Capítulo 37
Cruzo la puerta principal de casa de Kate y subo la escalera hasta el apartamento como una zombi.
Bendita sea Kate. No hace el menor intento por sonsacarme información. Me deja tirarme en el sofá hecha un mar de lágrimas y me trae una taza de té.
Abro los ojos del susto cuando oigo que la puerta principal se cierra de un portazo. Kate corre a la barandilla.
—Es Sam —me tranquiliza al volver al salón.
—¿Tiene llave? —pregunto.
Kate se encoge de hombros, pero esta pequeña noticia me hace sonreír para mis adentros. ¿Se la quitará en vista de los últimos acontecimientos?
Suena mi móvil y rechazo la llamada... otra vez.
Sam aparece en el salón, tan nervioso como lo estaba en La Mansión. Las dos observamos su interpretación de un espectador de un partido de tenis. Su mirada salta de Kate a mí unas cuantas veces.
Se acerca a mi amiga y la saca del salón casi a rastras agarrándola por el codo.
—Tenemos que hablar —la apremia. Estiro el cuello y veo que prácticamente la arroja al interior de su dormitorio y cierra de un portazo.
Yo estoy tumbada en el sofá, con la taza de té apoyada en el estómago y los ojos cerrados, pero vuelvo a abrirlos muy pronto. Tengo las imágenes de Joe grabadas en mi mente y, con los ojos cerrados, sin ninguna otra distracción visual, las veo aún con más claridad. No voy a ser capaz de volver a dormir nunca más.
El móvil vuelve a sonar. Lo cojo y le doy con fuerza al botón de rechazar, sin dejar de mirar al techo de escayola del salón.
Nunca he sentido un dolor así. Es insoportable y no tiene alivio. ¿Es el dueño de un club de sexo? ¿Por qué? ¿Por qué no podía ser banquero o asesor financiero? O... el dueño de un hotel. Sabía que algo no cuadraba, que había algo peligroso. ¿Por qué no me paré a pensar en ello? Sé exactamente por qué: porque no se me permitió, porque no se me dio la oportunidad.
Me incorporo cuando oigo los gritos agudos de Kate en el descansillo, seguidos de los tonos apaciguadores de Sam, que está intentando calmarla. Mi amiga sale zumbando de su habitación con Sam detrás. Intenta detenerla.
—Quítame las manos de encima, Samuel. Tiene que saberlo.
—Espera... Kate... ¡Aaaaayyyy! ¿Por qué coño has hecho eso?
Kate aparta la rodilla de la entrepierna de Sam y lo deja hecho un ovillo en el suelo. Entra en el salón y se me queda mirando con sus ojos azules.
—¿Qué? —pregunto con recelo. ¿Qué tengo que saber?
Lanza una mirada de odio a Sam cuando éste entra agarrándose la entrepierna. Me pregunto por qué Sam parece tan arrepentido cuando es Kate la que acaba de pegarle un rodillazo en los huevos. Ella señala una silla con muy malas maneras para ordenarle en silencio que se siente. Samuel cojea hasta llegar al asiento y se acomoda con un silbido de dolor.
—___, Joe viene de camino —me dice Kate con calma. No sé por qué ha elegido ese tono. A mí no me calma en absoluto.
Trago saliva y miro a Sam, que esquiva mi mirada sentado en la silla. ¿Él no quería decírmelo? He sido una imbécil al pensar que Joe iba a ponérmelo fácil.
—¡Tengo que irme! —aúllo cuando mi maldito móvil empieza a sonar otra vez—. ¡Que te jodan! —le grito al puñetero trasto.
—Llévatela. —Kate se vuelve hacia Sam—. No está en condiciones de conducir.
—Ah, no. De eso nada. —Levanta las manos y sacude la cabeza—. Tengo aprecio a mi vida. Además, necesito hablar contigo.
Todos damos un salto al oír un golpe familiar en la puerta. Tengo el corazón en la garganta y miro a Kate. Sam gime, y no por el dolor que le ha causado el rodillazo.
—Cerdo chaquetero —masculla Kate con enfado. Tiene clavada en Sam una mirada azul y dura como el acero.
—¡Oye, que yo no le he dicho nada! —Está muy a la defensiva—. No hace falta ser un genio para imaginarse dónde está ___.
—No le abras, Kate —le suplico.
Una combinación de distintos golpes llega desde la puerta principal. Dios, no quiero verlo. Mis defensas no están lo bastante fuertes ahora mismo. Salto al oír otra serie de golpes, seguidos de un coro de bocinazos que proceden de todas partes.
