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| 50 sombras mas oscuras Nick y Tu TERMINADA | |
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+4CristalJB_kjn kar3n Lady_Sara_JB andreru 8 participantes | |
Autor | Mensaje |
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andreru Vecina De Los Jonas!
Cantidad de envíos : 358 Edad : 29 Fecha de inscripción : 25/04/2011
| Tema: Re: 50 sombras mas oscuras Nick y Tu TERMINADA Noviembre 9th 2013, 12:48 | |
| Capitulo 8 Sawyer vuelve a hablarle a su manga. —Taylor, el señor Jonas ha entrado en el apartamento. Parpadea, coge el auricular y se lo saca del oído, probablemente porque acaba de recibir un contundente improperio por parte de Taylor. Oh, no… si Taylor está preocupado… —Por favor, déjeme entrar —le ruego. —Lo siento, señorita __________(ta). No tardaremos mucho. —Sawyer levanta ambas manos en gesto exculpatorio—. Taylor y los chicos están entrando ahora mismo en el apartamento. Ahhh… Me siento tan impotente. De pie y completamente inmóvil, escucho muy atenta, pendiente del menor sonido, pero lo único que oigo es mi propia respiración convulsa. Es fuerte y entrecortada, me pica el cuero cabelludo, tengo la boca seca y me siento mareada. Por favor, que no le pase nada a Nick, rezo en silencio. No tengo ni idea de cuánto tiempo ha pasado, y seguimos sin oír nada. Probablemente eso sea buena señal: no hay disparos. Me pongo a dar vueltas alrededor de la mesa del vestíbulo y a contemplar los cuadros de las paredes para intentar distraer mi mente. La verdad es que nunca me había fijado: hay dieciséis, todas obras figurativas y de temática religiosa: la Madona y el Niño. Qué extraño… Nick no es religioso… ¿o sí? Todas las pinturas del gran salón son abstractas; estas son muy distintas. No consiguen distraer mi mente durante mucho rato. ¿Dónde está Nick? Observo a Sawyer, que me mira impasible. —¿Qué está pasando? —No hay novedades, señorita __________(ta). De repente, se mueve el pomo de la puerta. Sawyer se gira rápidamente y saca una pistola de la cartuchera del hombro. Me quedo petrificada. Nick aparece en el umbral. —Vía libre —dice. Mira a Sawyer con el ceño fruncido, y este aparta la pistola y da un paso atrás para dejarme pasar. —Taylor ha exagerado —gruñe Nick, y me tiende la mano. Yo le miro con la boca abierta, incapaz de moverme, absorbiendo cada detalle: su cabello despeinado, la tensión que expresan sus ojos, la rigidez en la mandíbula, los dos botones desabrochados del cuello de la camisa. Parece que haya envejecido diez años. Sus ojos me observan con aire sombrío y preocupado. —No pasa nada, nena. —Se me acerca, me rodea con sus brazos y me besa en el pelo—.Ven, estás cansada. Vamos a la cama. —Estaba tan angustiada —murmuro con la cabeza apoyada en su torso, disfrutando de su abrazo e inhalando su dulce aroma. —Lo sé. Todos estamos nerviosos. Sawyer ha desaparecido, seguramente está dentro del apartamento. —Sinceramente, señor Jonas, sus ex están resultando ser muy problemáticas —musito con ironía. Nick se relaja. —Sí, es verdad. Me suelta, me da la mano y me lleva por el pasillo hasta el gran salón. —Taylor y su equipo están revisando todos los armarios y rincones. Yo no creo que esté aquí. —¿Por qué iba a estar aquí? No tiene sentido. —Exacto. —¿Podría entrar? —No veo cómo. Pero Taylor a veces es excesivamente prudente. —¿Has registrado tu cuarto de juegos? —susurro. Inmediatamente Nick me mira y arquea una ceja. —Sí, está cerrado con llave… pero Taylor y yo lo hemos revisado. Lanzo un suspiro, profundo y purificador. —¿Quieres una copa o algo? —pregunta Nick. —No. —Me siento exhausta—. Solo quiero irme a la cama. La expresión de Nick se dulcifica. —Ven. Deja que te lleve a la cama. Se te ve agotada. Yo tuerzo el gesto. ¿Él no viene? ¿Quiere dormir solo? Cuando me lleva a su dormitorio me siento aliviada. Dejo mi bolso de mano sobre la cómoda, lo abro para vaciar el contenido, y veo la nota de la señora Robinson. —Mira. —Se la paso a Nick—. No sé si quieres leerla. Yo prefiero no hacer caso. Nick le echa una breve ojeada y aprieta la mandíbula. —No estoy seguro de qué espacios en blanco pretende llenar —dice con desdén—. Tengo que hablar con Taylor. —Baja la vista hacia mí—. Deja que te baje la cremallera del vestido. —¿Vas a llamar a la policía por lo del coche? —le pregunto mientras me doy la vuelta. Él me aparta el pelo, desliza los dedos suavemente sobre mi espalda desnuda y me baja la cremallera. —No, no quiero que la policía esté involucrada en esto. Leila necesita ayuda, no la intervención de la policía, y yo no les quiero por aquí. Simplemente hemos de redoblar nuestros esfuerzos para encontrarla. Se inclina y me planta un beso cariñoso en el hombro. —Acuéstate —ordena, y luego se va. Me tumbo y miro al techo, esperando a que vuelva. Cuántas cosas han pasado hoy, hay tanto que procesar… ¿Por dónde empiezo? Me despierto de golpe, desorientada. ¿Me he quedado dormida? Parpadeo al mirar hacia la tenue luz del pasillo que se filtra a través de la puerta entreabierta del dormitorio, y observo que Nick no está conmigo. ¿Dónde está? Levanto la vista. Plantada, a los pies de la cama, hay una sombra. ¿Una mujer, quizá? ¿Vestida de negro? Es difícil de decir. Aturdida, alargo la mano y enciendo la luz de la mesita, y me doy rápidamente la vuelta para mirar, pero allí no hay nadie. Meneo la cabeza. ¿Lo he imaginado? ¿Soñado? Me siento y miro alrededor de la habitación, dominada por una sensación de intranquilidad vaga e insistente… pero estoy sola. Me froto los ojos. ¿Qué hora es? ¿Dónde está Nick? Miro el despertador: son las dos y cuarto de la madrugada. Salgo aún aturdida de la cama y voy a buscarle, desconcertada por mi imaginación hiperactiva. Ahora veo cosas. Debe de ser la reacción a los espectaculares acontecimientos de la velada. El salón está vacío, y solo hay encendida una de las tres lámparas pendulares sobre la barra del desayuno. Pero la puerta de su estudio está entreabierta y le oigo hablar por teléfono. —No sé por qué me llamas a estas horas. No tengo nada qué decirte… Bueno, pues dímelo ahora. No tienes por qué dejar una nota. Me quedo parada en la puerta, escuchando con cierto sentimiento de culpa. ¿Con quién habla? —No, escúchame tú. Te lo pedí y ahora te lo advierto. Déjala tranquila. Ella no tiene nada que ver contigo. ¿Lo entiendes? Suena beligerante y enfadado. No sé si llamar a la puerta. —Ya lo sé. Pero lo digo en serio, Elena, joder. Déjala en paz. ¿Lo quieres por triplicado? ¿Me oyes?… Bien. Buenas noches. Cuelga de golpe el teléfono del escritorio. Oh, maldita sea. Llamo discretamente a la puerta. —¿Qué? —gruñe, y me dan ganas de correr a esconderme. Se sienta a su escritorio con la cabeza entre las manos. Alza la vista con expresión feroz, pero al verme dulcifica el gesto enseguida. Tiene los ojos muy abiertos y cautelosos. De pronto se le ve tan cansado, que se me encoge el corazón. Parpadea, y me mira de arriba abajo, demorándose en mis piernas desnudas. Me he puesto una de sus camisetas. —Deberías llevar algo de seda o satén, __________(tn) —susurra—. Pero, incluso con mi camiseta, estás preciosa. Oh, un cumplido inesperado. —Te he echado en falta —digo—. Ven a la cama. Se levanta despacio de la silla. Todavía lleva la camisa blanca y los pantalones negros. Pero ahora sus ojos brillan, cargados de promesas… aunque también tienen un matiz de tristeza. Se queda de pie frente a mí, mirándome fijamente pero sin tocarme. —¿Sabes lo que significas para mí? —murmura—. Si te pasara algo por culpa mía… Se le quiebra la voz, arruga la frente y aparece en su rostro un destello de dolor casi palpable. Parece tan vulnerable, y su temor es tan evidente… —No me pasará nada —le aseguro con dulzura. Me acerco para acariciarle la cara, paso los dedos sobre la sombra de barba de sus mejillas. Es sorprendentemente suave—. Te crece enseguida la barba —musito, incapaz de ocultar mi fascinación por el hermoso y dolido hombre que tengo delante. Resigo el perfil de su labio inferior y luego bajo los dedos hasta su garganta, hasta un leve resto de pintalabios en la base del cuello. Se le acelera la respiración. Mis dedos llegan hasta su camisa y bajan hasta el primer botón abrochado. —No voy a tocarte. Solo quiero desabrocharte la camisa —murmuro. Él abre mucho los ojos y me mira con expresión alarmada. Pero no se mueve y no me lo impide. Yo desabotono muy despacio el primero, mantengo la tela separada de la piel y bajo cautelosamente hasta el siguiente, y repito la operación lentamente, muy concentrada en lo que hago. No quiero tocarle. Bueno, sí… pero no lo haré. En el cuarto botón reaparece la línea roja, y levanto los ojos y le sonrío con timidez. —Volvemos a estar en territorio familiar. Trazo la línea con los dedos antes de desabrochar el último botón. Le abro la camisa y paso a los gemelos, y retiro las dos gemas de negro bruñido, una después de otra. —¿Puedo quitarte la camisa? —pregunto en voz baja. Él asiente, todavía con los ojos muy abiertos, mientras yo se la quito por encima de los hombros. Se libera las manos y se queda desnudo ante mí de cintura para arriba. Es como si, una vez sin camisa, hubiese recuperado la calma, y me sonríe satisfecho. —¿Y qué pasa con mis pantalones, señorita __________(ta)? —pregunta, arqueando la ceja. —En el dormitorio. Te quiero en la cama. —¿Sabe, señorita __________(ta)? Es usted insaciable. —No entiendo por qué. Le cojo de la mano, le saco del estudio y le llevo al dormitorio. La habitación está helada. —¿Tú has abierto la puerta del balcón? —me pregunta con gesto preocupado cuando entramos en su cuarto. —No, no recuerdo haberlo hecho. Recuerdo que examiné la habitación cuando me desperté. Y la puerta estaba cerrada, seguro. Oh, no… Se me hiela la sangre, y miro a Nick pálida y con la boca abierta. —¿Qué pasa? —inquiere, con los ojos muy fijos en mí. —Cuando me desperté… había alguien aquí —digo en un susurro—. Pensé que eran imaginaciones mías. —¿Qué? —Parece horrorizado, sale al balcón, mira fuera, y luego vuelve a entrar en la habitación y echa el cerrojo de la puerta—. ¿Estás segura? ¿Quién era? — pregunta con voz de alarma. —Una mujer, creo. Estaba oscuro. Me acababa de despertar. —Vístete —me ordena—. ¡Ahora! —Mi ropa está arriba —señalo quejumbrosa. Abre uno de los cajones de la cómoda y saca un par de pantalones de deporte. —Ponte esto. Son enormes, pero no es momento de poner objeciones. Saca también una camiseta y se la pone rápidamente. Coge el teléfono que tiene al lado y aprieta dos botones. —Sigue aquí, joder —masculla al auricular. Unos tres segundos después, Taylor y otro guardaespaldas irrumpen en el dormitorio de Nick, quien les informa brevemente de lo ocurrido. —¿Cuánto hace? —me pregunta Taylor en tono muy expeditivo. Todavía lleva puesta la americana. ¿Es que este hombre nunca duerme? —Unos diez minutos —balbuceo, sintiéndome culpable por algún motivo. —Ella conoce el apartamento como la palma de su mano —dice Nick —. Estará escondida en alguna parte. Encontradla. Me llevo a __________(tn) de aquí. ¿Cuándo vuelve Gail? —Mañana por la noche, señor. —Que no vuelva hasta que el apartamento sea seguro. ¿Entendido? — ordena Nick. —Sí, señor. ¿Irá usted a Bellevue? —No pienso cargar a mis padres con este problema. Hazme una reserva en algún lado. —Sí, señor. Le llamaré para decirle dónde. —¿No estamos exagerando un poco? —pregunto. Nick me fulmina con la mirada. —Puede que vaya armada —replica. —Nick, estaba ahí parada a los pies de la cama. Podría haberme disparado si hubiera querido. Nick hace una breve pausa para refrenar su mal humor, o al menos eso parece. —No estoy dispuesto a correr ese riesgo —dice en voz baja pero amenazadora—. Taylor, __________(tn) necesita zapatos. Nick se mete en el vestidor mientras el otro guardaespaldas me vigila. No recuerdo cómo se llama, Ryan quizá. No deja de mirar al pasillo y las ventanas del balcón, alternativamente. Pasados un par de minutos Nick vuelve a salir con tejanos y el bléiser de rayas y una bandolera de piel. Me pone una chaqueta tejan sobre los hombros. —Vamos. Me sujeta fuerte de la mano y casi tengo que correr para seguir su paso enérgico hasta el gran salón. —No puedo creer que pudiera estar escondida aquí —musito, mirando a través de las puertas del balcón. —Este sitio es muy grande. Todavía no lo has visto todo. —¿Por qué no la llamas, simplemente, y le dices que quieres hablar con ella? —__________(tn) , está trastornada, y puede ir armada —dice irritado. —¿De manera que nosotros huimos y ya está? —De momento… sí. —¿Y si intenta disparar a Taylor? —Taylor sabe mucho del manejo de armas —replica de mala gana—, y será más rápido con la pistola que ella. —Ray estuvo en el ejército. Me enseñó a disparar. Nick levanta las cejas y, por un momento, parece totalmente perplejo. —¿Tú con un arma? —dice incrédulo. —Sí. —Me siento ofendida—. Yo sé disparar, señor Jonas, de manera que más le vale andarse con cuidado. No solo debería preocuparse de ex sumisas trastornadas. —Lo tendré en cuenta, señorita __________(ta) —contesta secamente, aunque divertido, y me gusta saber que, incluso en esta situación absurdamente tensa, puedo hacerle sonreír. Taylor nos espera en el vestíbulo y me entrega mi pequeña maleta y mis Converse negras. Me deja atónita que haya hecho mi equipaje con algo de ropa. Le sonrío con tímida gratitud, y él corresponde enseguida para tranquilizarme. E, incapaz de reprimirme, le doy un fuerte abrazo. Le he cogido por sorpresa y, cuando le suelto, tiene las mejillas sonrojadas. —Ten mucho cuidado —murmuro. —Sí, señorita __________(ta) —musita. Nick me mira con el ceño fruncido, y luego a Taylor, con aire confuso, mientras este sonríe imperceptiblemente y se ajusta la corbata. —Hazme saber dónde nos alojaremos —dice Nick. Taylor se saca la cartera de la americana y le entrega a Nick una tarjeta de crédito. —Quizá necesitará esto cuando llegue. Nick asiente. —Bien pensado. Llega Ryan. —Sawyer y Reynolds no han encontrado nada —le dice a Taylor. —Acompaña al señor Jonas y a la señorita __________(ta) al parking —ordena Taylor. El parking está desierto. Bueno, son casi las tres de la madrugada. Nick me hace entrar a toda prisa en el asiento del pasajero del R8, y mete mi maleta y su bolsa en el maletero de delante. A nuestro lado está el Audi, hecho un auténtico desastre: con todas las ruedas rajadas y embadurnado de pintura blanca. La visión resulta aterradora, y agradezco a Nick que me lleve lejos de aquí. —El lunes tendrás el coche de sustitución —dice Nick, abatido, al sentarse a mi lado. —¿Cómo supo ella que era mi coche? Él me mira ansioso y suspira. —Ella tenía un Audi 3. Les compro uno a todas mis sumisas… es uno de los coches más seguros de su gama. Ah. —Entonces no era un regalo de graduación. —__________(tn) , a pesar de lo que yo esperaba, tú nunca has sido mi sumisa, de manera que técnicamente sí es un regalo de graduación. Sale de la plaza de aparcamiento y se dirige a toda velocidad hacia la salida. A pesar de lo que él esperaba. Oh, no… Mi subconsciente menea la cabeza con tristeza. Siempre volvemos a lo mismo. —¿Sigues esperándolo? —susurro. Suena el teléfono del coche. —Jonas —responde Nick. —Fairmont Olympic. A mi nombre. —Gracias, Taylor. Y, Taylor… ten mucho cuidado. Taylor se queda callado. —Sí, señor —dice en voz baja, y Nick cuelga. Las calles de Seattle están desiertas, y Nick recorre a toda velocidad la Quinta Avenida hacia la interestatal 5. Una vez en la carretera, con rumbo hacia el norte, aprieta el acelerador tan a fondo que el impulso me empuja contra el respaldo de mi asiento. Le miro de reojo. Está sumido en sus pensamientos, irradiando un silencio absoluto y meditabundo. No ha contestado a mi pregunta. Mira a menudo el retrovisor, y me doy cuenta de que comprueba que no nos sigan. Quizá por eso vamos por la interestatal 5. Yo creía que el Fairmont estaba en Seattle. Miro por la ventanilla, e intento ordenar mi mente exhausta e hiperactiva. Si ella quería hacerme daño, tuvo su gran oportunidad en el dormitorio. —No. No es eso lo que espero, ya no. Creí que había quedado claro. Nick interrumpe con voz dulce mis pensamientos. Le miro y me envuelvo con la chaqueta tejana, aunque no sé si el frío proviene de mi interior o del exterior. —Me preocupa, ya sabes… no ser bastante para ti. —Eres mucho más que eso. Por el amor de Dios, __________(tn) , ¿qué más tengo que hacer? Háblame de ti. Dime que me quieres. —¿Por qué creíste que te dejaría cuando te dije que el doctor Flynn me había contado todo lo que había que saber de ti? Él suspira profundamente, cierra los ojos un momento y se queda un buen rato sin contestar. —__________(tn) , no puedes ni imaginar siquiera hasta dónde llega mi depravación. Y eso no es algo que quiera compartir contigo. —¿Y realmente crees que te dejaría si lo supiera? —digo en voz alta, sin dar crédito. ¿Es que no comprende que le quiero?—. ¿Tan mal piensas de mí? —Sé que me dejarías —dice con pesar. —Nick… eso me resulta casi inconcebible. No puedo imaginar estar sin ti. Nunca… —Ya me dejaste una vez… No quiero volver a pasar por eso. —Elena me dijo que estuvo contigo el sábado pasado —susurro. —No es cierto —dice, torciendo el gesto. —¿No fuiste a verla cuando me marché? —No —replica enfadado—. Ya te he dicho que no… y no me gusta que duden de mí —advierte—. No fui a ninguna parte el pasado fin de semana. Me quedé en casa montando el planeador que me regalaste. Me llevó mucho tiempo —añade en voz baja. Mi corazón se encoge de nuevo. La señora Robinson dijo que estuvo con él. ¿Estuvo con él o no? Ella miente. ¿Por qué? —Al contrario de lo que piensa Elena, no acudo corriendo a ella con todos mis problemas, __________(tn) . No recurro a nadie. Quizá ya te hayas dado cuenta de que no hablo demasiado —dice, agarrando con fuerza el volante. —Carrick me ha dicho que estuviste dos años sin hablar. —¿Eso te ha dicho? Nick aprieta los labios en una fina línea. —Yo le presioné un poco para que me diera información. Me miro los dedos, avergonzada. —¿Y qué más te ha dicho mi padre? —Me ha contado que tu madre fue la doctora que te examinó cuando te llevaron al hospital. Después de que te encontraran en tu casa. Nick sigue totalmente inexpresivo… cauto. —Dijo que estudiar piano te ayudó. Y también Mia. Al oír ese nombre, sus labios dibujan una sonrisa de cariño. Al cabo de un momento, dice: —Debía de tener unos seis meses cuando llegó. Yo estaba emocionado, Elliot no tanto. Él ya había tenido que aceptar mi llegada. Era perfecta. —Su voz, tan dulce y triste, resulta sobrecogedora—. Ahora ya no tanto, claro —musita, y recuerdo aquellos momentos en el baile en que consiguió frustrar nuestras lascivas intenciones. Se me escapa la risa. Nick me mira de reojo. —¿Le parece divertido, señorita __________(ta)? —Parecía decidida a que no estuviéramos juntos. Él suelta una risa apática. —Sí, es bastante hábil. —Alarga la mano y me acaricia la rodilla—. Pero al final lo conseguimos. —Sonríe y vuelve a echar una mirada al retrovisor—. Creo que no nos han seguido. Da la vuelta para salir de la interestatal 5 y se dirige otra vez al centro de Seattle. —¿Puedo preguntarte algo sobre Elena? Estamos parados ante un semáforo. Me mira con recelo. —Si no hay más remedio… —concede de mala gana, pero no dejo que su enfado me detenga. —Hace tiempo me dijiste que ella te quería de un modo que para ti era aceptable. ¿Qué querías decir con eso? —¿No es evidente? —pregunta. —Para mí no. —Yo estaba descontrolado. No podía soportar que nadie me tocara. Y sigo igual. Y pasé una etapa difícil en la adolescencia, cuando tenía catorce o quince años y las hormonas revolucionadas. Ella me enseñó una forma de liberar la presión. Oh. —Mia me dijo que eras un camorrista. —Dios, ¿por qué ha de ser tan charlatana mi familia? Aunque la culpa es tuya. —Estamos parados ante otro semáforo y me mira con los ojos entornados—. Tú engatusas a la gente para sacarle información. Menea la cabeza fingiendo disgusto. —Mia me lo contó sin que le dijera nada. De hecho, se mostró bastante comunicativa. Estaba preocupada porque provocaras una pelea si no me conseguías en la subasta —apunto indignada. —Ah, nena, de eso no había el menor peligro. No permitiría que nadie bailara contigo. —Se lo permitiste al doctor Flynn. —Él siempre es la excepción que confirma la regla. Nick toma el impresionante y frondoso camino de entrada que lleva al hotel Fairmont Olympic, y se detiene cerca de la puerta principal, junto a una pintoresca fuente de piedra. —Vamos. Baja del coche y saca el equipaje. Un mozo acude corriendo, con cara de sorpresa, sin duda por la hora tan tardía de nuestra llegada. Nick le lanza las llaves del coche. —A nombre de Taylor —dice. El mozo asiente y no puede reprimir su alegría cuando se sube al R8 y arranca. Nick me da la mano y se dirige al vestíbulo. Mientras estoy a su lado en la recepción del hotel, me siento totalmente ridícula. Ahí estoy yo, en el hotel más prestigioso de Seattle, vestida con una chaqueta tejana que me queda grande, unos enormes pantalones de deporte y una camiseta vieja, al lado de este hermoso y elegante dios griego. No me extraña que la recepcionista nos mire a uno y a otro como si la suma no cuadrara. Naturalmente, Nick la intimida. Se ruboriza y tartamudea, y yo pongo los ojos en blanco. Madre mía, si hasta le tiemblan las manos… —¿Necesita… que le ayuden… con las maletas, señor Taylor? —pregunta, y vuelve a ponerse colorada. —No, ya las llevaremos la señora Taylor y yo. ¡Señora Taylor! Pero si ni siquiera llevo anillo… Pongo las manos detrás de la espalda. —Están en la suite Cascade, señor Taylor, piso once. Nuestro botones les ayudará con el equipaje. —No hace falta —dice Nick cortante—. ¿Dónde están los ascensores? La ruborizada señorita se lo indica, y Nick vuelve a cogerme de la mano. Echo un breve vistazo al vestíbulo, suntuoso, impresionante, lleno de butacas mullidas y desierto, excepto por una mujer de cabello oscuro sentada en un acogedor sofá, dando de comer pequeños bocaditos a su perro. Levanta la vista y nos sonríe cuando nos ve pasar hacia los ascensores. ¿Así que el hotel acepta mascotas? ¡Qué raro para un sitio tan majestuoso! La suite consta de dos dormitorios y un salón comedor, provisto de un piano de cola. En el enorme salón principal arde un fuego de leña. Por Dios… la suite es más grande que mi apartamento. —Bueno, señora Taylor, no sé usted, pero yo necesito una copa —murmura Nick mientras se asegura de cerrar la puerta. Deja mi maleta y su bolsa sobre la otomana, a los pies de la gigantesca cama de matrimonio con dosel, y me lleva de la mano hasta el gran salón, donde brilla el fuego de la chimenea. La imagen resulta de lo más acogedora. Me acerco y me caliento las manos mientras Nick prepara bebidas para ambos. —¿Armañac? —Por favor. Al cabo de un momento se reúne conmigo junto al fuego y me ofrece una copa de brandy. —Menudo día, ¿eh? Asiento y sus ojos me miran penetrantes, preocupados. —Estoy bien —susurro para tranquilizarle—. ¿Y tú? —Bueno, ahora mismo me gustaría beberme esto y luego, si no estás demasiado cansada, llevarte a la cama y perderme en ti. —Me parece que eso podremos arreglarlo, señor Taylor —le sonrío tímidamente, mientras él se quita los zapatos y los calcetines. —Señora Taylor, deje de morderse el labio —susurra. Bebo un sorbo de armañac, ruborizada. Es delicioso y se desliza por mi garganta dejando una sedosa y caliente estela. Cuando levanto la vista, Nick está bebiendo un sorbo de brandy y mirándome con ojos oscuros, hambrientos. —Nunca dejas de sorprenderme, __________(tn) . Después de un día como el de hoy… o más bien ayer, no lloriqueas ni sales corriendo despavorida. Me tienes alucinado. Eres realmente fuerte. —Tú eres el motivo fundamental de que me quede —murmuro—. Ya te lo dije, Nick, no me importa lo que hayas hecho, no pienso irme a ninguna parte. Ya sabes lo que siento por ti. Tuerce la boca como si dudara de mis palabras, y arquea una ceja como si le doliera oír lo que estoy diciendo. Oh, Nick, ¿qué tengo que hacer para que te des cuenta de lo que siento? Dejar que te pegue, dice maliciosamente mi subconsciente. Y yo le frunzo el ceño. —¿Dónde vas a colgar los retratos que me hizo José? —digo para intentar que mejore su ánimo. —Eso depende. Relaja el gesto. Es obvio que este tema de conversación le apetece mucho más. —¿De qué? —De las circunstancias —dice con aire misterioso—. Su exposición sigue abierta, así que no tengo que decidirlo todavía. Ladeo la cabeza y entorno los ojos. —Puede poner la cara que quiera, señorita __________(ta). No diré nada —bromea. —Puedo torturarte para sacarte la verdad. Levanta una ceja. —Francamente, __________(tn) , creo que no deberías hacer promesas que no puedas cumplir. Oh, ¿eso es lo que piensa? Dejo mi copa en la repisa de la chimenea, alargo el brazo y, ante la sorpresa de Nick, cojo la suya y la pongo junto a la mía. —Eso habrá que verlo —murmuro. Y con total osadía —espoleada sin duda por el brandy—, le tomo de la mano y le llevo al dormitorio. Me detengo a los pies de la cama. Nick intenta que no se le escape la risa. —¿Qué vas a hacer conmigo ahora que me tienes aquí, __________(tn) ? — susurra en tono burlón. —Lo primero, desnudarte. Quiero terminar lo que empecé antes. Apoyo las manos en las solapas de su chaqueta, con cuidado de no tocarle, y él no pestañea pero contiene la respiración. Le retiro la chaqueta de los hombros con delicadeza, y él sigue observándome. De sus ojos, cada vez más abiertos y ardientes, ha desaparecido cualquier rastro de humor, y me miran… ¿cautos…? Su mirada tiene tantas interpretaciones. ¿Qué está pensando? Dejo su chaqueta en la otomana. —Ahora la camiseta —murmuro. La cojo por el bajo y la levanto. Él me ayuda, alzando los brazos y retrocediendo, para que me sea más fácil quitársela. Una vez que lo he conseguido, baja los ojos y me mira atento. Ahora solo lleva esos provocadores vaqueros que le sientan tan bien. Se ve la franja de los calzoncillos. Mis ojos ascienden ávidos por su estómago prieto hasta los restos de la frontera de carmín, borrosa y corrida, y luego hasta el torso. Solo pienso en recorrer con la lengua el vello de su pecho para disfrutar de su sabor. —¿Y ahora qué? —pregunta con los ojos en llamas. —Quiero besarte aquí. Deslizo el dedo sobre su vientre, de un lado de la cadera al otro. Separa los labios e inspira entrecortadamente. —No pienso impedírtelo —musita. Le cojo la mano. —Pues será mejor que te tumbes —murmuro, y le llevo a un lado de nuestra enorme cama de matrimonio. Parece desconcertado, y se me ocurre que quizá nadie ha llevado la iniciativa con él desde… ella. No, no vayas por ahí. Aparto la colcha y él se sienta en el borde de la cama, mirándome, esperando, con ese gesto serio y cauteloso. Yo me pongo delante de él y me quito su chaqueta tejana, dejándola caer al suelo, y luego sus pantalones de deporte. Él se frota las yemas de los dedos con el pulgar. Sé que se muere por tocarme, pero reprime el impulso. Yo suspiro profundamente y, armándome de valor, me quito la camiseta hasta quedar totalmente desnuda ante él. Sin apartar los ojos de los míos, él traga saliva y abre los labios. —Eres Afrodita, __________(tn) —murmura. Tomo su cara entre las manos, le levanto la cabeza y me inclino para besarle. Un leve gruñido brota de su garganta. Cuando le beso en los labios, me sujeta las caderas y, casi sin darme cuenta, me tumba debajo de él, y me obliga a separar las piernas con las suyas, de forma que queda encajado sobre mi cuerpo, entre mis piernas. Desliza su mano sobre mi muslo, por encima de la cadera y a lo largo del vientre hasta alcanzar uno de mis pechos, y lo oprime, lo masajea y tira tentadoramente de mi pezón. Yo gimo y alzo la pelvis involuntariamente, me pego a él y me froto deliciosamente contra la costura de su cremallera y contra su creciente erección. Deja de besarme y baja la vista hacia mí, perplejo y sin aliento. Flexiona las caderas y su erección empuja contra mí… Sí, justo ahí. Cierro los ojos y jadeo, y él vuelve a hacerlo, pero esta vez yo también empujo, y saboreo su respuesta en forma de quejido mientras vuelve a besarme. Él sigue con esa lenta y deliciosa tortura… frotándome, frotándose. Y siento que tiene razón: perderme en él… es embriagador hasta el punto de excluir todo lo demás. Todas mis preocupaciones quedan eliminadas. Estoy aquí, en este momento, con él: la sangre hierve en mis venas, zumba con fuerza en mis oídos mezclada con el sonido de nuestra respiración jadeante. Hundo mis manos en su cabello, reteniéndole pegado a mi boca y consumiéndole con una lengua tan avariciosa como la suya. Deslizo los dedos por sus brazos hasta la parte baja de su espalda, hasta la cintura de sus vaqueros, e intrépidamente introduzco mis manos anhelantes por dentro, acuciándole, acuciándole… olvidándolo todo, salvo nosotros. —Conseguirás intimidarme, __________(tn) —murmura de pronto; a continuación, se aparta de mí y se pone de rodillas. Se baja los pantalones con destreza y me entrega un paquetito plateado—. Tú me deseas, nena, y está claro que yo te deseo a ti. Ya sabes qué hacer. Con dedos ansiosos y diestros, rasgo el envoltorio y le coloco el preservativo. Él me sonríe con la boca abierta y los ojos enturbiados, llenos de promesa carnal. Se inclina sobre mí, me frota la nariz con la suya, y despacio, con los ojos cerrados, entra deliciosamente en mí. Me aferro a sus brazos y levanto la barbilla, gozando de la exquisita sensación de que me posea. Me pasa los dientes por el mentón, se retira, y vuelve a deslizarse en mi interior… muy despacio, con mucha suavidad, mucha ternura, mientras con los codos y las manos a ambos lados de mi cara oprime mi cuerpo con el suyo. —Tú haces que me olvide de todo. Eres la mejor terapia —jadea, y se mueve a un ritmo dolorosamente lento, saboreándome centímetro a centímetro. —Por favor, Nick… más deprisa —murmuro, deseando más, ahora, ya. —Oh, no, nena, necesito ir despacio. Me besa suavemente, mordisquea con cuidado mi labio inferior y absorbe mis leves quejidos. Yo hundo más las manos en su cabello y me rindo a su ritmo, mientras lenta y firmemente mi cuerpo asciende más y más alto hasta alcanzar la cima, y luego se precipita brusca y rápidamente mientras llego al clímax en torno a él. —Oh, __________(tn) … Y con mi nombre en sus labios como una bendición, alcanza el orgasmo. * * * Tiene la cabeza apoyada en mi vientre y me rodea con sus brazos. Mis dedos juguetean con su cabello revuelto, y seguimos así, tumbados, durante no sé cuánto tiempo. Es muy tarde y estoy muy cansada, pero solo deseo disfrutar de la tranquila serenidad de haber hecho el amor con Nick, porque eso es lo que hemos hecho: hacer el amor, dulce y tierno. Él también ha recorrido un largo camino, como yo, en muy poco tiempo. Tanto, que digerirlo resulta casi excesivo. Por culpa de ese espantoso pasado suyo, estoy perdiendo de vista ese recorrido, simple y sincero, que ha hecho conmigo. —Nunca me cansaré de ti. No me dejes —murmura, y me besa en el vientre. —No pienso irme a ninguna parte, y creo recordar que era yo la que quería besarte en el vientre —refunfuño medio dormida. Él sonríe pegado a mi piel. —Ahora nada te lo impide, nena. —Estoy tan cansada que no creo que pueda moverme. Nick suspira y se mueve de mala gana, se tumba a mi lado, apoya la cabeza sobre el codo y tira de la colcha para taparnos. Me mira con ojos centelleantes, cálidos, amorosos. —Ahora duérmete, nena. Me besa el pelo, me rodea con el brazo y me dejo llevar por el sueño. * * * Cuando abro los ojos, la luz que inunda la habitación me hace parpadear con fuerza. Siento la cabeza totalmente embotada por la falta de sueño. ¿Dónde estoy? Ah… el hotel… —Hola —murmura Nick, sonriéndome con cariño. Está tumbado a mi lado en la cama, completamente vestido. ¿Cuánto lleva ahí? ¿Me ha estado observando todo ese tiempo? De pronto, esa mirada insistente me provoca una timidez increíble y me arde la cara. —Hola —murmuro, y doy gracias por estar tumbada boca abajo—. ¿Cuánto tiempo llevas ahí mirándome? —Podría estar contemplándote durante horas, __________(tn) . Pero solo llevo aquí unos cinco minutos. —Se inclina y me besa con dulzura—. La doctora Greene llegará enseguida. —Oh. Había olvidado esa inapropiada intromisión de Nick. —¿Has dormido bien? —pregunta dulcemente—. Roncabas tanto que parecía que así era, la verdad. Oh, el Cincuenta juguetón y bromista. —¡Yo no ronco! —replico irritada. —No. No roncas. Me sonríe. Alrededor del cuello sigue visible una tenue línea de pintalabios rojo. —¿Te has duchado? —No. Te estaba esperando. —Ah… vale. ¿Qué hora es? —Las diez y cuarto. Me dictaba el corazón que no debía despertarte más pronto. —Me dijiste que no tenías corazón. Sonríe con tristeza, pero no contesta. —Han traído el desayuno. Para ti tortitas y beicon. Venga, levanta, que empiezo a sentirme solo. Me da un palmetazo en el culo que me hace pegar un salto y levantarme de la cama. Mmm… una demostración de afecto al estilo Nick. Me desperezo, y me doy cuenta de que me duele todo… sin duda como resultado de tanto sexo, y de bailar y andar todo el día por ahí con unos carísimos zapatos de tacón alto. Salgo a rastras de la cama y voy hacia el suntuoso cuarto de baño totalmente equipado, mientras repaso mentalmente los acontecimientos del día anterior. Cuando salgo, me pongo uno de los extraordinariamente sedosos albornoces que están colgados en una barra dorada del baño. Leila, la chica que se parece a mí: esa es la imagen más perturbadora que suscita todo tipo de conjeturas en mi cerebro, eso y su fantasmagórica presencia en el dormitorio de Nick. ¿Qué buscaba? ¿A mí? ¿A Nick? ¿Para hacer qué? ¿Y por qué diablos ha destrozado mi coche? Nick dijo que me proporcionaría otro Audi, como el de todas sus sumisas. No me gusta esa idea. Pero, como fui tan generosa con el dinero que él me dio, ya no puedo hacer nada. Entro en el salón principal de la suite: ni rastro de Nick. Finalmente le localizo en el comedor. Me siento a la mesa, agradeciendo el impresionante desayuno que tengo delante. Nick está leyendo los periódicos del domingo y bebiendo café. Ya ha terminado de desayunar. Me sonríe. —Come. Hoy necesitas estar fuerte —bromea. —¿Y eso por qué? ¿Vas a encerrarme en el dormitorio? La diosa que llevo dentro se despierta bruscamente, desaliñada y con pinta de acabar de practicar sexo. —Por atractiva que resulte la idea, tenía pensado salir hoy. A tomar un poco el aire. —¿No es peligroso? —pregunto en tono ingenuo, intentando que mi voz no suene irónica, sin conseguirlo. Nick cambia de cara y su boca se convierte en una fina línea. —El sitio al que vamos, no. Y este asunto no es para tomárselo en broma —añade con severidad, entornando los ojos. Me ruborizo y bajo la vista a mi desayuno. Después de todo lo que pasó ayer y de lo tarde que nos acostamos, no tengo ganas ahora de que me riñan. Me como el desayuno en silencio y de mal humor. Mi subconsciente me mira y menea la cabeza. Cincuenta no bromea con mi seguridad; a estas alturas ya debería saberlo. Tengo ganas de mirarle con los ojos en blanco para hacerle ver que está exagerando pero me contengo. De acuerdo, estoy cansada y molesta. Ayer tuve un día muy largo y he dormido poco. Y además, ¿por qué él tiene que estar fresco como una rosa? La vida es tan injusta… Llaman a la puerta. —Esa será la doctora —masculla Nick, y es evidente que sigue ofendido por mi irónico comentario. Se levanta bruscamente de la mesa. ¿Es que no podemos tener una mañana normal y tranquila? Inspiro fuerte y, dejando el desayuno a medias, me levanto para recibir a la doctora Antibaby. Estamos en el dormitorio, y la doctora Greene me mira con la boca abierta. Va vestida de modo más informal que la última vez, con un conjunto de cachemira rosa pálido, pantalones negros y la melena rubia suelta. —¿Y dejaste de tomarla así, sin más? Me ruborizo, sintiéndome como una idiota. —Sí. ¿De dónde me sale esa vocecita? —Podrías estar embarazada —dice sin rodeos. ¡Qué! El mundo se hunde bajo mis pies. Mi subconsciente tiene arcadas y cae al suelo en redondo, y sé que yo también voy a vomitar. ¡No! —Toma, orina aquí. Hoy está en plan profesional implacable. Yo acepto dócilmente el vasito de plástico que me ofrece y entro dando tumbos al cuarto de baño. No. No. No. Ni hablar… ni hablar… Por favor. No. ¿Qué hará Cincuenta? Palidezco. Se pondrá como loco. —¡No, por favor! —musito como si rezara. Le entrego la muestra a la doctora Greene, y ella introduce con cuidado en el líquido un bastoncito blanco. —¿Cuándo te empezó el periodo? ¿Cómo puedo pensar ahora en esas menudencias, aquí plantada y pendiente exclusivamente de ese bastoncito blanco? —Esto… ¿el miércoles? No este último, el anterior. El uno de junio. —¿Y cuándo dejaste de tomar la píldora? —El domingo. El domingo pasado. Frunce los labios. —No debería pasar nada —afirma con sequedad—. Por la cara que pones, deduzco que un embarazo imprevisto no te haría ninguna ilusión. Así que la medroxiprogesterona te irá bien por si no te acuerdas de tomar la píldora todos los días. Me mira con gesto severo y una expresión autoritaria que me hace temblar. Saca el bastoncito blanco y lo examina. —No hay peligro. Todavía no estás ovulando, de modo que, si tomas precauciones, no deberías quedarte embarazada. Pero voy a aclararte una cosa sobre esta inyección. La última vez la descartamos por los efectos secundarios, pero, francamente, tener un hijo es un efecto secundario más grave y dura muchos años. Sonríe, satisfecha consigo misma y su bromita, pero yo estoy demasiado estupefacta como para contestar. La doctora Greene procede a explicarme los efectos secundarios, y yo sigo sentada, paralizada y aliviada, sin escuchar ni una sola de las palabras que me dice. Creo que preferiría que apareciera cualquier mujer extraña a los pies de mi cama, antes que tener que confesarle a Nick que estoy embarazada. —¡__________(tn) ! —me espeta la doctora Greene, despertándome de mis cavilaciones—. Acabemos de una vez con esto. Y yo me subo de buen grado la manga. Nick despide a la doctora en la puerta, cierra y me mira con recelo. —¿Todo bien? Yo asiento, y él echa la cabeza a un lado con expresión tensa y preocupada. —¿Qué pasa, __________(tn) ? ¿Qué te ha dicho la doctora Greene? Niego con la cabeza. —Puedes estar tranquilo durante siete días. —¿Siete días? —Sí. —__________(tn) , ¿qué pasa? Trago saliva. —No hay ningún problema. Por favor, Nick, olvídalo. Nick se acerca a mí con semblante sombrío. Me sujeta la barbilla, me echa la cabeza hacia atrás y me mira a los ojos intensamente, intentando descifrar mi expresión de pánico. —Cuéntamelo —insiste. —No hay nada que contar. Me gustaría vestirme. —Echo la cabeza hacia atrás para evitar su mirada. Suspira, se pasa la mano por el pelo y me mira con el ceño fruncido. —Vamos a ducharnos —dice finalmente. —Claro —digo con aire ausente, y él tuerce el gesto. —Vamos. Y me coge la mano con fuerza, malhumorado. Va dando largas zancadas hasta el baño, llevándome casi a rastras. Por lo visto, no soy la única que está disgustada. Abre el grifo de la ducha y se desnuda deprisa antes de volverse hacia mí. —No sé por qué te has enfadado, o si solo estás de mal humor porque has dormido poco —dice mientras me desata el albornoz—. Pero quiero que me lo cuentes. Me imagino todo tipo de cosas y eso no me gusta. Le miro con los ojos en blanco, y él me hace un gesto reprobador con los ojos entornados. ¡Maldita sea! Vale… allá voy. —La doctora Greene me ha reñido porque me olvidé de tomar la píldora. Ha dicho que podría estar embarazada. —¿Qué? De pronto se pone pálido, lívido, con las manos como paralizadas. —Pero no lo estoy. Me ha hecho la prueba. Pero eso me ha afectado mucho, nada más. Es increíble que haya sido tan estúpida. Se relaja visiblemente. —¿Seguro que no lo estás? —Seguro. Respira hondo. —Bien. Sí, ya entiendo que una noticia así puede ser muy perturbadora. Frunzo el ceño… ¿perturbadora? —Lo que me preocupaba sobre todo era tu reacción. Me mira sorprendido, confuso. —¿Mi reacción? Bueno, me siento aliviado, claro… dejarte embarazada habría sido el colmo del descuido y del mal gusto. —Pues quizá deberíamos abstenernos —replico. Me mira fijamente un momento, desconcertado, como si yo fuera una especie de raro experimento científico. —Estás de mal humor esta mañana. —Me ha afectado mucho, nada más —repito en tono arisco. Me coge por las solapas del albornoz, me atrae hacia él y me abraza con cariño, me besa el pelo y aprieta mi cabeza contra su pecho. Me quedo absorta en el vello de su torso, que me hace cosquillas en la mejilla. ¡Ah, si pudiera acariciarle…! —__________(tn) , yo no estoy acostumbrado a esto —murmura—. Mi inclinación natural sería darte una paliza, pero dudo que quieras eso. Por Dios… —No, no lo quiero. Pero esto ayuda. Abrazo más fuerte a Nick, y permanecemos un buen rato entrelazados en ese peculiar abrazo, Nick desnudo y yo en albornoz. Una vez más me siento desarmada ante su sinceridad. No sabe nada de relaciones personales, y yo tampoco, salvo lo que he aprendido de él. Bueno, él me ha pedido fe y paciencia; quizá yo debería hacer lo mismo. —Ven, vamos a ducharnos —dice Nick finalmente, y me suelta. Da un paso atrás y me quita el albornoz. Entro tras él bajo el torrente de agua, y levanto la cara hacia la cascada. Cabemos los dos bajo esa inmensa roseta. Nick coge el champú y empieza a lavarse el pelo. Me lo pasa y yo procedo a hacer lo mismo. Oh, esto es muy agradable. Cierro los ojos y me rindo al placer del agua caliente y purificadora. Mientras me aclaro la espuma siento sus manos sobre mí enjabonándome el cuerpo: los hombros, los brazos, las axilas, los senos, la espalda. Me da la vuelta con delicadeza y me atrae hacia él, mientras sigue bajando por mi cuerpo: el estómago, el vientre, sus dedos hábiles entre mis piernas… mmm… mi trasero. Oh, es muy agradable y muy íntimo. Me da la vuelta para tenerme de frente otra vez. —Toma —dice en voz baja, y me entrega el gel—. Quiero que me limpies los restos de pintalabios. Inmediatamente abro los ojos y los clavo en los suyos. Me mira intensamente, mojado, hermoso. Con sus preciosos y brillantes ojos cafes que no traslucen nada. —No te apartes mucho de la línea, por favor —apunta, tenso. —De acuerdo —murmuro, intentando absorber la enormidad de lo que acaba de pedirme que haga: tocarle en el límite de la zona prohibida. Me echo un poco de jabón en la mano y froto ambas palmas para hacer espuma; luego las pongo sobre sus hombros y, con cuidado, lavo la raya de carmín de cada costado. Él se queda quieto y cierra los ojos con el rostro impasible, pero respira entrecortadamente, y sé que no es por deseo sino por miedo. Y eso me hiere en lo más profundo. Con dedos temblorosos resigo cuidadosamente la línea por el costado de su torso, enjabonando y frotando suavemente, y él traga saliva con la barbilla rígida como si apretara los dientes. ¡Ahhh! Se me encoge el corazón y tengo la garganta seca. Oh, no… Estoy a punto de romper a llorar. Dejo de echarme más jabón en la mano y noto que se relaja. No puedo mirarle. No soporto ver su dolor: es abrumador. Ahora soy yo quien traga saliva. —¿Listo? —murmuro, y mi tono trasluce con toda claridad la tensión del momento. —Sí —accede con voz ronca y preñada de miedo. Coloco con suavidad las manos a ambos lados de su torso, y él vuelve a quedarse paralizado. Esto me supera por completo. Me abruma su confianza en mí, me abruma su miedo, el daño que le han hecho a este hombre maravilloso, perdido e imperfecto. Tengo los ojos bañados en lágrimas, que se derraman por mi rostro mezcladas con el agua de la ducha. ¡Oh, Nick! ¿Quién te hizo esto? Con cada respiración entrecortada su diafragma se mueve convulso, y siento su cuerpo rígido, que emana oleadas de tensión mientras mis manos resiguen y borran la línea. Oh, si pudiera borrar tu dolor, lo haría… Haría cualquier cosa, y lo único que deseo es besar todas y cada una de las cicatrices, borrar a besos esos años de espantoso abandono. Pero ahora no puedo hacerlo, y las lágrimas caen sin control por mis mejillas. —No, por favor, no llores —susurra con voz angustiada mientras me envuelve con fuerza entre sus brazos—. Por favor, no llores por mí. Y estallo en sollozos, escondo la cara en su cuello, mientras pienso en un niñito perdido en un océano de miedo y dolor, asustado, abandonado, maltratado… herido más allá de lo humanamente soportable. Se aparta, me sujeta la cabeza entre las manos y la echa hacia atrás mientras se inclina para besarme. —No llores, __________(tn) , por favor —murmura junto a mi boca—. Fue hace mucho tiempo. Anhelo que me toques y acaricies, pero soy incapaz de soportarlo, simplemente. Me supera. Por favor, por favor, no llores. —Yo también quiero tocarte. Más de lo que te imaginas. Verte así… tan dolido y asustado, Nick… me hiere profundamente. Te amo tanto… Me acaricia el labio inferior con el pulgar. —Lo sé, lo sé. —Es muy fácil quererte. ¿Es que no lo entiendes? —No, nena. No lo entiendo. —Pues lo es. Yo te quiero, y tu familia también. Y Elena y Leila, aunque lo demuestren de un modo extraño, pero también te quieren. Mereces ser querido. —Basta. —Pone un dedo sobre mis labios y niega con la cabeza en un gesto agónico—. No puedo oír esto. Yo no soy nada, __________(tn) . Soy un hombre vacío por dentro. No tengo corazón. —Sí, sí lo tienes. Y yo lo quiero, lo quiero todo él. Eres un hombre bueno, Nick, un hombre bueno de verdad. No lo dudes. Mira lo que has hecho… lo que has conseguido —digo entre sollozos—. Mira lo que has hecho por mí… a lo que has renunciado por mí —susurro—. Yo lo sé. Sé lo que sientes por mí. Baja la vista y me mira, con ojos muy abiertos y aterrados. Solo se oye el chorro de agua cayendo sobre nosotros. —Tú me quieres —musito. Abre aún más los ojos, y también la boca. Inspira profundamente, como si le faltara el aire. Parece torturado… vulnerable. —Sí —murmura—. Te quiero.
