoso armario para que aparezca la tele, así que me arrellano en una silla y observo a Joe mientras duerme. Su pecho firme sube y baja con la mano herida encima. Pienso en pastelitos de  chocolate, en calas y  en ángeles, y finalmente me quedo dormida.
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Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 7 Empty
MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 7 Icon_minitimeJunio 25th 2014, 09:25

Capítulo 5
 
—Te quiero.
 
Me despierto aturdida en la oscuridad y me froto los ojos mientras me incorporo en la silla. Tardo unos instantes en darme cuenta de dónde estoy pero,  cuando  empiezo  a centrarme,  veo  a un hombre  guapo  y castaño  en cuclillas delante de mí.
—Hola  —susurra  apartándome  el  pelo  de  la  cara.  Miro  el  amplio espacio a mi alrededor tratando de despertarme.
—¿Qué hora es? —pregunto, somnolienta. Me da un beso en la frente.
—Medianoche.
¿Medianoche? He dormido como un lirón y podría quedarme frita de nuevo, pero me despierto  del todo cuando el escalofriante  sonido de un tono de móvil apuñala el silencio.
—¡Por Dios! —protesta Joe.
Coge  con  furia  el  móvil  de  la  mesita  de  café  y  mira  la  pantalla. ¿Quién será a estas horas?
—John... —saluda con calma por el teléfono—. ¿Por qué?
Me mira.
—No, no pasa nada... Sí... Dame media hora.
Cuelga.
—¿Qué ocurre? —pregunto, ya despierta del todo.
Se pone las Converse y se dirige a la puerta. Es evidente que no está contento.
—Problemas en La Mansión. No tardaré.
Y tal cual desaparece por la puerta.
 
Así que estoy despierta, son más de las doce y Joe acaba de irse en plena noche. ¿Cómo va a conducir con una sola mano? Me siento en la silla como una muñeca rota y especulo sobre qué habrá podido suceder en La Mansión que sea tan urgente.
 
Ay, no... Kate está allí.
 
Corro a la cocina y cojo mi móvil para llamarla pero no contesta. Lo intento varias veces y no obtengo respuesta, y con cada llamada me preocupo más aún. Debería llamar a Joe, aunque parecía estar bastante cabreado. Doy vueltas arriba y abajo, me preparo un café y me siento en la isleta de la cocina, llamando a Kate una y otra vez. Si mi coche estuviera aquí, ya estaría de camino a La Mansión. ¿De verdad? Bueno, es fácil decir que iría para allá, especialmente cuando no tengo forma de ir.
 
Después  de  dar  vueltas  por  el  ático  durante  una  hora  sin parar  de llamar a Kate, me rindo y me voy a la cama. Me hago un ovillo entre las sábanas suaves y esponjosas del cuarto de invitados.
 
 
 
—Te quiero.


Abro los ojos y veo a Joe junto a la cama. Estoy entre el sueño y la vigilia y mi boca no responde.  ¿Qué hora es y cuánto tiempo ha estado fuera? No tengo ocasión de preguntar. Me coge en brazos y me lleva a su habitación.
—Tú  duermes  aquí  —susurra  mientras  me  deposita  en  su  cama. Siento que se acuesta detrás de mí y me aprieta contra su pecho.
Si no estuviera tan contenta le haría preguntas, pero no digo nada. Mi cabeza descansa sobre la almohada y el calor de Joe me envuelve. Me duermo otra vez.
 
 
 
—Buenos días.


Abro los ojos y el embriagador  perfume de agua fresca y menta me clava en la cama. Mi cerebro consciente está intentando desesperadamente convencerme  de que  me revuelva  y me libere,  pero  mi  cuerpo  bloquea todas las instrucciones sensatas que envía el cerebro.
Está sentado sobre los talones.
—Necesito  hacerlo —susurra apretándome  la mano y tirando de mí hasta que estoy sentada.
Coge el bajo de mi camiseta y tira de él hasta que me la quita por encima de la cabeza. Me besa el pecho y una caricia suave con la lengua llega describiendo círculos hasta mi garganta.
Estoy tensa. Se aparta.
—Encaje —dice en voz baja mientras me quita el sujetador.
Estoy entre mi cuerpo, que lo necesita desesperadamente, y mi mente, que lo que de verdad necesita es hablar. Quiero aclarar las cosas antes de que vuelvan a arrastrarme al séptimo cielo de Joe, donde pierdo toda capacidad de razonar.
—Tenemos que hablar —digo con calma mientras me besa el cuello y se abre camino hacia mi oreja. Todas mis terminaciones nerviosas están en alerta, suplicándome que me calle y que lo acepte.
—Te necesito —susurra cuando encuentra mi boca, y hunde la lengua en mí.
—Joe, por favor. —Mi voz es apenas un susurro inaudible.
—Nena, así es como yo digo las cosas. —Me coge de la nuca y me atrae aún más hacia sí—. Deja que te lo muestre.
Mi cuerpo gana.
 
Ignoro los gritos de mi conciencia y me rindo a él como la esclava que soy. Me agarra por el trasero y me recuesta en la cama, sellando nuestras bocas por el camino. Todo mi ser cobra vida cuando su lengua, caliente y húmeda, se desliza entre mis labios y da vueltas lentamente  por toda mi boca. Estamos en modo Joe gentil y es como si supiera que éste es el mejor lugar al que llevarme en este momento.
 
Su  respiración,  lenta  y  profunda,  me  dice  que  él  tiene  el  control cuando se apoya en el antebrazo y usa la mano sana para recorrer con la punta de los dedos desde la cresta de mi cadera hasta mi pecho. Una oleada de cosquilleos  viaja por mi cuerpo con cada caricia, y mi respiración  se vuelve superficial e irregular. Termina de dibujar el contorno de mi pezón al ritmo melancólico de nuestras lenguas.
Me agarro a sus hombros y siento que todas las emociones perdidas me inundan de nuevo bajo sus caricias, su atenta boca y su cuerpo duro flanqueando el mío. Mi miedo estaba totalmente justificado: he vuelto a perderme en él.
Gimoteo cuando aparta los labios y se sienta sobre los talones antes de quitarme los pantalones cortos con la mano sana y llevarse las bragas con ellos.
—Necesitas un recordatorio —dice mirándome.
—Esto no es el modo convencional.
—Así es como yo hago las cosas, __. —Tira mis pantalones y mis bragas a un lado, me levanta y junta su boca con la mía—. Necesitamos hacer las paces.
No puedo resistirme más. Clavo los dedos en la goma de sus bóxeres y lo beso con más fuerza mientras se los bajo por las caderas. Deja escapar un largo gemido y vuelve a tumbarme en la cama, lo que hace que tenga que soltar los calzoncillos, así que pongo un pie en el elástico y estiro la pierna para bajarlos del todo. Está medio acostado sobre mí, con su cuerpo duro  y esbelto  sobre  el  mío,  y reclama  mi  boca,  apretándose  con  más fuerza contra mí.
 
Enrosco  los dedos  en su pelo y saboreo  la fricción  de su barba  de varios días contra mi cara. Está demasiado  larga para raspar, así que es más bien como un cepillo suave que se desliza por mi rostro.
Separa nuestras bocas y entierra la cara en mi pelo mientras me coge del sexo y asciende con la palma de la mano al centro de mi cuerpo, pasa despacio por mi estómago y, poco a poco, la mueve entre mis pechos para terminar en mi cuello.
—Te he echado de menos, nena —susurra contra mi cuello—. Te he echado mucho de menos.
—Yo  también  te he echado  de menos.  —Le  abrazo  la cabeza.  Me siento envuelta  en su energía, aunque él ahora no esté fuerte. Me siento segura  y  protegida  pero  soy  consciente  de  que en este momento la cuidadora soy yo. También me siento abrumada, completamente sobrepasada por la intensidad de mis sentimientos hacia este hombre lleno de problemas.
Se mueve  para  que mis muslos  lo acunen  y pronto  noto la cabeza húmeda y resbaladiza de su erección matutina apretándose contra mí. Mi mente es un revoltijo  de pensamientos  contradictorios,  pero entonces  se apoya en los brazos y me observa, como si fuera lo único que hay en el mundo. Nuestras  miradas  se funden y dicen más de lo que las palabras podrían expresar nunca. Cojo su bello rostro entre mis manos.
—Gracias por volver a mí —me susurra cuando lo miro a los ojos y me ahogo en ellos. La emoción inunda todo mi ser.
 
Le paso el pulgar por los labios húmedos y lo deslizo en el interior de su boca. Lo saco despacio y lo dejo en el borde de su labio inferior. Le da un beso en la punta y me sonríe mientras levanta las caderas, sin dejar de mirarme, y mi pelvis se recoloca para recibirlo.
Suspiro de puro placer, un placer sin remordimientos, cuando despacio, sin prisa y con devoción, se desliza dentro de mí. Cierro los ojos y lo cojo de la nuca cuando me llena del todo. Se queda quieto, palpitando y latiendo en mi interior. Su respiración cambia de inmediato y pasa a ser rápida y brusca. Es un rasgo conocido; está esforzándose por mantener el control.
—Mírame —me exige entre jadeo y jadeo. Me fuerzo a abrir los ojos y gimo un poco cuando  lo noto moverse  dentro  de mí—. Te quiero  — susurra con la voz quebrada.
 
Cojo aire al oír las palabras que necesitaba escuchar desesperadamente desde hace tanto tiempo, pero ¿acaso cree que es eso lo único que quiero oír? ¿Cree que con eso basta?
—No, Joe. —Cierro los ojos y aparto las manos de su nuca.
—__, mírame —me exige bruscamente. Abro los ojos, llorosos, y miro su rostro, serio y carente de expresión—. Llevo todo el tiempo diciéndote lo que siento.
—No, no lo has hecho. Me robabas el móvil e intentabas controlarme—respondo.
Se mueve en círculos dentro de mí y, de inmediato, ambos soltamos un gemido.
—__,  nunca  antes  me he sentido  así. —Se  sale y luego  vuelve  a meterse más adentro, más hacia arriba.
Intento poner orden en mis pensamientos dispersos pero nuevamente se me escapa un gemido.
—Llevo toda la vida rodeado de mujeres desnudas que no se respetan a sí mismas. —Pone la mano en la mía y me sujeta de las muñecas, cada una a un lado de mi cabeza.
«Embestida.»
—¡Joe!
—Tú no eres como ellas, __.
«Embestida.»
—¡Ay, Dios!
Sale y vuelve a embestir.
—¡Jesús!  —Toma  unas cuantas  bocanadas  profundas—.  Eres mía y sólo mía, nena. Sólo para mis ojos, sólo para mis caricias y sólo para mi placer. Sólo mía. ¿Me has entendido?
Se retira y vuelve a entrar, lentamente, en mí.
—¿Y qué hay de ti? ¿Tú también eres sólo mío? —pregunto mientras muevo las caderas para capturar la deliciosa penetración.
—Sólo tuyo, __. Dime que me quieres.
—¡¿Qué?! —chillo ante sus fuertes embestidas.
—Ya me has oído —dice en voz baja—. No hagas que te folle hasta que lo digas, cielo.
Estoy estupefacta. Me estoy derritiendo debajo de él, incapacitada de placer, ¿y me exige que le diga que lo quiero?  Lo quiero pero ¿debería confesárselo  bajo  presión?  Aunque  es  justo  lo que  esperaba.  Ha  estado intentando convertirme en lo contrario de lo que conoce: hacía que fuera tapada, no me dejaba beber, insistía en que llevara delicado encaje en vez de frío cuero... Pero ¿qué hay del sexo?
—__, contéstame.  —Empuja  más hondo y se mueve con firmeza. Una gota de sudor le cruza la frente—. No te lo guardes para ti.
Sus palabras caen como un rayo. ¿Que me lo guardo? Ya ha intentado sonsacarme  antes lo que siento por él a base de sexo: fue en el baño, el sábado  pasado,  cuando  me  penetró  una  y otra  vez  exigiéndome  que  lo dijera.  Creía  que  lo  que  buscaba  era  que  le  asegurara  que  no  iba  a marcharme. Me equivoqué. ¿Cómo lo supo?
Otra rotación perfecta y mis músculos internos empiezan a tener espasmos, a temblar y a abrirse camino paso a paso hacia el epicentro de mis terminaciones nerviosas. Se me tensan las piernas.
—¿Cómo lo has sabido? —pregunto echando la cabeza hacia atrás de desesperación, mental y física.
—Maldita sea, __, mírame. —Otro embate, pleno y duro, y abro los ojos.—¡Te quiero! —grita, y enfatiza las palabras con una retirada lenta y un ataque rápido y duro de sus caderas.
—¡Yo  también  te quiero!  —grito  las palabras  que me ha sacado  a golpes.
Deja de moverse por completo, nuestras respiraciones rápidas y frenéticas, y me sujeta las muñecas a cada lado de la cabeza. Me mira.
—Te quiero tanto, joder. No pensé que fuera posible.
Sus palabras me penetran hasta lo más hondo, la intensidad de nuestra unión me acelera el corazón, aún más cuando me mira, con lágrimas en los ojos.
Me sonríe un poco y se retira despacio.
—Ahora vamos a hacer el amor —dice en voz baja, meciéndose con suavidad dentro de mí y capturando mis labios en un beso lento y sensual, cargado de significado. Me suelta las muñecas y mis manos vuelan a su espalda, donde resbalan en su piel mojada.
Su táctica ha cambiado por completo. Despacio, sin prisa, entra y sale de mí, me empuja hacia una euforia total mientras yo me aferro a su espalda todo lo fuerte que soy capaz. El sexo con Joe siempre ha sido incomparable,  pero este momento tiene un poder significativo  que jamás creí posible. Me quiere.
Lucho por mantener mis emociones a raya cuando se aparta y pega la cara a la mía, nariz con nariz, la mirada llena de emoción. Me derrito. La consistencia de sus embestidas, profundas y controladas, hace que tiemble y me tense, y mi sexo se convulsiona y se aferra a su miembro con cada penetración. El velo de sudor en su frente se hace más denso por la concentración,  y me indica  que él también  está al borde  del precipicio. Levanto un poco las caderas en una entrada y gimo cuando me llena a más no poder. La sensación de su tempo, rítmico y meticuloso, hace que quiera cerrar los ojos con fuerza, pero no puedo apartarlos de los suyos.
—Juntos —dice. Su aliento cálido me cubre la cara.
—Sí  —jadeo,  y  noto  cómo  se  expande  y  palpita  preparando  su descarga.
—Cielos, __. —Una bocanada de aire escapa de entre sus labios y su cuerpo se tensa, pero no aparta los ojos de los míos.
Mi espalda se arquea en un acto reflejo cuando la espiral de placer llega al clímax y me envía temblando a un huracán de sensaciones incontrolables.  Grito de desesperación y   de placer, con el cuerpo tembloroso entre sus brazos. Cierro los ojos para contener las lágrimas que se han acumulado a medida que mi orgasmo empieza a desvanecerse, lento y perezoso, bajo sus caricias, continuadas y uniformes.
—Los ojos —me ordena con dulzura,  y yo obedezco  y los abro de nuevo.
Lanza  un profundo  gemido  y tenso todos los músculos  de mi sexo para abrazarlo  y extraerle  su descarga.  ¿Cómo lo hace para mantener  la cabeza levantada y los ojos abiertos? Puedo ver la batalla que está librando con su instinto, que le dice que me penetre y eche la cabeza hacia atrás, pero sostiene con rienda firme el control, y entonces casi se puede oír su repentina descarga cuando sus mejillas se hinchan y se introduce dentro de mí, largo y duro, y se mantiene ahí; mis músculos obligan a su erección palpitante a continuar con sus constricciones lentas mientras se vacía en mi interior.
—Te quiero —le digo cuando me mira, con el pecho oscilando arriba y abajo. Ya está. Ahí lo dejo. Mis cartas están sobre la mesa y, técnicamente, ésa no me la ha sacado follando.
Sus labios encuentran los míos.
 —Ya lo sé, nena.
—¿Cómo lo sabes? —pregunto, porque soy consciente de que no se lo he dicho nunca. Lo he gritado en mi cabeza mil veces pero nunca lo he dicho en voz alta.
—Me lo dijiste cuando estabas borracha —sonríe—. Después de que te enseñara a bailar.
Hago un rápido repaso mental de la noche en la que me emborraché como una cuba y volví a ceder ante sus insistentes avances. Hay que tener en cuenta  que no recuerdo  gran cosa  desde  que Joe  me sacó  del  bar. Estaba muy pedo, y eso también fue por su culpa.
—No me acuerdo —confieso. Me siento como una idiota.
—Ya lo sé. —Mueve las caderas. Suspiro.
—Fue de lo más frustrante.
Todo vuelve de repente. En verdad estaba intentando hacerme confesar  que lo quería  a base  de sexo. Me observa  mientras  coloco  las piezas en su sitio y su boca dibuja una pequeña sonrisa.
—Lo has sabido siempre —digo en voz baja.
«Los niños y los borrachos...»
¿He pasado días y días dándole vueltas y resulta que él lo sabía desde el principio? ¿Por qué no me dijo nada? ¿Por qué no habló conmigo en vez de intentar sonsacármelo a polvos? Las cosas habrían sido muy distintas.
Su sonrisa desaparece, la reemplaza una expresión de estoicismo.
—Estabas  borracha. Quería oírtelo decir estando sobria. Cuando las mujeres se emborrachan siempre me confiesan amor eterno.
—¿De verdad?
Casi se echa a reír.
—Pues  sí.  —Me  mira—.  No  estaba  seguro  de  si  aún  me  querías después de... —Se muerde con ganas el labio inferior—. En fin, después de mi pequeño ataque de nervios.
 
