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 Seduction (Joe y ___) ADAPTADA

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Lady_Sara_JB
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 5 Icon_minitimeAbril 21st 2014, 13:47

Y como me fue muy bien hoy en la escuela... La segunda parte del capítulo...


Capítulo 30 Parte 2
Cuando llegamos al ático, me siento en un taburete de la cocina y apoyo la cabeza entre las manos. Mi respiración empieza a volver a la normalidad.
 
—Toma.
 
Levanto la vista y veo una botella de agua ante mis narices. La cojo, agradecida, y me bebo el maravilloso líquido helado. Me seco la boca con el dorso de la mano.
 
—Llenaré la bañera. —Me mira con simpatía, pero también detecto cierto deleite. ¡Capullo engreído!
 
Me levanta del taburete y me lleva arriba, agarrada a él, como ya es habitual, igual que un chimpancé.
 
—No tengo tiempo para un baño. Mejor me doy una ducha —digo cuando me deja en la cama. Lo que daría por poder acurrucarme bajo las sábanas y no despertarme hasta la semana que viene.
 
—Tienes tiempo de sobra. Desayunaremos e iremos a La Mansión a media mañana. Ahora, toca estirar.
 
Me besa la frente sudada y se va al cuarto de baño.
 
¿Cómo que a La Mansión? ¿Para qué? Entonces caigo en la cuenta, antes de que mi cerebro tenga ocasión de ordenarle a mi boca que articule la pregunta. ¿Decía en serio lo de que él era mi cita de todos los días hasta el final del año académico?
 
«¡Mierda!»
 
Las cien mil libras eran para mantener a Patrick callado mientras disfruta de mí mañana, tarde y noche. Maldita sea. ¿Y qué pasa con mis otros clientes, con Van Der Haus, que es mi otro cliente importante? Él solito es capaz de multiplicar por diez los ingresos de Patrick. Ay, Dios, creo que van a pasar por encima de alguien.
 
—Joe, necesito ir a la oficina. —Pruebo suerte con un tono tranquilo y razonable. No sé por qué he escogido este tono en particular. ¿Cuál sería la alternativa? ¿Exigente? ¡Ja!
 
—No. Estira. —Una respuesta corta y directa seguida de una orden que me dicta desde el cuarto de baño.
 
Voy a perder mi trabajo. Lo sé. Se saldrá con la suya, pasará por encima de mi vida social y de mi carrera, y luego me tirará como un pañuelo de papel usado. Me habré quedado sin trabajo, sin amigos, sin corazón y, lo que es peor, sin Joe. Me estoy mareando. ¿Qué voy a hacer? Estoy demasiado cansada como para salir corriendo si inicia una cuenta atrás, no podría llegar muy lejos ni aunque lo intentara con todas mis fuerzas. Y un polvo de entrar en razón remataría mi pobre corazón, que lleva una buena paliza encima.
 
—Todo mi material está en la oficina. Mis programas de ordenador, mis libros de referencia, todo —digo con una vocecita.
 
Aparece en el umbral de la puerta del baño mordiéndose el labio.
 
—¿Te hacen falta todas esas cosas?
 
—Sí, para hacer mi trabajo.
 
—Vale, pararemos en tu oficina. —Se encoge de hombros y vuelve al cuarto de baño.
 
Me tiro en la cama de nuevo, desesperada. ¿Qué demonios voy a decirle a Patrick? Suspiro de agotamiento. Me ha dejado sentirme segura al traerme a casa en taxi y cargar con mi cuerpo cansado escaleras arriba cuando mis piernas no podían más, y yo me lo he creído. Estoy tan loca como él. Nunca tendré el control.
 
—El baño está listo —me susurra al oído y me saca de mis cavilaciones.
 
—Lo decías en serio, ¿verdad? —le pregunto cuando me levanta de la cama y me lleva en brazos al cuarto de baño. La enorme bañera que domina la habitación está sólo medio llena.
 
—¿El qué? —Me deja en el suelo y empieza a desprenderme de mi ropa deportiva mojada.
 
«¡Tienes la cara muy dura!»
 
—Lo de no compartirme.
 
—Sí.
 
—¿Y mis otros clientes?
 
—He dicho que no quiero compartirte. —Me baja los pantalones cortos y me da un golpecito en el tobillo. Obedezco y levanto los pies, primero uno y luego el otro.
 
¿Cómo voy a hacerlo? Por un lado, no me entusiasma precisamente la idea de pasar más tiempo del justo y necesario en La Mansión, bajo la gélida mirada de doña Morritos, y, por el otro, necesito atender a mis clientes actuales. Para eso me pagan. ¿No quiere compartirme?
 
¿Qué?
 
¿Con nadie?
 
¿Hasta cuándo?
 
—Joe, no necesito estar en La Mansión para hacer los diseños.
 
Me mete en la bañera y empieza a desvestirse.
 
—Sí que lo necesitas.
 
Me hundo en el agua caliente. Mis músculos doloridos lo agradecen.
Es una pena que no me relaje también la mente, que tiene ganas de gritar.
 
—No, no me hace falta —afirmo. Intento plantarme otra vez. ¡Qué chiste!
 
Está muy enfadado cuando entra en la bañera detrás de mí y apoya mi espalda contra su pecho. Se queda callado un momento antes de respirar hondo.
 
—Si te permito volver a la oficina, tienes que hacer algo por mí.
 
¿Si me permite? Este hombre va más allá de la arrogancia y la seguridad en sí mismo. Pero está negociando, lo cual es una mejora con respecto a exigírmelo u obligarme a hacerlo.
 
—Vale, ¿qué?
 
—Vendrás a la fiesta de aniversario de La Mansión.
 
—¿Qué? ¿A un evento social?
 
—Sí, exacto, a un evento social.
 
Me alegro de que no pueda verme la cara, porque, si pudiera, la vería retorcida del disgusto. Así que ahora estoy entre la espada y la pared. Me libro de ir a La Mansión hoy, pero en realidad sólo consigo posponerlo, no evitarlo del todo. ¿Para un evento social? ¡Preferiría meter la cabeza en el váter!
 
—¿Cuándo? —Sueno menos entusiasmada de lo que estoy, que ya es decir.
 
—Dentro de dos semanas. —Me rodea los hombros con los brazos y hunde la cara en mi cuello.
 
Debería estar bailando por el cuarto de baño de la alegría. Quiere que lo acompañe a un evento social. Da igual que sea en su hotel pijo, me quiere allí. Pero no estoy segura de estar preparada para pasar la velada bajo la mirada atenta y hostil de Sarah, y no me cabe duda de que ella también asistirá.
 
—Vendrás. —Me mete la lengua en la oreja, la recorre un par de veces y me besa el lóbulo antes de volver a introducir la lengua.
 
Me retuerzo bajo su calidez, mi cuerpo resbala contra el suyo.
 
—¡Para! —Me estremezco.
 
—No. —Me aprieta fuerte y yo me encojo. Hay agua por todas partes—. Dime que vendrás.
 
—¡Joe! ¡No! —Me echo a reír cuando su mano llega a mi cadera—. ¡Para!
 
—Por favor —me ronronea al oído.
 
Dejo de resistirme. ¿Por favor? ¿Lo habré oído mal? Me quedo petrificada. ¿Joseph Jonas ha dicho por favor? Vale, así que está negociando y ha dicho por favor. Si lo miro por el lado bueno, al menos sé que planea tenerme en su vida unas cuantas semanas más. Si hubiera pasado todo el día en La Mansión, no me cabe la menor duda de que habría tenido que ir a la fiesta de aniversario de todos modos. Debería dar las gracias, creo.
 
—Vale, iré —suspiro, y me gano un súper apretón y una caricia fuera de serie. Levanto los brazos y le paso las manos por los antebrazos. Lo he hecho feliz, y eso, a su vez, me hace muy feliz.
 
Así que voy a ser su acompañante. Sarah estará encantada. En realidad, voy a ir y voy a esperar el día con ilusión. Me quiere allí, y eso significa algo, ¿no? No puedo evitar la sonrisa de satisfacción que me curva las comisuras de los labios. No suelo ser competitiva, pero detesto a Sarah y Joe me gusta mucho, así que es lógico, la verdad.
 
—¿Cuántos años cumple? —pregunto.
 
—¿Cómo?
 
—La Mansión, que cuántos años cumple.
 
—Unos cuantos.
 
Me vuelvo para tenerlo en mi campo de visión, pero ha puesto cara de póquer. No va a decirme nada. Sacudo la cabeza, miro al frente y le dejo guardar su estúpido secretito. A estas alturas ya me da igual. Lo quiero y nada puede cambiarlo.
 
—Nunca me había dado un baño —comenta.
 
—¿Nunca?
 
—No, nunca. Soy hombre de duchas. Pero creo que voy a convertirme en hombre de baños.
 
—A mí me encanta bañarme.
 
—A mí también, pero sólo contigo. —Me da un achuchón—. Menos mal que la decoradora adivinó que iba a hacer falta una buena bañera.
 
Me río.
 
—Creo que lo hizo bien. —Ni en un millón de años habría adivinado que iba a bañarme en ella cuando ayudé a coordinar el traslado del mamotreto en grúa a través de la ventana. En aquel momento, casi me arrepentí de haber sido tan extravagante, pero ahora disfruto de los placeres de la gigantesca bañera hecha a medida. Mi sufrimiento ha valido la pena.
 
—Me pregunto si alguna vez pensó en darse un baño en ella —musita.
 
—Para nada.
 
—Pues me alegro de que lo esté haciendo. —Me muerde el lóbulo de la oreja y noto que sus pies se deslizan por mis espinillas y acarician los míos por encima del agua jabonosa.
 
Cierro los ojos y apoyo la cabeza en su pecho. A fin de cuentas, tal vez debería pasar de ir trabajar y quedarme con él todo el día. Adormilada en la bañera, decido que charlar con Joe mientras nos bañamos es uno de mis nuevos pasatiempos favoritos. Y que es posible que empiece a correr por las mañanas. Nada de distancias para locos, sólo alrededor de los parques reales, una o dos vueltas día sí, día no. Tengo que acordarme de estirar.
 
—Vas a llegar tarde a trabajar —me dice con dulzura al oído. Hago una mueca. Estoy demasiado a gusto—. Piensa... que si no fueras a trabajar podríamos quedarnos aquí más tiempo.
 
Me besa en la sien y se pone de pie para salir. Me deja pensando en silencio que ojalá hubiera cedido cuando ha insistido en que me quedara con él todo el día.
 
Resoplo enfurruñada y cojo su champú. Parece que hoy mi pelo va a volver a tener un mal día.
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CristalJB_kjn
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 5 Icon_minitimeAbril 21st 2014, 16:29

wolaaaaaaaa q kreees amo tu novela esta genial si si sube mas si¿ por favor¡
gracias
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nasgdangerJONAS
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 5 Icon_minitimeAbril 21st 2014, 17:48

hellow x)
listo! ya me puse al día *-* me encanto leer taanto xD
en serio, joe es extremadamente estresante y exasperante u.u pero cuando es lindo, tierno, se esmera :')
espero que la sigas pronto linda! me encanta
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 5 Icon_minitimeAbril 21st 2014, 19:19

joe me estresa es extremadamente exigenteeee -.-
aunque cuando es tierno es tan añuñu jajaj sigueelaaa
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albitahdejonass:$
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 5 Icon_minitimeAbril 23rd 2014, 11:11

Joooo que intriga!!!! Gracias por la respuesta preciosa!! Sigue siguee!!!
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Lady_Sara_JB
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 5 Icon_minitimeAbril 25th 2014, 13:07

Capítulo 31
 
Entro descalza en el dormitorio y veo el vestido entallado de color crema sobre la cama, al lado de mis tacones nude y un conjunto de ropa interior de encaje que no me suena de nada. Frunzo el ceño y cojo la lencería desconocida. Me ha comprado ropa interior ¿y me la ha comprado de mi talla? De verdad cree que puede decirme cómo vestir.
 
Paso los dedos por el delicado encaje de color crema claro. Es precioso, pero un pelín excesivo para la oficina. Busco para ver si tengo otra cosa en la bolsa del gimnasio, pero no hay nada. Ni bragas y sujetador ni tampoco otro vestido. No hay ropa. Es un capullo astuto.
 
Me resigno y acepto mi destino. Me preparo para ponerme la ropa interior y el vestido que Joe ha decidido que voy a llevar hoy. Supongo que debería estarle agradecida por no haber elegido un jersey grande y grueso. La verdad, es un gran alivio que haya tenido la iniciativa de dejarme un secador. Me maquillo, me seco el pelo —que me queda un poco enmarañado—, me lo recojo y voy al piso de abajo.
 
Joe está en la isla de la cocina hablando por el móvil y metiendo el dedo en un bote de mantequilla de cacahuete. Me mira y casi me caigo de culo por culpa de su arrebatadora sonrisa. Sí, está súper satisfecho consigo mismo.
 
Le recorro el cuerpo con la mirada: va vestido con traje gris y camisa negra. Suspiro de admiración. Se ha puesto gel fijador en el pelo castaño y lo lleva peinado a un lado, un poco alborotado. Me encanta que no se haya afeitado. Tiene un aspecto muy masculino y está guapo a rabiar. ¿Por qué habré insistido tanto en ir a trabajar?
 
—Iré en cuanto deje a ___ en el trabajo. —Se vuelve en el taburete y ladea la cabeza—. Sí, dile a Sarah que lo quiero en mi mesa cuando llegue.
 
Se da unas palmaditas en el regazo y me acerco intentando no poner mala cara tras haber oído el nombre de esa arpía.
 
—Anulamos su carnet de socio, así de sencillo. —Me siento en sus rodillas y sonrío cuando hunde la cara en mi cuello y me huele—. Puede protestar todo lo que quiera, queda expulsado. Punto —espeta con brusquedad. —¿De qué habla?—. Que Sarah lo cancele... sí... muy bien... te veo pronto.
 
Cuelga, tira el teléfono sobre la encimera y serpentea con las manos debajo de mis rodillas para sentarme mejor en su regazo. Me recibe con un beso glotón y generoso. Gime en mi boca de pura satisfacción.
 
—Me gusta tu vestido —musita contra mis labios. Huele mucho a menta, mezclada con un poco de mantequilla de cacahuete. No soporto la mantequilla de cacahuete, pero a él lo adoro y me encanta que sea tan atento, así que me olvido de la mantequilla.
 
—Claro que te gusta, ¡lo has elegido tú! ¿Y la ropa interior?
 
Me da un pico y me suelta.
 
—Ya te lo he dicho: siempre encaje. —Me recorre con la mirada.
 
No discuto, no tiene ningún sentido, si es que alguna vez lo tiene, y además ya la llevo puesta.
 
—¿Quieres desayunar? —pregunta.
 
Miro el reloj de la cocina.
 
—Me tomaré algo en la oficina. —No puedo llegar tarde.
 
Cojo el bolso para sacar mis píldoras.
 
—¿Puedo servirme un vaso de agua?
 
—Toda la que quieras, nena.
 
Vuelve a su bote de mantequilla de cacahuete.
 
Voy al gigantesco frigorífico y rebusco en las profundidades de mi bolso. ¿Dónde están? Suelto el bolso en la encimera, junto a la nevera, y lo vacío. Mis píldoras anticonceptivas no están. Otra vez no, por favor. No tengo remedio.
 
—¿Qué ocurre? —me pregunta.
 
—Nada —farfullo mientras lo meto todo de nuevo en el bolso—. Joder —maldigo en voz baja. Pero entonces me dedico un aplauso mental por haber guardado por separado los blísteres y haber dejado algunos en mi cajón de la ropa interior.
 
—Vigila esa boca, ___ —me regaña—. Venga, vas a llegar tarde.
 
—Lo siento —murmuro—. Es culpa tuya, Jonas.
 
Me cuelgo la bandolera del hombro.
 
—¿Mía? —pregunta con los ojos muy abiertos—. ¿Qué es culpa mía?
 
—Nada, pero me retraso porque me estás distrayendo —lo acuso.
 
Me mira y tuerce el gesto.
 
—Te encanta que te distraiga.
 
Pues sí. No puedo negarlo.
 
Me deja en Berkeley Square en un tiempo récord. Son un peligro sobre ruedas, él y su estúpido cochecito de gama alta. Lo aparca en una zona prohibida en la esquina y se vuelve para mirarme. Se está mordiendo el labio inferior, lleva haciéndolo casi todo el trayecto. ¿Qué estará pensando?
 
—Me encanta despertarme a tu lado —dice con dulzura, y se acerca para acariciarme el labio con el pulgar.
 
Yo también me vuelvo para mirarlo a la cara.
 
—Y a mí. Pero no me gusta que me dejen hecha polvo por llevarme a correr a las cinco de la mañana.
 
Mis piernas ya están resentidas, y van a ir a peor. No estiré después de correr porque don Difícil y su manía de llevarme la contraria me distrajeron. Voy a estar muy incómoda todo el día, sólo me faltaban los tacones para rematarlo.
 
—¿Preferirías que te follara hasta dejarte hecha polvo? —Me dedica su sonrisa arrebatadora y me pasa la mano por la parte delantera del vestido.
 
«Ah, no, ¡de eso nada!»
 
—No. Prefiero el sexo soñoliento —lo corrijo. Me acerco, le planto un beso casto en los labios, me bajo del coche y lo dejo solo con su ceño fruncido. Vuelvo a entrar—. Te veo mañana. Gracias por dejarme exhausta antes de ir a trabajar.
 
Cierro la puerta y empiezo a caminar con mis piernas maltratadas y el par zapatos más incómodo que tengo. Gracias a Dios que me toca pasar el día en la oficina, porque no podría patearme Londres con estos taconcitos. El teléfono me grita desde el bolso. Lo saco.
 
Estás increíble con ese vestido. Buena elección. De nada. Bss, J.
 
Me vuelvo y veo que me está mirando. Doy una vueltecita sobre mí misma y diviso su deslumbrante sonrisa antes de captar el rugido gutural de su coche, que desaparece a toda pastilla. Sonrío para mis adentros. Ha sido bastante razonable esta mañana.
 
Entro en la oficina y me encuentro a Tom consolando a Victoria, que está sentada a su escritorio. Pongo los ojos en blanco disimuladamente. ¿Qué drama se ha montado a las ocho y media de un viernes por la mañana?
 
—Ve a que te la arreglen —le dice Tom con cariño pasándole la mano por la espalda para calmarla. Me fijo y veo que Victoria se está mirando la uña del pulgar. Vuelvo a poner los ojos en blanco.
 
—¡Hoy no tengo tiempo! —lloriquea—. ¡Esto es un desastre!
 
¿Se ha roto una puñetera uña? Esta chica debería haber estudiado arte dramático. Entonces me acuerdo... Tiene una cita con Drew esta noche. Sí, esto es un verdadero desastre para Victoria. Voy hacia mi mesa y me planta delante la uña rota. Tom sigue pasándole la mano por la espalda. Mi compañero me mira con dramatismo y cara de «Señor, dame fuerzas» antes de venir corriendo a mi lado de la oficina. Sé lo que toca ahora.
 
Apoya las palmas de las manos en mi mesa y se inclina hacia adelante.
 
—Quiero saberlo todo.
 
—Chitón. —Lo miro con el ceño fruncido y echo la vista atrás para ver si Patrick está en su despacho. No está, pero puede que se encuentre en la cocina o en la sala de reuniones. Debería haber sabido que mi amigo, gay y muy curioso, querría interrogarme sobre la visita sorpresa que Joe hizo ayer a la oficina. De hecho, lo que no sé es cómo ha podido esperar a esta mañana.
 
Tom hace un gesto con la mano para quitarle importancia.
 
—No está. ¡Desembucha!
 
Centro la atención en el ordenador, lo enciendo y muevo el ratón sin ningún propósito concreto. ¿Qué le digo? ¿Que me he enamorado de un hombre mandón, exigente, neurótico, irracional, que pasa por encima de quien haga falta, que casualmente es un cliente y que me folla hasta hacerme perder el sentido? Ah, y que también me amenaza con iniciar la cuenta atrás si lo desobedezco. Sí, con eso lo tiene todo. Levanto la vista y veo que Victoria se ha unido al interrogatorio.
 
—Está como un queso, el h. de p. —canturrea.
 
—¿H. de p.?
 
—Hijo de perra —responden al unísono.
 
Ah. Sí, eso también. Sonrío para mis adentros y estiro las piernas bajo la mesa con un suspiro. Qué gusto.
 
—¡Queremos saberlo todo!
 
—Me acuesto con él. —Me encojo de hombros. «¡Estoy enamorada de él!»
 
Me miran como si me hubieran salido cuernos. Luego se miran el uno a la otra y ponen los ojos en blanco. Se cruzan de brazos y se quedan de pie, delante de mí. Tom me estudia a través de sus gafas de moderno y yo bajo la vista para ver si también están dando golpecitos en el suelo con el pie.
 
—___, eso ya lo sabemos —bufa Tom, impaciente—. Lo que queremos saber es si el sexo de recuperación se ha convertido en algo más  interesante.
 
Acerca aún más la cabeza a mí y me siento observada en un microscopio. Eso están haciendo. Dejo de tocarme el pelo con los dedos.
 
—Podría preguntárselo a Drew —interviene Victoria con voz chillona.
 
—¿Qué? —Le lanzo una mirada furiosa al darme cuenta de lo que quiere decir—. Victoria, no estamos en el instituto. No necesito que preguntes a sus amigos. ¡Mantén la boca cerrada! —He sido muy borde, pero es que realmente me cuesta creer que haya sugerido algo tan patético e inmaduro.
 
Me mira con expresión dolida, lo deja estar y vuelve a su mesa y a su uña rota. Tom me observa con cara de desaprobación. Sacudo la cabeza. Esta chica a veces es tonta de remate.
 
—Es sexo, nada más —lo informo—. ¡Ahora, déjame en paz!
 
Cojo el ratón y lo muevo sin rumbo por la pantalla.
 
—Ajá —farfulla antes de irse y dejarme tranquila—. Y una mierda es sólo sexo —lo oigo murmurar.
 
Paso la mañana llamando a mis clientes y revisando plazos. Estoy satisfecha. Todo va como la seda. No hay dramas de los que ocuparme ni contratistas perezosos a los que despedir. Anoto unas cuantas citas para la semana que viene y sonrío al escribir entre las diagonales trazadas con rotulador permanente. Tengo que cambiar de agenda antes de que Patrick vea la infinidad de citas diarias con el señor de La Mansión.
 