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| | | Lady_Sara_JB Casada Con
Cantidad de envíos : 1582 Edad : 28 Localización : México Fecha de inscripción : 24/03/2013
| Tema: Re: 50 sombras mas oscuras Nick y Tu TERMINADA Noviembre 9th 2013, 15:34 | |
| dios, despues de esa noche dios... todo lo q les pasa siguela plis | |
| | | CristalJB_kjn Amiga De Los Jobros!
Cantidad de envíos : 477 Edad : 32 Localización : Mexico Fecha de inscripción : 24/10/2013
| Tema: Re: 50 sombras mas oscuras Nick y Tu TERMINADA Noviembre 10th 2013, 19:00 | |
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| | | andreru Vecina De Los Jonas!
Cantidad de envíos : 358 Edad : 29 Fecha de inscripción : 25/04/2011
| Tema: Re: 50 sombras mas oscuras Nick y Tu TERMINADA Noviembre 10th 2013, 19:15 | |
| hay que dejar la intriga! ahora me paso por la tuya! | |
| | | andreru Vecina De Los Jonas!
Cantidad de envíos : 358 Edad : 29 Fecha de inscripción : 25/04/2011
| Tema: Re: 50 sombras mas oscuras Nick y Tu TERMINADA Noviembre 10th 2013, 19:19 | |
| Capitulo 9 No puedo reprimir el júbilo. Mi subconsciente me mira con la boca abierta, en silencio, atónita, y, con una amplia sonrisa grabada en la cara, levanto la vista anhelante hacia los ojos torturados de Nick. Su expresión tierna y dulce, como si buscara absolución, me conmueve a un nivel profundo y primario; sus dos pequeñas palabras son como maná celestial. Siento de nuevo el escozor del llanto en los ojos. Sí, me quieres. Sé que me quieres. Ser consciente de ello es muy liberador, como si me hubiera deshecho de un peso aplastante. Este hombre hermoso y herido, a quien un día consideré mi héroe romántico —fuerte, solitario, misterioso—, posee todos esos rasgos, pero también es frágil e inestable, y lleno de odio hacia sí mismo. Mi corazón está rebosante de alegría, pero también de dolor por su sufrimiento. Y en este momento sé que mi corazón es lo bastante grande para los dos. Confío… en que sea lo bastante grande para los dos. Alzo la mano para tocar su querido y apuesto rostro, y le beso con dulzura, vertiendo todo el amor que siento en esta cariñosa caricia. Quiero devorarle bajo esta cascada de agua caliente. Nick gime y me rodea entre sus brazos, y se aferra a mí como si fuera el aire que necesita para respirar. —Oh, __________(tn) —musita con voz ronca—. Te deseo, pero no aquí. —Sí —murmuro febril junto a su boca. Cierra el grifo de la ducha y me da la mano, me lleva fuera y me envuelve con el albornoz. Coge una toalla, se la anuda en la cintura, y luego con otra más pequeña empieza a secarme el pelo cuidadosamente. Cuando se da por satisfecho, me pone la toalla alrededor de la cabeza, de modo que en el enorme espejo que hay sobre el lavamanos parece que lleve un velo. Él está detrás de mí y nuestras miradas convergen en el espejo, gris ardiente contra azul brillante, y se me ocurre una idea. —¿Puedo corresponderte? —pregunto. Él asiente, aunque frunce ligeramente el ceño. Cojo otra toalla esponjosa del montón que hay apilado junto al tocador, me pongo de puntillas a su lado y empiezo a secarle el pelo. Él se inclina hacia delante para facilitarme la tarea, y cuando capto ocasionalmente su mirada bajo la toalla, veo que me sonríe como un crío. —Hace mucho tiempo que nadie me hacía esto. Mucho tiempo —susurra, y entonces tuerce el gesto—. De hecho, no creo que nadie me haya secado nunca el pelo. —Seguro que Grace sí lo hacía. ¿No te secaba el pelo cuando eras pequeño? Niega con la cabeza, dificultándome la labor. —No. Ella respetó mis límites desde el primer día, aunque le resultara doloroso. Fui un niño muy autosuficiente —dice en voz baja. Siento una punzada en el pecho al pensar en aquel crío de cabello cobrizo que se ocupaba de sí mismo porque a nadie más le importaba. Es una idea terriblemente triste. Pero no quiero que mi melancolía me prive de esta intimidad floreciente. —Bueno, me siento honrada —bromeo en tono cariñoso. —Puede estarlo, señorita __________(ta). O quizá sea yo el honrado. —Eso ni lo dude, señor Jonas —replico. Termino de secarle el cabello, cojo otra toalla pequeña y me coloco detrás de él. Nuestros ojos vuelven a encontrarse en el espejo, y su mirada atenta e intrigada me impulsa a hablar. —¿Puedo probar una cosa? Al cabo de un momento, asiente. Con cautela, muy dulcemente, hago que la toalla descienda con suavidad por su brazo izquierdo, secando el agua que empapa su piel. Levanto la vista y escruto su expresión en el espejo. Parpadea y me mira con sus ojos ardientes. Yo me inclino hacia delante, le beso el bíceps, y él entreabre levemente los labios. Le seco el otro brazo de igual modo, dejando un rastro de besos alrededor del bíceps, y en sus labios aparece una sonrisa fugaz. Cuidadosamente, le paso la toalla por la espalda bajo la tenue línea de carmín, que aún sigue visible. En la ducha no le froté por detrás. —Toda la espalda —dice en voz baja—, con la toalla. Inspira y aprieta los labios, y le seco rápidamente con cuidado de tocarle solo con la toalla. Tiene una espalda tan atractiva: ancha, con hombros contorneados y todos los músculos perfectamente definidos. Realmente se cuida. Solo las cicatrices estropean esa maravillosa visión. Me esfuerzo por ignorarlas y reprimo el abrumador impulso de besarlas todas y cada una. Cuando termino, él exhala con fuerza y yo me inclino hacia delante para recompensarle con un beso en el hombro. Le rodeo con los brazos y le seco el estómago. Nuestros ojos se encuentran nuevamente en el espejo, y tiene una expresión divertida, pero también cauta. —Toma esto. —Le doy una toallita de manos y él arquea las cejas, desconcertado—. ¿Te acuerdas en Georgia? Hiciste que me tocara utilizando tus manos —añado. Se le ensombrece la cara, pero no hago caso de su reacción y le rodeo con mis brazos. Los dos nos miramos en el espejo: su belleza, su desnudez, yo con el pelo cubierto… tenemos un aspecto casi bíblico, como una pintura barroca del Antiguo Testamento. Le cojo la mano, que me confía de buen grado, y se la muevo sobre el torso para secarlo con la toalla de forma lenta y algo torpe. Una, dos pasadas… y luego otra vez. Él está completamente inmóvil y rígido por la tensión, salvo sus ojos, que siguen mi mano que rodea la suya con firmeza. Mi subconsciente observa con gesto de aprobación, su boca generalmente fruncida ahora sonríe, y yo me siento como la suprema maestra titiritera. De la espalda de Nick emanan oleadas de ansiedad, pero no deja de mirarme, aunque con ojos más sombríos, más letales… que revelan sus secretos, quizá. ¿Quiero entrar en ese territorio? ¿Quiero enfrentarme a sus demonios? —Creo que ya estás seco —murmuro, dejando caer la mano y observando la inmensidad gris de su mirada en el espejo. Tiene la respiración acelerada y los labios entreabiertos. —Te necesito, __________(tn) . —Yo también te necesito. Y al pronunciar esas palabras me impresiona su certeza absoluta. No puedo imaginarme sin Nick, nunca. —Déjame amarte —dice con voz ronca. —Sí —contesto, y me da la vuelta, me toma entre sus brazos y sus labios buscan los míos, implorándome, adorándome, apreciándome… amándome. Me pasa los dedos a lo largo de la columna mientras nos miramos mutuamente, sumidos en la dicha poscoital, plenos. Tumbados juntos, yo boca abajo abrazando la almohada, él de costado, y yo gozando de la ternura de su caricia. Sé que ahora mismo necesita tocarme. Soy un bálsamo para él, una fuente de consuelo, ¿y cómo voy a negárselo? Yo siento exactamente lo mismo hacia él. —Así que puedes ser tierno. —Mmm… eso parece, señorita __________(ta). Sonrío complacida. —No lo fuiste especialmente la primera vez que… hicimos esto. —¿No? —dice malicioso—. Cuando te robé la virtud. —No creo que la robaras —musito con picardía. Por Dios, no soy una doncella indefensa—. Creo que yo te entregué mi virtud bastante libremente y de buen grado. Yo también lo deseaba y, si no recuerdo mal, disfruté bastante. Le sonrío con timidez y me muerdo el labio. —Como yo, si mal no recuerdo, señorita __________(ta). Mi único objetivo es complacer —añade y adquiere una expresión seria y relajada—. Y eso significa que eres mía, totalmente. Ha desaparecido todo rastro de ironía y me mira fijamente. —Sí, lo soy —le contesto en un murmullo—. Me gustaría preguntarte una cosa. —Adelante. —Tu padre biológico… ¿sabes quién era? La idea lleva un tiempo rondándome por la cabeza. Arquea una ceja y luego niega. —No tengo ni idea. No era ese salvaje que le hacía de chulo, lo cual está bien. —¿Cómo lo sabes? —Por una cosa que me dijo mi padre… Carrick. Observo expectante a mi Cincuenta, a la espera. —Siempre ávida por saber, __________(tn) . —Suspira y mueve la cabeza—. El chulo encontró el cuerpo de la puta adicta al crack y telefoneó a las autoridades. Aunque tardaron cuatro días en encontrarlo. Él se fue, cerró la puerta… y me dejó con… con su cadáver. Se le enturbia la mirada al recordarlo. Inspiro con fuerza. Pobre criatura… la mera idea de semejante horror resulta dolorosamente inconcebible. —La policía le interrogó después. Él negó rotundamente que tuviera algo que ver conmigo, y Carrick me dijo que no nos parecíamos en absoluto. —¿Recuerdas cómo era? —__________(tn) , esa es una parte de mi vida en la que no suelo pensar a menudo. Sí, recuerdo cómo era. Nunca le olvidaré. —La expresión de Nick se ensombrece y endurece, volviendo su rostro más anguloso, con una gélida mirada de rabia en sus ojos—. ¿Podemos hablar de otra cosa? —Perdona. No quería entristecerte. Niega con la cabeza. —Es el pasado, __________(tn) . No quiero pensar en eso ahora. —Bueno… ¿y cuál es esa sorpresa? —digo para cambiar de tema antes de que las sombras de Cincuenta se vuelvan contra mí. Inmediatamente se le ilumina la cara. —¿Te apetece salir a tomar un poco de aire fresco? Quiero enseñarte una cosa. —Claro. Me maravilla la rapidez con que cambia de humor… tan voluble como siempre. Me mira risueño, con esa sonrisa espontánea y juvenil de «Solo soy un chaval de veintisiete años», y mi corazón da un salto. Así que se trata de algo muy importante para él, lo noto. Me da un cachete en el trasero, juguetón. —Vístete. Con unos vaqueros ya va bien. Espero que Taylor te haya metido algunos en la maleta. Se levanta y se pone los calzoncillos. Oh… podría estar sentada aquí todo el día, viéndole moverse por la habitación. —Arriba —ordena, tan autoritario como siempre. Le miro, sonriente. —Estoy admirando las vistas. Y alza los ojos al cielo con aire resignado y divertido. Mientras nos vestimos, me doy cuenta de que nos movemos con la sincronización de dos personas que se conocen bien, ambos muy atentos y pendientes del otro, intercambiando de vez en cuando una sonrisa tímida y una tierna caricia. Y caigo en la cuenta de que esto es tan nuevo para él como para mí. —Sécate el pelo —ordena Nick cuando estamos vestidos. —Dominante como siempre —le digo bromeando, y se inclina para besarme la cabeza. —Eso no cambiará nunca, nena. No quiero que te pongas enferma. Pongo los ojos en blanco, y él tuerce la boca, con expresión divertida. —Sigo teniendo las manos muy largas, ¿sabe, señorita __________(ta)? —Me alegra oírlo, señor Jonas. Empezaba a pensar que habías perdido nervio —replico. —Puedo demostrarte que no es así en cuanto te apetezca. Nick saca de su bolsa un jersey grande de punto trenzado color beis, y se lo echa con elegancia sobre los hombros. Con la camiseta blanca, los vaqueros, el pelo cuidadosamente despeinado y ahora esto, parece salido de las páginas de una lujosa revista de moda. Debería estar prohibido ser tan extraordinariamente guapo. Y no sé si es la distracción momentánea, la mera perfección de su aspecto o ser consciente de que me quiere, pero su amenaza ya no me da miedo. Así es él, mi Cincuenta Sombras. Mientras cojo el secador, vislumbro ante mí un rayo de esperanza tangible. Encontraremos la vía intermedia. Lo único que hemos de hacer es tener en cuenta las necesidades del otro y acoplarlas. De eso soy capaz, ¿verdad? Me observo en el espejo del vestidor. Llevo la camisa azul claro que Taylor me compró y que ha metido en mi maleta. Tengo el pelo hecho un desastre, la cara enrojecida, los labios hinchados… Me los palpo, recordando los besos abrasadores de Nick, y no puedo evitar que se me escape una sonrisa. «Sí, te quiero», me dijo. —¿Dónde vamos exactamente? —pregunto mientras esperamos en el vestíbulo al empleado del aparcamiento. Nick se da golpecitos en un lado de la nariz y me guiña un ojo con aire conspiratorio, como si hiciera esfuerzos desesperados por contener su alegría. Francamente, esto es bastante impropio de mi Cincuenta. Estaba así cuando fuimos a volar en planeador; quizá sea eso lo que vamos a hacer. Yo también le sonrío, radiante. Y me mira con ese aire de superioridad que le confiere esa sonrisa suya de medio lado. Se inclina y me besa tiernamente. —¿Tienes idea de lo feliz que me haces? —pregunta en voz baja. —Sí… lo sé perfectamente. Porque tú provocas el mismo efecto en mí. El empleado del aparcamiento aparece a gran velocidad con el coche de Nick y una enorme sonrisa en la cara. Vaya, hoy todo el mundo parece muy feliz. —Un coche magnífico, señor —comenta al entregarle las llaves a Nick. Él le guiña un ojo y le da una propina escandalosamente generosa. Yo le frunzo el ceño. Por Dios… Mientras avanzamos entre el tráfico, Nick está sumido en sus pensamientos. Por los altavoces suena la voz de una mujer joven, con un timbre precioso, rico, melodioso, y me pierdo en esa voz triste y conmovedora. —Tengo que desviarme un momento. No tardaremos —dice con aire ausente, y me distrae de la canción. Oh, ¿por qué? Estoy intrigada por conocer cuál es la sorpresa. La diosa que llevo dentro está dando saltitos como una niña de cinco años. —Claro —murmuro. Aquí pasa algo. De pronto parece muy serio y decidido. Entra en el aparcamiento de un enorme concesionario, para el coche y se gira hacia mí con expresión cauta. —Hay que comprarte un coche —dice. Le miro con la boca abierta. ¿Ahora? ¿En domingo? ¿Qué demonios…? Y esto es un concesionario de Saab. —¿Un Audi no? —es la única tontería que se me ocurre decir, y el pobre, bendito sea, se ruboriza. Nick, avergonzado… ¡Esto es algo insólito! —Pensé que te apetecería variar —musita incómodo, como si no supiera dónde meterse. Oh, por favor… No hay que dejar pasar esta oportunidad única de burlarse de él. —¿Un Saab? —pregunto. —Sí. Un 9-3. Vamos. —¿A ti qué te pasa con los coches extranjeros? —Los alemanes y los suecos fabrican los coches más seguros del mundo, __________(tn) . ¿Ah, sí? —Creí que ya habías encargado otro Audi A3 para mí. Me mira con aire enigmático y divertido. —Eso puede anularse. Vamos. Baja tranquilamente del coche, se acerca a mi lado y me abre la puerta. —Te debo un regalo de graduación —dice en voz baja, y me tiende la mano. —Nick, de verdad, no tienes por qué hacer esto. —Sí, quiero hacerlo. Por favor. Vamos. Su tono no admite réplica. Yo me resigno a mi destino. ¿Un Saab? ¿Quiero yo un Saab? Me gustaba bastante el Audi Especial para Sumisas. Era muy práctico. Claro que ahora está cubierto por una tonelada de pintura blanca… Me estremezco. Y ella aún anda suelta por ahí. Acepto la mano de Nick, y nos dirigimos a la sala de exposición. Troy Turniansky, el encargado de las ventas, se pega como una lapa a Cincuenta. Huele la venta. Tiene un peculiar acento que parece del otro lado del Atlántico… ¿inglés, quizá? Es difícil saberlo. —¿Un Saab, señor? ¿De segunda mano? Se frota las manos con fruición. —Nuevo. Nick se pone muy serio. ¡Nuevo! —¿Ha pensado en algún modelo, señor? Y encima es un pelota suavón. —Un sedán deportivo 9-3 2.0T. —Excelente elección, señor. —¿De qué color, __________(tn) ? —me pregunta Nick, ladeando la cabeza. —Eh… ¿negro? —Me encojo de hombros—. De verdad, no hace falta que hagas esto. Tuerce el gesto. —El negro no se ve bien de noche. Oh, por Dios. Resisto la tentación de poner los ojos en blanco. —Tú tienes un coche negro. Me mira con expresión ceñuda. —Pues amarillo canario —digo, encogiéndome de hombros. Nick hace una mueca de desagrado: está claro que el amarillo canario no es su estilo. —¿De qué color quieres tú que sea el coche? —le pregunto como si fuera un niño pequeño, lo cual es cierto en muchos aspectos. Y ese inoportuno pensamiento me pone triste y me da que pensar. —Plateado o blanco. —Plateado, pues. Sabes que me quedaría con el Audi —añado, escarmentada por mis pensamientos. Troy palidece al percatarse de que puede perder la venta. —¿Quizá preferiría el descapotable, señora? —pregunta, dando nerviosas y entusiastas palmaditas. Mi subconsciente está avergonzada y disgustada, mortificada por todo este asunto de la compra del coche, pero la diosa que llevo dentro le hace un placaje y la tira al suelo. ¿Un descapotable? ¡Para morirse…! Nick frunce el ceño y me echa un vistazo. —¿El descapotable? —pregunta, arqueando una ceja. Me ruborizo. Es como si tuviera una línea erótica directa con la diosa que llevo dentro, algo que sin duda es muy cierto. A veces resulta muy incómodo. Me miro las manos. Nick se vuelve hacia Troy. —¿Qué dicen las estadísticas de seguridad del descapotable? Troy capta la vulnerabilidad de Nick y, lanzándose a muerte, le recita todo tipo de cifras y estadísticas. A Nick le preocupa mi seguridad, está claro. Para él eso es como una religión y, como el fanático que es, escucha atentamente la consabida perorata de Troy. No cabe duda de que a Cincuenta le importa. «Sí, te quiero.» Recuerdo las palabras entrecortadas que susurró esta mañana y una emoción resplandeciente se expande por mis venas como miel derretida. Este hombre, este regalo de Dios a las mujeres, me quiere. Me doy cuenta de que estoy mirándole sonriendo embobada, y cuando se percata de ello se queda desconcertado, aunque también divertido por mi expresión. Yo solo tengo ganas de abrazarme a mí misma, de lo feliz que soy. —Yo también quiero un poco de eso que se ha tomado, señorita __________(ta), sea lo que sea —cuchichea mientras Troy va hacia su ordenador. —Lo que me he tomado eres tú, señor Jonas. —¿En serio? Pues la verdad es que pareces que estés embriagada. —Me da un beso fugaz—. Y gracias por aceptar el coche. Esta vez ha sido más fácil que la anterior. —Bueno, este no es un Audi A3. Sonríe satisfecho. —Ese no es un coche para ti. —A mí me gustaba. —Señor, ¿el 9-3? He localizado uno en nuestro concesionario de Beverly Hills. En un par de días podemos tenerlo aquí. Troy está radiante por el éxito. —¿De gama alta? —Sí, señor. —Excelente. Nick saca la tarjeta de crédito, ¿o es la de Taylor? Pensar en eso me pone nerviosa. Me pregunto cómo estará Taylor, y si habrá encontrado a Leila en el apartamento. Me masajeo la frente. Sí, está también todo el bagaje que lleva consigo Nick. —Si quiere acompañarme, señor… —Troy echa un vistazo al nombre de la tarjeta—… Jonas. * * * Nick me abre la puerta, y yo ocupo el asiento del pasajero. —Gracias —le digo en cuanto se sienta a mi lado. Él sonríe. —Lo hago con mucho gusto, __________(tn) . Nick enciende el motor y vuelve a sonar la música. —¿Quién es? —pregunto. —Eva Cassidy. —Tiene una voz preciosa. —Sí, la tenía. —Oh. —Murió joven. —Oh. —¿Tienes hambre? No te terminaste el desayuno. Me mira de reojo con expresión reprobatoria. Oh, oh… —Sí. —Entonces comamos primero. Nick conduce hacia los muelles y después hacia el norte, por el viaducto Alaskan Way. Es otro día precioso en Seattle. Llevamos varias semanas con buen tiempo, y eso no es habitual. Nick parece feliz y relajado mientras circulamos por la autovía escuchando la voz dulce y melancólica de Eva Cassidy. ¿Me había sentido así de cómoda con él antes? No lo sé. Ahora sé que no me castigará y sus cambios de humor me preocupan menos, y también él parece más tranquilo conmigo. Gira a la izquierda, por la carretera de la costa, y finalmente deja el coche en un aparcamiento frente a un puerto deportivo enorme. —Comeremos aquí. Espera, te abriré la puerta —dice de un modo que me indica que no es aconsejable moverse, y le veo rodear el coche. ¿Es que nunca se cansará de esto? Caminamos de la mano hacia la zona del muelle, donde el puerto se extiende frente a nosotros. —Cuántos barcos —comento, admirada. Hay centenares, de todas las formas y tamaños, meciéndose sobre las tranquilas aguas del puerto deportivo. Fuera, en el estrecho de Puget, hay docenas de veleros oscilando al viento, gozando del buen tiempo. Es la viva imagen del disfrute al aire libre. Se ha levantado un poco de viento, así que me pongo la chaqueta sobre los hombros. —¿Tienes frío? —me pregunta, y me atrae hacia sí. —No, simplemente disfrutaba de la vista. —Yo me pasaría el día contemplándola. Ven por aquí. Nick me lleva a un bar inmenso situado frente al mar y se dirige hacia la barra. La decoración es más del estilo de Nueva Inglaterra que de la costa Oeste: paredes blancas encaladas, mobiliario azul claro y parafernalia marina colgada por todas partes. Es un local luminoso y alegre. —¡Señor Jonas! —El barman saluda afectuosamente a Nick—. ¿Qué puedo ofrecerle hoy? —Dante, buenos días. —Nick asiente y los dos nos encaramamos a los taburetes de la barra—. La encantadora dama es __________(tn) ___________(ta). —Bienvenida al local de SP —me dice Dante con una cálida sonrisa. Es negro y guapísimo, y me examina con sus ojos oscuros y, por lo que parece, da su visto bueno. Lleva un gran diamante en la oreja que centellea cuando me mira. Me cae bien al instante. —¿Qué les apetece beber? Miro a Nick, que me observa expectante. Oh, va a dejarme escoger. —Por favor, llámame __________(tn) , y tomaré lo mismo que Nick. Sonrío con timidez a Dante. Cincuenta sabe mucho más de vinos que yo. —Yo tomaré una cerveza. Este es el único bar de Seattle donde puedes encontrar Adnam Explorer. —¿Una cerveza? —Sí —me dice risueño—. Dos Explorer, por favor, Dante. Dante asiente y coloca las cervezas en la barra. —Aquí también sirven una sopa de marisco deliciosa —comenta Nick. Me lo está preguntando. —Sopa de marisco y cerveza suena estupendo —le digo sonriente. —¿Dos sopas de marisco? —pregunta Dante. —Por favor —le pide Nick con amabilidad. Nos pasamos la comida charlando, como no habíamos hecho nunca. Nick está a gusto y tranquilo; tiene un aspecto juvenil, feliz y animado, pese a todo lo que pasó ayer. Me cuenta la historia de Jonas Enterprises Holdings, Inc., y, cuanto más habla, más noto su pasión por reflotar empresas con problemas, su confianza en la tecnología que está desarrollando y sus sueños de convertir en productivos extensos territorios del tercer mundo. Le escucho embelesada. Es divertido, inteligente, filantrópico y hermoso, y me quiere. Llegado el momento, me acribilla a preguntas sobre Ray y mi madre, sobre el hecho de crecer en los frondosos bosques de Montesano, y sobre mis breves estancias en Texas y Las Vegas. Se interesa por saber mis películas y mis libros preferidos, y me sorprende comprobar cuánto tenemos en común. Mientras hablamos, se me ocurre pensar que ha pasado de ser el Alec de Thomas Hardy a ser Angel, de la corrupción y la degradación a los más altos ideales en un espacio de tiempo muy corto. Terminamos de comer pasadas las dos. Nick paga la cuenta a Dante, que se despide de nosotros afectuosamente. —Este sitio es estupendo. Gracias por la comida —le digo a Nick, que me da la mano al salir del bar. —Volveremos —dice y caminamos por el muelle—. Quería enseñarte una cosa. —Ya lo sé… y estoy impaciente por verla, sea lo que sea. Paseamos de la mano por el puerto deportivo. Hace una tarde muy agradable. La gente está disfrutando del domingo, paseando a los perros, contemplando los barcos, vigilando a sus hijos que corren por el paseo. A medida que avanzamos por el puerto, los barcos son cada vez más grandes. Nick me conduce a un muelle y se detiene delante de un enorme catamarán. —Pensé que podríamos salir a navegar esta tarde. Este barco es mío. Madre mía. Debe de medir como mínimo doce metros, quizá unos quince. Dos elegantes cascos blancos, una cubierta, una cabina espaciosa, y sobresaliendo por encima todo de ello un impresionante mástil. Yo no sé nada de barcos, pero me doy cuenta de que este es especial. —Uau… —musito maravillada. —Construido por mi empresa —dice con orgullo, y siento henchirse mi corazón—. Diseñado hasta el último detalle por los mejores arquitectos navales del mundo y construido aquí en Seattle, en mi astillero. Dispone de sistema de pilotaje eléctrico híbrido, orzas asimétricas, una vela cuadra en el mástil… —Vale… ya me he perdido, Nick. Sonríe de oreja a oreja. —Es un barco magnífico. —Parece realmente fabuloso, señor Jonas. —Lo es, señorita __________(ta). —¿Cómo se llama? Me lleva a un costado para que pueda ver el nombre: Grace. Me quedo muy sorprendida. —¿Le pusiste el nombre de tu madre? —Sí. —Inclina la cabeza a un lado, un tanto desconcertado—. ¿Por qué te extraña? Me encojo de hombros. No deja de sorprenderme: él siempre actúa de un modo tan ambivalente en su presencia… —Yo adoro a mi madre, __________(tn) . ¿Por qué no le iba a poner su nombre a un barco? Me ruborizo. —No, no es eso… es que… Maldita sea, ¿cómo podría expresarlo? —__________(tn) , Grace Trevelyan me salvó la vida. Se lo debo todo. Yo le miro fijamente, y me dejo invadir por la veneración implícita en ese dulce reconocimiento. Y me resulta evidente, por primera vez, que él quiere a su madre. ¿Por qué entonces esa ambigüedad extraña y tensa hacia ella? —¿Quieres subir a bordo? —pregunta emocionado y con los ojos brillantes. —Sí, por favor —contesto sonriente. Parece encantado. Me da la mano, sube dando zancadas por la pequeña plancha y me lleva a bordo. Llegamos a cubierta, situada bajo un toldo rígido. En un lado hay una mesa y una banqueta en forma de U forrada de piel de color azul claro, con espacio para ocho personas como mínimo. Echo un vistazo al interior de la cabina a través de las puertas correderas y doy un respingo, sobresaltada al ver que allí hay alguien. Un hombre alto y rubio abre las puertas y sale a cubierta: muy bronceado, con el pelo rizado y los ojos castaños, vestido con un polo rosa de manga corta descolorido, pantalones cortos y náuticas. Debe de tener unos treinta y cinco años, más o menos. —Mac —saluda Nick con una sonrisa. —¡Señor Jonas! Me alegro de volver a verle. Se dan la mano. —__________(tn) , este es Liam McConnell. Liam, esta es mi novia, __________(tn) __________(ta). ¡Novia! La diosa que llevo dentro realiza un ágil arabesco. Sigue sonriendo por lo del descapotable. Tengo que acostumbrarme a esto: no es la primera vez que lo dice, pero oírselo pronunciar sigue siendo emocionante. —¿Cómo está usted? Liam y yo nos damos la mano. —Llámeme Mac —me dice con amabilidad, y no consigo identificar su acento—. Bienvenida a bordo, señorita __________(ta). —__________(tn) , por favor —musito y enrojezco. Tiene unos ojos castaños muy profundos. —¿Qué tal se está portando, Mac? —interviene Nick enseguida, y por un momento creo que está hablando de mí. —Está preparada para el baile, señor —responde Mac en tono jovial. Ah, el barco. El Grace. Qué tonta soy. —En marcha, pues. —¿Van a salir? —Sí. —Nick le dirige a Mac una sonrisa maliciosa—. ¿Una vuelta rápida, __________(tn) ? —Sí, por favor. Le sigo al interior de la cabina. Frente a nosotros hay un sofá de piel beis en forma de L, y sobre él, un enorme ventanal curvo ofrece una vista panorámica del puerto deportivo. A la izquierda está la zona de la cocina, muy elegante y bien equipada, toda de madera clara. —Este es el salón principal. Junto con la cocina —dice Nick, señalándola con un vago gesto. Me coge de la mano y me lleva por la cabina principal. Es sorprendentemente espaciosa. El suelo es de la misma madera clara. Tiene un diseño moderno y elegante y una atmósfera luminosa y diáfana, aunque todo es muy funcional y no parece que Nick pase mucho tiempo aquí. —Los baños están en el otro lado. Señala dos puertas, y luego abre otra más pequeña y de aspecto muy peculiar que tenemos enfrente y entra. Se trata de un lujoso dormitorio. Oh… Hay una enorme cama empotrada y todo es de tejidos azul pálido y madera clara, como su dormitorio en el Escala. Es evidente que Nick escoge un motivo y lo mantiene. —Este es el dormitorio principal. —Baja la mirada hacia mí, sus ojos grises centellean—. Eres la primera chica que entra aquí, aparte de las de mi familia. —Sonríe—. Ellas no cuentan. Su mirada ardiente hace que me ruborice y se me acelere el pulso. ¿De veras? Otra primera vez. Me atrae a sus brazos, sus dedos juguetean con mi cabello y me da un beso, intenso y largo. Cuando me suelta, ambos estamos sin aliento. —Quizá deberíamos estrenar esta cama —murmura junto a mi boca. ¡Oh, en el mar! —Pero no ahora mismo. Ven, Mac estará soltando amarras. Hago caso omiso de la punzada de desilusión, él me da la mano y volvemos a cruzar el salón. Me señala otra puerta. —Allí hay un despacho, y aquí delante dos cabinas más. —¿Cuánta gente puede dormir en el barco? —Es un catamarán con seis camarotes, aunque solo he subido a bordo a mi familia. Me gusta navegar solo. Pero no cuando tú estás aquí. Tengo que mantenerte vigilada. Revuelve en un arcón y saca un chaleco salvavidas de un rojo intenso. —Toma. Me lo pasa por la cabeza y tensa todas las correas, y la sombra de una sonrisa aparece en sus labios. —Te encanta atarme, ¿verdad? —De todas las formas posibles —dice con una chispa maliciosa en la mirada. —Eres un pervertido. —Lo sé. Arquea las cejas y su sonrisa se ensancha. —Mi pervertido —susurro. —Sí, tuyo. Una vez que me ha atado, me agarra por los costados del chaleco y me besa. —Siempre —musita y, sin darme tiempo a responder, me suelta. ¡Siempre! Dios santo. —Ven. Me coge de la mano, salimos y subimos unos pocos escalones hasta una pequeña cabina en la cubierta superior, donde hay un gran timón y un asiento elevado. Mac está manipulando unos cabos en la proa del barco. —¿Es aquí donde aprendiste todos tus trucos con las cuerdas? —le pregunto a Nick con aire inocente. —Los ballestrinques me han venido muy bien —dice, y me escruta con la mirada—. Señorita __________(ta), parece que he despertado su curiosidad. Me gusta verte así, curiosa. Tendré mucho gusto en enseñarte lo que puedo hacer con una cuerda. Me sonríe con picardía y yo, impasible, le miro como si me hubiera disgustado. Le cambia la cara. —Has picado —le digo sonriendo. Nick tuerce la boca y entorna los ojos. —Tendré que ocuparme de ti más tarde, pero ahora mismo, tengo que pilotar un barco. Se sienta a los mandos, aprieta un botón y el motor se pone en marcha con un rugido. Mac se dirige raudo hacia un costado del barco, me sonríe y salta a la cubierta inferior, donde empieza a desatar un cabo. A lo mejor él también sabe hacer un par de trucos con las cuerdas. La inoportuna idea hace que me ruborice. Mi subconsciente me mira ceñuda. Yo le respondo encogiéndome de hombros y miro hacia Nick: le echo la culpa a Cincuenta. Él coge el receptor y llama por radio al guardacostas, y Mac grita que estamos preparados para zarpar. Una vez más, me fascina la destreza de Nick. Es tan competente. ¿Hay algo que este hombre no pueda hacer? Entonces recuerdo su concienzuda intentona de cortar y trocear un pimiento el pasado viernes en mi apartamento. Y sonrío al pensarlo. Nick conduce lentamente el Grace del embarcadero en dirección a la bocana del puerto. A nuestras espaldas queda el reducido grupo de gente que se ha congregado en el muelle para vernos partir. Los niños pequeños nos saludan y yo les devuelvo el saludo. Nick mira por encima del hombro, y luego hace que me siente entre sus piernas y señala las diversas esferas y dispositivos del puente de mando. —Coge el timón —me ordena tan autoritario como siempre, y yo hago lo que me pide. —A la orden, capitán —digo con una risita nerviosa. Coloca sus manos sobre las mías, manteniendo el rumbo para salir de la bahía, y en cuestión de minutos estamos en mar abierto, surcando las azules y frías aguas del estrecho de Puget. Lejos del muro protector del puerto, el viento es más fuerte y navegamos sobre un mar encrespado y rizado. No puedo evitar sonreír al notar el entusiasmo de Nick; esto es tan emocionante… Trazamos una gran curva hasta situarnos rumbo oeste hacia la península Olympic, con el viento detrás. —Hora de navegar —dice Nick, lleno de excitación—. Toma, cógelo tú. Mantén el rumbo. ¿Qué? Sonríe al ver mi cara de horror. —Es muy fácil, nena. Sujeta el timón y no dejes de mirar por la proa hacia el horizonte. Lo harás muy bien, como siempre. Cuando se icen las velas, notarás el tirón. Limítate a mantenerlo firme. Yo te haré esta señal —hace un movimiento con la mano plana como de rajarse el cuello—, y entonces puedes parar el motor. Es este botón de aquí. —Señala un gran interruptor negro—. ¿Entendido? —Sí —asiento frenética y aterrorizada. ¡Madre mía… yo no tenía pensado hacer nada! Me besa y baja rápidamente de la silla de capitán, y luego salta a la parte delantera del barco, donde se encuentra Mac, y empieza a desplegar velas, a desatar cabos y a manipular cabrestantes y poleas. Ambos trabajan bien juntos, como un equipo, intercambiando a gritos diversos términos náuticos, y es reconfortante ver a Cincuenta interactuar con alguien con tanta espontaneidad. Quizá Mac sea amigo de Cincuenta. Por lo que yo sé, no parece que tenga muchos, pero la verdad es que yo tampoco. Bueno, al menos aquí en Seattle. Mi única amiga está de vacaciones, poniéndose morena en Saint James, en la costa oeste de Barbados. Al pensar en Kate siento una punzada de dolor. Echo en falta a mi compañera de piso más de lo que creía cuando se fue. Espero que cambie de opinión y que regrese pronto a casa con su hermano Ethan, en lugar de prolongar su estancia con el hermano de Nick, Elliot. Nick y Mac izan la vela mayor. Se hincha y se infla a merced del impetuoso viento, y de repente el barco da bandazos y acelera. Yo lo siento en el timón. ¡Uau! Ellos se ponen a trajinar en la proa, y yo contemplo fascinada cómo la gran vela se iza en el mástil. El viento la agarra, expandiéndola y tensándola. —¡Mantenlo firme, nena, y apaga el motor! —me grita Nick por encima del viento, y me hace la señal de desconectar las máquinas. Yo apenas oigo su voz, pero asiento entusiasmada, y contemplo al hombre que amo, con el pelo totalmente alborotado, muy emocionado, sujetándose ante los cabeceos y los virajes del barco. Aprieto el botón, cesa el rugido del motor, y el Grace navega hacia la península Olympic, deslizándose por el agua como si volara. Yo tengo ganas de chillar y gritar y jalear: esta es una de las experiencias más excitantes de mi vida… salvo quizá la del planeador, y puede que la del cuarto rojo del dolor. ¡Madre mía, cómo se mueve este