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 Seduction (Joe y ___) ADAPTADA

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Lady_Sara_JB
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 9 Icon_minitimeAgosto 30th 2014, 22:49

Capítulo 12
 
Esta  vez  se  ha  pasado  de  la  raya.  No  va  a  fastidiarme  la  reunión  de negocios. Dios, va a aplastar a Mikael, y eso que ni siquiera sabe que la vez anterior me invitó a salir con él a cenar.
No entiendo nada. Los observo charlar, en plan profesional, mientras pienso en cómo voy a manejar la situación. Como siempre, cuando Joe me la juega de esta manera, lo que quiero es gritarle, pero Mikael está con él, así que no puedo hacerlo.
Como si notara mi presencia (siempre la nota), se vuelve y me mira. Le lanzo una mirada que deja claro que está abusando de su suerte y me acerco despacio.
—Mikael —digo abriéndome paso entre ellos dos.
Joe se pone tenso de pies a cabeza al ver la familiaridad con la que trato a mi cliente.  ¡Por  mí, como si se tira por la ventana!  Se lo tiene merecido. ¿Y quiere que me vaya a vivir con él? Ya puede olvidarse, y no hay polvo de entrar en razón que vaya a hacerme cambiar de parecer.
Mikael me sonríe. No se me pasa por alto la ceja arqueada.
—__, te presento a Joe Jonas Compró el ático del Lusso. Le estaba enseñando tus diseños. Está tan impresionado como yo.
—Gracias —digo sin saludar ni mirar a Joe. Le doy la espalda y me centro en mi cliente—. ¿Fijamos la fecha de nuestra próxima reunión?
Siento una corriente de aire gélido procedente de Joe.
—Sí, perfecto —asiente Mikael—. ¿Te va bien el viernes por la tarde? Podemos  reunirnos  en  Vida  y  hacernos  una  idea  aproximada  de  las cantidades. ¿Qué te parece si te invito a comer?
 
Levanta las cejas, sugerente, y a pesar de que sé que no debería alentar este tipo de comportamiento, no puedo evitarlo.
—El viernes por la tarde me va perfecto, y estaré encantada de comer contigo. —Sonrío hasta que siento el aliento tibio y mentolado de Joe en la nuca. Se me ha acercado mucho para ser alguien que supuestamente no me conoce.
—Lamento interrumpir —interviene de pronto.
Me quedo helada. «Por Dios, que no le dé por hacer la apisonadora.» Me coge de los hombros y Mikael frunce el ceño, confuso. Joe me da la vuelta hasta que me quedo de cara a él.
—Nena, ¿no te acuerdas de que el viernes te voy a llevar de compras?
«¡Me cago en él!»
No tiene consideración ni vergüenza. Va a conseguir que me despidan. Mikael llamará a Patrick para quejarse, luego Patrick se va a enterar de lo de Joe, ¡y me van a despedir! Ni siquiera logro reunir las fuerzas para ponerle cara de asco.
Los  ojos  le brillan  cuando  ve mi  expresión  de estupor.  No sé qué hacer.
—No sabía  que os conocierais  —farfulla  Mikael,  aún más confuso que yo.
 
Nos acaba de presentar y ninguno de los dos le hemos dicho que ya nos conocíamos. De hecho, somos más que conocidos. Somos más que amigos. Me acaba de llamar «nena» y me coge con fuerza de los hombros de un modo que no es, para nada, profesional.
Joe le dedica a Mikael una sonrisa de las que matan.
—Estaba por el barrio y sabía que el amor de mi vida estaba aquí. — Se encoge de hombros—. Pensé en acercarme para robarle un beso. No voy a verla hasta dentro de cuatro horas.
Me roza la oreja con los labios. Estoy sin habla.
—Te echaba de menos —susurra.
¿Que me echaba de menos? ¡Si sólo hace dos horas que no nos vemos! Se está superando. Quiero darle una patada en la entrepierna. Este hombre es imposible, y acabo de caerme de culo del séptimo cielo de Joe.
Me da la vuelta, para que pueda ver a Mikael, y me aprieta contra su pecho envolviéndome  con sus brazos. Luego me besa en la sien. Esto es muy poco profesional. Me quiero morir. Levanto la vista hacia Mikael, que observa la sesión de avasallamiento de Joe con atención.
—Perdona,  cuando  me  has  dicho  que  habías  quedado  aquí  con  tu novia, no caí en la cuenta de que te referías a __ —dice.
—Sí, ¿verdad que es preciosa? —Me besa en la sien otra vez y hunde la nariz en mi pelo—. Y es toda mía —añade en voz baja, pero lo bastante alto para que Mikael lo oiga.
Me arde la cara, cada segundo que pasa me sonrojo más y más. Miro a todas partes menos a Mikael. ¿Está intentando eliminarlo a él? Mikael es un cliente, no una amenaza. Al menos, por lo que Joe sabe. Que Dios me ayude si se entera de que me invitó a cenar.
Mi  mirada  se  posa  un  instante  en  Mikael.  Me  está  observando fijamente. Estoy tan incómoda...
—Joe, si yo tuviera una __, sin duda haría lo mismo. —Me sonríe y me pongo aún más roja—. Entonces ¿quedamos mejor el lunes?
Recupero el habla.
—Por supuesto. El lunes es perfecto.
Intento librarme de Joe pero no me suelta, y sé que ni el ejército británico al completo podría arrancarme de sus brazos. Mikael me ofrece la mano.
—Te llamaré para decirte a qué hora en cuanto haya consultado mi agenda.
Le  acepto  la  mano  y la  ofrenda.  Estoy  finalizando  una  importante reunión de trabajo con un cliente muy importante en los brazos de mi loco del control, neurótico y posesivo. Estoy pasándolo fatal.
—Espero esa llamada —digo con entusiasmo, y me gano un pellizco por la espalda. ¿Es que quiere que explote aquí mismo?
 
Mikael sale del reservado y veo que se vuelve para mirarnos un par de veces. Noto una mirada pensativa  en su rostro pálido y no puedo evitar pensar que Joe acaba de lanzarle un desafío. Estoy tan enfadada que no me responden las rodillas. Me alegro de que Joe esté detrás de mí, porque es lo único que me mantiene en pie.
Me relajo contra su pecho y suspiro.
—No  me  puedo  creer  que  hayas  hecho  esto  —le  digo  con  calma, mirando  al  vacío—. Acabas  de avasallar  al  cliente  más  importante  que tengo.
Me vuelvo entre sus brazos para mirarlo a la cara.
—¿Quién  es  tu  cliente  más  importante?  —pregunta  con  el  ceño fruncido.
Pongo los ojos en blanco.
—Tú eres mi amante, y da la casualidad de que también eres mi cliente.
—¡Soy mucho más que tu amante!
Bueno, vale. Me he quedado un poco corta. Sin duda es más que mi amante. Miro su rostro asustado y me maldigo por querer ir directa al bar del hotel y beberme de un trago una copa de vino. Mentira, una botella entera. Suspiro. No hay nada que hacer.
 
—Tengo que volver al trabajo —digo. Me doy la vuelta, pero me coge de  la  muñeca  y  siento  la  oleada  de  calor  que  siempre  me  provoca  su contacto.
Me adelanta y me mira a los ojos sin soltarme la muñeca.
—Lo has dicho a propósito —dice.
¡Sí, claro que sí! ¡Igual que él ha venido expresamente al Royal Park para sabotear  mi reunión!  Lo miro a través del mar de lágrimas  que se agolpan en mis ojos.
—¿Por qué? —Es una pregunta sencilla. Mira al suelo.
—Porque te quiero.
—Eso no es una razón. —Mi tono sugiere que me siento derrotada. Lo estoy.
Me observa, horrorizado, y me pone firme con su increíble mirada.
—Lo es. Además, tiene fama de ser un mujeriego.
Vale, ahora se está inventando cualquier excusa para justificar su comportamiento irracional. Si me quiere, debería apoyarme en mi trabajo, no  sabotearlo.  Sé  que  estoy  siendo  un  poco  melodramática  pero  esta situación podría tener un impacto terrible en mi floreciente carrera, ¿y todo porque él cree que Mikael es un mujeriego? ¿Basándose en qué?
—No  puedes  sabotear  todas  mis  reuniones  con  clientes  del  sexo opuesto  —le  digo,  agotada.  No  confío  en  absoluto  que  vaya  a  hacerlo entrar en razón.
—No lo haré. Sólo con él. Y con cualquier otro hombre que pueda ser una amenaza —replica con franqueza.
Quiero darme de cabezazos contra la pared y gritar al cielo. ¿Significa eso que aparecerá también el lunes en la Torre Vida? Joe cree que todos los hombres son una amenaza.
—Tengo que irme. —Intento recuperar el control de mi cuerpo pero él no me suelta.
—Yo te llevo. —Finalmente me libera—. Coge tus cosas.
Se acerca a la mesa y comienza a recoger mis tableros de inspiración.
—Son realmente buenos —dice con celo.
No puedo corresponder a su entusiasmo. Estoy abatida y desanimada. Puedo ver cómo la carrera de mis sueños desaparece por el desagüe, y lo peor de todo es que tengo miedo de empujarlo a la bebida si no cumplo con sus peticiones irracionales. Estoy desesperada y no le veo solución. ¿Cómo puedo  pasar  de la felicidad  absoluta  al  desaliento  extremo  en tan poco tiempo?
 
Le pido a Joe que me deje en la esquina de Berkeley Square para que Patrick  no me vea saliendo  del coche  del señor Jonas casi  cuatro horas después de nuestro desayuno de negocios. No me cabe duda de que Patrick no tardará en enterarse de mi relación con Joe, pero cuanto más tarde, mejor. Necesito pensar en cómo se lo voy a decir y rezar a todos los santos para que Mikael no deje caer la bomba primero. Es un asunto delicado.
 
Le doy a Joe un beso en la mejilla y lo dejo observándome y mordiéndose con furia el labio inferior. Ninguno de los dos dice nada.
—Te has tomado tu tiempo, flor —comenta Patrick en cuanto me siento a mi mesa.
—Mikael y yo teníamos mucho que hacer. Parece que todo va bien —le digo a modo de explicación.
Parece funcionar. Sonríe al instante.
—¡Ah! ¿Está contento?
—Mucho —confirmo.
La sonrisa de Patrick gana unos centímetros.
—¡Maravilloso! —exclama retirándose a su oficina. Está pletórico. Abro el correo y oigo abrirse la puerta de la oficina. Levanto la vista y un enorme ramo de calas viene flotando hacia mí. ¿Cómo es posible? No hace ni cinco minutos que nos hemos despedido.
Aterrizan en mi mesa y la repartidora suspira.
—No sé por qué no te compra la floristería  entera. Firma aquí, por favor.  —Me  planta  el  acuse  de  recibo  en  las  narices  y  garabateo  mi nombre.
—Gracias. —Se lo devuelvo y busco la tarjeta.
 
LO SIENTO, MÁS O MENOS.
BSS, J.
 
Me hundo en la silla. Lo que en realidad quiere decir es... que lo siente porque sabe que me ha sentado mal, pero que no lamenta en absoluto haber avasallado a Mikael o haberse pasado mi día por el forro. Quizá deba pasar esta noche en casa de Kate. Me vendría bien un poco de tiempo libre, una botella de vino, poder pensar con calma y sin distracciones.
 
La puerta del despacho se abre y aparece Ruth Quinn, sonriéndome de oreja  a oreja.  ¿Qué  hace  aquí?  Pero si he hablado  con ella  esta  misma mañana. Su pelo rubio está resplandeciente  y ondea mientras ella avanza con decisión hacia mi mesa saludándome efusivamente con la mano.
—¡__!
—Ruth. —Frunzo el ceño, pero no parece notar mi confusión.
—Estaba por el barrio y pensé en venir a verte. —Aposenta su cuerpo, elegante y delgado, en una silla frente a mi mesa.
—Qué bien —digo, y espero a que siga hablando.
—Sí —sonríe, pero no me da más datos.
Echo un vistazo al reloj. No son ni las tres. Todavía me quedan tres horas para terminar sus diseños y enviárselos por correo electrónico.
—¿Querías añadir alguna cosa al proyecto?
—No. Estoy segura de que me van a encantar tus diseños.
No sé qué decir. ¿Ha venido para nada? ¿Sin motivo?
—__, ¿va todo bien? —Su sonrisa titubea un poco. Me compongo.
—Sí, todo bien. —Me obligo a alegrar la cara.
No estoy bien, pero quiero lamentarme con calma, no entablar una conversación estéril con una clienta.
—Lo tengo todo listo, Ruth. Te lo enviaré  antes de que termine  la jornada. —Esto ya se lo he dicho por teléfono, pero ¿qué otra cosa puedo decir? ¿Debería ofrecerle una taza de café?
—Eres un amor. —Se atusa el pelo y se lo echa a un lado—. ¿Tienes planes para el fin de semana?
Ahora sí que frunzo el ceño. ¿No se me estará pegando en plan lapa?
—No estoy segura. —Es la verdad. No sé qué hacer ni hacia a dónde voy, ni el fin de semana, ni en mi vida en general.
—¡Podríamos salir de copas!
Suelto un gruñido para mis adentros. Quiere que seamos amigas. No mezclar los negocios con el placer es mi nueva regla, también con clientas.
¿Qué le digo?
—Claro. —Lo que mis labios acaban de decir me deja atónita. No quiero salir de copas con Ruth, quiero meterme en la cama y hacer el bicho bola.
—¿Estás segura de que va todo bien? —insiste.
—Sí, de maravilla. —Intento sonreír, aunque me cuesta.
—¿Problemas con los hombres?             —Levanta sus cejas rubias perfectamente depiladas.
—No. —Niego con la cabeza. Dios, se está poniendo personal.
—__, sé distinguir una mujer en un calvario emocional en cuanto la veo. —Se echa a reír—. Ya me sé el cuento.
—Ruth, de verdad que no hay ningún hombre. —No puedo creer lo que acabo de decir. ¿Que no hay ningún hombre? Hay un hombre y es el que me tiene pasando el calvario emocional, pero para este tipo de conversaciones necesito a Kate, no a una clienta. Vino y Kate.
Me dedica una sonrisa comprensiva y se levanta.
—No valen la pena.
Le devuelvo la sonrisa, pero sólo porque me alegra que vaya a marcharse ya.
—Te paso los diseños en breve, Ruth. —Parezco un disco rayado.
—¡No  puedo  esperar! Ya hablaremos...  para  salir  de copas.  —Sale volando de la oficina y me deja con el calvario emocional  que sabe que estoy pasando.
Le  escribo  un  e-mail  de  inmediato.  No  quiero  que  vuelva  por  la oficina  ofreciéndose  para  salir  de  copas.  Me  va  a  estallar  la  cabeza. Necesito a Kate y necesito vino.
 
Pero no voy a casa  de Kate.  Salgo  de la oficina  y me dirijo  a los muelles de Santa Catalina porque el señor de La Mansión del Sexo es como un  imán.  Le  dije  que  no  iba  a  abandonarlo  y  necesito  respuestas  a preguntas como quién es la mujer misteriosa.
—Buenas noches, __.
—Hola, Clive, ¿me pones con seguridad, por favor?
—Ahora mismo no hay nadie disponible —dice, y fija la atención en el ordenador. Es la manera que tiene de cortar la conversación, su forma de evitarme.
—Ya —suspiro.
Dejo a Clive y sigo hacia el ascensor. Subo y me apoyo en la pared de espejos una vez he introducido el código que Joe aún no ha cambiado.
 
Abro con mi llave rosa y voy directa a la cocina. Me quito los zapatos y busco una botella de vino que sé que no voy a encontrar antes de coger un jarrón en el que poner las flores en remojo. Me acuerdo de que arriba hay un ramo antiguo que tiré sobre la cómoda mientras me preparaba a toda prisa para el polvo de la verdad. Subo la escalera y entro en el dormitorio para cogerlo.
«Madre mía...»
 
Mi nuevo vibrador  con diamantes  está hecho  añicos  en el extremo opuesto del dormitorio y hay un agujero en la pared enfrente de la cama. El dormitorio es enorme, así que debe de haberlo lanzado con una fuerza formidable. De repente pienso que el hecho de haberme marchado antes de que Joe consiguiera liberarse fue una excelente decisión.
Las esposas siguen colgando de la cama, e imágenes de Joe, hecho una  furia,  inundan  mi  mente.  Ese  hombre  tiene  problemas,  problemas graves con el control, con ser irracional y conmigo.
Me arrodillo para recoger los pedazos. Los llevo al baño y los tiro a la papelera. Abro el grifo de la bañera.  Cojo las calas, que necesitan  agua desesperadamente, y bajo la escalera.
A medio camino oigo la puerta principal y me quedo helada en cuanto veo a Joe. Se sitúa al pie de la escalera y me mira. Su apuesto rostro está impasible,  y sus ojos cafés, normalmente  brillantes,  se ven turbios. Se deshace de la chaqueta del traje y empieza a subir mientras se desabrocha la camisa sin apartar la mirada de mí. Se la quita y la deja caer al suelo, cerca de la chaqueta. Le siguen los zapatos, los calcetines, los pantalones y los  bóxeres.  No  consigo  apartar  la  mirada  de  las  marcas  rojas  de  sus muñecas. Se quita el Rolex y lo deja sobre la ropa. Nunca, jamás, volveré a esposarlo.
—No voy a dejar que me toques hasta que me hayas dicho quién era esa mujer —digo. Me va a costar cumplirlo,  sobre todo si me hace una cuenta atrás o si me folla a lo Joe, pero voy a seguir insistiendo.
—No lo sé —responde, impasible.
—Entonces ¿no le has pedido a Clive que no me deje ver las grabaciones de las cámaras de seguridad?
Casi sonríe, pero debe de estar al tanto porque estoy segura de que el conserje le habrá dicho que he estado husmeando.
—Mi preciosa chica es implacable.
—Mi dios me da evasivas.
—__, si no te necesitara aquí y ahora, te daría una buena lección.
—Pero me necesitas, así que desembucha.
—Me acosté con ella.
No me sorprende, porque eso ya me lo imaginaba.
—¿Por qué vino aquí?
—Porque oyó que había desaparecido. —No titubea.
—¿Por eso? ¿Porque estaba preocupada?
Se encoge de hombros.
—Sí. Porque estaba preocupada. Ahora ven aquí.
Bien. Vale. ¿Qué digo ahora? Le he hecho una pregunta, me ha dado una respuesta.
—¿Por qué no lo has dicho antes?
Se encoge de hombros.
—Porque no era nada importante hasta que tú decidiste que sí.
Sube la escalera despacio, espectacular en su desnudez, y me coge sin detenerse un segundo. Se me caen las flores y me abrazo a él.
—Tú le diste importancia al no contestar a mis preguntas.
No  me  responde.  Quiero  arrancarle  la  piel  a  tiras  por  haberme fastidiado el día. Quiero patalear y gritar pero no consigo reunir las fuerzas ni las ganas. Ya me ha respondido  y ahora  lo quiero  todo para mí. Mi cerebro está frito pero mi cuerpo arde en deseos... de él.
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 9 Icon_minitimeAgosto 30th 2014, 22:51

Capítulo 12 Parte 2

Me quedo de pie y empieza a desnudarme lentamente, mirando cómo sus manos me quitan la ropa. Yo me quedo quieta y lo dejo hacer. ¿Por qué está tan serio? Soy yo la que ha tenido que sufrir su forma insoportable de ser durante todo el día. Es como el bombo de la lotería de las emociones y los cambios de humor. Habría apostado todo mi dinero a que, después de mi actuación de esta mañana, me esperaba un polvo de represalia y, en vez de eso, me encuentro con el Joe dulce y cariñoso. No me importa. Ahora mismo necesito mimos y cariño.
Me quita el sujetador y me da un toquecito en los tobillos, como suele hacer, para poder quitarme  las bragas. En cuanto estamos  desnudos,  me tumba sobre la gruesa y mullida moqueta de color crema y me cubre con su cuerpo. Entierra la cara en mi cuello y me huele con fervor. Lo imito y recibo mi dosis de agua fresca y menta. Lo abrazo con fuerza para sentirlo más cerca, no quiero que haya nada entre nosotros.
Yacemos en el suelo, en mitad del dormitorio, y permanecemos abrazados una eternidad. Miro el techo y le acaricio el pelo. El latido de su corazón contra mi pecho me reconforta.
—Te he echado de menos —susurra pegado a mi cuello.
Me estremezco cuando su lengua ardiente dibuja círculos en la piel sensible   debajo   de  mi  oreja.  Hemos   pasado   menos   de  cinco  horas separados.  Podría decirle que exagera,  pero yo también  lo he echado de menos. Aunque estaba enfadada con él, he acabado viniendo aquí, en lugar de ir a casa de Kate.
—Yo también —digo—. Gracias por las flores.
—De  nada.  —Me  besa  hasta  llegar  a  los  labios  y  luego  sigue besándome por toda la cara al tiempo que me aparta el pelo hacia atrás. Me mira—.  Quiero  llevarte  a  una  isla  desierta  y  que  seas  sólo  mía  para siempre.
—Vale. Si no hay gente, no hará falta que te portes como un loco con todo el mundo.
Su boca forma una media sonrisa y sus ojos brillan ligeramente. Me besa en los labios y rodamos por el suelo. Estoy sobre sus caderas y noto la prueba de su cambio de humor entre nuestros cuerpos. Como siempre, me despierta la necesidad incontrolable de quererlo dentro de mí. Los pezones se me ponen duros; se da cuenta y me lanza su clásica sonrisa arrebatadora, la que se reserva  para las mujeres.  Quiero  que la reserve  sólo para mí. Siento una punzada de posesividad irracional.
—Te quiero —suspira.
—Lo sé. —Le acaricio el pecho y le pellizco un pezón—. Yo también te quiero.
—¿Incluso después de lo de hoy?
Ay, Dios. ¿Está  admitiendo  que se ha portado  fatal?  Esto es hacer progresos.
—¿Te  refieres  a después  de que me hayas estado acosando  todo el día?
Hace un mohín juguetón y se lleva las manos detrás de la cabeza. Se me hace la boca agua cuando sus músculos se relajan y se flexionan.
—Estaba preocupado por ti —protesta. Levanto una ceja burlona—. De verdad —insiste.
No estaba preocupado por mí en absoluto. Simplemente ha tenido un ataque y se ha puesto posesivo de forma injustificada.
—Te  has  pasado tres  pueblos  y  te  has  puesto muy  posesivo. Mi hombre difícil tiene que relajarse.
Da un respingo.
—No soy difícil.
—Eres difícil y lo niegas.
Frunce el ceño.
—¿Qué es lo que niego?
—Que eres difícil, exigente e irracional. Tu numerito de hoy ha sido excesivo.
Necesito  saber  que  no  me  va  a  sabotear  todas  mis  reuniones  de negocios con clientes del sexo opuesto. Ha dicho que sólo iba a hacerlo con Mikael, pero luego ha añadido que lo haría con cualquier otro hombre que supusiera una amenaza. Su idea de amenaza dista mucho de la mía. Va a eliminar a todos mis clientes masculinos, lo sé. Voy a tener que ponerle un candado a mi agenda y otro en mi boca. Paso de contarle nada.
Parece un poco enfadado.
—Iba a intentar ligar contigo y entonces sí que habría tenido que ir a saco con él.
Me río. ¿Es que acaso no lo ha hecho ya? No necesita que le diga que Mikael ya intentó ligar conmigo. Mejor me guardo ese dato.
—Yo creo que se lo has dejado muy claro. Ha sido vergonzoso  —gruño.
—Era necesario —farfulla, y yo pongo los ojos en blanco para demostrarle lo harta que estoy.
—Deberías  correr  unos  cuantos  kilómetros  más  —digo—.  ¡Uy,  la bañera! —Doy un salto y corro hacia el cuarto de baño.
—¡Vuelve! ¡Yo te necesito más! —grita ante mi partida.
—¿No te has cansado ya de mí? —Cierro el grifo.
Llevo aquí varios días seguidos.  Me llama, me envía mensajes,  me manda flores y hace que John me lleve a trabajar. Es una especie de forma de estar en contacto o de control. Apuesto a que no aguanta un día entero sin sabotearme el trabajo o sin entrometerse en mi jornada. Pero ¿preferiría que se mantuviera al margen? Me gustan las flores y los mensajes; es su manía de avasallar y pisotear lo que me molesta. ¿Se sentiría tentado de tomarse  una  copa  para  sobrellevar  el  día?  ¿Debería  arriesgarme?  Mi cabeza relajada empieza a dolerme... otra vez.
Vuelvo  al  dormitorio  y  sigue  espatarrado  en  el  suelo.  Está  para comérselo. Me acerco y me siento sobre sus caderas.
—¿Que si me he cansado de ti? Para nada. Te necesito cada segundo del día, igual que tú me necesitas a mí.
Me pellizca un pezón y doy un saltito encima de él. Aterrizo sobre su erección y él me lanza su sonrisa arrebatadora.
—¿Y si no pudieras  estar  conmigo  en todo el día? —En el futuro, habrá ocasiones en las que él estará de viaje de negocios, o puede que tenga que viajar yo.
Se le borra la sonrisa de la cara y me mira muy serio.
—¿Vas a intentar detenerme?
—No, pero puede que haya situaciones  en las que no tengas acceso inmediato a mí.
 
Una mirada de pánico le cruza el rostro y el labio inferior desaparece entre sus dientes. Está pensando en lo que acabo de decir y es ahora cuando me  doy  cuenta  de  que  iba  muy  en  serio  cuando  decía  que  me  tendría cuando quisiera y donde quisiera. Eso no es nada razonable.  He visto el resultado de no haber respondido alguna llamada: se puso frenético.
—¿Le darías al vodka? —Ya está, ya lo he dicho.
Se echa a reír y yo frunzo el ceño. ¿Qué tiene de gracioso?
—Te prometí que no iba a volver a beber, nunca. Iba muy en serio —dice con total confianza.
Se sienta y me coge de las caderas. Doy un respingo y él sonríe.
—A la bañera. Te quiero mojada y resbaladiza.
—Tu seguridad en  ti mismo es impresionante —mascullo con sarcasmo mientras me levanto y le tiendo la mano.
Me mira, entorna los ojos, me coge de la mano, tira de mí y me da la vuelta. Me envuelve con su cuerpo y me da un beso largo y sentido.
—Es muy fácil tenerla, porque te tengo a ti. No le des tantas vueltas, señorita.
¡Ja! Para él es fácil  decirlo.  Soy yo la que tiene que lidiar  con un tarambana.
—¿Entonces mañana no vas a molestarme en todo el día? —No va a ser capaz de dejarme en paz, lo sé.
Los engranajes de su cabeza trabajan a toda velocidad y se muerde el labio inferior.
—¿Comemos juntos? 
Lo sabía. Es incapaz.
—He quedado con Kate para comer —le digo para rechazar su propuesta.
Hace un mohín.
—¿Puedo ir yo también?
No, no puede porque necesito tiempo con Kate para hablar de él y de su forma imposible de ser.
—No —respondo con firmeza.
—Creo que estás siendo muy poco razonable —protesta.
Echo la cabeza atrás y suelto una carcajada. Tiene mucha cara dura, entonces me hace cosquillas y doy un salto y me arqueo.
—¡Para! —chillo.
—¡No!
—¡Por favor! —Los ojos se me llenan de lágrimas e intento soltarme. No puedo más.
—¿Comemos juntos? —pregunta con calma sin dejar de hacerme cosquillas.
—¡De ningún modo! —chillo sin poder parar de reír. No es justo, no
voy a ceder. ¡No!
—Tal vez tenga mejor suerte con un polvo de entrar en razón. —Me suelta, me relajo e intento controlar mi respiración irregular y angustiada.
—Joe,  no  puedo  estar  contigo  cada  segundo  del  día  —repongo tratando de que me entienda.
—Podrías, si dejaras de trabajar —lo dice muy en serio. Abro los ojos, furiosa. ¡Nunca! Adoro mi trabajo.
—Ahora  quien no está siendo nada razonable...  —Pierdo  el hilo de mis pensamientos en cuanto me penetra. Dios, aquí viene el polvo de entrar en razón, pero ¿a qué tengo que acceder?, ¿a comer con él o a retirarme?
¿A los veintiséis? ¡Es absurdo!
No pierde el tiempo. Entra y sale como un loco. Abro las piernas y me sujeta por las muñecas.
—¿Comemos   juntos?  —pregunta   mientras   me  embiste   con  más fuerza.
Mi cerebro acaba de abandonar el edificio pero consigo procesar que es un polvo de entrar en razón sobre la comida de mañana. Qué alivio. Será más fácil dejar que venga a comer conmigo que retirarme, aunque se lo voy a poner difícil igualmente. Don Imposible tiene un reto entre manos.
—¡No! —grito, desafiante.
Gruñe y embiste, su erección me acaricia con fuerza y rapidez mientras él entra y sale como un animal salvaje.
—Respondes tan bien a mí.
¡Lo sé! Me pone un dedo encima y se me caen las bragas solas.
—Joe, por favor.
Me ataca sin piedad con sus caderas y se mueve como una fiera en mi interior.
—Nena, deja que vaya a comer contigo.
Niego con la cabeza mientras contengo el aliento.
—¿Te gusta esto?
—¡Sí! —grito con la respiración acelerada. La cresta de un orgasmo explosivo cae sobre mí y sus manos sujetan mis muñecas con más fuerza.
—Di  que  sí  —insiste  con  brusquedad.  También  está  a  punto  de correrse.
¿Qué pasa si no digo que sí? ¿Y si le llevo la contraria?
—¡No! —No voy a ceder. No puede echarme un polvo de entrar en razón cada vez que le diga que no a algo.
Me penetra sin parar, mis caderas se tensan, se me nubla la mente.
—__, dame lo que quiero.
—¡Joe!
—Vas a correrte.
—¡Sí! —grito. Todo el estrés acumulado durante el día va a explotar en cualquier momento.
—Nena,  no  sabes  lo  que  me  haces  —añade,  y me  da  una  potente estocada con un movimiento relampagueante de sus caderas.
Se me queda la mente en blanco y estoy a punto de estallar cuando se detiene, lo que hace que mi orgasmo inminente se desvanezca.
—¡¿Qué estás haciendo?! —exclamo, estupefacta. Muevo las caderas en busca de la fricción que necesito para hacerme saltar por los aires, pero él se aparta hasta que sólo el glande sigue dentro de mí—. ¡Serás hijo de perra! —le espeto.
—¡Cuidado con esa boca! Di que sí, __ —jadea sin perder el control de sus palabras. ¿Cómo lo hace? Sé que está a punto de correrse.
—No. —Me mantengo firme.
Niega con la cabeza, me clava la mirada y entra en mí, muy despacio, y luego levanta las caderas.
—¡Ahhhh! —gimo—. Más rápido.
—Di la palabra mágica, __. —Repite el movimiento de tortura—. Dila y tendrás lo que quieres.
—No juegas limpio —protesto.
—¿Quieres que pare?
—¡No! —grito, frustrada. Esta tortura es lo peor.
Afloja las manos que sujetan mis muñecas.
—Te  lo  voy  a  preguntar  una  vez  más,  nena.  ¿Comemos  juntos mañana? —Joe mueve intermitentemente las caderas hacia adelante mientras  formula  la  pregunta  y  yo  pierdo  la  capacidad  de  llevarle  la contraria.
—Fóllame —lloriqueo.
Me mira con una media sonrisa; esto lo divierte.
—Cuidado con esa boca. —Ahora sonríe del todo—. ¿Eso ha sido un «sí»?
—¡Sí! —grito.
—Buena  chica. —Se adentra en mí con fuerza, como un rayo, y la deliciosa presión comienza a crecer de nuevo, lista para desbordarme.
Me tenso de pies a cabeza  y oleadas  de calor  recorren  mi torrente sanguíneo,  la piel  me  arde  por  el  roce  de la moqueta.  Es  un momento demencial.
—¡Joe!  —Mi  cuerpo  estalla  de placer  en mil  direcciones  por mi sistema nervioso y se produce una explosión en mi sexo. Grito.
Sus  embates   se  vuelven   apremiantes   y  su  respiración   fuerte   e irregular.  Se estrella  contra mí con gritos carnales  y me da todo lo que tiene.  Los  músculos  de  mi  interior  se  aferran  a él  con  voracidad  y mi cuerpo, agotado y laxo, está indefenso ante sus implacables estocadas.
Cae sobre mí, sudoroso, y se mueve con dulzura.
—Mi trabajo aquí está hecho —jadea en mi oído.
Acostada bajo su cuerpo duro y cálido, intento recuperar la conciencia y el aliento. Me pregunto si siempre será así. Él consigue lo que quiere, así que probablemente  siempre será así. Tengo que aprender  a manejar  esta situación. Tengo que practicar y aprender a decirle que no. Me río ante la ridiculez de lo que estoy pensando. No voy a decirle nunca que no.
Se apoya en las manos y caigo en la cuenta de que no hace ningún gesto de dolor.
—¡Tu mano! —grito.
La levanta y veo que sigue un poco amoratada, pero la inflamación ha desaparecido.
—Está bien. Sarah me obligó a tenerla metida en hielo casi toda la tarde.
«¿Qué?»
—¿Sarah?  —digo sin preocuparme  del tono de mi voz. Resulta que me sale el de acusación.
Él frunce el ceño y me odio por parecer tan sorprendida.
—Ha hecho lo que haría cualquier buena amiga —dice tan tranquilo, cosa que no hace más que preocuparme.
 