Acepto gustosa el capuchino y la magdalena que aterrizan en mi mesa, cortesía de Sally, y frunzo el ceño al oír un caos de bocinas en la puerta de la oficina. Miro y veo una furgoneta rosa aparcada en doble fila y a Kate saludando con la mano como una loca en mi dirección. Intenta llamar mi atención. Salto de la silla y gruño ante el grito de protesta de mis músculos. Resoplo con cada paso que doy hasta llegar a Margo Junior y sonrío con afecto al ver el rostro emocionado de mi amiga.
 
—¿Verdad que es una belleza? —Kate acaricia con amor el volante de Margo Junior.
 
—Es preciosa —le digo, pero entonces me acuerdo de otra cosa—. ¿A qué juegas dejando que Sam escarbe en mi cajón de la ropa interior?
 
—¡No pude impedírselo! —dice con una voz dos tonos más aguda de lo habitual y a la defensiva. Como debe de ser—. Es un cabroncete picarón—sonríe.
 
No me cabe la menor duda. Lo que me recuerda la tontería esa de tener a Kate atada a la cama. Me siento tentada a preguntarle, pero en seguida decido que prefiero no saberlo.
 
—¿Qué tal está Joe? —La sonrisa le va ahora de oreja a oreja.
 
—Bien. —La miro recelosa.
 
—Has dormido con él —dice en tono sugerente—. ¿Lo has pasado bien?
 
Me atraganto.
 
—Bueno, me llevó de paquete en una supermoto Ducati 1098, hizo que Sarah me lanzara miradas como cuchillos y me ha obligado a correr catorce kilómetros esta mañana. —Me agacho para masajearme los muslos doloridos.
 
—Joder, ¿sigue dándote el coñazo? Dile que se vaya a paseo. — Frunce el ceño—. ¿Has corrido catorce kilómetros? Qué putada. ¿Y qué diablos es eso de una Ducati?
 
—Una supermoto. —Me encojo de hombros. Yo tampoco habría sabido lo que era hace unos días—. Ha ingresado cien mil libras en la cuenta de Rococo Union.
 
—¿Qué? —chilla.
 
—Lo que oyes.
 
—¿Por qué?
 
Me encojo de hombros.
 
—Para que Patrick esté tranquilo mientras él dispone de mí. No quiere compartirme.
 
—¡Guau! Ese hombre está loco.
 
Me río. Sí, es un loco; un loco que alucina; un loco rico; un loco difícil; un loco adorable...
 
—¿Salimos esta noche? —pregunto. He rechazado al loco porque daba por sentando que Kate estaría disponible. Es él quien no puede dar por sentado que yo estaré disponible para que me folle siempre que le apetezca. Aunque resulta tentador.
 
—¡Desde luego! ¡Avisa a Victoria y al gay!
 
Me relajo, aliviada.
 
—Victoria tiene una cita con Drew, pero avisaré a Tom. ¿No vas a ver a Sam esta noche? Empieza a formar parte del mobiliario de tu piso. — Arqueo una ceja. En realidad, es una pieza de mobiliario medio en cueros, pero eso me lo callo.
 
Va a decirme que sólo está pasando un buen rato.
 
—Sólo estamos pasando un buen rato —responde altanera.
 
Me río de su indiferencia. Sé que es pura fachada. Estamos hablando de la chica que no ha tenido una segunda cita desde hace años. Sam es muy mono. Entiendo que le guste.
 
Alguien empieza a tocar la bocina detrás de Margo Junior.
 
—¡Que te den! —grita Kate—. Me voy. Te veo luego en casa. Te toca a ti comprar el vino.
 
Sube la ventanilla con una amplia sonrisa dibujada en la cara. No puedo creerme que le haya comprado una furgoneta.
 
De repente, recuerdo el trato que he hecho a cambio de mi ropa... No puedo beber esta noche. Bueno, a la porra. Estoy deseando tomarme una o dos copas. No se enterará nunca. Kate desaparece por la calzada y yo regreso a la oficina.
 
—Ha llamado Patrick —me dice Sally cuando paso junto a su mesa—. No va a venir en todo el día. Está jugando al golf.
 
—Gracias, Sal.
 
Me siento en mi silla y estiro las piernas. Sí, ahora sí que me duelen. Me levanto y me llevo el talón al culo. Respiro con gusto cuando los músculos de mis muslos se estiran como es debido. Mi móvil empieza a saltar sobre la mesa y Placebo canta Running up that Hill. No tengo ni que mirar la pantalla para saber quién es. Tiene un gusto musical exquisito.
 
—Me gusta —lo saludo.
 
—A mí también. Luego la pondremos para hacer el amor.
 
—No vas a verme luego. —Se lo recuerdo de nuevo. Lo está haciendo a propósito.
 
—Te echo de menos.
 
No puedo verlo, pero sé que está poniendo un mohín. En cuanto a lo de hacer el amor... Bueno, es mucho mejor que follar. Sonrío, el corazón me da saltitos en el pecho.
 
—¿Me echas de menos?
 
—Mucho —refunfuña. Miro el ordenador. Es la una. No han pasado ni cinco horas desde que nos despedimos—. No salgas esta noche —me dice. No es una súplica, es una orden.
 
Vuelvo a sentarme. Sabía que esto iba a pasar.
 
—No te atrevas —le advierto con toda la asertividad que soy capaz de reunir—. He hecho planes.
 
—¿Sabes?, puede que estés en la oficina, pero no creas que no voy a ir allí a follarte hasta que entres en razón. —Lo dice muy en serio, incluso un poco enfadado.
 
No será capaz. ¿O sí? Maldita sea, ni siquiera estoy segura.
 
—Sírvete tú mismo —respondo sin tomármelo en serio.
 
Se ríe.
 
—Lo decía en serio, señorita.
 
—Lo sé. —No me cabe la menor duda, pero tendrá que esperar hasta mañana para follarme como prefiera.
 
—¿Tienes agujetas en las piernas? —pregunta justo cuando las estoy estirando bajo la mesa otra vez.
 
—Más o menos. —No voy a darle el gusto de confesar que me duelen un montón. Me daré un baño con sales Radox antes de salir. Un momento... ¿Habrá intentado lisiarme para que no pueda salir esta noche?
 
—Más o menos —repite, y su voz áspera está cargada de burla—. ¿Recuerdas nuestro trato?
 
Me cabreo conmigo misma. Me he estado engañando al pensar que iba a olvidarse de su trato. Y ahora estoy segura de que me ha hecho correr una maratón al amanecer con la intención de dejarme inmovilizada.
 
«¡Don Controlador!»
 
—No hace falta que me eches un polvo de recordatorio —mascullo. Nunca se enterará. No voy a emborracharme hasta el punto de tener una resaca espantosa, tengo la última aún demasiado reciente.
 
—Cuidado con esa boca, ___ —suspira con cansancio—. Y yo decidiré cuándo y si es necesario un polvo de recordatorio.
 
¿Lo dice en serio? Me quedo un poco boquiabierta al teléfono. ¿Acaso no tiene sentido del humor? Me levanto y estiro el muslo con un gemido satisfecho. Malditos sean él y su carrerita al amanecer.
 
—Recibido —confirmo con todo el sarcasmo que se merece.
 
—¿Te veo esta noche? —suspira.
 
—¿Mañana? —La verdad es que quiero verlo, a pesar de que es un hombre difícil.
 
—Te recojo a las ocho.
 
¿A las ocho? Es sábado y quiero dormir hasta tarde. ¿A las ocho? Así no voy a emborracharme, no con Joe dando la lata a las ocho.
 
—Al mediodía —contraataco.
 
—A las ocho.
 
—A las once.
 
—A las ocho —ladra.
 
—¡Se supone que tienes que ceder un poco! —Este hombre es imposible.
 
—Te veo a las ocho. —Cuelga y me deja a la pata coja con el teléfono en la oreja. Miro mi móvil sin poder creérmelo. Que aparezca a las ocho si quiere, no estaré despierta para abrirle, y dudo mucho que Kate lo esté. Dejo caer mi cuerpo dolorido en la silla con un par de resoplidos. No pienso volver a ir a correr.
 
—Tom —lo llamo—, vamos a salir esta noche. ¿Te vienes?
 
Me mira con una sonrisa pícara y enorme en su cara de bebé.
 
—Debo rechazar la invitación con elegancia. —Me hace una pequeña reverencia, como el buen caballero que sé que no es—. ¡Tengo una cita!
 
—¿Otra?
 
—Yo no puedo ir. Imagino que ibas a invitarme —suelta Victoria sin levantar la vista de sus dibujos. No voy a dignificar su sarcasmo con una respuesta, así que opto por hacerle una mueca a sus espaldas.
 
—¡Sí! Éste es el hombre de mi vida —asiente Tom con la sonrisa de satisfacción más grande del mundo.
 
Dejo a Tom con su sonrisa y vuelvo a mi ordenador. Todos son el hombre de su vida.
 
Salgo de trabajar a las seis y voy directa a la tienda a comprar Radox y una botella de vino. Luego me meto en el metro. Tengo que resistir la tentación de descorchar la botella aquí y ahora. Es viernes, voy a ponerme al día con Kate esta noche y a pasar el día siguiente con mi controlador de carácter difícil. Perfecto.
 
Cruzo la puerta principal y me encuentro a Sam, medio desnudo, saliendo del taller de Kate. Ella lo sigue con una enorme sonrisa de satisfacción en la cara.
 
—¿Estáis de coña? —les suelto, e intento mirar a cualquier parte menos al cuerpazo de Sam.
 
Me ciega con su sonrisa más picarona y se vuelve para mirar a Kate, lo cual me deja con un primer plano de su espalda desnuda y su culo embutido en unos vaqueros bombacho. Es entonces cuando veo que lleva masa para tartas en la nuca.
 
—Te has dejado un poco. —Señalo con el dedo el goterón delator.
 
Kate vuelve a Sam para que quede encarado a mí y le lame la parte central de la espalda hasta llegar al cuello. Me sonríe, orgullosa, y yo me echo a reír. Vaya par de exhibicionistas.
 
Subo al apartamento resoplando por las punzadas de dolor que me recorren las piernas a cada paso. Voy directa al cuarto de baño para llenar la bañera y añado la mitad del relajante muscular en forma de sales. A continuación, me dirijo a la cocina para encargarme del requisito especial número dos: lleno una copa de vino para mí y otra para Kate. Hago un gesto de apreciación con el primer sorbo.
 
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 5 Icon_minitimeAbril 25th 2014, 21:48

joe es tan controladooorrrr
siguelaaaaaaaaa
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CristalJB_kjn
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 5 Icon_minitimeAbril 29th 2014, 17:21

Hola!
OMJ ese hombre no puede ser mas posesivo x q dios no lo deja neta
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albitahdejonass:$
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albitahdejonass:$


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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 5 Icon_minitimeMayo 1st 2014, 13:26

ohhhhhhhhhhh!!!!!! sigueeelaa!!!!!! Yo quiero un Joe (un poco menos controlador, porsupuesto) en mi vidaaa Sad jajajajjaajjajaj siguela ya pero ya!! Very Happy
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Lady_Sara_JB
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 5 Icon_minitimeMayo 3rd 2014, 10:57

Capítulo 32 Parte 2


A los cinco minutos, estoy lanzando por encima de mi hombro todas las prendas de mi cajón de la ropa interior, presa del pánico.
 
—¡Kate! —Sé que las puse aquí, así que ¿dónde coño están?
 
¡Si es una broma de Sam, voy a partirle el cuello!
 
Kate aparece al instante en mi cuarto.
 
—He cerrado el grifo de la bañera. ¿Qué pasa?
 
—Mis píldoras.
 
—¿Qué les pasa?
 
—Han desaparecido. —La acuso con la mirada—. No puedo creerme que dejaras a Sam entrar en mi habitación.
 
Me mira con los ojos como platos.
 
—Yo no lo dejé entrar. Además, si tus píldoras hubieran estado ahí, yo las habría visto.
 
Dejo escapar un grito de frustración y procedo a rebuscar en los demás cajones, por dentro y por fuera. Sé que las guardé aquí.
 
—¡Mierda!
 
—Relájate, puedes comprar más. ¿Se vienen Tom y Victoria?
 
Hago una bola con los contenidos del cajón de la ropa interior y la meto en el cajón.
 
—Ya lo hice. Y no, los dos tienen citas.
 
—Te organizas fatal —protesta, cansada del tema. Tiene razón, soy un desastre, pero me las apaño bien en el trabajo. Es mi vida privada la que se resiente—. ¡Anda! ¿Es esta noche cuando Victoria sale con Drew? —Kate me mira con sus dos enormes ojos azules.
 
—¡Sí! —Los míos le devuelven la mirada.
 
—No saldrá bien. Date prisa con el baño. Necesito ducharme.
 
Cojo mi vino y me voy al baño.
 
El agua me sienta fenomenal, y me lavo el pelo con champú y acondicionador. Me rasuro entera y me obligo a salir de la bañera antes de beberme el vino y cepillarme los dientes.
 
Una hora después, me he secado y rizado el pelo, me he puesto crema por todo el cuerpo y estoy a medio maquillar. Se abre la puerta de mi habitación y aparece Kate.
 
—¿Cuánto te queda?
 
—Media hora —confirmo al tiempo que abro mi cajón de la ropa interior.
 
—Guay. —Cierra la puerta.
 
La vuelve a abrir.
 
—¿Qué? —pregunto sin levantar la vista. Estoy buscando el conjunto adecuado.
 
Dos segundos después, me cogen, me quitan la toalla de un tirón y me encuentro en la cama con un hombre gigantesco encima de mí.
 
¡Un momento! Estoy totalmente desorientada y todavía llevo en la mano las bragas que pensaba ponerme. No me da ocasión ni de verle bien la cara. Sus labios chocan con los míos y empieza a comerme la boca con ansia. Pero ¿qué coño pasa? No puedo ni intentar soltarme ni preguntarle qué hace aquí. Me pone a cuatro patas y desliza los dedos por mi entrada —sin duda para ver si estoy lista— antes de desabrocharse la bragueta y empotrarse en mí con un grito entrecortado.
 
Chillo y, como premio, una mano me tapa la boca.
 
—Silencio —masculla entre una y otra arremetida.
 
¡Joder! Estoy indefensa mientras él entra y sale de mí con energía y decisión. La profundidad a la que llega hace que la vista se me nuble de inmediato, la cabeza me da vueltas de desesperación y de placer. Me aparta la mano de la boca, la lleva hacia mis caderas y tira de mí hacia él para que reciba cada uno de sus duros avances.
 
—¡Joe! —grito desesperada. No tiene piedad.
 
—¡Silencio he dicho! —ruge.
 
Mi placer aumenta sin parar y al final soy yo la que sale al encuentro de sus embestidas. Gime con cada envite y se adentra en mí a un ritmo trepidante. Choca contra mi útero y me envía a una neblina de euforia inesperada. Intento agarrarme a una almohada, pero estoy tan desorientada que sólo acierto a aferrarme a las sábanas. No logro reunir las fuerzas necesarias para levantar la cabeza y mirar. Estoy totalmente indefensa.
 
Siento que me agarra con más fuerza, que se tensa y se hincha en mi interior penetrándome más allá de lo imaginable. Es un polvo posesivo. Eso es lo que es. No es que me moleste. Estaré indefensa y a merced de su voluntad, pero aun así voy a tener un orgasmo atronador.
 
La velocidad a la que entra y sale de mí aumenta. Me la clava una vez más, profunda y lentamente, y me parto por la mitad, acometida por un orgasmo explosivo que me obliga a enterrar la cara en el colchón para ahogar un grito de alivio. Su rugido de semental retumba en la habitación cuando se me une en este delirio maravilloso. Se desmorona sobre mí, jadeando con fuerza en mi oído. Tiembla y da sacudidas dentro de mí, y por todo mi ser.
 
Ha sido toda una sorpresa. Estoy agotada e intento inhalar todo el aire posible para darles un descanso a mis pulmones. Hoy han trabajado duro.
 
—Por favor, dime que eres tú —jadeo con los ojos cerrados y absorbiendo el calor de su cuerpo a través de su traje. No se ha quitado ni la chaqueta.
 
—Soy yo —dice sin aliento, y me aparta el pelo de la espalda y me lame la piel desnuda con la lengua.
 
Suspiro feliz y lo dejo morderme y lamerme a gusto.
 
—No te duches —me ordena entre lametones.
 
—¿Por qué? —Frunzo el ceño entre las sábanas. No iba a hacerlo de todas formas, no tengo tiempo.
 
Se aparta, me da la vuelta, me agarra de las muñecas y las aplasta una a cada lado de mi cabeza. Me mira desde arriba. Su pelo repeinado de esta mañana ahora es un caos, pero no lo afea ni una pizca.
 
—Porque quiero que me lleves encima cuando salgas. —Deja caer los labios sobre los míos.
 
Ah, se trataba de pasarme por encima. Yo tenía razón. Debería haberlo sabido. Es un loco.
 
Me aplica una táctica nueva en la boca, hace remolinos con la lengua, gime dentro de mí y me mordisquea los labios. Es algo completamente distinto del feroz ataque que acabo de sufrir.
 
—¿Los hombres se sienten atraídos por las mujeres que acaban de follar? —pregunto con sus labios entre los míos.
 
—Esa boca. —Se aparta y me mira con desaprobación—. Has bebido.
 
«¡Mierda!»
 
—No. —Mi tono es de culpabilidad.
 
Me mira las muñecas cuando nota la tensión de mi reflejo natural. Luego me mira a mí con una ceja arqueada.
 
—Ni una más —me ordena con dulzura, y me da otro beso espléndido—. Esperaba encontrarte cubierta de encaje de color crema —susurra en nuestras bocas unidas.
 
Me alegro de que no haya sido así. Ahora estaría hecho pedazos en el suelo y es un conjunto precioso. Quizá me compre más de ésos, puede que en varios colores. Me libera una de las muñecas y me pasa el dedo por el costado, por la parte sensible de mis caderas y allá donde se unen mis muslos.
 
—Lo habrías destrozado —jadeo cuando me mete dos dedos. Aún no me he recuperado del último clímax de locura y ya está en marcha el siguiente. Este hombre tiene mucho talento.
 
—Es probable —confirma mientras mueve los dedos en círculo, muy adentro, todo lo lejos que le permiten los dedos.
 
—Hummm —suspiro totalmente satisfecha y tensando las piernas debajo de él.
 
—Tampoco te pases con el modelito de esta noche.
 
Estiro el brazo para cogerlo del hombro y atraerlo a mi boca pero no me deja. Me mira expectante y me doy cuenta... de que está esperando que  le confirme que he entendido sus órdenes.
 
—¡No lo haré! —grito desesperadamente cuando me ataca con una deliciosa pasada del pulgar por mi clítoris.
 
—Ava, ¿vas a correrte?
 
—¡Sí! —le grito en la cara. En cualquier momento, voy a tener un bis de mi orgasmo anterior y va a ser igual de satisfactorio y de alucinante—.¡Por favor!
 
Se aproxima, sus labios están todo lo cerca que pueden estar de los míos sin tocarlos.
 
—Hummm, ¿te gusta, nena? —Los mete más y empuja hacia arriba para acariciarme la pared frontal.
 
—¡Dios! —grito—. Por favor, Joe.
 
Levanto la cabeza para intentar capturar sus labios pero los aparta.
 
—¿Me deseas?
 
Empiezo a arder, se me tensan las piernas cuando me acaricia entre los labios hinchados.
 
—Sí.
 
—¿Quieres complacerme, ___?
 
—Sí. ¡Joe, por favor! —gimoteo.
 
Me quedo de piedra cuando extrae los dedos y se levanta de la cama.
 
«¿Qué? ¡No!»
 
Estoy a punto de caer del precipicio y, así, de repente, mi gran orgasmo inminente desaparece. Ha hecho que me sienta como una bomba sin explotar.
 
—¿Qué estás haciendo? —pregunto; sigo de piedra.
 
—¿Quieres que termine? —Echa la cabeza a un lado y se abrocha los pantalones.
 
—¡Sí!
 
Su mirada se clava en la mía.
 
—No salgas esta noche.
 
—¡No!
 
Se encoge de hombros.
 
—Mi trabajo aquí está hecho. —Me lanza un beso mientras me mira con sus estanques cafés de párpados pesados, y luego da media vuelta y se marcha.
 
Me quedo tumbada de espaldas, desnuda. Me siento como si me hubieran marcado y necesito alivio desesperadamente. No puedo creerme lo que acaba de hacer. Sé lo que ha sido eso. Ha sido un polvo para hacerme entrar en razón fallido, seguido de una masturbación fallida. Es una táctica de manipulación absoluta.
 
—¡Ya lo terminaré yo! —grito cuando la puerta se cierra detrás de él. No lo haré. No será ni la mitad de satisfactorio si lo hago yo.
 
Lanzo un bufido y llevo mi cuerpo desnudo hasta el cajón de la ropa interior para buscar mi conjunto más atrevido. El de encaje rosa servirá.
Me lo pongo y saco la bolsa de la tienda pija. Sonrío al apartar el papel de seda que envuelve el vestido de quinientas libras, el vestido tabú por excelencia. «El que ríe el último, señor Jonas...»
 
Me peleo otra vez con la cremallera, me arreglo el maquillaje a medio terminar y me miro al espejo. Me gusta lo que veo. El vestido tabú de seda de color crema me queda muy bien. Tengo la piel un poco bronceada, los ojos oscuros y ahumados y mi pelo es una masa de ondas chocolate. Me calzo los tacones de aguja de color crema de Carvella y me echo unas gotas de Eternity de Calvin Klein.
 
—¡Me cago en la leche! —chilla Kate. Me vuelvo y la veo mirando de arriba abajo mi cuerpo embutido en seda—. ¡Va a volverse loco!
 
—El señor de La Mansión puede irse a tomar por el culo.
 
Kate se ríe.
 
—Vaya, esta noche quieres guerra. ¡Me encanta! —Entra, tan despampanante como siempre, con un vestido verde brillante y tacones azul marino—. ¿Qué ha hecho para merecerse esto?
 