barco! Me mantengo firme, sujetando el timón y tratando de conservar el rumbo, y Nick vuelve a colocarse detrás de mí y pone sus manos sobre las mías. —¿Qué te parece? —me pregunta, gritando sobre el rugido del viento y el mar. —¡Nick, esto es fantástico! Esboza una radiante sonrisa de oreja a oreja. —Ya verás cuando ice la vela globo. Señala con la barbilla a Mac, que está desplegando la vela globo, de un rojo oscuro e intenso. Me recuerda las paredes del cuarto de juegos. —Un color interesante —grito. Él hace una mueca felina y me guiña un ojo. Oh, no es casualidad. La vela globo, con su peculiar forma, grande y elíptica, se hincha y hace que el Grace coja gran velocidad. El barco toma el rumbo, navegando a toda marcha hacia el Sound. —Velaje asimétrico. Para correr más —contesta Nick a mi pregunta implícita. —Es alucinante. No se me ocurre nada mejor que decir. Mientras brincamos sobre las aguas, en dirección a las majestuosas montañas Olympic y a la isla de Bainbridge, yo sigo con una sonrisa de lo más bobalicona en la cara. Al mirar hacia atrás, veo Seattle empequeñecerse en la distancia y, más allá, el monte Rainier. Nunca me había dado cuenta realmente de lo hermoso y agreste que es el paisaje de los alrededores de Seattle: verde, exuberante y apacible, con enormes árboles de hoja perenne y acantilados rocosos con paredes escarpadas que se alzan aquí y allá. En esta gloriosa tarde soleada el entorno posee una belleza salvaje pero serena, que me corta la respiración. Tanta quietud resulta asombrosa en comparación con la velocidad con que surcamos las aguas. —¿A qué velocidad vamos? —A quince nudos. —No tengo ni idea de qué quiere decir eso. —Unos veintiocho kilómetros por hora. —¿Solo? Parece mucho más. Me acaricia la mano, sonriendo. —Estás preciosa, __________(tn) . Es agradable ver tus mejillas con algo de color… y no porque te ruborices. Tienes el mismo aspecto que en las fotos de José. Me doy la vuelta y le beso. —Sabes cómo hacer que una chica lo pase bien, señor Jonas. —Mi único objetivo es complacer, señorita __________(ta). —Me aparta el pelo y me besa la parte baja de la nuca, provocándome unos deliciosos escalofríos que me recorren toda la columna—. Me gusta verte feliz —murmura, y me abraza más fuerte. Contemplo la inmensidad del agua azul, preguntándome qué debo haber hecho para que la suerte me haya sonreído y me haya enviado a este hombre. Sí, eres una zorra con suerte, me replica mi subconsciente. Pero aún te queda mucho por hacer con él. No va a aceptar siempre esta chorrada de relación vainilla… vas a tener que transigir. Fulmino mentalmente con la mirada a ese rostro insolente y mordaz, y apoyo la cabeza en el torso de Nick. En el fondo sé que mi subconsciente tiene razón, aunque me niego a pensar en ello. No quiero estropearme el día. * * * Al cabo de una hora atracamos en una cala pequeña y guarecida de la isla de Bainbridge. Mac ha bajado a la playa en la lancha —no sé bien para qué—, pero me lo imagino, porque en cuanto pone en marcha el motor fueraborda, Nick me coge de la mano y prácticamente me arrastra al interior de su camarote: es un hombre con una misión. Ahora está de pie ante mí, emanando su embriagadora sensualidad mientras sus dedos hábiles se afanan en desatar las correas de mi chaleco salvavidas. Lo deja a un lado y me mira intensamente con sus ojos oscuros, dilatados. Ya estoy perdida y apenas me ha tocado. Levanta la mano y desliza los dedos por mi barbilla, a lo largo del cuello, sobre el esternón, hasta alcanzar el primer botón de mi blusa azul, y siento que su caricia me abrasa. —Quiero verte —musita, y desabrocha con destreza el botón. Se inclina y besa con suavidad mis labios abiertos. Jadeo ansiosa, excitada por la poderosa combinación de su cautivadora belleza, su cruda sexualidad en el confinamiento de este camarote, y el suave balanceo del barco. Él retrocede un paso. —Desnúdate para mí —susurra con los ojos incandescentes. Ah… Obedezco encantada. Sin apartar mis ojos de él, desabrocho despacio cada botón, saboreando su tórrida mirada. Oh, esto es embriagador. Veo su deseo: es palpable en su rostro… y en todo su cuerpo. Dejo caer la camisa al suelo y me dispongo a desabrocharme los vaqueros. —Para —ordena—. Siéntate. Me siento en el borde de la cama y, con un ágil movimiento, él se arrodilla delante de mí, me desanuda primero una zapatilla, luego la otra, y me las quita junto con los calcetines. Me coge el pie izquierdo, lo levanta, me da un suave beso en la base del pulgar y luego me roza con la punta de los dientes. —¡Ah! —gimo al notar el efecto en mi entrepierna. Se pone de pie con elegancia, me tiende la mano y me aparta de la cama. —Continúa —dice, y retrocede un poco para contemplarme. Yo me bajo la cremallera de los vaqueros, meto los pulgares en la cintura y deslizo la prenda por mis piernas. En sus labios juguetea una sonrisa, pero sus ojos siguen sombríos. Y no sé si es porque me hizo el amor esta mañana, y me refiero a hacerme realmente el amor, con dulzura, con cariño, o si es por su declaración apasionada —«sí… te quiero»—, pero no siento la menor vergüenza. Quiero ser sexy para este hombre. Merece que sea sexy para él… y hace que me sienta sexy. Vale, esto es nuevo para mí, pero estoy aprendiendo gracias a su experta tutela. Y la verdad es que para él es algo nuevo también. Eso equilibra las cosas entre los dos, un poco, creo. Llevo un par de prendas de mi ropa interior nueva: un mini-tanga blanco de encaje y un sujetador a juego, de una lujosa marca y todavía con la etiqueta del precio. Me quito los vaqueros y me quedo allí plantada para él, con la lencería por la que ha pagado, pero ya no me siento vulgar… me siento suya. Me desabrocho el sujetador por la espalda, bajo los tirantes por los brazos y lo dejo sobre mi blusa. Me bajo el tanga despacio, lo dejo caer hasta los tobillos y salgo de él con un elegante pasito, sorprendida por mi propio estilo. Estoy de pie ante él, desnuda y sin la menor vergüenza, y sé que es porque me quiere. Ya no tengo que esconderme. Él no dice nada, se limita a mirarme fijamente. Solo veo su deseo, su adoración incluso, y algo más, la profundidad de su necesidad… la profundidad de su amor por mí. Él se lleva la mano hasta la cintura, se levanta el jersey beis y se lo quita por la cabeza, seguido de la camiseta, sin apartar de mí sus vívidos ojos cafes. Luego se quita los zapatos y los calcetines, antes de disponerse a desabrochar el botón de sus vaqueros. Doy un paso al frente, y susurro: —Déjame. Frunce momentáneamente los labios en una muda exclamación, y sonríe: —Adelante. Avanzo hacia él, introduzco mis osados dedos por la cintura de sus pantalones y tiro de ellos, para obligarle a acercarse más. Jadea involuntariamente ante mi inesperada audacia y luego me mira sonriendo. Desabrocho el botón, pero antes de bajar la cremallera dejo que mis dedos se demoren, resiguiendo su erección a través de la suave tela. Él flexiona las caderas hacia la palma de mi mano y cierra los ojos unos segundos, disfrutando de mi caricia. —Eres cada vez más audaz, __________(tn) , más valiente —musita, sujetándome la cara con las dos manos e inclinándose para besarme con ardor. Pongo las manos en sus caderas, la mitad sobre su piel fría y la otra mitad sobre la cintura caída de sus vaqueros. —Tú también —murmuro pegada a sus labios, mientras mis pulgares trazan lentos círculos sobre su piel y él sonríe. —Allá voy. Llevo las manos hasta la parte delantera de sus pantalones y bajo la cremallera. Mis intrépidos dedos atraviesan su vello púbico hasta su erección, y la cojo con firmeza. Su garganta emite un ruido sordo, impregnándome con su suave aliento, y vuelve a besarme con ternura. Mientras muevo mi mano por su miembro, rodeándolo, acariciándolo, apretándolo, él me rodea con el brazo y apoya la palma de la mano derecha con los dedos separados en mitad de mi espalda. Con la mano izquierda en mi pelo, me retiene pegada a sus labios. —Oh, te deseo tanto, nena —gime, y de repente se echa hacia atrás para quitarse pantalones y calzoncillos con un movimiento ágil y rápido. Es una maravilla poder contemplar sin ropa cada milímetro de su cuerpo. Es perfecto. Solo las cicatrices profanan su belleza, pienso con tristeza. Y son mucho más profundas que las de la simple piel. —¿Qué pasa, __________(tn) ? —murmura, y me acaricia tiernamente la mejilla con los nudillos. —Nada. Ámame, ahora. Me coge en sus brazos y me besa, entrelazando sus dedos en mis cabellos. Nuestras lenguas se enroscan, me lleva otra vez a la cama, me coloca encima con delicadeza y luego se tumba a mi lado. Me recorre la línea de la mandíbula con la nariz mientras yo hundo las manos en su pelo. —¿Sabes hasta qué punto es exquisito tu aroma, __________(tn) ? Es irresistible. Sus palabras logran, como siempre, inflamarme la sangre, acelerarme el pulso, y él desliza la nariz por mi garganta y a través de mis senos, mientras me besa con reverencia. —Eres tan hermosa —murmura, y me atrapa un pezón con la boca y chupa despacio. Gimo y mi cuerpo se arquea sobre la cama. —Quiero oírte, nena. Baja las manos a mi cintura, y yo me regodeo con el tacto de sus caricias, piel con piel… su ávida boca en mis pechos y sus largos y diestros dedos acariciándome, tocándome, amándome. Se mueven sobre mis muslos, sobre mi trasero, y bajan por mi pierna hasta la rodilla, sin dejar en ningún momento de besarme y chuparme los pechos. Me coge por la rodilla, y de pronto me levanta la pierna y se la coloca alrededor de las caderas, provocándome un gemido, y no la veo, pero siento en la piel la sonrisa con que reacciona. Rueda sobre la cama, de manera que me quedo a horcajadas sobre él, y me entrega un envoltorio de aluminio. Me echo hacia atrás y tomo su miembro en mis manos, y simplemente soy incapaz de resistirme ante su esplendor. Me inclino y lo beso, lo tomo en mi boca, enrollo la lengua a su alrededor y chupo con fuerza. Él jadea y flexiona las caderas para penetrar más a fondo en mi boca. Mmm… sabe bien. Lo deseo dentro de mí. Vuelvo a incorporarme y le miro fijamente. Está sin aliento, tiene la boca abierta y me mira intensamente. Abro rápidamente el envoltorio del preservativo y se lo coloco. Él me tiende las manos. Le cojo una y, con la otra, me pongo encima de él y, lentamente, le hago mío. Él cierra los ojos y su garganta emite un gruñido sordo. Sentirle en mí… expandiéndose… colmándome… —gimo suavemente—, es una sensación divina. Coloca sus manos sobre mis caderas y empieza a moverse arriba y abajo, penetrándome con ímpetu. Ah… es delicioso. —Oh, nena —susurra, y de repente se sienta y quedamos frente a frente, y la sensación es extraordinaria… de plenitud. Gimo y me aferro a sus antebrazos, y él me sujeta la cabeza con las manos y me mira a los ojos… intensos y grises, ardientes de deseo. —Oh, __________(tn) . Cómo me haces sentir —murmura, y me besa con pasión y anhelo ciego. Yo le devuelvo los besos, aturdida por la deliciosa sensación de tenerle hundido en mi interior. —Oh, te quiero —musito. Él emite un quejido, como si le doliera oír las palabras que susurro, y rueda sobre la cama, arrastrándome con él sin romper nuestro preciado contacto, de manera que quedo debajo de él, y le rodeo la cintura con las piernas. Nick baja la mirada hacia mí con maravillada adoración, y estoy segura de reflejar su misma expresión cuando alargo la mano para acariciar su bellísimo rostro. Empieza a moverse muy despacio, y al hacerlo cierra los ojos y suspira levemente. El suave balanceo del barco y la paz y el silencio del camarote, se ven únicamente interrumpidos por nuestras respiraciones entremezcladas, mientras él se mueve despacio dentro y fuera de mí, tan controlado y tan agradable… una sensación gloriosa. Pone su brazo sobre mi cabeza, con la mano en mi pelo, y con la otra me acaricia la cara mientras se inclina para besarme. Estoy envuelta totalmente en él, mientras me ama, entrando y saliendo lentamente de mí, y me saborea. Yo le toco… dentro de los límites estrictos: los brazos, el cabello, la parte baja de la espalda, su hermoso trasero… Y cuando aumenta más y más el ritmo de sus envites, se me acelera la respiración. Me besa en la boca, en la barbilla, en la mandíbula, y después me mordisquea la oreja. Oigo su respiración entrecortada cada vez que me penetra con ímpetu. Mi cuerpo empieza a temblar. Oh… esa sensación que ahora conozco tan bien… se acerca… Oh… —Eso es, nena… Entrégate a mí… Por favor… __________(tn) —murmura, y sus palabras son mi perdición. —¡Nick! —grito, y él gime cuando nos corremos juntos.
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| | | Lady_Sara_JB Casada Con
Cantidad de envíos : 1582 Edad : 28 Localización : México Fecha de inscripción : 24/03/2013
| Tema: Re: 50 sombras mas oscuras Nick y Tu TERMINADA Noviembre 11th 2013, 10:04 | |
| dios q la llevara a su barco q lindo me encanta siguela | |
| | | CristalJB_kjn Amiga De Los Jobros!
Cantidad de envíos : 477 Edad : 32 Localización : Mexico Fecha de inscripción : 24/10/2013
| | | | andreru Vecina De Los Jonas!
Cantidad de envíos : 358 Edad : 29 Fecha de inscripción : 25/04/2011
| Tema: Re: 50 sombras mas oscuras Nick y Tu TERMINADA Noviembre 11th 2013, 20:29 | |
| Capitulo 10 Mac no tardará en volver —dice en voz baja. —Mmm… Abro los ojos parpadeantes y me encuentro con su dulce mirada gris. Dios… los suyos tienen un color extraordinario; sobre todo aquí, en mar abierto: reflejan la luz que reverbera en el agua y en el interior de la cabina a través de los pequeños ojos de buey. —Aunque me encantaría estar aquí tumbado contigo toda la tarde, Mac necesitará que le ayude con el bote. —Nick se inclina sobre mí y me besa dulcemente—. Estás tan hermosa ahora mismo, __________(tn) , toda despeinada y tan sexy. Hace que te desee aún más. Sonríe y se levanta de la cama. Yo me tumbo boca abajo y admiro las vistas. —Tú tampoco estás mal, capitán. Chasqueo los labios admirada y él sonríe satisfecho. Le veo deambular con elegancia por el camarote mientras se viste. Ese maravilloso hombre acaba de hacerme el amor tiernamente otra vez. Apenas puedo creer la suerte que tengo. Apenas puedo creer que ese hombre sea mío. Se sienta a mi lado para ponerse los zapatos. —Capitán, ¿eh? —dice con sequedad—. Bueno, soy el amo y señor de este barco. Ladeo la cabeza. —Tú eres el amo y señor de mi corazón, señor Jonas. Y de mi cuerpo… y de mi alma. Mueve la cabeza, incrédulo, y se inclina para besarme. —Estaré en cubierta. Hay una ducha en el baño, si te apetece. ¿Necesitas algo? ¿Una copa? —pregunta solícito, y lo único que soy capaz de hacer es sonreírle. ¿Es este el mismo hombre? ¿Es el mismo Cincuenta? —¿Qué pasa? —dice como reacción a mi bobalicona sonrisa. —Tú. —¿Qué pasa conmigo? —¿Quién eres tú y qué has hecho con Nick? Tuerce la boca y sonríe con tristeza. —No está muy lejos, nena —dice suavemente, y hay un deje melancólico en su voz que hace que inmediatamente lamente haberle hecho esa pregunta. Pero Nick sacude la cabeza para desechar la idea—. No tardarás en verle —dice sonriendo—, sobre todo si no te levantas. Se acerca y me da un cachete fuerte en el culo, y yo chillo y me río al mismo tiempo. —Ya me tenías preocupada. —¿Ah, sí? —Nick arquea una ceja—. Emites señales contradictorias, __________(tn) . ¿Cómo podría un hombre seguirte el ritmo? —Se inclina y vuelve a besarme —. Hasta luego, nena —añade y, con una sonrisa deslumbrante, se levanta y me deja a solas con mis dispersos pensamientos. Cuando salgo a cubierta, Mac está de nuevo a bordo, pero enseguida se retira a la cubierta superior en cuanto abro las puertas del salón. Nick está con su BlackBerry. ¿Hablando con quién?, me pregunto. Se me acerca, me atrae hacia él y me besa el cabello. —Una noticia estupenda… bien. Sí… ¿De verdad? ¿La escalera de incendios?… Entiendo… Sí, esta noche. Aprieta el botón de fin de llamada, y el ruido de los motores al ponerse en marcha me sobresalta. Mac debe de estar arriba, en el puente de mando. —Hora de volver —dice Nick, y me besa una vez más mientras me coloca de nuevo el chaleco salvavidas. Cuando volvemos al puerto deportivo, con el sol a nuestra espalda poniéndose en el horizonte, pienso en esta tarde maravillosa. Bajo la atenta y paciente tutela de Nick, he estibado una vela mayor, un foque y una vela balón, y he aprendido a hacer un nudo cuadrado, un ballestrinque y un nudo margarita. Él ha mantenido los labios prietos durante toda la clase. —Puede que un día de estos te ate a ti —mascullo en tono gruñón. Él tuerce el gesto, divertido. —Primero tendrá que atraparme, señorita __________(ta). Sus palabras me traen a la cabeza la imagen de él persiguiéndome por todo el apartamento, la excitación, y después sus espantosas consecuencias. Frunzo el ceño y me estremezco. Después de aquello, le dejé. ¿Le dejaría otra vez ahora que ha reconocido que me quiere? Levanto la vista hacia sus claros ojos cafes. ¿Sería capaz de dejarle otra vez… me hiciera lo que me hiciese? ¿Podría traicionarle de ese modo? No. No creo que pudiera. Me ha dado otro completo tour por este magnífico barco, explicándome todos los detalles del diseño, las técnicas innovadoras y los materiales de alta calidad que se utilizaron para construirlo. Recuerdo aquella primera entrevista, cuando le conocí. Entonces descubrí ya su pasión por los barcos. Creí que reservaba su entrega incondicional a los cargueros transoceánicos que construye su empresa… pero no, también los elegantes catamaranes de encanto tan sensual. Y, por supuesto, me ha hecho el amor con dulzura, sin prisas. Recuerdo mi cuerpo arqueado y anhelante bajo sus expertas manos. Es un amante excepcional, de eso estoy segura… aunque, claro, no tengo con quién compararle. Pero Kate hubiera alardeado más si esto fuera siempre así: no es propio de ella callarse los detalles. Pero ¿durante cuánto tiempo le bastará con esto? No lo sé, y el pensamiento resulta muy perturbador. Ahora se sienta y me rodea con sus brazos, y yo permanezco en la seguridad de su abrazo durante horas —o eso me parece—, en un silencio cómodo y fraterno, mientras el Grace se desliza y se acerca más y más a Seattle. Yo llevo el timón, y Nick me avisa cada vez que tengo que ajustar el rumbo. —Hay una poesía en navegar tan antigua como el mundo —me dice al oído. —Eso suena a cita. Noto que sonríe. —Lo es. Antoine de Saint-Exupéry. —Oh… me encanta El principito. —A mí también. * * * Comienza a caer la noche cuando Nick, con sus manos todavía sobre las mías, nos conduce al interior de la bahía. Las luces de los barcos parpadean y se reflejan en el agua oscura, pero todavía hay algo de claridad: el atardecer es agradable y luminoso, el preludio de lo que sin duda será una puesta de sol espectacular. Una pequeña multitud se congrega en el muelle cuando Nick hace girar despacio el barco, en un espacio relativamente pequeño. Lo hace con destreza, atracando de nuevo en el embarcadero del que habíamos zarpado. Mac salta a tierra y amarra el Grace a un noray. —Ya estamos de vuelta —murmura Nick. —Gracias —susurro tímidamente—. Ha sido una tarde perfecta. Nick me sonríe. —Yo pienso lo mismo. Quizá deberíamos matricularte en una escuela náutica, y así podríamos salir durante unos días, tú y yo solos. —Me encantaría. Podríamos estrenar el dormitorio una y otra vez. Se inclina y me besa bajo la oreja. —Mmm… estoy deseándolo, __________(tn) —susurra, y consigue que se me erice todo el vello del cuerpo. ¿Cómo lo hace? —Vamos, el apartamento es seguro. Podemos volver. —¿Y las cosas que tenemos en el hotel? —Taylor ya las ha recogido. ¡Oh! ¿Cuándo? —Hoy a primera hora —contesta Nick antes de que le plantee la pregunta—, después de haber examinado el Grace con su equipo. —¿Y ese pobre hombre cuándo duerme? —Duerme. —Nick, desconcertado, arquea una ceja—. Simplemente cumple con su deber, __________(tn) , y lo hace muy bien. Es una suerte contar con Jason. —¿Jason? —Jason Taylor. Pensaba que Taylor era su nombre de pila. Jason… Es un nombre que le pega: serio y responsable, fiable. Por alguna razón, eso me hace sonreír. Nick me mira pensativo y comenta: —Tú aprecias a Taylor. —Supongo que sí. Su comentario me confunde. Él frunce el ceño. —No me siento atraída por él, si es eso lo que te hace poner mala cara. Déjalo ya. Nick hace algo parecido a un mohín, como enfurruñado. Dios… a veces es como un niño. —Opino que Taylor cuida muy bien de ti. Por eso me gusta. Me parece un hombre que inspira confianza, amable y leal. Lo aprecio en un sentido paternal. —¿Paternal? —Sí. —Bien, paternal. Nick parece analizar la palabra y su significado. Me echo a reír. —Oh, Nick, por favor, madura un poco. Él abre la boca, sorprendido ante mi salida, pero luego piensa en lo que he dicho y tuerce el gesto. —Lo intento —dice finalmente. —Se nota. Y mucho —le digo con cariño, pero después pongo los ojos en blanco. —Qué buenos recuerdos me trae verte hacer ese gesto, __________(tn) —dice con una gran sonrisa. —Bueno, si te portas bien a lo mejor revivimos alguno de esos recuerdos —replico con aire cómplice. Él hace una mueca irónica. —¿Portarme bien? —Levanta las cejas—. Francamente, señorita __________(ta), ¿qué le hace pensar que quiera revivirlos? —Seguramente porque, cuando lo he dicho, tus ojos han brillado como luces navideñas. —Qué bien me conoces ya —dice con cierta sequedad. —Me gustaría conocerte mejor. Sonríe con dulzura. —Y a mí a ti, __________(tn) . —Gracias, Mac. Nick estrecha la mano de McConnell y baja al muelle. —Siempre es un placer, señor Jonas. Adiós. Y, __________(tn) , encantado de conocerte. Le doy la mano con timidez. Debe de saber a qué nos hemos dedicado Nick y yo mientras él estaba en tierra. —Que tengas un buen día, Mac, y gracias. Me sonríe y me guiña el ojo, haciendo que me ruborice. Nick me coge de la mano y subimos por el muelle hacia el paseo marítimo. —¿De dónde es Mac? —pregunto, intrigada por su acento. —Irlandés… del norte de Irlanda —concreta Nick. —¿Es amigo tuyo? —¿Mac? Trabaja para mí. Ayudó a construir el Grace. —¿Tienes muchos amigos? Frunce el ceño. —La verdad es que no. Dedicándome a lo que me dedico… no puedo cultivar muchas amistades. Solo está… Se calla y se pone muy serio, y soy consciente de que iba a mencionar a la señora Robinson. —¿Tienes hambre? —pregunta para cambiar de tema. Asiento. La verdad es que estoy hambrienta. —Cenaremos donde dejé el coche. Vamos. Al lado del SP hay un pequeño bistró italiano llamado Bee’s. Me recuerda al local de Portland: unas pocas mesas y reservados, con una decoración muy moderna y alegre, y una gran fotografía en blanco y negro de una celebración de principios de siglo a modo de mural. Nick y yo nos sentamos en un reservado, y echamos un vistazo al menú mientras degustamos un Frascati suave y delicioso. Cuando levanto la vista de la carta, después de haber elegido lo que quiero, Nick me está mirando fijamente, pensativo. —¿Qué pasa? —Estás muy guapa, __________(tn) . El aire libre te sienta bien. Me ruborizo. —Pues la verdad es que me arde la cara por el viento. Pero he pasado una tarde estupenda. Una tarde perfecta. Gracias. En sus ojos brilla el cariño. —Ha sido un placer —musita. —¿Puedo preguntarte una cosa? Estoy decidida a obtener información. —Lo que quieras, __________(tn) . Ya lo sabes. Ladea la cabeza. Está encantador. —No pareces tener muchos amigos. ¿Por qué? Encoge los hombros y frunce el ceño. —Ya te lo he dicho, la verdad es que no tengo tiempo. Están mis socios empresariales… aunque eso es muy distinto a tener amigos, supongo. Tengo a mi familia y ya está. Aparte de Elena. Ignoro que ha mencionado a esa bruja. —¿Ningún amigo varón de tu misma edad para salir a desahogarte? —Tú ya sabes cómo me gusta desahogarme, __________(tn) . —Nick hace una leve mueca—. Y me he dedicado a trabajar, a levantar mi empresa. —Parece desconcertado—. No hago nada más; salvo navegar y volar de vez en cuando. —¿Ni siquiera en la universidad? —La verdad es que no. —¿Solo Elena, entonces? Asiente, con cautela. —Debes de sentirte solo. Sus labios esbozan una media sonrisa melancólica. —¿Qué te apetece comer? —pregunta, volviendo a cambiar de tema. —Me inclino por el risotto. —Buena elección. Nick avisa al camarero y da por terminada la conversación. Después de pedir, me revuelvo incómoda en la silla y fijo la mirada en mis manos entrelazadas. Si tiene ganas de hablar, he de aprovecharlo. Tengo que hablar con él de cuáles son sus expectativas, sus… necesidades. —__________(tn) , ¿qué pasa? Dime. Levanto la vista hacia su rostro preocupado. —Dime —repite con más contundencia, y su preocupación se convierte ¿en qué… miedo… ira? Suspiro profundamente. —Lo que más me inquieta es que no tengas bastante con esto. Ya sabes… para desahogarte. Tensa la mandíbula y su mirada se endurece. —¿He manifestado de algún modo que no tenga bastante con esto? —No. —Entonces, ¿por qué lo piensas? —Sé cómo eres. Lo que… eh… necesitas —balbuceo. Cierra los ojos y se masajea la frente con sus largos dedos. —¿Qué tengo que hacer? —dice en voz tan baja que resulta alarmante, como si estuviera enfadado, y se me encoge el corazón. —No, me has malinterpretado: te has comportado maravillosamente, y sé que solo han pasado unos días, pero espero no estar obligándote a ser alguien que no eres. —Sigo siendo yo, __________(tn) … con todas las cincuenta sombras de mi locura. Sí, tengo que luchar contra el impulso de ser controlador… pero es mi naturaleza, la manera en que me enfrento a la vida. Sí, espero que te comportes de una determinada manera, y cuando no lo haces supone un desafío para mí, pero también es un soplo de aire fresco. Seguimos haciendo lo que me gusta hacer a mí. Dejaste que te golpeara ayer después de aquella espantosa puja. —Esboza una sonrisa placentera al recordarlo—. Yo disfruto castigándote. No creo que ese impulso desaparezca nunca… pero me esfuerzo, y no es tan duro como creía. Me estremezco y enrojezco al recordar nuestro encuentro clandestino en el dormitorio de su infancia. —Eso no me importó —musito con timidez. —Lo sé. —Sus labios se curvan en una sonrisa reacia—. A mí tampoco. Pero te diré una cosa, __________(tn) : todo esto es nuevo para mí, y estos últimos días han sido los mejores de mi vida. No quiero que cambie nada. ¡Oh! —También han sido los mejores de mi vida, sin duda —murmuro, y se le ilumina la cara. La diosa que llevo dentro asiente febril, dándome fuertes codazos. Vale, vale, ya lo sé… —Entonces, ¿no quieres llevarme a tu cuarto de juegos? Traga saliva y palidece, con el rostro totalmente serio. —No, no quiero. —¿Por qué no? —musito. No es la respuesta que esperaba. Y sí, ahí está… esa punzada de decepción. La diosa que llevo dentro hace un mohín y da patadas en el suelo con los brazos cruzados, como una cría enfurruñada. —La última vez que estuvimos allí me abandonaste —dice en voz baja—. Pienso huir de cualquier cosa que pueda provocar que vuelvas a dejarme. Cuanto te fuiste me quedé destrozado. Ya te lo he contado. No quiero volver a sentirme así. Ya te he dicho lo que siento por ti. Sus ojos cafes, enormes e intensos, rezuman sinceridad. —Pero no me parece justo. Para ti no puede ser bueno… estar constantemente preocupado por cómo me siento. Tú has hecho todos esos cambios por mí, y yo… creo que debería corresponderte de algún modo. No sé, quizá… intentar… algunos juegos haciendo distintos personajes —tartamudeo, con la cara del color de las paredes del cuarto de juegos. ¿Por qué es tan difícil hablar de esto? He practicado todo tipo de sexo pervertido con este hombre, cosas de las que ni siquiera había oído hablar hace unas semanas, cosas que nunca había creído posibles, y, sin embargo, lo más difícil de todo es hablar de esto con él. —Ya me correspondes, __________(tn) , más de lo que crees. Por favor, no te sientas así. El Nick despreocupado ha desaparecido. Ahora tiene los ojos muy abiertos con expresión alarmada, y verlo así resulta desgarrador. —Nena, solo ha pasado un fin de semana. Démonos tiempo. Cuando te marchaste, pensé mucho en nosotros. Necesitamos tiempo. Tú necesitas confiar en mí y yo en ti. Quizá más adelante podamos permitírnoslo, pero me gusta cómo eres ahora. Me gusta verte tan contenta, tan relajada y despreocupada, sabiendo que yo tengo algo que ver en ello. Yo nunca he… —Se calla y se pasa la mano por el pelo—. Para correr, primero tenemos que aprender a andar. De repente sonríe. —¿Qué tiene tanta gracia? —Flynn. Dice eso constantemente. Nunca creí que le citaría. —Un flynnismo. Nick se ríe. —Exacto. Llega el camarero con los entrantes y la brocheta, y en cuanto cambiamos de conversación Nick se relaja. Cuando nos colocan delante nuestros pantagruélicos platos, no puedo evitar pensar en cómo he visto a Nick hoy: relajado, feliz y despreocupado. Como mínimo ahora se ríe, vuelve a estar a gusto. Cuando empieza a interrogarme sobre los lugares donde he estado, suspiro de alivio en mi fuero interno. El tema se acaba enseguida, ya que no he estado en ningún sitio fuera del Estados Unidos continental. En cambio, él ha viajado por todo el mundo, e iniciamos una charla más alegre y sencilla sobre todos los lugares que él ha visitado. * * * Después de la sabrosa y contundente cena, Nick conduce de vuelta al Escala. Por los altavoces se oye la voz dulce y melodiosa de Eva Cassidy, y eso me proporciona un apacible interludio para pensar. He tenido un día asombroso; la doctora Greene; nuestra ducha; la admisión de Nick; hacer el amor en el hotel y en el barco; comprar el coche. Incluso el propio Nick se ha mostrado tan distinto… Es como si se hubiera desprendido de algo, o hubiera redescubierto algo… no sé. ¿Quién habría imaginado que pudiera ser tan dulce? ¿Lo sabría él? Cuando le miro, él también parece absorto en sus pensamientos. Y caigo en la cuenta de que él no ha tenido en realidad una adolescencia… una normal, al menos. Mi mente vaga errática hasta la fiesta de la noche anterior y mi baile con el doctor Flynn, y el miedo de Nick a que este me lo hubiera contado todo sobre él. Nick sigue ocultándome algo. ¿Cómo podemos avanzar en nuestra relación si él se siente de ese modo? Cree que podría dejarle si le conociera. Cree que podría dejarle si fuera tal como es. Oh, este hombre es muy complicado. A medida que nos acercamos a su casa, empieza a irradiar una tensión que se hace palpable. Desde el coche examina las aceras y los callejones laterales, sus ojos escudriñan todos los rincones, y sé que está buscando a Leila. Yo empiezo también a mirar. Todas las chicas morenas son sospechosas, pero no la vemos. Cuando entramos en el garaje, su boca se ha convertido en una línea tensa y adusta. Me pregunto por qué hemos vuelto aquí si va a estar tan nervioso y cauto. Sawyer está en el garaje, vigilando, y se acerca a abrirme la puerta en cuanto Nick aparca al lado del SUV. El Audi destrozado ya no está. —Hola, Sawyer —le saludo. —Señorita __________(ta). —Asiente—. Señor Jonas. —¿Ni rastro? —pregunta Nick. —No, señor. Nick asiente, me coge la mano y vamos hacia el ascensor. Sé que su cerebro no para de trabajar; está totalmente abstraído. En cuanto entramos se vuelve hacia mí. —No tienes permiso para salir de aquí sola bajo ningún concepto. ¿Entendido? —me espeta. —De acuerdo. Vaya… tranquilo. Sin embargo, su actitud me hace sonreír. Tengo ganas de abrazarme a mí misma: este hombre, tan dominante y brusco conmigo… Me asombra que hace solo una semana me pareciera tan amenazador cuando me hablaba de ese modo. Pero ahora le comprendo mucho mejor. Ese es su mecanismo para afrontar las situaciones. Está muy preocupado por lo de Leila, me quiere y quiere protegerme. —¿Qué te hace tanta gracia? —murmura con un deje de ironía en la voz. —Tú. —¿Yo, señorita __________(ta)? ¿Por qué le hago gracia? —dice con un mohín. Los mohines de Nick son tan… sensuales. —No pongas morritos. —¿Por qué? —pregunta, cada vez más divertido. —Porque provoca el mismo efecto en mí que el que tiene en ti que yo haga esto. Y me muerdo el labio inferior. Él arquea las cejas, sorprendido y complacido al mismo tiempo. —¿En serio? Vuelve a hacer un mohín y se inclina para darme un beso fugaz y casto. Yo alzo los labios para unirlos a los suyos, y durante la milésima de segundo en que se rozan nuestras bocas, la naturaleza de su beso cambia, y un fuego arrasador originado en ese íntimo punto de contacto se expande por mis venas y me impulsa hacia él. De pronto mis dedos se enredan en sus cabellos y él me empuja contra la pared del ascensor, sujeta mi cara entre sus manos y nuestras lenguas se entrelazan. Y no sé si los confines del ascensor hacen que todo sea más real, pero noto su necesidad su ansiedad, su pasión. Dios… Le deseo, aquí, ahora. El ascensor se detiene con un sonido metálico, las puertas se abren y Nick aparta ligeramente su cara de la mía, sus caderas aún inmovilizándome contra la pared y su erección presionando contra mi cuerpo. —Vaya —murmura sin aliento. —Vaya —repito, e inspiro una bocanada de aire para llenar mis pulmones. Me mira con ojos ardientes. —Qué efecto tienes en mí, __________(tn) . Y con el pulgar resigue mi labio inferior. Por el rabillo del ojo veo a Taylor, que da un paso atrás y queda fuera de mi vista. Me alzo para besar a Nick en la comisura de esos labios maravillosamente perfilados. —El que tú tienes en mí, Nick. Se aparta y me da la mano. Ahora tiene los ojos más oscuros, entornados. —Ven —ordena. Taylor sigue en la entrada, esperándonos con discreción. —Buenas noches, Taylor —dice Nick en tono cordial. —Señor Jonas, señorita __________(ta). —Ayer fui la señora Taylor —le digo sonriendo, y él se pone rojo. —También suena bien, señorita __________(ta) —dice Taylor con total naturalidad. —Yo pienso lo mismo. Nick me coge la mano con más fuerza, y pone mala cara. —Si ya habéis terminado los dos, me gustaría un informe rápido. Mira fijamente a Taylor, que ahora parece incómodo, y a mí se me encogen las entrañas. He sobrepasado el límite. —Lo siento —le digo en silencio a Taylor, que se encoge de hombros y me sonríe con amabilidad antes de darme la vuelta para seguir a Nick. —Ahora vuelvo contigo. Antes tengo que decirle una cosa a la señorita __________(ta) —le dice Nick a Taylor, y sé que tengo problemas. Nick me lleva a su dormitorio y cierra la puerta. —No coquetees con el personal, __________(tn) —me reprende. Abro la boca para defenderme, luego la cierro y vuelvo a abrirla otra vez. —No coqueteaba. Era amigable… hay una diferencia. —No seas amigable con el personal ni coquetees con ellos. No me gusta. Oh. Adiós al Nick despreocupado. —Lo siento —musito y me miro las manos. No me había hecho sentir como una niña pequeña en todo el día. Me coge la barbilla y me levanta la cabeza para que le mire a los ojos. —Ya sabes lo celoso