Me parto de risa por dentro. ¿«Pequeño ataque de nervios»? Por Dios, ¿cómo será entonces uno grande? ¿Y las mujeres le dicen que lo quieren? ¿Qué mujeres, y cuántas se lo han dicho? Compongo una mueca de asco. No me gusta nada el rencor que siento hacia cualquier otra mujer que lo ame o lo haya amado. Necesito quitarme esas ideas de la cabeza cuanto antes. No puede salir nada bueno del hecho de enterarme de esas cosas.
—Te quiero —enfatizo mis palabras, las murmuro casi entre dientes, como si estuviera diciéndoselo a todas esas mujeres que también afirman amarlo. Siento que su cuerpo se relaja antes de continuar trazando lentos círculos dentro de mí.
Lo aprieto más y envuelvo su cuerpo con el mío. Me he quitado un peso de encima, pero entonces caigo en la cuenta: estoy enamorada de un hombre y no tengo ni idea de la edad que tiene.
—¿Cuántos años tienes, Joe?
Levanta la cabeza y veo que los engranajes de su mente se ponen en movimiento. Sé que está pensando si debería decirme su edad real y parar de una vez con las estúpidas evasivas.
—No me acuerdo. —Frunce el ceño. Ah, creo que puedo sacar partido de esto. Creo que estábamos ya en la treintena.
—Estábamos en treinta y tres —lo informo. Me sonríe.
—Deberíamos empezar otra vez.
—¡No! —Tiro de su cara y restriego la nariz por su cuello sin afeitar—. Íbamos por treinta y tres.
—Mientes fatal, nena. —Se ríe y me da un beso de esquimal—. Me gusta este juego. Creo que deberíamos empezar otra vez. Tengo dieciocho años.
—¡Dieciocho!
—No juegues conmigo, __.
—¿Por qué no me dices cuántos años tienes y punto? —pregunto con exasperación.  De verdad que no me importa.  Tiene  cuarenta  años como mucho.
—Treinta y uno.
Me revuelvo debajo de él. Se acuerda perfectamente.
—¿Cuántos años tienes?
—Te lo acabo de decir: treinta y uno.
Lo miro enfadada y una de las comisuras de sus labios empieza a formar una especie de sonrisa.
—Sólo es un número —lloriqueo—. Si me preguntas cualquier cosa en el futuro, no te contestaré, o al menos, no te diré la verdad —amenazo.
La especie de sonrisa desaparece en un santiamén.
—Ya sé todo lo que necesito saber sobre ti. Sé lo que sientes, y nada de lo que me digas me hará sentir de otro modo. Ojalá tú sintieras lo mismo.
 
¡Eso es pasarse de la raya! No cambiaría para nada lo que siento por él. Tengo  curiosidad,  eso es todo. Ojalá  me lo dijera  y ya está. Ya me distraen  bastante  él  y  su  complicada  forma  de  ser.  Ni  siquiera  hemos hablado aún, pero me siento mucho mejor. Ya no me noto vacía.
—Dijiste que saldría corriendo si lo supiera —le recuerdo—, pero no voy a ir a ninguna parte.
Se ríe.
—Claro que no. —Lo dice muy seguro—. __, has visto lo peor de mí y no has salido huyendo. Bueno, saliste huyendo pero luego volviste. —Me besa en la frente—. ¿De verdad crees que me preocupa mi edad?
—Entonces ¿por qué no me la dices? —pregunto, exasperada.
—Porque me gusta este juego. —Vuelve a darme besos de esquimal en el cuello.
Mi pecho se levanta con un hondo suspiro y le aprieto más el brazo, los  hombros  bañados  en  sudor  y  mis  muslos  alrededor  de  sus  firmes caderas.
—Pues a mí no —gruño, y hundo la cara en su cuello para inhalarlo entero. Exhalo satisfecha y recorro con los dedos su espalda tersa.
 
Yacemos  en  silencio  y  completamente  sumidos  el  uno  en  el  otro durante mucho tiempo, pero de pronto noto que su cuerpo tiembla y me saca de mi ensimismamiento  (estaba pensando en lo que nos deparará el futuro).
Su cuerpo tembloroso me recuerda el desafío más difícil de todos.
—¿Estás bien? —pregunto, nerviosa. ¿Qué debo hacer? Me abraza con fuerza.
—Sí. ¿Qué hora es?
Buena  pregunta.  ¿Qué  hora  será?  Espero  no  haberme  perdido  la llamada de Dan. Me revuelvo debajo de Joe y él gime contra mi cuello.
—Iré a ver.
—No. Estoy muy a gusto —se queja—. Y tampoco es tan tarde.
—Tardo dos segundos.
Gruñe y se levanta ligeramente para que yo pueda escabullirme y luego separa el cuerpo del mío y se tumba boca arriba sobre el colchón. Salto de la cama y cojo mi móvil. Son las nueve en punto, y Dan no ha llamado. Qué alivio. Aunque tengo doce llamadas pérdidas de Joe.
 
¿Eh? Vuelvo al dormitorio y veo que está sentado en la cama, apoyado en la cabecera, en cueros y sin ningún pudor. Me miro. Yo también estoy desnuda.
—Tengo doce llamadas perdidas tuyas —digo, confusa, al tiempo que le muestro mi teléfono.
En su rostro aparece una mirada de desaprobación.
—No  podía  localizarte.  Pensé  que  te  habías  marchado.  Tuve  cien infartos en diez minutos, __. ¿Qué hacías en el otro dormitorio?  —Me lanza una mirada acusadora.
—No sabía en qué punto estábamos —digo; es mejor ser sincera.
—¿Eso qué significa? —pregunta con escepticismo. Parece  ofendido.  ¿Acaso ha olvidado  nuestra  pequeña  discusión  del domingo?
—Joe, la última vez que te vi, eras un extraño que me dijo que yo era una calientabraguetas  y que te había causado un daño indescriptible. Perdóname por no tenerlas todas conmigo.
Su cara de ofendido desaparece al instante. La de ahora es de arrepentimiento.
—Lo siento. No lo decía de verdad.
—Ya —suspiro.
—Ven. —Da unas palmaditas sobre el colchón y me meto en la cama a su lado. Estamos de costado, mirándonos a la cara, usando el antebrazo a modo de almohada.
—No volverás a ver a ese hombre.
Eso espero, aunque no lo tengo tan claro como él. Una copa y podría encontrarme ante el bruto amenazador que, la verdad, no me gusta un pelo.
—¿No volverás a beber nunca? —pregunto con nerviosismo.  Es tan buen momento como cualquier otro para conseguir la información que necesito.
—No. —Lleva el dedo índice a mi pelvis y empieza a dibujar círculos. Me estremezco.
—¿Nunca?
Se detiene sin terminar de completar el círculo.
—Nunca, __. Lo único que necesito es a ti y que tú me necesites a mí. Nada más.
Frunzo el ceño.
—Ya  hiciste  que  te  necesitara y  luego  me  destruiste —digo  con calma. No quiero hacer que se sienta culpable, pero ésa es la verdad. Noto que vuelvo a estar cerca de necesitarlo, tras haber hecho el amor sólo una vez, y la verdad es que yo no quería volver a caer en eso.
Se acerca más a mí, de tal modo que las puntas de nuestras narices están a punto de tocarse, y su aliento, tibio y mentolado, me cubre la cara.
—Nunca te haré daño.
—Eso ya lo dijiste antes —le recuerdo. Sí, la última vez dijo que no me haría daño a propósito, cosa preocupante, pero aun así lo dijo.
—__, la idea de verte sufrir, emocional  o físicamente,  me resulta insoportable. No tengo palabras. Me vuelvo loco sólo de pensarlo. Me dan ganas de clavarme un cuchillo en el corazón por lo que te he hecho.
—Eso es demasiado, ¿no crees? —le suelto, atónita. Me mira enfadado.
—Es  la  verdad,  igual  que  lo  es  que  me  pongo  violento  sólo  de imaginar  que  otro  hombre  te  desee.  —Niega  con  la  cabeza  como  si estuviera intentando borrar las imágenes que aparecen en su mente—. Lo digo completamente en serio.
Ay, Dios. Es cierto: lo dice muy en serio. Tiene  la cara larga y la mandíbula apretada.
—No puedes controlarlo todo —replico con el ceño fruncido.
—En lo que a ti respecta, haré todo lo posible, __. Ya te lo he dicho: te he estado esperando  demasiado  tiempo. Eres mi pequeño  pedacito  de cielo. Nada te apartará de mi lado. —Y pega los labios a los míos como para rubricar su declaración—. Mientras te tenga a ti, tendré un propósito y una razón de ser. Por eso no voy a beber, y por eso haré todo cuanto esté en mi mano para mantenerte a salvo. ¿Lo entiendes?
Pues la verdad es que creo que no, pero asiento de todos modos. La determinación  y la convicción  con que lo dice son impresionantes,  pero ambiciosas hasta rozar lo ridículo. ¿Qué cree que va a pasarme? No puede llevarme pegada a sus pantalones eternamente. Loco.
Le paso el pulgar por la línea irregular de la cicatriz.
—¿Cómo te la hiciste? —Pruebo suerte. Soy consciente de que no va a contestarme y sé que es un tema tabú, pero necesito obtener toda la información que pueda. Ya sé lo peor de él, así que esto no puede serlo aún más.
 
Mira mi mano sobre su cicatriz y suspira.
—Estás preguntona esta mañana.
—Sí —concedo. Es verdad.
 —Ya te lo dije. No me gusta hablar del tema.
—Eres  tú  el  que  se  guarda  cosas  —lo  acuso.  Se  tumba  sobre  la espalda con un profundo suspiro y se tapa la cara con el brazo. Ah, no, no va a darme la callada por respuesta esta vez. Me monto sobre sus caderas y le  aparto  el  brazo—.  ¿Por  qué  no  quieres  contarme  cómo  te  hiciste  la cicatriz?
—Porque es mi pasado, __, y revolcarse en el fango no es la mejor manera de limpiarse. No quiero que nada afecte a mi futuro.
—No lo hará. No importa lo que me cuentes, te seguiré queriendo. —¿Es que no lo entiende?
Frunzo el ceño cuando sonríe.
—Lo sé —dice, un pelín demasiado confiado. Está muy seguro de sí mismo esta mañana—. Ya me lo dijiste cuando no sentías las piernas — añade.
¿Eso dije también? No me acuerdo. Ya veo que le dije muchas cosas cuando estaba pedo.
—Entonces ¿por qué no me lo cuentas?
Pone las manos allá donde se unen mis muslos.
—Si no va a cambiar lo que sientes por mí, no tiene sentido llenar tu linda cabecita de feos pensamientos. —Levanta las cejas—. ¿No crees?
—Cuando me pidas que te cuente algo, no pienso hacerlo —respondo, enfadada.
—Eso ya lo has dicho.
Se  sienta  y  une  nuestros  labios.  Mis  brazos  lo  rodean  de  forma mecánica, pero entonces me viene otra cosa a la cabeza.
—¿Descubriste   por  qué  las  puertas  de  hierro  y  principal  de  La Mansión estaban abiertas? —Intento con todas mis fuerzas que no parezca que le doy importancia.
—¿Qué? —Se aparta de mí, perplejo.
—Cuando fui el domingo a La Mansión, las puertas se accionaron sin llamar al portero automático, y la puerta principal estaba entreabierta. — Sé que fue ella.
—Ah. Por lo visto las puertas se estropearon. Sarah ya lo ha arreglado.
—Vuelve a besarme.
—Qué oportuno. ¿Y la puerta principal también estaba averiada? — inquiero con sarcasmo. Yo sé lo que pasó: la muy viva interceptó mi mensaje y acarició la idea de que yo apareciera sin avisar y descubriera las delicias de La Mansión.
—La ironía no te pega, señorita —me regaña, pero me da igual.
Esa mujer es una hipócrita y una arpía. De repente, me siento llena de determinación, aunque Joe me da un poco de pena. ¿De verdad cree que es su amiga? ¿Debería compartir con él mi veredicto?
—¿Qué te apetece hacer hoy? —pregunta.
¡Mierda! Hoy he quedado con Dan y no puedo llevar a Joe conmigo.
¿Qué impresión se llevaría? No puedo presentárselo, dado que Dan es un hermano  mayor  protector  y Joe  tiene  tendencia  a pisotear  a la gente. ¿Cómo voy a salir de ésta?
—Pues hay algo que debo hacer...
En ese instante suena su móvil, lo que pone fin a mi anuncio.
—Por Dios —maldice Joe levantándome de su regazo y dejándome sobre la cama.
Coge el teléfono y contesta antes de salir del dormitorio.
—¿John? —Parece un poco impaciente.
Me tumbo en la cama y visualizo las formas en las que podría darle la noticia de que tengo que ver a Dan. Lo entenderá.
—Debo ir a La Mansión —dice, tajante, de vuelta a la habitación y camino del cuarto de baño.
 
¿Otra vez? Ni siquiera le he preguntado qué lo obligó a ir anoche, y caigo en la cuenta de que Kate no me ha devuelto las llamadas.
—¿Va todo bien? —pregunto. Parece muy enfadado.
—Todo irá bien. Vístete.
«¿Qué?»
 
¡Ah, no! ¡No pienso ir a ese lugar! Todavía tengo que hacerme a la idea de todo. No puede  obligarme  a ir. Oigo el agua de la ducha  y me pongo de pie de un salto para explicarle mis reticencias. Entro en el baño y lo encuentro ya metido en la ducha. Me sonríe y hace un gesto para que me una a él. Entro y cojo la esponja y el jabón, pero me los quita de las manos, echa gel  en la esponja, hace que me vuelva de espaldas y empieza a enjabonarme. Me quedo de pie en silencio, rebuscando en mi cerebro una forma de abordar el asunto, mientras él desliza la esponja lentamente por mi cuerpo. Espero que no le dé una rabieta cuando le diga que no estoy dispuesta a ir.
—¿Joe?
Me da un beso en el omoplato.
 —¿__?
—De verdad que no quiero ir —suelto del tirón, y entonces me echo la bronca a mí misma por no haber tenido un poco más de tacto.
Hace una pausa con los círculos de espuma unos segundos, luego continúa.
—¿Puedo preguntarte por qué?
No puede ser que sea tan insensible como para tener que hacerme esa pregunta. Debería ser obvio por qué no quiero ir. Además, antes de saber lo que ocurría allí, tampoco quería ir, aunque entonces era por culpa de cierta bestia de lengua viperina y labios carnosos. Ahora ella ya no me molesta tanto, a pesar de que todavía no hemos hablado de su pequeña intromisión en la vida de Joe. Ése es otro tema más de los que tenemos que discutir.
—¿No puedes darme un tiempo para que me acostumbre? —pregunto, nerviosa. Mentalmente le suplico que lo entienda y sea razonable.
Él suspira y me pasa el brazo por los hombros, atrayéndome hacia su pecho.
—Lo entiendo.
—¿De verdad?
Me da un beso en la sien.
—No  lo  vas  a  evitar  toda  la  vida,  ¿verdad?  Sigo  queriendo  esos diseños para mis nuevas habitaciones.
Me  sorprende  que  sea  tan  razonable.  Ni  preguntas,  ni  pasar  por encima de lo que yo quiero, ni polvo de entrar en razón... ¿Está de acuerdo? Eso es bueno. ¿Y el ala nueva? Ni me acordaba de ella, pero tiene razón. No puedo evitar ese lugar toda la vida.
—No. Además, tendré que ir a supervisar las obras cuando hayamos terminado con los diseños.
—Bien.
—¿Qué ocurre en La Mansión?
Me suelta los hombros y empieza a lavarme el pelo con su champú para hombres.
—La policía apareció anoche —dice como si no fuera con él. Me tenso de pies a cabeza.
—¿Por qué?
—Algún idiota que quería gastar bromas. La policía llamó a John esta mañana para concertar un par de entrevistas. No puedo escaquearme.
Me  da  media vuelta y  me  coloca bajo  el  agua  de  la  ducha para aclararme el pelo.
—Lo siento.
—No pasa nada —lo consuelo. No voy a explicarle por qué no pasa nada. Ahora puedo quedar con Dan sin preocuparme por la costumbre de Joe de pasar por encima de la gente—. Kate estaba en la mansión anoche.—La preocupación es evidente en mi voz.
—Lo sé —levanta una ceja—. Fue toda una sorpresa.
—¿Estaba bien?
—Sí. —Me besa en la nariz y me da un azote en el trasero—. Fuera de aquí.
 
 
 
Salgo de la ducha, dispuesta a secarme y a usar el cepillo de dientes de Joe después de que él lo haya usado. Soy demasiado vaga para cruzar el descansillo  y coger el mío. Entro en el dormitorio y él ya está listo, guapísimo con unos vaqueros viejos y una camiseta blanca, aunque sigue sin afeitar.
—Me voy. —Me cubre la cara de besos—. Ponte encaje para cuando venga.
Me guiña el ojo y se va.
 

No pierdo un instante. Cojo mi móvil y llamo a Dan. Quedamos en Almundo’s, una pequeña cafetería en C
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CristalJB_kjn
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 7 Icon_minitimeJunio 26th 2014, 20:40

Omj yi quiero mas sta hermosa la novela me gusta mucho la amo
spero q el josefo no se enoje
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 7 Icon_minitimeJunio 29th 2014, 17:47

Oioioioioioiiiiiii siguelaaaaa!!!!!! No puedo creer que sea tan adictiva,pero lo es, estoy enganchada tiste
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CristalJB_kjn
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 7 Icon_minitimeJunio 30th 2014, 12:11

Sube mas andaleee
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 7 Icon_minitimeJulio 5th 2014, 16:48

Eiiii!!! Sigue ya no? Sad sigu sigue sigue!!!!
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 7 Icon_minitimeJulio 6th 2014, 12:02

Chicas, perdonenme. No he estado muy bien, la verdad... Asi que no he subido nada a ninguna de las novelas pero ahora les subo tres capitulos... En serio una enorme disculpa.