Ella ha visto las marcas de las muñecas. No hace falta ser muy listo para saber de qué son. No me gusta que otra mujer cuide de él, pero el hecho de que lo haga doña Morritos hace que me salga la vena celosa. Me ha dejado claro que me detesta y que le gusta Joe. Y las mujeres de La Mansión es probable que me traten igual de mal y... me duele la cabeza.
De repente  mi  lado  posesivo  no me gusta  nada.  Dios,  siempre  me burlo de Joe por ponerse así. Soy una hipócrita, y el modo en que me está mirando, para saber de qué humor estoy, tampoco me ayuda. Es un hombre muy deseable que asalta a las mujeres con esa puta sonrisa que hace que se derritan a sus pies.
Me revuelvo debajo de él para que me suelte y él deja que me levante. Frunce el ceño. Voy directa a meterme en la bañera de agua caliente. No me siento cómoda con esta clase de sentimientos.  Nunca he sido celosa. Voy a tener que espantarle las mujeres a diario. Eso sí que es un trabajo a jornada completa. De hecho, es posible que sí necesite retirarme.
—¿Alguien  ha  visto  al  monstruo  de  los  ojos  cafés?  —Ahí  está, desnudo en todo su esplendor, junto a la puerta del baño.
—No —me burlo. No podría parecer más celosa ni a propósito.
Se acerca a la bañera y se mete detrás de mí. Me rodea por detrás con las piernas y con los brazos y me atrae hacia su pecho.
—__, sólo tengo ojos para ti —me susurra al oído—. Y soy todo tuyo.
Coge la esponja natural del borde de la bañera, la mete en el agua y empieza a pasármela por el pecho.
—Quiero saber cosas de ti. 
Noto que suspira.
—¿Qué quieres saber?
—¿La Mansión es sólo un negocio o lo has mezclado con el placer? —inquiero directamente. Sé que lo ha mezclado con el placer porque lo dijo el tío raro al que Joe le hizo una cara nueva el día en que descubrí lo que en realidad ocurría allí. También me lo dijo Sam. Entonces ¿para qué pregunto? Noto un sabor amargo en la boca.
 
La esponja se detiene en mi pecho unos segundos pero luego vaga por mi cuerpo.
—Directa al grano —dice en tono seco.
—Dímelo —insisto.
Deja  escapar  un suspiro  tan hondo  que  estoy  a punto  de darme  la vuelta y mirarlo para dejarle claro que no me gusta que su reacción a mi pregunta sea el aburrimiento.
—He picoteado —dice como si le molestara. «¿Picoteado?»
No me gusta cómo suena «picoteado» en ese contexto.
—¿Y sigues picoteando?
—¡No! —Se pone muy a la defensiva.
—¿Cuándo picoteaste por última vez? —No sé si quiero saberlo ¿Por qué le pregunto estas cosas?
La esponja se detiene de nuevo. Por favor, no me digas que tiene que pensar la respuesta.
—Mucho antes de conocerte —responde mientras sigue acariciándome con la esponja.
—¿Como cuánto tiempo? —Necesito cerrar el pico. La verdad es que no quiero saberlo, pero las preguntas me salen solas.
—__, ¿de verdad importa? —Está molesto.
—Sí —respondo  rápidamente.  No,  la  verdad  es  que  no,  pero  sus evasivas y sus monosílabos me pican la curiosidad.
—No era algo habitual.  —Está haciendo  piruetas  para evitar darme una respuesta.
—No has respondido a mi pregunta.
—¿Va a cambiar lo que sientes por mí? —dice, y esa pregunta hace que me pique aún más la curiosidad. ¿Qué habrá hecho?
—No —contesto, aunque no estoy tan segura. Él cree que cambiará mis sentimientos.
—Entonces ¿podemos dejar el tema? Forma parte de mi pasado, igual que otras muchas cosas, y prefiero que se queden donde están. —Es un tono de punto y final. El tío pasa de mí.
—Sólo tengo ojos para ti. Punto. —Me da un beso en la coronilla—.¿Cuándo te vienes aquí?
Gruño para mí. Para eso también me echó un polvo de entrar en razón.
 
Empiezo a darme cuenta de que sus polvos de entrar en razón sólo sirven para que le dé la razón a él.
—Ya estoy aquí —le recuerdo.
—Quiero decir que cuándo vamos a traer tus cosas. —Me pellizca un pezón—. No te pases de lista.
Pongo los ojos en blanco. Necesito recoger mis cosas de casa de Matt, y tengo un montón de ropa en casa Kate (a pesar  de que hice limpieza general), pero no sé si es una buena idea.
—Tengo que recoger  el resto de mis cosas de casa de Matt. —¿De verdad lo he dicho en voz alta?
—¡No! ¡De ninguna manera! —me grita al oído, y retrocedo ante la potencia de su voz.
Está claro: lo he dicho en voz alta.
—Enviaré a John. Ya te dije que no ibas a volver a verlo.
Cierto. Más me vale cambiar de tema. No vamos a ninguna parte, no soy tan tonta. John no va a ir y ya he quedado con Matt. Joe nunca lo sabrá.  Bueno,  se enterará  cuando  vea  mis  cosas,  pero  para  entonces  ya estará hecho.
Cambio de tema.
—Dime dónde estuviste cuando desapareciste. 
Se pone tenso.
—No —escupe a toda velocidad.
Vale, me estoy cabreando. Me vuelvo para que tenga que mirarme a los ojos.
—La última vez que te guardaste las cosas, te dejé.
Abre los ojos y luego los entorna. Sabe que lo he pillado.
—Me encerré en mi despacho.
—¿Durante cuatro días? —No cuela.
—Sí, __, durante cuatro días. —Mira hacia la pared para evitar mi mirada.
—Mírame —le mando.
Me mira, sorprendido de que se lo haya ordenado.
—¿Perdona? —Está casi riéndose. No me gustan esos aires de superioridad.
—¿Qué estuviste haciendo en tu despacho? —pregunto. Joder, ¿por qué no cierro la boca de una puta vez?
—Beber. Ya está. Eso es lo que estuve haciendo. Estaba intentando ahogar las penas y tu recuerdo en vodka. ¿Ya estás contenta?
Intenta cambiarme  de posición pero me tenso y me convierto en un peso muerto.
¿Estuvo bebiendo? ¿Se pasó cuatro días inconsciente hasta que lo encontré el viernes? Me siento muy, muy culpable.
Me resisto y le empujo el cuerpo mojado de vuelta a la bañera. Cede y me deja hacer. Sé que es más fuerte que yo y que podría irse si quisiera, pero la verdad es que no quiere escapar. Me deslizo por sus piernas hasta que nuestras narices se rozan.
Alza la mirada.
—Lo siento —susurra.
Me derrito y le doy un beso apremiante en la boca, una forma de decirle sin palabras que no me importa.
—Lo siento, nena.
—Calla. —Me aprieto contra su cuerpo, ataco su boca, desesperada por hacerle entender que me importa un pimiento. Me siento responsable... Me siento culpable.
—Cuando vi los cardenales en tus brazos me di cuenta de que había tocado fondo, __.
—Chsss. —Lo hago callar, y mi boca le cubre la cara de pequeños besos—. Ya has dicho bastante.
Me coge del culo y me levanta. Hunde la cara en mi pecho.
—No volverá a pasar. Me mataría antes de volver a hacerte daño.
No es necesario que lo diga de esta forma. Lo entiendo. Lo siente. Yo también. No debería haberlo dejado así. Debería haberme quedado, haberle dado una ducha fría y haber esperado a que se le pasara la borrachera.
—Ya he hablado bastante, Joe.
—Te quiero.
—Lo sé. Y yo también lo siento.
Me suelta y me deslizo de nuevo por su cuerpo hasta que estamos cara a cara.
—¿Tú por qué tienes que sentirlo? 
Me encojo de hombros.
—Ojalá no te hubiera dejado.
—__, no te culpo por haberte marchado. Me lo merecía y me anima a no volver a beber. Saber que podría perderte es mi mayor motivación, créeme.
—No volveré a abandonarte. Nunca. 
Me sonríe.
—Espero que no, porque sería mi fin.
—Y el mío —digo en voz baja acariciándole  el pelo. Necesito  que sepa que el sentimiento es mutuo.
—Bien, ninguno de los dos va a irse a ninguna parte. Eso ha quedado claro. —Me besa con suavidad.
—¿No tienes hambre? —pregunto sin apartarme. Necesitamos hablar de otra cosa.
—Sí. ¿Vas a prepararme una comida equilibrada? 
Sonrío.
—Estoy cansada. ¿Podemos encargar una comida equilibrada?
—Pues claro. Tú relájate y yo pediré la cena.
Me  levanta   y  sale  de  la  bañera.   La  charla   ha  sido  extraña   y satisfactoria. Se está abriendo a mí.
 
Después de cenar comida china nada equilibrada, me ovillo en el sofá bajo el brazo de Joe. Me acaricia  el pelo mientras  ve un programa  de MotoGP. Está claro que le apasiona: está muy concentrado en la televisión. Me acurruco a su lado y me pregunto qué pasará mañana. Ya ha negociado la comida con un polvo de entrar en razón que quitaba el sentido. Podría negarme,  pero  entonces  me caería  un polvo  de recordatorio.  No estaría mal...
Estoy adormilada y mi mente se encierra en sus actividades desconocidas  en La Mansión.  ¿Es necesario  que me entere  de todos los detalles? Lo creo cuando dice que no tiene ojos para otra mujer, de verdad, así que investigar sobre sus ex amantes no va a llevarme a ninguna parte; sólo conseguiría ponerme celosa. El hecho de imaginármelo con otra me pone enferma. Ya tiene una edad (que ahora ya la sé), y es un hombre muy atractivo. Seguro que tiene un montón de conflictos sexuales, pero forman parte del pasado, como él dice. Sólo importan el aquí y el ahora, y yo estoy aquí, ahora.
—Vamos, nena. —Me coge en brazos y me lleva a la cama.
Ni me muevo cuando me desviste y me deja sobre el colchón, se acuesta a mi lado y me abraza.
—Te quiero —susurra.
 
Y como he perdido el habla, me limito a acurrucarme junto a él.
 
 
 
Abro los ojos y todavía es de noche. Soy vagamente consciente de que la cama vibra y de que estoy mojada.
«Pero ¿qué coño...?»
Tardo unos instantes pero, cuando me doy cuenta de lo que pasa, me doy de bruces contra la realidad. Busco la lámpara de la mesilla de noche y la luz me hace daño en los ojos. Los entorno, intentando enfocar, y veo que Joe está sentado en la cama, abrazado a las rodillas y meciéndose hacia adelante y hacia atrás. Mierda, está empapado y tiene las pupilas dilatadas. Parece petrificado. Me abalanzo sobre él. ¿Debería acunarlo?
—¿Joe? —digo con dulzura, no quiero asustarlo. No responde. Sigue meciéndose.
Entonces empieza a hablar.
—Te necesito —dice.
—¿Joe?  —Le pongo la mano en el hombro y lo sacudo un poco. Parece muy asustado—. ¿Joe?
«¿Mojado?»
—Te necesito, te necesito, te necesito —repite la misma canción una y otra vez. Quiero echarme a llorar.
—Joe, por favor —le suplico—. Para, estoy aquí.
No soporto  verlo  así. Está  temblando  y tiene  la cara  empapada  en sudor. La arruga de la frente es más profunda que nunca.
Intento colocarme en su campo de visión pero parece que no me ve. Sigue meciéndose y hablando solo, con la mirada perdida. Está dormido. Aparto las piernas de su cuerpo y me tumbo en su regazo. Lo abrazo con todas mis fuerzas. Tiene la espalda sudada. No sé si está consciente, pero sus brazos se aferran a mí y entierra la cara en mi cuello.
Permanecemos así una eternidad. Le susurro al oído, esperando que me reconozca y que despierte de su terror nocturno. Si es que esto es un terror nocturno, no tengo ni idea. Despierto no está, hasta ahí llego.
—¿__? —musita en mi cuello dos siglos después. Tiene la voz rota y cansada.
Está despierto.
—Hola. Estoy aquí. —Le cojo la cara con las manos. Sus ojos buscan algo en los míos. No sé muy bien qué.
—Lo siento mucho.
—¿Por qué? —Me preocupo aún más.
—Por todo. —Se tumba sobre la cama y me arrastra consigo. Acabo echada sobre su torso sudado. Estoy empapada pero me da igual.
Apoyo la cabeza en su pecho y escucho cómo se normaliza el latido de su corazón.
—¿Joe? —digo, nerviosa.
No contesta. Levanto la cabeza y veo que se ha dormido y parece estar en paz. ¿Qué coño acaba de pasar?
 
Paso horas tumbada sobre él, buscando mil razones para sus disculpas. Mierda, quizá le esté buscando los tres pies al gato. Hay muchas cosas por las que debería pedirme perdón. Por mentirme, por engañarme, por beber, por ser tan poco razonable, por su vena posesiva, por su comportamiento neurótico, por fastidiarme la reunión, por...
Me quedo dormida mientras repaso todas las razones por las que Joe debería pedirme perdón.
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 9 Icon_minitimeSeptiembre 2nd 2014, 12:08

Wow, que le ha pasado? Increible, cada dia me gusta mas este hombreee aunque tenga una vena muy posesiva....

Siguelaaaaaaaaa!!!
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 9 Icon_minitimeSeptiembre 6th 2014, 13:25

Capítulo 13 Parte 1


—Te quiero.
Siento  unos labios  carnosos  que conozco  muy bien acariciando  los míos  mientras  me despierto.  Abro  los  ojos  y veo el  hermoso  rostro  de Joe.
—Despierta, preciosa.
Me desperezo. ¡Qué gusto! Parpadeo y caigo en la cuenta de que está vestido. Mi cerebro inconsciente toma nota de que con Joe ya vestido no hay peligro de que me arrastre por todo Londres  en una de sus carreras matutinas de castigo.
—¿Qué hora es? —grazno.
—Tranquila,  sólo  son  las  seis  y  media.  Tengo  que  recibir  a  unos cuantos  proveedores  a  primera  hora.  Quería  verte  antes  de  irme.  —Se agacha, me da un beso y me inunda el sabor de su aliento mentolado.
¿Proveedores?  ¿Qué clase de proveedores?  Corto esos pensamientos por lo sano. Es demasiado temprano y, si de verdad son las seis y media, es demasiado tarde para correr veintidós kilómetros por Londres, así que los proveedores me importan un pimiento.
—No me hace falta tener los ojos abiertos para que tú puedas verme —protesto  mientras  tiro  de su espalda  para  que  vuelva  a mí. Huele  de rechupete.
—Ven a desayunar conmigo. —Me levanta de la cama y me agarro a él con mi cuerpo desnudo y mi estilo habitual de chimpancé—. Me vas a arrugar la ropa —dice en absoluto preocupado mientras me saca del dormitorio y me lleva a la cocina.
—Pues suéltame —contraataco. Sé que no va a hacerlo.
—Nunca.
Sonrío satisfecha y absorbo cada gota de agua fresca que desprende.
—No necesito un polvo de recordatorio. Puedes venir a comer.
—Esa boca. —Se echa a reír—. Lo siento. De verdad que necesitaba verte antes de irme.
Me pongo tensa en cuanto lo dice. Bueno, de hecho, en cuanto dice «lo siento». ¡Mierda! Había olvidado su crisis nerviosa de medianoche. Bueno, no es que se me haya olvidado, es que mi cerebro consciente no la ha procesado aún.
 
—¿Qué pasa?
Ha notado que me he puesto tensa de repente. Me sienta en el frío mármol pero no me sorprende como la otra vez. Estoy demasiado ocupada buscando en mi mente el mejor modo de abordar el asunto.
—Anoche te despertaste —digo.
—¿Sí? —Frunce el ceño y no sé si se siente aliviado o decepcionado.
—¿No te acuerdas?
—No. —Se encoge de hombros—. ¿Qué te apetece desayunar?
Me deja en el mármol y va hacia la nevera.
—¿Huevos, un bagel, algo de fruta?
«¿Ya está?»
—Dijiste que me necesitabas. —Lo dejo caer, a ver si lo pilla.
—¿Y? Es lo que digo estando despierto —replica sin apartar siquiera la vista de la nevera. Pues no, parece que no lo ha pillado.
—Me pediste perdón. —Me pongo las manos debajo de los muslos. Vuelve de la nevera.
—Eso también lo he dicho estando despierto.
Es cierto,  lo ha dicho todo despierto,  pero anoche  estaba  hecho un poema.
Sonríe.
—__, lo más probable es que tuviera una pesadilla. No me acuerdo. —Vuelve a la nevera.
—Te pusiste frenético. Estaba muy preocupada —digo tímidamente. No fue normal.
Cierra la nevera, con más fuerza de la necesaria, y de inmediato me arrepiento de haber sacado el tema. No me da miedo. Lo he visto perder los nervios muchas veces, pero me preocupa el modo en que se abrazaba a sí mismo. No quiero empezar el día con una pelea. Hablaba en sueños, eso es todo. Se acerca mordiéndose el labio y lo observo con cautela. Cuando llega a mi lado, se abre paso entre mis piernas, me saca las manos de debajo de los muslos y las sostiene entre ambos. Me las acaricia con los pulgares.
—Deja de preocuparte por lo que dije en sueños. ¿No dije que te quería? —pregunta con ternura.
Frunzo el ceño.
—No.
Sus ojos cafés parpadean y una de las comisuras de sus labios forma media sonrisa.
—Eso es todo lo que importa.
Me besa en la frente.
Me aparto de sus labios. Sí, importa. Lo está haciendo otra vez. Me está dando evasivas.
—No fue normal, y ya me estoy hartando de ese tonito. —Le lanzo una mirada asesina y retrocede, sorprendido, con la boca abierta. Pero no le doy  la  oportunidad  de  devolvérmela—.  O desembuchas  o  me  largo  — amenazo.
Él cierra la boca, no dice nada. Lo he cogido por sorpresa. Levanto las cejas, altanera.
—¿Qué eliges?
—Dijiste que nunca ibas a dejarme —replica, despacio.
—Vale, deja que lo reformule: no te dejaré si empiezas a darme respuestas cuando te pregunte algo. ¿Qué te parece?
Se muerde el labio sin quitarme el ojo de encima pero no desvío la mirada.  Mantengo  el  contacto  visual  y pongo  una  cara  muy  seria.  Sus pulgares me acarician con firmeza.
—No tiene importancia.
Me echo a reír, escéptica,  y hago ademán  de moverme,  pero él se acerca más para evitar que me baje de la encimera.
—Joe, voy a marcharme —digo, pero sé que no es verdad.
—Soñé  que  te  habías  ido.  —Habla  como  una  metralleta,  casi  en estado de pánico.
Dejo de intentar soltarme.
—¿Qué?
—Soñé que me despertaba y que te habías ido.
—¿Adónde?
—Y yo qué coño sé. —Me suelta y se lleva las manos a la cabeza—. No podía encontrarte.
—¿Soñaste que te dejaba?
Frunce el ceño.
—No sé dónde estabas. Simplemente te habías ido.
—Vaya. —No sé qué más decir. No me mira. ¿Se puso así porque yo lo dejaba?
—No fue un sueño agradable, eso es todo. —Está avergonzado y de repente me siento un pelín culpable. Está muy descolocado.
—No voy a dejarte.  —Intento  que se lo crea—.  Pero tenemos  que hablar. Tengo que torturarte para sacarte información, Joe. Es agotador.
—Perdona.
Lo atraigo de vuelta entre mis muslos. Es uno de esos momentos en los que yo soy la fuerte. A medida que descifro a este hombre, se vuelven más frecuentes.
—¿Habías tenido pesadillas antes?
—No. —Acepta mi abrazo y me estrecha con fuerza.
—Porque estabas borracho.
—No, __. No soy un alcohólico.
—No he dicho que lo fueras.
Lo abrazo con fuerza y me da un poco de pena pero me alegro de que se haya abierto. Es tan fuerte y tan seguro de sí mismo, pero estas pequeñas grietas son cada vez más evidentes. ¿Las estaré causando yo?
—¿Puedo prepararte un desayuno equilibrado? —pregunta deshaciendo nuestro abrazo.
—Sí, por favor.
—¿Qué te apetece?
Me encojo de hombros.
—Tostadas.
—¿Tostadas?
Asiento. Son las seis y media de la mañana, mi estómago no se ha despertado aún.
—Eso no es muy equilibrado —masculla.
—Es demasiado temprano para comer.
—No, no lo es. Y tienes que comer, estás demasiado delgada.
 
Me  suelta  y se dirige  a poner  el  pan  en la tostadora.  Yo bajo  del mármol y me siento en un taburete para contemplar cómo se desliza por la estancia. Me conmueve. Ha reconocido que cocina de pena, así que el hecho de que se haya ofrecido a prepararme el  desayuno es adorable. Pongo los codos en la encimera y apoyo la barbilla sobre las palmas de las manos para estudiarlo mejor. Ha tenido un mal sueño. O una pesadilla. Sea lo que sea, debe de haber sido muy duro. Es un hombre hecho y derecho, y ayer una pesadilla lo redujo a un estado patético. Espero que no sean frecuentes, porque fue horrible tener que verlo así, tan asustado y tan vulnerable. No me gustó.
Suspiro para mis adentros. Está más guapo que nunca esta mañana. No se ha afeitado, y me encanta cuando lleva barba de un día. No se ha puesto traje, sólo unos pantalones  gris marengo y una camisa negra. Es posible que cambie de opinión sobre la comida para que no tenga más remedio que echarme un polvo de recordatorio.
 
Coge la mantequilla, cuchillos y platos y lo dispone todo en la isleta, delante de mí. Luego se dirige de nuevo a la nevera y se sienta a mi lado con un tarro de mantequilla  de cacahuete.  Lo miro sin poder creérmelo. Desenrosca la tapa y mete el dedo.
Luego se lo lleva a la boca y me mira.
—¿Qué? —masculla.
—¿Y tú me das lecciones a mí acerca de un desayuno equilibrado? — Miro el bote que tiene en la mano.
Traga.
—Los frutos secos son muy sanos. Además, tú eres más importante que yo.
Meneo la cabeza y unto la mantequilla  en mi tostada bajo su atenta mirada.
—A mí me importas tú —le gruño a mi tostada, y lo miro mientras le pego un mordisco.
Joe sonríe.
—Me alegro. ¿Qué tienes hoy en la agenda? —pregunta como si nada mientras vuelve a meter el dedo en el tarro.
Me atraganto  y frunce  el ceño.  ¿Lo pregunta  en serio?  ¡No pienso decírselo!
—¿Por qué te sorprende tanto que quiera saber lo que vas a hacer hoy? —Me hace un mohín.
Me trago el bocado de tostada.
—Oh, por nada —doy otro mordisco—, si pensara que de verdad te interesa y que no lo preguntas para volver a chafarme el día. —No puedo decirlo con más sarcasmo.
—De verdad me interesa. —Parece dolido. No cuela.
—Te veo en el Baroque a la una. Tengo que llamar a Kate y avisarla de que vas a fastidiarnos la comida de chicas.
—No le importará. Me quiere —dice con total confianza.
—Eso es porque le compraste a Margo Junior —le recuerdo.
—No, es porque me lo dijo.
Es un engreído.
—¿Cuándo?
—Cuando salimos. —Me aparta el pelo de la cara—. La noche en que te enseñé a bailar. La noche en que pillaste aquel súper pedo.
—¿Súper pedo? —pregunto con la boca llena.
—Borracha.
Me burlo.
—Seguro que Kate también estaba borracha.
Bueno, no tanto como yo, pero eso no era difícil. Aunque  iba bien cocida, cosa que tampoco importa. Kate no le diría a nadie que le gusta si no fuera verdad, y mucho menos que lo quiere, ni siquiera cuando es en plan cariñoso.
—Y no sólo aquella  vez. —Mete  el dedo en el tarro y me lo pone delante  de  las  narices.  Hago  una  mueca  de  asco  y  él  se  ríe  antes  de llevárselo a la boca.
—¿Más veces? —pregunto sin darle importancia mientras muerdo mi tostada. Lo está haciendo a propósito.
—En La Mansión —lo suelta como si el hecho de que Kate estuviera en La Mansión fuera lo más natural del mundo.
 
La mandíbula me llega a la encimera de mármol. Recuerdo que Kate fue allí el sábado por la noche y que ese día llamaron  a Joe para que acudiera allí. Tuvo que ser entonces. Kate no entró en detalles cuando le pregunté. Lo gracioso es lo que dijo y que no quiso explicarme mejor. Sin duda, no iba a insistir después de cómo reaccionó a mi interrogatorio.
—¿Qué estaba haciendo Kate en La Mansión? —Intento decirlo con naturalidad pero, a juzgar por la cara que pone, me ha salido fatal.
Sonríe.
—No es asunto tuyo. —Salta  del taburete  y tira el tarro vacío a la basura—. Tengo que pirarme.
—¿Pirarte?
—Sí, largarme..., irme..., salir zumbando. —Me guiña el ojo y me derrito en el taburete. Está de buen humor, juguetón y bromista. Lo quiero. El Joe relajado empieza a ser un habitual últimamente.
—He decidido que no es buena idea que vengas a comer. No quiero que Kate piense que somos como lapas —suelto de pronto. Me vuelvo y sigo comiéndome mi tostada con toda la indiferencia que soy capaz de fingir.  No  obstante,  me  cuesta,  porque  mi  hombre  está  gruñendo  y erizándose detrás de mí.
 
Me coge y grito cuando me da la vuelta y me empotra contra la pared. Me aplasta  con su delicioso  cuerpo  y yo todavía  tengo la tostada  en la mano. Sus ojos me dicen que no sabe si lo he dicho en serio, y me siento... casi culpable. Sé lo que me espera.
Lucho por ocultar la sonrisa que baila en las comisuras de mi boca. Se apoya en mí y levanta las caderas para que pueda sentir toda su caricia en mi sexo. Gimo, pícara, de pura satisfacción.
—No lo has dicho en serio.
Desliza la mano por mi vientre, hacia el punto en el que se unen mis muslos.
—Muy  en  serio  —lo  reto,  y doy  un  respingo  cuando  introduce  el pulgar en mi zona sensible. Dios, nunca voy a cansarme de él.
—Voy a ser muy rápido —musita mientras continúa follándome con el dedo. Suspiro y saboreo sus caricias expertas—.  No juegues conmigo, __.
Retira la mano y se aparta.
«¡¿Qué?!»
 