que soy —murmura. —No tienes motivos para ser celoso, Nick. Soy tuya en cuerpo y alma. Pestañea varias veces como si le costara procesar ese hecho. Se inclina y me besa fugazmente, pero sin la pasión que sentíamos hace un momento en el ascensor. —No tardaré. Ponte cómoda —dice de mal humor, da media vuelta y me deja ahí plantada en el dormitorio, aturdida y confusa. ¿Por qué demonios podría tener celos de Taylor? Niego con la cabeza, sin poder dar crédito. Miro el despertador y observo que acaban de dar las ocho. Decido preparar la ropa que llevaré mañana al trabajo. Subo a mi habitación y abro el vestidor. Está vacío. Todos los vestidos han desaparecido. ¡Oh, no! Nick me ha tomado la palabra y se ha deshecho de toda la ropa. Maldita sea… Mi subconsciente me fulmina con la mirada. Bien, te lo mereces, por bocazas. ¿Por qué me ha tomado la palabra? Las advertencias de mi madre vuelven a resonar en mi cabeza: «Los hombres son muy cuadriculados, cielo, se lo toman todo al pie de la letra». Observo el espacio vacío con desolación. Había prendas muy bonitas, como el vestido plateado que llevé al baile. Paseo desconsolada por la habitación. Un momento… ¿qué está pasando aquí? También ha desaparecido el iPad. ¿Y dónde está mi Mac? Oh, no. Lo primero que pienso, de forma poco compasiva, es que quizá los haya robado Leila. Bajo las escaleras corriendo y vuelvo al cuarto de Nick. Sobre la mesita están mi Mac, mi iPad y mi mochila. Está todo aquí. Abro la puerta del vestidor. Toda mi ropa está aquí también, compartiendo espacio con la de Nick. ¿Cuándo ha ocurrido todo esto? ¿Por qué nunca me avisa cuando hace estas cosas? Me doy la vuelta y él está de pie en el umbral. —Ah, ya lo han traído todo —comenta con aire distraído. —¿Qué pasa? —pregunto. Tiene el semblante sombrío. —Taylor cree que Leila entró por la escalera de emergencia. Debía de tener una llave. Ya han cambiado todas las cerraduras. El equipo de Taylor ha registrado todas las estancias del apartamento. No está aquí. —Hace una pausa y se pasa una mano por el pelo—. Ojalá hubiera sabido dónde estaba. Está esquivando todos nuestros intentos de encontrarla, y necesita ayuda. Frunce el ceño, y mi anterior enfado desaparece. Le abrazo. Él me envuelve con su cuerpo y me besa la cabeza. —¿Qué harás cuando la encuentres? —pregunto. —El doctor Flynn tiene una plaza para ella. —¿Y qué pasa con su marido? —No quiere saber nada de ella —contesta Nick con amargura—. Su familia vive en Connecticut. Creo que ahora anda por ahí sola. —Qué triste… —¿Te parece bien que haya hecho que traigan tus cosas aquí? Quería compartir la habitación contigo —murmura. Vaya, otro rápido cambio de tema. —Sí. —Quiero que duermas conmigo. Cuando estás conmigo no tengo pesadillas. —¿Tienes pesadillas? —Sí. Le abrazo más fuerte. Por Dios… Más cargas del pasado. Se me encoge el corazón por este hombre. —Iba a prepararme la ropa para ir a trabajar mañana —aclaro. —¡A trabajar! —exclama Nick como si hubiera dicho una palabrota, me suelta y me fulmina con la mirada. —Sí, a trabajar —replico, desconcertada ante su reacción. Se me queda mirando sin dar crédito. —Pero Leila aún anda suelta por ahí. —Hace una breve pausa—. No quiero que vayas a trabajar. ¿Qué? —Eso es una tontería, Nick. He de ir a trabajar. —No, no tienes por qué. —Tengo un trabajo nuevo, que me gusta. Claro que he de ir a trabajar. ¿A qué se refiere? —No, no tienes por qué —repite con énfasis. —¿Te crees que me voy a quedar aquí sin hacer nada mientras tú andas por ahí salvando al mundo? —La verdad… sí. Oh, Cincuenta, Cincuenta, Cincuenta… dame fuerzas. —Nick, yo necesito trabajar. —No, no lo necesitas. —Sí… lo… necesito. —le repito despacio, como si fuera un crío. —Es peligroso —dice torciendo el gesto. —Nick… yo necesito trabajar para ganarme la vida, y además no me pasará nada. —No, tú no necesitas trabajar para ganarte la vida… ¿y cómo puedes estar tan segura de que no te pasará nada? Está prácticamente gritando. ¿Qué quiere decir? ¿Acaso piensa mantenerme? Oh, esto es totalmente ridículo. ¿Cuánto hace que le conozco… cinco semanas? Ahora está muy enfadado. Sus tormentosos ojos centellean, pero no me importa en absoluto. —Por Dios santo, Nick, Leila estaba a los pies de tu cama y no me hizo ningún daño. Y sí, yo necesito trabajar. No quiero deberte nada. Tengo que pagar el préstamo de la universidad. Aprieta los labios y yo pongo los brazos en jarras. No pienso ceder en esto. ¿Quién se cree que es? —No quiero que vayas a trabajar. —No depende de ti, Nick. La decisión no es tuya. Se pasa la mano por el pelo mientras sus ojos me fulminan. Pasamos segundos, minutos, sin dejar de retarnos con la mirada. —Sawyer te acompañará. —Nick, no es necesario. No tiene ninguna lógica. —¿Lógica? —gruñe—. O te acompaña, o verás lo ilógico que puedo ser para retenerte aquí. ¿No sería capaz? ¿O sí? —¿Qué harías exactamente? —Ah, ya se me ocurriría algo, __________(tn) . No me provoques. —¡De acuerdo! —acepto, levantando las dos manos para apaciguarle. Maldita sea… Cincuenta ha vuelto para vengarse. Permanecemos ahí de pie, fulminándonos con la mirada. —Muy bien: Sawyer puede venir conmigo, si así te quedas más tranquilo —cedo finalmente, y pongo los ojos en blanco. Nick entorna los suyos y avanza hacia mí, amenazante. Inmediatamente, doy un paso atrás. Él se detiene y suspira profundamente, cierra los ojos y se mesa el cabello con las dos manos. Oh, no. Cincuenta sigue en plena forma. —¿Quieres que te enseñe el resto del apartamento? ¿Enseñarme el…? ¿Es una broma? —Vale —musito cautelosa. Nuevo cambio de rumbo: el señor Voluble ha vuelto. Me tiende la mano y, cuando la acepto, aprieta la mía con suavidad. —No quería asustarte. —No me has asustado. Solo estaba a punto de salir corriendo —bromeo. —¿Salir corriendo? —dice Nick, abriendo mucho los ojos. —¡Es una broma! Por Dios… Salimos del vestidor y aprovecho el momento para calmarme, pero la adrenalina sigue circulando a raudales por mi cuerpo. Una pelea con Cincuenta no es algo que pueda tomarse a la ligera. Me da una vuelta por todo el apartamento, enseñándome las distintas habitaciones. Aparte del cuarto de juegos y tres dormitorios más en el piso de arriba, descubro con sorpresa que Taylor y la señora Jones disponen de un ala para ellos solos: una cocina, un espacioso salón y un cuarto para cada uno. La señora Jones todavía no ha vuelto de visitar a su hermana, que vive en Portland. En la planta baja me llama la atención un cuarto situado enfrente de su estudio: una sala con una inmensa pantalla de televisión de plasma y varias videoconsolas. Resulta muy acogedora. —¿Así que tienes una Xbox? —bromeo. —Sí, pero soy malísimo. Elliot siempre me gana. Tuvo gracia cuando creíste que mi cuarto de juegos era algo como esto. Me sonríe divertido, su arrebato ya olvidado. Gracias a Dios que ha recobrado el buen humor. —Me alegra que me considere graciosa, señor Jonas —contesto con altanería. —Pues lo es usted, señorita __________(ta)… cuando no se muestra exasperante, claro. —Suelo mostrarme exasperante cuando usted es irracional. —¿Yo? ¿Irracional? —Sí, señor Jonas, irracional podría ser perfectamente su segundo nombre. —Yo no tengo segundo nombre. —Pues irracional le quedaría muy bien. —Creo que eso es opinable, señorita __________(ta). —Me interesaría conocer la opinión profesional del doctor Flynn. Nick sonríe. —Yo creía que Trevelyan era tu segundo nombre. —No, es un apellido. —Pues no lo usas. —Es demasiado largo. Ven —ordena. Salgo de la sala de la televisión detrás de él, cruzamos el gran salón hasta el pasillo principal, pasamos por un cuarto de servicio y una bodega impresionante, y llegamos al despacho de Taylor, muy amplio y bien equipado. Taylor se pone de pie cuando entramos. Hay espacio suficiente para albergar una mesa de reuniones para seis. Sobre un gran escritorio hay una serie de monitores. No tenía ni idea de que el apartamento tuviera circuito cerrado de televisión. Por lo visto controla la terraza, la escalera, el ascensor de servicio y el vestíbulo. —Hola, Taylor. Le estoy enseñando el apartamento a __________(tn) . Taylor asiente pero no sonríe. Me pregunto si le habrán amonestado también. ¿Y por qué sigue trabajando todavía? Cuando le sonrío, asiente educadamente. Nick me coge otra vez de la mano y me lleva a la biblioteca. —Y, por supuesto, aquí ya has estado. Nick abre la puerta. Señalo con la cabeza el tapete verde de la mesa de billar. —¿Jugamos? —pregunto. Nick sonríe, sorprendido. —Vale. ¿Has jugado alguna vez? —Un par de veces —miento, y él entorna los ojos y ladea la cabeza. —Eres una mentirosa sin remedio, __________(tn) . Ni has jugado nunca ni… —¿Te da miedo competir? —pregunto, pasándome la lengua por los labios. —¿Miedo de una cría como tú? —se burla Nick con buen humor. —Una apuesta, señor Jonas. —¿Tan segura está, señorita __________(ta)? —Sonríe divertido e incrédulo al mismo tiempo—. ¿Qué le gustaría apostar? —Si gano yo, vuelves a llevarme al cuarto de juegos. Se me queda mirando, como si no acabara de entender lo que he dicho. —¿Y si gano yo? —pregunta, una vez recuperado de su estupefacción. —Entonces, escoges tú. Tuerce el gesto mientras medita la respuesta. —Vale, de acuerdo. ¿A qué quieres jugar: billar americano, inglés o a tres bandas? —Americano, por favor. Los otros no los conozco. De un armario situado bajo una de las estanterías, Nick saca un estuche de piel alargado. En el interior forrado en terciopelo están las bolas de billar. Con rapidez y eficiencia, coloca las bolas sobre el tapete. Creo que nunca he jugado en una mesa tan grande. Nick me da un taco y un poco de tiza. —¿Quieres sacar? Finge cortesía. Está disfrutando: cree que va a ganar. —Vale. Froto la punta del taco con la tiza, y soplo para eliminar la sobrante. Miro a Nick a través de las pestañas y su semblante se ensombrece. Me coloco en línea con la bola blanca y, con un toque rápido y limpio, impacto en el centro del triángulo con tanta fuerza que una bola listada sale rodando y cae en la tornera superior derecha. El resto de las bolas han quedado diseminadas. —Escojo las listadas —digo con ingenuidad y sonrío a Nick con timidez. Él asiente divertido. —Adelante —dice educadamente. Consigo que entren en las troneras otras tres bolas en rápida sucesión. Estoy dando saltos de alegría por dentro. En este momento siento una gratitud enorme hacia José por haberme enseñado a jugar a billar, y a jugar tan bien. Nick observa impasible, sin expresar nada, pero parece que ya no se divierte tanto. Fallo la bola listada verde por un pelo. —¿Sabes, __________(tn) ?, podría estar todo el día viendo cómo te inclinas y te estiras sobre esta mesa de billar —dice con pícara galantería. Me ruborizo. Gracias a Dios que llevo vaqueros. Él sonríe satisfecho. Intenta despistarme del juego, el muy cabrón. Se quita el jersey beis, lo tira sobre el respaldo de una silla, me mira sonriente y se dispone a hacer la primera tirada. Se inclina sobre la mesa. Se me seca la boca. Oh, ahora sé a qué ese refería. Nick, con vaqueros ajustados y una camiseta blanca, inclinándose así… es algo digno de ver. Casi pierdo el hilo de mis pensamientos. Mete cuatro bolas rápidamente, y luego falla al intentar introducir la blanca. —Un error de principiante, señor Jonas —me burlo. Sonríe con suficiencia. —Ah, señorita __________(ta), yo no soy más que un pobre mortal. Su turno, creo — dice, señalando la mesa. —No estarás intentando perder a propósito, ¿verdad? —No, no, __________(tn) . Con el premio que tengo pensado, quiero ganar. —Se encoge de hombros con aire despreocupado—. Pero también es verdad que siempre quiero ganar. Le miro desfiante con los ojos entornados. Muy bien, entonces… Me alegro de llevar la blusa azul, que es bastante escotada. Me paseo alrededor de la mesa, agachándome a la menor oportunidad y dejando que Nick le eche un vistazo a mi escote. A este juego pueden jugar dos. Le miro. —Sé lo que estás haciendo —murmura con ojos sombríos. Ladeo la cabeza con coquetería, acaricio el taco y deslizo la mano arriba y abajo muy despacio. —Oh, estoy decidiendo cuál será mi siguiente tirada —señalo con aire distraído. Me inclino sobre la mesa y golpeo la bola naranja para dejarla en una posición mejor. Me planto directamente delante de Nick y cojo el resto de debajo de la mesa. Me coloco para la próxima tirada, recostada sobre el tapete. Oigo que Nick inspira con fuerza y, naturalmente, fallo el tiro. Maldición… Él se coloca detrás de mí mientras todavía estoy inclinada sobre la mesa, y pone las manos en mis nalgas. Mmm… —¿Está contoneando esto para provocarme, señorita __________(ta)? Y me da una palmada, fuerte. Jadeo. —Sí —contesto en un susurro, porque es verdad. —Ten cuidado con lo que deseas, nena. Me masajeo el trasero mientras él se dirige hacia el otro extremo de la mesa, se inclina sobre el tapete y hace su tirada. Golpea la bola roja, y la mete en la tronera izquierda. Apunta a la amarilla, superior derecha, y falla por poco. Sonrío. —Cuarto rojo, allá vamos —le provoco. Él apenas arquea una ceja y me indica que continúe. Yo apunto a la bola verde y, por pura chiripa, consigo meter la última bola naranja. —Escoge la tronera —murmura Nick, y es como si estuviera hablando de otra cosa, de algo oscuro y desagradable. —Superior izquierda. Apunto a la bola negra y le doy, pero fallo. Por mucho. Maldita sea. Nick sonríe con malicia, se inclina sobre la mesa y, con un par de tiradas, se deshace de las dos lisas restantes. Casi estoy jadeando al ver su cuerpo ágil y flexible reclinándose sobre el tapete. Se levanta, pone tiza al taco y me clava sus ojos ardientes. —Si gano yo… ¿Oh, sí? —Voy a darte unos azotes y después te follaré sobre esta mesa. Dios… Todos los músculos de mi vientre se contraen. —Superior derecha —dice en voz baja, apunta a la bola negra y se inclina para tirar.
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| | | CristalJB_kjn Amiga De Los Jobros!
Cantidad de envíos : 477 Edad : 32 Localización : Mexico Fecha de inscripción : 24/10/2013
| Tema: Re: 50 sombras mas oscuras Nick y Tu TERMINADA Noviembre 12th 2013, 15:34 | |
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| | | andreru Vecina De Los Jonas!
Cantidad de envíos : 358 Edad : 29 Fecha de inscripción : 25/04/2011
| Tema: Re: 50 sombras mas oscuras Nick y Tu TERMINADA Noviembre 12th 2013, 17:09 | |
| Capitulo 11 Con elegante soltura, Nick le da a la bola blanca y esta se desliza sobre la mesa, roza suavemente la negra y oh… muy despacio, la negra sale rodando, vacila en el borde y finalmente cae en la tronera superior derecha de la mesa de billar. Maldición. Él se yergue, y en su boca se dibuja una sonrisa de triunfo tipo «Te tengo a mi merced, __________(ta)». Baja el taco y se acerca hacia mí pausadamente, con el cabello revuelto, sus vaqueros y su camiseta blanca. No tiene aspecto de presidente ejecutivo: parece un chico malo de un barrio peligroso. Madre mía, está terriblemente sexy. —No tendrás mal perder, ¿verdad? —murmura sin apenas disimular la sonrisa. —Depende de lo fuerte que me pegues —susurro, agarrándome al taco para apoyarme. Me lo quita y lo deja a un lado, introduce los dedos en el escote de mi blusa y me atrae hacia él. —Bien, enumeremos las faltas que has cometido, señorita __________(ta). —Y cuenta con sus dedos largos—. Uno, darme celos con mi propio personal. Dos, discutir conmigo sobre el trabajo. Y tres, contonear tu delicioso trasero delante de mí durante estos últimos veinte minutos. En sus ojos cafes brilla una tenue chispa de excitación. Se inclina y frota su nariz contra la mía. —Quiero que te quites los pantalones y esta camisa tan provocativa. Ahora. Me planta un beso leve como una pluma en los labios, se encamina sin ninguna prisa hacia la puerta y la cierra con llave. Cuando se da la vuelta y me clava la mirada, sus ojos arden. Yo me quedo totalmente paralizada como un zombi, con el corazón desbocado, la sangre hirviendo, incapaz de mover un músculo. Y lo único que puedo pensar es: Esto es por él… repitiéndose en mi mente como un mantra una y otra vez. —La ropa, __________(tn) . Parece ser que aún la llevas puesta. Quítatela… o te la quitaré yo. —Hazlo tú. Por fin he recuperado la voz, y suena grave y febril. Nick sonríe encantado. —Oh, señorita __________(ta). No es un trabajo muy agradable, pero creo que estaré a la altura. —Por lo general está siempre a la altura, señor Jonas. Arqueo una ceja y él sonríe. —Vaya, señorita __________(ta), ¿qué quiere decir? Al acercarse a mí, se detiene en una mesita empotrada en una de las estanterías. Alarga la mano y coge una regla de plástico transparente de unos treinta centímetros. La sujeta por ambos extremos y la dobla, sin apartar los ojos de mí. Oh, Dios… el arma que ha escogido. Se me seca la boca. De pronto estoy acalorada y sofocada y húmeda en todas las partes esperadas. Únicamente Nick puede excitarme solo con mirarme y flexionar una regla. Se la mete en el bolsillo trasero de sus vaqueros y camina tranquilamente hacia mí, sus oscuros ojos cargados de expectativas. Sin decir palabra, se arrodilla delante de mí y empieza a desatarme las Converse, con rapidez y eficacia, y me las quita junto con los calcetines. Yo me apoyo en el borde de la mesa de billar para no caerme. Al mirarle durante todo el proceso, me sobrecoge la profundidad del sentimiento que albergo por este hombre tan hermoso e imperfecto. Le amo. Me agarra de las caderas, introduce los dedos por la cintura de mis vaqueros y desabrocha el botón y la cremallera. Me observa a través de sus largas pestañas, con una sonrisa extremadamente salaz, mientras me despoja poco a poco de los pantalones. Yo doy un paso a un lado y los dejo en el suelo, encantada de llevar estas braguitas blancas de encaje tan bonitas, y él me aferra por detrás de mis piernas y desliza la nariz por el vértice de mis muslos. Estoy a punto de derretirme. —Me apetece ser brusco contigo, __________(tn) . Tú tendrás que decirme que pare si me excedo —murmura. Oh, Dios… Me besa… ahí abajo. Yo gimo suavemente. —¿Palabra de seguridad? —susurro. —No, palabra de seguridad, no. Solo dime que pare y pararé. ¿Entendido? —Vuelve a besarme, sus labios me acarician. Oh, es una sensación tan maravillosa… Se levanta, con la mirada intensa—. Contesta —ordena con voz de terciopelo. —Sí, sí, entendido. Su insistencia me confunde. —Has estado enviándome mensajes y emitiendo señales contradictorias durante todo el día, __________(tn) —dice—. Me dijiste que te preocupaba que hubiera perdido nervio. No estoy seguro de qué querías decir con eso, y no sé hasta qué punto iba en serio, pero ahora lo averiguaremos. No quiero volver al cuarto de juegos todavía, así que ahora podemos probar esto. Pero si no te gusta, tienes que prometerme que me lo dirás. Una ardorosa intensidad, fruto de su ansiedad, sustituye a su anterior arrogancia. Oh, no, por favor, no estés ansioso, Nick. —Te lo diré. Sin palabra de seguridad —repito para tranquilizarle. —Somos amantes, __________(tn) . Los amantes no necesitan palabras de seguridad. —Frunce el ceño—. ¿Verdad? —Supongo que no —murmuro. Madre mía… ¿cómo voy a saberlo?—. Te lo prometo. Busca en mi rostro alguna señal de que a mi convicción le falte coraje, y yo me siento nerviosa, pero excitada también. Me hace muy feliz hacer esto, ahora que sé que él me quiere. Para mí es muy sencillo, y ahora mismo no quiero pensarlo demasiado. Poco a poco aparece una enorme sonrisa en su cara. Empieza a desabrocharme la camisa y sus diestros dedos terminan enseguida, pero no me la quita. Se inclina y coge el taco. Oh, Dios ¿qué va a hacer con eso? Me estremezco de miedo. —Juega muy bien, señorita __________(ta). Debo decir que estoy sorprendido. ¿Por qué no metes la bola negra? Se me pasa el miedo y hago un pequeño mohín, preguntándome por qué tiene que sorprenderse este cabrón sexy y arrogante. La diosa que llevo dentro está calentando en segundo plano, haciendo sus ejercicios en el suelo… con una sonrisa henchida de satisfacción. Yo coloco la bola blanca. Nick da una vuelta alrededor de la mesa y se pone detrás de mí cuando me inclino para hacer mi tirada. Pone la mano sobre mi muslo derecho y sus dedos me recorren la pierna, arriba y abajo, hasta el culo y vuelven a bajar con una leve caricia. —Si sigues haciendo eso, fallaré —musito con los ojos cerrados, deleitándome en la sensación de sus manos sobre mí. —No me importa si fallas o no, nena. Solo quería verte así: medio vestida, recostada sobre mi mesa de billar. ¿Tienes idea de lo erótica que estás en este momento? Enrojezco, y la diosa que llevo dentro sujeta una rosa entre los dientes y empieza a bailar un tango. Inspiro profundamente e intento no hacerle caso, y me coloco para tirar. Es imposible. Él me acaricia el trasero, una y otra vez. —Superior izquierda —digo en voz baja, y le doy a la bola. Él me pega un cachete, fuerte, directamente sobre las nalgas. Es algo tan inesperado que chillo. La blanca golpea la negra, que rebota contra el almohadillado de la tronera y se sale. Nick vuelve a acariciarme el trasero. —Oh, creo que has de volver a intentarlo —susurra—. Tienes que concentrarte, __________(tn) . Ahora jadeo, excitada por este juego. Él se dirige hacia el extremo de la mesa, vuelve a colocar la bola negra, y luego hace rodar la blanca hacia mí. Tiene un aspecto tan carnal, con sus ojos oscuros y una sonrisa maliciosa… ¿Cómo voy a resistirme a este hombre? Cojo la bola y la alineo, dispuesta a tirar otra vez. —Eh, eh —me advierte—. Espera. Oh, le encanta prolongar la agonía. Vuelve otra vez y se pone detrás de mí. Y cierro los ojos cuando empieza a acariciarme el muslo izquierdo esta vez, y después el trasero nuevamente. —Apunta —susurra. No puedo evitar un gemido, el deseo me retuerce las entrañas. E intento, realmente intento, pensar en cómo darle a la bola negra con la blanca. Me inclino hacia la derecha, y él me sigue. Vuelvo a inclinarme sobre la mesa, y utilizando hasta el último vestigio de mi fuerza interior, que ha disminuido considerablemente desde que sé lo que pasará en cuanto golpee la bola blanca, apunto y tiro otra vez. Nick vuelve a azotarme otra vez, fuerte. ¡Ay! Vuelvo a fallar. —¡Oh, no! —me lamento. —Una vez más, nena. Y, si fallas esta vez, haré que recibas de verdad. ¿Qué? ¿Recibir qué? Coloca otra vez la bola negra y se acerca de nuevo, tremendamente despacio, hasta donde estoy, se queda detrás de mí y vuelve a acariciarme el trasero. —Vamos, tú puedes —me anima. No… no cuando tú me distraes así. Echo las nalgas hacia atrás hasta encontrar su mano, y él me da un leve cachete. —¿Impaciente, señorita __________(ta)? Sí. Te deseo. —Bien, acabemos con esto. Me baja con delicadeza las bragas por los muslos y me las quita. No veo lo que hace con ellas, pero me deja con la sensación de estar muy expuesta, y me planta un beso suave en cada nalga. —Tira, nena. Quiero gimotear, está muy claro que no lo conseguiré. Sé que voy a fallar. Alineo la blanca, le pego y, por culpa de la impaciencia, fallo el golpe a la negra de forma flagrante. Espero el azote… pero no llega. En lugar de eso, él se inclina directamente encima de mí, me recuesta sobre la mesa, me quita el taco de la mano y lo hace rodar hasta la banda. Le noto, duro, contra mi trasero. —Has fallado —me dice bajito al oído. Tengo la mejilla contra el tapete —. Pon las manos planas sobre la mesa. Hago lo que me dice. —Bien. Ahora voy a pegarte, y así la próxima vez a lo mejor no fallas. Se mueve y se coloca a mi izquierda, con su erección pegada a mi cadera. Gimo y siento el corazón en la garganta. Empiezo a respirar entrecortadamente y un escalofrío ardiente e intenso corre por mis venas. Él me acaricia el culo y coloca la otra mano ahuecada sobre mi nuca, sus dedos agarrándome el cabello, mientras con el codo me presiona la espalda hacia abajo. Estoy completamente indefensa. —Abre las piernas —murmura, y yo vacilo un momento. Y él me pega fuerte… ¡con la regla! El ruido es más fuerte que el dolor, y me coge por sorpresa. Jadeo, y vuelve a pegarme. —Las piernas —ordena. Abro las piernas, jadeando. La regla me golpea de nuevo. Ay… escuece, pero el chasquido contra la piel suena peor de lo que es en realidad. Cierro los ojos y absorbo el dolor. No es demasiado terrible, y la respiración de Nick se intensifica. Me pega una y otra vez, y gimo. No estoy segura de cuántos azotes más podré soportar… pero el oírle, saber lo excitado que está, alimenta mi propio deseo y mi voluntad de seguir. Estoy pasando al lado oscuro, a un lugar de mi psique que no conozco bien, pero que ya he visitado antes, en el cuarto de juegos… con la experiencia Tallis. La regla vuelve a golpearme, y gimo en voz alta. Y Nick responde con un gruñido. Me pega otra vez… y otra… y una más… más fuerte esta vez… y hago un gesto de dolor. —Para. La palabra sale de mi boca antes de darme cuenta de que la he dicho. Nick deja la regla inmediatamente y me suelta. —¿Ya basta? —Sí. —Ahora quiero follarte —dice con voz tensa. —Sí —murmuro, anhelante. Él se desabrocha la cremallera, mientras yo gimo tumbada sobre la mesa, sabiendo que será brusco. Me maravilla una vez más cómo he llevado —y sí, disfrutado— lo que ha hecho hasta este momento. Es muy turbio, pero es muy él. Desliza dos dedos dentro de mí y los mueve en círculos. La sensación es exquisita. Cierro los ojos, deleitándome con la sensación. Oigo cómo rasga el envoltorio, y ya está detrás de mí, entre mis piernas, separándolas más. Se hunde en mi interior lentamente. Sujeta con firmeza mis caderas, vuelve a salir de mí, y esta vez me penetra con fuerza haciéndome gritar. Se queda quieto un momento. —¿Otra vez? —dice en voz baja. —Sí… estoy bien. Déjate llevar… llévame contigo —murmuro sin aliento. Con un quejido ronco, sale de nuevo y entra de golpe en mí, y lo repite una y otra vez lentamente, con un ritmo deliberado de castigo, brutal, celestial. Oh… Mis entrañas empiezan a acelerarse. Él lo nota también, e incrementa el ritmo, empuja más, más deprisa, con mayor dureza… y sucumbo, y exploto en torno a él en un orgasmo devastador que me arrebata el alma y me deja exhausta y derrotada. Apenas soy consciente de que Nick también se deja ir, gritando mi nombre, con los dedos clavados en mis caderas, y luego se queda quieto y se derrumba sobre mí. Nos deslizamos hasta el suelo, y me acuna en sus brazos. —Gracias, cariño —musita, cubriendo mi cara ladeada de besos dulces y livianos. Abro los ojos y los levanto hacia él, y me abraza con más fuerza. —Tienes una rozadura en la mejilla por culpa del tapete —susurra, y me acaricia la cara con ternura—. ¿Qué te ha parecido? Sus ojos están muy abiertos, cautelosos. —Intenso, delicioso. Me gusta brutal, Nick, y también me gusta tierno. Me gusta que sea contigo. Él cierra los ojos y me abraza aún más fuerte. Madre mía. Estoy exhausta. —Tú nunca fallas, __________(tn) . Eres preciosa, inteligente, audaz, divertida, sexy, y agradezco todos los días a la divina providencia que fueras tú quien vino a entrevistarme y no Katherine Kavanagh. —Me besa el pelo. Yo sonrío y bostezo pegada a su pecho—. Pero ahora estás muy cansada —continúa—. Vamos. Un baño y a la cama. * * * Estamos en la bañera de Nick, uno frente al otro, cubiertos de espuma hasta la barbilla, envueltos en el dulce aroma del jazmín. Nick me masajea los pies, por turnos. Es tan agradable que debería ser ilegal. —¿Puedo preguntarte una cosa? —Claro. Lo que sea, __________(tn) , ya lo sabes. Suspiro profundamente y me incorporo sentada con un leve estremecimiento. —Mañana, cuando vaya a trabajar, ¿puede Sawyer limitarse a dejarme en la puerta de la oficina y pasar a recogerme al final del día? Por favor, Nick, por favor —le pido. Sus manos se detienen y frunce el ceño. —Creía que estábamos de acuerdo en eso —se queja. —Por favor —suplico. —¿Y a la hora de comer qué? —Ya me prepararé algo aquí y así no tendré que salir, por favor. Me besa el empeine. —Me cuesta mucho decirte que no —murmura, como si creyera que es una debilidad por su parte—. ¿De verdad que no saldrás? —No. —De acuerdo. Yo le sonrío, radiante. —Gracias. Me apoyo sobre las rodillas, haciendo que el agua se derrame por todas partes, y le beso. —De nada, señorita __________(ta). ¿Cómo está tu trasero? —Dolorido, pero no mucho. El agua me calma. —Me alegro de que me dijeras que parara —dice, y me mira fijamente. —Mi trasero también. Sonríe. * * * Me tiendo en la cama, muy cansada. Solo son las diez y media, pero me siento como si fueran las tres de la madrugada. Este ha sido uno de los fines de semana más agotadores de mi vida. —¿La señorita Acton no incluyó ningún camisón? —pregunta Nick con un deje reprobatorio cuando me mira. —No tengo ni idea. Me gusta llevar tus camisetas —balbuceo, medio dormida. Relaja el gesto, se inclina y me besa la frente. —Tengo trabajo. Pero no quiero dejarte sola. ¿Puedo usar tu portátil para conectarme con el despacho? ¿Te molestaré si me quedo a trabajar aquí? —No es mi portátil. Y me duermo. * * * Suena la alarma, despertándome de golpe con la información del tráfico. Nick sigue durmiendo a mi lado. Me froto los ojos y echo un vistazo al reloj. Las seis y media… demasiado temprano. Fuera llueve por primera vez desde hace siglos, y hay una luz amarillenta y tenue. Me siento muy a gusto y cómoda en este inmenso monolito moderno, con Nick a mi lado. Me desperezo y me giro hacia el delicioso hombre que está junto a mí. Él abre los ojos de golpe y parpadea, medio dormido. —Buenos días. Sonrío, le acaricio la cara y me inclino para besarle. —Buenos días, nena. Normalmente me despierto antes de que suene el despertador —murmura, asombrado. —Está puesto muy temprano. —Así es, señorita __________(ta). —Nick sonríe de oreja a oreja—. Tengo que levantarme. Me besa y sale de la cama. Yo vuelvo a dejarme caer sobre las almohadas. Vaya, despertarme un día laborable al lado de Nick Jonas. ¿Cómo ha ocurrido esto? Cierro los ojos y me quedo adormilada. —Venga, dormilona, levanta. Nick se inclina sobre mí. Está afeitado, limpio, fresco… mmm, qué bien huele. Lleva una camisa blanca impoluta y traje negro, sin corbata: el señor presidente ha vuelto. Dios bendito, qué guapo está así también. —¿Qué pasa? —pregunta. —Ojalá volvieras a la cama. Separa los labios, sorprendido por mi insinuación, y sonríe casi con timidez. —Es usted insaciable, señorita __________(ta). Por seductora que resulte la idea, tengo una reunión a las ocho y media, así que tengo que irme enseguida. Oh, me he quedado dormida, una hora más o menos. Maldita sea. Salto de la cama, ante la expresión divertida de Nick. Me ducho y me visto a toda prisa, y me pongo la ropa que preparé anoche: una falda gris perla muy favorecedora, una blusa de seda gris claro y zapatos negros de tacón alto, todo ello parte de mi nuevo guardarropa. Me cepillo el pelo y me lo recojo con cuidado, y luego salgo de la enorme habitación, sin saber realmente qué me espera. ¿Cómo voy a ir al trabajo? Nick está tomando café en la barra del desayuno. La señora Jones está en la cocina haciendo tortitas y friendo beicon. —Estás muy guapa —murmura Nick. Me pasa un brazo alrededor y me besa bajo la oreja. Por el rabillo del ojo, observo que la señora Jones sonríe. Me ruborizo. —Buenos días, señorita __________(ta) —dice ella, y me pone las tortitas y el beicon delante. —Oh, gracias. Buenos días —balbuceo. Madre mía, no me costaría nada acostumbrarme a esto. —El señor Jonas dice que le gustaría llevarse el almuerzo al trabajo. ¿Qué le apetecería comer? Miro de reojo a Nick, que hace esfuerzos por no sonreír. Entorno los ojos. —Un sándwich… ensalada. La verdad, no me importa —digo esbozando una amplia sonrisa a la señora Jones. —Ya improvisaré una bolsa con el almuerzo para usted, señora. —Por favor, señora Jones, llámeme __________(tn) . —__________(tn) . Sonríe y se da la vuelta para prepararme un té. Vaya… esto es una gozada. Me doy la vuelta y ladeo la cabeza mirando a Nick, desafiándole: venga, acúsame de coquetear con la señora Jones. —Tengo que irme, cariño. Taylor vendrá a recogerte y te dejará en el trabajo con Sawyer. —Solo hasta la puerta. —Sí. Solo hasta la puerta. —Nick pone los ojos en blanco—. Pero ve con cuidado. Yo echo un vistazo alrededor y atisbo a Taylor en la puerta de entrada. Nick se pone de pie, me coge la barbilla y me besa. —Hasta luego, nena. —Que tengas un buen día en la oficina, cariño —digo a sus espaldas. Él se vuelve, me deslumbra con su maravillosa sonrisa, y luego se va. La señora Jones me ofrece una taza de té, y de golpe me siento incómoda por estar aquí las dos solas. —¿Cuánto hace que trabaja para Nick? —pregunto, pensando que debo darle conversación. —Unos cuatro años —contesta amablemente, y empieza a prepararme la bolsa del almuerzo. —¿Sabe?, puedo hacerlo yo… —musito, avergonzada de que tenga que hacer esto para mí. —Usted cómase el desayuno, __________(tn) . Este es mi trabajo, y me gusta. Es agradable ocuparse de alguien aparte del señor Taylor y el señor Jonas. Y me dedica una mirada llena de dulzura. Mis mejillas enrojecen de placer, y siento ganas de acribillar a preguntas a esta mujer. Debe de saber tanto sobre Cincuenta… Sin embargo, a pesar de su actitud amable y cordial, también es muy profesional. Sé que si empiezo a interrogarla, solo conseguiré incomodarnos a las dos, de manera que termino de desayunar en un confortable silencio, interrumpido únicamente por sus preguntas sobre mis preferencias gastronómicas. Veinticinco minutos después, Sawyer aparece en la entrada del salón. Me he cepillado los dientes y estoy lista para irme. Cojo mi bolsa de papel marrón con el almuerzo; ni siquiera recuerdo que mi madre hiciera esto por mí. Sawyer y yo bajamos en ascensor hasta la planta baja. Él también se muestra muy taciturno, inexpresivo. Taylor espera sentado al volante del Audi, y yo subo al asiento de atrás en cuanto Sawyer me abre la puerta. —Buenos días, Taylor —digo, animosa. —Señorita __________(ta). Sonríe. —Taylor, lamento lo de ayer y mis comentarios inapropiados. Espero no haberte causado problemas. Taylor me mira con semblante perplejo por el espejo retrovisor, mientras se incorpora al tráfico de Seattle. —Señorita __________(ta), yo no suelo tener problemas —dice para tranquilizarme. Ah, bien. Quizá Nick no le reprendió. Solo fue a mí, entonces, pienso con amargura. —Me alegra saberlo, Taylor. Jack me mira, examinando mi aspecto, mientras me dirijo hacia mi escritorio. —Buenos días, __________(tn) . ¿El fin de semana, bien? —Sí, gracias. ¿Y el tuyo? —Ha estado bien. Toma asiento… tengo trabajo para ti. Me siento frente al ordenador. Parece que lleve años sin acudir al trabajo. Lo conecto y abro el correo electrónico… y, naturalmente, hay un e-mail de Nick.