Capítulo 6 Parte 1
 
Cuando entro en Almundo’s recorro con la mirada la cara de la gente que disfruta de su desayuno de domingo y veo a Dan sentado en un rincón, con el rostro hundido en el periódico dominical. Tiene un aspecto fenomenal, bronceado y guapísimo. Cruzo el café a toda velocidad y me echo a sus brazos.
—¡Pero bueno! —Se echa a reír—. ¿Es que te alegras de verme?
Me abraza a su vez mientras yo estoy totalmente encima de él. Estoy tan contenta de verlo que toda la anticipación, el estrés y la emoción de las últimas semanas vuelven a desbordarme.
—Oye, nada de eso —me regaña.
—Lo siento. —Aparto la cara de su pecho y me siento a su lado. Me coge la mano.
—Sécate  las lágrimas,  anda  —me  sonríe—.  Es lo mejor  que te ha podido pasar en la vida. Estás mejor sin él.
 
Vaya,  ¿se  cree  que  estoy  llorando  por  Matt?  ¿Dejo  que  siga  en la ignorancia?  La alternativa  sería contarle  todo lo demás, y eso no puedo hacerlo. Nos tiraríamos aquí un mes entero. Me seco las lágrimas.
—Lo sé. Han sido unas semanas de mierda. Estoy bien, de veras.
—Olvídate de él y sigue con tu vida. Tienes que recuperar el tiempo perdido. —Me pasa la mano por el brazo con afecto—. ¿Qué hay de ese tipo que tiene a Matt lloriqueando?
Mierda, esperaba evitar cualquier pregunta relacionada con Joe. Me hacía ilusiones, claro.
—Se llama Joe. No es nada. Sólo es un amigo.
—¿Sólo un amigo? —Me mira en absoluto convencido, y yo me llevo la mano a un mechón suelto de mi recogido.
—Sólo  un  amigo  —repito  sacudiendo la  cabeza—.  Kate  tuvo  un momento tenso con Matt y pensó que lo haría callar si exageraba un poco la verdad.
—Conque hay parte de verdad... —Me observa, inquisitivo.
—No. —Necesito cambiar de tema—. ¿Cómo están mamá y papá?
Me dirige una mirada de advertencia.
—Amenazan con venir a visitarte y dejarte como nueva. Mamá dijo algo de un extraño que respondía a tu móvil la semana pasada. Imagino que él es esa «verdad exagerada», ¿no?
Vale, mis maniobras de distracción han fracasado miserablemente.
—Sí, sí. ¿Podemos cambiar de tema, por favor? —sueno molesta. Dan levanta las manos en un gesto defensivo.
—Vale, vale. Sólo te digo que te andes con cuidado, __.
 
Me hundo en la silla y pienso qué opinarían mis padres de Joe. No les gustaría, ni siquiera aunque no tuviera ningún problema con la bebida y La Mansión.  Es evidente  que es mayor que yo. Puede que le salgan los billetes  por las orejas,  pero eso no va a impresionar  a mis padres,  y el hecho de que le guste pasar por encima  de quien sea de vez en cuando tampoco ayuda. Me es casi imposible disimular  la frustración cuando se porta como un crío. Aunque quizá lo rápidamente que ha aceptado mi negativa de acompañarlo a La Mansión esta mañana sea el cambio que he estado esperando.
 
Pedimos  café,  agua  y unas  pastas,  y charlamos  sobre  el trabajo  de Dan,  sobre Australia  y sobre  sus  planes  para  el  futuro.  Le  va  bien.  Su amigo está ampliando la escuela de surf y quiere que Dan sea su socio. Me alegro  por él pero, por motivos  egoístas,  por dentro  me siento  un poco decepcionada. No parece que vaya a volver a Inglaterra.
—¿Qué tal está Kate? —pregunta  mientras mordisquea  las esquinas de su bollo y finge un desinterés total.
Debería abstenerme de mencionar a Sam. No creo que a Dan le guste ese detalle. De repente me acuerdo de que no me he tomado la píldora, y empiezo a rebuscar en mi bolso.
—Sigue siendo Kate —digo como si nada, a pesar de que me siento muy incómoda  hablando  de ella con Dan. No me parece bien—. ¿Y tú? ¿Alguna chica a la vista? —pregunto arqueando una ceja mientras dejo el café y cojo el agua.
—No —sonríe—. Al menos, no hay ninguna permanente.
Ya me imagino. Estoy a punto de soltarle la charla sobre el ir de flor en flor cuando mi móvil empieza a bailar sobre la mesa y Sweet disposition de Temple Trap suena a todo volumen. Sonrío. ¿Está intentando ser gracioso? Doy las gracias porque Joe haya cambiado el tono asignado a su número, pero necesito hablar con él sobre su manía de hacer lo que le da la gana con mi móvil. Sólo es la una en punto. Pensé que tardaría más, pero quizá siga en La Mansión y sólo esté llamando para ver cómo estoy.
 
 
—¡Me encanta esa canción! —exclama Dan—. Déjalo sonar.
Y empieza a cantar, haciéndome reír.
—Tengo que contestar.
Me levanto de la mesa con el móvil y Dan frunce el ceño. Sé que va a sospechar si me retiro para atender la llamada. Diré que era Kate. Salgo a la luz del sol.
—Hola —digo con alegría.
—¿Dónde coño estás? —brama Joe por teléfono. Lo aparto de mis tímpanos. Ya está exagerando.
—Cálmate. Estoy con mi hermano.
—¿Que me calme? ¡Vuelvo a casa y me encuentro con que has salido huyendo!
—¡Deja de gritarme, joder! —¿De verdad es necesario?
Ese hombre es imposible. Yo no dije que fuera a esperarlo sentada. Por Dios santo, estoy en caída libre, a punto de estrellarme contra el suelo después  de que me hayan  echado  de mala  manera  del séptimo  cielo de Joe. Pongo los ojos en blanco de pura desesperación.
—No he salido huyendo. He ido a ver a mi hermano, que ha vuelto de Australia  —le  cuento  con  calma—.  Iba  a quedar  con  él  ayer,  pero  me entretuvieron en otra parte. —No era mi intención ser sarcástica, pero me sale solo.
—Disculpa las molestias —sisea.
—¿Perdona? —Su hostilidad me deja atónita.
—¿Cuánto  vas  a tardar?  —Su  tono  de  voz  no  ha  cambiado,  sigue siendo el de un capullo. Es posible que me vaya a casa de Kate. No estoy lista  para  que  me  arranquen  la  piel  a  tiras  por  haber  quedado  con  mi hermano.
—Le he dicho que pasaría el día con él.
—¡Todo el día! —grita—. ¿Por qué no me lo has contado?
¿Por qué? ¡Pues porque sabía que me fastidiaría el plan!
—Tu   móvil me interrumpió, y estabas           muy ocupado con los problemas en La Mansión —le espeto.
Se hace el silencio al otro lado del auricular pero todavía lo oigo respirar trabajosamente. Imagino que ha estado corriendo por el  ático, buscándome por todas partes. Demonios, esto va a ser muy difícil. Ese cambio que yo creía que se había producido acaba de ser borrado del mapa de un plumazo.
 
 
—¿Dónde  estás?  —Su  tono  se  ha  suavizado  un  poco,  aunque  es evidente que sigue molesto por mi salida secreta.
—En una cafetería.
—¿Dónde?
¡Ni de coña se lo voy a decir! Lo tendría aquí en un santiamén. Lo sé. Y luego me tocaría a mí explicarle a Dan quién es y de dónde ha salido.
—Eso no importa. Volveré a tu casa cuando termine.
—Vuelve a mí, __ —dice, y no me cabe duda de que se trata de una orden.
Relajo los hombros.
—Lo haré.
Nos quedamos en silencio y de repente me acuerdo de que hay una pequeña parte de Joe que me saca de quicio. ¿De verdad deseaba volver a todo esto?
—¿__?
—Sigo aquí.
—Te quiero. —Lo dice con dulzura, pero suena forzado. Sé que quiere pelea y le gustaría arrastrarme de vuelta al Lusso, y no puede hacerlo si no estoy localizable.
—Lo sé, Joe. —Cuelgo y respiro tranquila y agotada.
Estoy empezando a desear no haber descubierto el problema de Joe con  la  bebida,  ese  al  que  todo  el  mundo  parece  no  darle  ninguna importancia. Yo, por otra parte, me preocupo como una idiota por temor a empujarlo a que vuelva a empinar el codo. Siempre he defendido que saber es poder, pero ahora mismo preferiría lo de que la ignorancia es una bendición.  Así  podría  colgarle  a  ese  hombre  controlador  y  exigente  y dejarlo  con  su  cabreo.  Pero  ahora  lo  sé,  le  he  colgado  y me  preocupa haberlo dejado con la botella de vodka en las manos.
—¿Va todo bien?
Me vuelvo y veo a Dan, que se acerca con mi bolso. Le sonrío.
—Sí.
—Ya he pagado la cuenta. Ten. —Me pasa el bolso.
—Gracias.
—¿Estás bien? —pregunta frunciendo el ceño.
Pues la verdad es que no. La «verdad exagerada» está poniendo a prueba mi paciencia.
—Estoy bien. —Pongo cara de alegría—. ¿Adónde te apetece que vayamos?
—¿Al Tussaud? —pregunta con una amplia sonrisa. Se la devuelvo.
—Estupendo. Vamos.
Me ofrece el brazo, se lo acepto y echamos  a andar. He perdido la cuenta de las veces que hemos vagado por las salas del museo de Madame Tussaud. Es una tradición. No hay una sola figura de cera con la que no nos hayamos  hecho una foto. Nos hemos  colado  en las zonas  restringidas  y hemos hecho de todo con tal de hacernos las fotos que necesitábamos para ir actualizando el álbum. Quizá sea infantil, pero nos gusta.
 
 
 
Hemos pasado un día fantástico. Me he reído tanto que me duelen las mejillas. Resulta que las únicas figuras nuevas en el museo son miembros de la realeza. Me he hecho una foto con Guillermo y Catalina, y Dan ha quedado  inmortalizado  tocándole  las tetas  a la reina.  Hemos  cenado  en nuestro restaurante favorito de China Town y nos hemos tomado un par de copas de vino en un bar. Me he sentido algo culpable cuando he bebido el primer sorbo, pero no iba a pedir un vaso de agua, Dan habría hecho preguntas.  Además,  una  vez  terminada  la  primera  copa,  la  segunda  ha entrado con facilidad.
Abrazo  a Dan con todas  mis fuerzas  cuando  nos despedimos  en el metro.
—¿Cuándo te vas?
—Dentro  de  un  par  de  semanas.  Mañana  me  voy  a  Manchester  a visitar a los amigos de la universidad, pero el domingo que viene estaré de vuelta en Londres, nos veremos antes de que me vaya, ¿verdad?
Lo suelto.
—Sí. Llámame en cuanto estés aquí otra vez.
—Vale. Cuídate mucho. —Me da un beso en la mejilla—. Tendré el móvil conectado por si me necesitas.
—Muy bien —sonrío. Está preocupado.
Se aleja a grandes zancadas y yo deseo que se quede para siempre. Nunca lo he necesitado tanto como ahora.
 
 
 
Entro en el vestíbulo del Lusso y veo que Clive está al teléfono. Avanzo con decisión hacia el ascensor. No tengo ganas de hablar.
—Adiós y gracias. ¡__! —me grita.
Me detengo y pongo los ojos en blanco antes de volverme.
—¿Sí?
Cuelga el teléfono y viene hacia mí.
—Ha venido una señora. He intentado llamar al señor Jonas pero no contestaba. No podía dejarla subir. Era una señora de mediana edad.
—¿Una señora? —Clive tiene toda mi atención.
—Sí, una mujer guapa con el pelo rubio ondulado. Ha dicho que era urgente, pero ya conoces las normas. —Levanta las cejas.
Vaya  si  conozco  las  normas  y, por  una  vez,  me alegro  de que  las hiciera  respetar.  ¿Pelo  rubio  y  ondulado?  Entonces  seguro  que  no  era Sarah.
—¿De qué edad, más o menos?
Se encoge de hombros.
—Unos cuarenta y pocos.
Vale. Sarah no me cae bien, pero no aparenta tener cuarenta años.
—¿A qué hora ha sido eso, Clive?
Mira el reloj.
—Hace como media hora.
—¿Ha dicho cómo se llamaba?
Frunce el ceño.
—No. La he detenido en la puerta. Quería subir directamente al ático, pero cuando no la he dejado pasar y he dicho que tenía que llamar al señor Jonas ha empezado a contestarme con vaguedades.
—No te preocupes, Clive. Gracias.
Doy  media  vuelta  y  sigo  hacia  el  ascensor.  Subo  e  introduzco  el código. ¿Una señora? ¿Una señora que no da detalles y que pensaba que podía subir al ático sin ser anunciada?
Se abren las puertas, salgo y me encuentro con que la puerta de casa de Joe está abierta. ¿Es que no le preocupa la seguridad? Vale que tiene un conserje abajo que vigila quién entra y quién sale las veinticuatro horas y también un equipo de seguridad, pero no le iría mal un poco de sentido común. Cierro la puerta al entrar y me pongo en guardia al instante. El equipo de sonido está en marcha. No está tan alto como la última vez, pero es la canción lo que me pone nerviosa. Es la misma que estaba sonando el domingo pasado, cuando encontré a Joe borracho. Ángel.
 
 
Corro por el ático,  sin apagar  la música.  Encontrar  a Joe es más importante que quitar la canción que me recuerda a aquel día nefasto. Voy directa a la terraza pero no está allí. Tiro el bolso, subo los escalones de dos en dos y entro en el dormitorio. Nada. ¿Dónde está?
Me entra el pánico pero entonces oigo correr el agua en el baño. Me precipito  hasta allí y encuentro  a Joe sentado en el suelo de la ducha. Sólo lleva puestos los pantalones cortos de correr, que están empapados y pegados  a  sus  muslos.  Tiene  la  espalda  apoyada  en  la  fría  pared  de azulejos, la cabeza gacha, y está abrazándose las rodillas mientras el agua cae encima de él.
Como si notara mi presencia, levanta la cabeza y me mira a los ojos. Sonríe un poco pero no puede ocultar el  dolor en la mirada. ¿Cuánto tiempo llevará así? Suspiro de alivio y de exasperación antes de meterme en la ducha, vestida, sentarme en su regazo y rodearle el cuerpo empapado con las piernas y los brazos.
Hunde la cabeza en mi cuello.
—Te quiero.
—Lo sé. ¿Cuántas vueltas has dado? —Ya ha hecho esto antes: corre por los parques reales para no pensar... en mí.
—Tres.
—Eso es demasiado —lo regaño. Estamos hablando de unos cuarenta kilómetros,  no de una carrera rápida para aliviar el estrés. Su cuerpo no está lo bastante fuerte para eso.
—Me puse fatal cuando vi que no estabas.
—Ya me he dado cuenta —digo sólo con una pizca de sarcasmo. Lleva las manos a mis caderas y va a por mi pelvis. Doy un salto.
—Deberías habérmelo dicho —añade, muy serio.
Es posible, pero probablemente  me habría chafado los planes, y no puede  irse  a  correr  una  maratón  cada  vez  que  estamos  unas  horas separados.
—Iba a volver luego —intento darle seguridad—. No puedo estar siempre pegada a ti.
Deja escapar un largo suspiro y se hunde más en mi cuello.
—Ojalá lo estuvieras —gruñe—. Has bebido.
De repente me siento rara e incómoda.
—¿Has comido? —No se me ocurre qué otra cosa decir. Habrá quemado un millón de calorías corriendo como Forrest Gump.
 —No tengo hambre.
—Tienes que comer, Joe —protesto—. Te prepararé algo.
—Luego. Estoy muy a gusto.
Así que lo dejo que se quede a gusto un rato más. Me siento en su regazo, con el vestido pegado al cuerpo y el pelo mojado, y dejo que me abrace. No puede hacerme esto cada vez que estemos un rato separados, no puedo  aceptarlo.  Lo  que  está  claro  es  que  no  se  ha  producido  ningún cambio en él y me he llevado una amarga decepción. ¿Y ahora, qué?
—Odio esa canción —digo en voz baja después de pasarnos una eternidad pegados como lapas.
—A mí me encanta. Me recuerda a ti.
—A mí me recuerda a un hombre que no me gusta. —No quiero volver a escucharla.
—Lo siento. —Me muerde el cuello y recorre con la lengua mi mandíbula—. Me duele el culo —masculla.
Es la ducha más larga que me he dado en la vida.
—Estoy muy a gusto —lo imito.
Vuelve a llevar la mano a mi cadera y yo salto y doy un grito.
—¡Para! —chillo—. Tienes que comer.
—Cierto. Y yo quiero  a mi __, desnuda  y en nuestra  cama,  para poder darme un atracón.
Se pone de pie conmigo en brazos, rodeándole el cuerpo, y sin apenas esfuerzo, teniendo en cuenta la mano maltrecha y el cuerpo exhausto.
¿«Mi __»? Me parece bien ¿«Nuestra cama»? Mejor no voy a pensar en eso por ahora.
—Me apunto, pero mi hombre tiene que comer. —Ya he hecho que corriera hasta caer redondo y sin una gota de combustible en el cuerpo; no voy  a  ser  también  la  culpable  de  que  se  muera  de  hambre—.  Primero comida, luego mimos.
—Mimos  ahora,  comida  luego  —contraataca  mientras  sale  de  la ducha conmigo en brazos y me deposita en el lavabo doble.
—Te voy a dar de comer y punto —lo informo. Lo digo muy en serio—. ¿Dónde está la venda?
—Y punto, ¿eh? —Coge una toalla de baño de la pila del estante y empieza a secarme el pelo con la mano sana. Me vendría bien un poco de champú y acondicionador—. Me molestaba. —Le resta importancia a mi preocupación.
 