—¡Por el amor de Dios! —grita Kate, que echa a correr hacia la ventana—. Mierda. —Sube la persiana y pega la cara al cristal.
—¿Qué? —Me sitúo junto a ella. Sé que es él, pero ¿a qué viene tanto follón?
—¡Mira! —grita Kate al tiempo que señala la calle.
Me obligo a mirar hacia donde ella indica y veo el coche de Joe abandonado en mitad de la calzada, la puerta del conductor abierta y una cola de coches que no para de crecer detrás de él. Los conductores se ponen de mala leche y hacen sonar las bocinas para protestar. Se oye perfectamente desde aquí.
—¡___! —grita desde abajo. Golpea la puerta unas cuantas veces más.
—¡Joder, ___! —gruñe Kate—. ¡Ese hombre es como un detonador con patas y tú acabas de apretar el botón! —Se va del salón.
Corro tras ella.
—Yo no he apretado nada, Kate. ¡No abras la puerta!
Me inclino sobre la barandilla y veo a mi amiga correr escaleras abajo hacia la puerta principal.
—No puedo dejarlo ahí fuera provocando el caos en plena calle.
Me entra el pánico y regreso corriendo al salón. Paso junto a Sam, que sigue sentado en la silla frotándose la entrepierna dolorida y murmurando cosas ininteligibles.
—¿Por qué no se lo dijiste a Kate? —le pregunto cabreada de camino a la ventana.
—Lo siento, ___.
—A la que tienes que pedirle perdón es a Kate, no a mí.
Me vuelvo y no hay ni rastro del chico picarón y divertido al que le había cogido tanto cariño. Sólo veo a un hombre tenso, incómodo y tímido.
—Le he pedido perdón. No podía contárselo hasta que Joe te lo contara a ti. Deberías saber que esto lo ha estado consumiendo desde que te conoció.
Me río ante el intento de Sam por defender a su amigo y miro de nuevo por la ventana. Joe sigue caminando arriba y abajo ahí fuera, desesperado, apretando los botones del móvil como un loco. Sé a quién está llamando. Tal y como suponía, mi teléfono empieza a gritar en mi mano. ¿Debería contestar y decirle que se esfume? Observo la calle y me entra el pánico cuando el conductor de uno de los coches retenidos echa a andar hacia Joe. Ay, señor... ¡No te enfrentes a él!
Kate sale y mueve los brazos para llamar la atención de Joe, que ignora al conductor para centrarse en ella. Él hace gestos apremiantes con las manos. ¿Qué le estará diciendo? ¿Qué le estará diciendo Kate? Al cabo de pocos minutos, Joe vuelve al coche. Siento que el alivio me inunda de la cabeza a los pies, pero sólo lo mueve un poco, lo justo para aparcarlo de un modo un poco más considerado hacia los demás conductores que necesiten pasar.
—¡Por Dios, Kate! ¿Qué has hecho? —grito por la ventana.
—¿Qué ocurre? —pregunta Sam desde la silla. No le contesto.
De pie, incapaz de moverme, observo que Joe se apoya en mi coche con la cabeza hundida en señal de derrota y los brazos colgando a los lados. Kate se abraza a sí misma delante de él. Incluso desde aquí distingo la angustia en su rostro. Mi amiga se acerca y le pasa la mano arriba y abajo por el brazo. Lo está consolando. Me está matando.
Paso una eternidad observándolos en la calle. Kate vuelve al apartamento, pero me quedo horrorizada al ver que Joe la sigue y ella no intenta detenerlo.
—¡Mierda! ¡No! —exclamo, y me llevo las manos a la cabeza, aterrorizada. Pero ¿qué le pasa a Kate?
—¿Qué? —pregunta Sam nervioso—. ___, ¿qué pasa?
Sopeso mis opciones a toda velocidad. No tardo mucho porque no tengo muchas. Lo único que puedo hacer es quedarme aquí y esperar la confrontación. Sólo hay una puerta de entrada y salida en este apartamento y, con Joe a punto de entrar, mis planes para escapar de la discusión se han ido al garete.
Kate entra en el salón, más bien avergonzada. Estoy furiosa con ella y lo sabe. Le lanzo una mirada de desprecio absoluto y ella me sonríe nerviosa.
—Sólo deja que se explique, ___. Está hecho polvo. —Sacude la cabeza con expresión de lástima, pero luego mira a Sam y le cambia la cara al instante—. ¡Tú! ¡A la cocina!