De: Nick Jonas Fecha: 13 de junio de 2011 08:24 Para: __________(tn) ___________(ta) Asunto: Jefe Buenos días, señorita __________(ta). Solo quería darle las gracias por un fin de semana maravilloso, a pesar de todo el drama. Espero que no se marche, nunca. Y solo recordarle que las novedades sobre SIP no pueden comunicarse hasta dentro de cuatro semanas. Borre este e-mail en cuanto lo haya leído. Tuyo. Nick Jonas Presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc., jefe del jefe de tu jefe
¿Espera que no me marche nunca? ¿Quiere que me vaya a vivir con él? Dios santo… Si apenas le conozco. Aprieto la tecla de borrar.
De: __________(tn) ___________(ta) Fecha: 13 de junio de 2011 09:03 Para: Nick Jonas Asunto: Mandón Querido señor Jonas: ¿Me estás pidiendo que me vaya a vivir contigo? Y, por supuesto, recordaré que la evidencia de tus épicas capacidades de acoso debe permanecer en secreto durante cuatro semanas. ¿Extiendo un cheque a nombre de Afrontarlo Juntos y se lo mando a tu padre? Por favor, no borres este e-mail. Por favor, contéstalo. TQ xxx __________(tn) ___________(ta) Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
—¡__________(tn) ! El grito de Jack me hace dar un salto. —Sí. Me sonrojo y él me mira con el ceño fruncido. —¿Todo bien? —Claro. Me levanto con cierta dificultad y voy a su despacho con la libreta de notas. —Bien. Como seguramente recuerdas, el jueves voy a ese Simposio sobre Ficción en Nueva York. Tengo los billetes y la reserva, pero me gustaría que vinieras conmigo. —¿A Nueva York? —Sí. Tendríamos que irnos el miércoles y pasar allí la noche. Creo que será una experiencia muy instructiva para ti. —Sus ojos se oscurecen cuando dice esto, pero sonríe educadamente—. ¿Podrías ocuparte de organizar todo lo necesario para el viaje? ¿Y de reservar una habitación adicional en el hotel donde me alojaré? Creo que Sabrina, mi anterior ayudante, dejó la información necesaria por ahí. —De acuerdo —digo, esbozando una débil sonrisa. Maldición. Vuelvo a mi mesa. Esto no le sentará bien a Cincuenta… pero lo cierto es que quiero ir. Parece una auténtica oportunidad, y estoy segura de que puedo mantener a Jack a raya si tiene intenciones ocultas. En mi ordenador está la respuesta de Nick.
De: Nick Jonas Fecha: 13 de junio de 2011 09:07 Para: __________(tn) ___________(ta) Asunto: ¿Mandón, yo? Sí. Por favor. Nick Jonas Presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.
Vaya… quiere que me vaya a vivir con él. Oh, Nick… es demasiado pronto. Me cojo la cabeza entre las manos e intento recuperar la cordura. Es lo que necesito después de mi extraordinario fin de semana. No he tenido un momento para pensar y tratar de entender todo lo que he experimentado y descubierto estos dos últimos días.
De: __________(tn) ___________(ta) Fecha: 13 de junio de 2011 09:20 Para: Nick Jonas Asunto: Flynnismos Nick: ¿Qué pasó con eso de andar antes de correr? ¿Podemos hablarlo esta noche, por favor? Me han pedido que vaya a un congreso en Nueva York el jueves. Supone pasar allí la noche del miércoles. Pensé que debías saberlo. __(ti) x __________(tn) ___________(ta) Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
De: Nick Jonas Fecha: 13 de junio de 2011 09:21 Para: __________(tn) ___________(ta) Asunto: ¿QUÉ? Sí. Hablemos esta noche. ¿Irás sola? Nick Jonas Presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.
De: __________(tn) ___________(ta) Fecha: 13 de junio de 2011 09:30 Para: Nick Jonas Asunto: ¡Nada de Mayúsculas Chillonas ni Gritos un Lunes por la Mañana! ¿Podemos hablar de eso esta noche? __(ti) x __________(tn) ___________(ta) Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
De: Nick Jonas Fecha: 13 de junio de 2011 09:35 Para: __________(tn) ___________(ta) Asunto: No Sabes lo que son Gritos Todavía Dime. Si vas con ese canalla con el que trabajas, entonces la respuesta es no, por encima de mi cadáver. Nick Jonas Presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.
Se me encoge el corazón. Maldita sea… ni que fuera mi padre.
De: __________(tn) ___________(ta) Fecha: 13 de junio de 2011 09:46 Para: Nick Jonas Asunto: No, TÚ no sabes lo que son gritos todavía Sí. Voy con Jack. Yo quiero ir. Lo considero una oportunidad emocionante. Y nunca he estado en Nueva York. No hagas una montaña de un grano de arena. __________(tn) ___________(ta) Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
De: Nick Jonas Fecha: 13 de junio de 2011 09:50 Para: __________(tn) ___________(ta) Asunto: No, TÚ no sabes lo que son gritos todavía __________(tn) : No estoy haciendo una montaña de un jodido grano de arena. La respuesta es NO. Nick Jonas Presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.
—¡No! —le grito a mi ordenador, haciendo que toda la oficina se paralice y se me quede mirando. Jack saca la cabeza de su despacho. —¿Todo bien, __________(tn) ? —Sí. Perdón —musito—. Yo… esto… acabo de perder un documento. Las mejillas me arden por la vergüenza. Él me sonríe, pero con expresión desconcertada. Respiro profundamente un par de veces y tecleo rápidamente una respuesta. Estoy muy enfadada.
De: __________(tn) ___________(ta) Fecha: 13 de junio de 2011 09:55 Para: Nick Jonas Asunto: Cincuenta Sombras Nick: Tienes que controlarte. NO voy a acostarme con Jack: ni por todo el té de China. Te QUIERO. Eso es lo que pasa cuando dos personas se quieren. CONFÍAN la una en la otra. Yo no pienso que tú vayas a ACOSTARTE, AZOTAR, FOLLAR, o DAR LATIGAZOS a nadie más. Yo tengo FE y CONFIANZA en ti. Por favor, ten la AMABILIDAD de hacer lo mismo conmigo. __________(tn) __________(tn) ___________(ta) Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
Permanezco sentada esperando su respuesta. No recibo nada. Llamo a la compañía aérea y reservo mi billete, asegurándome de ir en el mismo vuelo que Jack. Oigo el aviso de un nuevo correo.
De: Lincoln, Elena Fecha: 13 de junio de 2011 10:15 Para: __________(tn) ___________(ta) Asunto: Cita para almorzar Querida __________(tn) : Me gustaría mucho quedar para comer contigo. Creo que empezamos con mal pie, y me gustaría arreglarlo. ¿Estás libre algún día de esta semana? Elena Lincoln
Oh, no… ¡la señora Robinson, no! ¿Cómo demonios ha conseguido mi dirección de correo electrónico? Me cojo la cabeza entre las manos. ¿Qué más puede pasar hoy? Suena mi teléfono, levanto cansinamente la cabeza y contesto mirando el reloj. Solo son las diez y veinte, y ya desearía no haber salido de la cama de Nick. —Despacho de Jack Hyde, soy __________(tn) __________(ta). Una voz dolorosamente familiar me increpa: —¿Podrías, por favor, borrar el último e-mail que me has enviado e intentar ser un poco más prudente con el lenguaje que utilizas en los correos de trabajo? Ya te lo dije, el sistema está monitorizado. Yo haré todo lo posible para minimizar los daños desde aquí. Y cuelga. Santo Dios… Me quedo mirando el teléfono. Nick me ha colgado. Este hombre está pisoteando mi incipiente carrera profesional… ¿y va y me cuelga? Fulmino el auricular con la mirada, y si no estuviera completamente paralizada, sé que mi mirada terrorífica lo pulverizaría. Accedo a mis correos electrónicos, y borro el último que le he enviado. No es tan grave. Solo mencionaba los azotes y, bueno, los latigazos. Vaya, si le avergüenza tanto no debería hacerlo, maldita sea. Cojo la BlackBerry y le llamo al móvil. —¿Qué? —gruñe. —Me voy a Nueva York tanto si te gusta como si no —le digo entre dientes. —Ni se te ocurra… Cuelgo, dejándole a mitad de la frase. Siento una descarga de adrenalina por todo el cuerpo. Ya está… para que se entere. Estoy muy enfadada. Respiro profundamente, intentando recuperar la compostura. Cierro los ojos, e imagino que estoy en mi lugar soñado. Mmm… el camarote de un barco, con Nick. Rechazo la imagen porque ahora mismo estoy tan enfadada con él que no puede estar presente en mi lugar soñado. Abro los ojos, cojo tranquilamente mi libreta de notas y repaso con cuidado mi lista de cosas por hacer. Inspiro larga y profundamente: he recobrado el equilibrio. —¡__________(tn) ! —grita Jack, y me sobresalto—. ¡No reserves ese vuelo! —Oh, ya es demasiado tarde. Ya lo he hecho —contesto. Él sale de su despacho y se me acerca con paso enérgico. Parece disgustado. —Mira, ha pasado una cosa. Por la razón que sea, de repente todos los gastos de viajes y hoteles han de tener la aprobación de la dirección. La orden viene de muy arriba. Voy a subir a ver a Roach. Al parecer, acaba de implementarse una moratoria de todos los gastos. No lo entiendo. Jack se pellizca el puente de la nariz y cierra los ojos. La sangre prácticamente deja de circular por mis venas, me pongo pálida y se me hace un nudo en el estómago. ¡Cincuenta! —Coge mis llamadas. Voy a ver qué tiene que decir Roach. Me guiña el ojo y se va a ver a su jefe… no al jefe de su jefe. Maldito seas, Nick Jonas… De nuevo me hierve la sangre.
De: __________(tn) ___________(ta) Fecha: 13 de junio de 2011 10:43 Para: Nick Jonas Asunto: ¿Qué has hecho? Por favor, no interfieras en mi trabajo. Tengo verdaderas ganas de ir a ese congreso. No debería habértelo preguntado. He borrado el e-mail problemático. __________(tn) ___________(ta) Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
De: Nick Jonas Fecha: 13 de junio de 2011 10:43 Para: __________(tn) ___________(ta) Asunto: ¿Qué has hecho? Solo protejo lo que es mío. Ese e-mail que enviaste en un arrebato se ha eliminado del servidor de SIP, igual que los e-mails que yo te mando. Por cierto, en ti confío totalmente. En él no. Nick Jonas Presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.
Compruebo si aún tengo sus correos, y han desaparecido. La influencia de este hombre no tiene límites. ¿Cómo lo hace? ¿A quién conoce que pueda acceder subrepticiamente a las profundidades de los servidores de SIP y eliminar e-mails? Estoy jugando en una liga muy superior a la mía.
De: __________(tn) ___________(ta) Fecha: 13 de junio de 2011 10:48 Para: Nick Jonas Asunto: Madura un poco Nick: No necesito que me protejan de mi propio jefe. Quizá él intente algo, pero yo me negaré. Tú no puedes interferir. No está bien, y supone ejercer un control a demasiados niveles. __________(tn) ___________(ta) Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
De: Nick Jonas Fecha: 13 de junio de 2011 10:50 Para: __________(tn) ___________(ta) Asunto: La respuesta es NO __________(tn) : Yo he presenciado lo «eficaz» que eres para librarte de una atención que no deseas. Recuerdo que fue así como tuve el placer de pasar mi primera noche contigo. Ese fotógrafo, como mínimo, siente algo por ti. Ese canalla, en cambio, no. Es un conquistador profesional e intentará seducirte. Pregúntale qué pasó con la última ayudante, y con la anterior. No quiero discutir por esto. Si quieres ir a Nueva York, yo te llevaré. Podemos ir este fin de semana. Tengo un apartamento allí. Nick Jonas Presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.
¡Oh, Nick! No se trata de eso. Esto es muy frustrante. Y él, cómo no, también tiene un apartamento allí. ¿Dónde más tendrá propiedades? Y era de esperar que sacara a relucir a José. ¿Es que nunca me libraré de eso? Estaba borracha, por Dios. Yo nunca me emborracharía con Jack. Me quedo mirando la pantalla, pero supongo que no puedo seguir discutiendo con él por e-mail. Tendré que esperar el momento oportuno, esta noche. Miro el reloj. Jack aún no ha vuelto de su reunión con Jerry, y todavía tengo que solucionar lo de Elena. Vuelvo a leer su correo electrónico y decido que el mejor modo de abordar esto es enviárselo a Nick. Desviar su atención hacia ella en lugar de hacia mí.
De: __________(tn) ___________(ta) Fecha: 13 de junio de 2011 11:15 Para: Nick Jonas Asunto: Re Cita para almorzar o Carga irritante Nick: Mientras tú estabas muy ocupado interfiriendo en mi carrera y salvándote el culo por mis imprudentes misivas, yo he recibido el siguiente correo de la señora Lincoln. No tengo ningunas ganas de verme con ella… y aunque las tuviera, no se me permite salir de este edificio. Cómo ha conseguido mi dirección de correo electrónico, la verdad es que no lo sé. ¿Qué sugieres que haga? Te adjunto su e-mail: Querida __________(tn) : Me gustaría mucho quedar para comer contigo. Creo que empezamos con mal pie, y me gustaría arreglarlo. ¿Estás libre algún día de esta semana? Elena Lincoln __________(tn) ___________(ta) Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
De: Nick Jonas Fecha: 13 de junio de 2011 11:23 Para: __________(tn) ___________(ta) Asunto: Carga irritante No te enfades conmigo. Lo único que me preocupa es tu bienestar. Si te pasara algo, no me lo perdonaría nunca. Yo me ocuparé de la señora Lincoln. Nick Jonas Presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.
De: __________(tn) ___________(ta) Fecha: 13 de junio de 2011 11:32 Para: Nick Jonas Asunto: Hasta luego ¿Podemos hablarlo esta noche, por favor? Intento trabajar, y tus continuas interferencias me distraen mucho. __________(tn) ___________(ta) Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
Jack vuelve después de las doce y me dice que mi viaje a Nueva York está descartado, aunque él sí que irá, pero que no puede hacer nada para cambiar la política de la dirección. Entra en su despacho y cierra de un portazo. Obviamente está furioso. ¿Por qué está tan indignado? En el fondo, yo sé que sus intenciones no son en absoluto honorables, pero estoy segura de que podría manejarle, y me pregunto qué sabe Nick sobre las anteriores ayudantes de Jack. Aparto esos pensamientos de mi mente y sigo trabajando, pero tomo la decisión de intentar hacer que Nick cambie de opinión, aunque las posibilidades sean escasas. A la una en punto, Jack asoma la cabeza por la puerta del despacho. —__________(tn) , ¿podrías traerme por favor algo para comer? —Claro. ¿Qué te apetece? —Pastrami con pan de centeno, sin mostaza. Te daré el dinero cuando vuelvas. —¿Algo para beber? —Coca-Cola, por favor. Gracias, __________(tn) . Se mete en su despacho y yo cojo el bolso. Oh, no. Le prometí a Nick que no saldría. Suspiro. No se enterará. Iré muy rápido. En recepción, Claire me ofrece su paraguas porque llueve a cántaros. Al salir por la puerta principal, me envuelvo bien con la chaqueta y echo una mirada furtiva en ambas direcciones bajo el inmenso paraguas. Todo parece en orden. Ni rastro de la Chica Fantasma. Bajo con paso decidido la calle en dirección a la tienda, esperando pasar inadvertida. Sin embargo, a medida que me voy acercando mayor es la escalofriante sensación de que me vigilan, y no sé si es mi agudizada paranoia o si es verdad. Maldita sea. Espero que no se trate de Leila con un arma. Solo es fruto de tu imaginación, me suelta mi subconsciente. ¿Quién demonios querría dispararte? En cuestión de quince minutos, estoy de vuelta… sana y salva, y aliviada. Creo que la exagerada paranoia y la vigilancia extremadamente protectora de Nick están empezando a afectarme. Cuando le llevo el almuerzo, Jack está hablando por teléfono. Levanta la vista, tapando el auricular. —Gracias, __________(tn) . Como no vienes conmigo, tendrás que quedarte hasta tarde. Necesito estos informes. Espero que no tuvieras planes. Me sonríe afectuosamente y me ruborizo. —No, no pasa nada —le digo con una sonrisa radiante y el corazón encogido. Esto no acabará bien. Nick se pondrá hecho una fiera, seguro. Cuando vuelvo a mi mesa, decido no decírselo inmediatamente, porque eso le daría tiempo de sobra para interferir de algún modo. Me siento y me como el sándwich de ensalada de pollo que me preparó esta mañana la señora Jones. Es delicioso. Un sándwich exquisito. Naturalmente, si me fuera a vivir con Nick, ella me prepararía el almuerzo todos los días de la semana. La idea me produce desasosiego. Yo nunca he soñado con grandes riquezas ni con todo lo que eso conlleva… solo con el amor. Encontrar a alguien que me quiera y no intente controlar todos mis movimientos. Suena el teléfono. —Despacho de Jack Hyde… —Me aseguraste que no saldrías —me interrumpe Nick en un tono frío y duro. Se me encoge el corazón por enésima vez en el día de hoy. Por favor… ¿Cómo diantres lo ha sabido? —Jack me envió a comprarle el almuerzo. No podía decir que no. ¿Me tienes vigilada? Se me eriza el vello al pensarlo. No me extraña que fuera tan paranoica: había alguien vigilándome. Me enfurece pensarlo. —Por esto es por lo que no quería que volvieras al trabajo —gruñe Nick. —Nick, por favor. Estás siendo… —tan Cincuenta—… muy agobiante. —¿Agobiante? —susurra, sorprendido. —Sí. Tienes que dejar de hacer esto. Hablaré contigo esta noche. Desgraciadamente, hoy tengo que trabajar hasta tarde porque no puedo ir a Nueva York. —__________(tn) , yo no quiero agobiarte —dice en voz baja, horrorizado. —Bien, pues lo haces. Y ahora tengo trabajo. Ya hablaremos luego. Cuelgo. Estoy rendida y ligeramente deprimida. Después de un fin de semana maravilloso, la realidad se impone. Nunca he tenido tantas ganas de marcharme. Huir a algún lugar tranquilo y apartado donde pueda reflexionar sobre este hombre, sobre cómo es y sobre cómo tratar con él. En cierta medida sé que es una persona destrozada —ahora lo veo claramente—, y eso resulta desgarrador y agotador a la vez. A partir de los pocos retazos de información sobre su vida que me ha dado, entiendo por qué. Un niño que no recibió el amor que necesitaba; un entorno de malos tratos espantoso; una madre incapaz de protegerle y que murió delante de él. Me estremezco. Mi pobre Cincuenta… Soy suya, pero no para tenerme encerrada en una jaula dorada. ¿Cómo voy a conseguir que entienda eso? Sintiendo un gran peso en el corazón, me pongo sobre el regazo uno de los manuscritos que Jack quiere que resuma y sigo leyendo. No se me ocurre ninguna solución sencilla para el problema del control enfermizo de Nick. Tendré que hablarlo con él más tarde, cara a cara. Al cabo de media hora, Jack me envía un documento que debo adecentar y pulir para que mañana puedan imprimirlo a tiempo para el congreso. Eso me llevará toda la tarde e incluso hasta la noche. Me pongo a ello. Cuando levanto la vista, son más de las siete y la oficina está desierta, aunque aún hay luz en el despacho de Jack. No me había dado cuenta de que todo el mundo se había ido, pero ya casi he terminado. Le vuelvo a mandar el documento a Jack para que lo apruebe, y reviso mi bandeja de entrada. No hay nada de Nick, así que echo un vistazo rápido a mi BlackBerry, y justo en ese momento me sobresalta su zumbido: es Nick. —Hola —murmuro. —Hola, ¿cuándo acabarás? —Hacia las siete y media, creo. —Te esperaré fuera. —Vale. Se le nota muy callado, nervioso incluso. ¿Por qué? ¿Estará temeroso de mi reacción? —Sigo enfadada contigo, pero nada más —susurro—. Tenemos que hablar de muchas cosas. —Lo sé. Nos vemos a las siete y media. Jack sale de su despacho. —Tengo que dejarte. Hasta luego. Cuelgo. Miro a Jack, que se acerca con aire despreocupado hacia mí. —Necesito que hagas un par de cambios. Ya te he vuelto a enviar el informe. Mientras guardo el documento, se inclina sobre mí, muy cerca… incómodamente cerca. Me roza el brazo con el suyo. ¿Por accidente? Yo retrocedo, pero él finge no darse cuenta. Su otra mano descansa en el respaldo de mi silla y me toca la espalda. Yo me incorporo para no apoyarme en el respaldo. —Páginas dieciséis y veintitrés, y ya estará —murmura con la boca a unos centímetros de mi oreja. Su proximidad me produce una sensación desagradable en la piel, pero procuro ignorarla. Abro el documento y empiezo a introducir los cambios, nerviosa. Él sigue inclinado sobre mí, y todos mis sentidos están en alerta máxima. Resulta muy molesto e incómodo, y por dentro estoy chillando: ¡Apártate! —En cuanto esto esté hecho, ya se podrá imprimir. Ya organizarás eso mañana. Gracias por quedarte hasta tarde para terminarlo, __________(tn) . Su voz es suave, amable, como si estuviera acechando a un animal herido. Se me revuelve el estómago. —Creo que lo mínimo que puedo hacer es recompensarte con una copa rápida. Te la mereces. Me coloca detrás de la oreja un mechón de pelo que se ha desprendido del recogido, y me acaricia suavemente el lóbulo. Yo me encojo, apretando los dientes, y aparto la cabeza. ¡Maldita sea! Nick tenía razón. No me toques. —De hecho, esta noche no puedo. Ni ninguna otra noche, Jack. —¿Solo una rápida? —intenta persuadirme. —No, no puedo. Pero gracias. Jack se sienta en el borde de mi mesa y frunce el ceño. En el interior de mi cabeza suena con fuerza una alarma. Estoy sola en la oficina. No puedo marcharme. Inquieta, echo un vistazo al reloj. Faltan cinco minutos para que llegue Nick. —Yo creo que formamos un gran equipo, __________(tn) . Siento no haber podido conseguir lo del viaje a Nueva York. No será lo mismo sin ti. Seguro que no. Sonrío débilmente, porque no se me ocurre qué decir. Y por primera vez en todo el día, siento un ligerísimo alivio por no poder ir. —¿Así que has tenido un buen fin de semana? —pregunta suavemente. —Sí, gracias. ¿Qué pretende con esto? —¿Viste a tu novio? —Sí. —¿A qué se dedica? Es el amo de tu culo… —A los negocios. —Interesante. ¿Qué clase de negocios? —Oh, está metido en asuntos muy diversos. Jack ladea la cabeza y se inclina hacia mí, invadiendo mi espacio privado… otra vez. —Estás muy evasiva, __________(tn) . —Bueno, telecomunicaciones, industria y agricultura. Jack arquea las cejas. —Cuántas cosas… ¿Para quién trabaja? —Trabaja por cuenta propia. Si el documento te parece bien, me gustaría marcharme, si estás de acuerdo. Se aparta. Mi espacio privado vuelve a estar a salvo. —Claro. Perdona, no pretendía retenerte —miente. —¿A qué hora cierra el edificio? —El vigilante está hasta las once. —Bien. Sonrío, y mi subconsciente se recuesta en su butaca, aliviada de saber que no estamos solos en el edificio. Apago el ordenador, cojo el bolso y me levanto, lista para irme. —¿Te gusta, entonces? ¿Tu novio? —Le quiero —contesto, y miro directamente a los ojos de Jack. —Ya. —Jack tuerce el gesto y se levanta de mi escritorio—. ¿Cómo se apellida? Enrojezco. —Jonas. Nick Jonas —mascullo. Jack se queda con la boca abierta. —¿El soltero más rico de Seattle? ¿Ese Nick Jonas? —Sí. El mismo. Sí, ese Nick Jonas, tu futuro jefe, que se te merendará si vuelves a invadir mi espacio privado. —Ya me pareció que me era familiar —dice Jack, sombrío, y vuelve a levantar una ceja—. Bien, pues es un hombre con suerte. Me lo quedo mirando. ¿Qué contesto a eso? —Que pases una buena noche, __________(tn) . Jack sonríe, pero esa sonrisa no se refleja en sus ojos, y regresa a toda prisa a su despacho sin volver la vista. Suspiro, aliviada. Bien, puede que este problema ya esté solucionado. Cincuenta ha vuelto a obrar su magia. Su nombre me basta como talismán, y ha hecho que ese hombre se retirara con la cola entre las piernas. Me permito una sonrisita victoriosa. ¿Lo ves, Nick? Incluso tu nombre me protege; no tienes que molestarte en tomar esas medidas tan drásticas. Ordeno mi mesa y miro el reloj. Nick ya debe de estar fuera. El Audi está aparcado en la acera, y Taylor se apresura a bajar para abrirme la puerta de atrás. Nunca me he alegrado tanto de verle, y entro a toda prisa en el coche para guarecerme. Nick está en el asiento de atrás, y clava en mí sus ojos, muy abiertos y prudentes. Con la mandíbula tensa y prieta, preparado para mi rabia. —Hola —musito. —Hola —contesta con cautela. Se me acerca, me coge la mano y la aprieta fuerte, y se me derrite un poco el corazón. Estoy muy confusa. Ni siquiera he decidido qué tengo que decirle. —¿Sigues enfadada? —No lo sé —murmuro. Él levanta mi mano y me acaricia los nudillos con besos livianos y delicados. —Ha sido un día espantoso —dice. —Sí, es verdad. Pero, por primera vez desde que se fue a trabajar esta mañana, empiezo a relajarme. Solo estar con él es como un bálsamo relajante, y todos esos líos con Jack, y el intercambio de e-mails beligerantes, y el incordio añadido que supone Elena, se desvanecen. Solo estamos yo y mi controlador obsesivo, en la parte de atrás del coche. —Ahora que estás aquí ha mejorado —dice en voz baja. Seguimos sentados en silencio mientras Taylor avanza entre el tráfico vespertino, ambos meditabundos y contemplativos; pero noto que Nick también se va relajando lentamente, mientras pasa el pulgar suavemente sobre mis nudillos con un ritmo tenue y calmo. Taylor nos deja en la puerta del edificio del apartamento, y ambos nos refugiamos rápidamente en el interior. Nick me coge la mano mientras esperamos el ascensor, y sus ojos controlan la entrada del edificio. —Deduzco que todavía no habéis encontrado a Leila. —No. Welch sigue buscándola —reconoce, consternado. Llega el ascensor y entramos. Nick baja la vista hacia mí con sus ojos grises inescrutables. Oh, está sencillamente guapísimo, con el pelo alborotado, la camisa blanca, el traje oscuro. Y de repente ahí está, surgida de la nada, esa sensación. Oh, Dios… el anhelo, el deseo, la electricidad. Si fuera visible, sería una intensa aura azul a nuestro alrededor y extendiéndose entre los dos; es algo muy fuerte. Él me mira y separa los labios. —¿Tú lo sientes? —musita. —Sí. —Oh, __________(tn) . Con un leve gruñido, me agarra y sus brazos se deslizan a mi alrededor, y poniendo una mano en mi nuca inclina mi cabeza hacia atrás, mientras sus labios buscan los míos. Hundo los dedos en su cabello y le acaricio la mejilla, mientras él me empuja contra la pared del ascensor. —Odio discutir contigo —jadea pegado a mi boca, y su beso tiene una cualidad de pasión y desespero que es un reflejo de lo que yo siento. El deseo estalla en mi cuerpo, toda la tensión del día buscando una salida, presionando contra él, exigiendo más. Somos solo lenguas y aliento y manos y caricias, y una sensación dulce, muy dulce. Pone la mano en mi cadera y me levanta la falda, bruscamente. Sus dedos me acarician los muslos. —Santo Dios, llevas medias —masculla con asombro reverente, mientras con el pulgar me acaricia la piel por encima de la línea de la media—. Quiero ver esto —suspira, y me levanta completamente la falda, descubriendo la parte superior de mis muslos. Da un paso atrás y aprieta el botón de parada, y el ascensor se detiene poco a poco entre los pisos veintidós y veintitrés. Tiene los ojos turbios, los labios entreabiertos y respira con dificultad, como yo. Nos miramos fijamente, sin tocarnos. Yo agradezco el sostén de la pared que tengo detrás, mientras me deleito en el atractivo sensual y carnal de este hermoso hombre. —Suéltate el pelo —ordena con voz ronca. Yo levanto la mano y libero mi melena, que cae como una nube densa alrededor de los hombros hasta mis senos—. Desabróchate los dos botones de arriba de la blusa —murmura, con los ojos muy abiertos. Me hace sentir tan lasciva… Alargo una mano ansiosa y desabrocho los dos botones, y la parte superior de mis pechos queda seductoramente a la vista. Él traga saliva. —¿Tienes idea de lo atractiva que estás ahora mismo? Yo me muerdo el labio con toda la intención. Él cierra un segundo los ojos, y luego vuelve a abrirlos, ardientes. Avanza y apoya las manos en las paredes del ascensor, a ambos lados de mi cara. Está todo lo cerca que puede, sin tocarme. Levanto el rostro para mirarle a los ojos, y él se inclina y me acaricia la nariz con la suya: ese es el único contacto entre los dos. Estoy tan excitada, encerrada en este ascensor con él. Le deseo… ahora. —Yo creo que sí, señorita __________(ta). Yo creo que le gusta volverme loco. —¿Yo te vuelvo loco? —susurro. —En todos los sentidos, __________(tn) . Eres una sirena, una diosa. Y se acerca, me coge una pierna por encima de la rodilla y se la coloca alrededor de la cintura, de modo que ahora estoy de pie sobre una pierna y apoyada contra él. Le siento pegado a mí, le noto duro y anhelante sobre el vértice de mis muslos, mientras desliza los labios por mi garganta. Gimo y le rodeo el cuello con los brazos. —Voy a tomarte ahora —masculla, y, en respuesta, arqueo la espalda y me pego a él, anhelando el contacto. Del fondo de su garganta surge un quejido ronco y quedo, y cuando se desabrocha la cremallera me excito aún más. —Abrázame fuerte, nena —murmura, y como por arte de magia saca un envoltorio plateado que sostiene frente a mi boca. Yo lo cojo con los dientes, él tira, y lo rasgamos entre los dos. —Buena chica. —Se aparta ligeramente para ponerse el condón—. Dios, estos próximos seis días se me van a hacer eternos —dice con un gruñido, y me mira con los ojos entreabiertos—. Espero que no les tengas demasiado cariño a estas medias. Las rasga con dedos expertos y se desintegran entre sus manos. La sangre bombea frenética por mis venas y jadeo de deseo. Sus palabras son embriagadoras, y olvido la angustia que he pasado durante el día. Y solo somos él y yo, haciendo lo que mejor hacemos. Sin apartar sus ojos de mí, Nick se hunde despacio en mi interior. Mi cuerpo cede y echo la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados, gozando de sentirle dentro. Él se retira y entra de nuevo, muy lento, muy suave. Gimo. —Eres mía, __________(tn) —susurra pegado a mi cuello. —Sí. Tuya. ¿Cuándo te convencerás? —jadeo. Él gruñe y empieza a moverse, a moverse de verdad. Y yo sucumbo a su ritmo incesante, saboreo cada embestida, hacia delante y hacia atrás, su respiración entrecortada, su necesidad de mí reflejando la mía de él. Esto hace que me sienta poderosa, fuerte, deseada, amada… amada por este hombre fascinante, complicado, a quien yo también amo con todo mi corazón. Él empuja más y más fuerte, sin aliento, y se pierde en mí mientras yo me pierdo en él. —Oh, nena —gime Nick, rozándome el mentón con los dientes, y alcanzo un intenso orgasmo. Él se para, me sujeta fuerte, y también llega al clímax mientras susurra mi nombre. Ahora que Nick, exhausto y tranquilo, ha recuperado el aliento, me besa con ternura. Me mantiene de pie contra la pared del ascensor, tenemos las frentes pegadas, y siento mi cuerpo como de gelatina, débil, pero gratificado y saciado por el orgasmo. —Oh, __________(tn) —susurra—. Te necesito tanto. Me besa la frente. —Y yo a ti, Nick. Me suelta, me alisa la falda y me abrocha los dos botones del escote de la blusa. Luego marca una combinación numérica en el panel y vuelve a poner en marcha el ascensor, que arranca bruscamente y me lanza a sus brazos. —Taylor debe de estar preguntándose dónde estamos —dice sonriendo con malicia. Oh, no… Me paso los dedos por el pelo alborotado en un vano intento de disimular la evidencia de nuestro encuentro sexual, pero enseguida desisto y me hago una coleta. —Ya estás bien —dice Nick con una mueca de ironía, mientras se sube la cremallera del pantalón y se mete el condón en el bolsillo. Y una vez más vuelve a ser la imagen personificada del emprendedor americano, aunque en su caso la diferencia es mínima, porque su pelo casi siempre tiene ese aspecto alborotado. Ahora sonríe relajado y sus ojos tienen un encantador brillo juvenil. ¿Todos los hombres se apaciguan tan fácilmente? Se abre la puerta, y Taylor está allí esperando. —Un problema con el ascensor —musita Nick cuando salimos. Yo soy incapaz de mirar a la cara a ninguno de los dos, y cruzo a toda prisa la puerta doble del dormitorio de Nick en busca de una muda de ropa interior. * * * Cuando vuelvo, Nick se ha quitado la chaqueta y está sentado en la barra del desayuno charlando con la señora Jones. Ella sonríe afable y dispone dos platos de comida caliente para nosotros. Mmm, huele muy bien: coqauvin, si no me equivoco. Estoy hambrienta. —Espero que les guste, señor Jonas, __________(tn) —dice, y se retira. Nick saca una botella de vino blanco de la nevera, y nos sentamos a cenar. Me cuenta lo cerca que está de perfeccionar un teléfono móvil con energía solar. Está animado y emocionado con el proyecto, y entonces sé que su día no ha ido tan mal del todo. Le pregunto por sus propiedades. Sonríe irónico, y resulta que solo tiene apartamentos en Nueva York, en Aspen, y el del Escala. Nada más. Cuando terminamos, recojo su plato y el mío y los llevo al fregadero. —Deja eso. Gail lo hará —dice. Me doy la vuelta y le miro, y él me responde fijando sus ojos en mí. ¿Llegaré a acostumbrarme a que alguien limpie lo que voy dejando por ahí? —Bien, ahora que ya está más dócil, señorita __________(ta), ¿hablaremos sobre lo de hoy? —Yo opino que el que está más dócil eres tú. Creo que se me da bastante bien eso de domarte. —¿Domarme? —resopla, divertido. Cuando yo asiento, arruga la frente como si meditara mis palabras—. Sí, __________(tn) , quizá si se te dé bien. —Tenías razón sobre Jack —digo entonces en voz baja y seria, y me inclino sobre la encimera de la isla de la cocina para estudiar su reacción. A Nick le cambia la cara y se le endurece la mirada. —¿Ha intentado algo? —pregunta con una voz gélida y letal. Yo niego con la cabeza para tranquilizarle. —No, Nick, y no lo hará. Hoy le he dicho que soy tu novia, y enseguida ha reculado. —¿Estás segura? Podría despedir a ese cabrón —replica Nick. Envalentonada por el vino, suspiro. —Sinceramente, Nick, deberías dejar que yo solucione mis problemas. No puedes prever todas las contingencias para intentar protegerme. Resulta asfixiante, Nick. Si no dejas de interferir a todas horas, no progresaré nunca. Necesito un poco de libertad. A mí jamás se me ocurriría meterme en tus asuntos. Él se me queda mirando. —Yo solo quiero que estés segura y a salvo, __________(tn) . Si te pasara algo, yo… Se calla. —Lo sé, y entiendo por qué sientes ese impulso de protegerme. Y en parte me encanta. Sé que si te necesito estarás ahí, como yo lo estaré por ti. Pero si albergamos alguna esperanza de futuro para los dos, tienes que confiar en mí y en mi criterio. Claro que a veces me equivocaré, que cometeré errores, pero tengo que aprender. Me mira fijamente, con una expresión ansiosa que me incita a acercarme a él, hasta colocarme de pie entre sus piernas, mientras sigue sentado en el taburete de la barra. Le cojo las manos para que me rodee con ellas, y luego apoyo las mías en sus brazos. —No puedes interferir en mi trabajo. No está bien. No necesito que aparezcas como un caballero andante para salvarme. Ya sé que quieres controlarlo todo, y entiendo el porqué, pero no puedes hacerlo siempre. Es una meta imposible… tienes que aprender a dejar que las cosas pasen. —Le acaricio la cara con una mano mientras él me observa con los ojos muy abiertos—. Y si eres capaz de hacer eso, de concederme eso, vendré a vivir contigo —añado en voz baja. Inspira bruscamente, sorprendido. —¿De verdad? —Sí. —Pero si no me conoces… Frunce el ceño y de pronto parece ahogado y aterrado por la emoción, algo totalmente impropio de Cincuenta. —Te conozco lo suficiente, Nick. Nada de lo que me cuentes sobre ti hará que me asuste y salga huyendo. —Le paso los nudillos por la mejilla suavemente. Su rostro pasa de la angustia a la duda—. Pero si pudieras dejar de presionarme… — suplico. —Lo intento, __________(tn) . Pero no podía quedarme quieto y dejar que fueras a Nueva York con ese… canalla. Tiene una reputación espantosa. Ninguna de sus ayudantes ha durado más de tres meses, y nunca se han quedado en la empresa. Yo no quiero eso para ti, cariño. —Suspira—. No quiero que te pase nada. Me aterra la idea de que te hagan daño. No puedo prometerte que no interferiré, no, si creo que puedes salir mal parada. —Hace una pausa y respira hondo—. Yo te quiero, __________(tn) . Utilizaré todo el poder que tengo a mi alcance para protegerte. No puedo imaginar la vida sin ti. Madre mía. La diosa que llevo dentro, mi subconsciente y yo miramos boquiabiertas y estupefactas a Cincuenta. Tres palabritas de nada. Mi mundo se paraliza, vacila, y luego empieza a girar sobre un nuevo eje; y yo saboreo el momento mirando sus sinceros y hermosos ojos cafes. —Yo también te quiero, Nick. Y le beso, y el beso se intensifica. Taylor, que ha entrado sin que le viéramos, carraspea. Nick se echa hacia atrás, sin dejar de mirarme intensamente. Se pone de pie y me rodea la cintura con el brazo. —¿Sí? —le espeta a Taylor. —La señora Lincoln está subiendo, señor. —¿Qué? Taylor se encoge de hombros a modo de disculpa. Nick respira hondo y sacude la cabeza. —Bueno, esto se pone interesante —masculla. Y me dedica una mueca de resignación. ¡Maldita sea! ¿Por qué no nos dejará en paz esa condenada mujer?