 
Empiezo a temblar. El vestido empapado me roza el cuerpo y tengo la carne de gallina. Joe me envuelve con la toalla y tira de las esquinas para atraerme  hacia  él. Me besa  con fuerza  en los labios.  Lo veo hacer  una mueca.
—Y punto. Se me empieza a pegar la forma de ser de mi hombre.
—Tu hombre quiere pegarse a ti —me susurra acercando la entrepierna a mi muslo mientras me besa con dulzura.
—Por favor, come algo primero.
Se aparta con cara de pena.
—Vale. Primero comida y luego mimos.
¿Otra concesión? Esto sí que es hacer progresos. Normalmente  nada se interpone en su camino a la hora de tomarme cuándo y cómo le apetece.
—¿Qué tal va la mano?
Mira la mano que sujeta la esquina de la toalla.
—No va mal. Fui bueno y le puse un poco de hielo.
—¡Qué valiente!
Sonríe, me da un beso de esquimal y luego otro en la frente.
—Vamos. Necesitas ropa seca. —Intenta levantarme del lavabo pero lo aparto—. ¡Oye! —protesta.
—La mano. No se te va a curar nunca si sigues llevándome en brazos a todas partes.
Salto  del  lavabo,  me  quito  las  bailarinas  mojadas  y  me  bajo  la cremallera  del  vestido  antes  de  quitármelo  por  la  cabeza.  Entonces  me carga sobre sus hombros y me saca del cuarto de baño.
—Me gusta llevarte en brazos —sentencia  tirándome en la cama—. ¿Dónde están tus cosas?
—En la habitación de invitados —digo recuperándome  del viaje por las alturas.
Deja claro su desagrado con un gruñido antes de salir del dormitorio para volver poco después con todas mis cosas repartidas entre su mano sana, debajo del brazo y la boca. Lo echa todo sobre la cama.
—Ya está.
Saco de la bolsa unas bragas limpias y mi sudadera negra extra grande, pero pronto me arrebata las bragas de algodón. Frunzo el ceño cuando lo veo rebuscar en mi bolsa y sacar unas de encaje.
Me las pasa.
—Siempre encaje —dice asintiendo con la cabeza, y yo obedezco sin pensar y sin quejarme.
 
Me pongo las bragas de encaje y la sudadera gigante. Joe se quita los pantalones de correr mojados y se pone otros de algodón azul. Puedo ver que tiene los músculos de la espalda más definidos cuando se agacha para subirse los pantalones. Sentada, lo admiro desde la cama antes de que me coja otra vez en brazos y me lleve a la cocina.
Lo primero que hago es apagar la música con un pequeño escalofrío. Luego me planto delante de la nevera para estudiar su contenido.
—¿Qué  te  apetece?  —Tal  vez  unos  huevos,  la  proteína  le  vendría bien.
—Me da igual. Lo mismo que vayas a tomar tú.
Se acerca por detrás, coge un tarro de mantequilla de cacahuete y me da un beso en el cuello.
—¡Deja eso!
Intento quitarle el tarro, pero me esquiva y hace una rápida retirada al taburete de la isleta, se coloca el tarro bajo el brazo para desenroscar  la tapa  y mete  el  dedo  para  sacar  una  buena  cantidad.  Me mira  sonriente mientras se lleva el dedo a la boca y sus labios forman una O cuando lo saca reluciente.
—¡Eres como un crío!
Me decido  por el pollo fileteado  y lo saco de la nevera. Yo ya he comido, pero voy a tener que hacer un esfuerzo por engullir algo más con tal de que él coma conmigo.
—¿Soy como un crío porque me gusta la mantequilla  de cacahuete?—pregunta por encima del dedo.
—No. Eres un crío por el modo en el que comes mantequilla de cacahuete.  Nadie  con más  de diez  años  debería  meter  los  dedos  en los tarros y, como no me dices tu edad, supongo que tienes más de diez años.—Le lanzo una mirada asqueada mientras saco el papel de aluminio y envuelvo los filetes en jamón de Parma. Luego los pongo en una fuente de horno.
—No hables sin haberlo probado antes —replica—. Toma. —Y me planta en las narices su dedo cubierto de mantequilla de cacahuete.
Pongo más cara de asco aún. Odio la mantequilla de cacahuete.
—Paso —digo metiendo el pollo en el horno. Se encoge de hombros y se chupa el dedo.
 
Saco unos guisantes tiernos y unas patatas nuevas de la nevera y los meto  en la bandeja  de cocción  al  vapor.  Jugueteo  con los mandos  y el horno empieza a calentarse.
Me siento en la encimera y lo miro sonriente.
—¿Lo estás disfrutando?
Hace una pausa a punto de meterse el dedo en la boca.
—Puedo comer mantequilla de cacahuete sin parar hasta que me duela la tripa.
Mete otro dedo en el tarro.
—¿Te duele la tripa?
—No, aún no.
—¿Quieres parar ahora que no te duele y dejar espacio para la comida equilibrada que te estoy preparando? —Lucho para evitar echarme a reír.
Él no. Se ríe y, lentamente, enrosca la tapa del tarro de mantequilla de cacahuete.
—Nena, ¿me estás regañando?
—No, te estoy hacienda una pregunta —lo corrijo. No quiero ser su madre.
Empieza  a morderse  el labio inferior;  me observa atentamente,  con los ojos brillantes. Me estremezco de pies a cabeza. Conozco esa mirada.
—Me gusta tu sudadera —dice con un tono suave mientras su mirada baja hacia mis piernas desnudas. La sudadera es grande y me tapa el culo. No es nada sexy—. Me gusta cómo te sienta el color negro —añade.
—¿Ah, sí?
—Sí —afirma.
Va a distraerme  otra vez. Necesito  que coma como Dios manda,  y tenemos que hablar de que mañana es lunes y debo irme a casa y luego a trabajar. Después del truquito de depositar un pago desproporcionado  por adelantado  en la cuenta de Rococo Union me preocupa  que todavía siga empeñado en tenerme trabajando todos los días en La Mansión.
—Mañana es lunes —digo en tono positivo. No sé por qué he elegido ese tono. ¿Por qué positivo y no otro?
—¿Y? —Se cruza de brazos.
¿Qué le digo? ¿Es mucho pedir que sea razonable y comprenda que debo ocuparme de otros clientes? Ha dicho a las claras que no le gusta compartirme, ni social ni profesionalmente.
Tamborileo con los dedos sobre la encimera.
—Nada, sólo me preguntaba qué planes tenías.
Una mirada de pánico cruza por su rostro sin afeitar, y al instante me preocupa que mañana vaya a ser un trauma.
—¿Tú qué planes tienes?
Lo miro como si fuera idiota.
—Ir a trabajar —respondo.
Empieza  a morderse  el  labio  inferior  y los  malditos  engranajes  se ponen de nuevo en movimiento.  No va a poder convencerme  de que no vaya a trabajar.
—Ni se te ocurra. Tengo reuniones importantes a las que debo acudir—le advierto, sin darle tiempo a decir lo que sé que está pensando.
—¿Sólo por un día? —Me pone morritos, pero sé que lo dice muy en serio. Debo prepararme para una cuenta atrás o un polvo de entrar en razón.
—No, seguro que tienes que ponerte al día en La Mansión —afirmo con convicción. Tiene un negocio que sacar adelante, y se ha pasado una semana inconsciente.  No puede esperar que John se encargue siempre de todo.
—Supongo que sí —gruñe.
En mi mente, chillo de alegría. ¿No hay cuenta atrás? ¿Ni polvo de entrar en razón? Estamos haciendo progresos de verdad.
—Ah, Clive me ha dicho que antes vino una mujer. —Se me había olvidado por completo.
—¿Ah, sí? —Parece sorprendido.
—Dijo que estaba intentando subir al ático, que no le dijo su nombre y que  tú  no  contestabas  al  teléfono  cuando  trató  de  llamarte.  Rubia,  de mediana edad, pelo ondulado...
Lo observo  para ver cómo reacciona,  pero él se limita  a fruncir  el ceño.
—Hablaré con él. ¿Está ya lista mi comida equilibrada?
¿Eso es todo? ¿Hablará con Clive? Yo quiero saber quién era.
—¿Quién era? —pregunto como si tal cosa mientras me bajo de la encimera para ver qué tal va la comida.
—Ni idea.
Se levanta y saca unos cubiertos del cajón. ¿Está tratando de evitar el tema?
—¿Seguro que no lo sabes? —pregunto, convencida de que sí, mientras saco el pollo del horno y lo pongo en la sartén para darle el toque final.
 —__, de verdad que no lo sé, pero te prometo que hablaré con Clive para ver si puedo averiguarlo. Ahora, da de comer a tu hombre.
Se sienta con el tenedor en una mano y el cuchillo en la otra sobre la encimera. Si empieza a dar golpes en ella, se los pongo por corbata.
Empiezo a servir los platos y a ofrecerle la primera comida que he preparado para él. Odio cocinar. La ataca sin dilación.
—Ñam-ñam —masculla con la boca llena de pollo—. ¿Qué tal lo has pasado con tu hermano?
Lo habría pasado mucho mejor si él no me hubiera interrumpido con su numerito.
—Bien —respondo sentándome a su lado.
—¿Sólo bien? Oye, esto está muy bueno.
Me  gusta  verlo  comer  algo  que  no  sea  mantequilla  de  cacahuete. Ahora mismo es otro hombre, seguro y con confianza en sí mismo, pero en un abrir y cerrar de ojos se desmorona por completo. ¿De verdad le causo ese efecto?
—Lo hemos pasado en grande. Fuimos al museo de Madame Tussaud y cenamos en nuestro restaurante chino favorito.
El pollo está realmente rico. No me puedo creer que esté cenando otra vez.
 —¿Al Madame Tussaud?
—Sí, es lo que hacemos siempre. —Me encojo de hombros.
—Es bonito tener costumbres. —Parece sincero—. Pero ¿tú no habías cenado ya? —Mira mi plato y me sonrojo—. ¿Es que estás comiendo por dos? —me pregunta observándome. Casi me atraganto con una patata.
—¡No! —La comida se me sale de la boca. Ya le he dicho que eso es imposible. Me gustaría que dejara el tema—. No te preocupes —gruño, y vuelvo a mi cena.
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 7 Icon_minitimeJulio 6th 2014, 12:04

Capítulo 6 Parte 2


Sigue comiendo mientras de vez en cuando profiere sonidos de agradecimiento con el tenedor en la boca. Pensaría que se está burlando de mí si no lo hubiera probado; me ha salido bueno.
Cuando hemos terminado, cargo el lavavajillas y empiezo a pensar en esto y en lo otro. Me reconcome el hecho de que le haya quitado importancia a la visita misteriosa de ese modo. Me molesta que haya sido tan poco claro.
 
 
Me vuelvo para preguntarle y me doy de bruces contra su pecho duro y desnudo.
—¡Ay!
Es  muy  alto  y respira  con  fuerza.  Mis  ojos  reparan  en  la  enorme erección que levanta una tienda de campaña en sus pantalones  cortos de algodón.
—Quítate la sudadera —me ordena con la voz baja y ronca.
Miro sus ojos castaños y tomo nota mental de que no está de broma. Quiero  expresar que no me siento satisfecha con cómo ha evitado mis preguntas, pero sé que ahora mismo no llegaría a ninguna parte. Además, me  encanta  ver  que  mi  hombre  dominante  ha  vuelto.  Hacía  demasiado tiempo que no lo veía. Cojo el bajo de la sudadera y tiro de él despacio hacia arriba, me la saco por la cabeza y la tiro al suelo.
 
Joe admira mi cuerpo con la vista, que recorre mis pechos desnudos y se posa en el triángulo donde se unen mis muslos.
—Eres de una belleza imposible, y toda mía.
Hunde los dedos en el elástico de mis bragas y las baja lentamente por mis piernas mientras se pone de rodillas. Me da un golpecito en un pie para que lo levante y luego en el otro. A continuación rodea mis tobillos con las manos. Quiero decirle que tenga cuidado con la mano lastimada, pero su caricia es tan ardiente y mi piel tan sensible que ha desatado una tormenta en mí y un tsunami líquido fluye de mi entrepierna. Miro hacia abajo para observarlo y veo que mi pecho sube y baja cuando respiro. Joe provoca reacciones  de  lo más  increíble  en mí.  Estoy  indefensa  ante  él.  No hay solución. No tengo remedio.
Su mirada encuentra la mía.
—Creo que dejaré que te corras tú primero —dice con voz ronca—. Luego te voy a partir en dos.
Trago saliva ante su apasionada promesa y él recorre con las palmas de las manos mis piernas, desde los tobillos hasta las nalgas, y luego tira de mí hacia su boca impaciente. Su invasión me reduce a una montaña de gemidos. Su lengua se pasea por todo mi ser, de forma experta, con un propósito. Mis manos encuentran su pelo y mis caderas trazan círculos hacia su boca sin que mi cerebro les diga nada.
Echo la cabeza atrás.
—Mierda —gimo mientras mi sexo palpita y se acelera hasta llegar a una vibración constante.
—Esa boca —masculla contra mi piel, cosa que sólo sirve para acercarme un poco más al éxtasis total.
Siento una de sus manos deslizarse por mis nalgas hasta el interior del muslo.  Introduce  un dedo en mí. Con un grito desesperado le suelto  la cabeza para apoyarme en la encimera en busca de un punto de sujeción; su dedo se mueve en círculos, ensanchándome y rozando la pared delantera en cada rotación.  Estoy  a  punto.  Mis  músculos  se  aferran  a  su  dedo  con avidez.
—Dime cuándo, __.
Mete  otro  dedo  y  empuja  la  mano  más  adentro.  Entre  eso  y  la vibración de su lengua contra mi clítoris, no puedo más.
—¡Ya está! —grito empujando mis caderas hacia su boca, intentando que la sensación disminuya de intensidad.
Una  nueva  arremetida   acaba  conmigo,  y  me  empotro  contra  la encimera entre violentos temblores. El corazón se me va a salir del pecho. Aminora  el ritmo y me acaricia  con suavidad,  dejando  que vague y me tranquilice con un suspiro hondo y satisfecho.
—Tú tampoco  estás  mal  —digo  al tiempo  que dejo caer  la cabeza sobre el pecho para mirarlo.
Levanta la vista pero no aparta la boca de mí, sigue trazando suaves círculos e introduciéndome los dedos, sin prisa, adentro y afuera.
—Lo sé —se vanagloria—. ¿Verdad que eres afortunada?
Niego con la cabeza.  Es un engreído.  Me deprimo al recordar,  otra vez, por qué es tan bueno. Aparto la imagen de mi cabeza de inmediato y borro todos los pensamientos  desagradables  relacionados  con Joe y su pasado sexual. En vez de eso, me centro en cómo se pone de pie sin dejar de lamerme durante su ascenso.
Llega a mi pezón, lo mordisquea ligeramente y luego me pasa el brazo por el culo para levantarme y hacer que nuestros ojos queden a la misma altura.
—¿Estás lista para que te follen como Dios manda, nena?
«...»
—Vuélvete loco —lo desafío mientras me agarro a sus hombros.
 
Me besa, posesivo, y se deleita en mi boca. Cuando se porta como ahora me olvido de sus momentos de debilidad, en los que yo lo consuelo, lo abrazo y le digo que todo irá bien. Pero ahora mismo es dominante y tremendamente  sexy.  Me  encanta,  y  lo  echaba  mucho,  muchísimo  de menos. Sin separar los labios de los míos, me saca de la cocina y me lleva al gimnasio. ¿El gimnasio?
 
Abre la puerta de una patada, me deja de pie en el suelo y se inclina un poco para que nuestras bocas no se despeguen pese a la diferencia de altura. Me muerde el labio inferior y empieza a andar hacia adelante, por lo que yo tengo que hacerlo hacia atrás. Se detiene tras unos pocos pasos y me besa  la  oreja.  Su  aliento  tibio  hace  que  todos  mis  sentidos  entren  en ignición. Mentalmente, le suplico que se dé prisa.
—¿Te apetece hacer ejercicio? —susurra.
—¿Qué tienes en mente? —Froto la mejilla contra su cuello mientras él me mordisquea la oreja y hace que vuelvan las palpitaciones en mi sexo, lentas y sutiles. Se aparta de mí y la ausencia de su cuerpo cálido me deja helada y deseando que vuelva de inmediato. Miro el gimnasio y me pregunto qué habrá planeado. Luego lo miro a él. Me observa con los ojos llenos de promesas mientras se baja los pantalones. Su erección queda en libertad.
 