Sam da un respingo.
—¡No puedo moverme, zorra malvada! —Se frota la entrepierna otra vez y apoya la cabeza en el respaldo de la silla. Kate resopla y lo levanta de la silla de un tirón. Él gime, cierra los ojos y cojea camino de la cocina.
Kate es increíble. ¡Zorra traidora! Sale del salón y me mira con todo el cariño del mundo. No tendría que lamentarse tanto si no lo hubiera dejado entrar, la muy, muy idiota. Me pongo de cara a la ventana antes de que entre Joe. No puedo mirarlo. Me disolvería en un mar de lágrimas y no quiero que tenga excusa alguna para consolarme o arroparme con sus brazos fuertes y cálidos. Me preparo para soportar el efecto de su voz en mí, todos mis músculos y mis terminaciones nerviosas se ponen en tensión. No oigo nada, pero se me ponen los pelos como escarpias y sé que está aquí. Mi cuerpo responde a su poderosa presencia y yo cierro los ojos, respiro hondo y rezo para reunir fuerzas.
—___, por favor, mírame. —Le tiembla la voz, llena de emoción.
Me trago el nudo que tengo en la garganta, que es del tamaño de una pelota de tenis. Lucho por contener el mar de lágrimas que se me acumula en los ojos.
—___, por favor. —Me roza la parte de atrás del brazo con la mano.
Me tenso y lo aparto.
—No me toques. —Encuentro el valor que necesito para darme la vuelta y mirarlo.
Tiene la cabeza agachada y los hombros caídos. Da pena, pero no debo dejar que su lastimero estado me afecte. Ya ha influido en mí bastante a base de manipularme y esto... esto es sólo otra forma de manipulación... al estilo de Joe. Estaba tan cegada por el deseo que no veía con claridad. Levanta la mirada del suelo para fijarla en la mía.
—¿Por qué me llevaste allí? —pregunto.
—Porque te quiero a mi lado a todas horas. No puedo estar lejos de ti.
—Pues ve acostumbrándote, porque no quiero volver a verte. —Mi voz es tranquila y controlada, pero el dolor que me atraviesa el corazón como respuesta a lo que acabo de decir me deja muda al instante.
Sus ojos vacilan buscando los míos.
—No lo dices en serio. Sé que no lo dices en serio.
—Lo digo en serio.
Su pecho se hincha con cada inhalación profunda, está despeinado y la arruga de su frente es un cráter. La ansiedad que refleja su rostro es como una lanza de hielo que se me clava en el corazón.
—Nunca he querido hacerte daño —susurra.
—Pues me lo has hecho. Me has puesto la vida patas arriba y me has pisoteado el corazón. He intentado huir. Sabía que ocultabas algo. ¿Por qué no me has dejado marchar?
Me flaquea la voz cuando los cristales que tengo en la garganta empiezan a ganar la batalla y las lágrimas asoman a mis ojos. Mierda, debería haber hecho caso a mi instinto.
Empieza a morderse el labio inferior.
—Nunca quisiste huir de verdad. —Su voz es apenas audible.
—¡Claro que sí! —le espeto—. Me resistí. Sabía que me estaba metiendo en la boca del lobo, pero tú no cejaste en tu empeño. ¿Qué te pasó? ¿Te quedaste sin mujeres casadas a las que follarte?
Niega con la cabeza.
—No, te conocí a ti.
Da un paso adelante y me aparto de él.
—Fuera —digo con calma. Estoy temblando y me cuesta respirar, lo que demuestra que estoy cualquier cosa menos tranquila. Avanzo con decisión hacia la puerta y le doy un empujón en el hombro cuando paso junto a él.
—No puedo. Te necesito, ___. —Su tono de súplica me perseguirá mientras viva.
Me vuelvo violentamente.
—¡No me necesitas! —Lucho por mantener firme la voz—. Tú me deseas. Dios, eres un dominante, ¿verdad?
Las imágenes de nuestros encuentros sexuales me pasan por la cabeza a doscientos kilómetros por hora. Es toda una fiera en la cama y fuera de ella.
—¡No!
—Entonces ¿a qué viene el rollo del control? ¿Y el dominio y las órdenes?
—El sexo es sólo sexo. No puedo acercarme lo suficiente a ti. Lo del control es porque me da un miedo atroz que te pase algo... Que te aparten de mi lado. Te he esperado durante demasiado tiempo, ___. Haría cualquier cosa con tal de mantenerte a salvo. He llevado una vida sin control y sin preocupaciones. Créeme, te necesito... por favor... por favor, no me dejes. —Camina hacia mí, pero doy un paso atrás y combato el impulso de dejar que me abrace. Se detiene—. No lo superaré nunca.