Quiero agarrarlo y volver a meter su mano donde debería estar. ¿A qué demonios juega? Le lanzo una mirada como diciendo «¿De qué coño vas?», y se ríe a gusto.
—Ya llego tarde porque  quería  asegurarme  de que comías  algo. Si llego a saber que te iba a dar por jugar conmigo, te habría follado primero y luego te habría dado de comer.
Se acerca y me restriega las caderas, siempre a punto para el amor, y jadea en mi oído:
—A la una en punto. —Le da un mordisco a mi tostada—. Te quiero, señorita.
Me mira más arrogante que nunca.
—No es verdad —le suelto—. Si me quisieras, no me abandonarías a medio camino del orgasmo.
—¡Oye! —me grita. Parece enfadado—. No dudes nunca de lo mucho que te quiero. Eso me cabrea muchísimo.
Intento poner cara de que lo siento pero, con las ganas que tenía de correrme, me cuesta mucho convencer a mi cerebro para que haga nada. Sólo quiere obligar a Joe a terminar lo que ha empezado. Sé que se ha puesto cachondo. ¿Cómo es que se va sin más?
—Que pases un buen día —añade; su mirada se suaviza y me besa en la mejilla—. Te echaré de menos con locura, nena.
Eso ya lo sé. Pero sólo quedan  seis  horas  hasta  la hora  de comer. Sobrevivirá.
 
Una vez arreglada,  bajo por el ascensor  y taconeo  por el vestíbulo mientras busco las gafas de sol en el bolso.
—Buenos días, __ —dice Clive al pasar.
—Buenos días —respondo, me pongo las gafas y saludo a la luz del sol. Me paro de repente al ver a John apoyado en su Range Rover.
¿Va en serio?
Se levanta las gafas de sol y se encoge de hombros. Menos mal, a él también le parece ridículo. Pero hoy necesito mi coche para poder recoger las cosas de casa de Matt después del trabajo.
—John, puedo ir yo sola al trabajo. —Lo cierto es que estoy un poco harta.
—No creo que puedas, muchacha —dice arrastrando las palabras. ¿De qué habla?—. Están lavando tu coche. —Se encoge de hombros otra vez y se sienta detrás del volante.
Me vuelvo y compruebo que hay un ejército de personas limpiándome el coche.
Por el amor de Dios. Saco las llaves del bolso y veo que faltan las del Mini. Don Controlador va a tener que explicarme qué hacía hurgando en el bolso de una mujer (y, ya de paso, por qué me toquetea el móvil). Es de muy mala educación.  ¿Por qué nunca me pide mi opinión?  Es una lata. Llamaré a Kate. Ella me llevará. Marco su número.
—¡Nena! —responde, contenta.
—Oye, ¿podrías llevarme a casa de Matt cuando salga de trabajar para que pueda recoger mis cosas? —Se lo pido todo lo de prisa que puedo.
—Claro.
—Genial. Te veo a la hora de comer. Por cierto, Joe también viene.
Cuelgo y me siento al lado de John. Lleva su modelito habitual: traje negro y camisa negra. ¿Cuántos trajes negros tendrá?
—¿Crees que está siendo poco razonable y difícil? —pregunto con naturalidad mientras bajo el espejo para poder ponerme el brillo de labios.
 —Sí, muchacha  —dice con su forma de hablar de siempre—.  Pero, como ya te he dicho, sólo es así contigo.
Dejo caer la mano en el regazo y miro a John, que, como siempre, está tamborileando con los dedos sobre el volante.
—¿Y en el trabajo no se comporta como un lunático?
—No.
Frunzo el ceño.
—¿Es simpático?
—Sí.
Suspiro con toda el alma para que John sepa que quiero una respuesta más larga.
—¿Por qué?
Me mira y me deslumbra con sus dientes blancos. Veo el brillo de su diente de oro.
—Muchacha, no seas demasiado dura con ese hijo de perra. Nunca le había importado nadie hasta que llegaste tú.
Me reclino en mi asiento y escucho cómo John comienza a tararear al ritmo del tamborileo de sus dedos. Es imposible que a Joe nunca le haya importado nadie. Tiene treinta y siete años.
—¿Cuántos años tiene? —pregunto, sonriente. Me gano otra sonrisa de John.
—Treinta y siete. Pero tú eso ya lo sabías, ¿no?
«¡Ay, no!»
 
Me muero de la vergüenza en el acto y me pongo colorada como un tomate. Había olvidado que hubo que rescatar a Joe, y me apuesto a que John se deleitó la vista. Me echo a reír para mis adentros al pensar en la escena que debió de encontrarse: un dormitorio con un dios esposado a la cama, un vibrador adornado con diamantes, mi conjunto de ropa interior de encaje por el suelo y a dicho dios haciendo agujeros en la pared con el vibrador. Me apuesto a que debió de parecerle de lo más divertido, y que Joe le explicó cómo y por qué había terminado esposado a la cama.
Mi vergüenza no conoce límites.
Pasamos el resto del trayecto en silencio, salvo por el tararear de John. Soy incapaz de mirarlo. Me deja en Berkeley Square y corro a la oficina para deshacerme de mi incomodidad. Me despido de él con un gesto de la mano. ¿Cómo voy a volver a mirarlo a la cara?
De camino a mi mesa veo a Sally ordenando un armario. Parece que está al borde del suicidio. La blusa de poliéster de cuello alto ha vuelto y el pintauñas rojo ha desaparecido. Ha pasado lo que me temía. Los hombres son unos cabrones. Decido no mencionarlo, no creo que le haga gracia.
—Buenos  días,  Sally  —digo  tratando  de no parecer  excesivamente feliz. Me ofrece una tímida sonrisa antes de volver a sus tareas. Me da pena—. ¿Dónde está todo el mundo?
Se encoge de hombros. Está fatal. Me resigno a cerrar el pico y me pongo a trabajar.
 
La mañana resulta muy productiva. Cierro unas cuantas cuentas y me pongo al día respecto a mis clientes actuales. A las doce y cuarenta y cinco, salgo a comer.
Entro en el bar y encuentro a Kate sentada a nuestra mesa de siempre. Me lanza una mirada de enfado cuando me acerco.
—Tus modales por teléfono dejan mucho que desear.
He sido un poco brusca esta mañana, pero ha sido porque estaba tan ocupada lidiando con mi hombre imposible  que no he podido cuidar las formas.
—Perdona. —Me siento, y lo primero que veo enfrente de mí es una enorme copa de vino—. ¡Joder, Kate! ¡Llévatela de aquí! —La pongo en su lado de la mesa.
Ella me lanza cuchillos con la mirada.
—Pensé que la necesitabas.
Y  la  necesito,   pero  Joe  llegará   pronto.  ¿Qué  pensaría   si  me encontrara tomando vino? Sería muy cruel y desconsiderado por mi parte. Intento retirar también la copa de Kate, que se lanza a por ella.
—Kate, llegará en seguida.
—¡Oye! ¡Deja esa copa donde estaba! —me ordena, muy seria—. Joe no es mi novio.
No me puedo creer que se comporte así. Qué poco considerada. Se niega a dejar la copa y la miro mal mientras la suelto. Ella la coge y bebe un buen sorbo mirándome fijamente.
—¡Zorra!
Kate sonríe por encima de la copa. Cojo la mía y me la bebo de un trago.  Ella  suelta  una  carcajada.  Dios,  qué  maravilla.  Hace  casi  dos semanas que no bebo, todo un récord para mí. Dejo escapar un suspiro largo y satisfecho.
—La necesitabas. —Kate confirma lo evidente.
—Sí, y probablemente  necesite  otra. —El  sentimiento  de culpa me invade. Soy débil.
Inspecciono el bar antes de correr a la barra para dejar mi copa vacía. Me siento como una delincuente juvenil.
—Ah, y no le digas a Joe que lo quieres, que se vuelve muy creído —gimo al volver a sentarme.
Kate se parte de la risa.
—¿Te recojo en tu oficina a las seis?
Sí, vamos a zanjar esta conversación antes de que él llegue.
—¿Te viene bien? —Sé que sí pero, después de que me haya reñido por mis modales al teléfono, creo que es bueno que sea educada.
—Claro. ¿Has hablado con Matt?
—Sí, me estará esperando, pero Joe no lo sabe y no quiero que se entere —le advierto.
Kate arquea las cejas pero no dice nada.
—Me lo echaría a perder. —Me encojo de hombros.
Creo que el vino se me ha subido a la cabeza. Estoy atontada.
—¿Qué tal Sam?
—Llegará  pronto. Pensé que, ya que esta mañana me has dicho que Joe se nos unía, podía preguntarle a Sam si le apetecía venir. —Lo dice como si Joe fuera la única razón por la que ha invitado a Sam. Como si no la conociera.
—Oye, ¿tú sabes qué ha pasado entre Victoria y Drew? —pregunto con curiosidad. Seguro que Kate sabe algo.
Le brillan los ojos.
—¡No te lo vas a creer!
—¿Qué pasa? —Me acerco más a ella, emocionada ante la perspectiva de escuchar un buen chisme.
—Drew la llevó a La Mansión. ¡Y a la muy puritana no le gustó!— Kate está encantada, pero a mí me entra el pánico.
Victoria se ha enterado de la existencia de La Mansión; ¿sabrá quién es el dueño? ¿Se lo habrá contado todo Drew? ¿Habrá sumado dos y dos? Ay, Dios, espero que no. La chica no es  una lumbrera, pero si  lo ha averiguado sin duda se lo habrá dicho a Tom. Esto se está complicando mucho. Aunque Tom no me ha comentado nada y, con un descubrimiento tan jugoso  como  ése,  no creo  que  pudiera  resistirse.  Quizá  la pobre  es tonta. Eso espero, porque lo último que necesito  es a Tom y a Victoria metiéndose en mis asuntos y cuchicheando en la oficina.
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 9 Icon_minitimeSeptiembre 6th 2014, 13:40

Capítulo 13 Parte 2

—¿Qué te apetece comer? —La pregunta de Kate  me saca  de mis cavilaciones.
—Un sándwich de beicon, lechuga y tomate con pan integral.
—¿Y para Joe?
Frunzo  el  ceño.  No  tengo  ni  idea.  Ni  siquiera  sé  cuál  es  su  plato favorito.
—Pregunta si tienen mantequilla de cacahuete —digo encogiéndome de hombros.
—¿Mantequilla de cacahuete? —Pone cara de asco. Amén, amiga—. Mira,  por  ahí  vienen.  —Kate  señala  hacia  la  puerta  con  el  vaso  y me vuelvo para mirar.
 
Suspiro de admiración, igual que Kate cuando ve a Sam. Drew es el último en llegar. Sé muy bien que Kate está disimulando lo que siente por Sam.
Joe me da un beso en la mejilla y luego acerca una silla de otra mesa para poder sentarse a mi lado, con la mano sobre mi rodilla. El calor de su mano asciende por mi pierna y me da de lleno entre los muslos. No ayuda nada cuando empieza a hacerme caricias y a darme pequeños apretones.
—Me has quitado las llaves del coche. —Lo miro enfadada.
—¿Todo el mundo bien? —Ignora mi acusación  y empieza  a trazar círculos  con el  pulgar  en el  interior  de mi  muslo.  Está  sonriente.  Sabe perfectamente lo que me está haciendo.
Intento apartar la pierna pero no lo consiente. Me lanza una pequeña mirada  de advertencia  y me da un apretón  extra. Es su forma de decir: cuando quiera y donde quiera.
—Yo, muy bien —sonríe Kate. Sí, está de maravilla ahora que ha llegado Sam—. Voy a pedir, ¿qué queréis tomar? —dice poniéndose en pie.
Los chicos le dicen lo que quieren para comer y ella desaparece en dirección a la barra dejándome sola con las fieras. Joe se acerca a mí.
—Has bebido.
Me pongo tensa.
—Ha sido un accidente.
—No me importa que te tomes una si estoy contigo, __. —Se vuelve hacia los hombres. ¿Que no le importa? Niego con la cabeza.
Observo con alegría cómo Joe actúa con total normalidad con Drew y con Sam. Hablan de deportes, casi todos de riesgo, y se comportan como hombres normales y corrientes. Éste es el Joe tranquilo y relajado. Se ríe con ellos, le brillan los ojos y mantiene la mano en mi muslo. Sonrío. Es un placer verlo así. Me guiña un ojo y quiero sentarme a horcajadas sobre él y comérmelo a besos.
—¿Cómo está Victoria? —le pregunta Kate a Drew mientras vuelve a sentarse a la mesa. Todos lo miramos a él. Cómo disfruta Kate liándola.
—No preguntes —replica él, y le da un trago a su botellín de cerveza. Nadie más se pone nervioso por todo el alcohol que hay sobre la mesa.
¿Acaso yo lo estoy enfocando mal?
—Es una chica muy dulce pero tiene que animarse un poco —añade. Retrocedo en mi taburete. Ese comentario ha sido un poco duro, más aún después de haberla llevado a La Mansión. No puede despreciarla por ser un poco escéptica.
—¿Por qué la invitaste a ir? —Formulo la pregunta antes de que mi cerebro  haya  podido  detenerme.  ¿No  es  evidente?  Joe  me  lanza  una mirada de desaprobación y me pongo como un tomate. Drew se encoge de hombros.
—Porque soy así y me gusta ese sitio.
—Amén —dice Sam alzando su botellín.
Abro unos ojos como platos al ver lo directo que es Sam pese a la presencia de Kate; luego noto que mi amiga se pone algo tensa. La miro, inquisitiva, pero ella finge no haberme visto y responde al brindis de Sam con su copa de vino. Él le sonríe y los ojos aún se me abren más. ¡Kate ha estado follando en La Mansión!
«¡La madre que me parió!»
—Además —prosigue Drew—, tengo que aprovechar al máximo. A partir de los treinta y cinco, todo es cuesta abajo, el culo se te pone flácido y te salen tetas. Buscaré una mujer que me ame por mi personalidad y no por mi cuerpo cuando lo necesite.
 
Observo que Joe se pone tenso a mi lado, aunque no me mira. Tiene treinta y siete años, pero sin duda no tiene el culo flácido ni le han salido tetas. Cruzo las piernas para que me apriete el muslo con más fuerza. Miro con el rabillo del ojo y veo que su boca es una fina línea recta.
—Sólo me quedan nueve años, más me vale disfrutarlos —dice Kate con una sonrisa sardónica.
La  mandíbula  me  llega  al  suelo.  No  puedo  creer  lo  que  acaba  de soltar. Tengo la boca y los ojos totalmente abiertos. Me quedo corta si digo que estoy  a cuadros.  Estoy  sentada  a la mesa  en un bar  normal,  en un Londres normal, con gente normal, y todos están hablando de La Mansión como si fuera lo más normal del mundo. No, no son gente normal. ¿Cómo iban  a  serlo?  Estos  tres  hombres  han  estado  picoteando  y  ahora  han arrastrado también a Kate al lado oscuro. Necesito más vino. ¿Qué coño está pasando?
—Con nosotras la edad es mucho más cruel —dice Kate blandiendo su copa de vino.
Sam le guiña el ojo, cosa que confirma  mi teoría de que ha estado follando allí. Quiero sacarla de aquí y exigirle una explicación. No estoy segura de que sea bueno, a pesar de que Kate insiste en que sólo se está divirtiendo. Sé que está fingiendo.
—¿Eso es lo que te ha pasado a ti, Joe? —pregunto antes de beber un sorbo de mi vaso de agua.
Me sube la mano por el muslo y cierro las piernas con fuerza.
—No  —responde  volviéndose  hacia  mí—.  ¿Acaso  crees  que  mi cuerpo deja algo que desear? —Me arquea una ceja expectante. Es la pregunta más estúpida del mundo.
—Ya sabes que no. 
Sonríe.
—¿Sigo siendo tu dios?
Me sonrojo y le lanzo una mirada asesina al mismo tiempo.
—Eres un dios arrogante —murmuro.
 
Me coge de la nuca con la mano, me acerca a él y me da un beso en la boca de los de caerse de culo. A pesar de que estamos en público, lo dejo hacer. Como siempre, mi mente se queda en blanco y el mundo desaparece. Sólo existen Joe y su poder sobre todo mi ser. Me engulle, me atrapa, me posee...
Cuando por fin me suelta, miro a los demás, muy avergonzada por mi demostración de afecto sin tapujos. Me encuentro con un coro de expresiones de asco ante nuestra cursilería, y alguien se lleva los dedos a la boca como si fuera a vomitar. Es Joe. Lo miro, sonríe y me rodea con sus brazos.
—Sois lo peor —sentencia  Kate—. Aquí está la comida, así que se acabaron las cursilerías.
Sam se le acerca y la besa en la mejilla.
—¿Te sientes desatendida?
Ella lo aparta y el camarero nos sirve la comida.
—¡No!
Todo el mundo se abalanza sobre su plato, incluido Joe, y charlamos y nos reímos mientras  comemos. No se me pasa por alto que de vez en cuando Sam y Drew lanzan miraditas afectuosas hacia nuestro lado de la mesa.
 
Empiezo  a pensar  en cómo  ha reaccionado  Joe  al  comentario  de Drew. Eso que ha dicho de que a partir de los treinta y cinco todo es cuesta abajo es una exageración. Mi hombre tiene un cuerpo para comérselo. De repente  me  viene  a la  cabeza  la  imagen  de  Joe  picoteando.  ¿Y si  ha dejado de picotear y salir conmigo es un mal sustituto? Se ha retirado, por así  decirlo.  Me  siento  como  una  mierda.  Su mano  sana  me  acaricia  el muslo mientras  coge  su sándwich  con la mano lastimada.  Tiene  mucho mejor  aspecto.  Los  cardenales  casi  han  desaparecido,  pero  las  muescas rojas de las muñecas siguen ahí, y parecen gritarme: «¡Mira!».
Le  echo  un  vistazo  a  Joe  cuando  me  roza  con  la  rodilla  y  me encuentro con su mirada inquisitiva. Se ha dado cuenta de que estaba pensando en su mano, absorta en mis cosas. Seguro que puede leerme la mente.  Meneo  la cabeza  y sonrío,  pero dudo que eso haga  que deje  de preocuparse por mis ensoñaciones.
—Será mejor que vuelva al trabajo —digo, apenada. Ha sido agradable disfrutar de una comida medio normal (en fin, todo lo normal que puede ser cuando comes con el dueño de un club de sexo súper pijo y dos de sus socios).
—Te acompaño. —Joe deja lo que queda de su sándwich de beicon, lechuga y queso en su plato y se levanta.
—Si mi oficina está a dos minutos, a la vuelta de la esquina —digo con tono de cansancio. Dejo de poner pegas cuando me lanza una de sus miraditas. En vez de discutir con él, me despido de todos y le doy a Kate el dinero para pagar mi comida y la de Joe.
Me lo devuelve.
—Joe ya ha pagado la cuenta —dice.
¿En serio? Joe está demasiado ocupado estrechando las manos de los chicos como para notar que lo estoy mirando con cara de reproche. Nos encaminamos a la salida del bar.
—¡Eh! —grita Kate de pronto—. ¿Noche de copas y chicas el sábado? 
Me vuelvo con cara de no saber a qué juega. No parece percatarse de mi  reacción.  No,  está  demasiado  ocupada  viendo  cómo  reacciona  Joe ante la idea. Lo miro: parece incómodo. ¡Kate! ¿Cómo se te ocurre sugerir una  cosa  tan  estúpida?   Sam  y  Drew  tampoco  pierden  punto.  Están esperando la respuesta de Joe.
—Mejor la semana que viene —respondo con toda la calma de la que soy capaz.
—Puedes ir —me dice Joe por detrás.
¿Puedo ir? ¿Qué significa eso de que puedo ir?
—No, mañana  tenemos  el aniversario  de La Mansión.  Estaré hecha polvo.
En  el  fondo  quiero  ir,  pero  me  va  a  prohibir  que  beba,  el  muy controlador. No es que beba hasta caer redonda todo el tiempo, y la última vez que lo hice fue por su culpa. Además, tengo tantas cosas que contarle a Kate, y ella a mí, por lo que he podido ver. Durante la comida sólo hemos cubierto los titulares.
—Oye, te ha dicho que le parece bien —protesta Kate.
—Hablamos  luego.  —Quiero  terminar  la conversación.  Espero  que capte la idea y cierre el pico.
—Vale, claro. —Me guiña el ojo—. Hasta luego.
Me gustaría matarla con el bolso pero noto que Joe tira de mí y me impide llevar a cabo mis planes. Me conformo con lanzarle  otra mirada asesina antes de dar media vuelta y dejar que él me saque del bar.
Llegamos a Piccadilly  y nos tropezamos  con todo el gentío que ha salido a comer. Hay algo de tensión entre nosotros. Me suelta la mano y me pasa el brazo por los hombros para tenerme más cerca.
 
Cuando llegamos a Berkeley Street, me detengo para poder verle bien la cara.
—Si salgo, no podré beber, ¿verdad?
—No.
Pongo los ojos en blanco y sigo andando.
—Podrás beber el viernes. —Me alcanza y vuelve a pasarme el brazo por los hombros.
Claro, podré tomarme una copa el viernes porque él estará allí para velar por mí. El problema es que no me siento cómoda bebiendo delante de él. No me parece bien, y más sabiendo que tiene un pequeño problema con el alcohol.
—¿Harás que los porteros me espíen? —gruño.
—No les pido que te espíen, __. Les pido que te echen un ojo.
—Y que te llamen si no sigo las reglas —contraataco, y me gano unas cosquillas.
—No —dice, cortante—, y llámame si estás tirada y revolcándote por el suelo del bar con el vestido enrollado en la cintura.
Lo miro mal. Vale, sí, estaba tirada en el suelo del bar, pero no me estaba revolcando  y tampoco estaba cocida. No aquella vez. Fue Kate la que me tiró al suelo consigo. En cuanto al vestido, en fin, ése es un asunto trivial que un hombre neurótico hizo jirones. Podría salir, tomarme un par de copas de vino, ponerme algo aceptable y no rodar por el suelo. Así el portero no declararía la alerta roja. Quizá podría quedarme en casa de Kate para no restregárselo.  Me río para mis adentros  por lo ambicioso  de mi plan. Lo cierto es que nunca permitirá que me quede en casa de Kate.
Le dejo que me mantenga pegada a él de camino a mi oficina.
—Ahora vas a tener que soltarme —le digo cuando ya estamos muy cerca. Podríamos tropezarnos con Patrick, y no le he mencionado el tipo de comida de negocios que he tenido con el señor Jonas. Esto me va a costar sangre, sudor y lágrimas.
—No —gruñe.
—¿Qué planes tienes para el resto del día? —Esto es lo que de verdad me interesa.
Por favor, que diga que tiene un montón de asuntos con los que entretenerse para que yo pueda ir a casa de Matt y recoger mis cosas sin tener que engañarlo y mentirle. Ocultar información no es lo mismo que mentir.
Me pone morritos.
—Pensar en ti.
Eso no me hace sentir mejor.
—Volveré a tu casa en cuanto termine de trabajar —digo, y me doy cuenta al instante de que acabo de mentirle. Hago acopio de todas mis fuerzas para no tocarme el pelo.
—¡Nuestra casa! —me corrige—. ¿A qué hora?
—A las seis, más o menos. —«Hora más, hora menos», me digo a mí misma.
—Te encanta esa muletilla, ¿no? Más o menos... —Me mira y creo que me está escudriñando. Es imposible que sepa lo que estoy tramando. Sólo lo sabe Kate.
—Más o menos —respondo, y me apoyo en él para darle un beso.
 
Me coge, me echa hacia atrás sobre su brazo con un gesto ridículo y teatral y me besa hasta dejarme sin aliento en pleno Berkeley Square. La gente trata de no chocar contra nosotros y nos grita alguna impertinencia. Que les den.
—Joder. Te quiero, te quiero, te quiero —dice contra mi boca. Sonrío.
—Lo sé.
Vuelve a erguirme y entierra la cara en mi cuello para mordisquearme la oreja.
—No me canso de ti. Voy a llevarte a casa.
Lo sé, siempre me lo dice, y me entran ganas de no volver a la oficina e  irme  con  él.  No  tengo  mucho  trabajo,  y  no  hay  nada  que  no  pueda esperar.  Me  encanta  cuando  está  de  este  humor,  exigencias  y  órdenes aparte.
Mi móvil empieza a cantar y me saca de mi estado de rebeldía. Lo pesco  del  bolso  con  Joe  enganchado  a mi  cuello.  Cuando  lo saco,  lo levanto por encima de su cabeza para ver quién es. Suelto un gruñido. ¿Por qué tiene que llamarme Mikael precisamente ahora?
Joe debe de notar mi fastidio, porque deja mi cuello y me mira con curiosidad.
—¿Quién es?
—Nadie,  un cliente.  —Meto  el móvil  en el bolso de nuevo. Ya lo llamaré—. Te veo en tu casa —digo, y hecho a andar pero él me agarra por la muñeca.
—¡Nuestra casa, __! ¿Quién era? —Su repentino cambio de humor me pilla con la guardia baja.
—Mikael —digo entre dientes—. Sólo es un cliente —añado para enfatizar el papel que Mikael desempeña en mi vida.
Es posible que no pueda curar esa parte de Joe: es muy celoso y demasiado posesivo. Tiro de la muñeca para soltarme y recorro los pocos metros que quedan hasta la oficina dejándolo a él en la acera. ¿Y me dice a mí que si he visto al monstruo de ojos cafés?
 
El móvil suena de nuevo y lo cojo al entrar en la oficina.
—Hola, Mikael.
—__, llamo para confirmar nuestra cita del lunes. —Su voz suave baila en mis oídos. Puede que Joe lo vea como una amenaza, pero no lo es, aunque la verdad es que tiene una voz muy sensual—. ¿Te va bien a las doce?
Me dejo caer  en mi silla y la pongo de cara a la mesa. Me quedo horrorizada al ver que tengo a Joe delante, bufando como un toro bravo. Parece  furioso.  Recorro  el  despacho  con  la  mirada  y  veo  a  Tom  y  a Victoria en sus respectivos puestos de trabajo, sin perderse un detalle y sin disimular su curiosidad. Entonces veo a Patrick en su oficina pero, gracias a Dios, está absorto con lo que sea que muestra su pantalla de ordenador y no parece haber visto a Joe.
—¿__?
Con el drama que tengo entre manos, se me olvida que estoy en plena conversación telefónica por temas de trabajo.
—Perdona, Mikael. —Miro a Joe con cara de no entender qué hace aquí, pero pasa de mí y sigue actuando como una fiera al acecho, sin tener en cuenta dónde estamos ni que tenemos espectadores—.  Sí, perfecto — intento sonar segura y profesional. Fracaso a lo grande: sueno nerviosa y atacada.
—¿Estás bien? —Su pregunta me desmorona. Está claro que se nota que no estoy bien.
—Sí, bien, gracias.
—Estupendo. ¿Rompiste tu regla? 
El corazón deja de latirme.
—¿Disculpa? —me sale un poco agudo debido a la falta de oxígeno.
—Con Joe Jonas. Es un cliente, ¿no es así?
No sé qué decir. No, no era un cliente, no cuando estaba trabajando en el Lusso, pero no soy tan tonta como para decírselo. Mikael sabe que supuestamente estoy trabajando para Joe. Supuestamente. Todavía no he vuelto a La Mansión, y Joe no me ha presionado para que lo haga.
—Sí. —Es la única palabra que me sale.
—¿Cuánto hace que sales con él?
Se me hiela la sangre en las venas y busco la respuesta correcta en mi cerebro.
—Un mes, más o menos —tartamudeo por teléfono. ¿Por qué me pregunta estas cosas?
—Hummm, qué interesante —responde.
 
La sangre se me hiela aún más. ¿Por qué le parece tan interesante? Tengo la mirada fija en los ojos cafés del hombre por el que daría la vida y tengo a otro hombre al otro lado de la línea telefónica que parece tener algo que decirme, algo que va a hacer que salga despedida y con el culo chamuscado del séptimo cielo de Joe, aunque no es que esté allí en este preciso instante.
—¿Por  qué?  —sueno  muy  nerviosa.  Normal,  es  que  estoy  muy nerviosa. ¿Qué es lo que sabe?
—Ya hablaremos durante nuestra reunión.
—Vale —digo simplemente, y  cuelgo. Eso ha  sido de  muy mala educación, pero no sabía qué otra cosa decir o hacer.
Joe está sentado sobre mi mesa y parece que quiere arrancarme la cabeza  de cuajo,  pero ¿por  qué?  Hay que joderse.  En cinco  minutos  he pasado de estar retozando en la acera a un duelo de titanes.
 
Nos miramos fijamente un rato. Veo de reojo a Tom y a Victoria, que parece que se han quedado a presenciar el espectáculo. Para ser justos, es imposible  no verlo. Joe no es fácil de ignorar y, aunque no estuvieran mirando,          seguirían con las antenas puestas, pendientes del hombre taciturno que emana hostilidad sobre mi mesa. Su atrevimiento casi, casi, roza la valentía.
 
Me centro en Joe pero no quiero mover ficha primero por miedo a que estalle y Patrick acuda a averiguar  a qué se debe la conmoción.  No obstante, tampoco puedo quedarme aquí sentada mirándolo todo el día.
—Estoy trabajando —digo, firme y tensa. Ni siquiera yo misma me creo mi falsa calma. Joe parece estar a punto de explotar de la rabia.
—¿Quién era? —inquiere  señalando  mi teléfono con un gesto de la cabeza.
—Ya sabes quién era —digo dejando el móvil sobre la mesa. ¿Mi forma de hablar con Mikael tiene algo que ver con todo esto? Mikael sabe algo, y Joe sabe que lo sabe. Hasta ahí llego.
—No vas a volver a verlo —dice entre dientes, alto y claro. Vale, ahora sí que estoy muy preocupada.
—¿Por qué?
Ni siquiera me molesto en señalar que Mikael es un cliente. Ya lo sabe y, a juzgar por su expresión, le da exactamente igual.
—Porque no. No te lo estoy pidiendo, __. En esto, vas a hacer lo que yo te diga. —Empieza a morderse el puto labio, temblando de rabia.
No  puedo  ponerme  a  discutir  ahora,  no  en  mi  lugar  de  trabajo. Tampoco  puedo  renunciar  al contrato  de Vida.  Estoy  jodida,  muy, muy jodida. Nunca había necesitado tanto una copa.
—Te veo en el Lusso —digo en voz baja.
—Hasta entonces. —Da media vuelta y desaparece.
 