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| | | Lady_Sara_JB Casada Con
Cantidad de envíos : 1582 Edad : 28 Localización : México Fecha de inscripción : 24/03/2013
| Tema: Re: 50 sombras mas oscuras Nick y Tu TERMINADA Noviembre 12th 2013, 18:29 | |
| dios esos dos son insaciables y luego jack dios el nada obvio siguela x favor q pasara con elena | |
| | | CristalJB_kjn Amiga De Los Jobros!
Cantidad de envíos : 477 Edad : 32 Localización : Mexico Fecha de inscripción : 24/10/2013
| Tema: Re: 50 sombras mas oscuras Nick y Tu TERMINADA Noviembre 12th 2013, 22:44 | |
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| | | andreru Vecina De Los Jonas!
Cantidad de envíos : 358 Edad : 29 Fecha de inscripción : 25/04/2011
| Tema: Re: 50 sombras mas oscuras Nick y Tu TERMINADA Noviembre 14th 2013, 19:27 | |
| Capitulo 12 —Hablaste con ella hoy? —le pregunto a Nick mientras esperamos la llegada de la señora Robinson. —Sí. —¿Qué le dijiste? —Le dije que tú no querías verla, y que yo entendía perfectamente tus motivos. También le dije que no me gustaba que actuara a mis espaldas. Tiene una mirada inexpresiva que no trasluce nada. Ay, Dios. —¿Y ella qué dijo? —Eludió la responsabilidad como solo ella sabe hacerlo. Hace una mueca con los labios. —¿Para qué crees que ha venido? —No tengo ni idea —responde Nick, encogiéndose de hombros. Taylor vuelve a entrar en el salón. —La señora Lincoln —anuncia. Y ahí está… ¿Por qué ha de ser tan endiabladamente atractiva? Va toda vestida de negro: vaqueros ajustados, una blusa que realza su silueta perfecta, y el cabello brillante y sedoso como un halo. Nick me atrae hacia él. —Elena —dice, y parece confuso. Ella me mira estupefacta y se queda paralizada. Le cuesta recuperar la voz y parpadea. —Lo siento. No sabía que estabas acompañado, Nick. Es lunes —dice como si eso explicara su presencia aquí. —Novia —responde Nick a modo de explicación, mientras ladea la cabeza y le dedica una sonrisa fría. En la cara de ella aparece lentamente un gesto de inmensa satisfacción. Todo resulta muy desconcertante. —Claro. Hola, __________(tn) . No sabía que estabas aquí. Sé que no quieres hablar conmigo, y lo entiendo. —¿Ah, sí? —respondo en voz baja, y la miro a la cara de un modo que nos sorprende a ambas. Ella frunce levemente el ceño y avanza un paso más para entrar en la habitación. —Sí, he captado el mensaje. No he venido a verte a ti. Como he dicho, Nick no suele tener compañía entre semana. —Hace una pausa—. Tengo un problema y necesito hablarlo con Nick. —¿Ah? —Nick se yergue—. ¿Quieres beber algo? —Sí, por favor. Nick le sirve una copa de vino, mientras Elena y yo seguimos observándonos mutuamente con cierta incomodidad. Ella juguetea con un gran anillo de plata que lleva en el dedo corazón, y yo no sé dónde mirar. Finalmente me dedica una sonrisita crispada, se acerca a la cocina y se sienta en el taburete del extremo de la isla. Es obvio que conoce bien el sitio y que se mueve por él con naturalidad. ¿Me quedo? ¿Me marcho? Oh, qué difícil es esto. Mi subconsciente mira ceñuda a Elena con su expresión más abiertamente hostil. Hay tantas cosas que quiero decirle a esa mujer, y ninguna es agradable. Pero es amiga de Nick —su única amiga—, y por mucho odio que sienta por ella, soy educada por naturaleza. Decido quedarme y me siento, con toda la elegancia de la que soy capaz, en el taburete que ocupaba Nick. Él nos sirve vino en las copas y se sienta entre ambas en la barra del desayuno. ¿Se da cuenta de lo raro que es todo esto? —¿Qué pasa? —le pregunta a Elena. Ella me mira nerviosa, y Nick me coge la mano. —__________(tn) está ahora conmigo —dice ante su pregunta implícita, y me aprieta la mano. Yo me sonrojo y mi subconsciente, olvidada ya la cara de arpía, sonríe radiante. Elena suaviza el gesto como si se alegrara por él. Como si realmente se alegrara por él. Oh, no entiendo en absoluto a esta mujer, y su presencia me incomoda y me pone nerviosa. Ella inspira profundamente, se remueve inquieta y se sienta en el borde del taburete. Se mira las manos con nerviosismo, y empieza a dar vueltas sin parar al anillo de plata de su dedo corazón. ¿Cuál es su problema? ¿Que yo esté presente? ¿Provoco ese efecto en ella? Porque yo siento lo mismo: no la quiero aquí. Ella levanta la cabeza y mira a Nick directamente a los ojos. —Me están haciendo chantaje. Por Dios. No es eso lo que esperaba que dijera. Nick se pone tenso. ¿Alguien ha descubierto su afición por los jóvenes menores de edad maltratados y vapuleados por la vida? Reprimo mi repulsión, y por un momento acude a mi mente esa frase sobre el burlador burlado. Mi subconsciente se frota las manos con mal disimulado placer. Bien. —¿Cómo? —pregunta Nick, y su voz refleja claramente el espanto. Ella coge su enorme bolso de piel, un diseño exclusivo, saca una nota y se la entrega. —Ponla aquí y ábrela. Nick señala la barra con el mentón. —¿No quieres tocarla? —No. Huellas dactilares. —Nick, tú sabes que no puedo ir a la policía con esto. ¿Por qué estoy escuchando esto? ¿Es que ella está tirándose a otro pobre chico? Deja la nota delante de él, que se inclina para leerla. —Solo piden cinco mil dólares —dice como si no le diera importancia—. ¿Tienes idea de quién puede ser? ¿Alguien de la comunidad? —No —contesta ella con su voz dulce y melosa. —¿Linc? ¿Linc? ¿Quién es ese? —¿Qué? ¿Después de tanto tiempo? No creo —masculla ella. —¿Lo sabe Isaac? —No se lo he dicho. ¿Quién es Isaac? —Creo que él debería saberlo —dice Nick. Ella niega con la cabeza, y ahora me siento fuera de lugar. No quiero saber nada de esto. Intento soltar mi mano de la de Nick, pero él me retiene con fuerza y se vuelve a mirarme. —¿Qué pasa? —pregunta. —Estoy cansada. Creo que me voy a la cama. Sus ojos escrutan los míos… ¿buscando acaso qué? ¿Censura? ¿Aprobación? ¿Hostilidad? Yo intento mantenerme impertérrita. —De acuerdo —dice—. Yo no tardaré. Me suelta y me pongo de pie. Elena me mira con cautela. Yo sigo impasible y le devuelvo la mirada sin expresar nada. —Buenas noches, __________(tn) —me dice con una leve sonrisa. —Buenas noches —musito con frialdad. Me doy la vuelta para marcharme. La tensión me resulta insoportable. En cuanto salgo de la estancia ellos reanudan la conversación. —No creo que yo pueda hacer gran cosa, Elena —le dice Nick—. Si es una cuestión de dinero… —Se interrumpe—. Puedo pedirle a Welch que investigue. —No, Nick, solo quería que lo supieras —dice ella. Desde fuera del salón la oigo comentar: —Se te ve muy feliz. —Lo soy —contesta Nick. —Mereces serlo. —Ojalá eso fuera verdad. —Nick… —replica en tono reprobador. Yo me quedo paralizada, y escucho atentamente sin poder evitarlo. —¿Sabe ella lo negativo que eres contigo mismo? ¿En todos los aspectos? —Ella me conoce mejor que nadie. —¡Vaya! Eso me ha dolido. —Es la verdad, Elena. Con ella no necesito jueguecitos. Y lo digo en serio, déjala en paz. —¿Cuál es su problema? —Tú… lo que fuimos. Lo que hicimos. Ella no lo entiende. —Haz que lo entienda. —Eso es el pasado, Elena, ¿y por qué voy a querer contaminarla con nuestra jodida relación? Ella es buena y dulce e inocente, y, milagrosamente, me quiere. —Eso no es un milagro, Nick —le replica ella con afecto—. Confía un poco en ti mismo. Eres una auténtica joya. Ya te lo he dicho muchas veces. Y ella parece encantadora también. Fuerte. Alguien que te hará frente. No oigo la respuesta de Nick. Así que soy fuerte… ¿en serio? La verdad es que no me siento así. —¿Lo echas de menos? —continúa Elena. —¿El qué? —Tu cuarto de juegos. Se me corta la respiración. —La verdad es que eso no es asunto tuyo, maldita sea —le espeta Nick. Oh. —Perdona —replica Elena sin sentirlo realmente. —Creo que deberías irte. Y, por favor, otra vez llama antes de venir. —Lo siento, Nick —dice, y a juzgar por el tono, esta vez es de verdad —. ¿Desde cuándo eres tan sensible? —vuelve a reprenderle. —Elena, nosotros tenemos una relación de negocios que ha sido enormemente provechosa para ambos. Dejémoslo así. Lo que hubo entre los dos forma parte del pasado. __________(tn) es mi futuro, y no quiero ponerlo en peligro de ningún modo, así que ahórrate toda esa mierda. ¡Su futuro! —Ya veo. —Mira, siento que tengas problemas. Quizá deberías enfrentarte directamente y plantarles cara. Ahora su tono es más suave. —No quiero perderte, Nick. —Para eso debería ser tuyo, Elena —le espeta de nuevo. —No quería decir eso. —¿Qué querías decir? Está enfadado, su tono es brusco. —Oye, no quiero discutir contigo. Tu amistad es muy importante para mí. Me alejaré de __________(tn) . Pero si me necesitas, aquí estaré. Siempre. —__________(tn) cree que estuvimos juntos el sábado pasado. En realidad tú me llamaste por teléfono y nada más. ¿Por qué le dijiste lo contrario? —Quería que supiera cuánto te afectó que se marchara. No quiero que te haga daño. —Ella ya lo sabe. Se lo he dicho. Deja de entrometerte. Francamente, te estás comportando como una madraza muy pesada. Nick parece más resignado y Elena se ríe, pero su risa tiene un deje triste. —Lo sé. Lo siento. Ya sabes que me preocupo por ti. Nunca pensé que acabarías enamorándote, Nick, y verlo es muy gratificante. Pero no podría soportar que ella te hiciera daño. —Correré el riesgo —dice con sequedad—. ¿Seguro que no quieres que Welch investigue un poco? Elena lanza un gran suspiro. —Supongo que eso no perjudicaría a nadie. —De acuerdo. Le llamaré mañana por la mañana. Les oigo hablar un poco más del tema. Como viejos amigos, como dice Nick. Solo amigos. Y ella se preocupa por él… quizá demasiado. Bueno, como haría cualquiera que le conociera bien. —Gracias, Nick. Y lo siento. No pretendía entrometerme. Me voy. La próxima vez llamaré. —Bien. ¡Se marcha! ¡Oh, maldita sea! Recorro a toda prisa el pasillo hasta el dormitorio de Nick y me siento en la cama. Nick entra poco después. —Se ha ido —dice cauteloso, pendiente de mi reacción. Yo levanto la vista, le miro e intento formular mi pregunta. —¿Me lo contarás todo sobre ella? Intento entender por qué crees que te ayudó. —Me callo y pienso a fondo mi siguiente frase—. Yo la odio, Nick. Creo que te hizo un daño indecible. Tú no tienes amigos. ¿Fue ella quien los alejó de ti? Él suspira y se pasa la mano por el pelo. —¿Por qué coño quieres saber cosas de ella? Tuvimos una historia hace mucho tiempo, ella solía darme unas palizas de muerte y yo me la tiraba de formas que tú ni siquiera imaginas, fin de la historia. Me pongo pálida. Oh, no, está enfadado… conmigo. —¿Por qué estás tan enfadado? —¡Porque toda esa mierda se acabó! —grita, ceñudo. Suspira exasperado y menea la cabeza. Estoy blanca como la cera. Dios. Me miro las manos unidas en mi regazo. Yo solo pretendo entenderlo. Se sienta a mi lado. —¿Qué quieres saber? —pregunta con aire cansado. —No tienes que contármelo. No quiero entrometerme. —No es eso, __________(tn) . No me gusta hablar de todo aquello. He vivido en una burbuja durante años, sin que nada me afectara y sin tener que justificarme ante nadie. Ella siempre ha sido mi confidente. Y ahora mi pasado y mi futuro colisionan de una forma que nunca creí posible. Le miro, y él me está observando con los ojos muy abiertos. —Nunca imaginé mi futuro con nadie, __________(tn) . Tú me das esperanza y haces que me plantee todo tipo de posibilidades —se queda pensando. —Os he estado escuchando —susurro, y vuelvo a mirarme las manos. —¿Qué? ¿Nuestra conversación? —Sí. —¿Y? —dice en tono resignado. —Ella se preocupa por ti. —Sí, es verdad. Y yo por ella, a mi manera, pero eso no se puede ni comparar siquiera a lo que siento por ti. Si es que se trata de eso… —No estoy celosa. —Me duele que piense eso… ¿o sí lo estoy? Maldita sea. Quizá sea eso—. Tú no la quieres —murmuro. Él vuelve a suspirar. Se le nota de nuevo enfadado. —Hace mucho tiempo creí que la quería —dice con los dientes apretados. Oh. —Cuando estábamos en Georgia… dijiste que no la querías. —Es verdad. Frunzo el ceño. —Entonces te amaba a ti, __________(tn) —susurra—. He volado cinco mil kilómetros solo para verte. Eres la única persona por la que he hecho algo así. Oh, Dios… No lo entiendo, en aquel momento él todavía me quería como sumisa. Frunzo más el ceño. —Mis sentimientos por ti son muy diferentes de los que sentí nunca por Elena —dice a modo de explicación. —¿Cuándo lo supiste? Se encoge de hombros. —Es irónico, pero fue Elena quien me lo hizo notar. Ella me animó a ir a Georgia. ¡Lo sabía! Lo supe en Savannah. Le miro, impasible. ¿Y ahora qué? Quizá ella está realmente de mi parte y solo le preocupa que yo pueda hacerle daño a Nick. Pensar en eso me duele. Yo nunca desearía hacerle daño. Ella tiene razón: ya le han herido bastante. Puede que no sea tan mala, después de todo. Niego con la cabeza. No quiero aceptar su relación con Nick. La desapruebo. Sí, eso es. Es un personaje despreciable que se aprovechó de un adolescente vulnerable y le arrebató esa etapa de su vida, diga lo que diga él. —¿Así que la deseabas? Cuando eras más joven. —Sí. Ah. —Me enseñó muchísimas cosas. Me enseñó a creer en mí mismo. Ah. —Pero ella también te daba unas palizas terribles. Él sonríe con cariño. —Sí, es verdad. —¿Y a ti te gustaba? —En aquella época, sí. —¿Tanto que querías hacérselo a otras? Abre los ojos de par en par y se pone serio. —Sí. —¿Ella te ayudó con eso? —Sí. —¿Fue también tu sumisa? —Sí. Por Dios… —¿Y esperas que me caiga bien? —digo con voz amarga y quebradiza. —No. Aunque eso me facilitaría muchísimo la vida —dice con cautela—. Comprendo tu reticencia. —¡Reticencia! Dios, Nick… si se hubiera tratado de tu hijo, ¿qué sentirías? Se me queda mirando, como si no comprendiera del todo la pregunta. Tuerce el gesto. —Nadie me obligó a estar con ella. Lo elegí yo, __________(tn) —murmura. Así no voy a llegar a ninguna parte. —¿Quién es Linc? —Su ex marido. —¿Lincoln el maderero? —El mismo —dice sonriendo. —¿E Isaac? —Su actual sumiso. Oh, no. —Tiene veintimuchos años, __________(tn) . Ya sabes, es un adulto que sabe lo que hace —añade enseguida, al interpretar correctamente mi expresión de repugnancia. —Tu edad —musito. —Mira, __________(tn) , como le he dicho a Elena, ella forma parte de mi pasado. Tú eres mi futuro. No permitas que se entrometa entre nosotros, por favor. Y la verdad, ya estoy harto de este tema. Voy a trabajar un poco. —Se pone de pie y me mira—. Déjalo estar, por favor. Yo levanto la vista y le observo, tozuda. —Ah, casi me olvido —añade—. Tu coche ha llegado un día antes. Está en el garaje. Taylor tiene la llave. Uau… ¿el Saab? —¿Podré conducirlo mañana? —No. —¿Por qué no? —Ya sabes por qué no. Y eso me recuerda que, si vas a salir de la oficina, me lo hagas saber. Sawyer estaba allí, vigilándote. Por lo visto, no puedo fiarme de que cuides de ti misma —dice en tono de reproche, y consigue que vuelva a sentirme como una niña descarriada… otra vez. Y me dan ganas de volver a plantarle cara, pero ya está bastante exaltado por lo de Elena y no quiero presionarle más. Sin embargo no puedo evitar comentar: —Por lo visto, yo tampoco puedo fiarme de ti —digo entre dientes—. Podrías haberme dicho que Sawyer me estaba vigilando. —¿Quieres discutir por eso también? —replica. —No sabía que estuviéramos discutiendo. Creía que nos estábamos comunicando —mascullo malhumorada. Él cierra los ojos un segundo y hace esfuerzos para reprimir el mal genio. Yo trago saliva y le miro, ansiosa. No sé cómo acabará esto. —Tengo trabajo —dice en voz baja, y seguidamente sale de la habitación. Exhalo con fuerza. No me había dado cuenta de que estaba conteniendo la respiración. Me tumbo otra vez en la cama, mirando el techo. ¿Alguna vez podremos tener una conversación que no termine en discusión? Resulta agotador. Simplemente, aún no nos conocemos bien. ¿Realmente quiero venirme a vivir con él? Ni siquiera sé si debería prepararle una taza de té o de café mientras está trabajando. ¿Debería interrumpirle? No tengo ni idea de qué le gusta y qué no. Es evidente que está harto de todo el tema de Elena… y tiene razón: tengo que olvidarlo. Dejarlo correr. Bien, al menos no espera que me haga amiga de ella, y confío en que ahora Elena deje de acosarme para que nos veamos. Salgo de la cama y voy hacia el ventanal. Abro la puerta del balcón y me acerco a la barandilla de vidrio. Su transparencia me pone nerviosa. Está muy alto, y el aire es fresco, frío. Contemplo las luces de Seattle centelleando allá fuera. Nick está tan lejos de todo, aquí arriba en su fortaleza. No tiene que rendir cuentas ante nadie. Acababa de decirme que me quería, y entonces vuelve a interponerse toda esa porquería por culpa de esa espantosa mujer. Pongo los ojos en blanco. Su vida es muy complicada. Él es muy complicado. Respiro hondo, echo un último vistazo a la ciudad que se extiende a mis pies como un manto dorado, y decido telefonear a Ray. Hace tiempo que no hablo con él. Tenemos una conversación breve, como de costumbre, pero me cuenta que está bien y que estoy interrumpiendo un partido de fútbol importante. —Espero que vaya todo bien con Nick —dice con naturalidad, y sé que su intención es obtener información, pero que en realidad no lo quiere saber. —Sí. Estamos muy bien. Más o menos, y me voy a vivir con él. Aunque no hemos concretado fechas. —Te quiero, papá. —Yo también te quiero, _______(tn). Cuelgo y miro el reloj. Solo son las diez. Estoy inquieta y tensa. Me doy una ducha rápida y, cuando vuelvo a la habitación, decido ponerme uno de los camisones de Neiman Marcus que me envió Caroline Acton. Nick siempre se queja de mis camisetas. Hay tres. Escojo el rosa pálido y me lo pongo por la cabeza. La tela se desliza por mi piel, acariciándome y ciñéndose mientras me cubre el cuerpo. Es de un satén finísimo y buenísimo, que transmite una sensación de lujo. ¡Uau! Me miro en el espejo y parezco una estrella de cine de los años treinta. Es largo y elegante… y tan impropio de mí. Cojo la bata a juego y decido ir a buscar un libro a la biblioteca. Puedo leer con mi iPad, pero en este momento me apetece la comodidad y la solidez física de un libro. Dejaré tranquilo a Nick. Quizá recupere el buen humor cuando haya terminado de trabajar. En la biblioteca de Nick hay una cantidad ingente de libros. Tardaría una eternidad en revisarlos título por título. Le echo un vistazo a la mesa de billar y, al recordar la noche anterior, me ruborizo. Sonrío al ver que la regla sigue en el suelo. La recojo y me golpeo en la mano. ¡Ay! Escuece. ¿Por qué no puedo aceptar un poco más de dolor por mi hombre? Dejo la regla sobre la mesa con cierto abatimiento y sigo buscando un buen libro para leer. La mayoría son primeras ediciones. ¿Cómo puede haber reunido una colección como esta en tan poco tiempo? Quizá el trabajo de Taylor incluya la adquisición de libros. Me decido por Rebecca, de Daphne du Maurier. Lo leí hace mucho tiempo. Sonrío, me acurruco en una de las mullidas butacas y leo la primera frase: Anoche soñé que había vuelto a Manderley… * * * Me despierto de golpe cuando Nick me coge en brazos. —Hola —murmura—, te has quedado dormida. No te encontraba. Hunde la nariz en mi pelo. Adormecida, le echo los brazos al cuello y aspiro su aroma —oh, qué bien huele—, mientras él me lleva otra vez al dormitorio. Me tumba en la cama y me arropa. —Duerme, nena —susurra, y me besa en la frente. * * * Me despierto sobresaltada de un sueño convulso y me quedo momentáneamente desorientada. Reacciono mirando con ansiedad a los pies de la cama, pero allí no hay nadie. Del salón llega el tenue sonido de una compleja melodía de piano. ¿Qué hora es? Miro el despertador: las dos de la madrugada. ¿Habrá dormido algo Nick? Apartando la bata que todavía llevo puesta y que se me enreda en las piernas, bajo de la cama. Me quedo de pie en la penumbra del salón, escuchando. Nick está absorto en la música. Parece tranquilo y a salvo en su burbuja de luz. Y la pieza que interpreta es una melodía cadenciosa, con partes que me resultan familiares. Pero es muy compleja. Es un intérprete maravilloso. ¿Por qué siempre me sorprendo ante ello? La escena en conjunto parece diferente de algún modo, y entonces me doy cuenta de que la tapa del piano está bajada y el entorno parece más diáfano. Él levanta la vista y nuestras miradas se encuentran. Sus ojos cafes se iluminan bajo el difuso resplandor de la lámpara. Sigue tocando, sin la menor vacilación ni fallo, mientras yo me voy acercando. Me sigue con sus ojos, que se embeben de mí, arden y resplandecen. Cuando llego a su lado, deja de tocar. —¿Por qué paras? Era precioso. —¿Tienes idea de lo deseable que estás en este momento? —dice en voz baja. Oh. —Ven a la cama —susurro, y sus ojos refulgen cuando me tiende la mano. La acepto, él tira repentinamente de mí y caigo en su regazo. Me rodea con sus brazos y me acaricia la nuca con la nariz, por detrás de la oreja, y un escalofrío me recorre la columna. —¿Por qué nos peleamos? —murmura, y sus dientes me rozan el lóbulo. Mi corazón late con fuerza y empieza a palpitar desbocado, y mi cuerpo se enardece. —Porque nos estamos conociendo, y tú eres tozudo y cascarrabias y gruñón y difícil —murmuro sin aliento, y ladeo la cabeza para facilitarle el acceso a mi cuello. Él baja la nariz por mi garganta, y noto que sonríe. —Soy todas esas cosas, señorita __________(ta). Me asombra que me soporte. —Me mordisquea el lóbulo y yo gimo—. ¿Es siempre así? —suspira. —No tengo ni idea. —Yo tampoco. Tira del cinturón de mi bata, la abre, y desliza una mano que me acaricia el cuerpo, los senos. Mis pezones se endurecen con sus tiernas caricias y se yerguen bajo el satén. Él sigue bajando hacia la cintura, hasta la cadera. —Es muy agradable tocarte bajo esta tela, y se trasluce todo, incluso esto. Tira suavemente de mi vello público y me provoca un gemido, mientras con la otra mano me agarra el pelo de la nuca. Me echa la cabeza hacia atrás y me besa con una lengua anhelante, despiadada, hambrienta. Yo respondo con un quejido y acaricio ese rostro tan querido. Con una mano tira hacia arriba de mi camisón, con delicadeza, despacio, seductor. Me acaricia el trasero desnudo y luego baja el pulgar hasta el interior del muslo. De repente se levanta, sobresaltándome. Me coloca sobre el piano con los pies apoyados en las teclas, que emiten notas discordantes e inconexas, mientras sus manos suben por mis piernas y me separan las rodillas. Me sujeta las manos. —Túmbate —ordena, sin soltarme las manos mientras yo me recuesto sobre el piano. Noto en la espalda la tapa dura y rígida. Me libera las manos y me separa mucho las piernas. Mis pies bailan sobre las teclas, sobre las notas más graves y agudas. Ay, Dios. Sé qué va a hacer, y la expectativa… Cuando me besa el interior de la rodilla gimo con fuerza. Luego me mordisquea mientras sube por la pierna hasta el muslo. Aparta la suave tela de satén del camisón, que se desliza hacia arriba sobre mi piel electrizada. Yo flexiono los pies y vuelven a sonar los acordes discordantes. Cierro los ojos y, cuando su mano alcanza el vértice de mis muslos, me rindo a él. Me besa… ahí… Oh, Dios… ahora sopla ligeramente antes de trazar círculos con la lengua en mi clítoris. Empuja para separarme más las piernas, y yo me siento tan abierta… tan vulnerable. Me coloca bien, apoya las manos encima de mis rodillas, y su lengua sigue torturándome, sin cuartel, sin descanso… sin piedad. Yo alzo las caderas para unirme y acompasarme a su ritmo. —Oh, Nick, por favor —gimo. —Ah, no, nena, todavía no —dice con un deje burlón, pero noto que me acelero al ritmo de él, y entonces se detiene. —No —gimoteo. —Esta es mi venganza, __________(tn) —gruñe suavemente—. Si discutes conmigo, encontraré el modo de desquitarme con tu cuerpo. Dibuja un rastro de besos a través de mi vientre, sus manos recorren mis muslos hacia arriba, rozando, masajeando, seduciendo. Me rodea el ombligo con la lengua, mientras sus manos —y sus pulgares… oh, sus pulgares— llegan a la cúspide de mis muslos. —¡Ah! —grito cuando uno de ellos penetra en mi interior. El otro me acosa, despacio, de forma agónica, trazando círculos una y otra vez. Mi espalda se arquea y se separa de la tapa del piano, y me retuerzo bajo sus caricias. Es casi insoportable. —¡Nick! —grito, y me sumerjo en una espiral descontrolada de deseo. Él se apiada de mí y se para. Me levanta los pies del teclado, me empuja y me desliza sobre la tapa del piano. El satén resbala con suavidad, y él también se sube. Se arrodilla un momento para ponerse un condón. Se cierne sobre mí y yo jadeo, le miro con anhelo febril, y me doy cuenta de que está desnudo. ¿Cuándo se ha quitado la ropa? Él baja la mirada hacia mí con ojos asombrados, maravillados de amor y pasión, y resulta embriagador. —Te deseo tanto —dice y muy despacio, de forma exquisita, se hunde en mí. Estoy tumbada sobre él, exhausta, siento las extremidades pesadas y lánguidas. Ambos estamos encima del piano. Oh, Dios. Es mucho más cómodo estar encima de Nick que sobre el piano. Con cuidado de no tocarle el torso, apoyo la mejilla en él y me quedo inmóvil. No protesta, y escucho su respiración, que se ralentiza como la mía. Me acaricia con ternura el pelo. —¿Tomas té o café por las noches? —pregunto, medio dormida. —Qué pregunta tan rara —dice también adormilado. —Se me ocurrió llevarte un té al estudio, y entonces caí en la cuenta de que no sabía si te apetecería. —Ah, ya. Por las noches agua o vino, __________(tn) . Aunque a lo mejor debería probar el té. Baja la mano cadenciosamente por mi espalda y me acaricia con ternura. —La verdad es que sabemos muy poco uno del otro —murmuro. —Lo sé —dice en tono afligido. Me siento y le miro fijamente. —¿Qué pasa? —pregunto. Él mueve la cabeza, como si quisiera deshacerse de una idea desagradable. Levanta una mano y me acaricia la mejilla, con los ojos brillantes, muy serio. —Te quiero, __________(tn) __________(ta) —dice. * * * A las seis en punto suena la alarma con la información del tráfico, y me despierta bruscamente de un perturbador sueño sobre rubias de intensa cabellera y mujeres de pelo oscuro. No entiendo de qué va todo esto, pero me olvido al momento porque Nick Jonas me envuelve el cuerpo como la seda, con su mata de pelo rebelde sobre mi pecho, una mano sobre mis senos y una pierna echada por encima de mí, sujetándome. Él sigue durmiendo y yo tengo demasiado calor. Pero no hago caso de esa incómoda sensación, e intento pasarle los dedos por el pelo con suavidad. Se mueve, levanta sus brillantes ojos cafes y sonríe adormilado. Oh, Dios… es adorable. —Buenos días, preciosa —dice. —Buenos días, precioso tú también. Le devuelvo la sonrisa. Me besa, se desenreda para incorporarse, se apoya en un codo y me mira. —¿Has dormido bien? —Sí, a pesar de esa interrupción de anoche. Su sonrisa se ensancha. —Mmm. Tú puedes interrumpirme así siempre que quieras. Vuelve a besarme. —¿Y tú? ¿Has dormido bien? —Contigo siempre duermo bien, __________(tn) . —¿Ya no tienes pesadillas? —No. Frunzo el ceño y me atrevo a preguntar: —¿Sobre qué son tus pesadillas? Él arquea una ceja y su sonrisa se desvanece. Maldita sea… mi estúpida curiosidad. —Son imágenes de cuando era muy pequeño, según dice el doctor Flynn. Algunas muy claras, otras menos. Se le quiebra la voz y aparece en su rostro una mirada distante y atormentada. Con aire ausente, resigue con el dedo el perfil de mi clavícula, tratando de desviar mi atención. —¿Te despiertas llorando y gritando? —intento bromear, en vano. Él me mira, perplejo. —No, __________(tn) . Nunca he llorado, que yo recuerde. Frunce el ceño, como si se asomara al abismo de su memoria. Oh, no… probablemente sea un lugar demasiado siniestro para visitarlo en este momento. —¿Tienes algún recuerdo feliz de tu infancia? —pregunto enseguida, básicamente para distraerle. Se queda pensativo un momento, sin dejar de acariciarme la piel con el pulgar. —Recuerdo a la puta adicta al crack preparando algo en el horno. Recuerdo el olor. Creo que era un pastel de cumpleaños. Para mí. Y luego recuerdo la llegada de Mia, cuando ya estaba con mis padres. A mi madre le preocupaba mi reacción, pero yo adoré a aquel bebé desde el primer momento. La primera palabra que dije fue «Mia». Recuerdo mi primera clase de piano. La señorita Kathie, la profesora, era extraordinaria. Y