¿Qué? ¡No! No puedo creerme que sea tan cruel como para recurrir al chantaje emocional.
—¿Crees que a mí va a resultarme fácil? —le grito. Las lágrimas comienzan a rodar por mis mejillas.
Lo poco que le quedaba de color en la cara desaparece ante mis ojos. Agacha la cabeza. No hay vuelta atrás. ¿Qué va a decir? Sabe lo que me ha hecho. Ha hecho que lo necesite.
—Si pudiera cambiar el modo en que he llevado las cosas, lo haría — susurra.
—Pero no puedes. El daño ya está hecho. —Mi voz rebosa desprecio.
Me mira.
—El daño será mayor si me dejas.
«Por Dios.»
—¡Fuera!
—No. —Sacude la cabeza con desesperación y da un paso hacia mí—. ___, por favor, te lo suplico.
Me aparto de él y consigo poner cara de decisión. Trago saliva sin parar para intentar mantener a raya el nudo que tengo en la garganta. Esto es increíblemente doloroso. Por eso no quería verlo. Estoy furiosa con él, pero verlo tan abatido me parte el corazón. Me ha mentido, me ha engañado y, básicamente, me ha acosado y perseguido para que me metiera en la cama con él.
«¡Has dejado que me enamorase de ti!»
Me mira con fijeza, el dolor de sus ojos café oscuro es inconmensurable. Si no aparto la mirada, cederé... Así que la desvío. Agacho la cabeza y le ruego en silencio que se vaya antes de que me desmorone y acepte el consuelo que me brinda siempre.
—___, mírame.
Respiro hondo y levanto la mirada hacia la suya.
—Adiós, Joe.
—Por favor —dice sin voz.
—He dicho que adiós. —Las palabras transmiten un aire de punto final que en realidad no siento.
Me examina el rostro durante una eternidad, pero desiste y deja de buscar en mis ojos un atisbo de esperanza. Se da la vuelta y se marcha en silencio.
Proporciono a mis pulmones el aire que tanto necesitan y camino con pasos inestables hasta la ventana. La puerta principal se cierra de un portazo que retumba en toda la casa y veo a Joe que se arrastra hasta el Aston Martin medio abandonado. Me estremezco y dejo escapar un sollozo cuando hace añicos la ventanilla del coche de un puñetazo. La carretera se llena de cristales rotos. Se mete dentro y golpea una y otra vez el volante. Después de lo que parecen años de verle dar puñetazos al coche, se aleja entre los rugidos del motor. Se oye un chirrido de neumáticos que derrapan y bocinas que protestan.
Salgo de la ducha y me seco el pelo antes de volver a hacerme un ovillo en la cama. Estoy paralizada. Es como si me hubieran arrancado el corazón, lo hubiesen pisoteado y me lo hubieran vuelto a meter en el pecho, apaleado y hecho una birria. Me encuentro en algún punto entre la pena y la devastación, es lo más doloroso que he vivido nunca. Mi vida se ha desmoronado. Me siento vacía, traicionada, sola y perdida. La única persona que puede hacerme sentir mejor es la que lo ha causado todo. No creo que me recupere nunca.
—¿___? —Levanto la cabeza, que me duele horrores, de la almohada.
Kate está en la puerta. La compasión que refleja su rostro agudiza aún más el dolor. Se sienta en el borde de la cama y me acaricia la mejilla—. ___, no tiene por qué acabar así —me dice con ternura.
¿Ah, no? ¿Y qué sugiere? Tengo que soportar este dolor y ver si tengo las fuerzas necesarias para lidiar con él. Volver a empezar. Pero, de momento, me conformo con tumbarme en la cama y sentir lástima de mí misma.
—Es lo que hay —susurro.
—No, no es verdad. —Lo dice con más firmeza—. Todavía lo quieres, ___. Reconoce que aún lo quieres. ¿Se lo has dicho?
No puedo negarlo. Lo quiero tanto que duele. Pero no debería ser así. Sé que no debería.
—No puedo. —Hundo la cabeza en la almohada.
—¿Por qué?
—Es el dueño de un club de sexo, Kate.
—No sabía cómo decírtelo. Le preocupaba que lo dejaras.
Miro a Kate.