Jadeo. No sé por qué, ya la he visto unas cuantas veces, pero todavía me  corta  la  respiración.  Deslizo  la  mirada  hacia  arriba,  más  allá  de  la cicatriz,  y la dejo unos instantes en sus hermosos  pectorales.  Nunca me cansaré de admirar el cuerpo del hombre que tengo delante. Nunca. Es una obra de arte, esculpida y tallada con la más absoluta perfección. Con la cabeza, señala detrás de mí y yo me vuelvo despacio, pero todo cuanto veo es la máquina de remo y el saco de boxeo. Me vuelvo de nuevo para mirarlo. Tiene el rostro impasible y, despacio, señala otra vez con la cabeza, lo que me indica que lo que sea que tiene en mente está, en efecto, detrás de mí. Entonces lo pillo. Ha dicho que iba a partirme en dos. «¡Madre de Dios!»
—Ah —susurro.
Avanza lentamente hacia mí y el potencial de sus intenciones me hace temblar. Me coge de la mano y me lleva hacia la máquina de remo. Se sienta en el banco. Su erección queda en vertical respecto a su cuerpo, y el posible escenario me hace jadear de anticipación. Tira de mí y me quedo de pie delante de él. Con la mano lastimada guía mi pierna para que me coloque  a horcajadas  sobre sus caderas.  Lo miro y mi corazón late a más no poder a la espera de instrucciones. Me coge los pechos entre las palmas de las manos y los masajea hasta que se vuelven pesados y me duelen. No se me escapa que hace una mueca de dolor, pero no se detiene, y yo tampoco voy a decirle que pare.
—Mmm.  —Echo  la cabeza  atrás y abro la boca para dejar  escapar pequeñas bocanadas de aire.
—__, me estás matando. 
Levanto de nuevo la cabeza para que nuestras miradas se encuentren.
—Te quiero —susurra deslizando las manos en mis caderas. Doy un respingo y las comisuras de sus labios bailan.
—Me encanta cuando saltas cada vez que te toco aquí. —Con los índices dibuja círculos en mis puntos sensibles.
Me cuesta mantener la compostura.
—Me encanta lo mojada que estás por mí, aquí. —Desliza  un dedo dentro de mí, arrastra mis fluidos consigo y luego pasa la mano por mis labios.
Gimo.
—Me encanta cómo sabes. —Introduce el dedo en su boca y lo lame lentamente sin dejar de mirarme. Luego vuelve a cogerme de la mano, tira de mí y me lleva hacia su erección expectante.
Chillo cuando me empala. Es grueso y está duro, y me atraviesa por completo.
Apoya la frente en la mía.
—Me encanta cómo me siento dentro de ti. —Pasa el brazo por debajo de mis nalgas—. Rodéame con las piernas —ordena.
Me aferro a él por la cintura y cruzo los tobillos a su espalda para acercarme  más a él. Se le corta la respiración  cuando  me inclino  hacia adelante y le pongo las manos sobre los hombros.
—Te quiero —afirma rotundamente cuando empieza a moverse para que nos deslicemos hacia adelante en el banco.
La frenada brusca al final de los raíles me sobresalta y dejo escapar un pequeño grito. Cierra los ojos. Sí, empiezo a ver las ventajas de esto. Su penetración es profunda, pero no harán falta muchas idas y venidas de éstas para que le suplique que haga que me corra.
 
 
Cuando abre los ojos, bajo los labios hacia los suyos y él acepta mi necesidad de contacto. Me encanta su boca. Me encanta lo que hace con ella. Me encantan las palabras que usa y los tonos que emite esa boca. Me encanta la forma en que se muerde el labio inferior cuando delibera sobre algo que le parece importante.
—Te quiero —digo contra sus labios.
Se aparta; su apuesto rostro está radiante.
—No  sabes  lo  feliz  que  eso  me  hace  —señala,  y  hace  que  nos deslicemos de nuevo al comienzo del raíl—. ¿Me necesitas?
Me  preparo  para  el  frenazo,  que  sé  que  llegará  con  el  final  del trayecto, y ambos gemimos juntos cuando llega.
—Te necesito.
—Eso también me hace muy feliz. ¿Otra vez? —pregunta, aunque ya está empujando de nuevo hacia el final del raíl.
—Por favor. —Frenazo—.  ¡Ah! —mascullo  cuando la sensación  de mi estómago se transforma en un lento ascenso hacia el clímax.
Viajamos de nuevo por el raíl, esta vez un poco más de prisa. «¡Frenazo!»
—¡Ah!
—Lo sé —susurra—. ¿Más?
—¡Sí!
Hundo la lengua con desesperación en su boca. Hace  que  nos  deslicemos  con  suavidad,  pero  esta  vez  no deja  que lleguemos al final, sino que empuja con los pies y vuelve a enviarnos al inicio del raíl. Chocamos con fuerza, nuestros cuerpos colisionan y tengo que dejar su boca y hundir la cara en su hombro para ahogar un grito.
—¡Mierda!
Repite el mismo delicioso movimiento. «¡Travesía e impacto!» Esto es muy intenso. Nunca lo había sentido tan dentro. Poso la boca en su hombro y me resisto al impulso de clavarle los dientes. Mis manos se deslizan en         su nuca intentando sujetarme con        fuerza mientras nos desplazamos de nuevo hacia el inicio del raíl, listos para otro choque.
 
Mis entrañas se retuercen y noto cómo su miembro palpita en mi interior. Joe hace que nos catapultemos de nuevo al inicio y, cuando chocamos, mis dientes se clavan en su hombro y grito de puro placer. Es exquisito.
 
 
—¡Joder, __!
Dejo  de  morderlo  y  beso  las  marcas  que  han  dejado  mis  dientes mientras descendemos de nuevo.
—Vuelve a morderme en el hombro —jadea.
Ah, le gusta. Recuerdo  la de veces  que lo he mordido  y que le he clavado las uñas. Hago lo que me dice y gimo contra él mientras vuelvo a morderlo cuando chocamos.
—¡Mierda, voy a correrme! —grita, y deja que nos deslicemos  otra vez—. ¿Lista?
—¡Sí!
Acerco la boca a su hombro y le clavo los dientes con suavidad, preparada para la arremetida.
Joe se deja ir. Se acabaron los movimientos controlados. Hace que nos deslicemos y choquemos sin descanso mientras yo sigo clavándole los dientes  y las uñas  en el  hombro.  La intensidad  con la que su poderosa erección  colisiona  contra  mi  interior  hace  que  grite  su  nombre  entre dientes.   Noto  fuegos   artificiales   en  el            vientre   mientras   él continúa deslizándonos  y  dejándonos chocar, empujándome hacia  la  detonación final.  Las  palpitaciones  y  las  embestidas  incansables  de  su  erección, enterrada muy dentro de mí, hacen que galope hacia la línea de meta, y de repente me corro, empujada al éxtasis por un choque tremendo y un grito al unísono. Hundo los dientes en su hombro una vez más y Joe levanta las caderas y grita con fuerza. Dios mío.
Todavía  estoy  palpitando  y sumida  en mi  orgasmo  cuando,  apenas consciente, noto que me mecen con suavidad. El leve movimiento exprime hasta la última gota que tiene para mí.
Aparto la cara de su hombro y lo beso en la marca que han dejado mis dientes.
—Es usted una salvaje, señorita.
Gira la cabeza para mirarse el hombro y luego me mira a mí.
Toma posesión de mi boca, me da un beso profundo y yo lo aprieto con fuerza entre mis brazos, unida a él en la pasión del momento. Podría quedarme así para siempre, encajada con él.
—Voy a llevarte a la cama y voy a dormir toda la noche dentro de ti. —Empieza a levantarse despacio, sin soltarme—. Ahora bésame —me ordena antes de echar a andar para salir del gimnasio conmigo agarrada a su cintura.
Le paso las manos por el pelo y le doy un tirón para acercar la boca a la suya.
—Una salvaje —dice contra mis labios.
 
Sonrío  y abro los ojos en el momento  en que comienza  a subir  la escalera.  Me  mira  cuando  nuestras  lenguas  se  entrelazan  y bailan  a  su ritmo entre nuestras bocas. Le mantengo la mirada durante todo el camino hasta llegar al dormitorio.  Me deposita  en la cama, debajo de él. Puedo sentir cómo se pone duro dentro de mí otra vez. Este hombre es incansable.
 
Con su mano  agarrándome  del  trasero,  me desplaza  sobre  la cama hasta que mi cabeza encuentra  una almohada.  Nuestras bocas y nuestros cuerpos permanecen unidos todo el tiempo.
—Quédate conmigo —dice mientras me aparta el pelo de la cara. Me observa atentamente;  los ojos le brillan de satisfacción por tenerme entre sus brazos.
—Estoy aquí.
—Vente a vivir conmigo. —Me acerca la cara y su nariz traza círculos sobre la mía.
 
¿Perdón? ¿Es que este hombre no conoce el significado de la palabra «gradual»? Va un poco de prisa, y todavía no hemos hablado de las cosas importantes, como La Mansión, el trabajo y su forma imposible de ser.
—Te quiero aquí cuando me voy a dormir. —Lame mi labio inferior —. Y te quiero aquí al despertarme. Empezar y terminar mi día contigo es todo cuanto necesito.
Soy perfectamente  consciente  de que si no le doy la respuesta  que quiere oír me espera una pataleta o un polvo de entrar en razón, y no me apetece estropear el momento. Necesito este momento.
—¿No crees que es un poco pronto?
Levanta la cabeza y su expresión todavía no es la de una pataleta, pero está en camino.
—Está claro que para ti lo es.
—Sólo han pasado dos días —digo en un intento de hacerlo razonar. Frunce el ceño.
—¿Dos días desde qué?
Se incorpora y, al apartarse y apoyar los codos sobre la cama a ambos lados de mi cabeza, se sale un poco de mí. Empuja hacia adelante y el aliento se me queda atrapado en la garganta.
 
 
—Quiero esto todas las mañanas y todas las noches. —Sonríe, sabe perfectamente lo que me está haciendo. Me va a echar un polvo de entrar en razón—. Y quizá un poco entremedias.
Se aparta otro poco y vuelve a empujar con fuerza. Cierro los ojos. No me engaño: sé que no va a hacerme  el  amor.  Quizá,  si le digo que sí, consiga al Joe galante, pero no estoy segura de querer venirme a vivir con él.
—Sólo me quieres por mi cuerpo.
Finjo sorpresa al quedarme sin aliento. Jadea y me penetra lentamente con un movimiento controlado.
—¿No te gusta esto?
Echo la cabeza hacia atrás y gimo.
—No juega usted limpio, señor Jonas. 
Se retira despacio.
—¡Di que sí! —grita embistiendo hacia adelante, dejándome sin respiración y obligándome a sujetarme a la cabecera de la cama—. ¿Voy a tener que echarte un polvo de entrar en razón, __?
Ahí está. Va a echarme un polvo de entrar en razón cuando no tiene razón. ¿Que me venga a vivir con él? Es demasiado pronto.
 
Se me tensan los músculos y se me calienta la sangre, que corre por mis venas a velocidad de vértigo. Odio que me haga esto. Todo esto de ser tan sensible a él es una locura de tomo y lomo.
—¡No! —exploto, y me penetra con más ímpetu mientras suelta un gruñido.
Con la mano lastimada, me sujeta por la nuca y me obliga a levantar la cabeza para mirarlo. No estoy segura de si tiene el ceño fruncido porque está enfadado o porque le duele la mano.
—Dilo —me ordena, y vuelve a cargar hacia adelante.
No voy a ceder. Es demasiado pronto, de verdad. No va a parar, ha ido demasiado lejos.
—No —digo con claridad y firmeza entre jadeos.
Gruñe y me embiste sin piedad. Me aferro a él con los músculos del vientre mientras me empuja hacia la cabecera de la cama.
—¡Mierda, dilo de una vez, __! —ruge.
Una gota de sudor le cae por la sien, y la arruga de la frente se coloca en posición.
—¡No!
—¡__! —grita, y su voz resuena en la habitación antes de que junte la boca con la mía con furia.
 
Retrocedo y me repliego ante el poderío de su cuerpo y la avidez de su boca  mientras  mi  orgasmo  inminente  se  cuece  a  fuego  lento  en  mi entrepierna.
—¿Te gusta? —jadea contra mi boca al tiempo que persiste con sus embestidas incesantes.
—¡Sí!
—¿Lo quieres todos los días?
—¡Sí! —grito, ¡y es verdad!
Me tira del pelo con más fuerza y mueve las caderas con más brío.
—¡Entonces dilo! —brama.
 
Siento que mis dudas se disipan mientras vuelo hacia un pozo de puro placer bajo su cuerpo. La razón se desvanece cuando Joe se apodera de mi cuerpo, de mi alma y de mi mente.
—¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Joder, sí! —grito.
—¡Esa boca! —Su voz atronadora se hace más aguda a medida que se une a mi placer, y me suelta el pelo antes de hundir el puño en el colchón. Se adentra en mí todo lo que puede y se queda ahí, con la cabeza echada hacia atrás. Ruge.
 
Siento su orgasmo caliente inundando mi interior. Suelto la cabecera de la cama y me agarro a su pecho. Deja caer la cabeza, nuestras miradas se encuentran y balancea las caderas para calmarnos a los dos.
—¿A que no ha sido tan difícil? —Su voz es seca y áspera. Le acaricio el pecho con las palmas de las manos.
—Estaba embriagada —respondo, y me doy una patada mental por lo bien que he elegido la frase.
 
No puede tomarme la palabra, no así. Pero entonces caigo en la cuenta de que es Joe, mi hombre controlador y exigente. Me va a tomar la palabra, no me cabe duda. Sonríe. Es una sonrisa amplia y gloriosa, y me besa con ternura. Luego se tumba en la cama, de forma que quedó tendida sobre su pecho. Sus dedos recorren mi columna vertebral y me recoge el pelo. Me acurruco feliz contra él.
Suspira.
—No puedo estar contigo las veinticuatro horas del día —comento, pensativa, aunque tal y como me siento ahora mismo, la idea es tentadora. ¿Por qué no iba a querer esto por las mañanas, por las noches y un poco entremedias?
Deja escapar un largo suspiro, cansado.
—Ya sé que no puedes, pero ojalá fuera posible.
—Tengo un empleo, una vida...
—Yo quiero ser tu vida.
—Lo eres —respondo con dulzura.


En ocasiones puede ser tan delicado y tan vulnerable, y sé que yo soy la respuesta. Dista mucho del bruto dominante que acaba de echarme un polvo de entrar en razón, aunque ¿esto es entrar en razón o es locura pura y dura?
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Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 7 Empty
MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 7 Icon_minitimeJulio 6th 2014, 12:17

Capítulo 7 Parte 1
 
Estoy helada. Hago una mueca de dolor ante la luz que ataca mis ojos, los abro de golpe y me incorporo de un salto. ¿Dónde está?
Me aparto el pelo de la cara, salto de la cama y corro al cuarto de baño.  No está.  Presa  del  pánico,  vuelo  escaleras  abajo  y no paro  hasta llegar a la puerta de la cocina.
—Buenos días. —Deja su taza de café y se acerca hacia mí. Es como si estuviera  mirando  a otro hombre.  ¿He estado  soñado  los últimos  dos días?
Lleva puesto un traje gris marengo,  una camisa blanca reluciente  y una corbata  rosa claro.  Se ha afeitado  y se ha peinado  la maraña  castaña oscura a un lado. Sus ojos cafés brillan encantadores. Está impresionante.
—Bu... buenos días —tartamudeo. Estoy confusa.
Se acerca y me rodea la cintura con el brazo, luego me levanta del suelo y me aproxima a su boca.
—¿Has  dormido  bien?  —pregunta  rozándome  los  labios  con  los suyos.
—Mmm  —murmuro.  Me he quedado  estupefacta.  Estaba  segura de que esta mañana iba a tener que librar una batalla campal con don Difícil.
—¿Ves? Por eso te quiero aquí mañana, tarde y noche —musita.
—¿Por qué? —Frunzo el ceño. ¿Para que pueda hacer esto todas las mañanas? Tal vez lo de mudarme con él no sea tan mala idea, después de todo.
 
Me sienta sobre sus rodillas y se aparta para poder verme mejor. Se pasa la mano lastimada por la barbilla recién afeitada, levanta una ceja y me dirige una media sonrisa.
«¡Mierda! ¡Pero si estoy en pelotas!»
—¡Joder! —Me vuelvo e inicio una rápida retirada hacia la escalera. No llego muy lejos. Me pilla a medio camino, me rodea la cintura con el brazo y me levanta del suelo.
—¡Cuidado con esa boca!
Me lleva de vuelta a la cocina y me sienta sobre la isleta.
—¡Ay! —grito al notar el frío del mármol en mi trasero. Se echa a reír y me separa los muslos antes de meterse entre ellos.
—Quiero  que  bajes  a desayunar  así  todos  los  días.  —Su  índice  se pasea  desde mi rótula hasta la ingle. Ahora estoy más que despierta. Y tensa.
—Estás muy seguro de que voy a estar aquí todas las mañanas —digo con toda la tranquilidad con la que una mujer puede hablar cuando un dios le está pasando el dedo por el vello púbico.
 
Estoy intentando  mantener  el control  y comportarme  como si nada, pero lo cierto es que estoy tiesa como un palo y él lo sabe. De todos modos, no  puede  obligarme  a  cumplir  lo  que  he  prometido  en  mitad  de  un orgasmo.
Lucha por contener una sonrisa.
—Lo estoy porque tú aceptaste. Lo que dijiste exactamente fue...
Mira al techo como si se estuviera concentrando  mucho y luego me mira a mí.
—Ah, ya me acuerdo. Dijiste: «¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Joder, sí!» —Pierde la batalla  por  contener  la  risa  y  las  comisuras  de  sus  labios  se  levantan picaronas mientras introduce un dedo en mi interior. Me tenso todavía más.
—¡Fue en un momento de debilidad! —No puedo ocultar el deseo en mi voz. Me ha pillado.
Traza círculos con el pulgar sobre mi clítoris y empiezan a dolerme los músculos  de las piernas.  Cambio  de postura  sobre la encimera  para facilitarle el acceso. Soy una chica fácil.
—¿Tengo que recordarte por qué fue una buena decisión? —Me besa en los labios  e introduce  un segundo  dedo en mí. De repente,  soy puro deseo.
No, no hace falta. No tiene sentido  pero quiero el recordatorio.  Lo cojo de la chaqueta, aprieto los puños y gimo en su boca. Noto cómo se ríe contra mis labios antes de soltarlos y tumbarme sobre la isla de la cocina. El frío del mármol se extiende por mi cuerpo, pero en estos momentos no me importa lo más mínimo. Lo necesito... otra vez.
Su mirada me quema. Se desabrocha el cinturón y los pantalones a toda prisa y luego se baja los calzoncillos y deja en libertad su erección matutina. Con un  par  de  movimientos bien coordinados, me  coge por debajo de los muslos y tira de mí hacia su polla expectante.
—¡Éste es otro motivo! —ruge retirándose y volviendo a adentrarse en mí.
—¡Ay, Dios! ¡Joe! —Echo la cabeza atrás sobre el mármol y arqueo la espalda para volver a él.
 