también criaba caballos. Sonríe con nostalgia. —Dijiste que tu madre te salvó la vida. ¿Cómo? Su expresión soñadora desaparece, y me mira como si yo fuera incapaz de sumar dos más dos. —Me adoptó —dice sin más—. La primera vez que la vi creí que era un ángel. Iba vestida de blanco, y fue tan dulce y tranquilizadora mientras me examinaba… Nunca lo olvidaré. Si ella me hubiera rechazado, o si Carrick me hubiera rechazado… —Se encoge de hombros y echa un vistazo al despertador a su espalda—. Todo esto es un poco demasiado profundo para esta hora de la mañana —musita. —Me he prometido a mí misma que te conocería mejor. —¿Ah, sí, señorita __________(ta)? Yo creía que solo quería saber si prefería café o té. —Sonríe—. De todas formas, se me ocurre una forma mejor de que me conozcas — dice, empujando las caderas hacia mí sugerentemente. —Creo que en ese sentido ya te conozco bastante —replico con altivez, haciéndole sonreír aún más. —Pues yo creo que nunca te conoceré bastante en ese sentido —murmura —. Está claro que despertarse contigo tiene ventajas —dice en un tono seductor que me derrite por dentro. —¿Tienes que levantarte ya? —pregunto con voz baja y ronca. Oh… lo que provoca en mí… —Esta mañana no. Ahora mismo solo deseo estar en un sitio, señorita __________(ta) —dice con un brillo lascivo en los ojos. —¡Nick! —jadeo sobresaltada cuando, de pronto, le tengo encima, sujetándome contra la cama. Me coge las manos, me las coloca sobre la cabeza y empieza a besarme el cuello. —Oh, señorita __________(ta). —Sonríe con su boca contra mi piel, y su mano recorre mi cuerpo y empieza a levantar despacio el camisón de satén, provocándome unos calambres deliciosos—. Ah, lo que me gustaría hacerte —murmura. Y el interrogatorio se acaba, y yo estoy perdida. La señora Jones me sirve tortitas y beicon para desayunar, y una tortilla y beicon para Nick. Estamos sentados de lado frente a la barra, cómodos y en silencio. —¿Cuándo conoceré a Claude, tu entrenador, para ponerle a prueba? — pregunto. Nick me mira y sonríe. —Depende de si quieres ir a Nueva York este fin de semana o no; a menos que quieras verle entre semana, a primera hora de la mañana. Le pediré a Andrea que consulte su horario y te lo diga. —¿Andrea? —Mi asistente personal. Ah, sí. —Una de tus muchas rubias —bromeo. —No es mía. Trabaja para mí. Tú eres mía. —Yo trabajo para ti —murmuro en tono mordaz. Él sonríe, como si lo hubiera olvidado. —Eso también —replica, y su sonrisa se ensancha de forma contagiosa. —Quizá Claude pueda enseñarme kickboxing —le advierto. —¿Ah, sí? ¿Para enfrentarte a mí con más garantías? —Nick levanta una ceja, divertido—. Pues adelante, señorita __________(ta). Ahora se le ve tan condenadamente feliz, comparado con el mal humor de anoche cuando se fue Elena, que me desarma totalmente. A lo mejor es por todo el sexo… a lo mejor es eso lo que le pone tan contento. Echo un vistazo al piano a nuestra espalda, y me deleito en el recuerdo de anoche. —Has vuelto a levantar la tapa del piano. —La bajé anoche para no molestarte. Por lo visto no funcionó, pero me alegro. Nick esboza una sonrisa lasciva mientras se lleva un trozo de tortilla a los labios. Yo me pongo de todos los colores y le devuelvo la sonrisa. Oh sí… esos gloriosos momentos sobre el piano. La señora Jones se inclina sobre la barra y me coloca delante una bolsa de papel con mi almuerzo, y yo me sonrojo, avergonzada. —Para después, __________(tn) . De atún, ¿vale? —Sí, sí. Gracias, señora Jones. Le sonrió con timidez. Ella me devuelve una sonrisa afectuosa y abandona la estancia. Para proporcionarnos un poco de intimidad, supongo. Me vuelvo hacia Nick. —¿Puedo preguntarte una cosa? Su expresión divertida se esfuma. —Claro. —¿Y no te enfadarás? —¿Es sobre Elena? —No. —Entonces no me enfadaré. —Pero ahora tengo una pregunta adicional. —¿Ah? —Que sí es sobre ella. Él pone los ojos en blanco. —¿Qué? —dice, ahora ya exasperado. —¿Por qué te enfadas tanto cuando te pregunto por ella? —¿Sinceramente? —Creía que siempre eras sincero conmigo —replico. —Procuro serlo. Le miro con los ojos entornados. —Eso suena a evasiva. —Yo siempre soy sincero contigo, __________(tn) . No me interesan los jueguecitos. Bueno, no ese tipo de jueguecitos —matiza, y su mirada se enardece. —¿Qué tipo de jueguecitos te interesan? Inclina la cabeza hacia un lado y me sonríe con complicidad. —Señorita __________(ta), se distrae usted con mucha facilidad. Me echo a reír. Tiene razón. —Usted es una distracción en muchos sentidos, señor Jonas. Veo bailar en sus ojos cafes una chispa jocosa. —La canción que más me gusta del mundo es tu risa, __________(tn) . Dime, ¿cuál era tu primera pregunta? —dice suavemente, y creo que se está riendo de mí. Intento torcer el gesto para expresar mi desagrado, pero me gusta el Cincuenta juguetón… es divertido. Me encantan estas bromas matutinas. Arrugo la frente, intentando recordar mi pregunta. —Ah, sí. ¿Solo veías a tus sumisas los fines de semana? —Sí, eso es —contesta, y me mira nervioso. Le sonrío. —Así que nada de sexo entre semana. Se ríe. —Ah, ahí querías ir a parar. —Parece vagamente aliviado—. ¿Por qué crees que hago ejercicio todos los días laborables? Ahora se está riendo claramente de mí, pero no me importa. Soy tan feliz que tengo ganas de abrazarme. Otra primera vez… bueno, varias primeras veces. —Parece muy satisfecha de sí misma, señorita __________(ta). —Lo estoy, señor Jonas. —Tienes motivos. —Sonríe—. Ahora cómete el desayuno. Oh, el dominante Cincuenta… siempre al acecho. * * * Estamos en la parte de atrás del Audi, con Taylor al volante. Me dejará en el trabajo, y después a Nick. Sawyer va en el asiento del copiloto. —¿No dijiste que el hermano de tu compañera de piso llegaba hoy? — pregunta Nick como sin darle importancia, sin que ni su voz ni su rostro expresen nada. —¡Oh, Ethan! —exclamo—. Me había olvidado. Oh, Nick, gracias por recordármelo. Tendré que volver al apartamento. Le cambia la cara.> —¿A qué hora? —No sé exactamente a qué hora llegará. —No quiero que vayas sola a ningún sitio —dice tajante. >—Ya lo sé —musito, y reprimo la tentación de mirar con los ojos en blanco al señor Exagerado— ¿Sawyer estará espiando… esto… vigilando hoy? Miro de reojo y con timidez a Sawyer, y compruebo que tiene la parte de atrás de las orejas teñida de rojo. —Sí —replica Nick con una mirada glacial. —Sería más fácil si fuera conduciendo el Saab —mascullo en tono arisco. —Sawyer tendrá un coche y podrá llevarte al apartamento, a la hora que sea. —De acuerdo. Supongo que Ethan se pondrá en contacto conmigo durante el día. Ya te haré saber los planes entonces. Se me queda mirando, sin decir nada. Ah, ¿en qué estará pensando? —Vale —acepta—. A ningún sitio sola, ¿entendido? —dice, haciendo un gesto de advertencia con el dedo. —Sí, cariño —musito. Aparece un amago de sonrisa en su cara. —Y quizá deberías usar solo tu BlackBerry… te mandaré los correos ahí. Eso debería evitar que el informático de mi empresa pase una mañana demasiado entretenida, ¿de acuerdo? —dice en tono sardónico. —Sí, Nick. No lo puedo evitar. Le miro con los ojos en blanco, y él me sonríe maliciosamente. —Vaya, señorita __________(ta), me parece que se me está calentando la mano. —Ah, señor Jonas, usted siempre tiene la mano caliente. ¿Qué vamos a hacer con eso? Se ríe, pero entonces se ve interrumpido por su BlackBerry, que debe de estar en silencio, porque no suena. Al ver el identificador de llamada, Nick frunce el ceño. —¿Qué pasa? —espeta al teléfono, y luego escucha con atención. Yo aprovecho la oportunidad para observar sus adorables facciones: su nariz recta, el cabello despeinado que le cae sobre la frente. Su expresión cambia de incrédula a divertida, haciendo que deje de comérmelo subrepticiamente con los ojos y preste atención. —Estás de broma… Vaya… ¿Cuándo te dijo eso? —Nick se carcajea, casi sin ganas—. No, no te preocupes. Tú no tienes por qué disculparte. Estoy encantado de que haya una explicación lógica. Me parecía una cantidad de dinero ridículamente pequeña… No tengo la menor duda de que tienes en mente un plan creativo y diabólico para vengarte. Pobre Isaac. —Sonríe—. Bien… Adiós. Cierra el teléfono de golpe y, aunque de pronto su mirada parece cautelosa, curiosamente también se le ve aliviado. —¿Quién era? —pregunto. —¿De verdad quieres saberlo? —inquiere en voz baja. Y esa respuesta me basta para saberlo. Niego con la cabeza y observo por la ventanilla el día gris de Seattle, sintiéndome consternada. ¿Por qué ella es incapaz de dejarle en paz? —Eh… Me coge la mano y me besa los nudillos, uno por uno, y de pronto me chupa el meñique, con fuerza. Después me muerde con suavidad. ¡Dios…! Tiene una línea erótica que comunica directamente con mi entrepierna. Jadeo y, nerviosa, miro de reojo a Taylor y a Sawyer, y después a Nick, que tiene los ojos sombríos y me obsequia con una sonrisa prolongada y sensual. —No te agobies, __________(tn) —murmura—. Ella pertenece al pasado. Y me planta un beso en el centro de la palma de la mano que me provoca un cosquilleo por todo el cuerpo, y mi enojo momentáneo queda olvidado. —Buenos días, __________(tn) —saluda Jack mientras me dirijo hacia mi mesa—. Bonito vestido. Me ruborizo. El vestido forma parte de mi nuevo guardarropa, cortesía de mi novio increíblemente rico. Es un traje sin mangas, de lino azul claro y bastante entallado, que llevo con unas sandalias beis de tacón alto. A Nick le gustan los tacones, creo. Sonrío por dentro al pensarlo, pero enseguida recupero una anodina sonrisa profesional destinada a mi jefe. —Buenos días, Jack. Inicio mi jornada pidiendo un mensajero para que lleve a imprimir sus folletos. Él asoma la cabeza por la puerta de su despacho. —__________(tn) , ¿podrías traerme un café, por favor? —Claro. Voy hacia la cocina y me encuentro con Claire, la recepcionista, que también está preparando café. —Hola, __________(tn) —dice alegremente. —Hola, Claire. Charlamos un poco sobre la reunión del fin de semana con su numerosa familia, en la cual disfrutó muchísimo, y yo le cuento que salí a navegar con Nick. —Tienes un novio de ensueño, __________(tn) —me dice con los ojos brillantes. Estoy tentada de mirarla con expresión maravillada. —No está mal. Sonrío, y ambas nos echamos a reír. —¡Cuánto has tardado! —me increpa Jack cuando llego. ¡Oh! —Lo siento. Me ruborizo y luego tuerzo el gesto. He tardado lo normal. ¿Qué le pasa? A lo mejor está nervioso por algo. Él mueve la cabeza, arrepentido. —Perdona, __________(tn) . No pretendía gritarte, cielo. ¿Cielo? —En dirección se está tramando algo y no sé qué es. Estate atenta, ¿vale? Si oyes algo por ahí… sé que las chicas habláis entre vosotras. Me sonríe con aire cómplice y siento unas ligeras náuseas. No tiene ni idea de qué hablamos las «chicas». Además, yo ya sé lo que está pasando. —Me lo harás saber, ¿verdad? —Claro —digo entre dientes—. He mandado a imprimir el folleto. Estará listo a las dos en punto. —Estupendo. Toma. —Me entrega un montón de manuscritos—. Necesito una sinopsis del primer capítulo de todos estos, y luego archívalos. —Me pondré a ello. Me siento aliviada al salir de su despacho y ocupar mi mesa. Ah, no me resulta nada fácil disponer de información confidencial. ¿Qué hará Jack cuando se entere? Se me hiela la sangre. Algo me dice que se enfadará bastante. Echo un vistazo a mi BlackBerry y sonrío. Hay un e—mail de Nick.
De: Nick Jonas Fecha: 14 de junio de 2011 09:23 Para: __________(tn) ___________(ta) Asunto: Amanecer Me encanta despertarme contigo por la mañana. Nick Jonas Total y absolutamente enamorado presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.
Tengo la sensación de que la sonrisa que aparece en mi cara la parte en dos.
De: __________(tn) ___________(ta) Fecha: 14 de junio de 2011 09:35 Para: Nick Jonas Asunto: Anochecer Querido total y absolutamente enamorado: A mí también me encanta despertarme contigo. Aunque yo adoro estar contigo en la cama y en los ascensores y encima de los pianos y en mesas de billar y en barcos y escritorios y duchas y bañeras y atada a extrañas cruces de madera y en inmensas camas de cuatro postes con sábanas de satén rojo y en casitas de embarcaderos y en dormitorios de infancia. Tuya Loca por el sexo e insaciable xx
De: Nick Jonas Fecha: 14 de junio de 2011 09:37 Para: __________(tn) ___________(ta) Asunto: Hardware húmedo Querida loca por el sexo e insaciable: Acabo de espurrear el café encima de mi teclado. Creo que nunca me había pasado algo así. Admiro a una mujer que se entusiasma tanto por la geografía. ¿Debo deducir que solo me quiere por mi cuerpo? Nick Jonas Total y absolutamente escandalizado presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.
De: __________(tn) ___________(ta) Fecha: 14 de junio de 2011 09:42 Para: Nick Jonas Asunto: Riendo como una tonta… y húmeda también Querido total y absolutamente escandalizado: Siempre. Tengo que trabajar. Deja de molestarme. LS am;I xx De: Nick Jonas
Fecha: 14 de junio de 2011 09:50 Para: __________(tn) ___________(ta) Asunto: ¿He de hacerlo? Querida LS amp;I: Como siempre, sus deseos son órdenes para mí. Me encanta que estés húmeda y riendo como una tonta. Hasta luego, nena. x Nick Jonas Total y absolutamente enamorado, escandalizado y embrujado presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.
Dejo la BlackBerry y me pongo a trabajar. A la hora del almuerzo, Jack me pide que vaya a comprarle algo de comer. En cuanto salgo de su despacho, llamo a Nick. —__________(tn) —contesta inmediatamente con voz cariñosa y acariciante. ¿Cómo consigue este hombre que me derrita por teléfono? —Nick, Jack me ha pedido que vaya a comprarle la comida. —Cabrón holgazán —maldice. No le hago caso, y continúo: —Así que voy a comprarla. Quizá sería más práctico que me dieras el teléfono de Sawyer, y así no tendría que molestarte. —No es ninguna molestia, nena. —¿Estás solo? —No. Aquí hay seis personas que me miran atónitas preguntándose con quién demonios estoy hablando. Oh, no… —¿De verdad? —musito aterrada. —Sí. De verdad. Mi novia —informa, apartándose del teléfono. ¡Madre mia! —Seguramente todos creían que eras gay, ¿sabes? Se ríe. —Sí, seguramente. Puedo percibir su sonrisa. —Esto… tengo que colgar. Estoy segura de que nota cuánto me avergüenza interrumpirle. —Se lo comunicaré a Sawyer. —Vuelve a reírse—. ¿Has sabido algo de tu amigo? —Todavía no. Será usted el primero en enterarse, señor Jonas. —Bien. Hasta luego, nena. —Adiós, Nick. Sonrío. Cada vez que dice eso, me hace sonreír… tan impropio de Cincuenta, pero en cierto modo, también tan de él. Cuando salgo al cabo de pocos segundos, Sawyer ya me está esperando en la puerta del edificio. —Señorita __________(ta) —me saluda muy formal. —Sawyer —asiento a modo de respuesta, y nos encaminamos juntos hacia la tienda. Con Sawyer no me siento tan cómoda como con Taylor. Él sigue vigilando la calle mientras caminamos por la acera. De hecho, consigue ponerme más nerviosa, y también yo acabo haciendo lo mismo. ¿Está Leila rondando por aquí cerca? ¿O nos hemos contagiado todos de la paranoia de Nick? ¿Forma parte esto de sus cincuenta sombras? Lo que daría por tener una inocente conversación de media hora con el doctor Flynn para averiguarlo. No se ve nada raro, solo Seattle a la hora del almuerzo: gente que sale a comer con prisas, que va de compras o a reunirse con amigos. Veo a dos mujeres jóvenes que se abrazan al encontrarse. Echo de menos a Kate. Solo hace dos semanas que se fue de vacaciones, pero me parecen las dos semanas más largas de mi vida. Han pasado tantas cosas… Kate no me creerá cuando se lo cuente. Bueno, se lo contaré parcialmente, una versión sujeta a un acuerdo de confidencialidad. Frunzo el ceño. Tengo que hablar con Nick de eso. ¿Cómo reaccionaría Kate si se enterase? Palidezco al pensarlo. Tal vez regrese con Ethan. Esa posibilidad me hace temblar de emoción, pero no lo creo probable. Seguramente se quedará en Barbados con Elliot. —¿Dónde se pone cuando está esperando y vigilando en la calle? —le pregunto a Sawyer mientras hacemos cola para la comida. Está situado delante de mí, de cara a la puerta, controlando continuamente la calle y a todo el que entra. Resulta inquietante. —Me siento en la cafetería que hay al otro lado de la calle, señorita __________(ta). —¿No es muy aburrido? —Para mí no, señora. Es a lo que me dedico —dice con frialdad. Me sonrojo. —Perdone, no pretendía… Al ver su expresión amable y comprensiva, me quedo sin palabras. —Por favor, señorita __________(ta). Mi trabajo es protegerla. Y eso es lo que hago. —¿Ni rastro de Leila, entonces? —No, señora. Frunzo el ceño. —¿Cómo sabe qué aspecto tiene? —He visto una fotografía suya. —Ah, ¿la lleva encima? —No, señora. —Se da un golpecito en la cabeza—. La guardo en la memoria. Pues claro. La verdad es que me gustaría mucho examinar bien una fotografía de Leila para ver cómo era antes de convertirse en la Chica Fantasma. Me pregunto si Nick me dejaría tener una copia. Sí, seguramente sí… por mi seguridad. Urdo un plan, y mi subconsciente se relame y asiente entusiasmada. * * * Los folletos llegan a la oficina, y me alivia ver que han quedado muy bien. Llevo uno al despacho de Jack. Se le ilumina la mirada: no sé si es por mí o por el folleto. Opto por creer que se trata de esto último. —Están muy bien, __________(tn) . —Lo hojea tranquilamente—. Sí, buen trabajo. ¿Vas a ver a tu novio esta noche? Tuerce el labio al decir «novio». —Sí. Vivimos juntos. Es una verdad a medias. Bueno, en este momento sí es cierto, así que no es más que una mentira inocente. Espero que con eso baste para disuadirle. —¿Se molestaría si fueras conmigo a tomar una copa rápida esta noche? Para celebrar todo el trabajo que has hecho. —Tengo un amigo que vuelve a la ciudad esta noche, y saldremos todos a cenar. Y estaré ocupada todas las noches, Jack. —Ya veo. —Suspira, exasperado—. ¿Quizá cuando vuelva de Nueva York, entonces? Levanta las cejas, expectante, y se le enturbia la mirada de forma sugerente. Oh, no… Esbozo una sonrisa evasiva y reprimo un estremecimiento. —¿Te apetece un café o un té? —pregunto. —Café, por favor —dice en voz baja y ronca, como si estuviera pidiendo otra cosa. Maldita sea. Ahora me doy cuenta de que no piensa rendirse. Oh… ¿qué hago? Cuando salgo de su despacho respiro hondo, ya mucho más tranquila. Jack me pone muy tensa. Nick no se equivoca con él, y en parte me molesta que tenga razón. Me siento a mi mesa y suena mi BlackBerry: un número que no reconozco. —__________(tn) __________(ta). —¡Hola, __________(ta)! El alegre tono de Ethan me coge momentáneamente desprevenida. —¡Ethan! —casi grito de alegría—. ¿Cómo estás? —Encantado de haber vuelto. Estaba francamente harto de sol y de ponches de ron, y de mi hermana pequeña perdidamente enamorada de ese tipo tan importante. Ha sido infernal, __________(tn) . —¡Ya! Mar, arena, sol y ponches de ron recuerda mucho al «Infierno» de Dante —contesto entre risas—. ¿Dónde estás? —En el aeropuerto, esperando a que salga mi maleta. ¿Qué estás haciendo tú? —Estoy en el trabajo. Sí, tengo un trabajo remunerado —replico ante su exclamación de asombro—. ¿Quieres venir a buscar las llaves? Luego podemos vernos en el apartamento. —Me parece estupendo. Nos vemos dentro de cuarenta y cinco minutos, una hora como mucho. ¿Me das la dirección? Le doy la dirección de SIP. —Nos vemos ahora, Ethan. —Hasta luego, nena —dice, y cuelga. ¿Qué? ¿Ethan también? ¡No! Y caigo en la cuenta de que acaba de pasar una semana con Elliot. Rápidamente le escribo un correo electrónico a Nick.
De: __________(tn) ___________(ta) Fecha: 14 de junio de 2011 14:55 Para: Nick Jonas Asunto: Visitas procedentes de climas soleados Queridísimo total y absolutamente EEE: Ethan ha vuelto, y va a venir a buscar las llaves del apartamento. Me gustaría mucho comprobar que está bien instalado. ¿Por qué no me recoges después del trabajo? ¿Podríamos ir al apartamento y después salir TODOS a cenar algo? ¿Invito yo? Tuya __________(tn) x Aún LS amp;I __________(tn) ___________(ta) Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
De: Nick Jonas Fecha: 14 de junio de 2011 15:05 Para: __________(tn) ___________(ta) Asunto: Cenar fuera Apruebo tu plan. ¡Menos lo de que pagues tú! Invito yo. Te recogeré a las seis en punto. x P.D.: ¡¡¡Por qué no utilizas tu BlackBerry!!! Nick Jonas Total y absolutamente enfadado presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.
De: __________(tn) ___________(ta) Fecha: 14 de junio de 2011 15:11 Para: Nick Jonas Asunto: Mandón Bah, no seas tan rudo ni te enfades tanto. Todo está en clave. Nos vemos a las seis en punto. __________(tn) x __________(tn) ___________(ta) Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
De: Nick Jonas Fecha: 14 de junio de 2011 15:18 Para: __________(tn) ___________(ta) Asunto: Mujer exasperante ¡Rudo y enfadado! Ya te daré yo rudo y enfadado. Y tengo muchas ganas. Nick Jonas Total y absolutamente más enfadado, pero sonriendo por alguna razón desconocida, presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.
De: __________(tn) ___________(ta) Fecha: 14 de junio de 2011 15:23 Para: Nick Jonas Asunto: Promesas, promesas Adelante, señor Jonas. Yo también tengo muchas ganas.;D __________(tn) x __________(tn) ___________(ta) Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
No contesta, pero tampoco espero que lo haga. Le imagino quejándose de las señales contradictorias, y al pensarlo sonrío. Fantaseo un momento sobre lo que puede hacerme, pero acabo revolviéndome en la silla. Mi subconsciente me mira con aire reprobatorio por encima de sus gafas de media luna: Sigue trabajando. Al cabo de un momento, suena el teléfono de mi mesa. Es Claire, de recepción. —Aquí hay un chico muy mono que viene a verte. Tenemos que salir juntas de copas algún día, __________(tn) . Seguro que tú conoces a muchos tíos buenos —sisea a través del auricular en tono cómplice. ¡Ethan! Cojo las llaves de mi bolso, y corro al vestíbulo. Madre mía… Cabello rubio tostado por el sol, bronceado espectacular y unos ojos almendrados que me miran resplandecientes desde el sofá de piel verde. En cuanto me ve, Ethan se pone de pie y viene hacia mí con la boca abierta. —Uau, __________(tn) . —Me mira con el ceño fruncido mientras se inclina para darme un abrazo. —Estás estupendo —le digo sonriendo. —Tú estás… vaya… diferente. Más moderna y sofisticada. ¿Qué ha pasado? ¿Te has cambiado el peinado? ¿La ropa? ¡No sé, __________(ta), pero estás muy atractiva! Siento que me arden las mejillas. —Oh, Ethan. Es solo la ropa que llevo para trabajar —le regaño medio en broma. Claire, que nos está mirando desde su mostrador, arquea una ceja y sonríe con ironía. —¿Qué tal por Barbados? —Divertido. —¿Cuándo vuelve Kate? —Ella y Elliot vuelven el viernes. Parece que van bastante en serio —dice Ethan, alzando la mirada al cielo. —La he echado de menos. —¿Sí? ¿Cómo te ha ido con el magnate? —¿El magnate? —Suelto una risita—. Bueno, está siendo interesante. Esta noche nos invita a cenar. —Genial. Ethan parece sinceramente encantado. ¡Uf! —Toma. —Le entrego las llaves—. ¿Tienes la dirección? —Sí. Hasta luego, nena. —Se agacha y me besa en la mejilla. —¿Eso lo dice Elliot? —Sí, por lo visto se pega. —Pues sí. Hasta luego. Le sonrío y él recoge la enorme bolsa que ha dejado junto al sofá verde y sale del edificio. Cuando me doy la vuelta, Jack me está mirando desde el otro extremo del vestíbulo, con expresión inescrutable. Yo le sonrío, radiante, y me dirijo de vuelta a mi mesa, consciente en todo momento de que no me quita la vista de encima. Está empezando a crisparme los nervios. ¿Qué hago? No tengo ni idea. Tendré que esperar a que vuelva Kate. A ella se le ocurrirá algún plan. Pensar eso disipa mi inquietud, y cojo el siguiente manuscrito. * * * A las seis menos cinco, suena el teléfono de mi mesa. Es Nick. —Ha llegado el malhumorado Rudo y Enfadado —dice, y sonrío. Cincuenta sigue juguetón. La diosa que llevo dentro aplaude, feliz como una cría. —Bien, aquí Loca por el Sexo e Insaciable. Deduzco que ya estás fuera — digo. —Efectivamente, señorita __________(ta). Tengo ganas de verla —dice en tono cálido y seductor, y mi corazón empieza a brincar, frenético. —Lo mismo digo, señor Jonas. Ahora salgo. Cuelgo. Apago el ordenador y cojo el bolso y mi chaqueta beis. —Me voy, Jack —le aviso. —Muy bien, __________(tn) . ¡Gracias por lo de hoy! Que lo pases bien. —Tú también. ¿Por qué no puede ser así siempre? No le entiendo. El Audi está aparcado junto al bordillo, y cuando me acerco Nick baja del coche. Se ha quitado la americana, y lleva esos pantalones grises que le sientan tan bien, mis favoritos. ¿Cómo puede ser para mí este dios griego? Y me encuentro sonriendo como una idiota ante su sonrisita tonta. Lleva todo el día comportándose como un novio enamorado… enamorado de mí. Este hombre adorable, complejo e imperfecto está enamorado de mí, y yo de él. De pronto siento en mi interior un gran estallido de júbilo, y saboreo este fugaz momento en el que me siento capaz de conquistar el mundo. —Señorita __________(ta), está usted tan fascinante como esta mañana. Nick me atrae hacia él y me besa intensamente. —Usted también, señor Jonas. —Vamos a buscar a tu amigo. Me sonríe y me abre la puerta del coche. Mientras Taylor nos lleva hacia el apartamento, Nick me habla del día que ha tenido, mucho mejor que el de ayer, por lo visto. Le miro arrobada mientras intenta explicarme el enorme paso adelante que ha dado el departamento de ciencias medioambientales de la WSU en Vancouver. Apenas comprendo el significado de sus palabras, pero me cautivan su pasión y su interés por ese tema. Quizá así es como será nuestra relación: habrá días malos y días buenos, y si los buenos son como este, no pienso tener ninguna queja. Me entrega una hoja. —Estas son las horas que Claude tiene libres esta semana —dice. ¡Ah! El preparador. Cuando nos acercamos al edificio de mi apartamento, saca su BlackBerry del bolsillo. —Jonas —contesta—. ¿Qué pasa, Ros? Escucha atentamente, y veo que la conversación será larga. —Voy a buscar a Ethan. Serán dos minutos —articulo en silencio, levantando dos dedos. Él asiente; es obvio que está muy enfrascado en la conversación. Taylor me abre la puerta con una sonrisa afable. Yo le correspondo; incluso Taylor lo nota. Pulso el timbre del interfono y grito alegremente: —Hola, Ethan, soy yo. Ábreme. La puerta se abre con un zumbido y subo las escaleras hasta el apartamento. Caigo en la cuenta de que no he estado aquí desde el sábado por la mañana. Parece que haya pasado mucho más tiempo. Ethan me ha dejado la puerta abierta. Entro y, no sé por qué, pero en cuanto estoy dentro me quedo paralizada instintivamente. Tardo un momento en darme cuenta de que es porque hay una persona pálida y triste de pie junto a la encimera de la isla de la cocina, sosteniendo un pequeño revólver: es Leila, que me observa impasible.
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| | | CristalJB_kjn Amiga De Los Jobros!
Cantidad de envíos : 477 Edad : 32 Localización : Mexico Fecha de inscripción : 24/10/2013
| Tema: Re: 50 sombras mas oscuras Nick y Tu TERMINADA Noviembre 15th 2013, 12:41 | |
| NO puedes hacerme esto por favor es que noooo!!! en vd como me dejas asi no no esto no tiene perdon de Dios no! jjajajajajja ntc espero que subas pronto porfis siiiii????? es que se kedo de las genial!!! la amo jejeje bn me despido TQm BEY:Lol!: | |
| | | CristalJB_kjn Amiga De Los Jobros!
Cantidad de envíos : 477 Edad : 32 Localización : Mexico Fecha de inscripción : 24/10/2013
| Tema: Re: 50 sombras mas oscuras Nick y Tu TERMINADA Noviembre 15th 2013, 12:42 | |
| NO puedes hacerme esto por favor es que noooo!!! en vd como me dejas asi no no esto no tiene perdon de Dios no! jjajajajajja ntc espero que subas pronto porfis siiiii????? es que se kedo de las genial!!! la amo jejeje bn me despido TQm BEY:Lol!: | |
| | | Lady_Sara_JB Casada Con
Cantidad de envíos : 1582 Edad : 28 Localización : México Fecha de inscripción : 24/03/2013
| Tema: Re: 50 sombras mas oscuras Nick y Tu TERMINADA Noviembre 15th 2013, 13:14 | |
| oh genial ya aparecio leila siguela x favor | |
| | | andreru Vecina De Los Jonas!