Me hundo en mi silla y respiro. La vida con Joe es una puñetera montaña rusa, y ahora que se ha ido me voy a pasar el resto de la tarde preocupada por él. Todo son incertidumbres, pero hay una cosa que tengo muy  clara: no voy  a volver  al  Lusso  esta  noche.  Necesito  tiempo  para pensar y aclararme las ideas antes de que me caiga más mierda encima. Cuando por fin me da una respuesta, aparecen veinte interrogantes más.
—Por favor, qué sexy está ese hombre cuando se enfada —comenta Tom—. ¿Has ido a La Mansión últimamente, cielo? —pregunta bajándose las gafas, y de inmediato sé que Victoria no es tan tonta como parece.
Ella suelta una risita nerviosa, la primera en dos días. Quiero protestar y acusarla  de ser una mojigata  y luego decirle a Tom que se busque un asistente de compras. Pero eso sería muy infantil, y no creo que pudiera morderme  la lengua  y dejarlo  estar.  Estoy  a punto de explotar  de tanta frustración y tanto estrés, y pobre el que me haga reventar porque le espera una buena. Por suerte para Tom y Victoria, Patrick les salva el culo antes de que se me vaya la pinza y les suelte cuatro verdades.
—Flor  —dice  sentándose  en  el  borde  de  mi  mesa,  que  suelta  su habitual crujido de protesta; yo hago la mueca de siempre y Patrick hace caso omiso, como todos los días—, me ha llamado Mikael Van Der Haus: quiere que hagas un viaje de documentación a Suecia.
Joder. Ésa no me la esperaba.
Después de haber conseguido el contrato para decorar el Lusso, el socio de Mikael pidió que todo fuera italiano y auténtico, así que me enviaron a Italia para que me documentara y buscara proveedores. Mikael ha dejado muy claro que quiere materiales sostenibles en Vida, pero no me imaginaba esto.
La complejidad de su propuesta es como un puñetazo en el estómago. El hecho de que el viaje sea por el proyecto de Mikael va a enviar a Joe a la tumba y, a juzgar por lo ocurrido, es probable que yo también acabe bajo tierra.
—¿Es del todo necesario?
«Por favor, di que no. Por favor, por favor.»
—Del todo. Mikael ha insistido mucho. Buscaré vuelos. —Se levanta con un crujido de mi mesa y regresa a su despacho.
¿Mikael  ha insistido?  Estoy en apuros. No voy a poder ir a Suecia, Joe no me va a dejar. ¿Qué voy a hacer? Quedarme sin trabajo... Me dan sudores fríos.
—¿Café, __?  —Sally  aparece  con la misma  cara de pena de esta mañana. Lo que necesito desesperadamente es vino.
—No, gracias, Sally.
Tom y Victoria ya no están espiando. Mejor. Así puedo pasarme el resto de la tarde preocupándome por mis dramones en paz. De repente desearía no tener que ir a recoger mis cosas después del trabajo. Ver a Matt es lo último que me apetece hacer.
—Aquí tienes, flor. Información de vuelos. Dime cuál te va mejor. — Mi jefe me pasa el horario  de los vuelos  y me lo echo al bolso. Ya lo pensaré más tarde.
Patrick me deja en paz y finalmente hago un leve intento de ponerme a trabajar.
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albitahdejonass:$
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 9 Icon_minitimeSeptiembre 7th 2014, 15:19

Que es lo que sabe Mickael? bounce que es? Que es? Que es? Jajajajajajaja sigue sigue sigur sigue sigue sigue sigue!!!!!!!!!!
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CristalJB_kjn
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 9 Icon_minitimeSeptiembre 8th 2014, 12:38

Pmj que crees amo tu nivela y he vuelto
Sta super mega hermosa la amo sta divina
Sube mas andale siiii???? Por favor es q me dejast pikada te extrañe !!!
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Lady_Sara_JB
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 9 Icon_minitimeSeptiembre 13th 2014, 19:26

Capítulo 14
 
Son casi las seis cuando empiezo a ordenar mi mesa. Los demás ya se han ido, así que me toca cerrar la oficina y conectar la alarma. Kate se acerca con Margo Junior y me subo a la furgoneta.
—No puedo creer que dijeras lo de la noche de chicas delante de Joe —disparo en cuanto me he abrochado el cinturón de seguridad. A pesar de lo enfurruñada  que  estoy,  me maravillo  de lo cómoda  que  es su nueva furgoneta.
—Yo también me alegro de verte —responde adentrándose en el mar de coches—. Ha dicho que podías ir. ¿Qué problema hay?
—El problema es que no me va a dejar beber porque le ha dado por pensar que voy a acabar muerta o algo así si él no está ahí para protegerme.
Kate se echa a reír.
—Qué tierno.
—No, no es tierno. Es ridículo.
—Bah, no tiene por qué enterarse. ¡Podemos rebelarnos!
—¿Estás  de  coña?  —Me  río,  aunque  ahora  mismo  quiero  ser  una rebelde. Me apetece emborracharme pero eso sería muy desconsiderado—. Acaba de tener una pataleta por un cliente, un hombre. De hecho, me ha fastidiado la reunión con Mikael Van Der Haus y ha marcado su territorio. Ha sido horrible. —Lo suelto todo, y eso que aún le estoy dando vueltas al hecho  de  por  qué  Mikael   cree  que  mi  relación   con  Joe  es  muy interesante.
—¡Puaj!
—Lo bueno es que ya sé cuántos años tiene.
Los ojos azules de Kate brillan de la emoción.
—¿De verdad?
Asiento: —De verdad.
—Oigámoslo. Revela el misterio de la edad.
—Treinta y siete.
—¡No!  —exclama en  plan  teatral—. ¿En  serio?  No  los  aparenta. ¿Cómo lo has descubierto?
—Ayer por la mañana le enseñé a Joe el polvo de la verdad.
 
No sé por qué se lo he dicho, ya que ahora querrá que le dé detalles.
—Lo sabías desde ayer, ¿y no me lo habías contado?
—Perdona.  —Me  encojo  de  hombros.  Es  que  la  edad  es  sólo  una parte.  Hay  mucho  más,  pero  necesito  vino  para  hablar  de  esa  mierda. Tengo que salir una noche para poder contárselo todo a Kate.
—¿Qué es un polvo de la verdad? —Frunce el ceño. Ya lo sabía yo.
—Pues consiste en esposar a Joe a la cama, un vibrador y servidora.—La miro—. No le gusta compartirme, ni siquiera con una máquina.
Se echa a reír a mandíbula batiente y da un volantazo. Me agarro a la puerta.
—¡Kate!
—Lo siento —dice entre risas—. ¡Cómo me gusta!
Tengo tanto que contarle... Aunque su situación me preocupa.
—¿Qué pasa contigo y con Sam?
Deja de reírse en el acto.
—Nada.
Pongo los ojos en blanco y suspiro de manera exagerada.
—Claro. Nada.
—Oye, ¿qué te vas a poner para a la súper fiesta? —Está claro que quiere cambiar de tema.
Gruño para mis adentros. ¿Voy a ir, a pesar de todo?
—No lo sé. Se supone que Joe va a llevarme de compras.
—¿En serio? —dice—. Pues exprime al máximo a ese ricachón.
—Aunque no tengo ganas de ir. No he vuelto desde aquel domingo, y doña Morritos estará allí —murmuro.
Seguro que recibo otra advertencia. Me hundo en mi asiento y pienso en todas las cosas que preferiría hacer mañana por la noche, y el hecho de que Joe esté tan cabreado conmigo no mejora mi entusiasmo. Soy yo la que debería estar echando pestes. A juzgar por  lo que ha dicho antes Mikael, Joe tiene mucho por lo que darme explicaciones.
 
 
Aparcamos delante de mi antiguo apartamento y de inmediato veo el BMW blanco de Matt. Qué depresión. En fin, alguien tiene que abrirme la puerta.
—¿Quieres que te acompañe? —me pregunta Kate.
Me lo planteo unos segundos pero decido que lo mejor será que ella me espere  con Margo. Kate puede ser muy cabrona cuando quiere, y en realidad  sólo  tengo  que  entrar,  ser  educada  y salir  lo más  rápidamente posible.
—No, ya lo traigo yo todo.
Abro la puerta de la furgoneta y salgo. Me estoy poniendo enferma. Joe ya está loco de rabia por la estúpida llamada telefónica. Diría que se le va la olla, pero no lo tengo  tan claro  por los derroteros  por los que Mikael ha llevado la conversación.  Joe no la ha oído pero su reacción hablaba por sí sola.
 
Subo  los  escalones   de  la  entrada  y  pulso  el  botón  del  portero automático. Me da pena no vivir ya aquí.
—Hola. —La voz feliz de Matt me saluda por el interfono.
—Hola —digo lo más informal que puedo. No quiero hablar con él. Sigo enfadada porque llamó a mis padres.
—Ya te abro.
Se abre la puerta y miro a Kate. Le hago un gesto con la mano para que sepa que voy a entrar y me muestra el pulgar de una mano levantado y el móvil con la otra. Asiento y paso al vestíbulo del edificio.
 
Mientras subo la escalera respiro hondo y me digo que todo irá bien. No debo mencionar la llamada a mis padres y tampoco debo quedarme a charlar.
La puerta está abierta. Hago de tripas corazón y entro. No cierro del todo, no voy a quedarme mucho. Busco a Matt en la cocina y en la sala de estar pero no lo encuentro. En el dormitorio están mis cosas, empaquetadas en  cajas  y  bolsas.  Sin  Matt  a  la  vista,  cojo  unas  cuantas  bolsas  y  me dispongo a salir cuando lo veo en el umbral de la puerta con una copa de vino tinto en la mano. Lleva el traje beige. Siempre he odiado ese traje, aunque nunca se lo he dicho. Se ha peinado el pelo oscuro con la raya al lado, como siempre.
—Hola —dice con una sonrisa demasiado exagerada para la ocasión.
—Hola. Te he estado buscando —le explico mientras cargo con las bolsas—. Kate me está esperando en la furgoneta.
No puede ocultar su hostilidad cuando menciono a Kate, pero hago caso omiso y me encamino hacia la puerta. Tengo que pararme cuando no se aparta de mi camino.
—Perdona —digo; mis buenos modales me están matando.
Me sonríe y le da un trago al vino con chulería antes de apartarse lo justo para que yo pueda pasar.
Cuando mi amiga me ve salir del edificio, salta de la furgoneta para abrirme las puertas traseras.
—Qué rápida —dice ayudándome con las bolsas.
—Matt lo tenía todo empaquetado.
Sonríe.
—Muy civilizado por su parte.
Vuelvo  al  apartamento  a por  más  cosas.  Sería  más  rápido  si  Kate subiera  a  ayudarme,  pero  de  momento  la  cosa  va  bien  y  está  siendo indolora. Si añado a Kate a la ecuación, seguro que se desata la anarquía, así que voy y vengo y acarreo mis posesiones terrenales yo sola. Matt ni siquiera se ofrece a echarme una mano.
Le paso a Kate la novena y décima bolsa.
—¿Cuántas quedan? —pregunta metiéndolas en la furgoneta.
—Sólo una caja más —digo dando media vuelta. Más le vale haberlo empaquetado todo, porque no quiero tener que volver.
Subo la escalera y cojo la última caja, lista para salir pitando, pero Matt vuelve a cortarme el paso.
—__, ¿podemos hablar? —pregunta, esperanzado.
«Ay, no.»
—¿De qué? —digo, aunque sé perfectamente de qué. Tengo que salir de  aquí.  No  puedo  volver  a  pasar  por  esta  mierda.  La  última  vez  que rechacé su oferta de volver a intentarlo, se portó como un cerdo.
—De nosotros.
—Matt, no voy a cambiar de opinión —replico con seguridad, pero antes  de  que  me  dé  cuenta,  está  intentando  meterme  la  lengua  en  la garganta.  Se me cae la caja y lo empujo con todas mis fuerzas—.  Pero ¡¿qué coño haces?! —chillo, incrédula.
Jadea un poco y me mira enfadado.
—Recordarte por qué estamos hechos para estar juntos —me espeta. Me  da  por  echarme  a  reír.  Es  una  carcajada  profunda.  ¿Intenta hacerme recordar? ¿Qué?, ¿lo gilipollas que es? ¡Por favor! Desde luego, no es un recordatorio como los de Joe.
—¿Todavía sales con alguien?
—Eso no es asunto tuyo.
—No, pero tus padres parecían muy interesados.
Respiro hondo para no soltarle un guantazo. No pienso contestarle.
 
Después del día que he tenido, esto es lo último que necesito.
—Aparta,  Matt.  —Estoy  muy  orgullosa  de  mí  misma  por  haberlo dicho con calma.
—Zorra estúpida —sisea.
Me deja atónita. Sabía que tenía un lado hijo puta, pero ¿hacía falta llegar a esto? Me hierve la sangre.
—Sí, estoy saliendo con alguien. Y ¿sabes qué, Matt? —No espero a que me conteste—.  Es el mejor con el que he estado. —Se lo restriego, aunque sea una idiotez.
Suelta una risa estúpida, de las que se merecen una bofetada.
—Es un alcohólico empedernido, __. ¿Lo sabías? Probablemente va ciego cada vez que te folla.
Titubeo  y la sonrisa  chulesca  de Matt  se hace más amplia.  ¿Cómo sabe con quién estoy saliendo?  Se cree que estoy sorprendida  porque ha soltado lo del alcohol. No es eso. Lo que me sorprende es que sabe con quién estoy saliendo. ¿Cómo es posible?
Dios,  quiero  darle  una  hostia  con  la  mano  abierta  y  borrarle  esa sonrisa de capullo de la cara.
—Bueno,   incluso   borracho   folla  mucho   mejor   que  tú.  —Toma castaña.
Adiós a su expresión satisfecha: ahora parece confuso. El muy hijo de puta creía que me había pasado la mano por la cara. Con mis palabras he conseguido mucho más que con una hostia bien dada. Me alegro de haber sido tan aguda  y tan rápida.  Siempre  se creyó  maravilloso  en la cama. Bueno, pues no lo era.
Le ha dolido. Se pregunta qué debe hacer ahora. Me mantengo firme pero siento curiosidad por saber cómo se ha enterado de lo de Joe.
—Eres patética —escupe.
—No, Matt. Estoy resarciéndome de cuatro años de sexo de mierda contigo.
Se queda pasmado. No sabe qué decir. Recojo la caja del suelo y levanto la cabeza cuando oigo unos pasos atronadores en la escalera.
«¡Mierda!»
—¡__! —ruge.
Me ha chafado toda esperanza de dejar a Matt y su expresión de perplejidad libre de violencia. ¿Cómo sabe que estoy aquí? Mataré a Kate como me haya delatado ella.
 
Entra  como  una  apisonadora  y me  doy  cuenta  de  que  he  sido  una ingenua por pensar que ya había visto todo lo imposible que podía ponerse. Está fuera de sí y tengo miedo. No temo por mí, sino por Matt, y lo odio. Joe parece capaz de matar a alguien.
No obstante, ni siquiera repara en él. Me clava una mirada furibunda y me encojo.
—¡¿Qué cojones haces aquí?! —grita.
Me echo a temblar. Es como si le hubiera puesto un trapo rojo delante y  está  resoplando  como  un  toro  bravo.  No  debería  saber  dónde  estoy.
¿Cómo se ha enterado? ¿Me ha puesto un transmisor? Decido no preguntárselo y cerrar el pico.
—¡Contéstame! —ruge.
Pestañeo. Está claro lo que he venido a hacer, no necesita que se lo confirme,  y  debe  de  haber  visto  las  bolsas  en  la  parte  trasera  de  la furgoneta de Kate.
Matt,  sabiamente,  decide  apartarse  y  mantener  su  boca  de  gallito cerrada. Su mirada va de Joe a mí, y sé que está pensando que un hombre que sólo se está follando a una tía no se pone así.
«¡Hola, saluda a mi dios!»
—¡Te lo he dicho mil veces! No lo llames, no vayas a su casa. ¡Te dije que iba a venir John! —exclama gesticulando como un enajenado mental—. ¡Métete en el puto coche!
A Matt se le escapa una risita disimulada y le doy un latigazo con la mirada. Está muy satisfecho con la escena. Lo que me faltaba. No voy a quedarme  aquí mientras  me grita delante del gilipollas  de mi ex novio. Cojo la caja y salgo echando humo del apartamento, dando las gracias a lo más sagrado porque Joe no entrara unos segundos antes.
—Nos hemos besado —dice Matt la mar de contento antes de comerse el puño de Joe.
Voy a echarme a llorar. ¿Es que mi ex no sabe cuándo cerrar la puta boca? Oigo los pasos furiosos de Joe detrás de mí mientras salgo a la calle. Ahí están Sam y Kate. Anda, y también ha venido John.
John está apoyado en su Range Rover, con las gafas de sol puestas; da tanto miedo como siempre, pero tiene el rostro impasible. Kate da vueltas de un lado a otro junto a la furgoneta y Sam está a un lado, circunspecto.
¿De verdad hacía falta que viniera todo el mundo? Miro a mi amiga con cara de «No preguntes».
Me coge la caja.
—Joder, __... —susurra lanzándola a la parte trasera de la furgoneta.
—¿Le dijiste a Sam que yo estaba aquí? —inquiero, directa al grano.
—¡No! —chilla.
La creo. Ella no me haría eso.
—¡John!  —grita  Joe  al  salir  del  edificio—.  Pon  sus  cosas  en  el Rover.
Sacude la mano en recuperación  y de repente me preocupo. El muy idiota.  ¿No  podía  pegarle  con  la  zurda?  Y entonces  proceso  lo  que  ha dicho.
«¿Sus cosas?»
—¡No las toques, John! —grito, y John se queda quieto en el sitio—. No voy a irme con él. Vamos, Kate.
 
Me dirijo a la puerta del acompañante de la furgoneta y, cuando llego a la puerta, veo que Sam tiene a Kate cogida del brazo. Ella mira a Sam y niega débilmente con la cabeza. Luego me mira a mí. Está entre la espada y la pared.
—¡Coge sus cosas, John! —Joe baja los escalones como un rayo.
—¡No las toques! —repito.
John  deja  escapar   un  suspiro  de  exasperación   y  mira  a  Joe, esperando una respuesta, pero al parecer decide que mi ira es el menor de sus males, porque empieza a meter mis cosas en el Range Rover. Bueno, que se las lleve. Yo no me voy con él. Subo en la furgoneta de Kate y me hundo en el asiento, más ofendida que nunca.
A los dos segundos, se abre la puerta.
—¡Sal! —La voz le tiembla a causa de la ira, pero me importa una mierda.
Cojo la manija y tiro para cerrarla, pero él interpone su cuerpo.
—¡Joe, vete a la mierda!
—¡Esa boca!
—¡Que te jodan! —grito. Estoy afónica, y mis cuerdas vocales me suplican que me calme. Nunca había gritado tanto. Estoy temblando de la rabia. ¿Cómo se atreve? ¿Cómo se atreve a portarse así después de todo lo que me ha hecho pasar?
—¡Vigila esa puta boca! —Se acerca y me coge.
Me resisto y peleo, pero no tengo fuerza alguna comparada con él. Me saca  a  la  fuerza  de Margo  Junior  y  me  sujeta  por  la  espalda.  Sigo pataleando y dando codazos. Me rodea la cintura con el brazo y me levanta del suelo sin esfuerzo, y a continuación me lleva a su coche mientras grito y pataleo como una cría de tres años.
—¡Suéltame!
—Cierra  esa boca  tan sucia  que tienes, __ —gruñe  entre  dientes, cosa que sólo me anima a seguir pataleando y dando manotazos.
Me está secuestrando a la fuerza en pleno Notting Hill, bajo la atenta mirada  de  mi  mejor  amiga,  de  su  novio  y  de  John.  ¡Me  muero  de  la vergüenza!  No me puedo creer que la cosa se haya ido tanto de madre. Todo  iba  bien.  Estaba  a  punto  de  marcharme,  y  entonces  aparece  este cabrón neurótico  y lo llena todo de mierda. Quiero levantar  la cabeza y gritarle al cielo.
Me resisto un poco más y voy a por el brazo con el que me sujeta por la cintura.
—Estás montando un espectáculo, __ —me advierte.
Miro alrededor y veo que hay muchísimos peatones que han dejado de hacer lo que estuvieran haciendo para ver la dramática escena que acontece ante sus ojos. Dejo de resistirme,  más que nada porque  estoy exhausta. Permito  que me meta  en el coche,  aunque  le doy un par de manotazos cuando intenta ponerme el cinturón de seguridad.
Me coge de la barbilla y me acerca la cara.
—¡Haberte portado bien! —Sus ojos cafés lanzan rayos furibundos, pero lo miro desafiante antes de apartar el rostro.
Me  incorporo  sobre  el  cuero  negro  y  cálido  e  intento  recobrar  el aliento.
Mañana  no  pienso  ir  a  La  Mansión,  y  el  sábado  me  iré  al  pub. También tengo intención de marcharme del Lusso. Aunque tampoco es que ya me haya mudado allí, a pesar de que Joe piense lo contrario.
 
Se acerca a John, a Kate y a Sam. Están hablando pero no sé qué dicen. Joe agacha la cabeza y Kate le pone una mano en el brazo para consolarlo. ¡Es una puta traidora! ¿Por qué todo el mundo lo mima a él cuando soy yo la que ha sido secuestrada por un loco peligroso?
John sacude la cabeza y roza la mandíbula de Joe con los nudillos, pero él lo aparta de mala manera. Puedo leer «tranquilízate» en los labios de John. Joe los deja, alza los brazos al cielo y se tira del pelo castaño despeinado con frustración. John sacude la cabeza y sé que esta vez se limita a decir: «Hijo de perra.»
 
 
¡Muy bien! John está de acuerdo conmigo. «Cualidades desagradables», creo que fueron las palabras de John. La verdad es que no veo cómo podría ponerse mucho más desagradable. Esta vez se le ha ido la pinza del todo.
Cuando sube al coche, le doy la espalda y miro por la ventanilla del acompañante. No pienso dirigirle la palabra. Se ha pasado de la raya. Pone el coche en marcha y arranca  a tal velocidad  que me estampo contra el asiento. Como si su forma habitual de conducir no diera ya bastante miedo. No me apetece nada ser su pasajera hoy.
—¿Cómo  has sabido dónde estaría?  —pregunto  mirando aún por la ventanilla.
Con el rabillo del ojo lo veo hacer una mueca. Agita la mano. Se la ha lastimado.
—Eso no importa.
—Sí que importa. —Me vuelvo y contemplo su perfil ceñudo. Hasta cabreado sigue siendo una bestia hermosa—. Iba todo bien hasta que has aparecido.
Gira la cabeza y yo le devuelvo una mirada iracunda.
—Estoy muy cabreado contigo. ¿Lo has besado?
—¡No! —aúllo—. Él ha intentado besarme y le di un empujón. Estaba a punto de irme. —Me duele la frente de tanto fruncir el ceño.
Me sobresalto cuando empieza a pegarle puñetazos al volante.
—No vuelvas a decirme que soy posesivo, celoso y que exagero, ¿me has oído?
—¡Eres más que posesivo!
—__,  en  dos  días  te  he  pillado  con  dos  hombres  que  estaban intentando meterse en tus bragas. Dios sabe qué habrá pasado cuando no estaba presente.
—No seas imbécil. Estás paranoico. —Sé que no lo está. Tiene razón, pero lo que yo quiero saber es por qué, de repente, a Mikael le interesa mi relación con Joe—. ¿De qué conoces a Mikael?
—¿Qué?
—Ya me has oído.
Sé que se lo está pensando porque el labio inferior ha desaparecido entre sus dientes.
—Le compré el ático, __. ¿De qué crees que lo conozco?
—Le pareció muy interesante que le dijera que hacía más o menos un mes que salía contigo. ¿Por qué será?
Se vuelve otra vez para mirarme.
—Y ¿por qué carajo hablas con él sobre nosotros?
—No hablo con él de nada. ¡Me hizo una pregunta y le contesté! ¿Por qué le parece tan interesante, Joe?
Estoy  perdiendo   el  control.  Aparto  la  mirada   y  respiro  hondo, intentando calmarme.
—Ese hombre te desea, créeme.
—¡¿Por qué?! —grito mirándolo fijamente. Se niega a mirarme.
—¡Porque sí, joder! —ruge.
Salto hacia atrás en mi asiento, asustada y frustrada por su respuesta iracunda y vaga. Esta conversación no lleva a ninguna parte. Él tiene que tranquilizarse  y yo también.  Le preguntaré  lo que tenga que preguntarle cuando no parezca estar a punto de romper la ventanilla de un puñetazo.
 
Aparca  en la entrada  del Lusso y salgo del coche  con el motor  en marcha.  John  deja  el  Range  Rover  en el  aparcamiento.  Me  meto  en el vestíbulo. Clive sale de detrás del mostrador pero lo ignoro por completo y voy directa al ascensor.
Espero que Joe suba antes de que las puertas se cierren pero no lo hace. Está claro que también  ha llegado  a la conclusión  de que los dos necesitamos tranquilizarnos.
Salgo del ascensor, saco la llave rosa del bolsillo interior del bolso, abro la puerta, la cierro de un portazo y de la rabia tiro el bolso al suelo.
—¡Hijo de puta! —maldigo para mí.
—Hola —dice una vocecita.
Levanto la cabeza y veo a una mujer de mediana edad con el pelo cano delante de mí. Supongo que debería preocuparme que haya una desconocida en el ático de Joe, pero estoy demasiado cabreada.
—¿Y tú quién coño eres? —le suelto de mala manera.
La mujer da un paso atrás y entonces reparo en el paño y el abrillantador de muebles que lleva en la mano.
—Cathy —contesta—. Trabajo para Joe.
—¿Qué? —pregunto, alterada. La furia que me domina no me deja entender nada..., hasta que entre su comentario y el abrillantador de muebles... lo pillo.
«¡Mierda!»
 
Se abre la puerta detrás de mí, me vuelvo y entra Joe. Me mira a mí y luego a la mujer.
—Cathy, creo que deberías irte. Hablamos mañana —dice con calma, aunque todavía detecto un punto de enfado en su voz.
—Por supuesto. —La mujer deja el trapo y el abrillantador  sobre la mesa, se quita el delantal  y lo dobla de prisa pero perfectamente—.  La cena está en el horno. Estará lista dentro de media hora.
Coge un bolso de loneta del suelo y guarda el delantal. Que Dios la bendiga. Me sonríe antes de irse. Es más de lo que me merezco. Menuda primera impresión le habré causado...
 
Joe le pellizca la mejilla y le da un pequeño apretón en los hombros. La veo atravesar el vestíbulo, y a John y a Clive saliendo del ascensor cargados  con mis  bártulos.  Están  perdiendo  el  tiempo  porque  no voy a quedarme aquí. Me dirijo a la cocina y abro la nevera de un tirón deseando que mágicamente  aparezca  una botella  de vino. Pero me llevo una gran decepción.
Cierro de nuevo de un portazo y subo escaleras arriba echando humo. Es que no puedo ni mirarlo. Entro en el dormitorio y doy otro portazo...
¿Ahora  qué? Debería  irme para que los dos pudiéramos  pensar.  Esto es demasiado intenso y va demasiado rápido. Es venenoso e incapacitante.
 
Me encierro en el cuarto de baño. Este ático me es más familiar de lo que debería. Después de haberme pasado meses diseñándolo y coordinando las obras, me siento como en casa. Seguramente,  me siento más en casa que  Joe.  Él  ni  siquiera  lleva  aquí  un mes,  del  cual  se ha pasado  una semana entera borracho e inconsciente.
Vago hacia el asiento de la ventana y contemplo los muelles. La gente sigue con su vida, sale de paseo o está de copas. Todos parecen felices y relajados.  Seguro  que  no es así,  pero  tal  y como  me  encuentro,  pienso egoístamente que  nadie  puede  tener  tantos  problemas como yo.  Estoy completamente enamorada de un hombre temperamental en extremo y de carácter imposible. Por otro lado, es el hombre más cariñoso, sensible y protector del universo. Si John está en lo cierto, y sólo es así conmigo, ¿deberíamos seguir juntos? Al paso que vamos, morirá de un infarto a los cuarenta y será culpa mía. Con Joe, cuando las cosas van bien, son increíbles, pero cuando van mal, son insoportables.
Haberlo conocido es una bendición y una maldición al mismo tiempo. Suspiro, agotada, me cubro la cara con las manos y noto cómo las lágrimas  me desbordan  y se me hace un nudo en la garganta. Y yo que creía  que  había  empezado  a  averiguar  lo  que  necesitaba  saber...  Sin embargo, a medida que pasa el tiempo se hace más evidente que no es así y, como Joe se empeña en no abrir el pico y en darme evasivas, no parece que vaya a averiguarlo en un futuro próximo... A menos que le pregunte a Mikael.
 