—Me ha dejado a punto de correrme justo después de follarme para que entrara en razón. —Lo digo tan pancha. No puedo creerme lo que acabo de admitir.
 
Kate se deja caer en la cama, presa de un ataque de risa. No puedo evitar reírme con ella. Supongo que tiene gracia.
 
—Dios, me encanta —farfulla entre carcajadas—. Me alegro de no ser la única que está disfrutando del mejor sexo de su vida.
 
Se seca las lágrimas de risa de los ojos.
 
No me sorprende nada lo que dice. En absoluto. Sam no se pasea por el apartamento medio en pelotas y con esa sonrisa lasciva en la cara porque Kate le esté haciendo muchas tartas.
 
—Me tiene hecha un lío. —Sacudo la cabeza y vuelvo a mirarme en el espejo para ponerme el pintalabios nude.
 
—¿Ya sabemos cuántos años tiene? —Kate coge mis polvos bronceadores para dar una pasada extra a sus mejillas pálidas.
 
—Ni idea. Es un tema tabú, igual que la cicatriz del estómago.
 
Se pellizca las mejillas.
 
—¿Es importante? ¿Qué cicatriz?
 
—No, no lo es. La cicatriz es una cosa muy fea, de aquí a aquí. —Me paso el dedo desde la parte baja del estómago hasta la cadera.
 
Mira mi reflejo en el espejo.
 
—Estás enamorada de él.
 
—Con locura —admito.
 
 
 
 
 
 
Capítulo 32
 
Pasamos junto a los porteros del Baroque muertas de la risa. No estamos borrachas, pero esta noche nos ha dado por reírnos.
 
—¿Qué vas a tomar? —pregunta Kate cuando se nos acerca un camarero.
 
—Vino —contesto, y me río para mis adentros. Ha sido fácil.
 
Kate coge las bebidas y nos abrimos paso entre la multitud del viernes por la noche hasta la última mesa libre, al fondo del bar. Me siento con cuidado en el taburete, sujetándome el bajo del vestido. Sí que es un tabú.
 
—Bueno, cuéntame cosas. ¿Qué tal Sam? —pregunto como si nada. Sé que es más que sexo. Creo que los dos han encontrado la horma de su zapato. No conozco a Sam, pero sí a Kate, y para que dedique tanto tiempo a un hombre tiene que ser muy especial. Lo único que sé de Sam es que tiene una sonrisa picarona y que le gusta ir por ahí medio desnudo. Kate no ha pasado tanto tiempo con un hombre desde que estuvo con mi hermano. Sonrío ante su llegada inminente. Tengo muchas ganas de verlo, pero no me apetece hablar de Dan esta noche, no con Kate.
 
Se encoge de hombros.
 
—Divertido.
 
—¡Venga ya! Te he contado mucho más sobre Joe, ¡dame más!
 
Da un sorbo a la copa de vino y la deja sobre la mesa, con tranquilidad.
 
—___, no es la clase de hombre con la que una sienta la cabeza. Lo pasaré bien mientras dure, pero no voy a pillarme.
 
Por dentro, miro mal a Kate por recordarme lo me que dijo Sarah acerca de plantearse un futuro con Joe.
 
—¿Cómo lo sabes? —Intento poner orden en mis pensamientos dispersos.
 
—Lo sé —me dice con media carcajada.
 
Si soy sincera, me decepciona un poco. Es vivaracha, se toma la vida con calma y no tiene inhibiciones... Todo lo que Sam parece ser. Al menos, por lo que yo he visto, y he visto bastante. ¿Qué problema hay?
 
—Me cae bien —admito. Es posible que sea un exhibicionista y un pesado, pero es adorable.
 
—Bueno, a mí también me cae bien Joe.
 
Me río. Claro que sí: le ha comprador una furgoneta. Pero me callo.
 
—Pero te gusta en plan amigo, ¿no? —Ay Dios, no se me había ocurrido pensar que Kate pudiera sentirse atraída por él. Aunque todo el mundo se siente atraído por él. Me han mirado mal infinidad de admiradoras, pero jamás pensé, ni por un instante, que Kate pudiera sentir algo por él.
 
—¡Claro! —Me mira toda ofendida—. Me gusta porque es evidente lo mucho que te quiere.
 
—¿Qué? Kate, no me quiere. Lo que le gusta es follarme. —Doy un buen trago de vino para amortiguar el efecto de lo que acaba de decirme Kate. ¿O es para amortiguar el efecto de lo que acabo de decir yo? ¿Lo mucho que me quiere o lo mucho que quiere controlarme?
 
—___, eres la reina de la negación.
 
—¿Cuántos años crees que tiene? —pregunto.
 
Kate se encoge de hombros.
 
—Unos treinta y cinco. Voy a fumarme un pitillo. —Se baja del taburete y coge el paquete de tabaco del bolso—. Espérame aquí, no quiero que nos quiten la mesa.
 
Se va a la zona de fumadores y me deja meditando sobre mi endiablada situación. Estoy enamorada de un hombre que pisotea, que es controlador y exigente más allá de lo razonable. Sabía que debía mantenerme lejos de él. No puedo evitar pensar que podría haber rechazado con facilidad a cualquier otro hombre, haberlo evitado y huido. Pero Joe es otra historia. Soy adicta, estoy enganchada a él y no sé si es sano.
 
—¿___?
 
Una voz muy familiar me arranca de mis breves cavilaciones. Además, es una voz que no me apetece oír. Me vuelvo embutida en el vestido de seda.
 
—Hola, Matt. —Suena como si de verdad tuviera ganas de verlo.
 
—Joder, ___. Estás estupenda. —Me da un repaso con una mirada obscena, cosa que me hace sentir muy incómoda. ¿Cómo puede darme tanto repelús ahora? Lo quise durante cuatro años. O eso creo. Lo que sentía por Matt palidece hasta la insignificancia en comparación con lo que siento por cierto don Controlador de edad desconocida.
 
—Gracias; ¿cómo estás? —pregunto educadamente, y reparo en su camisa y sus vaqueros negros. Odio esos vaqueros, y la camisa parece mala y barata.
 
—Muy bien, gracias. ¿Qué es de tu vida?
 
«Sexo ¡Sexo del bueno y en abundancia!»
 
—No gran cosa. Tengo un montón de trabajo y estoy buscando piso. —Es mentira, por supuesto. Ni siquiera he visitado una agencia inmobiliaria. Matt no se percata de que me estoy retorciendo el pelo. Nunca se dio cuenta de lo que significa ese tic. ¿Una señal, tal vez?
 
—¿Qué tal el trabajo?
 
Apoya los codos en el borde de la mesa e invade por completo mi espacio personal. Estiro la espalda y me aparto cuanto puedo de él mientras rezo para que Kate vuelva pronto. Se pirará en cuanto ella aparezca.
 
—Muy bien, gracias. —Medito sobre si debo preguntarle lo mismo. Después de que me llamara y me comentase que iban a reducir plantilla en su empresa, supongo que debería hacerlo, pero prefiero no alargar mucho la conversación.
 
Sonríe radiante, es su sonrisa falsa.
 
—Genial. Oye, sólo quería disculparme otra vez. Me pasé. No te culparía si me mandaras a la mierda.
 
«¡Vete a la mierda!»
 
—Tranquilo, Matt. No te preocupes.
 
—Genial.
 
Vomito para mis adentros cuando James se acerca para unirse a nosotros y me mira con el mismo desprecio que yo siento hacia él. ¡Que se vaya a tomar viento! Sonrío con dulzura y me recoloco en la banqueta con cuidado. Este vestido es ridículo, y aunque me sentía perfectamente cómoda antes de ver a Matt, ahora creo que enseño demasiado y me siento expuesta y vulnerable bajo las miradas escrutadoras de mi ex y de su amigo.
 
—James. —Lo saludo con una inclinación de cabeza.
 
—___ —replica. La frialdad de su tono no se me escapa. Ya debe de haberle contado a Matt que me vio con un tipo alto, castaño y agresivo, así que ¿por qué se está comportando Matt de una forma tan agradable?
 
—¿Puedo invitarte a una copa por los viejos tiempos? —se ofrece mi ex.
 
—No, de veras, no hace falta.
 
Levanto mi copa de vino medio llena. ¿Por los viejos tiempos? ¿Cómo? ¿Para celebrar lo estúpido que era? ¡Por favor!
 
No la veo, pero sé que está cerca. La corriente helada que de repente emana del cuerpo de Matt es muy poderosa. James no le da una bienvenida mejor. Kate y él tampoco se entienden.
 
—¿Qué coño haces tú aquí? —le grita al aproximarse.
 
Se me tensan los hombros.
 
—No pasa nada, Kate —apaciguo a la fiera de mi amiga pelirroja.
 
—Ya me iba —sisea Matt.
 
—¡Pues ya estás tardando!
 
Él se vuelve hacia mí.
 
—Me alegro de verte, ___.
 
—Igualmente, Matt. —Sonrío. ¿Qué gano siendo hostil? El tipo está arrepentido, o eso creo. Bueno, da igual. Ya no forma parte de mi vida y no puedo continuar con el drama para siempre. Me río para mis adentros. Mi vida es una gran obra dramática en estos momentos.
 
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 5 Icon_minitimeMayo 3rd 2014, 11:00

Capítulo 32 Parte 3

Matt y James me dejan en paz, pero la calma sólo dura hasta que Kate se desata.
 
—¿Qué haces hablando con esa serpiente? —me suelta desde el otro lado de la mesa mientras se encarama a su taburete.
 
—Ha venido a saludar, sólo estaba siendo educado. —Mi tono de aburrimiento la irritará aún más. ¡Está como una moto!
 
—¡Me importa una mierda!
 
Arrugo la cara.
 
—Hablas igual que Joe.
 
Dios, no necesito que la fiera de mi mejor amiga se parezca a la fiera de mi hombre. Resopla un poco antes de beberse el vino de un trago. Hago lo mismo y me termino la copa.
 
—¿Otra? —Saco dinero de la cartera—. Vigílame el bolso.
 
Me dirijo a la barra para pedir otra ronda de bebidas y espero pacientemente a que el camarero me atienda.
 
—¿Todo bien, preciosa?
 
Pongo los ojos en blanco y me vuelvo. Hay un tipo bajo, fornido, baboso y creído mirándome de arriba abajo.
 
—Hola —digo cortésmente, y me vuelvo de nuevo hacia la barra. El camarero trae nuestras copas—. Gracias. —Le doy un billete de veinte y echo un trago. El baboso no me quita los ojos de encima, sigue a mi lado, salivando sobre su pinta. Se me ponen los pelos como escarpias. Suplico mentalmente al camarero que se dé prisa con el cambio e incluso considero la posibilidad de renunciar a mi dinero y huir de aquí.
 
—¿Bailamos?
 
—No, gracias. —Sonrío, cojo el cambio de la mano del camarero y hago una maniobra de fuga veloz. Me mira decepcionado, pero no vuelve a probar suerte.
 
Ésta es mi tercera copa de vino. Soy una rebelde. Al diablo. Después del numerito que me ha montado Joe en casa, estoy en una misión secreta de resistencia: tener la última palabra.
 
Unas cuantas horas después ya no hay tanta gente en el bar y vamos, probablemente, por la tercera botella de vino. Nos ha entrado la risa floja como a un par de adolescentes y mis preguntas se vuelven más atrevidas.
 
—¿De verdad estabas atada a la cama? —pregunto descaradamente. La sonrisa que se dibuja en su cara me dice que Sam no me estaba tomando el pelo. Ni siquiera me sorprendo. Debe de ser cosa del alcohol, o quizá sea consecuencia del sexo ardiente del que he estado disfrutando últimamente
—. Lo sabía. —Me echo a reír—. Tienes que decirle que se ponga algo encima cuando se pasea por el piso. No sé adónde mirar.
 
—¿Estás loca? —Me mira escandalizada—. ¡Qué desperdicio de cuerpo!
 
Su mirada se pierde en la distancia, obviamente está pensando en el cuerpo de Sam. Sí, es bastante atractivo, pero eso no significa que me interese verlo. Yo ya tengo otro cuerpazo que admirar. Hablando del cuerpazo, estoy borracha y tengo ganas de verlo. Puede que lo llame. Entonces me acuerdo... Se supone que no debería estar bebiendo. ¡Bah! Me tomo otro trago de vino.
 
—Entonces ¿a qué se dedica? —pregunto.
 
Conduce un Porsche y no parece que vaya nunca a trabajar.
 
Se encoge de hombros.
 
—Es un huérfano rico.
 
—¿Huérfano?
 
—Al parecer —dice pensativa—, sus padres murieron en un accidente de coche cuando él tenía diecinueve años. No tiene hermanos, ni familia, ni nada. Vive de su herencia y le va la marcha. —Sonríe de satisfacción otra vez.
 
Dios, ¿Sam es huérfano? No me puedo imaginar perder a mis padres a esa edad. A ninguna edad, de hecho. Tuvo que ser horrible. ¿Y nadie se hizo cargo de él? De repente ya no veo a ese chico descarado de la misma manera. Nadie se imaginaría que le ha pasado algo tan espantoso; siempre está sonriendo y bromeando.
 
—¿Cuántos años tiene?
 
—Treinta —responde casi de mala gana, como si se sintiera culpable por saber la edad del hombre al que se está tirando.
 
Lo dejo estar. No es culpa de Kate que a mí me tengan a oscuras.
 
—¿Qué opinas de Drew?
 
Levanta las cejas.
 
—Es un poco frío y cuadriculado, ¿no crees?
 
—¡Sí! —Me alegra no ser la única que lo piensa—. No es para nada el tipo de Victoria.
 
—Dos citas, como mucho. —Kate me apunta con su copa y derrama un poco de vino sobre la mesa—. Lo aburrirá hasta la muerte con un informe detallado de su última visita al salón de bronceado.
 
—Cada semana está más naranja. —Me río.
 
—Eso no es naranja, tía. —Otro salpicón de vino sobre la mesa—. Eso es caoba. Jamás podrá encontrarla en la oscuridad. Y sí, ella sólo lo hace a oscuras.
 
—¡No!
 
—Sí. Es por no sé qué rollo de la celulitis y el pelo de recién follada. Un coñazo. Con el último tío con el que estuvo decía que se levantaba una hora antes que él para ducharse, peinarse y maquillarse para estar presentable cuando él se despertara. 
 
—¡Eso es ridículo!
 
Asiente.
 
—Oye, ¿te ha mencionado Joe algo sobre una fiesta en La Mansión?
 
—¡Sí! —Me planteo seriamente si decirle que me ha sobornado para que vaya. Por favor, que Sam haya pedido a Kate que lo acompañe. Eso haría mucho más soportable la velada—. ¿Tú vas a ir?
 
—¡Pues claro que sí! Me muero por ver el sitio. —Le brillan los ojos de emoción—. Creo que se avecina una sesión de compras.
 
—Probablemente yo me las apañe con lo que ya tengo en el armario. —Me encojo de hombros. Me he gastado quinientas libras en este estúpido y minúsculo vestido. Me reclino en el taburete y en seguida me doy cuenta de que no tiene respaldo, así que tengo que agarrarme al borde de la mesa. El vino sale volando por los aires.
 
—¡Mierda! —grito mientras intento no caerme al suelo de culo.
 
Me uno a las inevitables carcajadas de Kate, y nuestras copas se tambalean peligrosamente mientras nos reímos a mandíbula batiente como un par de adolescentes borrachas que se han pasado con la sidra. Necesito parar de beber ya. Estoy a punto de sobrepasar el umbral de la diversión para caer en el terreno de hablar arrastrando las palabras y hacer eses como una borracha. Mi señor de La Mansión, exigente y nada razonable, aparecerá mañana a las ocho de la mañana y debo asegurarme de no tener resaca.
 
—Creo que va siendo hora de retirarse —dejo caer con toda la diplomacia posible.
 
Kate asiente con la copa de vino en los labios.
 
—Sí, yo ya estoy. —Se escurre de la banqueta y se me acerca a trompicones. Vale, parece que Kate ya está en el territorio de las eses—. Huy, me encanta esta canción. ¡Vamos a bailar! —chilla, y me empuja hacia la pista de baile.
 
—¡Kate, no hay nadie en la pista! —protesto. Tampoco hay casi nadie en el bar.
 
—¿Y qué más da? —responde al tiempo que avanza dando tumbos hacia la música. Me arrastra con ella—. Nos iremos después de es... ¡Ay! —Se precipita al suelo y tira de mí con un aullido—. ¡Perdón! —Se echa a reír.
 
Estamos las dos despatarradas en el suelo, riéndonos como locas y mirando las tenues luces del local. Me avergonzaría... si no estuviera tan pedo. ¿Cómo se nos verá desde fuera? Ninguna de las dos hace siquiera un intento rápido de ponerse en pie.
 
—¿Crees que los de seguridad vendrán a ayudarnos? —balbuceo entre carcajadas.
 
Kate se enjuga una lágrima.
 
—No lo sé. ¿Gritamos? —Busca mi brazo para apoyarse en él y poder sentarse—. ¡Mierda! —exclama con un tono que ha pasado del cachondeo a la seriedad.
 
—¿Qué? —Yo también me incorporo para averiguar a qué ha venido eso, y resulta que tenemos a Joe mirándonos desde arriba, con los brazos cruzados y una expresión de cabreo extremo en su bonito rostro.
 
Mierda, eso digo yo. Aprieto los labios por temor a echarme a reír y hacerlo enfadar aún más.
 
—Ay, no. Me va a tener un mes castigada —susurro para que sólo Kate pueda oírme. Mi amiga escupe a diestro y siniestro al intentar contener la risa, y yo no consigo reprimir la mía.
 
Estamos las dos sentadas en el suelo del bar como un par de hienas borrachas. La cara de Joe se pone más roja a cada segundo que pasa. Kate se ríe todavía más cuando Sam aparece junto a Joe, con la desaprobación reflejada en la cara. ¿Por qué mi chico no puede mirarme con cara de desaprobación en vez de quedarse ahí plantado como si fuera a entrar en combustión espontánea? Tampoco voy tan mal. Mi ubicación actual es sólo cortesía de la delincuente de mi mejor amiga, que me lleva por el mal camino.
 
Un portero cachas con la cabeza rapada se acerca a nosotros. Tiene cara de malo. Doy un codazo a Kate para indicarle que van a echarnos del bar.
 
—Kate, si no nos dejan entrar más para comer, tendré que darme a la bebida. —Me encanta el sándwich de beicon, lechuga y tomate del Baroque.
 
—Pero si ya lo has hecho —resopla mientras intenta levantarse otra vez apoyándose en mí.
 
—Joe, encárgate de tu chica —gruñe el portero, que lo saluda con un apretón de manos.
 
—Descuida. —Me lanza su mirada más amenazadora—. Yo me encargo. Gracias por la llamada, Jay.
 
«¿Qué?»
 
—Vamos, pesada —le dice Sam a Kate en tono de burla mientras la levanta.
 
Kate le echa los brazos al cuello y se ríe en su cara.
 
—Llévame a la cama, Samuel. Dejaré que me ates otra vez. —Se desploma sobre él como un saco de patatas.
 
Sam intenta reprimir una carcajada ante el numerito de Kate, pero no lo hace porque esté enfadado con ella. En absoluto. Se contiene por Joe, que ha vuelto a fastidiarme la noche. No esperaba verlo hasta las ocho de la mañana, así que no iba a enterarse nunca de que me había emborrachado un poco. ¿Y qué es todo ese rollo de que el portero lo ha llamado?
 
Vuelvo a dirigir mi mirada achispada hacia don Exigente y pongo mi mejor cara de ofendida. Se le van a salir los ojos de las órbitas. Se ha fijado en el vestido tabú. Ay, madre, he desobedecido dos órdenes. Va a castigarme de verdad. Y me vuelve a entrar la risa floja.
 
—Vamos, levanta —gruñe con los dientes apretados.
 
—¡Relájate, plasta! —lo riño con más seguridad de la que siento. Le tiendo la mano para que me ayude, sé que no me va a dejar tirada.
 
Suspira y sacude la cabeza en señal de exasperación. Luego se agacha para levantarme. Abre aún más los ojos cuando recibe de pleno el impacto frontal del vestido tabú. Otra vez la risa floja. Va a necesitar que lo lleve al tinte después de haberme revolcado con él por el suelo sucio del bar.
 
Me tranquilizo.
 
—¿Estás enfadado conmigo? —Lo miro, achispada, sin dejar de pestañear y aferrada a la solapa de su traje gris. ¿Es que no ha pasado por casa en todo el día?
 
—Muchísimo, ___ —dice amenazadoramente. Me agarra del codo y me saca del bar. Localizo al portero que me ha delatado y lo miro con desdén cuando pasamos junto a él. Estrecha la mano a Joe y me muestra su desaprobación sacudiendo la cabeza.
 
«Que te jodan.»
 
Sam está ayudando a Kate a meterse en el asiento delantero del Porsche. Le sujeta la cabeza cuando se agacha para entrar. Mi amiga sigue con la risa floja y me la contagia otra vez.
 
—¡Samuel, hoy es tu noche de suerte! —canturrea mientras Sam cierra la puerta del coche. Estaré pedo pero sé que esta noche no habrá acción en el dormitorio de Kate.
 
Joe y Sam se despiden; el primero me tiene bien sujeta del codo.
 
—Hasta luego, bonita. —Sam me da un beso en la mejilla y me lanza una sonrisa sólo para mis ojos. Se la devuelvo mientras me concentro en no echarme a reír y cabrear más de lo necesario a mi hombre exigente e irracional.
 
Joe me lleva a su coche y me mete en el asiento delantero con suavidad y firmeza, todo en el más absoluto silencio. Parece muy cabreado, pero estoy borracha y envalentonada, así que me da igual.
 
Se estira por encima de mí para ponerme el cinturón y lo rechazo de un manotazo.
 
—Puedo ponérmelo sola —gruño enfurruñada.
 
Me lanza una mirada para avisarme de que no me pase, así que —y probablemente sea lo más sensato— me pongo las manos en el regazo y dejo que me abroche el cinturón. Le robo una bocanada de su fragancia.
 
—Hueles a gloria —lo informo en voz baja.
 