Por el amor de Dios, este hombre sabe moverse. Marca un ritmo estremecedor que me tiene agarrada al borde de la encimera con todas mis fuerzas, o me caería al suelo.
—¡Joder,  eres  perfecta,  nena!  —Se  introduce  en mí  de nuevo,  con fuerza. Se me escapa un gemido de desesperación.
No sé qué hacer. Es incansable y carga una y otra vez. Estoy mareada. Me coge una teta con la mano y la masajea con fuerza sin perder el ritmo de sus contundentes estocadas.
—¿Te refresca la memoria?  —ruge, pero soy incapaz de responder. Me he quedado muda. Cada una de sus poderosas arremetidas me acerca más y más al final.
Cojo  aire  y  contengo  la  respiración   cuando  llego  al  borde  del orgasmo.
—Respóndeme, __ —me ordena—. ¡Ahora!
—¡Sí!
—¿Vas  a vivir conmigo?  —Me aprieta  la teta con más fuerza. Sus caderas siguen embistiéndome sin descanso.
—¡Ay, Dios! ¡Ay, Dios! ¡Joe!
—¡Responde a la puta pregunta, __!
Las  continuas  estocadas  me están  volviendo  loca,  la cabeza  me da vueltas y mi vientre tiembla sin control.
—¡Sí! —chillo mientras suelto todo el aire que tenía en los pulmones y me catapulto a una sensación de plena satisfacción que me hace temblar de pies a cabeza y me arquea      la espalda. Mi cuerpo se sacude repetidamente con violentos espasmos.
—¡Sí! —Él se derrumba sobre mí y me aprisiona contra el mármol. Dejo caer los brazos por encima de la cabeza con una exhalación de agotamiento y permito que mis músculos se contraigan de forma natural a su alrededor mientras yacemos jadeando y sudorosos en la isleta de la cocina. Estoy hecha polvo.
 
Podría volver a la cama pero tengo que ir a trabajar y, aunque no se lo confesaré nunca a Joe, la verdad es que no tengo ningunas ganas de ir. Preferiría que me llevara en brazos al dormitorio y me hiciera el amor todo el día, y quizá también toda la noche.
—Buenos días —jadeo.
Él levanta la cabeza para mirarme.
—Dios, no sabes cuánto te quiero.
—Lo sé. Te has afeitado —suspiro. Necesito volver a acostarme. Me siento como si acabara de correr una de sus maratones.
—¿Quieres que me deje barba?
Le acaricio con la palma de la mano su nuevo rostro suave y limpio.
—No, me gusta verte la cara.
 
Me besa la mano, se levanta y me da otro beso en el estómago antes de salir de mí y arreglarse los pantalones.
Me observa mientras se abrocha el cinturón y luego se seca los labios húmedos y lascivos con el dorso de la mano.
—Tengo que irme. Sal de mi vista antes de que vuelva a poseerte. —Me coge de la mano y tira para levantarme del mármol; luego me da un beso largo y sensual en los labios—. Corre.
Sopeso la posibilidad  de no moverme ni un milímetro. Quiero más, pero él parece satisfecho  con continuar  su día sin mí, y eso debe de ser bueno. No quiero descarriarlo, así que me marcho, en cueros, y consciente de que me está mirando. Me detengo en el arco de la entrada y me vuelvo. Está de pie con las manos en los bolsillos, las piernas un poco abiertas y los ojos brillantes. Me observa con atención.
—Que  tengas  un  buen  día  —sonrío,  me  paso  el  dedo  por  la  raja húmeda y luego me lo llevo a la boca. Sí, soy toda una tentación.
—Que te den,  __—me espeta.
Me río, doy media  vuelta  y subo escaleras  arriba.  ¡Soy un zorrón! Pero  me  da  igual.  Esta  mañana  está  muy  contento  y  eso  me  tiene gratamente  sorprendida.  Me estaba  preparando  para  una batalla  campal, para intentar salir del ático sin Joe y sumergirme en mi jornada laboral. Esto es hacer progresos. Estoy feliz.
 
Es lunes y tengo un montón de cosas que hacer. Me siento poderosa y necesito un vestido acorde con mi actitud. Gracias a Dios, Kate tuvo la iniciativa de meter algo de ropa de trabajo en la bolsa y... mi vestido negro sin mangas con falda lápiz. Me ducho y hago lo que puedo con el pelo antes de embutirme en el vestido y coger los tacones rojos para bajar la escalera, pero me detengo en seco en el umbral de la puerta. ¡Mierda!
No tengo el coche aquí y necesito las carpetas que están en el interior.
 
 
Salgo del ático a toda velocidad. Clive está en el vestíbulo, recogiendo un paquete. Corro hacia la luz del día y me dirijo a él mientras me pongo las gafas de sol.
—¡Clive, necesito un taxi!
—__,  ¿qué  tal  estás?  —me  sonríe,  feliz—.  Tu  coche  te  está esperando. —¿Mi coche?
Señala un Range Rover negro y veo a John, que está sentado sobre el capó hablando por el móvil. Lleva puestas las gafas de sol y el traje negro de rigor. Me dirige una inclinación de la cabeza, su saludo habitual.
Empiezo a caminar hacia él pero me acuerdo de algo. Me vuelvo hacia Clive.
—¿Ha hablado Joe contigo sobre la visita de ayer?
—No, __.
Clive vuelve a su mesa.
Hum, ya me lo imaginaba.  Me acerco a John y oigo el final de su conversación:
—La tengo al lado, Joe. Llegaré en seguida. —Su voz grave hace que siempre parezca estar de mal humor. Cuelga y con la cabeza señala el coche. Eso significa que quiere que suba.
Me dirijo hacia el asiento del acompañante. Si no tuviera tanta prisa, protestaría.
—¿Por qué estás aquí? —pregunto mientras subo al coche.
—Joe me pidió que te llevara a trabajar. —No parece impresionado. No quiero causarle molestias. Joe debe de haberse dado cuenta antes que yo de que mi coche no estaba aquí, pero soy perfectamente capaz de coger un taxi. No hacía falta que lo arreglara para que alguien me llevara. Además, ¿por qué no se ha quedado y me ha llevado él?
—Necesito que me lleves donde está mi coche, ¿te importa? Está en casa de Kate, en Notting Hill.
Asiente, baja la ventanilla y apoya el codo en el marco. Tiene pinta de ser  un  tío  duro,  un  cabrón  de  armas  tomar.  Me  pregunto  cómo  se conocieron Joe y él. Sí, trabaja para Joe, pero parece saber lo de su problema con la bebida (o que no tiene ningún problema con la bebida, lo que sea). Tengo un millón de preguntas en la punta de la lengua pero me resisto. Si he aprendido algo sobre el grandullón de John es que no es muy hablador. Entonces se me escapa una pregunta.
 —¿Has arreglado ya la puerta de entrada?
Se vuelve despacio hacia mí y veo que frunce ligeramente el ceño. Le sostengo la mirada pero él sigue sin contestar.
—Las  puertas  de la entrada  de La Mansión  —insisto—,  las que se estropearon el domingo.
Asiente un par de veces y vuelve a mirar a la carretera.
—Todo arreglado, muchacha.
Seguro que sí. ¿Sabrá lo que estoy pensando?
 
Realizamos el trayecto en silencio, salvo esa especie de zumbido constante que emite él. Me deja en casa de Kate.
—Gracias, John.
—No hay de qué —masculla, y acto seguido desaparece.
Son las ocho. Tengo tiempo, así que corro por el sendero que lleva a casa de mi amiga.
Entro y me la encuentro batiendo un cuenco enorme de azúcar y mantequilla.
—Hola. —Meto el dedo en el cuenco. Lo aparta con la cuchara.
—¡Fuera! ¡Tengo mucho que hacer! Ayer no hice nada de nada. — Está nerviosa, lo que no es nada habitual en ella, que siempre parece estar tranquila y tenerlo todo bajo control. ¿Qué la habrá puesto así?
—¿Ah, sí? —me río.
—Muy divertido —me suelta mientras echa harina en la balanza. Tomo la sensata decisión de dejarlo estar.
—¿Qué tal tu hermano? —me pregunta. Vaya, hemos pasado de «Dan» a «hermano».
—Está bien —digo simplemente; no voy a entrar en detalles.
—¿Y Joe? —pregunta con la lengua fuera mientras se inclina para calibrar la balanza.
—Sí. —Me siento en uno de los sillones.
Se endereza y me mira inquisitiva. No he tenido tiempo de darle detalles, hay demasiadas cosas sobre las que quiero saber su opinión.
—¿__?
Suspiro.
—Quiere que me vaya a vivir con él. He dicho que sí, pero sólo porque me echó lo que él llama un polvo de entrar en razón cuando le dije que no, seguido de un polvo de recordatorio esta mañana. —Me encojo de hombros.
Me mira boquiabierta.
—¡Caray!
Me echo a reír.
—Ya.
—¿No es un poco pronto?
La pregunta  me sorprende  pero me alegro de que sea de la misma opinión que yo.
—Eso creo yo también. Me quiere por la mañana, por la noche y un poco  entremedias.  Ya  es  bastante  terrible,  con  todas  sus  exigencias,  su manía de controlarlo y preocuparse por todo. Podría perder mi identidad.
—Pues claro. ¿Se lo has dicho a él? —Echa la harina en el cuenco y comienza a batir la mezcla otra vez.
—No. Oye, ¿qué pasó en La Mansión el sábado por la noche, y por qué no contestaste a ninguna de mis llamadas? —inquiero.
Me clava sus brillantes ojos azules.
—¡Nada!  —me ladra a la defensiva—.  Se me olvidó devolverte  las llamadas.
Sospecho de inmediato.
—Me refería a lo de la policía —digo con una ceja levantada. Le ha faltado tiempo para decirme que nada. ¿Qué habrá estado haciendo?
—¡Ah! —Se pone nerviosa y temblorosa y vuelve a batir la masa para tartas con demasiada fuerza—. Pues no sé. Joe apareció y la policía se fue poco después.
—¡Hola, nena!
La voz cantarina de Sam procede de la puerta, y las dos alzamos la vista a la vez.
Toso, mirando hacia todas partes menos a él.
—Hola —digo levantando la mano para saludarlo. Me he puesto roja como un tomate e, incómoda a más no poder; miro a Kate, suplicándole en silencio que haga algo con ese cabroncete descarado.
—Samuel, ponte algo de ropa encima —lo riñe ella con una pequeña sonrisa.
—Venía a ayudar —replica.
 
Sigo mirando a todas partes menos a él. Joe tenía razón: es un exhibicionista. Está en cueros. Lo único que lleva puesto es uno de los diminutos delantales de Cath Kidston de Kate. Pasa junto a mí y mis ojos vagan hacia su trasero, prieto y al descubierto.
—Ya  has  hecho  que  me  retrase  bastante  —gime  Kate  dándole  un azote en el culo con una espátula cubierta de masa para tartas.
—Espero que la tires —digo, y me echo a reír.
Ella también  ríe y empieza  a lamer  la espátula  con una sonrisa  de oreja a oreja. Disfruta viéndome tan incómoda.
Sam se vuelve hacia mí con la sonrisa más grande que he visto nunca en su rostro picarón. Es obvio que él también disfruta viendo lo incómoda que estoy. Entonces se inclina un poco hacia adelante y le planta el culo en la cara a Kate.
—Ahora vas a tener que lamerlo todo.
Azorada, salto de inmediato del sillón.
—Mejor me voy —suelto a toda velocidad con una vocecita aguda y chillona. No quiero presenciar la «operación limpieza del culo cubierto de masa para tartas de Sam».
—¡Hasta luego! —Kate se ríe a carcajadas al ver cómo salgo huyendo.
—Oye, ¿cómo está mi colega? —pregunta Sam. No vuelvo la cabeza por miedo a lo que pueda ver.
—¡Bien! —grito cerrando la puerta al salir.
En  mi  mente  no  dejo  de  darles  vueltas  a  las  respuestas  breves  y cortantes  de Kate a mis preguntas  sobre La Mansión. Ni siquiera quiero imaginar lo que estoy pensando.
 
Voy en coche a trabajar. Podría haber cogido mis carpetas y haberme metido en el metro, pero tengo intención de recoger el resto de mis pertenencias de casa de Matt cuando salga de la oficina. He estado posponiéndolo toda la semana porque llamó a mis padres. No he hablado con él del tema y creo que no voy a hacerlo. ¿Para qué? No quiero entrar en el juego de dimes y diretes. La verdad es que ni siquiera tengo ganas de volver a verlo, al menos hoy no.
 
Llego a la oficina a tiempo de ver un ramo enorme de calas sobre mi mesa. Suspiro. ¿Cómo consigue que envíen las flores tan de prisa? Busco la tarjeta.
 
ERES UNA SALVAJE Y UNA CALIENTABRAGUETAS.
ME VUELVES LOCO.
TE QUIERO.
BSS, J.
 
¿Que yo lo vuelvo loco a él? Ese hombre delira. Le mando un mensaje rápido.
 
Lo sé. Las flores son preciosas. Gracias por llevarme al... trabajo. Bss, _ (Inicial).
 
Arreglo mi mesa y abro el correo electrónico y la lista de tareas pendientes, pero me distraigo en seguida del trabajo cuando me acuerdo de que no me he tomado la píldora. Cojo el bolso del suelo. Rebusco en su interior  durante  unos cuantos  minutos.  Finalmente,  pongo el bolso boca abajo y vacío el contenido sobre la mesa.
—¡Mierda, mierda, mierda! —Por favor, otra vez no.
—Buenos días, flor. —Patrick entra en mi despacho.
—Buenos  días —digo sin levantar  la vista, sumida en mi búsqueda inútil. Me merezco una medalla por ser tan descuidada—. ¿Has tenido un buen fin de semana? —pregunto recogiendo un puñado de tickets olvidados que procedo a embutir en la papelera.
Patrick gruñe un par de veces.
—Pues no, la verdad es que no. ¡Mira!
Me  fijo  en  eso  que  se  supone  que  debo  mirar  y  me  olvido  de  la montaña de basura que hay esparcida sobre mi mesa.
—¿Qué? —pregunto.
Se señala la cabeza con el dedo, así que me levanto de la silla y me inclino hacia adelante de puntillas, pero sigo sin ver nada.
—¿Qué, Patrick?
—Eso. Ahí. ¡Mira!
—Patrick, ¿qué se supone que tengo que ver?
—La calvicie incipiente —me dice, molesto.
Recorro con la mirada su mata de pelo gris plateado en busca de algún indicio de calvicie, pero que me aspen si veo alguno.
—Patrick, no tienes ninguna calva —intento tranquilizarlo.
—La  tendría  si  no  me  tomara  mis  vitaminas  —gruñe—. Bonitas flores.
—Ah, sí. Son de mi hermano —contesto a toda velocidad. Tengo que hablar con Joe acerca de esto de enviarme flores.
—Qué dulce —sonríe, y se va a su despacho.
Mi móvil empieza a bailar sobre la mesa para avisarme de que tengo un mensaje de texto.
 
Eres preciosa y sé que lo sabes. ¡Descarada! Te echo de menos. Bss, J.
 
Me echa de menos. Me derrito sobre el contenido  de mi bolso. Yo también lo echo de menos, pero ahora mismo me preocupa más tener que ir a la consulta de la doctora Monroe por tercera vez. Es ridículo.
 
Ya que tengo el móvil en la mano, decido hacer la llamada que no me apetece  en absoluto hacer. Llamo a Matt, que espera dos tonos antes de contestar.
—¿__? —Parece contento de oírme. Quiero borrarle la sonrisa de la cara cuanto antes.
—Hola, quiero ir a recoger mis cosas. —Voy directa al grano. Si no necesitara mis cosas, ni me molestaría en llamarlo. Sólo de pensar en él, se me pone la carne de gallina; hablar con él me da urticaria. Estuve con Matt cuatro años. ¿Qué me ha pasado?
—Por supuesto.  —Lo dice como si lo estuviera  deseando,  y no me sienta bien.
—¿Puedo pasarme cuando salga del trabajo? ¿Más o menos a las seis?
—Claro, me parece perfecto —responde con entusiasmo.
Quiero escupirle por teléfono y decirle exactamente lo que pienso de él, pero sé que espera que lo ataque de alguna manera y no voy a darle el gusto. Lo que hago y con quién lo hago no es asunto suyo.
«¿Por qué llamaste a mis padres, cucaracha?»
—Genial. Te veo luego. —¿Por qué he dicho eso? No es genial para nada. Quizá a él le parezca perfecto, pero a mí no. En cuanto tenga el resto de mis cosas no pienso volver a verlo nunca.
 
Un  escalofrío  me  recorre  de  pies  a  cabeza,  y  cuelgo.  Si  pudiera, enviaría a Kate a buscar mis cosas, pero sé que eso terminaría en llanto y chirriar de dientes y, posiblemente, en intervención policial. Será entrar y salir.  Puedo  resistirme  a  la  tentación  de  matarlo  durante  los  escasos minutos que tardaré en recogerlo todo y largarme.
—¿Te apetece un café, __?
Levanto la vista y veo a Sally retorciéndose la coleta con los dedos. Hay algo distinto en ella.
—Sí, por favor. ¿Has pasado un buen fin de semana, Sal? —¿Por qué se la ve tan distinta? Se pone colorada hasta las orejas, y entonces caigo en la cuenta de que ha cambiado las blusas de cuello alto por una camiseta con un pronunciado escote redondo. ¡Caramba! ¡Sal tiene unas tetas estupendas! ¿Quién lo habría imaginado?
 