—No me lo dijo, y aun así lo he dejado. —Vuelvo a mi almohada bañada en lágrimas—. Ya oíste a aquel hombre. Destruye matrimonios. Se folla a las mujeres por diversión. —¿Por qué lo defiende?—. ¿Por qué tú no alucinas? —murmuro desde la almohada. Sé que se lo toma todo con calma, pero esto es para caerse de culo.
—Lo hago... un poco.
—Pues no lo parece.
—___, Joe ni siquiera ha mirado a otra mujer desde que te conoció. Está loco por ti. Sam creía que jamás vería algo así.
—Sam puede decir lo que le dé la gana, Kate. No cambia el hecho de que Joe es el dueño de un lugar al que la gente va a practicar sexo, y él a veces se une a la fiesta. —Me estremezco, me pongo mala sólo de pensarlo. ¿Que está loco por mí? Y una mierda.
—No puedes castigarlo por su pasado.
—Pero no es su pasado. Sigue siendo el dueño.
—Es su empresa.
—¡Déjame en paz, Kate! —le escupo. Me cabrea que lo defienda.
Debería estar de mi parte, no intentando justificar las fechorías de Joe.
Noto que la cama se mueve cuando Kate se levanta y suspira.
—Sigue siendo Joe —dice, y sale de mi cuarto para dejarme sola y que llore mi pérdida.
Permanezco tumbada y en silencio, intentando despejar la mente de todos los pensamientos inevitables. No sirve de nada. Las imágenes de las últimas semanas me invaden el cerebro: nuestro primer encuentro, cuando me dejó KO; los mensajes de texto, las llamadas y el acoso... Y el sexo. Me pongo boca abajo y hundo la cara en la almohada.
Las palabras de Kate continúan rondándome la cabeza: «Sigue siendo Joe.» ¿Acaso sé quién es Joe? Yo sólo sé que este hombre me ha metido en su torbellino de emociones intensas y me ha cegado con su cuerpo.
Otra pieza del rompecabezas encaja cuando recuerdo que me dijo que no tenía contacto con sus padres. Lo repudiaron al morir su tío, cuando Joe se negó a vender La Mansión. Ahora lo entiendo. No tenía nada que ver con la herencia ni con compartir los bienes, sino con dejar a su hijo de veintiún años a cargo de un club de sexo súper pijo. Normal que les preocupara y que se cabrearan bastante. Es lógico que no aprobasen su relación con Carmichael. Dios santo, ¿sería Carmichael quien animó a Joe a adoptar ese estilo de vida? Joe dijo que se lo pasó en grande. ¿Qué clase de joven no disfrutaría como un loco en una casa donde se hace de todo? Ha practicado de lo lindo. Y es más que probable que sea verdad lo de que no se ha follado a ninguna mujer dos veces... Excepto a mí.
No hace falta ser Einstein para saber por qué me echaron miradas asesinas todas aquellas mujeres en La Mansión. Todas lo deseaban. No. Todas deseaban repetir.
Se la jugó al llevarme allí, pero, ahora que lo pienso, nadie se me acercó, nunca estaba sola, nunca se me dio libertad para explorar a mis anchas. ¿Estaba todo el mundo al tanto de mi ignorancia? ¿Habían recibido instrucciones de cerrar el pico y no acercarse a mí? He sido el hazmerreír de todo el mundo. Se ha esforzado al máximo para que no me enterara. ¿Cómo pudo pensar que iba a salirle bien? Los comentarios de Sarah sobre el cuero... Hundo aún más la cabeza en la almohada, sumida en la desesperación.
—¿___? —Levanto la vista y veo a Sam en la puerta, tan derrotado como antes—. Se ha estado devanando los sesos a diario pensando en cómo contártelo. Nunca lo había visto así.
—¿Siendo rechazado? —digo con sarcasmo—. No, no creo que a Joe Jonas le den calabazas a menudo.
—No. Quiero decir loco por una mujer.
—Lo está, pero de atar. —Me echo a reír.
Sam frunce el ceño y sacude la cabeza.
—Loco por ti.
—No, Sam. Joe está loco por controlarme y manipularme.
—¿Puedo? —Señala el borde de mi cama.
—Tú mismo —refunfuño sin piedad.
Se sienta en un extremo de la cama. Nunca lo había visto tan serio.
—___, conozco a Joe desde hace ocho años. Ni una sola vez lo he visto comportarse así con una mujer. Nunca ha tenido relaciones, sólo sexo, pero desde que te conoció es como si hubiera encontrado su propósito en la vida. Es un hombre distinto y, aunque te hayas sentido frustrada por lo protector que es, como amigo, me hacía feliz ver que por fin alguien le importaba lo suficiente como para que actuara de ese modo. Por favor, dale una oportunidad.