Se aparta. Sigue con cara larga y los ojos le brillan de rabia. Pero no dice ni una palabra. No me habla. ¡Qué maduro! Cierra de un portazo y se coloca tras el volante, arranca y se incorpora al tráfico a lo loco, sin la menor consideración para con los demás usuarios.
 
—La casa de Kate está por ahí —señalo cuando el vehículo avanza rugiendo en otra dirección.
 
—¿Y? —Es la única palabra tensa que me escupe.
 
Venga, hombre, por el amor de Dios.
 
—Y es donde vivo —digo con firmeza. No va a chafarme la noche por completo. Kate y yo tenemos algunas de nuestras mejores conversaciones con una taza de té en la mano después de haber bebido hasta hartarnos.
 
—Duermes en mi casa. —Ni siquiera me mira.
 
—No, eso no formaba parte del trato —le recuerdo—. Tengo hasta las ocho de la mañana antes de que vuelvas a distraerme.
 
—He cambiado el trato.
 
—¡No puedes cambiarlo!
 
Se vuelve muy despacio para tenerme cara a cara.
 
—Tú lo has hecho.
 
Retrocedo y lo miro con enfado, pero no se me ocurre nada que decir. Tiene razón, he roto las condiciones del trato. ¡Pero sólo porque eran irracionales! Me reclino contra la tapicería de cuero suave. De todas formas, sólo faltan, más o menos, ocho horas para las ocho.
 
Llegamos al Lusso y lanzo un gemido de protesta. Parece que Clive sólo me ve cuando estoy borracha o cuando estoy tan agotada que tienen que llevarme en brazos. Abro la portezuela y me muevo con cuidado para intentar ponerme de pie. Joe me mira con atención, sin duda con la esperanza de que me caiga para poder recogerme y dar a Clive la impresión de que estoy pedo otra vez.
 
Pues se va a llevar una decepción. Cierro la puerta, con suavidad, y echo a andar hacia el vestíbulo. No debo tropezar, no debo caerme. Llego al vestíbulo, todavía en vertical, y saludo educadamente a Clive con la cabeza al pasar ante él, pero el conserje no dice nada. Me devuelve el saludo con la cabeza y mira a Joe. Cuando vuelve a mirar hacia abajo sin haber dicho ni hola, sé que ha visto la cara de cabreo de Joe. Resoplo para mis adentros, entro en el ascensor y espero cortésmente a que Joe haga lo propio.
 
—Tienes que cambiar el código —murmuro mientras introduzco el código del constructor. No tiene más que notificarlo a seguridad y ellos se encargarán en seguida.
 
No dice ni una palabra. Se está esforzando por no hablarme. Levanto la cabeza y veo que me mira fijamente, estudiándome con atención, con cara de póquer. Estoy segura de que está a punto de saltar sobre mí y echarme uno de los polvos de Joe. ¿Me follará para hacerme entrar en razón o será un polvo de recordatorio? Ah, ¡seguro que me echa un polvo de disculpa! Mi cerebro ebrio se deleita con la idea, pero entonces se abren las puertas del ascensor y él sale antes que yo. Estoy sorprendida. Habría apostado la vida a que iba a follarme. En fin, aún no estamos en su apartamento.
 
Abre la puerta y entra sin siquiera mirarme. La cierro a mis espaldas y lo sigo a la cocina, donde lo veo sacar una botella de agua de la nevera. Le da un par de tragos y me la pasa bruscamente.
 
No me molesto en rechazarla. El sábado pasado y el recuerdo del dolor de cabeza que tenía al despertar son motivo más que suficiente para aceptar su oferta. Bebo agua bajo su atenta mirada y dejo la botella vacía en la encimera.
 
—Date la vuelta —ordena.
 
¡Allá vamos! Un millón de fuegos artificiales entran en combustión en mi interior cuando obedezco su orden. Me doy la vuelta, con la libido gritando y un cosquilleo en la piel. La sensación de sus manos cálidas sobre mis hombros me hace apretar los dientes y me acelera la respiración. Coge la cremallera del vestido y la baja muy despacio, deslizando las manos por mi cuerpo en su descenso. Se arrodilla para terminar. Me da un golpecito en el tobillo y levanto los pies por turnos para salir de la maraña de seda. Me vuelvo y miro hacia abajo para verlo arrodillado delante de mí.
 
Me devuelve la mirada, se levanta despacio y frota la nariz entre mis pechos mientras asciende hacia mi garganta. Me huele el cuello. ¡Sí! Estoy suplicando por él mentalmente, como siempre.
 
Me succiona con los labios y me mordisquea y lame la delicada piel, que arde en deseos de que me toque. Quiero tocarlo, pero sé que es él quien pone las condiciones.
 
—¿Quieres que te coma, ___? —me pregunta en voz baja. El aire se me queda atrapado en la garganta cuando su voz vibra en mi oído. Suelto un largo e intenso suspiro—. Tienes que decir la palabra mágica. —Me roza la oreja con los labios. Me tiemblan las rodillas.
 
—Sí —jadeo.
 
—¿Quieres que te folle, nena?
 
—Joe. —Me estremezco cuando me acaricia entre los muslos.
 
—Lo sé. Me deseas. —Me muerde el lóbulo de la oreja y el metal del cierre de mis pendientes de plata tintinea contra sus dientes.
 
Tiemblo y jadeo, desesperada por él. Pero entonces se aparta y me deja hecha un saco de hormonas y de deseo.
 
—Quédate ahí —me ordena con firmeza, y después se va.
 
Todavía lleva puesto el traje. Se acerca a un armario de la cocina, lo abre y saca algo. ¿Crema de cacao? Se me acelera el pulso.
 
Vuelve a mí con calma. Recorro su cuerpazo con la mirada y me deleito con el bulto rígido que tiene en la entrepierna. Lo espero sin protestar, aceptando que se tome su tiempo. Cuando por fin llega a mí, se me acerca a la cara y exhala su aliento caliente y mentolado contra mí cuando me roza las mejillas, los ojos y la barbilla con los labios antes de posarlos suavemente sobre los míos.
 
Gimo de puro placer. Abro la boca pero él deshace el beso y empieza a descender por mi cuerpo. Una ráfaga de calor me inunda y mi respiración, ya superficial y agitada, se torna entrecortada y dificultosa. Me mira y sigue bajando, toca con la nariz mis bragas de encaje y eso hace que mis manos se aferren a sus hombros en busca de un lugar donde apoyarse. Me dedica una sonrisa de complicidad y empieza a ascender apretando el cuerpo al mío.
 
—Te pongo a mil —me susurra al oído.
 
—Sí —digo con un escalofrío y tratando de recobrar el aliento.
 
—Lo sé. Y eso me... pone... muchísimo..., joder. —Se aparta de mí. Pero ¿qué hace? Levanta las manos y me doy cuenta de que lleva mi vestido en una... Y unas tijeras en la otra.
 
No será capaz. Abre las tijeras y las acerca a mi vestido. Entonces, muy despacio, lo corta por la mitad mientras yo lo observo boquiabierta. Ha sido capaz. ¿Un vestido de quinientas libras? Ni siquiera tengo capacidad para gritarle o detenerlo. Estoy estupefacta.
 
No contento con haber cortado en dos mi vestido tabú de quinientas libras, procede a seccionarlo en trozos más pequeños antes de depositar, tranquilo y sin expresar emoción alguna, la tela mutilada en la isla, junto con las tijeras. Me mira.
 
Encuentro mi voz.
 
—No puedo creerme lo que acabas de hacer.
 
—No juegues conmigo, ___ —me avisa, sereno, controlado. Se mete las manos en los bolsillos del pantalón y me observa con atención mientras yo sigo de pie delante de él, pasmada. La embriaguez ha desaparecido. Estoy despabilada, sobria y perpleja ante su demostración de eso que él llama poder.
 
—¡Tú! —Le planto el dedo en la cara—. ¡Estás loco!
 
Sus labios forman una línea recta.
 
—Así es como me siento. ¡Ahora lleva ese culo a la cama!
 
¿Cómo? ¿Que lleve mi culo a la cama? Este hombre es increíble: no es exigente, es imposible del todo. Frunzo el ceño. Si me quedo un minuto más a su lado, necesitaré bótox antes de cumplir los veintisiete.
 
—¡No voy a meterme en la cama contigo!
 
Me quito los tacones de una patada, doy media vuelta, salgo de la cocina y dejo a don Controlador allí, rabiando. Voy en ropa interior y ha hecho pedazos mi vestido, así que estoy jodida.
 
Subo los peldaños de la escalera con furia, pisando fuerte y resoplando. ¡Quiero gritar! ¡Se le va la olla, está loco de atar! Entro en el dormitorio y veo mi bolsa del gimnasio en un extremo de la cama, pero sé que ahí no hay nada de ropa. Lo descubrí esta mañana cuando me dejó encima de la cama el vestido que me tenía que poner. Pues no pienso quedarme aquí. ¡De ninguna manera!
 
Bajo la escalera a toda prisa, cruzo el descansillo y entro en el dormitorio más lejano. Tengo otros tres para elegir, pero ¡éste es mi favorito y el que está más lejos de él! Cierro de un portazo y me meto en la cama. Las sábanas son maravillosas. Todavía está igual que la noche de la inauguración. Tiro todos los elegantes cojines al suelo y hundo mi cabeza frustrada en la almohada. No huele a agua fresca y a menta y no es ni de lejos tan cómoda como la de Joe, pero servirá para esta noche. Mañana me marcharé. ¡Este hombre está trastornado! No tiene sentido que intente salirme con la mía: aunque tenga la gentileza de darme la razón, a continuación pasa por encima de mí como una apisonadora.
 
«¡Gilipollas!»
 
La puerta se abre de par en par y la luz del descansillo entra en la habitación. Su silueta crece a medida que se acerca a mí. ¿Qué va a hacer ahora? ¿Lavarme el estómago?
 
Se agacha y me coge en brazos sin mediar palabra. Si pensara que iba a servir de algo, me resistiría. Pero no lo hago. Dejo que me lleve a su dormitorio y me acueste en su cama.
 
Me pongo boca abajo y entierro la cara en una almohada. Cierro los ojos y finjo no disfrutar del consuelo de su olor en las sábanas. Estoy mentalmente agotada y agradecida de que sea fin de semana. Podría dormir hasta el lunes. Escucho las idas y venidas de Joe. Se está desvistiendo. ¡Más le vale no moverse de su lado de la cama!
 
La cama se hunde, me coge de la cintura y tira de mí. Sin apenas esfuerzo, estoy sobre su pecho. Intento apartarlo y hago caso omiso del gruñido que brota de su garganta.
 
—¡Suéltame! —grito mientras intento quitarme sus dedos de encima.
 
—___... —Su tono me dice que se le está agotando la paciencia. Eso me cabrea aún más.
 
—Mañana... me largaré de aquí —le espeto, y me alejo de él.
 
—Ya veremos. —Casi se ríe cuando vuelve a atraerme hacia su pecho y me aprieta contra su cuerpo.
 
Dejo de resistirme. Es un esfuerzo inútil. Además, no puedo evitar la inmensa alegría que siento cuando sus brazos me rodean con fuerza y noto su aliento tibio en el pelo.
 

Aunque sigo estando hecha una furia.
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 5 Icon_minitimeMayo 3rd 2014, 15:02

yo le hubiese dado un golpe aunque no le doliera pero minimo eso que rabiaaa  Bravo! 
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CristalJB_kjn
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 5 Icon_minitimeMayo 5th 2014, 08:30

perooo q menso es ese hombre y muy controlador me desesperaaaa x cierto hola Smile como estas?
espero que muy bn amo la nove aimun que me de mucho coraje con ese idiota pero bueno n.n asi lo amoo
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Lady_Sara_JB
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 5 Icon_minitimeMayo 5th 2014, 13:42

Capítulo 33
 
—Despierta, señorita.
 
Cuando abro los ojos, tiene la nariz pegada a la mía.
 
Doy a mi cerebro unos momentos para ponerse en marcha y a mis ojos tiempo para adaptarse a la luz del día. Cuando al fin veo algo, resulta que distingo un brillo de alegría en sus ojos cafés. Yo, por mi parte, quiero seguir durmiendo. Es sábado y ni siquiera mi necesidad de arrancarle la piel a tiras va a hacer que me mueva de esta cama en un buen rato.
 
Lo aparto y le doy la espalda.
 
—No te hablo —murmuro, y me acurruco otra vez en mi almohada. Me da una palmada en el culo y a continuación me coloca panza arriba y me sujeta por las muñecas—. ¡Me ha dolido! —le grito.
 
Las comisuras de sus labios se curvan, pero no estoy de humor para el Joe arrebatador esta mañana. ¿Por qué está tan contento? Ah, sí. Claro que sé por qué. Ha hecho pedazos el vestido tabú y me tiene para él antes de las ocho de la mañana.
 
Estoy envuelta en él de pies a cabeza y me mira. ¡Debería levantar la rodilla y darle donde duele!
 
—Hoy pueden ocurrir dos cosas —me informa—: puedes ser razonable y pasaremos un día encantador, o puedes seguir siendo una seductora rebelde y entonces me veré obligado a esposarte a la cama y hacerte cosquillas hasta dejarte inconsciente. ¿Qué prefieres, nena?
 
¿Que sea razonable? ¿Más? La mandíbula me llega al suelo y él me mira con interés. ¿De verdad cree que no voy a discutir esa propuesta suya?
 
Levanto la cabeza para estar lo más cerca posible de su cara sin afeitar y tan atractiva que casi me molesta.
 
—Que te jodan —digo despacio y con claridad.
 
Retrocede con los ojos como platos ante mi osadía. Yo también estoy bastante avergonzada de mí misma, pero Joe y sus exigencias desmedidas sacan lo peor de mí.
 
—¡Cuidado con esa puta boca!
 
—¡No! ¿Por qué demonios tienes porteros que te informan de mis movimientos? —Ese pequeño detalle acaba de aterrizar en mi cerebro medio dormido. Pero, si estoy en lo cierto y está pagando a los porteros para que me vigilen, voy a entrar en erupción.
 
—___, lo único que quiero es asegurarme de que estás a salvo. —Deja caer la cabeza y empieza a morderse el labio—. Me preocupo, eso es todo.
 
¿Que se preocupa? ¿No hace ni un mes que me conoce y ya se ha puesto en plan protector y posesivo? Pisotea a quien haga falta, me desbarata los planes, corta mis vestidos y me prohíbe beber.
 
«¡Que yo sea razonable!»
 
—Tengo veintiséis años, Joe.
 
Me mira a los ojos. Se le han oscurecido de nuevo.
 
—¿Por qué te pusiste ese vestido?
 
—Porque quería cabrearte —respondo con sinceridad. Me retuerzo un poco en vano. No voy a ninguna parte.
 
—Pero pensabas que no ibas a verme. —Frunce el ceño.
 
¿Cree que me lo puse para otro?
 
—Lo hice por principios —digo entre dientes. Quería tener la última palabra aunque él no se enterara—. Me debes un vestido.
 
Sonríe y casi me deslumbra.
 
—Lo pondremos en la lista de cosas que hacer hoy.
 
¿Qué hay en esa lista? Ahora mismo, lo único que quiero es dormir. O que me despierte de otra manera. Me contoneo debajo de él y arquea las cejas sorprendido.
 
—¿Qué ha sido eso? —pregunta intentando descaradamente ocultar una sonrisa.
 
Vale, sé a la perfección a qué está jugando. No va a tocarme, igual que hizo anoche e igual que hizo ayer antes de que saliera. Ése va a ser mi castigo por haberle plantado cara. Es lo peor que podía hacerme.
 
—No es necesario que me protejas —rezongo; me agito debajo de él y consigo liberarme. Puede retarme todo lo que quiera.
 
—Es señal de lo mucho que me importas —dice cuando ya me he ido y lo he dejado en la cama.
 
¿Que le importo? No quiero importarle, quiero que me quiera. Cruzo el dormitorio, entro en el baño y cierro la puerta. Le importo. ¿Como a un hermano o algo así? Noto que el corazón se me parte lentamente.
 
Utilizo el retrete y me lavo las manos antes de colocarme frente al enorme espejo que hay detrás del lavabo doble. Suspiro, agotada. ¿Qué voy a hacer? Le importo. Si importarle significa tener que aguantar todo esto, entonces que se lo meta por donde le quepa.
 
Me lavo la cara y hago ademán de coger el cepillo de dientes de Joe, pero entonces me doy cuenta de que justo ahí está mi cepillo de dientes. ¿Perdona? Le pongo pasta con cara de no comprender nada y empiezo a cepillarme los dientes. Miro el reflejo de la ducha en el espejo y veo mi champú y mi acondicionador, junto con mi cuchilla y mi gel de ducha. ¿Me ha mudado aquí? Continúo cepillándome los dientes, abro la puerta que conduce al dormitorio y me encuentro a Joe despatarrado boca abajo en la cama con la cabeza enterrada en la almohada. Paso junto a él de camino al vestidor y casi me atraganto con la pasta de dientes cuando veo colgada una selección de mi ropa.
 
¡Me ha mudado a su apartamento! Esto es pasarse tres pueblos, ¿no? ¿Es que yo no tengo ni voz ni voto? Puede que lo quiera, pero sólo lo conozco desde hace unas semanas. ¿Mudarme a vivir con él? ¿Qué significa esto? ¿Quiere tenerme aquí para protegerme? Si es así, que le den, y mucho. Más bien me quiere aquí para controlarme.
 
—¿Algún problema?
 
Me vuelvo con el cepillo de dientes colgando de la boca y ahí está Joe, en la puerta del vestidor, un tanto nervioso. Es una expresión que no le había visto nunca. Mi mirada desciende por su torso y se deleita en el movimiento de sus músculos cuando se coge al umbral del vestidor con las dos manos. Pero rápidamente desvío la atención de la distracción de su pecho y de repente recuerdo por qué estoy en el vestidor. Farfullo una ráfaga de palabras ininteligibles con el cepillo y la pasta de dientes en la boca.
 
—Perdona, vas a tener que repetírmelo. —Las comisuras curvadas de los labios le delatan, y yo me saco el cepillo de dientes de la boca de un tirón.
 
Sabe perfectamente lo que me pasa. Vuelvo a farfullar. Mis palabras resultan algo más comprensibles sin el cepillo, pero la pasta sigue impidiéndome hablar con claridad.
 
Pone los ojos en blanco, me coge en brazos y me lleva al cuarto de baño.
 
—Escupe —me ordena cuando me deja en tierra.
 
Me vacío la boca de pasta y vuelvo la cara para mirar a mi controlador exigente.
 
—¿Qué es todo esto?
 
Trazo un círculo con el brazo para señalar mis cosas.
 
Joe aprieta los labios para reprimir una sonrisa y se inclina hacia adelante y lame los restos de pasta de dientes de mis labios. Se toma su tiempo en mi labio inferior.
 
—Ya está. ¿Qué es qué?
 
Me pasa la lengua por la sien y me suelta en el oído su aliento suave y tibio. Me tenso cuando me toma el sexo con la mano y los escalofríos de placer me recorren en todas direcciones.
 
—¡No! —Lo aparto de mí de un empujón—. ¡No vas a manipularme con tus deliciosas habilidades divinas!
 
Sonríe. Es su sonrisa arrebatadora.
 
—¿Crees que soy un dios?
 
Resoplo y vuelvo a mirar al espejo. Si su arrogancia sigue aumentando a este ritmo, voy a tener que saltar por la ventana del cuarto de baño para no morir aplastada.
 
Me rodea la cintura con el brazo y me atrae hacia sí. Apoya la barbilla en mi hombro y estudia mi reflejo en el espejo. Presiona su erección contra mis muslos y mueve las caderas en círculo. Tengo que agarrarme al lavabo con las manos.
 
—No me importa ser tu dios —susurra con voz ronca.
 
—¿Por qué están mis cosas aquí? —pregunto a su reflejo. Obligo a mi cuerpo a comportarse y a no caer en la tentación de su encantadora divinidad.
 
—Las he recogido antes de casa de Kate. Pensé que podrías quedarte aquí unos días.
 
—¿Puedo opinar?
 
Vuelve a mover las malditas caderas y me saca un gritito.
 
—¿Te he permitido hacerlo alguna vez?
 
Niego con la cabeza mientras observo su reflejo. Esboza una media sonrisa traviesa y vuelve a mover las caderas. No voy a reaccionar a sus malditos contoneos porque sé que va a volver a dejarme con las ganas. ¿Y a qué está jugando Kate dejando que cualquiera curiosee entre mis cosas?
Hay ropa para más de dos días en el vestidor. ¿Qué se propone este hombre?
 
—Arréglate, señorita. —Me besa el cuello y me da un azote en el culo —. Vamos a salir. ¿Adónde te gustaría ir?
 
Lo miro, pasmada.
 
—¿Me dejas decidirlo a mí?
 
Se encoge de hombros.
 
—Tengo que dejar que te salgas con la tuya alguna vez.
 
Lo dice impasible. Está muy serio.
 
Debería aceptar su oferta con los brazos abiertos y aprovechar que está siendo razonable, pero experimento cierto recelo. Después de su reacción de anoche, de la masacre del vestido tabú y de que se negara a hablarme, no entiendo por qué se ha levantado tan equilibrado y tolerante.
 
—¿Qué te apetece hacer? —pregunta.
 
—Vamos a Camden —sugiero, y me preparo para recibir un no por respuesta. Todos los hombres odian el ajetreo y el ir de un lado para otro mirando puestos y tiendas.
 
—Vale.
 
Se vuelve para meterse en la ducha y me deja en el lavabo preguntándome dónde está don Controlador. Ahora sí que sospecho que trama algo.
 
Llego al pie de la escalera y oigo que Joe está hablando con alguien por el móvil. Voy a la cocina y babeo un poco. Está magnífico con unos vaqueros gastados y un polo azul marino con el cuello levantado, al estilo Joe. Se ha afeitado y se ha puesto fijador en el pelo. Es guapo más allá de lo razonable y nada razonable en todo lo demás.
 
—Iré mañana, ¿va todo bien? —Se vuelve en el taburete y me da un repaso con la mirada—. Gracias, John. Llámame si me necesitas.
 
Guarda el móvil sin quitarme los ojos de encima y se cruza de brazos.
 
—Me gusta tu vestido. —Su voz es grave y ronca.
 