Se  abre  la  puerta  y Joe  entra  en el  baño  como  una  apisonadora. Parece como si lo hubieran electrocutado. Está temblando y tiene hinchada y palpitante la arteria carótida. Yo me he tranquilizado bastante, pero da la impresión de que él no. Lleva algo en la mano.
—¿Qué  coño  es  esto?  —Es  como  si  fuera  a entrar  en  combustión espontánea.
Frunzo el ceño pero entonces caigo en la cuenta de que lo que lleva en la mano es la lista de vuelos que me ha dado Patrick.
Me va a caer una buena.
Un momento... Eso estaba en mi bolso.
—¡Me  has registrado  el bolso!  —Estoy  atónita.  No sé por qué me sorprende,  si me lo registra siempre. No parece estar avergonzado  en lo más mínimo, ni tampoco que vaya a pedirme disculpas. Se limita a agitar el papel delante de mis narices mientras su pecho sube y baja a intervalos irregulares.
Le doy un empujón y bajo la escalera en busca de mi bolso. Me sigue y el volumen de su respiración supera el de sus pasos. Recojo el bolso del suelo y me lo llevo a la cocina.
—¡¿Qué demonios haces?! —me grita—. ¡No está ahí, está aquí! — Vuelve a ponerme el papel frente a la cara mientras vacío el contenido de mi bolso en la isleta.
No sé qué estoy buscando.
—¡No vas a irte a Suecia, ni a Dinamarca ni a ninguna parte! —Su voz es una mezcla de miedo y de ira.
Lo miro. Sí, veo miedo.
—No vuelvas a registrarme el bolso. —Cada palabra transmite mi frustración, que va en aumento, y le lanzo una mirada acusadora.
Retrocede un poco y aplasta el papel contra la isleta sin perder ni un gramo de ira.
—¿Qué más me escondes?
—¡Nada!
—Te diré una cosa, señorita. —Se acerca como un animal y me planta la cara a milímetros de la mía—. Antes muerto que dejarte salir del país con ese cerdo mujeriego.
Una oleada de puro terror le cruza la cara.
—¡Él  no va a ir! —le grito dejando  caer  mi bolso para  darle  más efecto. La verdad es que no estoy segura, y sospecho que sí irá. Tiene un plan y tiene un móvil, pero ¿por qué?
—Irá. Te seguirá hasta allí, créeme. Es implacable cuando persigue a una mujer.
Me echo a reír.
—¿Como tú?
—¡Eso fue distinto! —me ruge.
Cierra los ojos y se lleva las puntas de los dedos a las sienes para intentar aliviar la tensión con un masaje.
—Eres imposible —escupo. He perdido las ganas de vivir.
—¿Y qué haces tomando vitaminas? —me espeta con una mirada de reproche—. Estás embarazada, ¿no?
¿Es que quiere sacarme de quicio? Saco las vitaminas del bolso y se las tiro a la cabeza. Las esquiva, me mira sorprendido y las vitaminas se estrellan  contra  la  pared  antes  de  caer  al  suelo  de  la  cocina.  Necesito recuperar el control. Lo estoy perdiendo del todo.
—¡Las compré para ti! —le grito, y él me mira como si me hubiera vuelto loca. Estoy a punto de hacerlo.
—¿Por qué? —Mira el frasco en el suelo.
—Porque abusaste de tu cuerpo, ¿ya no te acuerdas?
Suelta una risa burlona.
—No necesito pastillas, __. Ya te lo dije. —Me coge de los brazos y me acerca a su cara—. No soy un puto alcohólico. Si bebo, ¡será porque me has hecho enloquecer de ira! —Esto último me lo grita pegado a mi cara.
—Y me culpas de todo a mí. —Es una afirmación, no una pregunta, porque ya me lo ha gritado a la cara.
Me suelta y se aparta.
—No, no lo hago. —Se tira del pelo, frustrado—. ¿Qué me estás ocultando? Viajes de negocios con daneses ricos..., visitas cariñosas a tu ex novio...
—¿Cariñosa? —exploto. ¿Acaso cree que me gustó ver a Matt?—. ¡Eres un puto imbécil!
—¡Esa boca!
—¡Jódete! —le grito.
De verdad que vive en otro planeta. Si me conociera tan bien como cree, no me estaría soltando semejantes gilipolleces.
Alza las manos al cielo en un gesto de: «¡Señor, dame fuerzas!»
—Ahora mismo no puedo estar a tu lado —aúlla. Aprieta los dientes y los músculos  de la mandíbula  le tiemblan—.  Te quiero, __. Te quiero muchísimo pero ni siquiera puedo mirarte a la cara. ¡Esto es una mierda!
Sale  zumbando  de  la  cocina.  A  los  pocos  instantes,  la  entrada principal se cierra de un portazo, un señor portazo. Corro al vestíbulo del ático, no hay rastro de Joe, si exceptuamos  que la puerta de espejo del ascensor está hecha añicos. A pesar de mi enajenación, pienso en el daño que le habrá causado a su pobre mano. Entonces me echo a llorar. Aúllo a la luna, sin esperanza, hecha un mar de lágrimas. Estoy desesperada y fuera de control.  Es  como  si  me  estuviera  poniendo  a prueba,  como  si  Joe tratara  de ver  si  soy lo bastante  fuerte  como  para  sacarlo  de  toda  esta mierda y, además, tengo que luchar contra la molesta sensación de que soy yo la que lo hace ponerse así. No es sano.
 
Vuelvo al interior y veo mis cosas ordenadas en fila a un lado de la escalera. ¿Qué hago con ellas? ¿Voy a quedarme?
Las  dejo  donde  están  porque  no sé  qué  hacer  y me  siento  en  una tumbona  en  la  terraza  para  poder  llorar  a  gusto,  bien  fuerte.  Intento encontrar una solución, un camino que seguir. No se me ocurre nada entre las lágrimas incesantes. Miro al vacío y no siento más que abandono. Es una  sensación  conocida  que  no quería  volver  a experimentar...  Y ahora vuelve a mí. Es la sensación de vacío, de pérdida y de soledad, todas las emociones que me tuvieron sumida en un infierno mientras Joe no estaba en mi vida. ¿Cómo he llegado a necesitarlo tanto? ¿Cómo me ha pasado esto? Se ha marchado y ahora sé cómo se sintió cuando yo le hice lo mismo. No es nada agradable. Es como si me faltara buena parte de mi ser.
Me falta.
El corazón me da un vuelco ante la idea de vivir sin él. No puedo respirar y el pánico se apodera de mí. No hay remedio. Vuelvo al interior, subo al cuarto de baño del dormitorio principal y me doy una ducha. Me quedo ausente bajo el agua, enjabonándome. Nos veo a Joe y a mí por todas  partes:  en  el  lavabo, contra  la  pared,  en  el  suelo, en  la  ducha. Estamos en todas partes.
 
Salgo.             De repente necesito escapar del recuerdo de nuestros encuentros íntimos. Me tiro en la cama pero pronto vuelvo a estar sentada, presa  del  pánico.  Cuando  nos  hemos  separado,  le  ha  dado  por  beber. ¿Volverá  a  hacerlo?  El  corazón  galopa  dolorosamente  en  mi  pecho  y asciende  hacia  mi  boca.  La  idea  de Joe  bebiendo  basta  para  hacerme bajar corriendo a por mi móvil.
Entro en la cocina y huele realmente bien. ¡Ay!... Corro al horno, lo apago, cojo el móvil y marco el número de John.
Su voz grave suena de inmediato a través del teléfono.
—Está aquí, __.
—¿En La Mansión? —Qué alivio, aunque a la vez me pregunto qué está haciendo allí.
—Sí. —John parece arrepentido.
—¿Debería ir? —No sé por qué se lo pregunto. Ya estoy camino del dormitorio para vestirme.
Dice por teléfono:
—Creo que sí, muchacha. Ha ido directo a su despacho.
Cuelgo, me recojo el pelo mojado y vuelvo a ponerme  la ropa que llevaba  antes. Las llaves  del coche, Joe no me las ha devuelto.  Vuelo escaleras  abajo  y  me  pongo  a  rebuscar  entre  mis  cosas,  rezando  para encontrar el segundo juego. Al final, lo consigo.
 
Introduzco el código en el ascensor, y pienso que a Clive no le va a gustar encontrarse con el espejo roto. Desde que llegué, el mantenimiento debe de salir por un pico.
Corro  por  el  vestíbulo  con  tacones  y  todo.  Clive  está  arrodillado detrás  de  su  mostrador.  Paso  junto  a  él  sin  decir  nada.  Hoy  no  tengo tiempo. El pobre hombre debe de estar preguntándose  qué ha hecho para que me haya enfadado con él.
—¡__! —me grita. No me detengo pero parece que algo va mal. Tal vez la mujer misteriosa haya vuelto.
—¿Qué pasa, Clive?
Corre hacia mí, espantado.
—¡No puedes irte!
¿De qué está hablando?
—El señor Jonas... —jadea— ha dicho que no debes salir del Lusso. Ha insistido mucho.
«¡¿Cómo?!»
—Clive, no tengo tiempo para esto.
Echo a andar de nuevo pero me coge del brazo.
—__, por favor. Tendré que llamarlo.
No me lo puedo creer. ¿Ahora el conserje es mi carcelero?
—Clive, ése no es tu trabajo —recalco—. Por favor, suéltame.
—Eso mismo le he dicho yo, pero el señor Jonas puede ser muy insistente.
—¿Cuánto, Clive?
—No sé de qué me hablas —dice rápidamente mientras se arregla la gorra con la mano libre. No podría parecer más culpable ni queriendo.
Me suelto y me dirijo al mostrador de conserjería.
—¿Dónde guardas los números de contacto del señor Jonas?— pregunto examinando las pantallas. El móvil de Clive también está en el mostrador.
Él se acerca, confuso.
—El  sistema  introduce  todos  los datos  en el  teléfono.  ¿Por  qué lo preguntas?
—¿Tienes guardado el teléfono del señor Jonas en tu móvil?
—No, __. Todo está programado en el sistema, por la confidencialidad de los residentes y todo eso.
—Estupendo. —Doy un tirón a los cables que unen el teléfono con el ordenador   y  los  dejo  hechos  una  maraña  en  el  suelo,  junto  con  la mandíbula de Clive.
El pobre hombre  no logra articular  palabra,  y la verdad es que me siento culpable cuando salgo del edificio. Otra factura de mantenimiento más, cortesía de la esclava del ático.
Me  meto  en  el  coche  y  veo  un  pequeño   aparato   negro  en  el salpicadero.  Sé lo que es. Aprieto  el botón y, en efecto,  las puertas  del Lusso se abren.
De camino a La Mansión, rezo para no encontrar a Joe con una copa en la mano. Será la primera vez que pise el lugar desde que descubrí
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 9 Icon_minitimeSeptiembre 22nd 2014, 16:34

Oh mujer siguelaaaa!!!! Me pongo nerviosa con este Joseph Guiño sigueee sigueee sugueee porfavoooir!!!!! tiste
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kathe hernandez
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 9 Icon_minitimeSeptiembre 25th 2014, 13:39

hola mi nombre es katherin y leí toda tu nove desde comienzo hasta ahora
por favor seguila no la dejes así
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 9 Icon_minitimeSeptiembre 27th 2014, 17:09

Hola chicas:
En primera, antes de subir el capitulo, quiero compartirles un acontecimiento que por lo menos a mi me esta afectando directamente y que posiblemente me permita subirles mas capitulos.


Yo, actualmente, me encuentro estudiando en el Instituto Politecnico Nacional y, para los que no sepan, desde hace unos dias, la mayoria de las escuelas se encuentran en paro por la implementacion de un plan de estudios que perjudica a los nuevos alumnos que entren al Instituto y el nuevo reglamento interno.


El viernes, en mi escuela aproximadamente a las 4 o 5 de la tarde, estudiantes de otras escuelas tomaron mi escuela y por el momento, no nos han dejado ingresar a las instalaciones. Por lo que mis compañeros me han estado informando, mi escuela a entrado en paro hasta el 2 de octubre por lo cual no ire a la escuela toda la semana asi que espero poder subirles capitulos a diario.


En segundo, quiero darle Welcome a kathe hernandez. Perdoname por dejarte hasta el final pero queria que supieran el motivo de porque subire mas capitulos y despues no podre. Espero que te siga gustando la historia y si quieres pasarte por mis demas historias, eres mas que bienvenida. 


Las quiero mucho. Quiero agradecerles mucho por todo el apoyo que me estan dando leyendo mis historias y esta trilogia que estoy adaptando, no saben lo importante que es para mi. 
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 9 Icon_minitimeSeptiembre 27th 2014, 17:20

kathe hernandez, este capitulo esta dedicado para ti. Gracias por leer mi novela adaptada.


Capítulo 15
 
Me detengo en la puerta de entrada y pulso el botón del interfono. Por el altavoz  oigo la voz de John y saludo a la cámara  con la mano pero las puertas ya han empezado a abrirse. Inicio el largo recorrido por el camino de  grava  que  lleva  hasta  La  Mansión.  Aparco  en  el  patio  circular  y contemplo la casa de piedra caliza que se yergue en el centro y que parece gritar a los cuatro vientos lo que ocurre detrás de sus puertas.
Estaciono junto al coche de Joe y me miro en el retrovisor. Teniendo en cuenta los acontecimientos de las últimas horas, de las últimas semanas, tampoco tengo tan mal aspecto.
 
John me abre la puerta antes de que coja la manija y me dedica una sonrisa para transmitirme confianza. Sin embargo, no consigue hacer que me sienta mejor.
Cruzamos juntos la imponente entrada, y dejamos atrás la escalera, el restaurante  y el bar. Oigo risas y conversaciones  pero no me molesto en mirar. Ya lo he visto antes, sólo que ahora sé lo que son realmente.
—¿Se ha tranquilizado? —pregunto al llegar al salón de verano.
Hay gente en los butacones, bebiendo y charlando, probablemente de lo que les depara la noche. Una docena de miradas curiosas me siguen y me pongo tensa. ¿Habrán visto el cabreo de Joe?
—Muchacha, vuelves loco a ese hijo de perra. —John se ríe y vuelvo a ver el tímido diente de oro.
Suspiro. Estoy de acuerdo, pero él también me vuelve loca a mí. ¿Se dará cuenta John?
—Mi hombre es difícil —musito.
John  me  regala  una  de  sus  nada  frecuentes  sonrisas  arrebatadoras, toda llena de dientes y de destellos dorados.
—¿Difícil? Bonita palabra. Yo le digo que es como un grano en el culo. Aunque admiro su decisión.
—¿Decisión? —Frunzo el ceño—. ¿Está decidido a ser difícil?
John se detiene cuando llegamos frente al despacho de Joe.
—Nunca lo había visto tan decidido a vivir.
 
De repente quiero volver al inicio de nuestro recorrido para continuar con esta conversación.
—¿Qué  quieres  decir?  —pregunto  sin  poder  evitar  el  toque  de confusión.  Esa  frase  me  ha  dejado  perpleja.  Yo  no  lo  veo  en  absoluto decidido a vivir. Lo veo decidido a tener un ataque provocado por el estrés. Es autodestructivo.
No puedo respirar. Es autodestructivo. Joe dijo eso mismo el día que me llevó en moto. ¿Qué quería decir?
—Es algo bueno, créeme. —John me mira con afecto—. No seas muy dura con él.
—¿Hace mucho que lo conoces, John? —Quiero que siga hablando.
—El  tiempo  suficiente,  muchacha.  Te dejo  —dice,  y su cuerpo  de mastodonte se aleja por el pasillo.
—Gracias, John —añado.
—Está bien, muchacha. Está bien.
 
Me quedo  en la puerta  del  despacho  de Joe  con la mano  a unos milímetros  de la manija. La información que me ha dado John, aunque vaga, ha despertado aún más mi curiosidad. ¿De verdad era autodestructivo? Pienso en alcohol, picoteo, ir en moto sin protección y en cicatrices.  Empujo  la  manija  hacia  abajo  y,  con  cuidado,  entro  en  su despacho.
 
Me  siento  insultada  al  instante.  Joe  está  en  su  enorme  sillón mirando  a  Sarah,  sentada  en  el  borde  de  la  mesa.  Esa  mujer  es  una sanguijuela. Me siento posesiva, y es como si recibiera una bofetada, pero la botella de vodka que descansa  sobre la mesa es lo que de verdad me pone nerviosa. Puedo olvidarme de las atenciones de féminas no deseadas siempre que sigan siendo no deseadas. Lo del vodka es otra historia.
Me miran a la vez y ella me sonríe. Es una sonrisa realmente falsa. Luego veo la bolsa de hielo en la mano de Joe. Se los ve muy cariñosos.
No me cabe la menor duda de que estos dos han tenido una relación sexual.  Sarah  lo  lleva  escrito  en  la  cara.  Quiero  vomitar.  Me  siento posesiva y celosa.
La intrusa atrevida no hace siquiera amago de bajar el culo de la mesa de Joe, sino que se queda ahí sentada, disfrutando con la tensión que causa su presencia. No obstante, es la botella transparente la que supone una amenaza. Puedo soportar a Sarah. No estoy de humor para jueguecitos con ex conquistas sexuales.
 
Miro a Joe y él me mira. Todavía lleva puestos los pantalones gris marengo pero se ha arremangado la camisa negra. Tiene el pelo castaño despeinado pero, a pesar de toda su belleza, parece asustado e incómodo. No lo culpo. Acabo de pillarlo en plan cariñoso con otra y con una botella de la sustancia del mal delante. Es el dos por uno de mis peores pesadillas.
Hace girar la silla con los pies, alejándose de la intrusa y acercándose a mí.
—¿Has bebido? —Mi voz es fuerte y serena. No me siento así. Niega con la cabeza.
—No —responde en voz baja.
No sé si habla tan bajo por la otra mujer o por el vodka. Deja caer la cabeza y el silencio es incómodo. Entonces Sarah le pone la mano en el brazo a Joe y quiero correr hacia la mesa y arrancarle el pelo a tirones. Joe parpadea y me clava la mirada.
¿Quién coño se cree que es? No soy lo bastante ingenua para tragarme que está siendo una buena amiga.
—¿Te importa? —La miro directamente, para que quede claro que le estoy hablando a ella.
 
Me mira como si no se hubiera enterado y deja la mano en el brazo de Joe. De repente estoy furiosa conmigo misma por haberle dado a otra mujer la oportunidad de consolarlo, especialmente a esta mujer. Ése es mi trabajo. Joe retira el brazo y la mano de Sarah acaba sobre el escritorio.
—¿Perdona? —masculla ella. Me cabrea aún más.
—Ya me has oído. —La miro con cara de pocos amigos y ella sonríe; es una sonrisa burlona y resulta casi imperceptible. Sabe que sé lo que está intentando hacer. Eso hará que nuestra relación sea mucho más fácil.
Joe  nos  mira  a  una  y  a  otra,  dos  mujeres  enfrentándose  en  su despacho. Que Dios lo bendiga por no abrir la boca, pero entonces la zorra descarada se agacha y lo besa en la mejilla. Sus labios le acarician la piel más de lo necesario.
—Avísame si me necesitas, cielo —dice con el tono seductor más ridículo que he oído nunca.
Joe se tensa de pies a cabeza y me mira con los ojos muy abiertos. Su hermoso rostro está en alerta. Tiene motivos para estar nervioso, y más aún después de toda la mierda que me ha hecho tragar por un cliente y por un ex novio. A Matt y a Mikael tendrían que haberlos identificado por la ficha dental si él me hubiera pillado con ellos como yo lo he pillado con Sarah.
 
Abro la puerta del despacho de par en par y miro al megazorrón rubio.
—Adiós, Sarah —digo en tono definitivo.
Ella me mira con sus morros carnosos, un toque de chulería y mucho aplomo antes de bajarse de la mesa y salir del despacho de Joe meneando el  trasero,  aunque  primero  me  lanza  una  mirada  asesina.  Le  dedico  mi mirada especial hasta que desaparece  por la puerta. En cuanto ella y sus plataformas  de  doce  centímetros  han  cruzado  el  umbral,  cierro  de  un portazo. Espero haberle dado en el culo.
Ahora,  vamos  a lidiar  con mi hombre  imposible.  De repente  estoy decidida a solucionar esta mierda. Después de haberlo visto con Sarah sé perfectamente que eso es lo que quiero.
Es mío... Y punto.
 
Me vuelvo para mirarlo. No se ha movido de la silla y la botella de vodka  sigue  sobre  su  mesa.  Joe  se  muerde  el  labio  inferior.  Los engranajes echan humo.
Señalo la botella con un gesto de la cabeza.
—¿Qué hace eso ahí?
—No lo sé —responde.
Parece estar pasándolo fatal, y me da pena encontrarme al otro lado de la habitación.
—¿Te la quieres beber?
—Ahora que tú estás aquí, no. —Sus palabras me llegan altas y claras.
—Eres tú quien se ha marchado —le recuerdo.
—Lo sé.
—¿Y si no hubiera venido? —Ésa es la pregunta clave.
Le doy vueltas a lo mismo una y otra vez. Se comporta como si fuera facilísimo y me asegura constantemente que no necesita beber mientras me tenga a mí, pero ahora lo encuentro en compañía de una botella de vodka porque hemos discutido. Vale, ha sido más que una discusión pero eso no es lo importante. No puedo ponerme así cada vez que nos peleemos. Y tampoco se me olvida que el vodka no es lo único que le estaba haciendo compañía.
—No me la habría bebido. —La aparta.
Me fijo en la botella y veo que está sin abrir, aunque sigue ahí y algo hizo que la pusiera ahí... Yo. Yo soy la razón de que se haya vuelto loco, de sus exigencias absurdas y de sus pataletas. Es culpa mía. Lo he convertido en un controlador neurótico.
 
Seguimos mirándonos unos instantes. Yo no dejo de repasar todo lo que tenemos que aclarar y él se muerde el labio inferior porque no sabe qué decirme. Yo tampoco sé por dónde empezar.
—¿Qué hace eso ahí? —insisto.
Se encoge de hombros como si no fuera importante, lo que me cabrea.
¿Mi temor estaba justificado y ahora espera que me olvide como si nada con sus evasivas y su silencio?
—No iba a bebérmela, __ —repite, un poco molesto. Me deja de piedra.
—¿Te la beberías si te dejo?
Sus ojos vuelan en busca de los míos y el pánico se apodera de él.
—¿Vas a dejarme?
—Necesito  que  me  des  respuestas.  —Lo  estoy  amenazando,  pero siento que no tengo otra opción. Hay cosas que tiene que decirme—. ¿Por qué está Mikael tan interesado en nuestra relación?
—Su mujer lo ha dejado —se apresura a responder.
—Porque te acostaste con ella.
—Sí.
—¿Cuándo?
—Hace meses, __. —Sus ojos son sinceros—. Era la mujer que se presentó en el Lusso. Te lo contaré antes de que vuelvas a amenazar con dejarme. —Me encanta su sarcasmo.
—No estaba preocupada por ti...
—Puede que sí, pero también me desea.
—¿Y quién no? —digo, sorprendentemente tranquila. Asiente.
—Se lo dejé muy claro, __. Volvió a Dinamarca y me acosté con ella hace meses. No sé por qué le ha dado por venir detrás de mí ahora.
Lo creo. Además, Mikael ha estado liado con su divorcio, así que tuvo que ser hace mucho. Divorciarse lleva tiempo. Todo empieza a cobrar sentido. Así  que Mikael es  el  «nadie en particular» que va a  intentar apartarme de Joe.
—Quiere apartarte de mí, como hice yo con su mujer. —Deja caer la cabeza entre las manos—. Yo no se la robé, __. Ella decidió marcharse, pero sí, lo que él quiere es apartarte de mí.
—Pero erais todos amigos, le compraste el ático del Lusso. —Me duele la cabeza.
—Es pura fachada por su parte, __... No tenía por dónde pillarme, nada con lo que pudiera hacerme daño, porque a mí no me importaba nada ni nadie. Pero ahora te tengo a ti. —Me mira—. Ahora sabe dónde clavar el puñal.
 
Empiezan a picarme los ojos y lo veo poner cara de derrota. Ya no aguanto más estar lejos de él. Me acerco a su silla y me recibe con los brazos abiertos. Hago caso omiso de la mano hinchada y me siento en su regazo.  Lo dejo  que  me arrope  con sus  brazos  y que  invada  todos  mis sentidos.  Su  tacto  y  su  fragancia  me  calman  al  instante  y  ocurre  lo inevitable, lo que pasa siempre cuando estamos así: todo lo que nos causa tanto malestar de repente carece de importancia. Solos él y yo, en nuestra pequeña burbuja de felicidad, apaciguándonos el uno al otro. El resto del mundo se interpone  en nuestro camino o, para ser exactos, el pasado de Joe se interpone en nuestro camino.
—Moriré  queriéndote  —dice  con  toda  la  emoción  que  sé  que  de verdad siente—. No puedo permitir que vayas a Suecia.
Suspiro.
—Lo sé.
—Y deberías haberme dejado que me ocupara de tus cosas. No quería que volvieras a verlo —añade.
Me someto a él.
—Lo sé. Sabe lo tuyo.
Se tensa debajo de mí.
—¿Lo mío?
—Me dijo que eras un alcohólico empedernido.
Se relaja y se echa a reír.
—¿Que soy un alcohólico empedernido?
Lo miro, sorprendida por su reacción ante algo tan duro.
—A mí no me parece divertido. Además, ¿cómo es que lo sabe?
—__, no tengo ni idea, de verdad —suspira—. Además, está mal informado porque no soy alcohólico. —Levanta las cejas.
—Lo sé —concedo, pero estoy bastante segura de que el problema de Joe con el alcohol encaja como alcoholismo—. ¿Qué voy a hacer, Joe? Mikael es un cliente importante.
Un pensamiento muy desagradable se me pasa por la cabeza.
—¿Volvió a contratarme para la Torre Vida sólo por ti?
Sonríe.
—No, __. No sabía nada de lo nuestro hasta ayer. Te contrató porque eres una diseñadora con talento. El hecho de que seas tan increíblemente hermosa era un plus, y el hecho de que yo esté enamorado de ti ahora es un incentivo adicional para él.
—Te descubriste tú solo. —Si Joe no hubiera saboteado mi reunión, Mikael nunca se habría enterado.
—Actué por impulso. —Se encoge de hombros—. Me entró el pánico cuando  vi su nombre en tu agenda.  Pensé  que no ibas  a volver  a verlo después del Lusso. En cualquier caso, él habría ido detrás de ti aunque no fueras mía. Como dije, es implacable.
Me acuerdo de sus ojos desorbitados y la mandíbula tensa cuando vio el nombre de Mikael en mi agenda. No fue porque la hubiera cambiado por una nueva. Fue porque el nombre de Mikael se leía alto y claro.
—¿Cómo lo sabes? Está casado. Bueno, lo estaba.
—Eso nunca ha sido un obstáculo para él, __.
—¿No?  —Yo  pensaba  que  era  un  buen  hombre,  un  caballero.  Al parecer, no podía estar más equivocada.
Estoy hecha un lío. No puedo trabajar con Mikael, no después de lo que he descubierto.  Para empezar, Joe no va a dejar que me acerque a menos de un kilómetro de él. La verdad es que tampoco me apetece tenerlo cerca. Quiere utilizarme para hacerle daño a Joe. Quiere vengarse de él y yo soy su único punto débil. Dios, tengo una reunión con él el lunes. Esto se va a poner muy feo. Quiero gritarle a mi hombre hasta desgañitarme por ser  un  picha  brava,  pero  entonces  mi  mente  vaga  hacia  el  día  en  que descubrí lo que de verdad sucedía en La Mansión y aquel indeseable al que John tuvo que echar, el que decía que ni los maridos ni la conciencia  se interponían  en  el  camino  de  Joe.  ¿Cuántos  matrimonio  habrá  roto? ¿Cuántos maridos sedientos de venganza habrá ahí fuera?
Joe me coge la cara con la mano y me saca de mis ensoñaciones.
—¿Cómo has venido hasta aquí?
Sonrío.
—Distraje a tu carcelero a sueldo.
Se le ilumina la mirada y le bailan los labios.
—Voy a tener que despedirlo. ¿Cómo lo has hecho?
Mi sonrisa desaparece en cuanto pienso           en la factura de mantenimiento que le va a llegar a Joe.
—Joe, es un sesentón. Desconecté su sistema telefónico para que no pudiera avisarte de que me había escapado de tu torre de marfil.
—De  nuestra  torre...  ¿Cómo  lo  desconectaste?  —inquiere,  y  se  le marca ligeramente la arruga de la frente.
Escondo la cara en su pecho.
—Arranqué los cables.
—Ah —dice sin más, pero sé que se está aguantando la risa.
—¿A qué  juegas  obligando  a  un  pobre  pensionista  a  mantenerme encerrada? —Corro más rápido que Clive hasta con tacones.
Me acaricia el pelo.
—No quería que te fueras.
—Pues entonces tendrías que haberte quedado.
Le saco la camisa de los pantalones y deslizo las palmas por debajo. Necesito mi ración de calor corporal. Él me abraza con más fuerza y siento el latir de su corazón bajo las palmas de las manos. Es muy reconfortante.
—Estaba loco del cabreo. —Me besa en la sien y entierra la nariz en mi pelo.
Meneo la cabeza. No me lo puedo creer.
—Señorita, no se atreva a ponerme esa cara —dice, muy serio. Que le den.
—¿Qué tal la mano?
—Estaría mejor si no me diera por estamparla contra todo.
Me libero de su abrazo.
—Déjame ver.
Me siento en su regazo y me la muestra. La cojo con cuidado. No hace ningún gesto de dolor, pero lo miro de reojo para asegurarme  de que no finge.
—Estoy bien.
—Has             roto  la puerta del ascensor —digo acariciando el puño convaleciente. La puerta está hecha añicos y creía que su mano también iba a estarlo, pero no la veo tan mal como imaginaba.
—Me he cabreado.
—Eso ya lo has dicho. ¿Y qué hay de tu visita sorpresa a mi oficina de esta tarde? ¿También estabas enfadado como un loco? —Tal vez debería pasar por alto su pequeña rabieta, especialmente porque acabo de tener que echar a una mujer de su despacho.
—Lo estaba. —Me mira con cara de enfado pero luego sonríe—. Más o menos igual que tú hace un momento.
—No  estaba  enfadada,  Joe.  —Observo  su mano  lastimada  con la misma pena que me provoca  su relación  con la mujer  patética  a la que acabo de echar de su despacho—. Estaba marcando mi territorio. Te desea, no podría haberlo dejado más claro ni sentándose a horcajadas sobre ti y plantándote las tetas en la cara.
Hago una mueca de asco ante su desesperación,  y veo que su media sonrisa se ha convertido  en una sonrisa de oreja a oreja, una sonrisa de Hollywood.  Es todavía más espectacular  que la que se reserva sólo para mujeres. Es la que se reserva sólo para mí. No puedo evitar sonreír.
—Pareces muy contento contigo mismo.
Retira la mano lastimada.
—Lo  estoy.  Me  encanta  cuando  te  pones  posesiva  y  protectora. Significa que estás locamente enamorada de mí.
—Lo estoy, a pesar de que eres imposible. Y te prohíbo que llames «cielo» a Sarah. —Me burlo de su tono meloso.
Me da un beso de esquimal y luego me acerca la boca.
—No lo haré.
—Te has acostado con ella. —No es una pregunta. Retrocede, sus estanques cafés asustados y recelosos. Pongo los ojos en blanco—. ¿Un picoteo?
Agacha la cabeza.
—Sí. —Su expresión y su lenguaje corporal dicen a gritos que no está cómodo. No le gusta el tema de conversación.
Lo sabía. En fin, puedo vivir con ello siempre y cuando mantenga a ese zorrón a un metro de distancia,  o más. No obstante, sé que va a ser difícil, teniendo en cuenta que la mujer trabaja para él y lo sigue a todas partes como un perrito faldero.
—Sólo quiero decir una cosa —insisto. Necesito dejarlo claro si es que voy a socializar y a trabajar con hombres en el futuro, aunque soy consciente de que la vena posesiva de Joe nunca va a desaparecer del todo—. Sólo tengo ojos para ti —digo, y lo beso en la boca para enfatizar mi declaración.
—Sólo para mí —susurra contra mis labios. Sonrío.
Se aparta y me acaricia el cuello, satisfecho.
—¿Por qué llevas el pelo mojado?
—Me duché pero no tuve tiempo de secármelo. Te necesitaba.
Me sonríe.
—Te quiero, __.
Apoyo la cabeza en su hombro.
—Lo sé.
No hemos dejado las cosas claras del todo. Tengo que competir con una mujer despechada y lidiar con la vena posesiva de Joe. Esto último va a ser un trabajo de por vida. Además, está el problemón de Mikael y sus ansias de venganza. No sé cómo vamos a solucionarlo, pero sé que no voy a trabajar más para él. ¿Cómo se lo tomará Patrick?
—Cógete el día libre mañana —me suplica.
Ni siquiera le he comentado a Patrick que mañana tengo una reunión con el señor Jonas, pero necesito descansar, y un fin de semana largo con Joe es difícil de rechazar. No tengo más citas y llevo todo lo demás al día. Patrick me debe unos cuantos días libres. No le va a importar.
Me aparto para mirarlo.
—Vale.
Frunce el ceño como si me fuera a retractar de lo que acabo de decir o a añadir un «pero». Para nada. Quiero tomarme el día libre y pasarlo con él.  Tal  vez  pueda  darle  toda  la  seguridad  que  necesita.  No  voy  a  ir  a ninguna parte si no es con él. Le mandaré un mensaje a Patrick, sé que no se enfadará.
—¿En serio? —Le brillan los ojos y está sonriente—.  Estás siendo muy razonable. No es propio de ti.
Parpadeo   ante  ese  comentario.   Sé  que  sabe  que  él  es  el  poco razonable. Está bromeando pero no pico.
—Pues ya no te ajunto —gruño.
—No por mucho tiempo. Voy a llevarte a nuestra torre de marfil. Ya hace demasiado que no estoy dentro de ti. —Se levanta y me pone de pie—. ¿Nos vamos?
Me ofrece el brazo y lo acepto. Tengo mariposas en el estómago porque sé lo que me espera en casa.
—Me apetece remar un poco —dejo caer. Me levanta una ceja sardónica.
—Otro día, nena. Hoy quiero hacerte el amor —dice con dulzura mirándome a los ojos. Sonrío.
 