—Su comportamiento no era sólo protector, Sam. —Lo de ser protector no es más que el principio de una larga lista de exigencias irracionales.
—Sigue siendo Joe. —Sam repite las palabras de Kate y me mira suplicante—. La Mansión es su empresa. Sí, mezclaba los negocios con el placer, pero no tenía nada más. Todo cambió cuando llegaste a su vida.
—No puedo hacer como si nada e ignorarlo, Sam.
Sonríe y me coge la mano.
—Si me dices que puedes dejarlo, sin ninguna duda y sin remordimientos, entonces me callo y me voy. Si me dices que no lo quieres, me voy. Pero no creo que puedas. Estás aturdida y confundida, eso lo sé. Y sí, tiene un pasado, pero no puedes ignorar el hecho de que te adora, ___ . Lo lleva escrito en la cara y sus actos lo expresan con claridad. Dale una oportunidad, por favor. Se merece una oportunidad.
Parece que Sam se ha preparado y ha ensayado bien el discursito de súplica en nombre de su amigo. Puede que así sea. Debían de saber que al final me enteraría. ¿Puedo superar esta mierda? Sé que no me estoy haciendo ningún favor aquí tirada, hecha una pena y dándole vueltas a lo mismo una y otra vez. Estoy intentando asimilar algo que no entiendo y que nunca entenderé. Es el dueño de un club de sexo. Este rollo no encaja en mi idea de un felices para siempre. ¿Podré confiar en él algún día? ¿Le importo lo suficiente como para que se comporte así? ¿Que me adore equivale a que me ame? Al principio no hacía ni caso de lo que Joe me decía en la cama. Todos esos líos de «eres sólo mía» y de que no iba a dejar que me marchara nunca. Decía muchas cosas: «Me gustas cubierta de encaje», «Me encanta el sexo soñoliento contigo», «Me encanta tenerte aquí»... pero nunca lo que yo tanto ansiaba escuchar. ¿Debería haberlo interpretado de otro modo? ¿Me estaba diciendo lo que yo quería oír pero con otras palabras? Buscaba sin cesar que le asegurase que no iba a irme. Si lo único que necesitaba era la seguridad de que no iba a largarme a ninguna parte, lo cierto es que se la di en muchas ocasiones, ¿no es así? Siempre le decía que iba a quedarme, pero entonces no sabía nada de La Mansión. Y ahora lo sé y he salido corriendo.
Siempre me quería de encaje, no de cuero. Insistió en que era suya. Era posesivo hasta el extremo, más allá de lo razonable. Siempre quería taparme, que nadie me viera nada, sólo él. Lo del cuero, lo de compartir pareja y la exposición del cuerpo femenino debe de formar parte del día a día en La Mansión. ¿Estaba intentando convertirme en lo contrario de todo lo que conoce? ¿De todo aquello a lo que está acostumbrado? Entonces ¿qué hay del sexo?
Me incorporo. Necesito hablar con él. Creo que podría superar lo de La Mansión, pero estoy segura de que nunca conseguiré olvidar a Joe. Es una decisión muy simple, la verdad. Que estuviera tan desesperado y tan hecho polvo significa que lo está pasando mal, ¿no? No se comportaría así si yo no significara nada para él, ¿verdad? Son demasiadas preguntas...
Miro a Sam. Una pequeña sonrisa ilumina su cara de pícaro.
—Mi trabajo aquí está hecho —dice imitando a Joe. Se levanta con una mueca de dolor—. Esa zorra malvada... ya llorará cuando no pueda cumplir.
Sonrío para mis adentros. Es obvio que la noticia bomba no ha afectado a Kate del mismo modo que a mí. Me pongo lo primero que pillo (unos vaqueros rotos y una camiseta de Jimmy Hendrix) y cojo las llaves del coche. Las lágrimas me inundan los ojos y la culpa me abre un agujero enorme en el estómago a puñetazos. La he cagado a lo grande. Él quería poner las cartas sobre la mesa. Iba a contarme lo de La Mansión, pero ¿y si quería decirme algo más? Espero que sí, porque voy a averiguarlo. La advertencia de Sarah, que Joe no es la clase de hombre con el que una deba plantearse un futuro, hace una aparición estelar en mi mente mientras corro hacia el coche. Quizá tenga razón, pero no puedo vivir sin saber qué quería decirme.