Miro mi vestido de estampado floral. Me llega a la rodilla, así que probablemente apruebe el largo. Me sorprende que Kate lo haya escogido, es un tanto veraniego, con la espalda al aire y sin mangas. Sonrío para mis adentros. Aún no ha visto la espalda y tampoco voy a enseñársela. Me obligaría a cambiarme. Lo sé.
 
Me pongo un cárdigan fino de color crema y luego me cuelgo, cruzado, el bolso de terciopelo.
 
—¿Estás listo? —pregunto.
 
Salta del taburete y se me acerca de mala gana. Espero un buen morreo, pero nada. En vez de eso, se pone las Wayfarer, me coge de la mano y me lleva hacia la puerta. ¿Voy a pasar todo el día con él y no va a darme ni un beso?
 
—No vas a tocarme en todo el día, ¿verdad?
 
Mira nuestras manos entrelazadas.
 
—Te estoy tocando.
 
—Ya me entiendes. Me estás castigando.
 
—¿Por qué iba a hacerlo, ___? —Me mete en el ascensor. Sabe perfectamente a qué me refiero.
 
Lo miro.
 
—Quiero que me toques.
 
—Ya lo sé.
 
Introduce el código.
 
—Pero ¿no vas a hacerlo?
 
—Dame lo que quiero y lo haré. —No me mira.
 
No me lo puedo creer.
 
—¿Una disculpa?
 
—No lo sé, ___. ¿Tienes que disculparte? —Sigue mirando al frente. Ni siquiera me mira en el reflejo de las puertas.
 
—Lo siento —escupo. No doy crédito a lo que está haciendo y tampoco a lo desesperada que estoy por sus caricias.
 
—Oye, si vas a disculparte, que al menos parezca que lo sientes.
 
—Lo siento.
 
Su mirada se encuentra con la mía en el espejo.
 
—¿De verdad?
 
—Sí. Lo siento.
 
—¿Quieres que te toque?
 
—Sí.
 
Se vuelve hacia mí de prisa, me empuja contra la pared de espejos y me cubre por completo con su cuerpo. Me siento mejor al instante. No ha sido tan difícil.
 
—Empiezas a entenderlo, ¿verdad? —Sus labios están a punto de rozar los míos y sus caderas me presionan la parte baja del vientre.
 
—Lo entiendo —jadeo.
 
Me toma la boca, encuentro sus hombros con las manos y le clavo las uñas en los músculos. Sí, esto está mucho mejor. Doy con su lengua y me fundo en él por completo.
 
—¿Contenta? —pregunta cuando pone fin a nuestro beso.
 
—Sí.
 
—Yo también. Vámonos.
 
Paramos a desayunar en Camden después de que Joe se haya salido con la suya y hayamos ido en coche. Hace un día precioso y estoy pasando calor con el cárdigan, pero lo soportaré un ratito más. Todavía es capaz de llevarme a casa, caída en desgracia, y obligarme a cambiarme.
 
Me espera junto a la portezuela del coche y cruzamos la calle en dirección a un café pequeño, adorable y singular.
 
—Te va a encantar. Nos sentaremos fuera. —Aparta un sillón grande de mimbre para que me siente.
 
—¿Por qué me va a encantar? —pregunto ya sentada en el cojín con estampado de lunares.
 
—Hacen los mejores huevos a la benedictina. —Me dedica una sonrisa resplandeciente cuando ve que se me iluminan los ojos.
 
La camarera se acerca babeando al ver a Joe en toda su divina masculinidad, pero él no se da ni cuenta.
 
—Dos de huevos a la benedictina —dice señalando el menú—. Un café solo y un capuchino con extra de café, sin azúcar y sin chocolate, por favor. —Mira a la camarera y la destroza con una de sus sonrisas reservadas sólo para mujeres—. Gracias.
 
Da la impresión de que la mujer se tambalea un poco. Me río para mis adentros. Sí, tuvo ese mismo efecto en mí la primera vez que lo vi. Al final consigue encontrar la voz.
 
—¿Van a querer salmón o jamón con los huevos?
 
Joe le pasa el menú y se quita las Wayfarer para que reciba de lleno el impacto de su impresionante rostro.
 
—Salmón, por favor.
 
Sacudo la cabeza, alucinada, y miro el teléfono mientras la camarera se toma su tiempo para tomar nota de nuestro pedido, que es bien sencillo. Me pregunto si Victoria y Drew habrán congeniado. Tom no me preocupa tanto, seguro que está enamorado otra vez de su alma gemela más reciente.
 
—¿Pan blanco o integral?
 
—¿Perdona? —Levanto la vista del móvil y veo que la camarera sigue ahí.
 
—¿Quieres pan blanco o integral? —me repite Joe con una sonrisa.
 
—Ah, integral, por favor.
 
Vuelve a mirar a la camarera languideciente con sus gloriosos ojos cafés.
 
—Integral para los dos, gracias.
 
Ella le lanza su sonrisa más dispuesta antes de marcharse al fin. La reacción que ha tenido con Joe me recuerda la cantidad de mujeres que debe de haber habido antes de que me conociera. Se me revuelve el estómago. ¿Era igual de controlador y exigente con todas las demás? Dios bendito, apuesto a que ha estado con unas cuantas. Dejo mi móvil en la mesa y miro a Joe, que me observa con atención y se muerde el labio. ¿Qué estará tramando?
 
—¿Qué tal las piernas? —pregunta, pero sé que ése no es el motivo de que se muerda el labio.
 
—Bien. ¿Sueles correr a menudo? —Ya me sé la respuesta. Nadie se levanta en plena noche para correr veinticuatro kilómetros si no es una práctica habitual.
 
—Me distrae. —Se encoge de hombros y se reclina contra su asiento, pensativo.
 
—¿De qué?
 
No me quita ojo.
 
—De ti.
 
Me río. Está claro que últimamente no sale mucho a correr, porque se pasa casi todo el tiempo pasando por encima de mis planes.
 
—¿Por qué necesitas distraerte de mí?
 
—___, porque... —Suspira—. No puedo estar lejos de ti y, lo que es aún más preocupante, no quiero. —Su tono transmite frustración. ¿Está frustrado conmigo o consigo mismo?
 
La camarera nos sirve los cafés y se queda un momento a la espera, pero no recibe otra sonrisa devastadora como premio. Joe sólo tiene ojos para mí. Su afirmación es agridulce. Me encanta que no pueda estar lejos de mí, pero me ofende un poco que parezca resultarle molesto.
 
—¿Y por qué es preocupante? —pregunto como si no me importara mientras remuevo mi capuchino y rezo mentalmente para que me dé una respuesta satisfactoria. Pasan unos instantes y no hay respuesta, así que levanto la mirada y me doy cuenta de que sus engranajes mentales están trabajando a toda velocidad y de que su labio inferior está recibiendo mordiscos a diestro y siniestro.
 
Al rato, exhala con fuerza y baja la vista.
 
—Me preocupa porque siento que no lo controlo. —Vuelve a levantarla y me penetra con su mirada café e implacable—. No llevo bien lo de no tener el control, ___. No en lo que a ti respecta.
 
¡Ja! ¿Está reconociendo que es un controlador y exigente más allá de lo razonable? Es obvio que no le gusta nada que le lleven la contraria, lo he visto con mis propios ojos.
 
—Si fueras más razonable no tendrías la sensación de no tener el control. ¿Eres así con todas tus mujeres?
 
Abre los ojos como platos y luego los entorna.
 
—Nunca me ha importado nadie lo suficiente como para hacerme sentir así. —Coge la taza de café—. Es típico que vaya y me busque a la mujer más rebelde del planeta para...
 
—¿Intentar controlarla? —Arqueo las cejas y Joe me pone mala cara—. ¿Y tus relaciones pasadas?
 
—No tengo relaciones. No me interesa comprometerme con nadie. Además, no tengo tiempo.
 
—Has dedicado bastante tiempo a pasar sobre mí y a fastidiarme —contesto rápidamente por encima de mi taza de café. Si esto no es ir en serio, yo no sé lo que es.
 
Sacude la cabeza.
 
—Tú eres distinta. Te lo he dicho, ___. Pasaré por encima de quien intente interponerse en mi camino. Incluso de ti.
 
Lo sé. Ya lo hizo cuando me negué a quedarme. Me alegro de que el ritual sea distinto al de otros que hayan tenido el placer de sufrirlo. Me viene a la cabeza el pobre Petulante. ¿No le interesan las relaciones? Entonces ¿adónde va esto?
 
Nuestro desayuno aterriza en la mesa y huele a gloria. Lo ataco con el tenedor y medito sobre lo que ha dicho acerca de no tener el control. La solución es muy sencilla: deja de ser tan exigente y tan difícil. Va a darle un infarto por culpa del estrés si sigue por ese camino.
 
—¿Por qué soy distinta? —pregunto, casi sin atreverme.
 
Está con el salmón.
 
—No lo sé, ___ —responde con calma.
 
—No sabes gran cosa, ¿no? —Es lo único que me dice, el muy capullo, cuando intento encontrar una razón para su manía de controlarlo todo. Despierto «toda clase de sentimientos». ¿Cómo se supone que debo tomarme esta situación?
 
—Sé que nunca he querido follarme a una mujer más de una vez. De ti, sin embargo, no me canso.
 
Me echo hacia atrás, horrorizada, y casi me atraganto con un trozo de tostada.
 
Tiene la decencia de parecer arrepentido.
 
—Eso no ha sonado bien. —Deja el tenedor en el plato, cierra los ojos y se masajea las sienes—. Lo que intentaba decir es que... en fin... nunca me ha importado una mujer lo suficiente como para querer algo más que sexo. No hasta que te conocí. —Se frota las sienes con más fuerza—. No puedo explicarlo pero tú también lo sentiste, ¿verdad? —Me mira y creo que desea con desesperación que se lo confirme—. Cuando nos conocimos, lo sentiste.
 
Sonrío.
 
—Sí, lo sentí.
 
No lo olvidaré nunca.
 
Su expresión cambia al instante: vuelve a sonreír.
 
—Tómate el desayuno. —Señala mi plato con el tenedor y me resigno a vivir ignorando lo que tanto ansío saber. Si él no lo sabe, no es muy probable que yo llegue a enterarme. ¿Sería más fácil aguantarlo si supiera qué hace que se ponga en marcha su compleja cabecita?
 
En cualquier caso, me ha dicho, aunque no con esas palabras, que quiere algo más que sexo, ¿no? Así que le importo. ¿Que le importe equivale a que me controle? ¿Y nunca ha tenido una relación? No me lo creo ni de coña. Las mujeres se le echan encima. No es posible que se las tire sólo una vez, ¿no? Jesús, si nunca se ha follado a una mujer más de una vez, ¿con cuántas se habrá acostado? Estoy a punto de preguntárselo, pero me freno en cuanto abro la boca. ¿Quiero saberlo? He estado acostándome con este hombre sin protección y, aunque me ha dicho que nunca lo ha hecho sin condón —excepto conmigo—, ¿debería creerlo?
 
—Tenemos que comprarte un vestido para la fiesta de aniversario de La Mansión —me dice. Está claro que es una táctica para distraerme y hacer que me olvide de mis preguntas y cavilaciones. Estoy segura de que sabe lo que estoy pensando.
 
—Tengo muchos vestidos. —No podría haberlo dicho con menos entusiasmo, lo cual es bueno, porque es como me siento. Sólo me consuela un poco saber que Kate estará allí para ayudarme a sobrevivir a la velada con Sarah observándome y lanzándome pullas. ¿Se habrá tirado a Sarah? Supongo que es posible, ya que sólo se las folla una vez. La idea hace que clave el tenedor a mi desayuno con demasiada violencia.
 
Frunce el ceño.
 
—Necesitas uno nuevo.
 
Es ese tono de voz que me reta a desafiarlo.
 
Suspiro ante la idea de otra discusión sobre ropa. Tengo muchas prendas entre las que elegir sin necesidad de comprarme un vestido nuevo y, aunque no las tuviera, encontraría cualquier cosa con tal de evitar ir de compras con Joe.
 
—Además, te debo un vestido. —Estira el brazo por encima de la mesa y me sujeta un mechón rebelde detrás de la oreja.
 
Sí, me debe un vestido, pero no lo quiero porque dudo que me deje elegirlo u opinar sobre el que me compre.
 
—¿Puedo elegirlo yo?
 
—Por supuesto. —Deja el tenedor en el plato—. Tampoco soy tan controlador.
 
Casi se me caen los cubiertos. ¿Me está tomando el pelo?
 
—Joe, eres verdaderamente muy especial. —Pongo en mi voz toda la dulzura que la frase merece.
 
—No tanto como tú. —Me guiña el ojo—. ¿Lista para Camden?
 
Asiento y cojo el bolso de la silla. Me observa desconcertado. Pongo un billete de veinte bajo el salero de la mesa y él lanza un resoplido exagerado, se saca la cartera del bolsillo y sustituye mi dinero por el suyo. Me quita el monedero de las manos y vuelve a meter el billete dentro.
 
«¡Don Controlador!»
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 5 Icon_minitimeMayo 5th 2014, 13:44

Capítulo 33 Parte 2


Mi móvil empieza a bailar sobre la mesa, pero antes de que pueda decirle a mi cerebro que lo coja, Joe me lo birla delante de las narices.
 
—¿Hola? —saluda al interlocutor misterioso. Lo miro sin poder creérmelo. No tiene modales en lo que a los teléfonos se refiere. ¿Quién será?—. ¿Señora ___ (TA)? —dice tan tranquilo. Abro la boca todo lo que me da de sí. ¡No! ¡Que no sea mi madre! Intento que me devuelva el teléfono, pero se aparta de mí con una sonrisa pérfida plasmada en ese rostro tan endiabladamente atractivo—. Tengo el placer de estar en compañía de su preciosa hija —informa a mi madre. Me revuelvo en la mesa y él se vuelve en dirección contraria, mirándome con el ceño fruncido. Aprieto los dientes y hago gestos desesperados con la mano para que me devuelva el teléfono, pero se limita a levantar las cejas y a sacudir la cabeza—. Sí, ___ me ha hablado mucho de usted. Tengo muchas ganas de conocerla. —¡Cretino metomentodo! No le he contado gran cosa sobre mis padres y, desde luego, ellos ni siquiera saben de su existencia. Por Dios, esto es lo que me faltaba. Lo miro con odio, me levanto y estiro el brazo para quitarle el móvil, pero él da un salto hacia atrás—. Sí, se la paso. Ha sido un placer hablar con usted.
 
Me pasa el teléfono y se lo quito con un tirón furibundo.
 
—¿Mamá?
 
—¿___, quién era ése? —Mi madre parece desconcertada, como me imaginaba. Se supone que soy joven, libre y soltera en Londres, y ahora un hombre desconocido contesta mi móvil. Entorno los ojos y miro a Joe, que parece estar muy orgulloso de sí mismo.
 
—Sólo es un amigo, mamá. ¿Qué pasa?
 
Joe se lleva las manos al corazón e imita a un soldado herido, pero su expresión de enfado no casa para nada con su juguetona pantomima. Mi madre emite un bufido de desaprobación. No me puedo creer lo que el cabrón arrogante acaba de hacer. Y con todo lo que tengo que aguantar ahora mismo, sólo me faltaba el bonus añadido de mi madre ensañándose con que me haya metido en otra relación demasiado pronto.
 
—Me ha llamado Matt —me dice impasible.
 
Doy la espalda a Joe para intentar ocultar mi cara de sorpresa. ¿Por qué habrá llamado Matt a mi madre? ¡Mierda! No puedo hablar de esto ahora mismo, no con Joe delante.
 
—Mamá, ¿podemos hablar luego? Estoy en Camden y hay mucho follón. —Los hombros me llegan a las orejas cuando noto la mirada de acero de Joe clavada en la espalda.
 
—Claro. Sólo quería que lo supieras. Fue muy cortés, no me gustó. — Parece furiosa.
 
—Vale, te llamo luego.
 
—Bien, y recuerda: diversión sin compromiso —añade sin tapujos al final para recordarme mi estatus, sea el que sea.
 
Me vuelvo para mirar a Joe y lo encuentro tal y como era de esperar: nada contento.
 
—¿Por qué has hecho eso? —le grito.
 
—¿Sólo es un amigo? ¿Sueles permitir que tus amigos te follen hasta partirte en dos?
 
Dejo caer los hombros en señal de derrota. Me está dejando el cerebro frito con tanto cambiar el modo en que habla de nuestra relación. Me folla; le importo; me controla...
 
—¿Es que el objetivo de tu misión es complicarme la vida todo lo posible?
 
Su mirada se suaviza.
 
—No —dice en voz baja—. Lo siento.
 
Dios mío, ¿hemos hecho progresos? ¿Acaba de disculparse por ser un capullo? Me ha dejado más a cuadros que cuando me ha robado el teléfono y ha saludado a mi madre como si la conociera de toda la vida. Él mismo ha dicho que no se disculpa a menudo pero, teniendo en cuenta que no le gusta hacerlo, comete un montón de locuras que merecen disculpas.
 
—Olvídalo —suspiro, y guardo el móvil en el bolso. Empiezo a caminar por la calle hacia el canal. Me pasa el brazo por los hombros en cuestión de segundos. Mi pobre madre estará provocándole a mi padre un buen dolor de cabeza en este instante. Sé que me va a someter a un tercer grado. En cuanto a Matt... Sé a qué está jugando. Ese gusano taimado está intentando ganarse a mis padres. Se va a llevar una gran decepción. Ahora mis padres ya no se molestan en ocultar que lo detestan; antes lo aguantaban por mí.
 
Pasamos el resto de la mañana y buena parte de la tarde vagando por Camden. Me encanta, la diversidad es uno de los mayores atractivos de Londres. Podría pasarme horas en las callejuelas adoquinadas de los mercados. Joe me sigue cuando me paro a mirar los puestos, no se separa de mí y no me quita las manos de encima. Me alegro mucho de haberme disculpado.
 
Caminamos por la zona de restaurantes y ya no puedo aguantar más el calor. No es un día especialmente caluroso, pero, con tanta gente y tanto turista, estoy agobiada. Me quito el bolso y luego la chaqueta para atármela a la cintura.
 
—¡___, a tu vestido le falta un buen trozo!
 
Me vuelvo con una sonrisa y lo veo mirándome atónito la espalda descubierta. ¿Qué va a hacer? ¿Desnudarme y cortarlo a tiras?
 
—No, está diseñado así —lo informo tras anudarme el cárdigan a la cintura y ponerme de nuevo el bolso. Me da la vuelta y me sube la chaqueta todo lo que puede para intentar ocultar la piel expuesta.
 
—¿Quieres parar? —Me río y me aparto.
 
—¿Lo haces a propósito? —salta. Me coloca la palma de la mano en la espalda.
 
—Si quieres faldas largas y jerseys de cuello alto, te sugiero que te busques a alguien de tu edad —murmuro cuando empieza a guiarme entre la multitud. Me gano unas cosquillas por descarada. Lo siguiente que hará será ponerme un burka.
 
—¿Cuántos años crees que tengo? —pregunta con incredulidad.
 
—Resulta que no lo sé, ¿recuerdas? —contraataco—. ¿Quieres sacarme de la ignorancia?
 
Resopla.
 
—No.
 
—Me lo imaginaba —murmuro. Algo me llama la atención. Me desvío hacia un puesto lleno de velas aromáticas y cosas hippies. Joe maldice detrás de mí y se abre paso entre la gente para no perderme.
 
Consigo acercarme y el hippy new age me saluda. Luce unas rastas indómitas y muchos piercings.
 
—Hola. —Sonrío y estiro el brazo para coger una bolsa de tela de un estante.
 
—Buenas tardes —responde—. ¿Te ayudo con eso?
 
Se acerca y me ayuda a sacar la bolsa.
 
—Gracias. —Noto la palma tibia de Joe en la espalda, abro la bolsa de tela y saco el contenido.
 
—¿Qué es eso? —me pregunta Joe mirando por encima de mi hombro.
 
—Son unos pantalones tailandeses —le digo mientras los estiro.
 
—Creo que necesitas unas tallas menos. —Frunce el ceño y mira el enorme trozo de tela negra que tengo en las manos.
 
—Son talla única.
 
Se ríe.
 
—___, ahí dentro caben diez como tú.
 
—Te los enrollas a la cintura. Le valen a todo el mundo. —Hace meses que quiero cambiar los míos, ya gastados, por unos nuevos.
 
Se aparta sin quitarme la mano de la espalda y mira los pantalones; no está del todo convencido. La verdad es que parecen unos pantalones hechos para el hombre más obeso del mundo, pero cuando les coges el truco son lo más cómodo que hay para estar por casa en un día perezoso.
 
—Se lo enseñaré. —El dueño del puesto me coge los pantalones y se arrodilla delante de mí.
 
Noto que la mano de Joe se tensa en mi espalda.
 
—Nos los llevamos —escupe a toda velocidad.
 
Vaya, empieza la estampida.
 
—Necesita una demostración —dice Rastas alegremente. Sonríe y abre los pantalones a mis pies.
 
Levanto un pie para meterlo en los pantalones, pero Joe tira de mí hacia atrás. Levanto la vista y le lanzo una mirada de advertencia. Está haciendo el tonto. El hombre sólo intenta ser amable.
 
—Tiene unas piernas estupendas, señorita —comenta Rastas con alegría.
 
Me da un poco de vergüenza.
 
—Gracias. —«¡No lo provoques!»
 
—Dame eso. —Joe le quita los pantalones a Rastas antes de colocarme contra un estante lleno de velas. Menea la cabeza y farfulla algo incomprensible, hinca una rodilla en tierra y abre los pantalones. Sonríe con dulzura a Rastas, que no parece haberse dado cuenta del numerito a lo apisonadora de Joe. Probablemente esté demasiado colocado como para eso. Me meto en los pantalones y me los subo mientras Joe sujeta las dos mitades, con la arruga muy marcada en la frente. ¡Dios, cómo lo quiero!
 
Rápidamente, me hago con las cintas por miedo a que Rastas intente cogerlas.
 
—Así, ¿lo ves? —Doblo los pantalones por encima y las ato a un lado.
 
—Maravilloso —se burla Joe, que los mira confuso. Su mirada encuentra la mía y sonrío de oreja a oreja. Sacude la cabeza, le brillan los ojos.
 
—¿Los quieres?
 