Me lleva por el salón de verano en dirección a la entrada. Ignoro las caras de decepción de todas las mujeres que dejamos atrás y que esperaban que nos marcháramos cada uno por su lado. John nos espera en la puerta y me dirige su sonrisa característica.
—Nos vemos mañana —le dice Joe mientras abre para que yo pase.
—Todo bien. —John le da a Joe una palmada en el hombro y desaparece en dirección al bar.
Joe me pone la mano en la cintura y, al volverme, veo a Sarah en la entrada del bar. Saluda a John pero no me quita ojo de encima mientras salgo de La Mansión con Joe. Sus ojos y sus morros destilan amargura. Me  huelo  que  acabaremos  a  bolsazos.  Parece  la  clase  de  mujer  que consigue lo que quiere. Me saca mi lado cabrón y, en silencio, la reto a intentarlo con una mirada de advertencia. No hago caso de la pequeña parte de mi cerebro que me dice que me estoy preparando para aplastarla. Se me están pegando las costumbres de mi señor neurótico.
—Deja aquí tu coche, lo recogeremos  mañana  —dice al abrirme  la puerta de su Aston Martin.
—Prefiero  llevármelo  ahora.  —Estoy  aquí,  y sería  una  tontería  no hacerlo.
Pone mala cara y señala el asiento del acompañante del suyo. Niego con  la  cabeza  pero  me  subo.  Ya  hemos  discutido  suficiente  por  hoy. Además, no necesito el coche. Se sienta a mi lado y arranca el motor.
Por el largo camino de grava nos cruzamos con el coche de Sam, que va hacia La Mansión. Doy un brinco.
—¡Pero si es Kate!
Sam toca la bocina y le muestra una mano con el pulgar levantado a Joe. Asomo la cabeza por la ventanilla y Kate me saluda de mala gana.
—¿Qué  hace  Kate  aquí?  —pregunto  mirando  a Joe,  que  tiene  la vista fija en la carretera. ¡Ay, Dios!—. Es socia, ¿verdad? —inquiero.
—No puedo hablar de los socios. Confidencialidad —dice él, completamente inexpresivo.
—Entonces es que es socia... —Me estremezco. Esto es increíble.
Se encoge de hombros, aprieta un botón y las puertas se abren. ¡La muy zorra! ¿Por qué no me ha dicho nada? ¿Le gusta por todas las perversiones en general o es sólo por Sam? Y yo que pensaba que mi feroz pelirroja no podría sorprenderme más. Tiene mucho que contarme.
Joe ruge por  la carretera y juguetea con un par  de botones del volante. Una voz masculina me envuelve desde el estéreo. La conozco.
—¿Quién es?
Marca el ritmo con los dedos sobre el volante.
—John Legend. ¿Te gusta?
Mucho. Llevo la mano al volante y Joe baja las suyas para darme acceso a los mandos. Encuentro el que quiero y subo aún más el volumen.
—Me tomaré eso como un «sí» —sonríe, y me pone la mano en la rodilla. La cubro con la mía.
—Me gusta. ¿Qué tal la mano?
—Bien. Deja de preocuparte, señorita.
—Tengo que mandarle un mensaje a Patrick.
—Hazlo. Me muero por tenerte sólo para mí todo el día y todo el fin de semana. —La mano sobre mi rodilla vuelve al volante.
Le mando un mensaje rápido a mi jefe, que, tal y como esperaba, responde al instante diciéndome que disfrute de mi merecido día libre.
Perfecto.
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kathe hernandez
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 9 Icon_minitimeSeptiembre 28th 2014, 09:48

o chica entiendo lo del problema estudiantil haca suele pasar en los colegios o universidades mas que todo publicas pero mayormente son colacionadas por la falta de pago hacia los profesores o estudiantes desadaptados y bandalo se enfrentan con la policía es horrible peo bueno te entiendo mujer te mando saludos y fuerzas
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 9 Icon_minitimeSeptiembre 28th 2014, 11:34

Capítulo 16
 
Entramos en el Lusso cogidos de la mano y Clive nos intercepta en el acto. Me mira muy mal. Le pido perdón con una sonrisa y veo que los de mantenimiento han reparado mi travesura.
—Señor Jonas —dice con cautela.
¿Tiene miedo de que le caiga la bronca por haberme dejado escapar? Me vería obligada a defenderlo si Joe intenta regañarlo. No es su trabajo hacer de carcelero.
—Clive. —Joe lo saluda con un gesto de la cabeza y me conduce al ascensor sin decirle nada más al pobre hombre.
Se cierran las puertas y me acorrala  contra la pared. Su cuerpo me cubre por completo.  La punzada  a la que tanto me he acostumbrado da justo en la entrepierna y me caliento al instante. Me mete una pierna entre los muslos, la levanta  y roza todo mi sexo. Sólo con eso ya empiezo  a jadear.
—Has  cabreado  al conserje  —susurra  con los labios  pegados  a los míos. Nuestros alientos ardientes se funden en los milímetros que separan nuestras bocas.
—Mierda —me obligo a decir entre respiraciones entrecortadas.
Me besa con fuerza. Asalta mi boca con decisión y frota su erección contra mí. Dios, quiero arrancarle la ropa. Ahora, esto no tiene nada que ver con hacer el amor... Tampoco es que vaya a quejarme.
—¿Por qué no te has puesto un vestido?—pregunta, malhumorado, metiéndome la lengua.
Eso mismo quiero saber yo. Me lo habría subido a la cintura y Joe ya estaría dentro.
—Me estoy quedando sin vestidos.
No he llevado nada a la tintorería desde que llegué, y casi toda mi ropa sigue en casa de Kate.
Gime en mi boca.
—Mañana sólo compraremos vestidos. —Me levanta con las caderas y vuelve a frotarse contra mi sexo.
Suspiro de placer, puro y desinhibido.
—Mañana compraremos un vestido —digo desabrochándole el cinturón.
 
Se separa de mi boca y me roza con la frente húmeda. Los ojos le brillan y se humedece los labios. Lo acaricio por encima de los pantalones con el dorso de la mano y se revuelve y palpita cuando mi lengua recorre su labio inferior. Le bajo la bragueta y libero su miembro erecto, luego lo cojo por la base y aprieto un poco.
Cierra los ojos con fuerza.
—Tu boca —me ordena con dulzura.
Me apunto. No me canso de él. Necesito que haga lo que sabe hacer y borre toda la mierda del día.
 
Las puertas del ascensor se abren al llegar al vestíbulo del ático y me alegro de que sea el único ascensor que llega hasta aquí. Deslizo la espalda pared abajo hasta que me encuentro en cuclillas delante de él, pero su polla, ardiente y palpitante, no es lo único que llama mi atención. Ahí está su cicatriz. Me he prometido no volver a preguntar por ella pero no puedo evitar sentir curiosidad, especialmente después de lo que me ha dicho John. Levanto la vista y sus brazos están firmemente apoyados en la pared, por encima de la cabeza. Me mira fijamente.
—¿A qué esperas?  —dice, y empuja las caderas hacia adelante  con impaciencia.
Me olvido de la cicatriz misteriosa y recuerdo la última vez que hice esto. Fue un bestia. ¿Volverá a portarse así?
Me aparto de su mirada sensual y relajo la mano que sostiene su polla palpitante.  Lamo  una  gota  de  semen  de  su  glande  hinchado  y,  muy despacio, muevo la mano. Gime desde lo más profundo de su garganta y las caderas le tiemblan ligeramente. Sé que quiere metérmela entera en la boca. ¿Se contendrá?
Se le acelera la respiración con cada caricia y su abdomen sube y baja ante  mis  ojos.  Cuando  lo  oigo  maldecir,  le  chupo  los  huevos  antes  de deslizar la lengua de abajo arriba, levantándome un poco para poder llegar hasta la punta.
—Métetela toda, __ —jadea.
La puerta del ascensor se cierra y Joe le pega un puñetazo al botón y vuelve a apoyar la mano en la pared.
Rodeo el glande con los labios y dibujo delicados círculos con la lengua. Se estremece. Me encanta hacerle esto. Me encanta provocar los gemidos que salen de su boca y observar cómo reacciona su cuerpo.
Espero  a  que  empuje  hacia  adelante  pero  no  lo  hace.  Se  está conteniendo. La tensión de su cuerpo se extiende hasta el mío a través de nuestras caricias. Las caderas le tiemblan un poco. Pongo fin a su agonía y me la meto entera, hasta que choca contra el fondo de mi garganta. Parece de  terciopelo.  Reprime  un  rugido  cuando  me  la  saco,  envuelta  en  mis labios,  y me la vuelvo  a meter.  Esta vez, empuja  con las caderas  y mi cabeza choca contra la pared. No hay escapatoria.  Me cubre la coronilla con las manos para protegerla y empuja hacia adelante con un grito. Echa la cabeza atrás y entra y sale de mi boca con determinación.
Me  acuerdo  de  que  tengo  que  relajarme.  Me  estoy  esforzando  al máximo para no vomitar. Dejo que mis manos exploren sus caderas, encuentran su culo y le clavo las uñas en las nalgas tersas.
—¡Más! —Su voz es severa y bestial. Se las clavo más aún—. Joder, __...
Sigue entrando y saliendo y sé que está a punto. Dejo una mano en su culo y con la otra le agarro de los huevos. Ya está.
—¡Joder!  —grita sacándola  para sujetársela  firmemente  por la base—. Estate quieta y abre la boca. —Me taladra con la mirada.
Obedezco sin soltarle los huevos, abro la boca y lo miro a los ojos. Entra y sale a toda velocidad. Los músculos de su cuello se tensan y con un grito ahogado apoya el enorme glande en mi labio inferior y descarga un líquido caliente y cremoso que golpea el fondo de mi garganta e inunda el interior de mi boca. Trago por instinto.
Aminora el ritmo y le suelto los huevos. Le acaricio el interior de los muslos hasta que encuentro su mano, la cojo y los dos relajamos su polla hasta que se calma mientras yo chupo su esencia salada que se me sale de la boca.
—Quiero una de éstas todos los días durante el resto de mi vida. —Lo dice con cara de póquer y en tono muy serio. Espero que se refiera a mí—. Y quiero  que  me  la  hagas  tú  —añade  como  si  me  hubiera  leído  el pensamiento.
Sonrío y me centro en su erección de acero, que sigue contrayéndose en nuestras manos. Chupo y lamo hasta la última gota y luego le doy un beso tierno en la punta.
Relaja la mano y lo suelto.
—Ven aquí. —Me levanta y me abraza contra su pecho—. Os quiero a ti y a tu sucia boca —me dice con dulzura mientras me da un beso de esquimal.
—Lo sé.
Le subo la bragueta y le abrocho los pantalones. Me deja hacer.
—Pierdes el tiempo —dice—. Estarán en el suelo en cuanto te haya metido en casa.
Luego me coge de la mano, me saca del ascensor y me lleva al ático. Abre la puerta y un delicioso aroma invade mis fosas nasales.
—¡La cena!
Se me había olvidado por completo. Gracias a Dios, apagué el horno antes de salir, si no, ahora esto estaría lleno de camiones de bomberos y más facturas de mantenimiento.
Me conduce a la cocina y me suelta la mano para coger una manopla. Se la pone y saca una fuente con una hermosa lasaña demasiado hecha y la tira a un lado, mientras niega con la cabeza.
—Tengo asistenta y cocinera y, aun así, te las apañas para quemar la cena. —Me mira con una ceja arqueada.
Con nuestros gritos y la consiguiente reconciliación me había olvidado de la pobre  mujer  con la que fui  tan maleducada.  Tendré  que pedirle disculpas. Seguro que cree que soy una hija de perra.
—¿Volverá? —pregunto, culpable. Se ríe.
—Eso espero. —Pincha la crujiente capa superior de la lasaña—. La lasaña de Cathy es una delicia.
Me mira.
—Parece que habrá que buscar otra cosa para cenar.
Aparta la fuente y avanza como un depredador hacia mí. Su mirada café  y  hambrienta  está  cargada  de  placenteras  promesas.  Me  pasa  un brazo por la espalda sin dejar de caminar y me lleva firmemente apretada contra su pecho. Le paso los dedos por la mata de pelo suave y despeinado y frunzo el ceño cuando deja atrás la escalera y se dirige a la terraza.
—¿Adónde vamos?
—Un polvo al fresco —dice, y me besa con fuerza—. Hace una noche preciosa. Vamos a aprovecharla.
Me  lleva  a  la  terraza  y  cruzamos  las  losas  de  piedra  caliza  en dirección a la tarima. La brisa fresca de la noche trae los sonidos de Londres, altos y claros. Me suelta y empieza a desabrocharme la blusa. A sus dedos les cuesta encontrar los diminutos botones dorados, y se concentra tanto que aparece la arruga de la frente. Le quito el cinturón y le bajo la bragueta. Luego me centro en su camisa. La desabotono lentamente hasta que su delicioso y cálido pecho está bajo las palmas de mis manos. Con el pulgar, trazo círculos sobre sus pezones y él suelta el último botón de mi camisa antes de pasar a los pantalones.
—Fanfarrona  —musita  entre  besos  mientras  sus  manos  buscan  el cierre de mi pantalón.
Es cruel, pero lo dejo buscar. Prueba en la parte delantera y luego en la espalda y, cuando no lo encuentra, ruge:
—¿Dónde está la cremallera?
Llevo sus manos al cierre lateral de mis pantalones, me los baja y me levanta del suelo para que pueda quitarme los zapatos.
—Otra razón para comprar sólo vestidos —protesta mientras me quita la blusa—.  Todo lo que no me ofrezca  acceso  inmediato  a ti tiene  que desaparecer.
Sonrío para mis adentros. Ahora está pasando por encima de mi guardarropa.
El aire frío choca contra mi piel y endurece  aún más mis pezones. Joe da un paso atrás y se quita los zapatos, los calcetines, los pantalones y la camisa abierta sin dejar de recorrer mi cuerpo con la mirada.
—Encaje —dice con gesto de aprobación, y luego se baja los bóxeres. Su  polla  salta  libre  y  lista,  otra  vez.  Quiero  arrodillarme  y  volver  a saborear  sus delicias  en mi  boca,  pero las apremiantes  punzadas  de mi entrepierna  reclaman  mi atención.  Me desabrocho  el sujetador  y lo dejo caer al suelo de madera, y en un segundo tengo su cuerpo sobre el mío y su aliento en la cara.
Desliza  un dedo  bajo  el  elástico  de mi  ropa  interior  y me  roza  el clítoris. Echo la cabeza sobre su pecho y le clavo las uñas en los brazos para no caerme por las descargas eléctricas que provocan sus caricias.
—Estás  mojada  —dice  con  la  voz  muy  grave  y  ronca,  despacio, mientras su dedo dibuja círculos y aplica presión cuando llega a la punta de mi clítoris—. ¿Sólo conmigo?
Quiere que responda a la pregunta.
—Sólo contigo —jadeo.
El gruñido de satisfacción que escapa de su boca vibra en la brisa nocturna. Siempre seré suya.
 
Levanto la cabeza y su boca cubre la mía y le exige que se abra mientras me baja las bragas. Dejo escapar un pequeño gemido. Su sabor es adictivo y correspondo a cada lametón, a cada caricia, hasta que se aparta. Se arrodilla delante de mí, apoyo las manos sobre sus hombros y me baja las bragas por las piernas. Me da un toque en el tobillo para que levante el pie y repite la misma operación en el otro. Me coge de las caderas y yo respondo  a su caricia  con mi respingo  habitual.  Entierra  la nariz en mi vello  púbico  y bendice  mi  sexo con una caricia  larga,  lenta,  ardiente  e insoportable.
Gimo,  y mis  rodillas  ceden  y aparece  en la punta  de mi  sexo  una presión que es casi dolorosa.
Se abraza a mis caderas con fuerza y sigue acariciando sin piedad el centro de mi cuerpo hasta que llega a mi cuello y luego a mi boca, que toma con pasión entre gemidos.
Se despega de mis labios, me clava la mirada y sus ojos cafés calan en mí.
—Eres mi vida. —Sus palabras me llegan al corazón y su boca toma la mía con veneración y delicadeza. Me acaricia el trasero con las palmas de las manos y desciende por mis caderas. Tira de mi pierna por debajo de la rodilla para que rodee con ella su cintura. Se aparta. Me deja respirar—. ¿Me quieres? —pregunta, mientras su mirada busca la mía.
Qué tontería.
—Sabes que sí —susurro.
—Dilo. Necesito oírtelo decir. —Hay una puntilla de desesperación en su voz.
No lo pienso dos veces.
—Te  quiero  —digo,  y le beso los labios  carnosos  y húmedos  y le rodeo el cuello con los brazos. Luego doy un pequeño salto y me agarro con las piernas a su cintura—. Siempre te querré.
Lo miro fijamente a sus preciosos ojos cafés mientras él se coloca en la entrada a mi cuerpo. Permanece un segundo ahí, luchando por no sumergirse de pleno en mí.
—¿Me necesitas? —pregunta.
—Te necesito. —Sé que eso lo satisface casi tanto, o más, que un «te quiero».
—Siempre —confirma, y luego se introduce lentamente en mí con un movimiento paciente, y nuestra unión nos corta la respiración a ambos.
Me abraza mientras recuperamos el aliento, se acerca a una tumbona y me recuesta en ella, sin separarse de mí para que permanezcamos unidos.
 
Nunca lo había visto mirarme con tanta sinceridad en los ojos.
—¿Has  visto  lo  perfectamente   bien  que  encajamos?   —Se  retira despacio y vuelve a entrar, suave y firme, marcando la pauta, de lo que está por llegar. Quiere hacerme el amor de verdad—. ¿Lo notas? —me pregunta con cariño, repitiendo el ardiente movimiento y exacerbando la necesidad que tengo de él.
—Sí —confirmo en voz baja. Lo noto desde la primera vez que conectamos,   incluso   desde   la  primera   vez  que  nuestras miradas se cruzaron.
Continúa con sus estocadas lentas y contenidas, y yo llevo mis manos a su espalda, dibujando figuras asimétricas sobre su piel firme. Me besa en los labios.
—Yo también. Vamos a hacer el amor.
 
Me concentro en absorberlo y él sigue entrando y saliendo, moviendo las caderas en círculos y acercándome  al clímax. Me mira con devoción, con adoración.  Nuestras  miradas  se funden, ardientes.  Su paciencia  y su fuerza  de  voluntad  para  mantener  este  ritmo  tan  sensual  hacen  que  lo quiera aún más. Sabe hacer el amor como nadie.
La arruga de la frente le resplandece de sudor a pesar del aire frío de la noche. Le cojo la cara con las manos para que no baje la mirada y su cuerpo vibra y tiembla sobre mí. Palpita en mi interior e, instintivamente, mis músculos se contraen alrededor de él. Se le acelera la respiración.
—Por Dios, __—gime hundiéndose y clavándose entero en mí. Las caricias precisas con las que colma mi pared anterior hacen que me muera de ganas de levantar las caderas y capturar el orgasmo que se aproxima.
—No puedo aguantar más —gimo.
—Juntos  —dice  tragando  saliva,  y  tenso  los  muslos  cuando  me penetra  de nuevo, esta vez menos  controlado.  Respira  aceleradamente  y apoya la frente en la mía mientras recupera el control con otra deliciosa embestida.
—Ya estoy, Joe —gimoteo al sentir que mi autocontrol desaparece. Con un grito estallo en mil pedazos debajo de él.
Acelera el ritmo para que saltemos juntos al abismo.
—¡Dios! —grita con una última penetración, apretándose con fuerza contra mi sexo antes de desplomarse sobre mí y unirse a mi estado de semiinconsciencia. Su erección salta y palpita cuando se corre dentro de mí.
 
—Jodeeeeeeer —mascullo en voz baja con los ojos cerrados, satisfecha y relajada.  Este hombre  tiene  acceso  directo  al botón de mis orgasmos.
—Esa boca —susurra junto a mi cuello, agotado—. ¿Crees que podrás parar de decir tacos algún día?
—Sólo  suelto  tacos  cuando  te  comportas  de  un modo  imposible  o cuando me colmas de placer —me defiendo, y dibujo la palabra «joder» en su espalda con la punta del dedo.
Se  recuesta  sobre  un  codo  para  poder  mirarme  a  los  ojos.  Luego dibuja con su dedo «esa boca» en mis tetas antes de besarme los pezones. Sonrío cuando me mira, juguetón. Los ojos le brillan cuando me muerde el pezón erecto.
—¡Ay! —Me echo a reír.
Lo suelta y traza círculos húmedos con la lengua por mi pecho y luego me  coge  de  la  cadera.  Doy  un  respingo  cuando  vuelve  a  morderme  el pezón. Mi cuerpo se pone rígido en un abrir y cerrar de ojos cuando comprendo a qué juega.
—¡Ni se te ocurra! —grito cuando empieza a masajear mi cadera con la punta de los dedos sin que sus dientes suelten mi pezón.
Cierro los ojos y pataleo intentando frenar el impulso reflejo de arquearme y tirarlo al suelo.
—¡Joe, para, por favor! —Se ríe a carcajadas y aumenta la presión en mi cadera y en mi pezón—. ¡Por favor! —chillo entre risitas nerviosas. El pezón me dolería si no me estuviera distrayendo con las cosquillas de la cadera. ¡Me está volviendo loca!
 
Mis pulmones me dan las gracias a gritos cuando suelto el aire acumulado  y hago acopio  de fuerzas  para ignorar  su tortura.  Me pongo rígida debajo de él y, pasada una eternidad,  deja en paz la cresta de mi pelvis y empieza a chuparme el pezón para devolverlo a la vida.
—Te espera un polvo de represalia —le digo.
Vuelve a hundir los dedos encima del hueso de la cadera.
—¡__! —me regaña un instante, y vuelve a centrarse en mis tetas. Exhalo aliviada y cierro los ojos mientras Joe se prodiga con la lengua.
—Estás temblando —masculla contra mi pecho—. Te llevaré adentro. Se levanta y gruño a modo de protesta. Le doy un tirón para que vuelva a mí. Se echa a reír y me muerde la oreja.
—¿A gusto?
—Mmm. —No puedo hablar.
—A la cama —dice, y me levanta para que pueda cogerme a él.
—Tienes  que  comer  —replico;  que  yo  sepa,  hoy  sólo  ha  comido medio tarro de mantequilla de cacahuete y medio sándwich. No creo que haya tomado nada más. Necesita comer.
Se pone de pie y me lleva al interior.
—No tengo hambre. ¿Y tú?
La verdad es que yo tampoco.
—No, pero prométeme que desayunarás en condiciones.
—Te lo prometo.
—Vale, llévame a la cama, mi dios —digo, y sonrío contra su hombro cuando noto que se ríe por lo bajito.
Me  deja  en  la  cama  y,  en  cuanto  se  ha  acostado  a  mi  lado,  me acurruco contra su pecho. Me besa el cabello antes de ponerme una mano en el culo. Me arrimo más a él; no consigo estar lo bastante cerca. Como siempre, no puede haber distancia entre nosotros.
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ale-Jonas
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 9 Icon_minitimeOctubre 9th 2014, 19:05

Esta muy padre... qe bien qe ya estan juntos otra vez.... Smile y pues aqui esperare el proximo capitulo .. Smile
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Lady_Sara_JB
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 9 Icon_minitimeOctubre 11th 2014, 12:16

Welcome ale-Jonas. Capítulo dedicado a ti Smile

Capítulo 17 Parte 1
 
Me despierto con Joe dentro de mí, con su pecho contra mi espalda. Me está sujetando por la cintura y me penetra con decisión. Mi cerebro no es lo único que se despierta. Mi cuerpo da la alarma y enrosco los dedos en su pelo, arqueo la espalda y vuelvo la cabeza hasta encontrar su boca.
Lo dejo que se apodere de la mía. Nuestras lenguas se retuercen como salvajes  mientras él entra y sale a toda velocidad.  Empujo  hacia él con cada penetración y me lleva cada vez más lejos.
—__, no me canso de ti —jadea contra mi boca—. Prométeme que no me dejarás nunca.
¡Ni loca!
—No te dejaré. —Lo cojo del pelo y tiro para que su boca vuelva a la mía. Me encanta su boca, incluso cuando se pone imposible y quiero cosérsela.
Joe  necesita  que  le  diga  constantemente  que  no  me  voy  a  ir  a ninguna parte. ¿Me lo hará jurar siempre? Mi respuesta no va a cambiar, pero lo que quiero es que lo crea y que no tenga que preguntármelo cada dos por tres.
 
Me aparto para mirar a mi hombre inseguro. Muestra una confianza en sí mismo apabullante en todo menos en eso.
—Créeme, por favor.
Mantiene los embates firmes y fuertes mientras me mira pero no dice nada. Necesito saber que me cree. Me ofrece una pequeña sonrisa antes de volver a fundir nuestras bocas y aumentar el ritmo de sus embestidas aún más.
Lo intento con todas mis fuerzas pero no puedo seguir con la boca pegada a  la suya cuando me está penetrando con tanta intensidad. Lo suelto, agacho la cabeza y me agarro al colchón para no caerme mientras tira de mí sin parar.
El hilo se tensa y se rompe y los dos gritamos al mismo tiempo. Entra y sale de mí a un ritmo frenético y me lanza a un abismo sin fin de placer absoluto. Intento recobrar el aliento, mi corazón lucha por recuperar el control y mi cuerpo se convulsiona a su aire. Joe maldice y se arquea una vez más; luego, la ardiente sensación de su orgasmo me inunda.
—Por Dios santo —suspira saliendo de mí y echándose de espaldas.
 
Me doy la vuelta y me subo encima de él, con las piernas  abiertas sobre sus caderas y tumbada sobre su pecho. Hundo la cara en su cuello.
—Eso  no  ha  sido  sexo  soñoliento  —digo  mientras  beso  la  vena palpitante de su cuello.
—¿No? —jadea.
—No. Eso ha sido un puto polvo soñoliento —hago una mueca al percatarme de que acabo de soltar un taco y ni siquiera me he levantado todavía.
—Por  el  amor  de  Dios,  __,  ¡no  digas  más  tacos!  —masculla, frustrado.
Tengo que averiguar qué le pasa a mi boca. Normalmente nunca digo tacos. ¡Es culpa suya!
—Perdona. —Le doy un mordisco en el cuello y succiono un poco.
—¿Estás intentando marcarme? —pregunta sin detenerme.
—No, sólo te estaba saboreando.
Me  mira,  me  besa  en la boca  y sus  enormes  brazos  me  rodean  la espalda.
—¿Desayunamos?
Tengo hambre y quiero que Joe coma algo, pero la verdad es que no me apetece moverme de la cama. Le doy un rápido beso en los labios y me deslizo por su cuerpo hasta que estoy recostada bajo su axila.
—Estoy muy a gusto —digo. La punta de mi dedo lo acaricia desde el pecho hasta la cicatriz, de arriba abajo y vuelta a empezar.
—Te quiero, señorita. —Flexiona una rodilla y me deja salirme con la mía. Qué novedad.
—Lo sé.
—¿De verdad? —pregunta, no muy seguro
La pregunta me pilla por sorpresa. Pues claro que lo sé. Me lo dice a todas horas, y si me quiere tanto como yo a él, me quiere muchísimo. Infinito, en realidad. Por favor, no me digas que también duda de eso. Lo miro.
—Sí.
Me sube encima de él y luego me pone de espaldas contra el colchón. Me sujeta por las muñecas y me mira desde arriba.
—No sé si lo sabes —replica. Su mirada es ardiente y está muy serio. ¿A qué viene esto ahora?
—Me  lo  dices  siempre.  Claro  que  lo  sé.  —Intento  soltarme  las muñecas para poder cogerle la cara pero no me libera.
—Las palabras no bastan, __. —Está muy, muy serio.
—¿Por eso me pones a prueba con tu forma imposible de ser? —pregunto para intentar animarlo.
No me gusta lo abatido que parece. Ojalá no se preocupara pensando que voy a abandonarlo, intentando que lo quiera y preguntándose  si sé lo mucho que él me quiere. Todo eso quedó claro hace tiempo.
—Todo  lo  que  hago  es  porque  estoy  locamente  enamorado  de  ti. Nunca  antes  me  había  sentido  así.  Nunca.  —Casi  me  está  echando  la bronca, como si lo cabreara sentirse de ese modo—. Me vuelvo loco sólo de pensar que puedo perderte. Se me va la cabeza por completo. Créeme, soy plenamente consciente. —Me besa en los labios—. Te saco de tus casillas, ¿no?
¡Dios del cielo! ¿Está reconociendo que es imposible?
—Eres un poco difícil, pero eres mi hombre difícil y te quiero, así que vale la pena la frustración.
—Tú también eres difícil, señorita —declara, tajante. Abro unos ojos como platos.
—¿Yo?
¡Este tío está como una regadera!
—Pero yo también te quiero, y vales con creces todos los dolores de cabeza.
Qué a gusto le llevaría la contraria. En cuanto me da lo que quiero — el hecho de reconocer cómo es—, destroza el momento acusándome de ser aún peor que él.
¿Difícil, yo?
 