 
—Sí. Gracias por preguntar, __—responde, y trota hacia la cocina. Sonrío para mis adentros. Es posible que nuestra Sal, sosa y aburrida, haya estado de juerga con un hombre este fin de semana. Dejo el móvil en la mesa y empiezo  a trabajar  y a revisar  mis archivos  para preparar  mi reunión del miércoles con el señor Van Der Haus.
Sobre las diez y media, cojo mis cosas y me dispongo a hacer algunas visitas.
—Sal, dile a Patrick que me he ido a visitar clientes. Volveré hacia las cuatro y media.
—Muy bien —responde con entusiasmo mientras archiva recibos. Sí, definitivamente  ha habido un hombre en su vida este fin de semana. ¿De verdad los hombres tienen semejante impacto en las mujeres? Camino de la puerta paso junto a Tom y Victoria.
—¿Qué tal el fin de semana, corazón? —me pregunta Tom.
—Genial  —digo  recogiendo  el  beso  que  me  lanza—.  Tengo  que darme prisa. Volveré a las cuatro y media.
—Disculpa. —Victoria me empuja para pasar.
—¿Qué mosca le ha picado? —le pregunto a Tom. Él pone los ojos en blanco.
—Que me aspen si lo sé. Me llamó el sábado para decirme que estaba enamorada y esta mañana me la encuentro con cara de haber desayunado cristales rotos.
—¿Drew? —pregunto. ¿Qué habrá salido mal? Tom se encoge de hombros.
—No  quiere  hablar  del  tema,  cosa  que  no es buena  señal.  Veré  si puedo sonsacarle algo. Hablamos luego.
 
De camino al metro me paro en la farmacia  para comprar brillo de labios, que se me ha terminado. Me siento tentada de comprar vitaminas cuando recuerdo haber leído algo sobre déficits vitamínicos mientras investigaba sobre el alcoholismo. Me leo las cajas de un millón de frascos y al final decido hablar con el farmacéutico.
Después de hablar un rato con él, aunque sin entrar en detalles, me recomienda un par de cosas y me aconseja que acuda a un médico si el tema me preocupa. ¿Me preocupa? Joe insiste en que no es alcohólico y que no siente unas ganas irresistibles de beberse hasta el  agua de los floreros. Aun así, compro las vitaminas. Total, no van a hacerle daño. Estoy en Kensington High Street, y Ain’t no sunshine suena en mi bolso. Ja, seguro que se cree muy gracioso. No lo pienso dos veces antes de contestar. No me gustaría que le entrara el pánico por un par de llamadas perdidas  y me telefoneara  como un loco mientras  estoy visitando  a mis clientes. Necesito mantenerlo  estable, y si eso implica una conversación rápida por teléfono, pues adelante.
 
—Hola —lo saludo. Suspira.
—Dios, cómo te echo de menos. —Parece muy triste. Sólo han pasado unas pocas horas desde que me tuvo abierta de piernas sobre la encimera de la cocina.
—¿Por qué has enviado a John a recogerme?
—Porque no tenías tu coche —dice como si fuera tonta por preguntar algo tan obvio.
—¿Por  qué  no  me  has  llevado  tú  a  trabajar?  —Mi  tono  es  de acusación. Me ha salido solo.
—¿Te habría gustado más?
—Pues claro, pero no era necesario. —Estoy llegando a mi destino. Necesito poner fin a la conversación—. ¿Dónde estás?
—En La Mansión. Todo está bajo control. Aquí no hago falta. ¿A ti te hago falta?
No puedo verlo, pero sé que está poniéndome morritos.
—Siempre —digo, ya que sé que eso es lo que quiere oír.
—¿Y ahora?
—Joe, estoy trabajando. —Intento no sonar irritada, pero me espera un día de lo más ajetreado y no quiero tener que estar diciéndole todo el rato lo que necesita oír para sobrellevar su día.
—Lo sé —dice, abatido—. ¿Qué estás haciendo ahora mismo?
¿Por qué quiere saberlo?
—Voy a visitar a un cliente, acabo de llegar, así que tengo que colgar. —Puede que a él no lo necesiten en su trabajo, pero yo tengo una agenda que cumplir.
—Ah, vale. —Suena tan desolado que me siento culpable por estar intentando librarme de él.
Paro en la puerta y alzo la vista al cielo.
—Esta noche duermo en tu casa —digo con la esperanza de animarlo un poco.
Profiere un sonido burlón.
 —Eso espero, ¡vives allí!
Pongo los ojos en blanco. Cómo no.
—Te veo luego.
—¿A qué hora? —me presiona.
—Más o menos a las seis.
—Más o menos —repite—. Te quiero, nena.
«...»
—Lo sé.
Cuelgo y subo los escalones que llevan a la puerta principal del nuevo hogar del señor y la señora Kent. Estoy demasiado ocupada como para que mi hombre complicado me distraiga con su complicada forma de ser.
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Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 7 Empty
MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 7 Icon_minitimeJulio 6th 2014, 12:20

Chicas, les subo la parte 2 del Capítulo 7. Espero que despues pueda subirles mas seguido, en serio lo lamento

Capítulo 7 Parte 2

—Bonitas flores.
Levanto  la vista y veo a Victoria  delante  de mi mesa.  Está  menos naranja pero no menos triste que esta mañana.
—¿Te encuentras bien?
Me pregunto si Tom ha conseguido tirarle de la lengua.
—La verdad es que no.
—¿Te apetece desahogarte? 
Se encoge de hombros.
—La verdad es que no.
Intento no poner cara de aburrimiento pero es muy difícil. Es el típico momento en que uno se muere por desahogarse pero a la vez quiere que alguien le suplique y le dé coba hasta que suelte la información. He tenido el día más largo de mis veintiséis años de vida. No me queda energía para tirarle  de  la  lengua  a  nadie.  Me  levanto  y voy  a  la  cocina  a  por  unas galletas. Necesito un chute de glucosa. Sally está lavando los platos.
 
A ella sí que me apetece sonsacarle. Me muero por saber por qué tiene esa sonrisa de oreja a oreja en la cara y qué ha hecho aparecer en escena los cuellos redondos pronunciados.
—¿Qué has hecho este fin de semana, Sal? —Intento que parezca la pregunta más normal del mundo y cojo la caja de galletas.
Se  pone  colorada  otra  vez.  Creo  que  mis sospechas van  bien encaminadas. Si me dice que ha estado haciendo punto de cruz y limpiando las ventanas, me ahorco.
 
—Salí  a tomar  una  copa,  ya  sabes.  —Ella  también  intenta  decirlo como si fuera lo más normal del mundo, pero fracasa estrepitosamente. ¡Lo sabía!
—Qué bien. ¿Con quién? —Finjo desinterés.  Me cuesta mucho. Me muero por descubrir que nuestra Sal, más sosa que hecha por encargo, que sólo lleva faldas escocesas y blusas abotonadas hasta el cuello, la que es la burra de carga de la oficina, es una especie de dominatrix o algo así.
—Tuve una cita —responde, y vuelve a fracasar a la hora de decirlo en tono casual.
—¿De verdad? —exclamo. Eso ha sonado  fatal.  No quería  parecer sorprendida pero lo estoy.
—Sí, __. Lo conocí por internet.
¿Por  internet?  Sólo  he  oído  desastres  al  respecto.  Todos  parecen modelos de ropa interior en las fotos de sus perfiles pero, en la vida real, más bien tienen el aspecto de un asesino en serie. Aunque a Sal se la ve contenta.
—¿Y fue bien? —pregunto mientras me llevo a la boca una galleta integral de chocolate.
—¡Sí! —grita. Casi me atraganto con la galleta. Nunca la había visto tan animada—. Es perfecto, __. Hemos quedado otra vez mañana.
—Sal, me alegro mucho por ti.
—¡Y yo! —suspira—. He de irme. ¿Necesitas  algo antes de que me marche?
—No, no, vete. Hasta mañana.
Sale bailando de la cocina y yo me quedo apoyada en la encimera y me como otras tres galletas integrales de chocolate. Deberían ser vino. Ha sido un día de locos y no tengo ningunas  ganas  de ir a casa de Matt  a recoger el resto de mis cosas, pero será un trabajo bien hecho y Joe no tiene por qué enterarse nunca. No se me olvida que me ordenó que no volviera a ver a mi ex.
 
 
 
Aparco y lo primero que hago es buscar el coche de Matt. No puede habérsele olvidado: lo he llamado esta misma mañana. No pienso quedarme aquí  esperándolo porque Joe  no  tardará en  llamarme para preguntarme dónde estoy. Saco el móvil del bolso y llamo a Matt.
—¿__?
—Matt, estoy en la puerta de tu casa —digo molesta.
—__, lo siento. Debería haberte llamado pero estaba en una reunión de la que no he podido escaparme. Tardaré al menos una hora.
Echo la cabeza hacia atrás contra el asiento. No puedo esperarlo una hora.
—Vale, ¿y mañana?
—Estaré en Birmingham mañana y pasado. ¿Qué tal el jueves? Estoy que muerdo por dentro. Quería resolver esto ya.
—Vale. El jueves a la misma hora.
Cuelgo y tiro el móvil al asiento del acompañante, cabreada. Cabrón tocapelotas.
 
Cuando me acerco al Lusso las puertas se abren al instante. El coche de Joe no está, cosa que explica que no me haya llamado para ver por qué no estoy en su casa.
 
Entro  en  el  vestíbulo,  cargada  de  flores  y  bolsas,  y  veo  a  Clive apretando   varios   botones   de  su  sistema   de  seguridad   de  tecnología avanzada. Ahora me tocará sentarme  en uno de los cómodos sillones de cuero y esperar. ¿Qué otra cosa puedo hacer?
—Hola, Clive.
Levanta la vista y sonríe.
—Hola, __, ¿qué tal estás?
¡De pena! He tenido un día de locos, quiero ducharme, ponerme ropa cómoda  y beberme  una  copa  de vino.  No puedo  hacer  ninguna  de esas cosas y estoy muy cabreada porque Joe insistió en que estuviera puntual en casa y ahora resulta que él no ha llegado.
—Agotada —mascullo en dirección a un enorme sofá. Es posible que me quede dormida.
—Toma. El señor Jonas te ha dejado esto.
Levanto la cabeza y veo que Clive tiene en la mano una llave rosa.
¿Me ha dejado una llave? Así que sabía que no iba a estar en casa y ni siquiera me ha telefoneado para decírmelo. Me acerco a él para cogerla.
—¿A qué hora se ha marchado? —pregunto.
Clive sigue pulsando botones y estudiando las imágenes de los monitores.
—Pasó por aquí a eso de las cinco para dejarte la llave.
—¿Dijo a qué hora iba a volver? —¿Pretende que me quede aquí esperándolo?
—No dijo nada, __. —Clive ni siquiera se molesta en mirarme.
—¿Te ha preguntado por la mujer que vino el otro día?
—No, __. —Lo dice casi con tono de aburrimiento. No, claro que no lo ha hecho. Ya me imaginaba yo que no iba a hacerlo porque él sabe quién cojones es. Y me lo va a decir.
 
Dejo a Clive jugando con su equipo y subo al ático. Abro con mi llave rosa y me meto directa  en la cocina. Abro la puerta  de la nevera  y me encuentro con botellas y más botellas de agua mineral. Lo que daría por una copa de vino. Vuelvo  a cerrarla  con más fuerza  de la necesaria;  la nevera no tiene la culpa de que no haya vino. ¿Podré volver a tomarme una copa algún día?
Me siento en un taburete y miro la inmensa cocina que yo diseñé. Me encanta,  y ni en un millón de años habría imaginado  que iba a tener la oportunidad de vivir aquí. Y ahora que la tengo, no estoy segura de que me apetezca. Quiero a Joe, pero me da miedo que vivir con él refuerce su forma  de  ser,  controladora  y difícil.  ¿O quizá  mejore  su  carácter?  ¿Se volvería más razonable?
Mi estómago  ruge y me recuerda  que debería  comer  algo. Sólo he picoteado unas galletas en todo el día. No me sorprende que me encuentre tan fatigada.
Estoy a punto de obligarme a levantar mi culo cansado del taburete cuando oigo la puerta principal. Joe entra instantes después en la cocina, con  aspecto  de  estar  tan  agotado  como  yo.  No  dice  nada  durante  una eternidad.  Sólo se queda ahí de pie, mirándome.  Las manos le tiemblan ligeramente  y tiene la frente  sudada.  ¿Qué debería  hacer?  Mi antojo de beberme una copa de vino desaparece al instante.
—¿Te encuentras bien?
Se acerca a mí lentamente y me pone de pie. Se agacha, agarra mi vestido por el bajo y me lo sube hasta la cintura. Me coge por las nalgas y me levanta para que con las piernas me aferre a su cintura. Entierra la cara en mi pelo y sale de la cocina. Sujeta a él con fuerza, puedo oír los latidos de su corazón en su pecho mientras sube la escalera conmigo en brazos, en silencio.  Quiero  preguntarle qué le            pasa.  Tengo  muchas cosas que preguntarle pero parece muy abatido.
 
Camina hasta la cama y se tumba, conmigo debajo de él, su peso distribuido por todo mi cuerpo. Es muy relajante. Lo abrazo e inhalo el perfume de su cuello, que huele a agua fresca. Suspiro feliz. Él es un factor que contribuye significativamente  a mi nivel de agotamiento y de estrés, pero también es capaz de hacerlos desaparecer con la misma facilidad.
—Dime cuántos años tienes. —Rompo el cómodo silencio después de haberlo tenido abrazado hasta que los latidos de su corazón han recuperado su ritmo habitual.
—Treinta y dos —dice pegado a mi cuello.
—Dímelo.
—¿Acaso importa?
No importa pero quiero saberlo. Puede que a él le guste este juego, pero a mí no, y no va a cambiar lo que siento. Sólo creo que debería saber cuántos  años  tiene.  Es  un  dato  que  debo  conocer, igual  que  su  color favorito, su comida preferida y la canción que más le gusta de todas. No sé ninguna de esas cosas. De hecho, sé muy poco de él.
—No, pero me gustaría que me lo dijeras. No sé ninguna de las cosas básicas de ti.
Me acaricia el cuello con la nariz.
—Sabes que te quiero.
Suspiro. Eso no es un dato básico. Empiezo a pensar en introducir el polvo de la verdad en nuestra  relación. Algo tiene que haber que pueda sacarle esa clase de pequeños e insignificantes detalles. Sé que el ser persistente  y  preguntárselo  una y otra vez no produce resultados satisfactorios.
—¿Qué tal tu día? —dice; mi pelo ahoga su voz.
—Ha sido un no parar, pero muy productivo.
Estoy  contenta  con  todo  lo  que  he  conseguido  hacer,  teniendo  en cuenta  que  pensaba  que  mi  día  iba  a ser  un bombardeo  de  llamadas  y mensajes de texto.
—Tienes que dejar de mandarme flores a la oficina.
Levanta la cabeza y me mira descontento.
—No. Báñate conmigo.
Me exaspera que sea tan cabezota, pero no se me ocurre nada mejor que hacer, por ahora, que bañarme con él.
—Vale.
Se levanta y tengo que soltarle el cuello. Me besa en los labios.
—Tú quédate aquí, yo preparo el baño. —Da un brinco y se quita la chaqueta de camino al lavabo.
 
 
El  agua  empieza  a  correr  y  me  tumbo  de  lado.  Estoy  tranquila  y contenta. Él me hace sentir así, y es en momentos como éste cuando sé por qué estoy aquí: por lo atento y cariñoso que es. Quizá lo de vivir con él no sea tan malo  después  de todo. Pero entonces me fuerzo a recordar que ahora mismo estoy en el séptimo cielo de Joe, y que no pensaré lo mismo en  cuanto  me  niegue  a una  de  sus  exigencias.  Ese  momento  llegará,  e incluso es posible que se produzca por el tema de venirme o no a vivir con él.
 
Regresa   al  dormitorio   y  yo  me  tumbo  boca  arriba  para  poder deleitarme observando su forma de andar. Hay que ver cómo se mueve. Se afloja  el nudo de la corbata  y la tira sobre el diván. A continuación  se desabrocha la  camisa  pero  se  la  deja  puesta,  y  luego  se  agacha  para quitarse los calcetines. Está descalzo, con los pantalones colgando de sus gloriosas y estrechas caderas, la camisa abierta que deja ver su torso bien cincelado. Podría comérmelo a mordiscos. Eso le gustaría.
—¿Disfrutando de las vistas?
Alzo la mirada y veo dos estanques cafés que me observan. Me basta esa mirada para empezar a mojar las bragas.
—Siempre —respondo con voz gutural. No era mi intención que me saliera de ese modo, pero es el efecto que causa en mí.
—Siempre —confirma—. Ven aquí.
Me levanto de la cama y me saco los zapatos de tacón.
—No te quites el vestido —me pide con dulzura.
Camino descalza hacia él sin apartar la vista de su mirada hipnótica. Tiene los brazos relajados a los lados mientras me acerco. El corazón se me va a salir del pecho y entreabro los labios para dejar escapar pequeñas bocanadas  de  aire  cuando  él  se  pasa  lentamente  la  lengua  por  el  labio inferior.
—Date la vuelta.
Obedezco. Me pone las manos en los hombros y su contacto, incluso a través del vestido, activa todas mis terminaciones nerviosas.
Me acerca la boca al oído.
—Me gusta mucho este vestido —susurra, y cierro los ojos con fuerza por el escalofrío que me recorre el cuerpo.
Sus manos se deslizan hacia mi nuca, donde encuentran la cremallera. Me recoge el pelo y lo aparta colocándolo sobre mi hombro. Lentamente, me baja la cremallera del vestido.
 