Empiezo a desatármelos y a bajármelos bajo la atenta mirada de Joe.
 
—Los pago yo —lo aviso.
 
Pone los ojos en blanco y se ríe con sorna mientras saca un fajo de billetes del bolsillo.
 
—¿Cuánto cuestan los pantalones extragrandes? —le pregunta a Rastas
 
—Sólo diez libras, amigo mío.
 
Los doblo y los meto en la bolsa.
 
—Voy a pagarlos yo, Joe.
 
—¿Sólo? —Joe se encoge de hombros y le da el billete a Rastas.
 
—Gracias. —Rastas se lo guarda en la riñonera.
 
—Vamos —dice, y coloca de nuevo la mano sobre la piel expuesta de mi espalda.
 
—No tenías que pasar por encima del pobre hombre —gimoteo—. Y yo quería pagar los pantalones.
 
Me sitúa a su lado y me besa en la sien.
 
—Calla.
 
—Eres imposible.
 
—Y tú preciosa. ¿Puedo llevarte ya a casa?
 
Hago un gesto de negación con la cabeza. Qué difícil es este hombre.
 
—Sí. —Los pies me están matando y tengo que felicitarlo por lo tolerante que ha sido con mi vagabundeo ocioso de hoy. Se ha mostrado bastante razonable.
 
Dejo que me guíe entre la multitud hasta la salida del bullicioso callejón, donde el sonido de los altavoces y la música tecno me asalta los oídos. Levanto la vista y veo luces de neón destellando entre la oscuridad del edificio de una fábrica y un montón de gente en la puerta. Nunca he estado en ese sitio, pero es famoso por la ropa de club estrafalaria y los accesorios extremos.
 
—¿Te apetece ir a verlo?
 
Miro a Joe, que ha seguido mi mirada hasta la entrada de la fábrica.
 
—Pensé que querías irte a casa.
 
—Podemos echar un vistazo. —Cambia el rumbo hacia la entrada y me conduce hacia ese lugar poco iluminado.
 
La música me taladra los oídos al entrar. Lo primero que veo es a dos gogós en un balcón suspendido en el aire, vestidas con ropa interior reflectante y realizando movimientos para quedarse con la boca abierta. No puedo evitar mirarlas embobada. Cualquiera pensaría que estamos en un club nocturno a primera hora. Joe me lleva a una escalera mecánica y bajamos a las entrañas de la fábrica. Al llegar al fondo, mis ojos sufren el ataque del brillo de prendas fluorescentes de todos los tipos y colores. ¿De verdad que la gente se pone eso?
 
—No es precisamente encaje —musita cuando me ve mirando patidifusa una minifalda amarillo chillón con pinchos de metal en el bajo.
 
—No es encaje —asiento. Es horroroso—. ¿De verdad la gente se pone eso?
 
Se ríe y saluda a un grupo de personas que parecen a punto de desmayarse de la emoción. Deben de llevar como un millón de piercings entre todos. Me guía por el laberinto de pasillos. Estoy alucinada con lo que veo. Es ropa de noche de infarto para los amantes de la noche cañeros.
 
Vagamos por los pasillos de acero y bajamos más escalones. De repente estamos rodeados por todas partes de... juguetes para adultos. Me pongo roja. La música es muy ruidosa y absolutamente vulgar. Flipo al escuchar a una demente gritando algo sobre chupar pollas en la pista de baile mientras una dominatrix embutida en cuero restriega la entrepierna arriba y abajo por una barra de metal negra. No soy una mojigata, pero esto escapa a mi comprensión. Vale, estamos en la sección de adultos y me siento muy, muy incómoda. Nerviosa, levanto la vista hacia Joe.
 
Le brillan los ojos y parece estar divirtiéndose mucho.
 
—¿Sorprendida? —me pregunta.
 
—Más o menos —confieso. No es tanto por los productos como por la chica llena de piercings, tatuajes y semidesnuda que hay en el rincón. Lleva plataformas de dieciséis centímetros y ejecuta movimientos que se pasan de descarados. Eso es lo que me tiene con la mandíbula tocando el suelo.
 
«¡Madre de Dios, joder!» ¿A Joe le mola esta mierda?
 
—Es un poco exagerado, ¿no? —musita, y me lleva a una vitrina de cristal. Respiro de alivio al oírle decir eso.
 
—¡Vaya! —exclamo cuando me encuentro cara a cara con un vibrador enorme cubierto de diamantes.
 
—No te emociones —me susurra Joe al oído—. Tú no necesitas de eso.
 
Trago saliva y se ríe con ganas en mi oído.
 
—No lo sé. Parece divertido —respondo pensativa.
 
Esta vez es él quien traga saliva con dificultad, sorprendido.
 
—___, antes muerto que dejarte usar uno de ésos. —Mira con asco el objeto ofensivo—. No voy a compartirte con nadie ni con nada. —Me aparta—. Ni siquiera con aparatos a pilas. —Me río. ¿Pasaría por encima de un vibrador? Sus exigencias escapan a toda razón. Me mira y me dedica su sonrisa arrebatadora. Me derrito—. Aunque es posible que acepte unas esposas —añade.
 
«¿Sí?» ¿Esposas?
 
—Esto no te pone, ¿verdad? —Señalo la habitación que nos rodea antes de levantar la cabeza hacia él.
 
Me mira con ternura, me atrae hacia sí y me da un besito en la frente.
 
—Sólo hay una cosa en el mundo que me pone, y me gusta cuando lleva encaje.
 
Me derrito de alivio y miro al hombre al que amo tanto que me duele.
 
—Llévame a casa.
 
Me dedica una media sonrisa y me planta un beso de devoción en los labios.
 
—¿Me estás dando órdenes? —pregunta pegado a mis labios.
 
—Sí. Llevas demasiado tiempo sin estar dentro de mí. Es inaceptable.
 
Se aparta y me observa detenidamente; los engranajes de su cabeza se disparan y aprieta los dientes.
 
—Tienes razón, es inaceptable. —Vuelve a morderse el labio y a centrarse en el camino que tenemos por delante. Me saca de la mazmorra y me lleva de vuelta a su coche.
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 5 Icon_minitimeMayo 5th 2014, 23:28

jajajajajajaja ame el capi sube mas siiiii???
es q estan.geniales los bueno q ya reconocio
el.hombre su manera de ser jajajaja
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albitahdejonass:$
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 5 Icon_minitimeMayo 6th 2014, 10:49

Porfiiiiiin acepta q es un controlador!!!! Mas mas quiero mas dame mas sube un capi dame mas (Cool jajajaajajajja
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 5 Icon_minitimeMayo 10th 2014, 13:59

Capítulo 34 Parte 1
 
Entramos por la puerta del ático, fundidos en un apasionado abrazo. Llevo todo el día esperándolo. Estoy a punto de explotar de deseo. Lo necesito dentro de mí, ya.
 
Me quita el bolso del hombro y lo tira al suelo, me coge por la cintura y me levanta para que rodee la suya con las piernas. Camina hacia la cocina, pulsa un par de botones del mando a distancia y Running up that Hill de Placebo inunda mis oídos rápidamente y aumenta la desesperación con la que lo necesito. Es un hombre de palabra.
 
—Te quiero en la cama —me dice con urgencia, y sube la escalera a una velocidad alarmante.
 
Me quito las bailarinas por el camino para que, al llegar arriba, tardemos menos en librarnos de la ropa. Abre la puerta del dormitorio principal de una patada y me deja a los pies de la cama.
 
—Date la vuelta —dice con ternura. Hago lo que me dice y le doy acceso a la espalda de mi vestido—. Por favor, dime que llevas ropa interior de encaje —suplica mientras me lo desabrocho—. Te necesito vestida de encaje.
 
—Es de encaje —confirmo con tranquilidad. Últimamente no me pongo otra cosa. Suelta un largo suspiro de alivio, me quita el vestido por la cabeza y lo deja caer al suelo.
 
Me vuelvo para verle la cara. Tiene la boca relajada y los ojos entrecerrados. Está tan desesperado como yo. Acerca la mano y, despacio, me baja una copa del sujetador rozando el pezón con los nudillos. El corazón se me dispara en el pecho. Está cariñoso, me encanta el Joe cariñoso.
 
Se lleva las manos a la espalda, agarra su camiseta y se la quita por la cabeza. Está en tan buena forma que cada vez que veo su cuerpo jadeo. No tiene un gramo de grasa.
 
—¿Lo has pasado bien hoy? —me pregunta. No me toca, se limita a quedarse ahí, delante de mí, quitándose los zapatos. Mentalmente le suplico que se dé prisa. ¿Quiere ponerse a charlar ahora?
 
—Ha sido un día encantador —le digo, e intento ignorar lo mejor que puedo el ritmo apasionado de la música que nos envuelve, especialmente si ha decidido que vamos a pasar un ratito charlando.
 
—Yo también lo he disfrutado mucho. —Está serio y pensativo. No sé cómo tomármelo—. ¿Quieres que lo hagamos aún mejor?
 
Ay, Dios.
 
—Sí —jadeo.
 
—Ven aquí.
 
Esta vez no va a ser necesaria una cuenta atrás. Doy un paso adelante, le pongo las manos en el pecho de acero y levanto la cabeza para buscar su mirada. Pasamos unos instantes en silencio, contemplándolos, antes de que sus labios tomen los míos y me catapulten al instante al séptimo cielo de Joe, mi lugar favorito del universo.
 
Gimo y traslado las manos hacia su pelo. Me agarro a él cuando me levanta y me apoya contra su cuerpo. Nuestras lenguas enredadas se acarician despacio. Me lleva a la cama, se tumba encima de mí y me coloca las manos por encima de la cabeza. No me las sujeta, pero sé que es donde tienen que quedarse.
 
Abandona mi boca y se sienta. Me deja acalorada, aturdida y jadeante.
 
Me mira y veo los engranajes de su maravillosa mente trabajando a toda máquina. Quiero saber qué está pensando. Hace días que se pone pensativo de repente.
 
—Podría quedarme aquí sentado todo el día viendo cómo te arqueas y revuelves con mis caricias —murmura mientras juega con mi pecho. Después baja la otra copa y le dedica a éste las mismas atenciones que al primero.
 
Se me endurecen los pezones. Los pellizca y estira con los dedos, atento a sus movimientos, que me están volviendo loca. Tiene los labios húmedos, la boca entreabierta. ¡La quiero en mi cuerpo ya!
 
—No te muevas. —Se levanta de la cama y, ya de paso, me quita las bragas.
 
Gimoteo un poco al dejar de sentir su peso sobre mí. ¿Adónde va? Lo veo desabrocharse la bragueta de los vaqueros, bajárselos y quitárselos de un puntapié, sin prisa. Luego se saca los bóxeres. Aprieto las piernas con fuerza para controlar el pálpito sordo de mi vientre, que al verlo desnudo ha aumentado en intensidad y frecuencia. Tiene un cuerpo espectacular. Vuelve a la cama, me abre las piernas y me pasa la lengua directamente por el centro del sexo.
 
—¡Dios, Dios, Dios! —Me cubro la cara con las palmas de las manos y me clavo los dientes en ellas cuando me mete la lengua, la saca y traza lentamente mi circunferencia con ella antes de volver a meterla. Creo que voy a desmayarme.
 
Empiezo a rotar las caderas siguiendo su ritmo, en busca de más fricción. Me presiona el vientre con la palma de la mano para evitar que me arquee debajo de él. ¿Por qué iba a salir huyendo de él? De todas las estupideces que podría hacer, huir de este hombre se llevaría la medalla de oro.
 
Levanta la boca y envía una corriente de aire fresco por mi piel antes de volver a su inexorable patrón de tortuoso placer. Cuando comienzo a mover la cabeza de un lado a otro e intento cogerlo del pelo, aumenta la presión y exploto a su alrededor, levantando las caderas en un acto reflejo y exhalando un grito desesperado. Cierra la boca sobre mi sexo y succiona literalmente cada pulsación que sale de mí. Tiemblo como una hoja y arqueo la espalda todo lo que da de sí.
 
Joe gime de pura satisfacción.
 
—Hummm, noto cómo palpitas contra mi lengua, nena.
 
No puedo ni hablar. La influencia que tiene sobre mi cuerpo es extraordinaria. No creo que yo sea débil, creo que él es demasiado poderoso, está claro que es él quien tiene el poder.
 
Mi pobre corazón empieza a calmarse y yo le paso los dedos por el pelo mientras disfruto de las atenciones de su boca, que me besa con ternura, me muerde y me chupa la cara interior de los muslos. Estamos haciendo el amor con ternura, pero es imposible saber lo que va a durar. No voy a intentar engañarme a mí misma y convencerme de que no va a decirme nada más de la desobediencia de anoche. Pero ahora mismo me doy por satisfecha con estar aquí tumbada, con Joe acariciándome y besándome entre las piernas, hasta que él quiera. Y ésa es otra cosa que se hace siempre de acuerdo con sus condiciones.
 
Cierra los dientes con suavidad sobre mi clítoris y me estremezco. Oigo su risa y traza un camino ascendente de besos por mi cuerpo hasta que encuentra mis labios y comparte conmigo mi orgasmo. Aprieta sus labios suaves contra los míos sin dejar de mirarme. Le pongo los brazos sobre los hombros y acepto su peso cuando entierra la cara en mi cuello y suspira. Su excitación es tremenda y palpita contra mi muslo. Muevo la cadera para que quede justo en mi abertura.
 
—Me cabreas hasta la locura, señorita —susurra en mi cuello. Levanta las caderas introduciéndose despacio en mí, con un gemido ahogado. Yo también gimo y aprieto todos y cada uno de mis músculos a su alrededor—. Por favor, no vuelvas a hacerlo.
 
Me busca la pierna y desliza el brazo bajo mi rodilla. Tira de ella para colocársela encima del hombro y luego apoya la parte superior del torso en los antebrazos. Lentamente, se retira y vuelve a entrar mientras me mira fijamente.
 
—Lo siento —susurro con los dedos enredados en su pelo.
 
Vuelve a salir y a continuación empuja con un gemido.
 
—___, todo lo que hago, lo hago para protegerte y mantenerme cuerdo. Por favor, hazme caso.
 
Gimo al recibir otra embestida deliciosa y profunda.
 
—Lo haré —confirmo, pero soy consciente de que estoy desbordada de placer y de que, una vez más, puede hacerme decir lo que quiera. No necesito que me protejan, excepto de él, tal vez.
 
Me mira.
 
—Te necesito. —Parece abatido, y eso me deja fuera de juego—. Te necesito de verdad, nena.
 
Estoy atontada de placer, me ha engullido por completo, pero no puede seguir diciendo esas cosas así como así, al menos no sin aclarármelas. Me tiene hecha un lío con tanto mensaje en clave. ¿Es que confunde necesitar con desear? Yo he ido más allá del deseo y me da un poco de miedo haberme adentrado en el territorio de necesitar de verdad a este hombre.
 
—¿Por qué me necesitas? —Tengo la voz ronca y áspera.
 
—Te necesito y ya está. No me dejes, por favor. —Vuelve a sumergirse en mí, lo que provoca un gemido mutuo.
 
—Dímelo —gruño, y aprieto sus hombros con fuerza, aunque me aseguro de sostenerle la mirada. Quiero algo más que sus acertijos liosos. Las aguas superficiales se están enturbiando.
 
—Acéptalo y bésame. —Lo miro, dividida entre mi cuerpo, que lo necesita, y mi mente, que lo que necesita es información. Entra y sale de mí sin prisa, a un ritmo de ensueño que hace que la exquisita presión vuelva a acumularse gradualmente. No puedo controlarlo—. Bésame, ___.
 
Mi cuerpo gana, acerco su cara a la mía y lo beso, venero su maravillosa boca mientras él se hunde en mí y vuelve a salir rotando las caderas. La tensión mecánica de mi cuerpo entra en acción cuando alcanzo el punto álgido del placer y empiezo a temblar al borde de la liberación. Se me escapa el aire en jadeos cortos y punzantes, pero intento controlar mi inminente orgasmo.
 
—Aún no, nena —me advierte con dulzura, y aprieta con fuerza en su embestida.
 
¿Cómo lo sabe? Me concentro todo lo que puedo, pero con esta música y con Joe besándome con tanta delicadeza la verdad es que va a costarme. Le clavo los dedos en la espalda, una señal sin palabras de que estoy al borde del precipicio. Gruñe, me muerde el labio y empuja hacia adelante.
 
—Juntos —masculla contra mi boca. Asiento y aumenta la intensidad de sus arremetidas para acercarnos a ambos al éxtasis supremo. Mantiene el control y la precisión de sus embestidas.
 
—Ya casi estoy, nena —gime.
 
—¡Joe!
 
—Aguanta, aguanta un poco —dice con suavidad, y me la clava una vez más ejecutando una rotación tan profunda con las caderas que me resulta deliciosamente dolorosa. Se adentra en mí cuanto puede.
 
Los dos gritamos.
 
—Ahora, ___.
 
Sale y vuelve a entrar, más fuerte.
 
Me libero. Noto que palpita y tiembla dentro de mí mientras ambos engullimos los gemidos del otro y nos entregamos al placer. Descendemos en una caída apacible y pausada hacia la nada. Mis músculos se estremecen en torno a su pene palpitante y el corazón me late con fuerza en el pecho.
 
Lo beso con adoración mientras se relaja, aún con mi pierna por encima del hombro y apretándose contra mí, soltando todo lo que tiene, gimiendo de placer puro y duro.
 
Una molesta invasión de lágrimas se apodera de mis ojos y lucho con todas mis fuerzas para evitar que se derramen y estropeen el momento. Él sigue aceptando mis besos devotos y devuelve a mi lengua, lenta y ávida, una caricia con otra. Estoy intentando decirle algo con este beso. Necesito desesperadamente que lo entienda.
 
«¡Te quiero!»
 
Se aparta, deshace nuestro beso y me mira con el ceño fruncido.
 
—¿Qué ocurre, ___? —me pregunta con cariño y la voz llena de preocupación.
 
—Nada —respondo demasiado de prisa. Maldigo mentalmente a mi dichosa mano por ponerse tensa en su nuca. Busca en mis ojos y dejo escapar un suspiro—. ¿Qué es esto? —le pregunto. Sigue moviéndose lentamente dentro de mí.
 
—¿Qué es qué? —Su tono denota confusión. Estoy enfadada conmigo misma por haber abierto la bocaza.
 
—Me refiero a ti y a mí. —De repente, me siento idiota y quiero esconderme bajo las sábanas.
 
Su mirada se torna más dulce y mueve las caderas despacio.
 
—Somos sólo tú y yo —dice tan tranquilo, como si fuera algo muy sencillo. Me besa con suavidad y me suelta la pierna—. ¿Estás bien?
 
«No, estoy hecha una mierda.»
 
—Sí —contesto con un tono más cortante del que pretendía. ¿Es tan insensible este hombre que no ve a una mujer enamorada ni cuando la tiene debajo? Tú y yo, yo y tú, eso está más claro que el agua. No veo a nadie más en la cama con nosotros. Me retuerzo debajo de él y entrecierra sus ojos pantanosos—. Necesito hacer pis. —Intento decirlo como si no estuviera cabreada. Fracaso estrepitosamente.
 
Se muerde el labio inferior y me mira con recelo, pero se aparta y, con no mucho entusiasmo, me libera de su peso. Me llevo la mano a la espalda para desabrocharme el sujetador de camino al cuarto de baño y cierro la puerta al entrar.
 
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 5 Icon_minitimeMayo 10th 2014, 14:12

Capítulo 34 Parte 2


¿Por qué no soy capaz de decirlo? Necesito liberar a mi boca de las palabras que me causan esta maldita agonía. Mentalmente, me pego patadas en mi patético culo por todo el baño de lujo, meto la cabeza en el retrete y tiro de la cisterna. Me siento para hacer pis. Soy una perdedora. Seguro que sabe cómo me siento. Me echo a los pies de este hombre como una esclava, le entrego mi mente y mi cuerpo en cuanto chasquea los dedos. No me creo, ni por un segundo, que no haya visto todas las señales.
 
Termino y me coloco desnuda delante del espejo. Contemplo mi reflejo. Tengo los ojos marrones brillantes otra vez y la piel aceitunada fresca y limpia. Me apoyo en el lavabo doble y dejo escapar un largo suspiro. No tenía planeado estar en esta situación, pero aquí estoy. Este hombre ha arrasado conmigo en todos los sentidos y estoy peligrosamente cerca de que me rompa el corazón. La idea de vivir sin él... Me llevo la mano al pecho. La sola idea de vivir sin él me constriñe el corazón. A pesar de lo difícil que es, estoy enamorada sin remedio. Así son las cosas. 
 
Me sobresalto cuando se abre la puerta y entra, desnudo, impresionante y glorioso. Se pone detrás de mí y me coloca las manos en la cintura y la barbilla en el hombro. Nuestras miradas no se separan en una eternidad.
 
—¿No habíamos hecho las paces? —pregunta frunciendo un poco sus hermosas cejas.
 
—Sí. —Me encojo de hombros.
 
Esperaba una retribución mayor que la que acabo de recibir. Sí, cortó en pedacitos el vestido tabú pero, con todo y con eso, hoy ha sido bastante razonable. Es curioso que pueda reducir la masacre de prendas a algo «bastante razonable».
 
—Entonces ¿por qué estás enfurruñada?
 
«¡Porque eres un insensible!»
 
—No estoy enfurruñada —digo un pelín demasiado ofendida. Joder, está claro que sí.
 
Sacude la cabeza y suelta un largo suspiro de cansancio. ¿De qué está tan cansado? Menea las caderas contra mi trasero. Se ha puesto duro otra vez. Va a distraerme de mis cavilaciones con su manipulación sexual y exigente. Lo sé.
 
—___, eres la mujer más frustrante que he conocido —gruñe. Abro los ojos como platos. Pero ¡qué morro tiene! ¿Considera que yo soy frustrante? Cierra la boca en mi cuello y su calor penetra en mí—. ¿Me estás ocultando algo a propósito, señorita?
 
—No —susurro.
 
¿De qué habla? Nunca me he guardado nada con él. Me entrego a él sin reservas y siempre de buena gana. A veces hace falta un poco de dulce persuasión, pero al final consigue lo que quiere una y otra vez. ¿Que qué me estoy guardando?
 