Empiezo a defenderme pero me hace callar con sus labios carnosos y me distraigo al instante. Sabe lo que se hace. Relajo la lengua (la tengo dolorida de tanto usarla) y me abandono al ritmo de sus caricias. Aún no me ha soltado las muñecas. Su boca es lo más maravilloso del mundo.
Me da un pico.
—Sabía que eras la mujer de mi vida en cuanto te vi.
¿La mujer de su vida? Esto me interesa. Perseveró de tal manera e insistió tanto al comienzo de nuestra relación en que debíamos estar juntos y que yo era suya que me tenía intrigadísima.
Me acaricia la oreja con la nariz.
—La mujer que iba a devolverme a la vida —dice con tono de que es evidente, ese que usa cuando dice algo que sólo él entiende. ¿Es que estaba muerto?
—¿Cómo lo supiste? —Parece que hoy tiene ganas de hablar, así que debo aprovechar y sonsacarle toda la información que pueda.
Me mira directamente a los ojos. Es una mirada cargada de significado.
—Porque mi corazón volvió a latir —susurra.
Se me hace un nudo en la garganta. Me ha dejado de piedra. Lo que ha dicho es muy serio y muy profundo,  y estoy algo abrumada.  No sé qué decir. Este hombre devastador me mira como si fuera lo único que hay en el universo.
Tiro de las muñecas hasta que me suelta y lo abrazo como si no hubiera nada ni nadie más en el mundo.
Para mí, no hay nadie más.
No sé cuáles  son los porqués  ni los detalles  que hay detrás  de esa afirmación, pero el poder de esas palabras lo dice todo. No puede vivir sin mí. Yo tampoco podría vivir sin él. Este hombre es mi mundo.
Permanece muy quieto encima de mí y me deja abrazarlo hasta que me duele el cuerpo.
—¿Puedo darte de comer? —pregunto cuando mis muslos empiezan a protestar a gritos.
Me levanta de la cama, todavía aferrada a él, me saca del dormitorio y me baja por la escalera.
—Se me va a olvidar cómo usar las piernas —digo cuando llegamos abajo y se dirige a la cocina.
—Entonces te llevaré en brazos a todas partes.
—Ya quisieras. —Sería la excusa perfecta para tenerme todo el día pegada a él.
—Me encantaría. —Me sonríe y me deja sobre el mármol.
El frío se extiende por mi trasero y me recuerda que los dos estamos en pelota picada. Admiro su culo perfecto cuando se acerca a la nevera y coge varias cosas de desayuno y un tarro de mantequilla de cacahuete.
Me bajo de la isleta.
—Se suponía que iba a prepararte yo el desayuno —digo apartándolo de en medio—. Siéntate —le ordeno a continuación, muy digna.
Me  sonríe  y  coge  el  tarro  de  mantequilla de  cacahuete  antes  de retorcerme el pezón y salir corriendo hacia un taburete.
—¿Qué te apetece? —pregunto metiendo el pan en la tostadora. Me vuelvo y veo que ya tiene un dedo dentro del tarro.
—Huevos  fritos  —dice  con  el  dedo  en  la  boca  mientras  intenta reprimir la risa.
Miro mi cuerpo desnudo. Debería vestirme si quiere cualquier tipo de frito. Vuelvo a mirarlo y compruebo  que ha perdido la batalla contra la sonrisa. Está encantado.
—Tú preparas el mío y yo preparo el tuyo.
Recorro su torso desnudo con la mirada y arqueo las cejas. Se saca el dedo de la boca.
—Salvaje.
 
Volvemos la cabeza hacia la puerta de la cocina al  oír  la puerta principal. Miro a Joe con unos ojos como platos. Tiene el dedo cubierto de  mantequilla  de  cacahuete  suspendido  en el  aire  y la  misma  cara  de sorpresa que yo.
Salta y, al mismo tiempo, el bote de mantequilla de cacahuete cae de la isleta y se hace añicos contra el suelo, llenándolo todo de cristales. Me entra el pánico.
—¡Mierda! ¡Es Cathy!
«¡Dios del cielo, ayúdame!»
¡Anoche le arranqué la cabeza y ahora la voy a recibir desnuda! Y, para colmo, su lasaña quemada todavía está en un rincón de la cocina... Me va a odiar. No hay forma de salir de la cocina sin que nos vea. Joe está petrificado, tan atónito como yo. Seguro que a Cathy no le importa pillarlo como su madre lo trajo al mundo. Aterrizo en la realidad. Dejo de mirar con ojos golosos a mi hombre y corro al otro lado de la cocina.
—¡Mierda! —chillo al sentir un dolor agudo en el pie—. ¡Ay, ay, ay!
—Sigo andando, pese al dolor.
Joe viene detrás de mí, riéndose a mandíbula batiente mientras los dos subimos corriendo la escalera.
—¡Esa boca! —dice dándome un azote en el culo.
—¡Santo Dios! —oigo que dice Cathy cuando llegamos a lo alto de la escalera.
¿Qué pensará de nosotros? Corro en pelota picada al dormitorio y me escondo debajo de las mantas. Me quiero morir. No voy a poder mirarla a la cara nunca más.
Joe se sienta en la cama.
—¿Dónde estás? —dice buscando entre las sábanas hasta que encuentra mi cabeza debajo de una almohada—. Te pillé.
Me da la vuelta y hunde la cara entre mis tetas.
—Has  hecho enfadar  al conserje  y ahora has dejado  pasmada  a mi asistenta.
—¡No  te  rías!  —Me  tapo  la  cara  con  las  manos  en  un  gesto  de absoluta desesperación.
Joe se ríe a carcajadas.
—Enséñame esa herida. —Se sienta sobre los tobillos y me agarra el pie.
—Duele —protesto cuando me pasa el dedo por el talón.
—Te has clavado un cristal, nena. —Me besa el pie y salta de la cama—. ¿Tienes unas pinzas?
Me quito un brazo de la cara y señalo en dirección al cuarto de baño.
—En el neceser del maquillaje —gruño.
No me puedo creer que la asistenta de Joe me haya pillado desnuda. Es horrible, soy lo peor. Necesito una bata de estar por casa.
La cama se hunde por el peso de Joe. Me coge el pie.
—No te muevas —me ordena con dulzura.
Contengo la respiración y me tapo la cara sólo con las manos, pero toda  la vergüenza  desaparece  cuando  siento  la lengua  ardiente  de Joe lamiendo la sangre que brota de mi pie. Su caricia me hace estremecer y aparto las manos para poder mirarlo. Se me tensan los muslos. Me sonríe, porque sabe lo que me pasa, y le brillan los ojos. Coge el trozo de cristal con los labios.
—¿Qué haces?
—Voy a sacarlo —dice con la boca pegada a mi pie. Me succiona el talón, se aparta antes de coger las pinzas y se centra en lo que tiene entre manos.
Sonrío al ver cómo la arruga hace su aparición.
—Ya está. —Me da un beso en el pie y lo suelta. La verdad es que apenas me ha dolido—. ¿De qué te ríes?
—De tu arruga de la frente.
—No tengo ninguna arruga en la frente —replica, ofendido.
—Sí que la tienes. Se me echa encima.
—Señorita ___ (TA), ¿me está usted diciendo que tengo arrugas?
Ahora la sonrisa me llega de oreja a oreja.
—No. Sólo te sale cuando te concentras o cuando estás preocupado.
—¿Ah, sí?
—Sí.
—Vaya. —Frunce el ceño—. ¿La ves ahora?
Me río y me muerde una teta. Me hago una bola debajo de él.
—Vístete —dice, y me besa en los labios—. Iré a ver si Cathy ya ha dejado de gritar.
Se me hiela la sonrisa en la cara cuando Joe menciona a la pobre asistenta, que acaba de ver mi culo en primer plano.
—Vale.
—Te veo abajo. —Me da un último beso en la boca—. No tardes.
—Vale —refunfuño como la niña pequeña y gruñona que soy.
Se levanta y se pone un pantalón de pijama de cuadros. Luego me deja para ir a tranquilizar a la asistenta.
Me doy una ducha para dejar de pensar en la pobre mujer y me pongo un  vestido de flores —que seguro que es demasiado corto— y unas sandalias planas. Me hago una coleta y lista.
 
 
Entro en la cocina nerviosa, avergonzada y temblorosa. Joe me mira por encima de su plato —un bagel con huevos revueltos y salmón—, y me dedica una de sus sonrisas. Su pecho desnudo hace que me olvide de que soy lo peor y me percato de que pone mala cara al ver lo corto que es mi vestido. Paso de él.
—Aquí está. Cathy, te presento a __, el amor de mi vida —dice dando palmaditas en el taburete a su lado.
Cathy se vuelve desde la nevera para mirarme.
Me pongo como un tomate y le pido disculpas con la mirada. Me siento mucho mejor cuando veo que ella también se ruboriza. He estado tan preocupada por  sentirme tan  avergonzada que  había olvidado que  ella también se ha llevado un buen susto. Me siento junto a Joe, que me sirve un poco de zumo de naranja.
—Me gusta tu vestido —sonríe —. Un poco corto pero de fácil acceso. Nos lo quedamos.
Lo miro horrorizada y le pego una patada en la espinilla. Él se echa a reír          y le hinca      los dientes al bagel.  Su comportamiento me  tiene anonadada, pero me alegro de que no me haya hecho subir a cambiarme ni haya proscrito al pobre vestido para siempre.
—Encantada   de  conocerte,  __.  ¿Quieres  desayunar? —me dice Cathy. Su voz es cálida y amable. No me lo merezco.
—Igualmente, Cathy. Me gustaría mucho, gracias.
—¿Qué te apetece? —Me sonríe. Tiene un rostro muy dulce.
—Tomaré lo mismo que Joe, por favor.
No me sorprendería si se da la vuelta y me dice que me meta el bagel por el culo, pero no lo hace. Asiente y sigue con lo suyo.
 
Cojo mi vaso de zumo y a continuación miro a Joe. Está muy satisfecho. Me alegro de que mi vergüenza le haga tanta gracia. Seguro que no estaría tan tranquilo si Cathy fuera un hombre. Acerco la mano a su regazo, la meto por debajo del pantalón y le cojo la polla. Da un salto, se golpea la rodilla con el mármol y se atraganta con la comida. Cathy se da la vuelta, asustada  de ver a Joe atragantándose, y corre a ofrecerle un vaso de agua. Él lo coge y hace un gesto de agradecimiento.
—¿Estás  bien?  —pregunto  muy preocupada  mientras  le acaricio  la polla erecta muy despacio.
—Sí, estoy bien. —Su voz es aguda y forzada.
Cathy  se va a preparar  mi desayuno  y yo sigo siendo  mala  con la entrepierna de él. Deja el bagel, respira hondo y me mira con los ojos muy abiertos.
Ignoro su cara de sorpresa y le paso el pulgar por el glande húmedo antes de volver a la base. La siento latir en mi mano y está húmeda por el semen que escapa por la punta. Lo recojo y lo deslizo arriba y abajo por su erección de acero.
Lo miro.
—¿Bien? —digo, y sacude la cabeza de desesperación.
Estoy en mi salsa. Esto no había pasado nunca. Debe de tenerle mucho respeto a Cathy, porque sé que, con cualquier otra persona delante, a estas alturas ya me habría sacado en brazos de la cocina.
—Aquí tienes, __. —Cathy me sirve mi desayuno.
Suelto a Joe como si fuera una brasa y me meto el pulgar en la boca antes de centrarme en mi desayuno. Él coge aire y me clava la mirada.
—Gracias, Cathy —digo alegremente. Le doy un gran mordisco a mi bagel.—Cathy, esto está delicioso —le digo mientras ella mete los platos en el lavavajillas. Me mira y sonríe.
 
Los  ojos  de  Joe  siguen  clavados  en  mí  mientras  disfruto  de  mi bagel, así que me vuelvo despacio para enfrentarme a él y me encuentro con que su cara es una mezcla de horror y sorpresa.
Enarca las cejas y, con un gesto de la cabeza, señala la puerta de la cocina.
—Arriba,  ahora  —dice  levantándose—.  Gracias  por  el  desayuno, Cathy. Voy a ducharme. —Me mira y yo asiento.
—De nada —responde Cathy—. ¿Tienes la lista de mis tareas de hoy? Estoy falta de práctica y veo que no has hecho nada de nada, salvo romper puertas y agujerear paredes. —Se seca las manos en un trapo de cocina y le dedica a Joe una mirada de desaprobación.
Él no se vuelve para mirarla a la cara porque está ocultando la enorme tienda de campaña que la erección levanta en sus pantalones. Mentalmente, me anoto un tanto. Qué bueno...
—¡__ te lo dirá en cuanto me haya ayudado con una cosa que debo hacer arriba! —grita por encima del hombro antes de desaparecer.
¿Yo? No sé qué es lo que hace Cathy ni qué quiere él que haga hoy, y tampoco tengo la menor intención de seguirlo escaleras arriba y terminar lo que he empezado.
 
Me quedo sentada en mi sitio y respiro hondo para reunir la confianza en mí misma que necesito.
—Cathy, quería disculparme por lo de ayer y por lo de antes.
Pone cara de no darle importancia.
—No te preocupes, cariño. De verdad.
—Ayer fui una maleducada, y antes... en fin... No sabía que iba a venir nadie.  —Me  arden  las mejillas  mientras  me como  el último  bocado  de bagel.
—__, de verdad, no te preocupes. Joe me dijo que habías tenido un día horrible y que olvidó decirte que iba a venir hoy. Lo entiendo. —Me sonríe y se sacude el polvo del delantal. Es una sonrisa sincera. Me cae bien Cathy. Tiene aspecto de buena persona, con el pelo corto y gris, sus faldas de flores y su cara dulce.
—No volverá a ocurrir —digo. Llevo el plato al lavavajillas y, cuando voy a abrirlo, ella me lo quita de las manos antes de que haya podido meterlo.
—Ya me encargo yo. Tú sube y ayuda a mi chico con lo que sea que necesite de ti.
Sé exactamente para qué me necesita y no pienso ir a ninguna parte. Que se las arregle solito. Me mata decirle que no, pero su cara era para morirse.
—Ya se las apañará.
—De acuerdo. ¿Repasamos mi lista de tareas? Tengo un día para cada cosa, pero he estado fuera tanto tiempo que más vale empezar de cero.— Saca  un cuaderno  y un lápiz  del bolsillo  del delantal  y se prepara  para tomar notas—. Debería comenzar por lavar y planchar la ropa.
—La verdad es que no lo sé. —Me encojo de hombros—. No vivo del todo aquí —le susurro.
Me gustaría añadir que he sido secuestrada y me han obligado a mudarme en contra de mi voluntad.
—¿Ah, no? —Está perpleja—. Mi chico ha dicho que sí.
—Es una conversación que tenemos pendiente —le explico—. No le gusta que le digan que no. Al menos, que yo le diga que no.
La frente brillante de la mujer se llena de arrugas.
—¿Qué me dices? ¡Pero si mi chico es un amor!
Me atraganto.
—Sí, eso me han dicho. —Si alguien más me dice que es un amor, un tío que se toma las cosas con calma y tal, voy a vomitar.
—Es muy agradable tener a una mujer en casa —dice cogiendo un limpiador de debajo del fregadero—. Mi chico necesita una chica —añade para sí.
Sonrío al ver el afecto con el que Cathy habla de Joe. Me pregunto cuánto hace que trabaja para él. Joe dijo que era la única mujer sin la que no podía vivir, aunque sospecho que las cosas han cambiado.
Rocía el mármol con limpiador antibacterias y le pasa el trapo.
—Si lo prefieres, esperaré a Joe.
—Sí, gracias —digo—. Tengo que hacer unas llamadas. —Mi móvil se está cargando, pero no veo mi bolso—. Cathy, ¿has visto mi bolso?
—Te lo he guardado en el armario ropero, cariño. Ah, y le he pedido a Clive que se encargue de la puerta del ascensor.
Qué vergüenza.
—Gracias.
Cojo el móvil y voy a buscar mi bolso. Seguro que piensa que, además de maleducada, soy una desordenada, una vándala y una exhibicionista.
 
Encuentro el bolso y miro el móvil. Tengo dos llamadas perdidas de mamá y un mensaje de texto de Matt. Qué pesadez. Debería borrarlo, pero me puede la curiosidad.
 
No sé qué me pasó. Lo siento. Bss.
 
Se me ponen los pelos de punta y borro el mensaje. Sólo me faltaría que lo viera Joe. Ya me ha pedido perdón otras veces, y lo que me tiene mosca es cómo se ha enterado de que estoy saliendo con Joe. Debería llamar a mi madre antes que nada, pero tengo una amiga que tiene mucho que contarme. Tarda en contestar. Sé que estará mirando la pantalla y preguntándose qué decir.
—¡Eres socia! —la acuso directamente cuando contesta.
—¿Y? —Va a hacer como que no tiene importancia,  pero sé que la pregunta le molesta.
—¿Por qué no me lo dijiste?
—Porque no es asunto tuyo.
—¡Gracias! —Estoy muy ofendida. Nos lo contamos todo.
—Es pura diversión, __. —La noto impaciente.
Ya he oído eso antes pero sé que no es toda la verdad. Sé que le gusta Sam, y no entiendo cómo el hecho de sumergirse en su estilo de vida va a ayudarla a conseguir lo que quiere. Es un desastre en potencia.
—No te lo crees ni tú. ¿Por qué no quieres admitir que hay más?
—¿Qué quieres decir? —Parece sorprendida, sorprendida de que me haya atrevido a hacer la pregunta del millón.
—Que Sam te gusta de verdad —le digo, ya harta. Se burla.
—¡No!
—No tienes arreglo.
¿Por qué no se traga el orgullo y lo admite? ¿Qué daño va a hacerle? A mí me lo puede contar.
—Hablando de  no  tener  arreglo, ¿qué tal  Joe? Joder, __, ¡ese hombre tiene un buen gancho!
Me echo a reír.
—Ya ves. Matt intentó besarme antes de que llegara él. Luego le dijo a Joe que nos habíamos besado. Estoy segura de que Matt se ha despertado con un ojo morado.
—¡Me alegro! —Kate se ríe, y yo no puedo evitar la sonrisita de satisfacción que brilla en mi cara. Se lo tenía merecido.
—Sabe lo de Joe con la bebida —añado, y ahora ya no me río.
—¿Cómo? —inquiere; está tan sorprendida como yo.
—Ni idea. Oye, tengo que llamar a mi madre. Te veo luego.
—¡Claro! —Está emocionada. A mí, en cambio, no me hace ninguna ilusión la cena de esta noche—. ¡Allí nos vemos!
—Adiós.  —Cuelgo  y marco  el  número  de  mi  madre  antes  de  que mande una partida de búsqueda.
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Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 9 Empty
MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 9 Icon_minitimeOctubre 11th 2014, 12:17

Capítulo 17 Parte 2


—¿__? —Su voz chillona me hiere los tímpanos.
—¡Mamá, no grites!
—Perdona. Matt ha vuelto a llamar.
«¿Qué?»
Voy a la sala de estar y me siento. Cualquier  esperanza  de que mi madre me animara acaba de irse al infierno.
—__, dice que te has ido a vivir con un alcohólico empedernido que tiene muy mal carácter. ¡Le pegó una paliza a Matt!
Me hundo en una silla y levanto la vista al cielo tremendamente cabreada. ¿Por qué no puede ese gusano de mierda volver al agujero oscuro del que salió y morirse de una vez?
—Mamá, por favor, no vuelvas a hablar con él —suplico.
No se puede ser más rastrero, mira que soltarles esa mierda a mis padres. Lo único que ha conseguido es que me reafirme en mis conclusiones: es una serpiente mentirosa.
—Pero ¿es verdad?—insiste ella, y me la puedo imaginar compartiendo una mirada de preocupación con mi padre.
—No exactamente. —No puedo mentir del todo. Algún día averiguará dónde estoy—. No es como dice Matt, mamá.
—Entonces ¿qué pasa?
No puedo contárselo por teléfono. Hay demasiadas explicaciones que dar y no quiero que juzgue a Joe. Quiero matar a Matt.
—Mamá, tengo que irme a trabajar —digo. Una mentirijilla no la matará.
—__, estoy muy preocupada por ti.
Ya lo noto. Odio a Matt por hacerme esto, pero su mensaje decía que lo sentía. ¿Eso fue antes o después de llamar a mis padres y ponerlos al corriente de mi vida amorosa? Debería enviar a Joe a que le partiera la cara otra vez.
—Mamá, no te preocupes, por favor. Matt quería que volviera con él. Se me echó encima mientras recogía las cosas que aún tenía en su casa y la cosa se puso muy fea cuando lo rechacé. Joe sólo me estaba protegiendo.—Intento darle los titulares y omito a propósito las partes que lo pueden dejar mal. Hay unas cuantas.
—¿Joe? ¿No es ése el hombre con el que estabas cuando te llamé el fin de semana pasado?
—Sí —suspiro.
—Entonces no es sólo un amigo. —Lo dice en tono de reproche. Ha descubierto mi mentira piadosa y no le ha hecho ninguna gracia.
—Hace poco que salimos. No es nada serio. —Intento quitarle importancia y me río para mis adentros. Ni yo misma me creo lo que acabo de decir.
—¿Y es alcohólico?
Doy un suspiro de hastío que sé que no le gusta un pelo.
—No es alcohólico, mamá. Matt está despechado, no le hagas ni caso y no vuelvas a cogerle el teléfono.
—Esto no me gusta nada. Cuando el río suena, agua lleva, __.
La verdad es que se la oye disgustada, y lo entiendo. Nunca me he alegrado  tanto de que vivan tan lejos. No creo que pudiera  mirarla a la cara.
—Tu hermano estará pronto en Londres —añade amenazante. Sé que en cuanto me cuelgue va a llamar a Dan para contarle las novedades.
—Lo sé. Tengo que dejarte —insisto.
—Vale.  Te  llamo  el  fin  de  semana  —dice  de  un  tirón—.  Cuídate mucho —añade con más dulzura. Nunca le gusta terminar mal una conversación.
—Lo haré. Os quiero.
—Nosotros a ti también, __.
Dejo el teléfono sobre mi regazo y me quedo mirando las musarañas.
¿Va a seguir jodiéndome la vida? La tentación de llamar a la madre de Matt es enorme. Nunca he sido de su agrado ni ella del mío. Su precioso hijito adorado lo hace todo bien, así  que llamarla para contarle la de cuernos que me ha puesto sería inútil. Dios, a mis padres les va a dar un ataque.
Cierro los ojos e intento borrar de mi mente a los ex novios odiosos y a los padres preocupados. Nada, no funciona. Cuando vuelvo a abrirlos, Joe me está mirando con las manos apoyadas en los reposabrazos de la silla.
Su enorme sonrisa desaparece en cuanto ve mi expresión.
—¿Qué ocurre? —pregunta, muy preocupado.
No quiero decírselo. Lo último que necesito es volver a lo que pasó ayer.
—Cuéntamelo. No más secretos.
—Vale  —digo  cuando  se pone  en cuclillas  para  que  nuestros  ojos queden a la misma altura.
Me coge la mano.
—Venga, cuéntamelo.
No quiero empezar el día a malas con la furia de Joe.
—Matt llamó a mis padres y les ha contado que estoy viviendo con un alcohólico empedernido que le pegó una paliza —suelto lo más rápido que puedo, y me preparo para la tormenta.
Se demuda y se muerde el labio inferior. He cambiado de opinión, no quiero que Joe le haga una cara nueva a Matt. Por la mirada que tiene, creo que lo mataría.
Espero pensativa a que sopese lo que sea que está sopesando.
—No soy alcohólico —masculla.
—Lo sé —digo con toda la convicción de que soy capaz, aunque creo que mi tono parece condescendiente.
No le gusta que lo llamen alcohólico, y ahora me pregunto si tiene razón o si  está en modo negación. Parece muy enfadado. Ojalá no le hubiera dicho nada.
—Joe, ¿cómo lo sabe? —inquiero. Se pone de pie.
—No lo sé, __. Tenemos que hablar con Cathy.
¿Eso es todo? ¿No va a indagar y a averiguarlo?
—¿Por qué tenemos que hablar con Cathy? —pregunto secamente.
—Hace tiempo que no viene. Hay cosas que necesita saber. —Me tiende la mano y dejo que me ayude a levantarme.
—¿Como qué?
—No lo sé. Por eso tenemos que hablar con ella. —Me arrastra a la cocina. Le suelto la mano.
—No. Tú tienes que hablar con ella. Es tu casa y tu asistenta —replico negando con la cabeza. Acabo de ganarme una buena.
—¡Nuestra! —Me agarra por el culo y me atrae hacia sí—. Se te da muy bien tocarme las pelotas. Lo que me recuerda —me restriega la entrepierna— que lo de antes ha sido cruel y en absoluto razonable.
Arquea una ceja.
—Te he estado esperando arriba y no has aparecido. 
Se me escapa la risa.
—¿Y qué has hecho?
—¿Tú qué crees?
Me echo a reír a carcajadas  al pensar en mi pobre hombre teniendo que recurrir a una paja rápida porque yo soy una cría y una calientabraguetas. Se me pasa la risa en cuanto vuelve a restregarme la entrepierna.  Lo  miro  a  los  ojos.  Le  brillan  de  felicidad.  Conozco  su jueguecito y, estando Cathy en la cocina, sé que no va a terminar lo que empiece. Me revuelvo en sus brazos y me enderezo.
—Lo siento —digo con una sonrisa, aunque lo cierto es que no lo siento en absoluto.
Me mira mal con sus ojazos castaños. La ira ha desaparecido, gracias a Dios.
—Ya lo creo que lo vas a sentir. —Me atrapa—. No vuelvas a hacerlo. 
Me da un señor morreo y se va. Me quedo mareada y desorientada.
Le lanzo una mirada asesina.
—Ve a hablar con tu asistenta —digo; se me da fatal fingir que no me afecta.
—¡Nuestra! ¡Por todos los santos, mujer! —Aprieta la mandíbula de la frustración—. ¡Eres imposible!
«¿Yo?»
—Ve a hablar con la asistenta. Necesito hacer las paces con Clive. — Lo dejo enfadarse a gusto—. Adiós, Cathy —digo al salir del ático.
 
 
Bajo tímidamente del ascensor. Ya me he ganado a Cathy, ahora tengo que recuperar al conserje. Necesito purgar mi alma. Me río por dentro. Unas míseras disculpas no van a bastar, y Clive ya está al tanto de lo de la puerta del ascensor. Debe de estar muy enfadado conmigo.
Lo pillo recogiendo el correo.
—Buenos días, Clive.
Cierra el buzón y alza la mirada. Me odia.
—__ —contesta con cero amabilidad. Es más que formal. Está muy, muy cabreado.
—Clive, lo siento mucho.
—Me has causado muchos problemas —dice negando con la cabeza de  vuelta  a su mostrador—.  Y no sé  qué  le  ha  pasado  a la  puerta  del ascensor. Eres un torbellino, __.
¿Yo? Pongo los ojos en blanco. No voy a defenderme.
—Lo sé. ¿Cómo puedo compensarte?
Me  apoyo  con  los  codos  en  el  mostrador  y  pongo  mi  cara  más angelical.
—No me mires así, jovencita —me recrimina.
Le dedico una caída de ojos y él intenta no sonreír, pero las comisuras de los labios lo delatan. Ya casi lo tengo.
—¿Cuál  es  tu  bebida  favorita?  —A  los  jubilados  les  encanta  el whisky.
Levanta la vista del correo. «¡Bingo!»
—Un Glenmorangie Port Wood Finish —dice mientras se le ilumina la cara.
—Hecho —digo. Y Clive sonríe—. Y de verdad que lo siento mucho. No sé qué me pasó.
Lo sé perfectamente: Joseph Jonas. Eso me pasó.
—Está olvidado. Ten, tu correo. —Me da un par de sobres.
—Gracias, Clive.
 