 
Flexiono los músculos del cuello intentando controlar la abrumadora necesidad de evitar los escalofríos que me provoca, pero me rindo cuando noto sus labios entre mis hombros, su lengua deslizándose hacia mi nuca. El vello de todo el cuerpo se me eriza y arqueo la espalda en respuesta a la caricia ardiente y larga de su lengua.
Es como una tortura. Quiero que pare para poder recobrar el sentido antes de decir algo como «Sí, vendré a vivir contigo».
—Me encanta tu espalda. —Sus labios vibran contra mi cuerpo y me provocan aún más escalofríos. Lleva la boca de vuelta a mi oído—. Tienes la piel muy suave.
Echo la cabeza hacia atrás, sobre su hombro, de cara a su cuello. Se agacha un poco para poder besarme en los labios, lleva las manos a la parte de delante de mi vestido y tira de él hacia abajo.
—¿Encaje? —pregunta.
Asiento, y sus ojos brillan de deseo mientras me besa con delicadeza, como si fuera de cristal.
Nuestras lenguas se entrelazan sin esfuerzo y me apoyo en él para no caerme. Estoy disfrutando de su dulzura y de su ternura.
Sus manos encuentran mis pechos y me pellizca los pezones a través del encaje del sujetador hasta dejarlos como picos firmes.
—¿Ves lo que me haces? —Aprieta las caderas contra mi trasero y me demuestra exactamente lo que le hago antes de darme un casto beso en los labios—. Moriré amándote, __.
Sé cómo se siente. No contemplo un futuro sin él, y eso me emociona y me pone nerviosa a la vez. El problema es todo lo que no sé; sigo sin conocerlo realmente. Necesito más que su cuerpo, su atención..., su forma difícil de ser.
Baja las copas de mi sujetador  dejando expuestos  mis pechos y me pasa las palmas de las manos por la punta de los pezones.
—Tú y yo —me susurra al oído, deslizando las manos por mi cuerpo, directo a donde se unen mis muslos.
Las rodillas me tiemblan cuando su mano toma mi sexo por encima de mi ropa interior y una oleada de líquido mana de mí. Mis caderas se mueven hacia adelante, contra su mano, en busca de más fricción.
—¿Te pongo, __?
—Ya sabes que sí —jadeo, y luego gimo cuando me pega a su entrepierna.
—Acaríciame el cuello —dice con voz suave. Estiro los brazos hacia atrás y llevo las manos a su nuca—. ¿Estás mojada por mí?
—Sí.
Pasa los pulgares por debajo del elástico de mis bragas.
—Sólo  por  mí  —me  susurra  arrastrando  la  lengua  por  el  borde inferior de mi oreja.
—Sólo por ti —concedo en voz baja. Él es todo cuanto necesito.
Siento un tirón y oigo algo que se rasga. Abro los ojos y veo que tiene las bragas colgando del dedo índice, delante de mí. Las deja caer y lleva la otra mano a mi cadera.
Doy  un  pequeño  respingo  y se  echa  a  reír  en  mi  oído.  Sus  dedos cambian de posición y su enorme mano me envuelve la cintura. La otra sigue delante de mí.
—¿Qué hago con esto, __? —Flexiona la mano sana delante de mí—. Dímelo.
El corazón se me acelera y no me ayuda a controlar  la respiración. Quiero esa mano en mí. Le aparto un brazo del cuello y cojo su mano. La guío despacio hacia el interior de mi muslo y aplano la palma contra mi cuerpo,  con mi mano  sobre  la suya. Noto que tiembla  ligeramente.  Me alegra  saber  que  no  soy  la  única a  quien  afectan  por  estos  encuentros nuestros. ¿O acaso está temblando porque necesita una copa? No quiero ni pensarlo. No necesita alcohol mientras me tenga a mí. Y a mí ya me tiene.
 
Empiezo a aplicar presión sobre su mano y a arrastrarla hasta que la palma se desliza sobre mi sexo, ayudada por lo mojada que estoy. Trago saliva y muevo las caderas. Chocan contra su entrepierna, le arrancan un gemido y echo la cabeza hacia atrás. Necesito que me bese.
Vuelvo la cara hacia él, que adivina lo que quiero al instante y cubre mi boca con la suya. Muerdo con suavidad su labio inferior y tiro para que se deslice poco a poco entre mis dientes. Me mira fijamente mientras sigo moviendo su mano arriba y abajo en una caricia lenta e interminable.
—No te corras —dice con voz ronca.
De inmediato retiro la mano y se la llevo a la boca. Me mira fijamente mientras empieza a lamerse la palma y los dedos. Dios santo, me muero de ganas. Pero no puedo desobedecerlo, no en estos momentos.
Me desabrocha el sujetador y me vuelvo. Me aparta el pelo de la cara.
—Prométeme que no vas a dejarme nunca.
Alzo la vista hacia sus ojos atormentados. No me acostumbro a su parte  insegura.  No me gusta,  aunque  al menos  es una súplica  y no una orden.
—No voy a dejarte nunca.
—Prométemelo.
—Te lo prometo.
Le cojo una muñeca y le quito los gemelos de la camisa, luego hago lo mismo con la otra y se la quito por los hombros. Deja los brazos laxos y ladea la cabeza, mirando cómo le bajo la bragueta. Mis manos se deslizan por sus caderas, bajo sus bóxeres, y le quito a la vez los pantalones y la ropa interior haciéndolos descender por la piel suave y tersa de su culo y sus  caderas.  Su  erección,  larga  y  gruesa,  aparece  entre  sus  piernas, seductora. Provoca toda clase de deseos en mí y no me ayuda que sus abdominales se tensen bajo mis caricias cuando mis manos ascienden por su torso, maravilladas ante su belleza.
—No puedo esperar más. Necesito estar dentro de ti. —Termina  de quitarse los pantalones, me levanta del suelo y le rodeo la cintura con las piernas. Parpadeo cuando su polla me roza en lo más íntimo mientras me lleva contra la pared.
Me empuja contra la pintura fría y siento su erección caliente y resbaladiza  presionando  contra  mi sexo y entrando  en mí sólo un poco. Respira con fuerza y deja caer la cabeza en mi cuello mientras se prepara para  invadirme.  Muevo  las  caderas  y  desciendo  sobre  él.  Me  la  meto entera.
—Me vas a matar —gime mientras se queda quieto dentro de mí. Quiero  sacudir  las  caderas  y provocar  algún  movimiento  pero,  por cómo  tiembla  y palpita  en mi  interior,  sé que  se está  conteniendo.  Me quedo quieta y le acaricio el pelo castaño mientras coge fuerzas. El corazón le late con tanta fuerza que casi puedo oírlo.
—¿Te estás guardando cosas? —Pone la cara a la altura de la mía.
—Sí —digo, al tiempo que enrosco los dedos alrededor de su cuello y aprieto las caderas.
Ruge de aprobación, retira las manos de mi espalda y las apoya contra la pared. Poco a poco, recobra el aliento y luego arremete contra mí con una exhalación.
Gimo. Su asalto ardiente y palpitante hace que cambie las manos de lugar y le clave las uñas en la espalda. Apoya la frente en la mía y empieza a entrar y a salir de mí.
Suspiro con cada estocada mientras él prosigue a un ritmo constante. Joder,  es  perfecto.  Empiezo  a  resbalar  sobre  su  piel  húmeda,  nuestros alientos  se  mezclan  en  los  escasos  milímetros  que  hay  entre  nuestras bocas.
—Bésame  —jadea,  y  pego  los  labios  a  los  suyos  en  busca  de  su lengua.
Siento  cómo  un grito  cobra  forma  en mi  garganta  cuando  se echa hacia atrás, me embiste y me desliza pared arriba. Aprieto los muslos en su cintura con más fuerza para subir más y luego me dejo caer sobre él.
—Por Dios, mujer, ¿qué diablos me haces?
Me  embiste  de  nuevo,  una  y otra  vez,  empujándome  pared  arriba, mientras yo me trago mis pequeños gritos y él me besa hasta dejarme sin respiración.
—Llevo  todo el día esperando  esto. —Me embiste  de nuevo—.  Ha sido el puto día más largo de mi vida.
—Mmm, encajas tan bien. —Estoy disfrutando.
—¿Que encajo bien? Joder, __, me vuelves loco —dice al tiempo que se hunde más profundamente en mi interior.
—¡Joe! —Ya no aguanto más. Los movimientos suaves y calmados se están desvaneciendo. Ahora son estocadas firmes y más agresivas.
—Te voy a llevar conmigo allá adonde vaya a partir de ahora, nena.
«¡Embestida!»
Joder, estoy sudando la gota gorda. Clavo las uñas sin miramientos en su espalda.
—¡Mierda, __! —exclama, y unas gotas de su sudor me caen encima—. Vas a correrte.
—¡Sí!
Masculla algo en mi boca. No aguanto más. Me ataca con una energía feroz  y  exploto.  Las  espirales  de  placer  llegan  al  punto  álgido  y  se dispersan en ondas expansivas. Le clavo más las uñas y le muerdo el labio sin piedad. Dejo caer la frente sobre su piel sudada y salada, allá donde el cuello se funde con el hombro, y echo la cabeza a un lado mientras tiemblo sin control contra su cuerpo.
—¡__! —grita mientras se retira y se adentra en mí, vuelve a salir despacio y a entrar en mí con fuerza. Llega a su clímax y varias oleadas de contracciones se extienden por mi cuerpo.
Gime, luego deja que nos deslicemos hasta el suelo y cae de espaldas, agotado y sudoroso. Me incorporo como puedo y me subo encima de él. Apoyo las manos  en su pecho suave  y me restriego  contra  sus caderas. Joe lleva los brazos por encima de la cabeza y observo que su respiración se va apaciguando a la vez que la mía. Chorreamos, exhaustos, y más que satisfechos. Estoy justo donde debería estar.
—¿En qué piensas?
—En lo mucho que te quiero. —Le digo la verdad.
Las comisuras de sus labios ascienden en una sonrisa y una mirada de satisfacción ilumina su bello rostro.
—¿Sigo siendo tu dios?
—Siempre.  ¿Y yo tu tentación?  —Sonrío  y dibujo  círculos  con  la mano sobre su pecho.
—Pues  claro  que  sí,  nena.  Jesús,  me  encanta  cómo  sonríes.  —Me dedica una de sus sonrisas arrebatadoras.
Le pellizco los pezones.
—¿Nos bañamos, dios?
Da un brinco y nuestras cabezas están a punto de chocar.
—¡Mierda! ¡Me he dejado el grifo abierto!
Se pone de pie de un salto conmigo todavía en brazos y aún dentro de mí,  maldiciendo   y  sujetándome   con  demasiada   fuerza  con  su  mano lastimada.
—¡Suéltame! —Intento separar el cuerpo del suyo pero él se limita a agarrarme más fuerte.
—Nunca.
Va conmigo en brazos al cuarto de baño. Apenas se han llenado tres cuartas partes de la enorme bañera. Cierra el grifo.
—Podrías dejar el grifo abierto una semana y no se llenaría del todo—digo mientras nos metemos.
—Lo sé. Es evidente que a la diseñadora de toda esta mierda italiana le importan un pimiento el medio ambiente y mi huella ecológica.
—Lo dice el que tiene doce súper motos —contraataco, y suspiro de felicidad cuando el agua caliente y relajante me cubre, todavía a horcajadas en el regazo de Joe y con su semi erección llenándome—. Podría pasarme todo el día mirándote —digo para mí mientras le acaricio el abdomen con la punta de los dedos.
Se echa hacia atrás y me deja hacer. Le paso la punta de los dedos por cada  centímetro cuadrado de  su  pecho  duro  y  ligeramente bronceado, haciendo remolinos y tamborileando mi camino. El silencio es cómodo y él observa cómo mi delicada caricia recorre su cuerpo. La dirijo a su cuello, paso por su mejilla, sus labios entreabiertos, sus ojos brillantes, y luego me acurruco en su pecho y mi boca cubre la suya.
—Me encantan tus labios —digo dándole pequeños besos por el borde de la boca hasta que estoy otra vez donde había empezado—. Me encanta tu cuerpo. —Mis manos le acarician los brazos, mi lengua se desliza en su boca—.  También  me encanta  lo loco que estás. —Persuado  a su lengua para que salga de la boca y la chupo mientras mis manos ascienden por sus brazos hasta quedar alrededor de su cuello. Mi cuerpo se arquea hacia él. Gime.
—Tú me vuelves loco, __. Sólo tú.
Siento las palmas de sus enormes manos recorrer mi espalda hasta que me cogen      de la nuca y me acercan a él. Nuestras bocas siguen compartiendo besos, nuestros cuerpos resbalan el uno contra el otro. Sé que lo vuelvo loco, pero él también me vuelve loca a mí. Me aparto y lo miro.
—Loco —le digo.
—Más o menos. —Sonríe y me levanta de su regazo. Luego me hace girar hasta que estoy sentada entre sus piernas—. Voy a enjabonarte.
Coge la esponja y empieza a escurrir agua caliente sobre mí, con la mejilla pegada a un lado de mi cabeza.
—Tengo que hablar contigo de una cosa —dice en voz baja. No hay duda de que está nervioso.
Me pongo  tensa.  No me gusta  cómo ha sonado  eso, lo que resulta irrisorio porque he estado presionándolo para que hablara.
—¿Sobre qué?
—La Mansión.
Vale,  se  me  han  puesto  los  pelos  como  escarpias  y  no  puedo disimular, cosa que todavía es   más irrisoria, porque quería hablar justamente de eso. No obstante, su forma de abordarlo me indica que no me va a gustar lo que saldrá por esa boquita. Ha dejado de echarme agua caliente por encima y, literalmente, puedo oír el movimiento de los engranajes en su preciosa cabeza. ¿Qué pasa con La Mansión? No me gusta la dirección que está tomando la charla de hoy en la bañera. Quiero salir y darme una ducha.
—Sobre la fiesta de aniversario. —La preocupación se manifiesta en su tono de voz, no podía ser de otra manera. No pienso ir.
—¿Qué ocurre? —pregunto haciéndome la loca. No voy a alterarme porque no voy a ir, de ninguna manera, ni en un millón de años. Nunca. Nunca jamás. Me vuelvo y lo beso en la boca para que no pueda hablar.
—Aún quiero que vayas.
—No puedes pedirme eso —le digo con calma, aunque me cabrea un poco que sugiera una estupidez semejante. Un momento... Acepté ir antes de saber lo que era de verdad La Mansión, igual que Kate. ¿Ella va a ir? Qué vergüenza. Maldita sea, claro que irá—. Me lo pediste antes de que supiera la verdad.
—Me puse una fecha tope para contártelo —me dice con calma.
—Ah. —No sé qué decir. Lo descubrí  antes de que llegara la fecha tope.
—¿Vas a pasarte la vida evitando  mi lugar de trabajo?  —pregunta, sarcástico. No me gusta su tono. No me gusta un pelo.
—Es posible —contesto. ¿Su lugar de trabajo? ¿Me está tomando el pelo?
—No  digas  tonterías,  __.  —Retoma  la  labor  de  echarme  agua caliente y me da un beso en la sien—. ¿Al menos lo pensarás?
Suspiro, aburrida.
—No te prometo nada, y si estás pensando en echarme un polvo de entrar en razón con respecto a este asunto, me iré —lo amenazo.
Me estoy poniendo dramática pero quiero que sepa que no quiero ir de ninguna manera. ¿A la fiesta de aniversario de La Mansión? Ni muerta.
Me acaricia la oreja con la nariz y me envuelve las piernas con las suyas.
—Quiero que la mujer que hace latir mi corazón esté a mi lado.
¡Por Dios! ¡Eso es chantaje emocional! ¿Cómo coño voy a negarme a eso? Maldito seas, Joe Jonas, hombre de edad desconocida.
 
Lo dejo que siga lavándome mientras pienso en un modo de sacarle partido a esto. Tal vez pueda negociar que me diga su edad a cambio de mi presencia en la fiesta de aniversario de La Mansión. Tengo que meditar seriamente acerca de las ganas que tengo de saber su edad en comparación con las pocas ganas que tengo de ir a la fiesta. Será complicado.
—¿Has hablado con Clive? —Sé que no lo ha hecho. Estoy siendo pilla.
—¿Sobre qué?
—Sobre la mujer misteriosa.
—No, __. No he tenido tiempo. Te prometo que se lo preguntaré. Siento tanta curiosidad como tú. ¿No tienes hambre?
Traza círculos con la lengua en mi oreja. Si sigue así, voy a quedarme dormida. Al menos, no me ha mentido sobre Clive.
—Sí —contesto con un bostezo. Estoy hambrienta y agotada, pero no voy a ceder—. No voy a dormirme hasta que me digas quién era esa mujer.
—¿Cómo voy a decírtelo si no lo sé?
—Sí que lo sabes.
—¡Que no lo sé, joder!
Me sobresalta su brusquedad, y entonces noto que me abraza con más fuerza.
—Lo siento.
—Vale —digo tranquilamente,  aunque no estoy para nada tranquila.—Hablaré con Clive por la mañana.
—Mi querida señorita está exhausta —susurra él—. ¿Encargamos comida? —Me muerde el lóbulo de la oreja y me pasa la planta de los pies por las espinillas.
—Tienes la nevera llena, ¡qué desperdicio!
—Ya, pero ¿te apetece cocinar?
La  verdad  es  que  no,  pero  él  tampoco  se  ofrece.  Claro  está  que reconoció  que cocinar  es una de las pocas cosas que se le dan de pena.
¿Cuáles fueron sus palabras? Ah, sí... «No puedo ser excepcional en todo.» Y lo dijo muy en serio, el muy capullo arrogante.
—Encarga comida.
Se revuelve debajo de mí.
—Voy a pedirla. Tú lávate el pelo.
Sale de la bañera y me la deja entera para mí sola. Lo veo abandonar desnudo y empapado el cuarto de baño. Aparece a los pocos instantes con champú y acondicionador para cabello femenino. Le estoy eternamente agradecida. He maltratado mucho a mi pelo últimamente. Me dirige una sonrisa y se agacha para darme un beso en la frente.
—Ponte encaje.

Desaparece del cuarto de baño y yo me dejo caer en la bañera y cierro los ojos un rato, saboreando la paz y la tranquilidad del colosal baño principal del Lusso. ¿Cómo he terminado aquí?
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albitahdejonass:$
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 7 Icon_minitimeJulio 7th 2014, 07:07

WOW! Pues a mi este nuevo Joe me gista bastante, que admita que la necesita a su lado ya es un progreso enorme jajajajajaja siguee!! Y no te preocupes por tardar en subir, esperaremos lo que haga falta Smile
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 7 Icon_minitime

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Seduction (Joe y ___) ADAPTADA
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