Empieza a pasarme la palma de la mano, arriba y abajo, entre los muslos. Es la fricción perfecta al ritmo perfecto. Le sostengo la mirada en el espejo. Mierda, lo estoy deseando otra vez. Echo la cabeza hacia atrás y le ofrezco mi cuello. Su boca traza un sendero por la columna de mi garganta y me rodea el nacimiento de la oreja, esa zona tan sensible.
 
—¿Lo deseas de nuevo? —me tienta mientras me lame la oreja sin parar de acariciarme el sexo.
 
—Te necesito.
 
—Nena, no sabes lo feliz que me hacen esas palabras. ¿Siempre?
 
—Siempre —confirmo.
 
Gruñe de aprobación.
 
—Joder, necesito estar dentro de ti.
 
Tira de mis caderas hacia él y se coloca en mi entrada antes de clavarse en mi interior con un grito ensordecedor que resuena en el amplio cuarto de baño.
 
—Ah, ¡mierda, Joe! —Me sujeto al lavabo doble preparándome para el ataque.
 
Me embiste.
 
—¡Esa... boca!
 
Me somete a una ráfaga desesperada e incesante de estocadas de castigo y grita como un poseso mientras tira de mí y me penetra hasta profundidades insoportables. La cabeza me da vueltas, mi cuerpo no puede más y estoy fuera de mí, colocada con la droga más placentera, intensa y poderosa: don Difícil en persona. Dejo caer la cabeza.
 
«¡Dios, coño, jodeeeer!»
 
Me coge de los hombros.
 
—¡Mírame! —me grita, y se clava en mí para enfatizar su orden.
 
Cojo aire con dificultad, consigo levantar la cabeza y miro su reflejo, pero me cuesta enfocarlo. Me empuja con mucha fuerza hacia adelante, y mis brazos a duras penas me sostienen cuando me golpea el culo con las caderas entre continuos rugidos. La arruga de su frente es muy profunda y tiene los músculos del cuello tensos. El señor del sexo, brutal y exigente, ha vuelto.
 
—Nunca vas a guardarte nada, ¿verdad, ___? —me ladra con esfuerzo entre dientes.
 
—¡No!
 
—Porque no vas a dejarme nunca, ¿verdad?
 
Ya estamos otra vez. Tanto hablar en clave mientras lo hacemos me machaca el cerebro más que el asalto que está soportando mi cuerpo.
 
—¿Y adónde coño iba a irme? —grito de frustración al recibir otra estocada despiadada.
 
—¡Esa boca! —ruge—. ¡Dilo, ___!
 
—¡Dios! —grito. Me fallan las rodillas y él mueve rápidamente las manos hacia mi cintura para sujetarme.
 
Mi mundo se queda en silencio cuando cabalgo la vibración de olas de placer que se han disparado en mí con tanta fuerza que creo que el corazón ha dejado de latirme del susto.
 
—¡Jesús! —Se desploma en el suelo y se tumba de espaldas para que pueda echarme sobre él, yo con la espalda apoyada en su pecho y él con los brazos en cruz.
 
Me hace ascender y descender al respirar.
 
Tengo la mente nublada, hecha un revoltijo, y mi pobre cuerpo se pregunta qué coño acaba de pasar. Ha sido el polvo de hacerme entrar en razón por antonomasia. Pero ¿con qué propósito?
 
—Estoy jo... —me callo antes de ganarme otra reprimenda, pero aun así me hunde los dedos en el hueco de las cosquillas.
 
—¡Eh! —protesto. He suprimido el impulso. Vamos mejorando.
 
Me envuelve entre sus brazos e inhala en mi cuello.
 
—No lo has dicho.
 
—¿El qué? ¿Que no voy a dejarte? No voy a dejarte. ¿Contento?
 
—Sí, pero no me refería a eso.
 
—¿Y a qué te referías?
 
Resopla con fuerza en mi oreja.
 
—No importa. ¿Quieres repetir?
 
Se me entrecorta la respiración. Está de broma, ¿no? Sé que no voy a ser capaz de decir que no, para empezar porque él no va a dejarme, pero ¿va en serio? Noto la leve sacudida de una carcajada ahogada debajo de mí.
 
—Por supuesto. No me canso de ti —digo con la voz seria y firme.
 
Se queda petrificado debajo de mí, pero me abraza con más fuerza.
 
—Me alegro, a mí me pasa lo mismo. Pero mi corazón ya ha sufrido bastante las últimas veinticuatro horas con tu desobediencia y tu rebeldía. No sé si podrá resistir mucho más.
 
Ya estamos otra vez: desobediencia. ¡Don Controlador!
 
—Debe de ser la edad —murmuro.
 
—Oiga, señorita. —Se da la vuelta y yo acabo sobre el suelo del cuarto de baño y él encima de mí. Me muerde la oreja y susurra—: Mi edad no tiene nada que ver. —Vuelve a morderme la oreja y me revuelvo debajo de él—. ¡Eres tú! —dice con tono acusador y haciéndome cosquillas.
 
—¡No! —grito y hago un intento inútil por escapar—. ¡Vale, me rindo!
 
—Ya me gustaría —refunfuña, y me suelta.
 
—Vejestorio —digo con una sonrisa.
 
Me pone de pie a la velocidad de la luz y me empuja contra la pared. Me sujeta los brazos por encima de la cabeza. Me muerdo los labios para contener la risa. Entorna los ojos, fiero.
 
—Prefiero que me llames dios —me notifica con un beso de los que te paran el corazón, y me presiona con el cuerpo para hacerme subir por la pared.
 
—Puedes ser mi dios.
 
—Señorita, de verdad que no me canso de ti.
 
Sonrío.
 
—Eso está bien.
 
—Eres mi seductora suprema.
 
Me recorre la cara con los labios y suspiro contra su piel.
 
—¿Tienes hambre? —pregunta.
 
—Sí. —Estoy famélica.
 
Me coge en brazos, camina hacia el lavabo doble y me sienta en él.
 
—Ya te he follado y ahora voy a alimentarte.
 
Frunzo el ceño ante su falta de tacto. ¿Por qué no dice que me ha hecho el amor y que ahora va a prepararme la cena?
 
Me deja en el lavabo y abre el grifo de la ducha. Empiezo a soñar despierta al ver cómo se tensan y relajan con sus movimientos los músculos de su espalda.
 
—Adentro. —Me tiende la mano.
 
Me bajo del lavabo, le cojo la mano y dejo que me meta en la ducha.
 
—Esto me mata —suspira al agarrar la esponja natural.
 
—¿Qué? —Me agarro a su hombro cuando se arrodilla delante de mí para enjabonarme las rodillas y la cara interior de los muslos con círculos lentos y resbaladizos.
 
—Odio lavarme y dejar de oler a ti —dice con cara de pena.
 
¿Lo dice en serio?
 
Sigo de pie, permitiéndole que limpie los restos que ha dejado en mí, con cuidado, con cariño, y lanzándome sonrisas fugaces cuando me pilla mirándolo. Me pone champú y acondicionador en el pelo y le quito la esponja para devolverle el favor. Tardo bastante más porque su cuerpo es mucho más grande que el mío. Además, siento la necesidad de besar cada centímetro cuadrado de su piel. Me deja salirme con la mía, me sonríe y echa más gel de ducha en la esponja cuando se lo indico. Como de costumbre, me entretengo en su cicatriz con la esperanza de que se abra a mí pero, de nuevo, no lo hace. Un día lo hará, me digo a mí misma, aunque no sé cuándo. Quizá todo haya terminado antes de que me lo cuente. Sólo de pensarlo me deprimo. No quiero que esto se acabe nunca.
 
Me envuelve en una toalla blanca y suave y me cubre la cara de besos pequeños antes de pasarme el brazo por los hombros y llevarme al dormitorio.
 
—Ponte algo de encaje —me susurra y se va al vestidor. Reaparece a los pocos minutos con unos pantalones de pijama verdes a rayas. Sonrío. Me encanta verlo vestido de verde pardusco—. Te veo en la cocina, ¿de acuerdo?
 
—De acuerdo —le confirmo en voz baja.
 
Me guiña el ojo antes de salir del dormitorio y me deja buscando un conjunto de encaje. Yo estaba más bien pensando en unas bragas grandes y una sudadera, pero está de tan buen humor que no me apetece fastidiarla por un detalle insignificante. ¿Dónde estará mi ropa interior? ¿Habrá metido Kate en mi maleta lencería de encaje?
 
Miro alrededor en busca de mis cosas, pero no veo nada. Entro en el vestidor, pero solo hay vestidos y zapatos. Ha dicho que me quede unos cuantos días. Aquí hay ropa para más de unos cuantos días, perfectamente colgada en su pequeño rincón. Sonrío al pensar en Joe haciendo sitio para mi ropa en su amplio vestidor. ¿Habrá deshecho él mi maleta?
 
Busco en una de las dos cómodas que encargué en Italia. Abro el primer cajón y encuentro tres pilas perfectas de bóxeres en blanco, negro y gris, todos de Armani. Parecen nuevos. Abro otro y encuentro cinturones, muy bien enrollados, en todos los tonos de cuero negro y marrón que puedan imaginarse.
 
Es un fanático del orden. ¡Qué mal! Yo soy un desastre en casa. Cierro el cajón y abro el último, pero sólo encuentro calcetines de deporte y varias gorras. A continuación, abro todos los cajones de la otra cómoda: están llenos de una amplia selección de pantalones cortos de correr y camisetas deportivas.
 
Me rindo y, todavía envuelta en la toalla, bajo a la cocina, donde Joe tiene la cabeza metida en la nevera.
 
—No encuentro mis cosas —le digo a la puerta de la nevera.
 
Saca la cabeza de la nevera y me recorre con la mirada el cuerpo envuelto en una toalla.
 
—Desnuda me vale —dice, y cierra la puerta. Pasa junto a mí con un tarro de mantequilla de cacahuete—. Cathy tiene el día libre y la nevera está vacía. Voy a encargar comida; ¿qué te apetece?
 
—Tú —sonrío.
 
Sonríe, me arranca la toalla, la tira al suelo y admira mi cuerpo desnudo.
 
—Tu dios debe alimentar a su seductora. —Su mirada danzante se centra en mis ojos—. El resto de tus cosas está en ese enorme arcón de madera que metiste en mi dormitorio. ¿Qué te apetece comer?
 
Paso de su comentario y me encojo de hombros. Podría comer cualquier cosa.
 
—Soy fácil.
 
—Lo sé, pero ¿qué quieres comer?
 
Tengo que dejar de decir eso.
 
—Sólo soy fácil contigo —refunfuño. ¿Cree que soy una chica fácil?
 
—Más te vale. Ahora, dime, ¿qué te apetece comer?
 
—Me gusta todo. Elige tú. ¿Qué hora es?
 
He perdido la noción del tiempo. De hecho, pierdo la noción de todo cuando estoy con él.
 
—Las siete. Ve a secarte el pelo antes de que me olvide de la cena y vuelva a por ti. —Me da la vuelta y me propina un azote en el culo antes de dejarme ir.
 
Subo escaleras arriba, desnuda, para seguir sus instrucciones. Cuando llego a lo alto, giro a la izquierda en dirección al dormitorio principal y miro hacia la cocina. Joe está en la puerta observándome en silencio. Le mando un beso y desaparezco en el dormitorio. Antes de perderlo de vista, veo que me lanza una sonrisa de esas que hacen que me tiemblen las rodillas.
 
Cuarenta y cinco minutos más tarde, me he secado el pelo como Dios manda, me he limpiado la cara, la he tonificado y he aplicado la crema hidratante que necesitaba, y llevo puesto un conjunto de encaje limpio. Kate se ha olvidado de meter mi ropa de estar por casa —casualmente, sólo ha olvidado eso—. Pero también es verdad que Joe la ha secuestrado antes de que pusieran las calles esta mañana, así que es probable que simplemente metiera lo que había más a mano. Tengo mis nuevos pantalones tailandeses, pero no tengo camiseta.
 
Voy al armario a coger una camiseta blanca. Esta vez no elijo la más cara, aunque estoy segura de que todas valen un dineral.
 
—Iba a ir a buscarte —dice mientras vacía el contenido de varios envases en dos platos—. Me gusta tu camiseta.
 
—Kate no me ha metido ropa de estar por casa en la maleta.
 
—¿Ah, no? —Levanta una ceja y lo entiendo al instante.
 
O bien Kate sí que metió esa ropa en la maleta, o bien no es Kate quien ha hecho la maleta. Sospecho que se trata de lo segundo.
 
—¿Dónde quieres comer?
 
—Soy f... —Cierro la boca y me encojo de hombros.
 
—Sólo conmigo, ¿sí? —Sonríe, se mete una botella de agua debajo del brazo y coge los platos—. Vamos a apoltronarnos en el sofá.
 
Me lleva al imponente espacio abierto y señala con la cabeza el sofá gigante. Me siento en la rinconera y cojo el plato que me ofrece. Es comida china y huele de maravilla. Perfecto.
 
Las puertas del tremendo mueble del salón se abren y aparece la tele de pantalla plana más grande que haya visto en toda mi vida.
 
—¿Quieres ver la tele o prefieres música y conversación? —Me mira sonriente.
 
El tenedor me cuelga de la boca. No me había dado cuenta de lo hambrienta que estaba.
 
Mastico y trago lo más rápido que puedo.
 
—Música y conversación, por favor.
 
Era una elección fácil. Asiente como si supiera que ésa iba a ser mi respuesta. A continuación la habitación se llena del sonido relajante de Mumford & Sons. Sorpresa. Cruzo las piernas y me reclino contra el respaldo. Este sofá fue una buena elección.
 
—¿Está bueno?
 
Me está observando, con una rodilla en alto y el brazo apoyado en el respaldo del sofá para sostener el plato.
 
—Muy bueno; ¿tú no cocinas?
 
—No.
 
Sonrío con el tenedor en la boca.
 
—¡Señor Jonas! ¿Acaso hay algo que no se le da bien?
 
—No puedo ser excepcional en todo —dice muy serio y observándome con atención.
 
Es un capullo engreído.
 
—¿La asistenta te hace la comida?
 
—Cuando se lo pido, pero casi siempre como en La Mansión.
 
Imagino que es lógico que aproveche que tiene una comida deliciosa a su disposición. Si pudiera, yo haría lo mismo.
 
—¿Cuántos años tienes?
 
Se queda quieto con el tenedor a medio camino de la boca.
 
—Alrededor de treinta, más o menos. —Se mete en la boca el tenedor cargado hasta arriba y me observa mientras mastica.
 
—Más o menos —repito.
 
—Sí, más o menos. —En la comisura de sus labios aparece una sonrisa.
 
Vuelvo a mi comida. Su respuesta vaga no me molesta. Seguiré preguntando y él seguirá dándome evasivas. Quizá debería probar a persuadirlo a mi manera, ¿tal vez con un polvo de la verdad o con una cuenta atrás? ¿Qué le haría al llegar a cero? Me pierdo en mis pensamientos al respecto mientras le doy un bocado tras a otro a mi comida china. Se me ocurren muchas cosas, pero ninguna que pudiera ejecutar con facilidad. Tiene más fuerza que yo. La cuenta atrás queda descartada, así que sólo me queda el polvo de la verdad. Tengo que inventar el polvo de la verdad. ¿Qué podría hacer?
 
— ¿___?
 
Levanto la vista y Joe y su arruga en la frente me están observando.
 
—¿Sí?
 
—¿Soñando despierta? —pregunta con un dejo de preocupación.
 
—Perdona. —Dejo el tenedor en el plato—. Estaba muy lejos de aquí.
 
—Ya me había dado cuenta. —Recoge mi plato y lo deja en la mesita de café—. ¿Dónde estabas?
 
Estira el brazo para atraerme hacia él. Me acurruco a su lado, feliz.
 
—En ninguna parte.
 
Cambia de postura, ocupa mi sitio en el rincón y me coloca bajo su brazo. Apoyo la mejilla sobre su pecho desnudo y le paso las piernas por el regazo. Inhalo para percibir todo su esplendor de agua fresca. Suspiro y dejo que la música suave y el calor de Joe me llenen de paz.
 
—Me encanta tenerte aquí —dice mientras juega con un mechón de mi pelo. 
 
A mí también me encanta estar aquí, pero no como una marioneta. ¿Será siempre así? Podría hacer esto todos los días, ha sido un día fantástico. Pero ¿podría vivir con su lado controlador y exigente? Le paso el dedo por la cicatriz.
 
—A mí también me encanta estar aquí —susurro.
 
Es verdad, sobre todo cuando se porta así.
 
—Bien. Entonces ¿te quedas?
 
¿Cuándo? ¿Esta noche?
 
—Sí. Dime cómo te la hiciste.
 
Se lleva la mano al estómago y coge la mía para impedir que siga tocando esa zona.
 
—___, de verdad que no me gusta hablar del tema.
 
Ah.
 
—Perdona. —Me siento mal.
 
Eso ha sido una súplica. Le ocurrió algo terrible y me pone enferma saber que le hicieron daño.
 
Se acerca mi mano a la cara y me besa la palma.
 
—Por favor, no me pidas perdón. No es nada que importe aquí y ahora. Desenterrar mi pasado no sirve más que para recordármelo.
 
¿Su pasado? ¿Así que tiene un pasado? Bueno, todos tenemos un pasado, pero la forma en que lo ha dicho y el hecho de que estemos hablando de una cicatriz horrible me ponen muy nerviosa.
 
—¿A qué te referías cuando dijiste que las cosas son más llevaderas cuando estoy aquí?
 
Baja la mirada y me pone una mano en la nuca para apretar mi mejilla contra su pecho.
 
—Significa que me gusta tenerte cerca —dice quitándole importancia.
 
No le creo ni de coña, pero lo dejo estar. ¿Acaso importa?
 
Lo beso en el canal que se abre entre sus pectorales y me acurruco junto a él mientras me echo una bronca mental. Estoy tomando el sol en el séptimo cielo de Joe y disfrutando como una enana de cada minuto, hasta que sienta la necesidad de otra cuenta atrás o de un polvo de hacerme entrar en razón.
 

Y eso llegará. No me cabe duda.
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 5 Icon_minitimeMayo 10th 2014, 21:34

me encanta me encanta me encanta me encanta :')
síguela pronto *-*
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 5 Icon_minitimeMayo 11th 2014, 12:31

Capítulo 35 Parte 1
 
Me despierto de golpe y me incorporo en la cama. Me siento renovada, revitalizada y descansada. Esta cama es tremendamente cómoda. Volver a la mía después de haber dormido aquí varias noches va a suponer un bajón. Lo único que falta es Joe.
 
Miro bajo las sábanas y veo que sigo en ropa interior, pero la camiseta ha desaparecido. No recuerdo cómo he llegado a la cama. Me siento en silencio un momento y oigo un zumbido constante acompañado de unos golpes sordos a lo lejos.
 
¿Qué es eso?
 
Recorro el largo camino hasta los pies de la cama y salgo al descansillo, donde los ruidos son un poco más fuertes, aunque siguen sonando amortiguados. Miro a mi alrededor. No hay ninguna señal de Joe.
 
Deduzco que debe de estar en la cocina, así que bajo la escalera. Pero al acercarme a la cocina, me paro y doy marcha atrás. Miro a través de la puerta de cristal del gimnasio, situada en ángulo antes de entrar en la cocina, y veo a Joe con unos pantalones cortos esprintando a toda pastilla en la cinta de correr. Eso explica el extraño golpeteo distante. Está corriendo de espaldas a mí. La firme piel de su espalda resplandece gracias a las gotas de sudor mientras ve las noticias deportivas en un televisor colgado frente a él.
 
Le dejo hacer. Ya le he fastidiado una carrera. Voy a la cocina a llenar la cafetera y a prepararme un café. No es Starbucks, pero me servirá.
 
El sonido familiar del tono de mi móvil invade la habitación y lo busco por la cocina. Está cargándose en la encimera. Lo cojo y lo desconecto del cargador. Es mi madre. De repente me acuerdo de su llamada de ayer, esa que no le he devuelto aún... y que no tengo ningunas ganas, pero ningunas, de devolver. Mi buen humor se desvanece al instante.
 
—Hola, mamá —saludo alegremente pero con una mueca de aprensión en la cara. Aquí viene el interrogatorio.
 
—¡Estás viva! Joseph, cancela la partida de búsqueda. ¡La he encontrado!
 
La idea de chiste de mi madre hace que ponga los ojos en blanco. Obviamente, esperaba que ya le hubiera devuelto la llamada.
 
—Vale, mamá. ¿Qué quería Matt?
 
—No tengo ni idea. No nos llamó ni una sola vez mientras estuvisteis juntos. Me preguntó cómo estábamos y habló sobre el tiempo, ya sabes. Todo muy raro. ¿Por qué nos llamó, ___?
 
—No lo sé, mamá. —Bostezo de aburrimiento. Sospecho que sí lo sé. Está intentando ganárselos.
 
—Mencionó que estabas con otro.
 
—¿Ah, sí? —Mi tono agudo deja claro que me ha pillado por sorpresa, y también que soy culpable. Maldito seas, Joseph Jonas, por interceptar mi móvil. Habría sido más fácil restar importancia a los chismes de Matt si no tuviera que justificar también lo del hombre misterioso que cogió mi móvil ayer.
 
—Sí, dijo que estabas saliendo con alguien. Es muy pronto, ____.
 
—No estoy saliendo con nadie, mamá. —Miro por encima del hombro para asegurarme de que todavía estoy sola. Estoy haciendo algo más que salir con alguien. Estoy enamorada.
 
—¿Quién era el hombre que contestó al móvil?
 
—Ya te lo dije: es sólo un amigo.
 
«¡Déjalo estar, por favor!»
 
—Mejor. Eres joven, estás en Londres y recién salida de una relación de mierda. No caigas en los brazos del primero que te preste un poco de atención.
 
Me pongo roja hasta la coronilla aunque no puede verme. No creo que lo que me da este hombre pueda describirse como «un poco de atención». Con tan sólo cuarenta y siete años y habiendo tenido a Dan a los dieciocho y a mí a los veintiuno, mi madre se perdió todas las ventajas de ser joven en Londres. Aún no ha cumplido los cincuenta y ya está jubilada y viviendo en Newquay. Sé que no le gustaría saber que me están atrapando por medio de la lujuria.
 