Salgo a la luz del día, me pongo las gafas y meto los sobres en el bolso.  Hace  un día  precioso  y tengo  muchas  ganas  de  pasarlo  con  don Imposible.
—Vas a tener que hablar con Cathy —dice Joe saliendo del Lusso detrás de mí—.Quiere saber            cuáles son nuestros            platos favoritos, productos de higiene personal y no sé qué más. —Está claro que el tema lo supera.
Lo veo acercarse, con su metro noventa de puro músculo. Sonrío. Nunca me cansaré de mirarlo. Lleva los vaqueros gastados colgando de las caderas y una camiseta blanca que le marca un poco los bíceps. Lleva puestas las Wayfarer y no se ha afeitado. Está para comérselo.
—¿De qué te ríes? —pregunta la mar de contento.
—¿No te parece raro no saber esas cosas? —Mi voz es crítica, porque tengo razón. Es absurdo que ignoremos esas cosas tan básicas el uno del otro.
Me coge de la mano y sigue andando.
—¿Adónde quieres llegar?
—Pues que no sabemos nada el uno del otro. —No me lo puede negar. Es la pura verdad.
Se detiene.
—¿Cuál es tu comida favorita? 
Frunzo el ceño.
—El salmón ahumado.
—Lo sabía —sonríe—. ¿Qué marca de desodorante usas? 
Pongo los ojos en blanco.
—Vaseline.
Levanta la vista al cielo y suelta un falso suspiro de alivio.
—Ahora ya te conozco mucho mejor —se burla—. ¿Contenta?
Se cree muy listo. Lo que no quiere es admitir que no es normal no saber esas cosas.
—¿Vamos a ir en coche? —pregunto cuando me abre la puerta del acompañante.
—No vamos a ir andando, y no uso el transporte público. Sí: vamos a ir en coche. Además, tenemos que pasar un momento por La Mansión para comprobar que todo está listo para esta noche.
Creo que voy a disimular un gruñido. Genial, me pido la jornada libre para estar con Joe y me arrastran a La Mansión día y noche. Me subo al coche y espero a que Joe se siente a mi lado.
 
Nos dirigimos a la ciudad. El tráfico de la hora punta no parece molestar  a Joe. Oasis  canta Morning glory, y Joe la tararea mientras tamborilea con los dedos sobre el volante. Como siempre, conduce como un loco y sin la menor consideración. Éste es el Joe que se toma las cosas con calma, ese del que me habla todo el mundo. Ante los últimos descubrimientos, siento como si me hubieran quitado un peso de encima. Sé que tiene un pasado, uno muy sórdido, pero es su pasado. Me quiere. De eso no me cabe duda.
—¿Qué? —Me pilla con una sonrisa estúpida en la cara.
—Estaba pensando en lo mucho que te quiero. —Lo digo como si nada mientras bajo un poco la ventanilla. Hace calor aquí dentro.
—Lo sé. —Me acaricia la rodilla—. ¿Adónde vamos?
Fácil.
—A Oxford Street. Todas las tiendas que me gustan están en Oxford Street.
Hace una mueca de desaprobación.
—¿Todas las tiendas?
—Sí.
Pero ¿qué le pasa?
—¿No hay una a la que vayas siempre?
¿Sólo una? ¿Cree que voy a encontrar un vestido en la primera tienda que pise?
—También  quiero unos zapatos  nuevos. Y puede que un bolso. No vamos a encontrarlo todo en una sola tienda.
—¡Yo sí! —Se ha quedado de piedra al saber que pretendo arrastrarlo por  más  de  una  tienda.  No  me  imagino  a  Joe  comprando  ropa.  Los hombres lo tienen mucho más fácil que las mujeres. Si está esperando una experiencia similar, lo tiene crudo.
—¿Tú adónde sueles ir?
—A Harrods. Zoe me viste siempre. Es rápido e indoloro.
—Sí, porque pagas por un servicio —respondo, cortante.
—No hay nada mejor, y es dinero bien invertido. Son los mejores — afirma, convencido—. Además, como no vas a pagar tú los vestidos, puedo elegir cómo vamos a comprar.
—Un vestido, Joe. Me debes un vestido —le recuerdo. Se encoge de hombros y no me hace ni caso—. Un vestido —repito.
—Muchos vestidos —dice por lo bajo.
¡No! No va a comprarme la ropa. Ya fui de compras con él una vez y casi le da un ataque de epilepsia al ver el largo del vestido. Sí, sólo compré aquel trapo tan caro para vengarme de él, pero fue porque el muy dictador pretendía decirme qué me podía poner y qué no. Quiere comprarme ropa para poder elegirla él.
—¡No vas a comprarme ropa! —digo con todo el enfado que siento. Me mira como si tuviera dos cabezas.
—¡Ya lo creo que sí!
—Va a ser que no.
—__, esto no es negociable y punto. —Retira la mano de mi rodilla para cambiar de marcha.
—Cierto, no es negociable. Mi ropa me la compro yo.
 
Pongo la música a todo volumen para ahogar su respuesta. No voy a ceder. ¡Mi ropa me la compro yo y punto!
Oasis llena el silencio el resto del camino. Joe se está mordiendo el labio inferior y los engranajes de la cabeza se mueven tan de prisa que casi puedo oírlos. Sonrío porque, si no estuviéramos en un lugar público, me echaría un polvo de entrar en razón ahora mismo. Como no puede ser, tiene que maquinar otra cosa para salirse con la suya.
Aparca y me mira.
—Tengo una propuesta —me dice, confiado.
Los engranajes. No me cabe duda de que el resultado de la propuesta será que él se saldrá con la suya.
—No voy a negociar contigo, y no puedes echarme un polvo de entrar en razón, ¿verdad? —digo muy segura al salir del coche.
Joe salta del asiento y viene junto a mí. Me clava la mirada.
—¡Esa boca! Ya me debes un polvo de represalia.
—¿Perdona?
—Por tu pequeño numerito del desayuno. 
Sabía que no iba a salir impune.
—Digas lo que digas, no vas a comprar mi ropa —replico, altanera. Me  viene  a  la  mente  el  comentario  de  Joe  acerca  de  comprar  sólo vestidos. Lo decía en serio.
—Escúchame —protesta—. Mi oferta te va a gustar —sonríe. Su confianza en sí mismo ha vuelto, y me pica la curiosidad. Lo estudio un instante y sonríe aún más. Sabe que ha llamado mi atención.
—¿Qué? —pregunto. ¿Con qué va a cautivarme? Los ojos le brillan de satisfacción.
—Si me dejas que te regale las compras —me dice poniéndome  un dedo en la mandíbula  para cerrarme  la boca cuando ve que voy a poner peros—, te diré cuántos años tengo.
Cierra el trato con un beso.
«¿Qué?»
Lo dejo que me bese hasta dejarme sin más pegas, ahí, en mitad de las aceras de Londres. Una vez más, estoy poseída por este hombre que me pone un dedo encima y me deja inconsciente. Gime en mi boca, se separa y me coge en brazos.
—Ya sé cuántos años tienes —digo pegada a sus labios. Se aparta un poco y me mira fijamente.
—¿Estás segura?
La mandíbula me llega al suelo.
—¡Me mentiste!
¿No tiene treinta y siete años? ¿Cuántos tiene, entonces? ¿Más?
—Dímelo —exijo, muy seria.
—No. Primero las compras y luego las confesiones. De lo contrario, puede que te rajes. Sé que las chicas guapas juegan sucio. —Sonríe y me deja en el suelo.
—¡No! —Es obvio que voy a jugar sucio—. ¡No me puedo creer que me mintieras!
Me lanza una mirada inquisitiva.
—No me puedo creer que me esposaras a la cama.
Ya. Yo tampoco, pero parece que todo el esfuerzo fue inútil. Me coge de la mano y cruzamos la calle en dirección a la tienda.
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ale-Jonas
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 9 Icon_minitimeOctubre 15th 2014, 23:16

Gracias por el capitulo... :3 estuvieron bn padres y no selo porqe fueron para mi.. siguela..
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ale-Jonas
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 9 Icon_minitimeOctubre 17th 2014, 07:30

Hola aqi de pasada.... suguela... Smile
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ale-Jonas
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 9 Icon_minitimeOctubre 17th 2014, 07:31

Ups... me equivoque... xD
Siguela
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ale-Jonas
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 9 Icon_minitimeOctubre 17th 2014, 07:34

Siguela..... siguela....
Siguela..... siguela....
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ale-Jonas
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 9 Icon_minitimeOctubre 18th 2014, 07:12

Pliss siguelaa... Smile
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ale-Jonas
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 9 Icon_minitimeOctubre 18th 2014, 07:12

Por favor... estoy desesperada..
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 9 Icon_minitimeOctubre 19th 2014, 12:08

Capítulo 18
 
De inmediato, montañas de fantásticos bolsos bendicen mis ojos, pero Joe no me deja ni mirar. Camina con decisión y me arrastra detrás de él hacia el ascensor. Aprieta el botón del primer piso. Recorro con la mirada el plano de la tienda.
—Oye, quiero ir a la cuarta planta.
Preferiría evitar las colecciones internacionales de la primera planta: son carísimas. Sin embargo, no me hace ni caso.
—¿Joe? —Lo miro, pero su rostro es impasible y me agarra firmemente de la mano. Se abren las puertas del ascensor y tira de mí.
—Por aquí —dice, y me guía entre expositores increíbles de ropa de alta costura y diseñadores famosos. Me alegro de que los estemos pasando de largo.
«¡Ay, no!»
Me hundo en la miseria cuando veo un cartel que reza «Asistente de compras».
—No, Joe. No, no, no.
Intento detenerlo, pero tira de mí hacia la entrada de la sección.
—Joe, por favor —le suplico, aunque él me ignora por completo. Quiero inflarlo a patadas. Odio la atención y el revuelo de las tiendas.
Te besan el culo y te dicen que todo te sienta fenomenal y al final te ves obligado a comprar algo. La presión será inmensa, y no quiero ni pensar en el precio.
—Tengo una cita con Zoe —le dice al dependiente bien vestido que nos saluda.
¿Por qué me ha preguntado adónde quería ir si ya tenía planes? Quiero retorcerle el pescuezo.
—¿El señor Jonas? —pregunta el dependiente.
—Sí —responde Joe            ignorándome, a pesar de que sabe perfectamente que lo estoy mirando con odio y que me incomoda mucho todo esto.
—Por aquí, por favor. ¿Les apetece beber algo? ¿Una copa de champán? —ofrece con educación.
—No, gracias —contesta Joe.
El joven nos conduce hasta una lujosa zona privada y Joe me lleva a un enorme sofá de cuero. Me siento a su lado y retiro la mano. Ésta es mi peor pesadilla.
 
—¿Qué pasa? —Intenta volver a cogerme la mano. Lo miro, acusadora.
—¿Por qué me has preguntado adónde quería ir si ya habías concertado una cita?
Se encoge de hombros.
—No entiendo por qué quieres vagar por decenas de tiendas si puedes comprarlo todo aquí.
¿De verdad no lo entiende? Es un hombre, ¿qué esperaba?
—¿Así es como compras tú?
Debe de tener más dinero que sentido común. No dejo de sudar.
—Sí, y pago por el privilegio,  así que sígueme la corriente  —dice, tajante.
Estoy  alucinada,  pero  antes  de  que  pueda  contraatacar,  una  chica joven y rubia entra en escena y le dedica una sonrisa a Joe. Es bonita y lleva un traje de color crema de Ralph Lauren.
—¡Joe! —lo saluda—. ¿Cómo estás?
Él  se  levanta  y  le  da  dos  besos.  A juzgar  por  el  intercambio,  se conocen. ¿Cada cuánto viene?
—Muy bien, Zoe, ¿y tú? —le sonríe, es una de sus sonrisas arrebatadoras, de las que reducen a las mujeres a un saquito de hormonas a sus pies.
—Muy bien. Ésta debe de ser __, ¿no? Es un placer conocerte.
Me ofrece la mano y me levanto para estrechársela con una pequeña sonrisa. Es muy amable, pero no estoy cómoda aquí. Se sienta en la silla que hay enfrente.
—__, me ha dicho Joe que estás buscando algo especial para una fiesta  importante  —dice,  emocionada.  «Algo  especial»  suena  a  que también va a tener un precio especial.
—Algo muy especial —reitera Joe tirando de mí para que vuelva a sentarme en el sofá. Me está entrando un sofoco, creo que esta sala tan amplia me está dando claustrofobia.
—Bien, ¿cuál es tu estilo, __? Dame una idea de qué te gusta. — Deja las manos sobre el regazo y me mira expectante.
No sé cuál es mi estilo. Si me gusta algo y me sienta bien, lo compro. No puedo ponerle una etiqueta a mi estilo.
 
—La  verdad  es  que  no  tengo  un  estilo  concreto.  —Me  encojo  de hombros y se le ilumina la cara. Debe de ser la respuesta correcta.
—Muchos vestidos —interrumpe Joe—. Le gustan los vestidos.
—A  ti  te  gustan  los  vestidos  —musito,  y  me  gano  un  pequeño rodillazo.
Zoe  sonríe  y  muestra  una  dentadura  tan  perfecta  como  las  de  las estrellas de Hollywood.
—Una talla 38, ¿verdad?
—Sí —confirmo.
—Nada demasiado corto —añade Joe.
Lo miro boquiabierta. Sabía que iba a pasar. No suelo llevar vestidos cortos, pero de repente me apetece mucho gracias a su actitud de cavernícola. Zoe se ríe.
—Joe,             tiene unas piernas fantásticas. Sería una pena desaprovecharlas. ¿Qué número de zapato, __?
Me cae bien.
—38 también.
—Estupendo. Ven conmigo. —Se levanta y la imito. Joe se pone a su vez en pie.
—No me puedo creer que me estés haciendo esto —gimoteo cuando me besa en la mejilla. Zoe me cae bien, pero preferiría ir de compras sola. Suspira.
—__,  quiero  divertirme.  —Me  abraza—.  Voy  a  disfrutar  de  un desfile de moda privado con mi modelo favorita. —Hace un mohín.
—¿Quién elige el vestido, Joe?
Me da un beso de esquimal.
—Tú. Yo me limitaré a observar, te lo prometo. Corre, vuélvete loca. —Se sienta otra vez y marca un número en el móvil. Qué alivio. No creo que pudiera soportar que nos fuera siguiendo por la tienda criticando todo lo que me guste.
Zoe me conduce por la sección.
—¿Así que hoy te van a mimar? —pregunta con una sonrisa afable. Es encantadora, pero sus dientes están demasiado blancos.
—Bajo coacción. —Le devuelvo la sonrisa.
—¿No quieres que te mimen? —Se echa a reír y coge un vestido verde y largo para enseñármelo. Es precioso, pero es más el color de Kate.
 
Niego con la cabeza y pongo expresión de disculpa. Me imita.
—No.  Estoy  de  acuerdo.  ¿Qué  tal  éste?  —Pasa  la  mano  por  un fantástico vestido estilo heleno.
—Es precioso —digo, aunque parece muy caro.
—Lo es. Nos lo probamos. ¿Y este otro?
—¡Vaya! —exclamo al ver un vestido crema entallado con un corte en la  falda  que  arranca  de  la  cadera—.  A Joe  no  le  gusta  que  enseñe mucho...   —Me  río  abriendo   el  corte.  Con  este  vestido  tendría   que afeitármelo todo.
—¿En serio? —Me mira con curiosidad. Como me diga...— Pero si es un amor y se lo toma todo con mucha calma —añade.
«¡Que te lo has creído!»
Suelto el vestido y cojo uno rojo de satén.
—No es para mí —musito—. Éste me gusta.
Zoe sonríe.
—Buena elección. ¿Y éste? —Acaricia un impresionante palabra de honor de color crema. ¿Me dejará llevar escote palabra de honor?
—Es precioso. —Me lo puedo probar. Estoy segura de que me lo hará saber si no le gusta. Algo llama mi atención al otro lado de la sección. Mis piernas echan a andar sin darme cuenta.
Acaricio  la  parte  delantera  de  un delicado  vestido  largo  de  encaje negro. Es una preciosidad.
—Tienes que probarte ése —dice Zoe acercándose. Lo coge y le da la vuelta  con  cuidado.  Está  sujeto  por  un cable  de  seguridad,  lo que  sólo puede significar una cosa—. ¿Verdad que es una maravilla?
Lo es. También debe de ser caro de morirse si la tienda cree necesario ponerle alarma. Tampoco lleva etiqueta, otra señal de que me desmayaría si supiera el precio. Recorro con la mirada la espalda del vestido ajustado, que se ensancha en la cadera y cae con delicadeza hacia el suelo. Es un diseño sencillo, con la espalda abierta en forma de pico, las mangas cortas que caen apenas más allá del hombro y un escote profundo delante. Está claro como el agua que es de alta costura.
—A Joe le encanta que lleve encaje —señalo en voz baja. También le gusta que vista de negro.
—Entonces te lo tienes que probar —dice colgándolo de nuevo—.¿Cuánto llevas con Joe? —pregunta de manera informal.
 
Me pongo en guardia. ¿Qué le digo? La verdad es que llevo con él desde hace más o menos un mes, y que él se pasó una semana borracho y con el corazón roto. Un pensamiento horrible invade mi cerebro atontado.
—No mucho —intento sonar tan indiferente como Zoe, pero no cierro la boca—. ¿Trae aquí a todas las mujeres con las que sale?
Se echa a reír a mandíbula batiente. No sé si es buena señal.
—¡Por Dios, no! ¡Se arruinaría! Es muy mala señal.
Se ve que me ha visto la cara porque palidece un poco.
—__, lo siento. No ha sonado nada bien. —Se tensa sobre los tacones—. Lo que quería decir es que si trajera a todas las mujeres con las que se ha acostado... —Deja de hablar y se pone lívida. Quiero vomitar—. ¡Mierda! —exclama.
—Zoe, no te preocupes. —Me centro en otro vestido. ¿A quién trato de engañar? Mi hombre ha conocido mucho mundo.
—__, la verdad es que nunca ha salido con nadie. Al menos, no que yo sepa. Es un partidazo. Vas a tener que espantar a todas las mujeres de La Mansión, eso seguro.
—Ya. —Me río un poco. Necesito  cambiar  de tema. La imagen de Joe con otra mujer aparece de nuevo en mi mente. Está claro que Zoe sabe a qué se dedica él—. ¿Adónde vamos ahora?
Pongo cara de que no me afecta y de que no soy celosa, si es que esa cara  existe.  Sin embargo,  la sangre  me hierve  por dentro,  y se me han puesto los pelos como escarpias. ¿Por qué Joe ha sido tan putero?
—¡A por zapatos!  —exclama  Zoe llevándome  hacia  los ascensores egipcios de Harrods.
 
 
Una hora más tarde, volvemos  a la zona pija privada  con un chico empujando un enorme perchero cargado de vestidos y zapatos. Joe sigue en el sofá con el móvil en la oreja.
Sonríe y cuelga.
—¿Lo has pasado bien? —me pregunta levantándose y dándome besos en la cara—. Te he echado de menos.
—Sólo he tardado una hora. —Me río y me cojo a  sus hombros cuando me echa hacia atrás.
—Mucho tiempo —gruñe—. ¿Qué has encontrado?
Vuelve a incorporarme.
—Demasiado donde elegir.
He conseguido convencer a Zoe de dejar el vestido largo de encaje. De hecho, he evitado todo lo que estaba conectado a una alarma.
—Venga, pruébatelo todo. —Me da una palmada en el trasero, y me vuelvo para seguir a Zoe y al perchero hacia un espacioso probador.
Paso mucho tiempo entrando y saliendo de un vestido tras otro, bajo la mirada de admiración de Zoe. Cuento veinte vestidos, todos son impresionantes y todos cumplen con los criterios de Joe.
La dependienta desaparece durante un rato y me deja para que medite acerca  de  qué  puñetero  vestido  voy  a  escoger.  Son  todos  demasiado bonitos.  Doy  un  salto  al  verla  acercarse  con  otro  perchero  repleto  de vestidos, aunque éstos son de día, no de noche. La miro, muy confusa.
Se encoge de hombros.
—Tengo órdenes estrictas de hacerte probar muchos vestidos, así que te he traído éstos —dice de vuelta al probador. Aparece de nuevo con el vestido largo de encaje negro—.Y también éstos.
—¿Qué? —Intento recobrar la compostura.  Estoy en ropa interior y con la boca abierta de par en par como un pez dorado.
—Bueno.  —Se me acerca—.  Joe no ha dicho que te pruebes  este vestido en concreto, pero sí que debías tener lo que quisieras. —Me mira sonriente—. Y sé que éste lo quieres de verdad.
—Zoe, no puedo —tartamudeo intentando convencer a mi cerebro de que ese vestido es horrible, espantoso. Feísimo. No funciona.
—Si lo que te preocupa es el precio, no sufras: está dentro del presupuesto. —Cuelga el vestido de una percha en la pared.
—¿Hay un presupuesto? ¿De cuánto? —pregunto, titubeante. Se vuelve y sonríe.
—El presupuesto es que no hay presupuesto.
Refunfuño y me dejo caer en la silla.
—¿Puedo preguntar cuánto cuesta?
—No —me responde, muy contenta—. Ponte esto.
Me pasa un corpiño de encaje negro. Empiezo a colocármelo y Zoe me ayuda a abrocharme los corchetes de la espalda. Mi reticencia queda en segundo plano cuando pienso en la cara que pondrá Joe cuando me vea. Se correrá en el acto.
Zoe me ayuda a meterme en el vestido y me miro al espejo.
—¡Joder! —exclama, y de inmediato se tapa la boca con la mano—. Lo siento. Eso ha sido muy poco profesional.
«Joder»,  digo  yo  también.  Me  vuelvo  para  ver  la  espalda  y  trago saliva. Se ajusta a todas mis curvas a la perfección y roza el suelo cuando me pongo de puntillas. El forro es mate y le da al delicado e intrincado encaje un efecto brillante. El escote profundo es perfecto con las mangas cortas  que  apenas  pasan  de  mis  hombros,  y  deja  al  descubierto  mi clavícula. Zoe sale un momento y vuelve en seguida.
Se arrodilla delante de mí.
—Póntelos —me indica.
Aparto la mirada del espejo y veo un par de zapatos negros de tacón de Dior  con el  talón  descubierto.  Creo  que  voy a desmayarme.  Me los pongo y Zoe da un par de pasos atrás.
—__, tienes que quedarte este vestido. —Lo dice muy seria—. Corre a que te vea Joe.
—¡No! —digo con muy poca educación—. Sé que le va a encantar.
Es negro, es de encaje, se va a derretir  a mis pies. Lo sé. Pero ¿le parecerá bien que lleve la espalda al aire? ¿O eso hará que mi neurótico controlador me tire al suelo para taparme con su cuerpo y que nadie vea mi piel? Y, por último, ¿cuánto cuesta?
Libro una batalla con mi conciencia por el puñetero vestido mientras Zoe me pasa un bolso a juego con los zapatos. Quiero llorar. Sabía que no debía probármelo.
—¿Lo  ha visto  Joe?  —pregunto  volviéndome  hacia  Zoe,  que  me mira sin comprender—.  El vestido, ¿lo ha visto Joe cuando has vuelto con él?
—No. Creo que ha ido al servicio —contesta.
Me llevo la mano a la boca y empiezo a golpearme los dientes con la uña como una posesa.
—Vale, me lo quedo, pero no quiero que él se entere. —Sé que me estoy arriesgando. Zoe da una palmada y sonríe con deleite—. ¿Qué es todo eso? —digo señalando el otro perchero.
—Quiere que te compres muchos vestidos —contesta encogiéndose de hombros.
Qué risa. Está llevando la regla del acceso fácil demasiado lejos. Me quito el vestido y siento otra punzada de incertidumbre cuando Zoe se lo lleva, se lo da a una joven y le indica que Joe no debe verlo. Me pongo con el resto. Voy a comprar tres como máximo, y más le vale no discutir conmigo.
Gasto un millón de calorías poniéndome  y quitándome  un sinfín de vestidos. Hacemos tres montones: cosas que quiero, cosas que no quiero y cosas que tengo que pensar. Estoy pasándomelo bien, lo que me pilla por sorpresa. Joe vuelve a sentarse en el sofá y me ve aparecer y desaparecer cada vez con un vestido distinto.
—Todo le sienta bien, ¿verdad? —le dice Zoe a Joe cuando aparezco con un vestido gris, muy corto, de Chloé. Me encanta pero, al igual que todos los que valen más de trescientas libras, va directo al montón de cosas que no quiero.
Pone cara de horror.
—¡Quítatelo! —escupe, y vuelvo muerta de la risa al probador.
Tiene razón. A mí me encanta pero es muy corto. Parece ropa interior. Estoy molida cuando termino de probármelos todos. Me he cambiado más veces en dos horas que en todo el mes. Reviso el montón de cosas que quiero con Zoe y me pongo un poco nerviosa al ver la de vestidos que hay. Tengo que intentar reducir el número.
—¿Qué nos llevamos? —oigo que dice Joe, acercándose.
—Ha  escogido  unos  vestidos  fabulosos.  Me  da  mucha  envidia  —comenta Zoe—. Voy a envolverlos.
«¡No!»
Todavía lo paso peor cuando Joe le da a Zoe una tarjeta de crédito. La coge y nos deja solos.
—Joe, de verdad que no me siento cómoda con esto. —Le cojo las manos y me pongo delante de él para que me preste toda su atención.
Deja caer los hombros, decepcionado.
—¿Por qué? —Parece muy dolido.
Zoe desaparece  con todos los vestidos del montón de cosas que me gustan.
—Por favor, no quiero que te gastes todo ese dinero en mí.
—Tampoco es tanto            —intenta convencerme, pero he visto las etiquetas. Es demasiado, y ni siquiera sé cuánto cuesta el vestido de noche.
Miro al suelo. No quiero que discutamos por esto en Harrods. Lo miro otra vez.
—Cómprame solamente un vestido para esta noche. Puedo vivir con eso.
—¿Sólo  un  vestido?  —pregunta,  muy  disgustado—.  Otros  cinco vestidos y trato hecho.
Es una agradable sorpresa.
—Dos —regateo.
—Cinco. —Es inflexible—. Eso no era parte del trato.
No, pero ya me da igual la edad que tenga, y ya hemos pasado por lo de intentar que no sea ni para ti, ni para mí. Joe no cede nunca.
Lo miro enfurruñada.
—Me da igual la edad que tengas. Guárdate tu secretito.
—Vale, pero siguen siendo cinco vestidos.
Sospecho que no iba a cumplir su parte del trato de todas formas.
—Tengo  que  hacer  una  llamada  —dice,  y me  da  un pico—.  Ve  a escoger cinco vestidos. Zoe tiene mi tarjeta. La clave es uno, nueve, siete, cuatro.
Doy un paso atrás.
—No puedo creer que acabes de decirme la clave de tu tarjeta.
—No más secretos, ¿recuerdas?
¿No más secretos? ¿Me toma el pelo? Se va y tengo una repentina y maravillosa epifanía. Hago un rápido cálculo mental.
—¡Sí que tienes treinta y siete años! —le grito mientras se va. Se detiene.
—Es tu número secreto. Naciste en el setenta y cuatro. —No puedo evitar mi tono triunfal. Lo he descubierto. Los hombres son tan predecibles —. ¡Me dijiste la verdad!
Se vuelve de nuevo muy despacio y me dirige su sonrisa característica, la que se reserva sólo para mí, y me lanza un beso. Ahora, a escoger mis cinco vestidos.
 
 
Salgo de la zona de compras personalizadas y veo que Joe ya me está  esperando.  No  he  tardado  nada  en  escoger  mis  cinco  vestidos favoritos.
Le devuelvo la tarjeta de crédito y le doy un beso en la mejilla.
—Gracias. —No estoy segura de si  estoy más agradecida por los vestidos o por el pequeño desliz que me ha confirmado que de verdad tiene treinta y siete años. Lo mismo da: soy una chica feliz.
—De nada —dice cogiéndome las bolsas—. ¿Me harás otro pase? — Arquea las cejas.
 
 
—Por supuesto. —No puedo decirle que no, ha sido muy razonable—. Aunque no puedes ver el vestido de noche.
—¿Cuál  has  elegido?  —pregunta  con  curiosidad.  A él  le  gustaban todos, pero no ha visto el vestido que está lejos de su vista en una bolsa para trajes.
—Ya lo verás. —Inhalo su fragancia cuando hunde la cara en mi cuello—. Así que mi hombre está rozando los cuarenta —lo pincho.
Se aparta y pone los ojos en blanco antes de cogerme de la mano para sacarme de la tienda.
—¿Te  molesta  mucho?  —pregunta  con indiferencia,  pero sé que le preocupa.
Ni me molestaba antes, ni me molesta ahora.
—En absoluto, pero ¿por qué te molesta a ti?
—__, ¿te acuerdas de una de las primeras cosas que me dijiste?
¿Cómo olvidarlo? Todavía no sé de dónde salió.
—¿Por qué me mentiste?
Se encoge de hombros.
—Porque no me lo habrías preguntado si no fuera un problema.
Sonrío.
—Tu edad no me molesta para nada —digo mientras bajamos por las escaleras mecánicas egipcias. Él se queda un escalón más abajo que yo, por lo que estamos más o menos a la misma altura—. ¿Eso que tienes ahí es una cana? —pregunto, muy seria.
—¿Te crees muy graciosa? —repone, volviéndose. No le ha gustado mi broma. No debería burlarme, está claro que tiene un problema con el tema de la edad.
No puedo mantenerme seria cuando me coge y se me echa al hombro, pero logro contener un grito. ¡No puede actuar así en Harrods! Rectifico: a Joe le importa un bledo lo que opinen de él o de su comportamiento. Me cogerá, me hará suya o se cabreará conmigo cuando le dé la gana. Lo demás le importa un pimiento, y la verdad es que a mí también.
Salimos a Knightsbridge, me deja en el suelo, me arreglo el vestido y acepto la mano que me ofrece. Caminamos hacia el coche. Ni siquiera me molesto en regañarlo. Ya es habitual que me coja en brazos o se me eche sobre el hombro cuando le viene en gana, ya sea en público o en privado.
—Podemos comer en La Mansión —dice guardando las bolsas en el maletero. Se sienta a mi lado en el coche y me regala la sonrisa que reserva para mí antes de ponerse las gafas de sol—. ¿Lo estás pasando bien?
Lo  estaba,  hasta  que  me  ha  recordado  que  tenemos  que  ir  a  La Mansión. También tengo que soportar una noche entera allí.
—De maravilla. —No puedo quejarme, no mientras esté con él.
—Yo también. Ponte el cinturón —dice, y arranca el coche y se lanza rugiendo al tráfico del mediodía.
Luego pone la música a todo volumen y baja la ventanilla para que todo Knightsbridge escuche Dakota de Stereophonics.
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 9 Icon_minitimeOctubre 23rd 2014, 09:07

Haha.... que pasara cuando joe vea el vestido..???? :O
Siguelaa
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 9 Icon_minitime

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Seduction (Joe y ___) ADAPTADA
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