—No lo haré, mamá. Sólo me estoy divirtiendo un montón —la tranquilizo. Me lo estoy pasando bomba, aunque que no como ella se imagina—. ¿Qué tal está papá?
 
—Ya sabes, loco por el golf, loco por el bádminton, loco por el cricket. Tiene que estar siempre haciendo mil cosas para no subirse por las paredes.
 
—Es mejor que pasarse el día con el culo pegado al sillón sin dar ni golpe —digo, y cojo una taza del armario. Me acerco al frigorífico.
 
—Montó un escándalo por tener que dejar la ciudad, pero yo sabía que se moriría al cabo de unos años si no lo sacaba de allí. Ahora no para quieto. Siempre está metido en algo.
 
Abro el frigorífico. No hay leche.
 
—Es bueno que se mantenga activo, ¿no? —Me siento en el taburete sin ese café que tanta falta me hace.
 
—No me quejo. También ha perdido unos kilos.
 
—¿Cuántos?
 
Son buenas noticias. Todo el mundo decía que papá tenía todas las papeletas para sufrir un infarto: obeso, aficionado a la cerveza y con un trabajo estresante. Resultó que todo el mundo tenía razón.
 
—Casi siete kilos.
 
—Vaya, estoy impresionada.
 
—No más que yo, ___. Entonces ¿hay novedades?
 
«¡A manta!»
 
—Pocas. Estoy hasta arriba de trabajo. He conseguido el siguiente proyecto del promotor del Lusso. —Tengo que hablar de trabajo. Se me va a caer el pelo si empieza a cotillear en mi vida social.
 
—¡Genial! Le enseñé a Sue las fotos en internet. ¡El ático! —suspira.
 
«Sí, ahí estoy en este momento.»
 
—Ya. —Necesito vino.
 
—¿Te imaginas vivir con tanto lujo? Tu padre y yo no estamos mal, pero no tiene nada que ver con esos niveles de riqueza.
 
—Es verdad. —De acuerdo, lo de hablar de trabajo no ha ido como yo planeaba—. ¿A qué hora llega Dan mañana? —Tengo que cambiar de tema.
 
—A las nueve de la mañana. ¿Vendrás con él?
 
Me desplomo sobre la encimera. Casi ni me acordaba de la llegada de Dan. No he tenido oportunidad con la movida que tengo encima. Me siento culpable. Llevo seis meses sin verlo.
 
—No creo, mamá. Estoy muy ocupada —lloriqueo mientras le suplico mentalmente que lo entienda.
 
—Es una pena, pero lo comprendo. A lo mejor papá y yo vamos a verte cuando ya tengas piso. —Me están dando a entender que tengo que mover el culo. No he hecho nada al respecto.
 
—Eso sería genial —lo digo de corazón. Me encantaría que mis padres volvieran a Londres a visitarme. No se han acercado desde que se mudaron, y sé que es porque en el fondo los dos tienen miedo de querer volver a vivir en el ajetreo y el bullicio de la ciudad.
 
—Estupendo. Se lo comentaré a tu padre. He de dejarte. Dale recuerdos a Kate.
 
—Lo haré, llamaré la semana que viene cuando Dan esté allí —añado rápidamente antes de que cuelgue.
 
—Perfecto. Cuídate mucho, cariño.
 
—Adiós, mamá. —Doy un empujón al móvil por la encimera y hundo la cabeza entre las manos.
 
Si ella supiera. A mi padre le daría otro infarto si se enterase del estado actual de mis asuntos, y mi madre me obligaría a mudarme a Newquay. La única razón por la que mi padre no vino conduciendo hasta Londres cuando Matt y yo rompimos fue porque mamá llamó a Kate para averiguar si era verdad que yo estaba bien. ¿Qué pensarían si supieran que estoy liada con un hombre controlador, arrogante y neurótico que, según sus propias palabras, me está follando hasta hacerme perder el sentido? El hecho de que sea superrico y el dueño del ático del Lusso no amortiguaría el golpe. Por Dios, si mi madre tiene una edad más cercana a la de Joe que yo.
 
Me doy la vuelta sobre el taburete cuando oigo un alboroto fuera de la cocina. Me levanto a investigar y doy un salto del susto que me llevo al ver el pecho desnudo de Joe volando hacia mí.
 
«¡Guau!»
 
—Joder, estás aquí. —Me levanta del suelo y me pega a su pecho bañado en sudor—. No estabas en la cama.
 
—No, estaba en la cocina —farfullo aturdida. Me está abrazando tan fuerte que me cuesta respirar—. He visto que estabas corriendo y no he querido molestarte. —Me revuelvo un poco para indicarle que me está ahogando. Me suelta y me deposita sobre mis pies. Con el rostro brillante y sin afeitar, me da un repaso y el pánico desaparece un poco de su mirada. Me coge de los hombros y me mira a la cara—. Sólo estaba en la cocina —repito. Me mira como si fuera a desmayarse en cualquier momento. Pero ¿qué le pasa?
 
Sacude un poco la cabeza, como si estuviera intentando borrar un pensamiento horrible, me coge en brazos, me lleva a la encimera y me sienta sobre el frío granito. Se abre camino entre mis muslos.
 
—¿Has dormido bien?
 
—Genial.
 
¿Por qué tiene cara de haber recibido muy malas noticias?
 
—¿Te encuentras bien?
 
Me regala una sonrisa de las que detienen el corazón. Me tranquilizo al instante.
 
—Me he despertado en mi cama contigo vestida de encaje. Es domingo, son las diez y media de la mañana y estás conmigo en mi cocina —me mira de arriba abajo—... vestida de encaje. Estoy genial.
 
—¿Ah, sí?
 
—Por supuesto. —Me levanta la barbilla y me planta un pico en los labios—. Podría despertarme así todos los días. Eres preciosa, señorita.
 
—Tú también.
 
Me aparta el pelo de la cara y me mira con cariño.
 
—Bésame.
 
Satisfago su petición de inmediato. Tomo sus labios con calma y sigo las caricias lentas y delicadas de su lengua. Los dos gemimos de gusto a la vez. Esto es la gloria. Pero el estridente chirrido del móvil de Joe pone fin a nuestro momento íntimo.
 
Gruñe y alarga el brazo por detrás de mí para cogerlo, sin dejar de besarme. Lo sujeta por encima de mi cabeza y mira la pantalla.
 
—No, ahora no... —protesta contra mis labios—. Nena, tengo que cogerlo.
 
Se aparta de mí y contesta entre mis muslos. Deja la mano que le queda libre en mi cintura.
 
—¿Qué pasa, John? —Empieza a morderse el labio—. ¿Y qué hace ahí?
 
Me da un beso casto en los labios.
 
—No, voy para allá... sí... te veo dentro de un rato. —Cuelga y me estudia con atención unos segundos—. Tengo que ir a La Mansión. Te vienes conmigo.
 
Retrocedo.
 
—¡No! —protesto. ¡No voy a dejar que sea ella quien me baje del séptimo cielo de Joe!
 
Frunce el ceño.
 
—Quiero que vengas.
 
¡De ninguna manera! Es domingo, no tengo que ir a trabajar y no voy a ir a La Mansión.
 
—Pero vas a estar trabajando. —Busco una buena excusa en mi cerebro para no tener que ir—. Haz lo que tengas que hacer y nos vemos luego. —Intento que entre en razón.
 
—No. Te vienes —insiste con firmeza.
 
—No, no voy. —Trato de soltarme de su abrazo, pero no consigo ir a ninguna parte.
 
—¿Por qué no?
 
—Porque no —le espeto, y me gano una mirada furibunda. No voy a empezar a despotricar contra Sarah y a aburrirlo con celos triviales.
 
Rebusca en mi mirada.
 
—___, por favor. ¿Vas a hacer lo que te digo?
 
—¡No! —grito.
 
Cierra los ojos con el objetivo de no perder la paciencia, pero me da igual. Puede obligarme a muchas cosas, pero no pienso ir a La Mansión. Sigo sentada en la encimera, esperando a que Joe se desintegre ante mi desobediencia.
 
—___, ¿por qué te empeñas en complicar las cosas?
 
—¿Que yo complico las cosas? —Lo miro boquiabierta.
 
Es él quien necesita un polvo para hacerlo entrar en razón. El tío alucina.
 
—Sí. Yo lo estoy intentando con todas mis fuerzas.
 
—¿Qué es lo que estás intentando? ¿Volverme loca? ¡Pues lo estás consiguiendo! —Le doy un empellón y me voy como un rayo de la cocina mientras él maldice y me sigue escaleras arriba.
 
—¡Está bien! —grita desde atrás—. Me esperarás aquí. Volveré en cuanto pueda.
 
—¡Me voy a casa! —grito sin dejar de andar.
 
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 5 Icon_minitimeMayo 11th 2014, 12:34

Capítulo 35 Parte 2


Me encierro en el cuarto de baño. No voy a quedarme aquí esperando a que vuelva. Ha sido razonable y ha aceptado mi negativa a acompañarlo, pero sólo para rematarlo con un «Me esperarás aquí» y punto. ¡No pienso esperarlo! Me echo agua fría en la cara para intentar calmarme. Estoy de muy mal humor. ¿Por qué no me ha hecho la cuenta atrás? Es lo que suele hacer cuando no me someto a sus órdenes. Lo oigo hablar por teléfono en el dormitorio. Me pregunto a quién habrá llamado. Abro la puerta.
 
—Hasta ahora. —Cuelga y tira el móvil encima de la cama.
 
¿A quién le ha dicho «Hasta ahora»? Se queda de pie dándome la espalda un buen rato, con la cabeza sobre el pecho. Está pensando, y de repente me siento una impostora.
 
Al cabo de un rato, respira hondo y se vuelve hacia mí. Me observa un instante y se mete en el baño para darse una ducha. Me quedo en mitad de la habitación sin saber qué hacer. Está actuando de un modo muy extraño. No hay cuenta atrás ni manipulación. ¿Qué está pasando? Ayer fue un día perfecto y ahora ha regresado la confusión. Parece que a fin de cuentas no ha hecho falta que apareciera Sarah para bajarme del séptimo cielo de Joe. Me las he apañado yo solita.
 
Diez minutos después sigo jugueteando con los pulgares mientras intento decidir qué debo hacer ahora. Oigo que cierra el grifo de la ducha. Sale del baño y se mete en el vestidor sin dirigirme la palabra. Me preocupa su expresión de derrota, que también arrastra una nota de tristeza. Creo que quiero que explote o que inicie una cuenta atrás. No tengo ni idea de lo que le pasa por la cabeza, y es la sensación más frustrante del mundo.
 
Aparece en la puerta del vestidor.
 
—Tengo que irme —se lamenta. Parece muy atormentado—. Kate viene para acá.
 
Frunzo el ceño.
 
—¿Por qué?
 
—Para que no te vayas.
 
Vuelve al vestidor y yo lo sigo a toda prisa.
 
Se pone unos vaqueros y me mira un segundo, pero no me aclara nada. Descuelga una camiseta negra, se la pone en un abrir y cerrar de ojos y a continuación se calza unas Converse.
 
—Me voy a casa —le digo, pero no me mira.
 
¿Qué le pasa? Noto que mi mal genio se desinfla ante su pasotismo y, como no sé qué otra cosa hacer, empiezo a descolgar mi ropa de las perchas y a colocármela entre los brazos.
 
—¿Qué estás haciendo? —Me quita la ropa y vuelve a colgarla—. ¡No vas a marcharte! —ruge.
 
—¡Claro que me marcho! —le grito, y vuelvo a descolgar las prendas de un tirón.
 
—¡Pon la puta ropa en su sitio, ___! —me grita.
 
Oigo el sonido de la tela al rasgarse cuando lucho por quitármelo de encima. Unos segundos después ya no tengo ropa en los brazos y me han echado del vestidor. Estoy sobre la cama, inmovilizada, resistiéndome a él, desafiándolo abiertamente, pero no consigo soltarme. ¡Como intente follarme gritaré!
 
—¡Cálmate, joder! —me grita, y me coge de la barbilla para obligarme a mirarlo. Cierro los ojos con fuerza; jadeo y resoplo como un galgo de carreras. No voy a dejar que se sirva del sexo para manipularme —. Abre los ojos, ___.
 
—¡No! —Me comporto de manera infantil, pero sé que si lo obedezco me consumirá la lujuria.
 
—¡Que los abras! —Me sacude la barbilla.
 
—¡No!
 
—¡Vale! —grita mientras sigo intentando soltarme—. Escúchame, señorita. No vas a ir a ninguna parte. Te lo he dicho una y otra vez, ¡así que empieza a metértelo en la cabeza!
 
Cambia de postura para poder sujetarme con más fuerza.
 
—Me voy a La Mansión y, cuando vuelva, vamos a sentarnos y a hablar sobre nosotros. —Dejo de resistirme. ¿Hablar sobre nosotros? ¿Qué? ¿Una conversación como Dios manda sobre qué tipo de relación hay entre nosotros? Me muero por saberlo—. Las cartas sobre la mesa, ___. Se acabaron las estupideces, las confesiones de borracha y el guardarte cosas para ti. ¿Lo has entendido? —Tiene la respiración pesada y habla con decisión.
 
Es lo que he querido desde el principio: las cosas claras, poder entender nuestra relación. Joder, estoy muy confusa. Necesito saber qué es esto y luego, tal vez, pueda decidir si necesito poner distancia.
 
¿Y qué es eso de las confesiones de borracha y lo de que me guardo cosas?
 
Abro los ojos, y me recibe su mirada café oscura. Me aprieta un poco menos la barbilla.
 
—Ven conmigo, te necesito conmigo. —Casi me lo suplica.
 
—¿Por qué?
 
—Porque sí. ¿Por qué no quieres venir?
 
Respiro hondo.
 
—No me siento cómoda en La Mansión. —Ahí la tiene, es la verdad. Debería ser capaz de adivinar el porqué. No puede ser tan tonto.
 
—¿Por qué no te sientes cómoda?
 
Vale. Es así de tonto.
 
—Porque no —respondo.
 
Frunce el entrecejo y se mordisquea el labio.
 
—Por favor, ___.
 
Niego con la cabeza.
 
—No voy a ir.
 
Suspira.
 
—Prométeme que estarás aquí cuando vuelva. Necesitamos aclarar esta mierda.
 
—Estaré aquí —le aseguro.
 
Estoy desesperada por aclarar esta mierda. No voy a irme a ninguna parte.
 
—Gracias —susurra y apoya la frente en la mía y cierra los ojos.
 
La esperanza florece en mi interior. Quiere «aclarar esta mierda». Se levanta y, sin besarme siquiera, sale del dormitorio.
 
Me quedo en la cama recuperándome de mi ridícula batalla física, preguntándome qué resultará de poner las cartas sobre la mesa y aclarar esta mierda. No me decido. No sé si confesarle lo que siento o esperar a ver qué tiene que decirme él. ¿Qué dirá? Hay tanto que aclarar... ¿Qué es «nosotros»? ¿Una aventura de alto voltaje o algo más? Necesito que sea algo más, pero no puedo soportar sus exigencias y su manía de comportarse irracionalmente y pasar por encima de quien sea. Es agotador.
 
La mirada de puro tormento que oscurecía su hermoso rostro es innegable. ¿Qué le rondará por esa mente tan compleja? ¿Por qué me necesita? Tengo tantas preguntas...
 
Cierro los ojos e intento recobrar el aliento. Entro en una especie de coma por agotamiento.
 
El teléfono que hay junto a la cama empieza a sonar y abro los ojos de golpe. «¡Kate!» Me arrastro hasta el cabezal y contesto:
 
—Déjala subir, Clive.
 
Me pongo una camiseta y corro escaleras abajo. Abro la puerta justo cuando Kate sale del ascensor. Me alegro mucho de verla, pero no entiendo por qué Joe piensa que necesito una niñera. Corro hacia ella y la abrazo con desesperación.
 
—¡Vaya! ¿Alguien se alegra de verme? —Me devuelve el efusivo abrazo y hundo la cara entre sus rizos rojos. No me había dado cuenta de lo mucho que necesitaba verla—. ¿Vas a invitarme a entrar en el torreón o nos quedamos aquí plantadas?
 
La suelto.
 
—Perdona. —Me aparto el pelo de la cara—. Estoy fatal, Kate. Y tú has vuelto a dejar que un tío rebusque entre mis cosas —añado con mala cara.
 
—___, apareció a las seis de la mañana y estuvo llamando a la puerta hasta que Sam le abrió. Le he dejado hacer porque no había forma de impedírselo. Ese hombre es un rinoceronte.
 
—Es aún peor.
 
Me mira con cara de pena, me da la mano y me lleva al ático.
 
—No puedo creerme que viva aquí —masculla mirando hacia la cocina—. Siéntate. —Señala un taburete.
 
Tomo asiento y observo a Kate mientras refresca el recuerdo que tiene de la impresionante cocina.
 
—No puedo ofrecerte té porque no tiene leche. La asistenta tiene el día libre.
 
—¿Tiene asistenta? —musita—. Era de esperar.
 
Sacude la cabeza, va a la nevera y saca dos botellas de agua. Se sienta a mi lado.
 
—¿Qué pasa?
 
—¿Qué voy a hacer, Kate? —Apoyo la cabeza entre las manos—. No puedo creer que te haya hecho venir sólo para que no me marche.
 
—¿Y eso no te dice nada?
 
—¡Que es un controlador! ¡Es demasiado intenso! —Miro a Kate, que sonríe un poco. ¿Qué tiene de gracioso? Estoy hecha un lío—. No sé qué hago con él, en qué punto estamos.
 
—¿Se lo has dicho? —me pregunta, y arquea una ceja perfectamente depilada.
 
—No, no puedo.
 
—¿Por qué? —me suelta totalmente sorprendida.
 
—Kate, no sé qué soy para él. Puede ser amable y cariñoso, decir cosas que no entiendo y, al minuto, ser brutal y fiero, dominante y exigente. ¡Intenta controlarme! —Abro la botella de agua y le doy un trago para humedecerme la boca seca—. Me manipula con sexo cuando no cumplo sus órdenes sin replicar, pasa por encima de quien sea, incluso de mí, para salirse con la suya. Raya en lo imposible. No, ¡es imposible!
 
Kate me mira con los ojos azules y brillantes llenos de compasión.
 
—Sam me ha dicho que nunca había visto así a Joe. Por lo visto, es famoso por su carácter despreocupado.
 
Me echo a reír. Podría describir a Joe de muchas maneras, pero despreocupado no es una de ellas.
 
—Kate, no es así para nada, créeme.
 
—Está claro que sacas lo peor de él. —Sonríe.
 
—Está claro —repito. ¿Despreocupado? ¡Qué chiste!—. Él también saca lo peor de mí. No le gusta nada que diga tacos, así que suelto más. Le supone un problema que muestre mis encantos a alguien que no sea él, así que me pongo vestidos más cortos de lo normal. Me dice que no me emborrache, y yo voy y lo hago. No es sano, Kate. Tan pronto me dice que le encanta tenerme aquí como que soy el polvo del día. ¿Qué debo pensar?
 
—Pero sigues aquí —dice pensativa—. Y no vas a conseguir respuestas si no haces las preguntas.
 
—Hago preguntas.
 
—¿Las correctas?
 
¿Cuáles son las preguntas correctas? Miro a mi mejor amiga y me pregunto por qué no me saca del torreón y me esconde de Joe. Lo ha visto en acción... No hay duda de que eso es más que suficiente para que cualquier mejor amiga tome cartas en el asunto.
 
—¿Por qué no me dices que lo mande a la mierda? —pregunto recelosa—. ¿Es porque te ha comprado una furgoneta?
 
—No seas idiota, ___. Le devolvería la furgoneta con gusto si me lo pidieras. Tú eres mucho más importante para mí. No te digo que lo mandes a la mierda porque sé que no quieres hacerlo. Lo que tienes que hacer es decirle cómo te sientes y negociar niveles aceptables de «intensidad». —Sonríe—. Pero en la cama bien, ¿verdad?
 
Sonrío.
 
—Dijo que iba a asegurarse de que lo necesitara siempre. Y lo ha hecho. Lo necesito de verdad, Kate.
 
—Habla con él, ___. —Me da un empujoncito en el hombro—. No puedes seguir así. —Sacude la cabeza.
 
Es cierto que no puedo seguir así. Me meterán en un manicomio dentro de un mes. Mi corazón y mi cerebro se arrastran de un extremo al otro a cada hora. Ya no sé ni dónde tengo la cabeza ni dónde tengo el culo. Si tengo que servirle mi corazón en bandeja para que lo haga trizas, que así sea. Al menos sabré a qué atenerme. Lo superaré... algún día... creo.
 
Me levanto.
 
—¿Me llevas a La Mansión? —le pregunto. Necesito hacerlo ahora, antes de que me raje. Tengo que decirle cómo me siento.
 
Kate salta del taburete.
 
—¡Sí! —exclama con entusiasmo—. ¡Me muero por ver ese sitio!
 
—Es un hotel, Kate. —Pongo los ojos en blanco pero la dejo disfrutar de su entusiasmo. Mi coche está en su casa, así que no puedo moverme sin ella—. Dame cinco minutos. —Corro escaleras arriba para cambiarme y ponerme unos vaqueros y unas bailarinas, y estoy con Kate en la puerta principal en tiempo récord. Envío a Joe un mensaje de texto rápido para decirle que voy para allá.
 

Es hora de poner las cartas sobre la mesa.


Solo faltan 3 capítulos para que esta historia termine asi que necesito que me digan... Sigo la segunda temporada en este tema o abro otro? Por favor, comenten...
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 5 Icon_minitimeMayo 11th 2014, 15:26

Noooo! La has dejado en lo mas interesante....
Este hombre es tan sksbdjd sjsndjsksbdidjdhdkd (no se ni como definirlo) siguela pordios!!
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 5 Icon_minitimeMayo 11th 2014, 20:14

la verdad la verdad la verdad... no se quien es mas estresante... si el o rayita u.u jajajajaja!

bueno, en mi humilde opinión después de los últimos 3 caps deberías abrir otro tema o no lo se :$, es tu decisión
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 5 Icon_minitimeMayo 12th 2014, 23:26

Este tema please si? Es que esta genial.lo amo me ncanta sube mas porfis
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Seduction (Joe y ___) ADAPTADA
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