Cantidad de envíos : 358 Edad : 29 Fecha de inscripción : 25/04/2011
| Tema: Re: 50 sombras mas oscuras Nick y Tu TERMINADA Noviembre 16th 2013, 19:00 | |
| Capitulo 13 Dios santo… Está ahí, mirándome con semblante inexpresivo e inquietante, y con una pistola en la mano. Mi subconsciente es víctima de un desmayo letal, del que no creo que despierte ni aspirando sales. Parpadeo repetidamente mirando a Leila, mientras mi mente no para de dar vueltas frenéticamente. ¿Cómo ha entrado? ¿Dónde está Ethan? ¡Por Dios…! ¿Dónde está Ethan? El miedo creciente y helador que atenaza mi corazón se convierte en terror, y se me erizan todos y cada uno de los folículos del cuero cabelludo. ¿Y si le ha hecho daño? Mi respiración empieza a acelerarse y la adrenalina y un pánico paralizante invaden todo mi cuerpo. Mantén la calma, mantén la calma… repito mentalmente como un mantra una y otra vez. Ella ladea la cabeza y me mira como si fuera un fenómeno de barraca de feria. Pero aquí el fenómeno no soy yo. Siento que he tardado un millón de años en procesar todo esto, cuando en realidad ha transcurrido apenas una fracción de segundo. El semblante de Leila sigue totalmente inexpresivo, y su aspecto tan desaliñado y enfermizo como siempre. Sigue llevando esa gabardina mugrienta, y parece necesitar desesperadamente una ducha. Tiene el pelo grasiento y lacio pegado a la cabeza, y sus ojos castaños se ven apagados, turbios y vagamente confusos Pese a tener la boca absolutamente seca, intento hablar. —Hola… ¿Leila, verdad? —alcanzo a decir. Ella sonríe, pero no es una sonrisa auténtica; sus labios se curvan de un modo desagradable. —Ella habla —susurra, y su voz es un sonido fantasmagórico, suave y ronco a la vez. —Sí, hablo —le digo con dulzura, como si me dirigiera a una niña—. ¿Estás sola aquí? ¿Dónde está Ethan? Cuando pienso que puede haber sufrido algún daño, se me desboca el corazón. A ella se le demuda la cara de tal modo que creo que está a punto de echarse a llorar… parece tan desvalida. —Sola —susurra—. Sola. Y la profundidad de la tristeza que contiene esa única palabra me desgarra el alma. ¿Qué quiere decir? ¿Yo estoy sola? ¿Está ella sola? ¿Está sola porque le ha hecho daño a Ethan? Oh… no… tengo que combatir el llanto inminente y el miedo asfixiante que me oprimen la garganta. —¿Qué estás haciendo aquí? ¿Puedo ayudarte? Pese al sofocante ahogo que siento, mis palabras logran conformar un discurso atento, sereno y amable. Ella frunce el ceño como si mis preguntas la aturdieran por completo. Pero no emprende ninguna acción violenta contra mí. Sigue sosteniendo la pistola con gesto relajado. Yo no hago caso de la opresión que siento en el cerebro e intento otra táctica. —¿Te apetece un poco de té? ¿Por qué le estoy preguntando si quiere té? Esa es la respuesta de Ray ante cualquier situación de crisis emocional, y me surge ahora en un momento totalmente inapropiado. Dios… le daría un ataque si me viera ahora mismo. Él ya habría echado mano de su preparación militar y a estas alturas ya la habría desarmado. De hecho, no me está apuntando con la pistola. A lo mejor puedo acercarme. Leila mueve lentamente la cabeza de un lado a otro, como si destensara el cuello. Inspiro una preciada bocanada de aire para tratar de calmar el pánico que me dificulta la respiración, y me acerco hasta la encimera de la isla de la cocina. Ella tuerce el gesto, como si no entendiera del todo qué estoy haciendo, y se desplaza un poco para seguir plantada frente a mí. Cojo el hervidor con una mano temblorosa y lo lleno bajo el grifo. Conforme me voy moviendo, mi respiración se va normalizando. Sí, si ella quisiera matarme, seguramente ya me habría disparado. Me mira perpleja, con una curiosidad ausente. Mientras enciendo el interruptor de la tetera, no puedo dejar de pensar en Ethan. ¿Estará herido? ¿Atado? —¿Hay alguien más en el apartamento? —pregunto con cautela. Ella inclina la cabeza hacia un lado y, con la mano derecha —la que no sostiene el revólver—, coge un mechón de su melena grasienta y empieza a juguetear con él, a darle vueltas y a enrollarlo. Resulta evidente que es algo que hace cuando está nerviosa, y al fijarme en ese detalle, me impresiona nuevamente cuánto se parece a mí. Mi ansiedad está llegando a un nivel que casi me resulta insoportable, y espero su respuesta con la respiración contenida. —Sola. Completamente sola —murmura. Eso me tranquiliza. Quizá Ethan no esté aquí. Esa sensación de alivio me da fuerzas. —¿Estás segura de que no quieres té ni café? —No tengo sed —contesta en voz baja, y da un paso cauteloso hacia mí. Mi sensación de fortaleza se evapora. ¡Dios…! Empiezo a jadear otra vez de miedo, sintiendo cómo circula de nuevo, denso y tempestuoso, por mis venas. A pesar de eso, y haciendo acopio de todo mi valor, me doy la vuelta y saco un par de tazas del armario. —¿Qué tienes tú que yo no tenga? —pregunta, y su voz tiene la entonación cantarina de una niña pequeña. —¿A qué te refieres, Leila? —pregunto con toda la amabilidad de la que soy capaz. —El Amo, el señor Jonas, permite que le llames por su nombre. —Yo no soy su sumisa, Leila. Esto… el Amo entiende que yo soy incapaz e inadecuada para cumplir ese papel. Ella inclina la cabeza hacia el otro lado. Es un gesto de lo más inquietante y antinatural. —Ina…de…cuada. —Experimenta la palabra, la dice en voz alta, tratando de saber qué sensación le produce en la lengua—. Pero el Amo es feliz. Yo le he visto. Ríe y sonríe. Esas reacciones son raras… muy raras en él. Oh. —Tú te pareces a mí. —Leila cambia de actitud, cogiéndome por sorpresa, y creo que por primera vez fija realmente sus ojos en mí --. Al Amo le gustan obedientes y que se parezcan a ti y a mí. Las demás, todas lo mismo… todas lo mismo… y sin embargo tú duermes en su cama. Yo te vi. ¡Oh, no! Ella estaba en la habitación. No eran imaginaciones mías. —¿Tú me viste en su cama? —susurro. —Yo nunca dormí en la cama del Amo —murmura. Es como un espectro etéreo, perdido. Como una persona a medias. Parece tan leve y frágil, y a pesar de llevar un arma, de pronto siento una abrumadora compasión por ella. Ahora sujeta la pistola con las dos manos, y yo abro tanto los ojos que amenazan con salírseme de las órbitas. —¿Por qué al Amo le gustamos así? Eso me hace pensar que… que… el Amo es oscuro… el Amo es un hombre oscuro, pero yo le quiero. No, no lo es, grito en mi fuero interno. Él no es oscuro. Él es un hombre bueno, y no está sumido en la oscuridad. Está conmigo, a plena luz. Y ahora ella está aquí, intentando arrastrarle de vuelta a las sombras con la retorcida idea de que le quiere. —Leila, ¿quieres darme la pistola? —pregunto con suavidad. Sus manos la aferran con más fuerza, y se lleva la pistola al pecho. —Esto es mío. Es lo único que me queda. —Acaricia el arma con delicadeza—. Así ella podrá reunirse con su amor. ¡Santo Dios! ¿Qué amor… Nick? Siento como si me hubiera dado un puñetazo en el estómago. Sé que él aparecerá en cualquier momento para averiguar por qué estoy tardando tanto. ¿Tiene la intención de dispararle? La idea es tan terrorífica que se me forma un enorme nudo en la garganta. Se hincha y me duele, y casi me ahoga, al igual que el miedo que se acumula y me oprime el estómago. Justo en ese momento, la puerta se abre de golpe y Nick aparece en el umbral, seguido de Taylor. Los ojos de Nick se fijan en mí durante un par de segundos, me observan de la cabeza a los pies, y detecto un centelleo de alivio en su mirada. Pero ese alivio desaparece en cuanto clava la vista en Leila y se queda inmóvil, centrado en ella, sin vacilar lo más mínimo. La observa con una intensidad que yo no había visto nunca, con ojos salvajes, enormes, airados y asustados. Oh, no… oh, no. Leila abre mucho los ojos y por un momento parece que recobra la cordura. Parpadea varias veces y sujeta el arma con más fuerza. Contengo el aliento, y mi corazón empieza a palpitar con tanta fuerza que oigo la sangre bombeando en mis oídos. ¡No, no, no! Mi mundo se sostiene precariamente en manos de esta pobre mujer destrozada. ¿Disparará? ¿A los dos? ¿Solo a Nick? Es una idea atroz. Pero después de una eternidad, durante la cual el tiempo queda en suspenso a nuestro alrededor, ella agacha un poco la cabeza y alza la mirada hacia él a través de sus largas pestañas con expresión contrita. Nick levanta la mano para indicarle a Taylor que no se mueva. El rostro lívido de este revela su furia. Nunca le había visto así, pero se mantiene inmóvil mientras Nick y Leila se miran el uno al otro. Me doy cuenta de que estoy conteniendo la respiración. ¿Qué hará ella? ¿Qué hará él? Pero se limitan a seguir mirándose. Nick tiene una expresión cruda, cargada de una emoción que desconozco. Puede ser lástima, miedo, afecto… ¿o es amor? ¡No, por favor… amor, no! Él la fulmina con la mirada, y con una lentitud agónica, la atmósfera del apartamento cambia. La tensión ha aumentado de tal manera que percibo su conexión, la electricidad que hay entre ambos. ¡No! De repente siento que yo soy la intrusa, la que interfiere entre ellos, que siguen mirándose fijamente. Yo soy una advenediza, una voyeur que espía una escena íntima y prohibida detrás de unas cortinas corridas. El brillo que arde en la mirada de Nick se intensifica y su porte cambia sutilmente. Parece más alto, y sus rasgos como más angulosos, más frío, más distante. Reconozco esa pose. Le he visto así antes… en su cuarto de juegos. De nuevo se me eriza todo el vello. Este es el Nick dominante, y parece muy a gusto en su papel. No sé si es algo innato o aprendido, pero, con el corazón encogido y el estómago revuelto, veo cómo responde Leila. Separa los labios, se le acelera la respiración y, por primera vez, el rubor tiñe sus mejillas. ¡No! Es angustioso presenciar esa visión fugaz del pasado de Nick. Finalmente, él articula una palabra en silencio. No sé cuál es, pero tiene un efecto inmediato en Leila. Ella cae de rodillas al suelo, con la cabeza gacha, y sus manos sueltan la pistola, que golpea con un ruido sordo el suelo de madera. Dios santo… Nick se acerca tranquilamente a donde ha caído el arma, se inclina con agilidad para recogerla, y luego se la mete en el bolsillo de la americana. Mira una vez más a Leila, que sigue dócilmente arrodillada junto a la encimera de la isla. —__________(tn) , ve con Taylor —ordena. Taylor cruza el umbral y se me queda mirando. —Ethan —susurro. —Abajo —contesta expeditivo, sin apartar los ojos de Leila. Abajo. No aquí. Ethan está bien. Un fuerte estremecimiento de alivio me recorre todo el cuerpo, y por un momento creo que voy a desmayarme. —__________(tn) … En la voz de Nick hay un deje de advertencia. Le miro, y de pronto soy incapaz de moverme. No quiero dejarle… dejarle con ella. Él se coloca al lado de Leila, que permanece arrodillada a sus pies. Se cierne sobre ella, la protege. Ella está tan quieta… es antinatural. No puedo dejar de mirarles a los dos… juntos… —Por el amor de Dios, __________(tn) , ¿por una vez en tu vida puedes hacer lo que te dicen y marcharte? Con una voz fría como un témpano de hielo, Nick me fulmina con la mirada y frunce el ceño. Tras la calma deliberada con que pronuncia esas palabras, se oculta una furia palpable. ¿Furioso conmigo? Dios, no. ¡Por favor… no! Me siento como si me hubiera dado un bofetón. ¿Por qué quiere quedarse con ella? —Taylor. Lleva a la señorita __________(ta) abajo. Ahora. Taylor asiente y yo miro a Nick. —¿Por qué? —susurro. —Vete. Vuelve al apartamento. —La frialdad de sus ojos me fulmina—. Necesito estar a solas con Leila —dice en tono apremiante. Creo que intenta transmitir una especie de mensaje, pero estoy tan alterada por todo lo sucedido que no estoy segura. Observo a Leila y veo aparecer una levísima sonrisa en sus labios, pero aparte de eso sigue totalmente impasible. Una sumisa total. ¡Santo Dios! Se me hiela el corazón. Esto es lo que él necesita. Esto es lo que le gusta. ¡No…! Siento unas terribles ganas de llorar. —Señorita __________(ta). __________(tn) … Taylor me tiende la mano, suplicándome que vaya con él. Yo estoy inmovilizada por el terrorífico espectáculo que tengo ante mí. Esto confirma mis peores temores y acrecienta todas mis inseguridades. Nick y Leila juntos… el Amo y su sumisa. —Taylor —insiste Nick, y Taylor se inclina y me coge en volandas. Lo último que veo es a Nick acariciándole la cabeza a Leila con ternura, mientras le dice algo en voz baja. ¡No! Mientras Taylor me lleva escaleras abajo, yaciendo inerte en sus brazos, intento asimilar lo que ha pasado en los últimos diez minutos… ¿O han sido más? ¿O menos? He perdido la noción del tiempo. Nick y Leila, Leila y Nick… ¿juntos? ¿Qué está haciendo con ella ahora? —¡Joder, __________(tn) ! ¿Qué coño está pasando? Me siento aliviada al ver a Ethan, caminando nerviosamente arriba y abajo por el vestíbulo, todavía cargado con su enorme bolsa. ¡Oh, gracias a Dios que está bien! Cuando Taylor me deja en el suelo, prácticamente me abalanzo sobre él, rodeándole el cuello con los brazos. —Ethan. ¡Oh, gracias a Dios! Le abrazo muy fuerte. Estaba tan preocupada que, por un momento, obtengo cierto respiro del pánico creciente que siento respecto a lo que está ocurriendo arriba en mi apartamento. —¿Qué coño está pasando, __________(tn) ? ¿Quién es este tío? —Oh, perdona, Ethan. Este es Taylor. Trabaja para Nick. Taylor, este es Ethan, el hermano de mi compañera de piso. Se saludan con un leve movimiento de cabeza. —__________(tn) , ¿qué está pasando ahí arriba? Estaba buscando las llaves del apartamento cuando esos tíos aparecieron de la nada y me las quitaron. Uno de ellos era Nick… Ethan se queda sin palabras. —Llegaste tarde… Gracias a Dios. —Sí. Me encontré con un amigo de Pullman… y nos tomamos una copa rápida. ¿Qué está pasando ahí arriba? —Hay una chica, una ex de Nick. En nuestro apartamento. Se ha vuelto loca, y Nick está… Se me quiebra la voz, y se me llenan los ojos de lágrimas. —Eh… —susurra Ethan y me abraza con fuerza—. ¿Alguien ha llamado a la policía? —No, no se trata de eso. Sollozo pegada a su pecho y, en cuanto empiezo, ya no puedo parar de llorar, las lágrimas liberando toda la tensión de este último episodio. Ethan me abraza más fuerte, pero noto que está desconcertado. —Venga, __________(tn) , vamos a tomar una copa. Me da unas palmaditas en la espalda con cierta incomodidad. De repente, yo también me siento incómoda, y avergonzada, y lo que realmente quiero es estar sola. Pero asiento y acepto su oferta. Quiero alejarme de aquí, alejarme de lo que sea que esté pasando arriba. Me vuelvo hacia Taylor. —¿Habíais registrado el apartamento? —le pregunto llorosa, limpiándome la nariz con el dorso de la mano. —A primera hora de la tarde. —Taylor se encoge de hombros a modo de disculpa y me ofrece un pañuelo. Parece destrozado—. Lo siento, __________(tn) —murmura. Frunzo el ceño. Pobre… se le ve que se siente muy culpable. No quiero hacer que se sienta aún peor. —Al parecer tiene una extraordinaria capacidad para eludirnos —añade, y vuelve a torcer el gesto. —Ethan y yo nos vamos a tomar una copa rápida y después volveremos al Escala. Me seco los ojos. Taylor se apoya en un pie y luego en otro, visiblemente nervioso. —El señor Jonas quería que volviera directamente al apartamento —dice en voz baja. —Bueno, pero ahora ya sabemos dónde está Leila. —No puedo evitar que mi voz revele un deje de amargura—. Así que ya no necesitamos tantas medidas de seguridad. Dile a Nick que nos veremos luego. Taylor abre la boca para hablar, pero vuelve a cerrarla prudentemente. —¿Quieres dejarle la bolsa a Taylor? —le pregunto a Ethan. —No. Me la llevo, gracias. Ethan se despide de Taylor con un movimiento de cabeza y después me acompaña fuera. Y entonces me acuerdo, demasiado tarde, de que me he dejado el bolso en el asiento de atrás del Audi. No llevo nada encima. —Mi bolso… —No te preocupes —murmura Ethan, su rostro expresando una gran preocupación—. No pasa nada, pago yo. * * * Escogemos un bar situado en la acera de enfrente y nos sentamos en unos taburetes de madera junto a la ventana. Quiero ver lo que pasa: quién entra y, sobre todo, quién sale. Ethan me pasa una botella de cerveza. —¿Problemas con una ex? —pregunta en tono afable. —Es un poco más complicado que eso —musito, adoptando repentinamente una actitud más reservada. No puedo hablar de esto: he firmado un acuerdo de confidencialidad. Y, por primera vez, lo lamento realmente. Además, Nick no ha dicho nada de rescindirlo. —Tengo tiempo —dice Ethan muy atento, y toma un buen trago de cerveza. —Ella es una ex de Nick, de hace varios años. Abandonó a su marido por otro tipo. Y al cabo de un par de semanas o así, ese tipo murió en un accidente de coche. Y ahora ha vuelto para perseguir a Nick. Me encojo de hombros. Ya está, no he revelado demasiado. —¿Perseguir a Nick? —Tenía una pistola. —¡Hostia! —De hecho no amenazó a nadie con ella. Creo que pretendía dispararse a sí misma. Pero por eso yo estaba tan preocupada por ti. No sabía si estabas en el apartamento. —Ya. Por lo que dices, esa mujer no está bien. —No, no está bien. —¿Y ahora qué está haciendo Nick con ella? Palidezco de golpe y noto que la bilis me sube a la garganta. —No lo sé —susurro. Ethan abre los ojos como platos… por fin lo ha entendido. Esto es lo que me angustia. ¿Qué diablos están haciendo? Hablar, espero. Solo hablar. Pero lo único que visualizo mentalmente es su mano, acariciando tiernamente el pelo de ella. Leila está trastornada y él se preocupa por ella; eso es todo, intento racionalizar. Pero, en el fondo de mi mente, mi subconsciente mueve la cabeza con tristeza. Es más que eso. Leila era capaz de satisfacer sus necesidades de una forma que yo no puedo. La idea resulta terriblemente deprimente. Intento centrarme en todo lo que hemos hecho estos últimos días: en su declaración de amor, sus divertidos coqueteos, su alegría. Pero las palabras de Elena vuelven para burlarse de mí. Es verdad lo que dicen sobre los fisgones. «¿No echas de menos… tu cuarto de juegos?» Me termino la cerveza en un tiempo récord, y Ethan me pasa otra. No soy muy buena compañía esta noche, pero aun así él se queda conmigo charlando e intentando levantarme el ánimo, y me habla de Barbados y de las payasadas de Kate y Elliot, lo cual es una maravillosa distracción. Pero solo es eso… una distracción. Mi mente, mi corazón, mi alma siguen todavía en ese apartamento con mi Cincuenta Sombras y la mujer que había sido su sumisa. Una mujer que cree que todavía le ama. Una mujer que se parece a mí. Mientras nos bebemos la tercera cerveza, un enorme vehículo con los vidrios ahumados aparca junto al Audi delante del edificio. Reconozco al doctor Flynn, que baja acompañado de una mujer vestida con una especie de bata azul claro. Atisbo a Taylor, que les hace entrar por la puerta principal. —¿Quién es ese? —pregunta Ethan. —Es el doctor Flynn. Nick le conoce. —¿Qué tipo de doctor es? —Psiquiatra. —Ah. Ambos seguimos observando y, al cabo de unos minutos, vuelven a salir. Nick lleva a Leila, que va envuelta en una manta. ¿Qué? Veo con horror cómo suben al vehículo y se alejan a toda velocidad. Ethan me mira con expresión compasiva, y yo me siento desolada, totalmente desolada. —¿Puedo tomar algo más fuerte? —le pregunto a Ethan, sin voz apenas. —Claro. ¿Qué te apetece? —Un brandy. Por favor. Ethan asiente y se acerca a la barra. Yo miro por la ventana hacia la puerta principal. Al cabo de un momento, Taylor sale, se sube al Audi y se dirige hacia el Escala… ¿siguiendo a Nick? No lo sé. Ethan me planta delante una gran copa de brandy. —Venga, __________(ta). Vamos a emborracharnos. Me parece la mejor proposición que me han hecho últimamente. Brindamos, bebo un trago del líquido ardiente y ambarino, y agradezco esa intensa sensación de calor que me evade del espantoso dolor que brota en mi corazón. * * * Es tarde y me siento bastante aturdida. Ethan y yo no tenemos llaves para entrar en mi apartamento. Él insiste en acompañarme caminando hasta el Escala, aunque él no se quedará. Ha telefoneado al amigo al que se encontró antes y con el que se tomó una copa, y han quedado que dormirá en su casa. —Así que es aquí donde vive el magnate. Ethan silba, impresionado. Asiento. —¿Seguro que no quieres que me quede contigo? —pregunta. —No, tengo que enfrentarme a esto… o simplemente acostarme. —¿Nos vemos mañana? —Sí. Gracias, Ethan. Le doy un abrazo. —Todo saldrá bien, __________(ta) —me susurra al oído. Me suelta y me observa mientras yo me dispongo a entrar en el edificio. —Hasta luego —grita. Yo le dedico una media sonrisa y le hago un gesto de despedida, y después pulso el botón para llamar al ascensor. Salgo del ascensor y entro al piso de Nick. Taylor no me está esperando, lo cual es inusual. Abro la doble puerta y voy hacia el salón. Nick está al teléfono, caminando nervioso junto al piano. —Ya está aquí —espeta. Se da la vuelta para mirarme y cuelga el teléfono —. ¿Dónde coño estabas? —gruñe, pero no se acerca. ¿Está enfadado conmigo? ¿Él es el que acaba de pasar Dios sabe cuánto tiempo con su ex novia lunática, y está enfadado conmigo? —¿Has estado bebiendo? —pregunta, consternado. —Un poco. No creía que fuera tan obvio. Gime y se pasa la mano por el pelo. —Te dije que volvieras aquí —dice en voz baja, amenazante—. Son las diez y cuarto. Estaba preocupado por ti. —Fui a tomar una copa, o tres, con Ethan, mientras tú atendías a tu ex —le digo entre dientes—. No sabía cuánto tiempo ibas a estar… con ella. Entorna los ojos y da unos cuantos pasos hacia mí, pero se detiene. —¿Por qué lo dices en ese tono? Me encojo de hombros y me miro los dedos. —__________(tn) , ¿qué pasa? Y por primera vez detecto en su voz algo distinto a la ira. ¿Qué es? ¿Miedo? Trago saliva, intentando decidir qué decir. —¿Dónde está Leila? Alzo la mirada hacia él. —En un hospital psiquiátrico de Fremont —dice con expresión escrutadora —. __________(tn) , ¿qué pasa? —Se acerca hasta situarse justo delante de mí—. ¿Cuál es el problema? —musita. Niego con la cabeza. —Yo no soy buena para ti. —¿Qué? —murmura, y abre los ojos, alarmado—. ¿Por qué piensas eso? ¿Cómo puedes pensar eso? —Yo no puedo ser todo lo que tú necesitas. —Tú eres todo lo que necesito. —Solo verte con ella… —se me quiebra la voz. —¿Por qué me haces esto? Esto no tiene que ver contigo, __________(tn) . Sino con ella. —Inspira profundamente, y vuelve a pasarse la mano por el pelo—. Ahora mismo es una chica muy enferma. —Pero yo lo sentí… lo que teníais juntos. —¿Qué? No. Intenta tocarme y yo retrocedo instintivamente. Deja caer la mano y se me queda mirando. Se le ve atenazado por el pánico. —¿Vas a marcharte? —murmura con los ojos muy abiertos por el miedo. Yo no digo nada mientras intento reordenar el caos de mi mente. —No puedes hacerlo —suplica. —Nick… yo… Lucho por aclarar mis ideas. ¿Qué intento decir? Necesito tiempo, tiempo para asimilar todo esto. Dame tiempo. —¡No, no! —dice él. —Yo… Mira con desenfreno alrededor de la estancia buscando… ¿qué? ¿Una inspiración? ¿Una intervención divina? No lo sé. —No puedes irte, __________(tn) . ¡Yo te quiero! —Yo también te quiero, Nick, es solo que… —¡No, no! —dice desesperado, y se lleva las manos a la cabeza. —Nick… —No —susurra, y en sus ojos muy abiertos brilla el pánico. De repente cae de rodillas ante mí, con la cabeza gacha, y las manos extendidas sobre los muslos. Inspira profundamente y se queda muy quieto. ¿Qué? —Nick, ¿qué estás haciendo? Él sigue mirando al suelo, no a mí. —¡Nick! ¿Qué estás haciendo? —repito con voz estridente. Él no se mueve—. ¡Nick, mírame! —ordeno aterrada. Él levanta la cabeza sin dudarlo, y me mira pasivamente con sus fríos ojos grises: parece casi sereno… expectante. Dios santo… Nick. El sumiso.
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| | | CristalJB_kjn Amiga De Los Jobros!
Cantidad de envíos : 477 Edad : 32 Localización : Mexico Fecha de inscripción : 24/10/2013
| Tema: Re: 50 sombras mas oscuras Nick y Tu TERMINADA Noviembre 16th 2013, 19:49 | |
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| | | Lady_Sara_JB Casada Con
Cantidad de envíos : 1582 Edad : 28 Localización : México Fecha de inscripción : 24/03/2013
| Tema: Re: 50 sombras mas oscuras Nick y Tu TERMINADA Noviembre 16th 2013, 19:51 | |
| oh siguela como actuo nick dios son muchas cosas pero como se comporto con leila es la q me tiene asi | |
| | | andreru Vecina De Los Jonas!
Cantidad de envíos : 358 Edad : 29 Fecha de inscripción : 25/04/2011
| Tema: Re: 50 sombras mas oscuras Nick y Tu TERMINADA Noviembre 17th 2013, 05:08 | |
| Capitulo 14 Nick postrado de rodillas a mis pies, reteniéndome con la firmeza de su mirada gris, es la visión más solemne y escalofriante que he contemplado jamás… más que Leila con su pistola. El leve aturdimiento producido por el alcohol se esfuma al instante, sustituido por una creciente sensación de fatalidad. Palidezco y se me eriza todo el vello. Inspiro profundamente, conmocionada. No. No, esto es un error, un error muy grave y perturbador. —Nick, por favor, no hagas esto. Esto no es lo que quiero. Él sigue mirándome con total pasividad, sin moverse, sin decir nada. Oh, Dios. Mi pobre Cincuenta. Se me encoge el corazón. ¿Qué demonios le he hecho? Las lágrimas que pugnan por brotar me escuecen en los ojos. —¿Por qué haces esto? Háblame —musito. Él parpadea una vez. —¿Qué te gustaría que dijera? —dice en voz baja, inexpresiva, y el hecho de que hable me alivia momentáneamente, pero así no… No. ¡No! Las lágrimas empiezan a correr por mis mejillas, y de repente me resulta insoportable verle en la misma posición postrada que la de esa criatura patética que era Leila. La imagen de un hombre poderoso, que en realidad sigue siendo un muchacho, que sufrió terribles abusos y malos tratos, que se considera indigno del amor de su familia perfecta y de su mucho menos perfecta novia… mi chico perdido… La imagen es desgarradora. Compasión, vacío, desesperación, todo eso inunda mi corazón, y siento una angustia asfixiante. Voy a tener que luchar para recuperarle, para recuperar a mi Cincuenta. Pensar en que yo pueda ejercer la dominación sobre alguien me resulta atroz. Pensar en que yo ejerza la dominación sobre Nick es sencillamente repugnante. Eso me convertiría en alguien como ella: la mujer que le hizo esto a él. Al pensar en eso, me estremezco y contengo la bilis que siento subir por mi garganta. Es inconcebible que yo haga eso. Es inconcebible que desee eso. A medida que se me aclaran las ideas, veo cuál es el único camino: sin dejar de mirarle a los ojos, caigo de rodillas frente a él. Siento la madera dura contra mis espinillas, y me seco las lágrimas con el dorso de la mano. Así, ambos somos iguales. Estamos al mismo nivel. Este es el único modo de recuperarle. Él abre los ojos imperceptiblemente cuando alzo la vista y le miro, pero, aparte de eso, ni su expresión ni su postura cambian. —Nick, no tienes por qué hacer esto —suplico—. Yo no voy a dejarte. Te lo he dicho y te lo he repetido cientos de veces. No te dejaré. Todo esto que ha pasado… es abrumador. Lo único que necesito es tiempo para pensar… tiempo para mí. ¿Por qué siempre te pones en lo peor? Se me encoge nuevamente el corazón, porque sé la razón: porque es inseguro, y está lleno de odio hacia sí mismo. Las palabras de Elena vuelven a resonar en mi mente: «¿Sabe ella lo negativo que eres contigo mismo? ¿En todos los aspectos?». Oh, Nick. El miedo atenaza de nuevo mi corazón y empiezo a balbucear: —Iba a sugerir que esta noche volvería a mi apartamento. Nunca me dejas tiempo… tiempo para pensar las cosas. —Rompo a sollozar, y en su cara aparece la levísima sombra de un gesto de disgusto—. Simplemente tiempo para pensar. Nosotros apenas nos conocemos, y toda esa carga que tú llevas encima… yo necesito… necesito tiempo para analizarla. Y ahora que Leila está… bueno, lo que sea que esté… que ya no anda por ahí y ya no es un peligro… pensé… pensé… Se me quiebra la voz y le miro fijamente. Él me observa intensamente y creo que me está escuchando. —Verte con Leila… —cierro los ojos ante el doloroso recuerdo de verle interactuando con su antigua sumisa—… me ha impactado terriblemente. Por un momento he atisbado cómo había sido tu vida… y… —Bajo la vista hacia mis dedos entrelazados. Mis mejillas siguen inundadas de lágrimas—. Todo esto es porque siento que yo no soy suficiente para ti. He comprendido cómo era tu vida, y tengo mucho miedo de que termines aburriéndote de mí y entonces me dejes… y yo acabe siendo como Leila… una sombra. Porque yo te quiero, Nick, y si me dejas, será como si el mundo perdiera la luz. Y me quedaré a oscuras. Yo no quiero dejarte. Pero tengo tanto miedo de que tú me dejes… Mientras le digo todo eso, con la esperanza de que me escuche, me doy cuenta de cuál es mi verdadero problema. Simplemente no entiendo por qué le gusto. Nunca he entendido por qué le gusto. —No entiendo por qué te parezco atractiva —murmuro—. Tú eres… bueno, tú eres tú… y yo soy… —Me encojo de hombros y le miro—. Simplemente no lo entiendo. Tú eres hermoso y sexy y triunfador y bueno y amable y cariñoso… todas esas cosas… y yo no. Y yo no puedo hacer las cosas que a ti te gusta hacer. Yo no puedo darte lo que necesitas. ¿Cómo puedes ser feliz conmigo? —Mi voz se convierte en un susurro que expresa mis más oscuros miedos—. Nunca he entendido qué ves en mí. Y verte con ella no ha hecho más que confirmarlo. Sollozo y me seco la nariz con el dorso de la mano, contemplando su expresión impasible. Oh, es tan exasperante. ¡Habla conmigo, maldita sea! —¿Vas a quedarte aquí arrodillado toda la noche? Porque yo haré lo mismo —le espeto con cierta dureza. Creo que suaviza el gesto… incluso parece vagamente divertido. Pero es muy difícil saberlo. Podría acercarme y tocarle, pero eso sería abusar de forma flagrante de la posición en la que él me ha colocado. Yo no quiero eso, pero no sé qué quiere él, o qué intenta decirme. Simplemente no lo entiendo. —Nick, por favor, por favor… háblame —le ruego, mientras retuerzo las manos sobre el regazo. Aunque estoy incómoda sobre mis rodillas, sigo postrada, mirando esos ojos cafes, serios, preciosos, y espero. Y espero. Y espero. —Por favor —suplico una vez más. De pronto, su intensa mirada se oscurece y parpadea. —Estaba tan asustado —murmura. ¡Oh, gracias a Dios! Mi subconsciente vuelve a recostarse en su butaca, suspirando de alivio, y se bebe un buen trago de ginebra. ¡Está hablando! La gratitud me invade y trago saliva intentando contener la emoción y las lágrimas que amenazan con volver a brotar. Su voz es tenue y suave. —Cuando vi llegar a Ethan, supe que otra persona te había dejado entrar en tu apartamento. Taylor y yo bajamos del coche de un salto. Sabíamos que se trataba de ella, y verla allí de ese modo, contigo… y armada. Creo que me sentí morir. __________(tn) , alguien te estaba amenazando… era la confirmación de mis peores miedos. Estaba tan enfurecido con ella, contigo, con Taylor, conmigo mismo… Menea la cabeza, expresando su angustia. —No podía saber lo desequilibrada que estaba. No sabía qué hacer. No sabía cómo reaccionaría. —Se calla y frunce el ceño—. Y entonces me dio una pista: parecía muy arrepentida. Y así supe qué tenía que hacer. Se detiene y me mira, intentando sopesar mi reacción. —Sigue —susurro. Él traga saliva. —Verla en ese estado, saber que yo podía tener algo que ver con su crisis nerviosa… —Cierra los ojos otra vez—. Leila fue siempre tan traviesa y vivaz… Tiembla e inspira con dificultad, como si sollozara. Es una tortura escuchar todo esto, pero permanezco de rodillas, atenta, embebida en su relato. —Podría haberte hecho daño. Y habría sido culpa mía. Sus ojos se apagan, paralizados por el horror, y se queda de nuevo en silencio. —Pero no fue así —susurro—, y tú no eras responsable de que estuviera en ese estado, Nick. Le miro fijamente, animándole a continuar. Entonces caigo en la cuenta de que todo lo que hizo fue para protegerme, y quizá también a Leila, porque también se preocupa por ella. Pero ¿hasta qué punto se preocupa por ella? No dejo de plantearme esa incómoda pregunta. Él dice que me quiere, pero me echó de mi propio apartamento con mucha brusquedad. —Yo solo quería que te fueras —murmura, con su extraordinaria capacidad para leer mis pensamientos—. Quería alejarte del peligro y… Tú… no… te ibas — sisea entre dientes, y su exasperación es palpable. Me mira intensamente. —__________(tn) ___________(ta), eres la mujer más tozuda que conozco. Cierra los ojos mientras niega con la cabeza, como si no diera crédito. Oh, ha vuelto. Aliviada, lanzo un largo y profundo suspiro. Él abre los ojos de nuevo, y su expresión es triste y desamparada… sincera. —¿No pensabas dejarme? —pregunta. —¡No! Vuelve a cerrar los ojos y todo su cuerpo se relaja. Cuando los abre, veo su dolor y su angustia. —Pensé… —Se calla—. Este soy yo, __________(tn) . Todo lo que soy… y soy todo tuyo. ¿Qué tengo que hacer para que te des cuenta de eso? Para hacerte ver que quiero que seas mía de la forma que tenga que ser. Que te quiero. —Yo también te quiero, Nick, y verte así es… —Me falta el aire y vuelven a brotar las lágrimas—. Pensé que te había destrozado. —¿Destrozado? ¿A mí? Oh, no, __________(tn) . Todo lo contrario. —Se acerca y me coge la mano—. Tú eres mi tabla de salvación —susurra, y me besa los nudillos antes de apoyar su palma contra la mía. Con los ojos muy abiertos y llenos de miedo, tira suavemente de mi mano y la coloca sobre su pecho, cerca del corazón… en la zona prohibida. Se le acelera la respiración. Su corazón late desbocado, retumbando bajo mis dedos. No aparta los ojos de mí; su mandíbula está tensa, los dientes apretados. Yo jadeo. ¡Oh, mi Cincuenta! Está permitiendo que le toque. Y es como si todo el aire de mis pulmones se hubiera volatilizado… desaparecido. Noto el zumbido de la sangre en mis oídos, y el ritmo de mis latidos aumenta para acompasarse al suyo. Me suelta la mano, dejándola posada sobre su corazón. Flexiono ligeramente los dedos y siento la calidez de su piel bajo la liviana tela de la camisa. Está conteniendo la respiración. No puedo soportarlo. Y retiro la mano. —No —dice inmediatamente, y vuelve a poner su mano sobre la mía, presionando con sus dedos los míos—. No. Incitada por esas dos palabras, me deslizo por el suelo hasta que nuestras rodillas se tocan, y levanto la otra mano con cautela para que sepa exactamente qué me dispongo a hacer. Él abre más los ojos, pero no me detiene. Empiezo a desabrocharle con delicadeza los botones de la camisa. Con una mano es difícil. Flexiono los dedos que están bajo los suyos y él me suelta, y me permite usar ambas manos para desabotonarle la prenda. No dejo de mirarle a los ojos mientras le abro la camisa, y su torso queda a la vista. Él traga saliva, separa los labios y se le acelera la respiración, y noto que su pánico aumenta, pero no se aparta. ¿Sigue actuando como un sumiso? No tengo ni idea. ¿Debo hacer esto? No quiero hacerle daño, ni física ni mentalmente. Verle así, ofreciéndose por completo a mí, ha sido un toque de atención. Alargo la mano y la dejo suspendida sobre su pecho, y le miro… pidiéndole permiso. Él inclina la cabeza a un lado muy sutilmente, armándose de valor ante mi inminente caricia. Emana tensión, pero esta vez no es ira… es miedo. Vacilo. ¿De verdad puedo hacerle esto? —Sí —musita… otra vez con esa singular capacidad de responder a mis preguntas no formuladas. Extiendo los dedos sobre el vello de su torso y los hago descender con ternura sobre el esternón. Él cierra los ojos, y contrae el rostro como si sintiera un dolor insufrible. No puedo soportar verlo, de manera que aparto los dedos inmediatamente, pero él me sujeta la mano al instante y la vuelve a posar con firmeza sobre su torso desnudo. Cuando le toco con la palma de la mano, se le eriza el vello. —No —dice, con la voz quebrada—. Lo necesito. Aprieta los ojos con más fuerza. Esto debe de ser una tortura para él. Es un auténtico suplicio verle. Le acaricio con los dedos el pecho y el corazón, con mucho cuidado, maravillada con su tacto, aterrorizada de que esto sea ir demasiado lejos. Abre sus ojos cafes, que me fulminan, ardientes. Dios santo. Es una mirada salvaje, abrasadora, intensísima, y respira entrecortadamente. Hace que me hierva la sangre y me estremezca. No me ha detenido, de manera que vuelvo a pasarle los dedos sobre el pecho y sus labios se entreabren. Jadea, y no sé si es por miedo o por algo más. Hace tanto tiempo que ansío besarle ahí, que me inclino sobre las rodillas y le sostengo la mirada durante un momento, dejando perfectamente claras mis intenciones. Luego me acerco y poso un tierno beso sobre su corazón, y siento la calidez y el dulce aroma de su piel en mis labios. Su ahogado gemido me conmueve tanto que vuelvo a sentarme sobre los talones, temiendo lo que veré en su rostro. Él ha cerrado los ojos con firmeza, pero no se ha movido. —Otra vez —susurra, y me inclino nuevamente sobre su torso, esta vez para besarle una de las cicatrices. Jadea, y le beso otra, y otra. Gruñe con fuerza, y de pronto sus brazos me rodean y me agarra el pelo, y me levanta la cabeza con mucha brusquedad hasta que mis labios se unen a su boca insistente. Y nos besamos, y yo enredo los dedos en su cabello. —Oh, __________(tn) —suspira, y se inclina y me tumba en el suelo, y ahora estoy debajo de él. Deslizo mis manos en torno a su hermoso rostro y, en ese momento, noto sus lágrimas. Está llorando… no. ¡No! —Nick, por favor, no llores. He sido sincera cuando te he dicho que nunca te dejaré. De verdad. Si te he dado una impresión equivocada, lo siento… por favor, por favor, perdóname. Te quiero. Siempre te querré. Se cierne sobre mí y me mira con una expresión llena de dolor. —¿De qué se trata? Abre todavía más los ojos. —¿Cuál es este secreto que te hace pensar que saldré corriendo para no volver? ¿Qué hace que estés tan convencido de que te dejaré? —suplico con voz trémula—. Dímelo, Nick, por favor… Él se incorpora y se sienta, esta vez con las piernas cruzadas, y yo hago lo mismo con las mías extendidas. Me pregunto vagamente si no podríamos levantarnos del suelo, pero no quiero interrumpir el curso de sus pensamientos. Por fin va a confiar en mí. Baja los ojos hacia mí y parece absolutamente desolado. Oh, Dios… esto es grave. —__________(tn) … Hace una pausa, buscando las palabras con gesto de dolor… ¿Qué demonios pasa? Inspira profundamente y traga saliva. —Soy un sádico, __________(tn) . Me gusta azotar a jovencitas menudas como tú, porque todas os parecéis a la puta adicta al crack… mi madre biológica. Estoy seguro de que puedes imaginar por qué. Lo suelta de golpe, como si llevara días y días madurando esa declaración en la cabeza y estuviera desesperado por librarse de ella. Mi mundo se detiene. Oh, no. Esto no es lo que esperaba. Esto es malo. Realmente malo. Le miro, intentando entender las implicaciones de lo que acaba de decir. Esto explica por qué todas nos parecemos. Lo primero que pienso es que Leila tenía razón: «El Amo es oscuro». Recuerdo la primera conversación que tuve con él sobre sus tendencias, cuando estábamos en el cuarto rojo del dolor. —Tú dijiste que no eras un sádico —musito, en un desesperado intento por comprenderle… por encontrar alguna excusa que le justifique. —No, yo dije que era un Amo. Si te mentí fue por omisión. Lo siento. Baja la vista por un instante a sus uñas perfectamente cuidadas. Creo que está avergonzado. ¿Avergonzado por haberme mentido? ¿O por lo que es? —Cuando me hiciste esa pregunta, yo tenía en mente que la relación entre ambos sería muy distinta —murmura. Y su mirada deja claro que está aterrado. Entonces caigo de golpe en la cuenta. Si es un sádico, necesita realmente todo eso de los azotes y los castigos. Por Dios, no. Me cojo la cabeza entre las manos. —Así que es verdad —susurro, alzando la vista hacia él—. Yo no puedo darte lo que necesitas. Eso es… eso significa que realmente somos incompatibles. El mundo se abre bajo mis pies, todo se desmorona a mi alrededor mientras el pánico atenaza mi garganta. Se acabó. No podemos seguir con esto. Él frunce el ceño. —No, no, no, __________(tn) . Sí que puedes. Tú me das lo que yo necesito. —Aprieta los puños—. Créeme, por favor —murmura, y sus palabras suenan como una plegaria apasionada. —Ya no sé qué creer, Nick. Todo esto es demasiado complicado — murmuro, y siento escozor y dolor en la garganta, ahogada por las lágrimas que no derramo. Cuando vuelve a mirarme, tiene los ojos muy abiertos y llenos de luz. —__________(tn) , créeme. Cuando te castigué y después me abandonaste, mi forma de ver el mundo cambió. Cuando dije que haría lo que fuera para no volver a sentirme así jamás, no hablaba en broma. —Me observa angustiado, suplicante—. Cuando dijiste que me amabas, fue como una revelación. Nadie me había dicho eso antes, y fue como si hubiera enterrado parte de mi pasado… o como si tú lo hubieras hecho por mí, no lo sé. Es algo que el doctor Flynn y yo seguimos analizando a fondo. Oh. Una chispa de esperanza prende en mi corazón. Quizá lo nuestro pueda funcionar. Yo quiero que funcione. ¿Lo quiero de verdad? —¿Qué intentas decirme? —musito. —Lo que quiero decir es que ya no necesito nada de todo eso. Ahora no. ¿Qué? —¿Cómo lo sabes? ¿Cómo puedes estar tan seguro? —Simplemente lo sé. La idea de hacerte daño… de cualquier manera… me resulta abominable. —No lo entiendo. ¿Qué pasa con las reglas y los azotes y todo eso del sexo pervertido? Se pasa la mano por el pelo y casi sonríe, pero al final suspira con pesar. —Estoy hablando del rollo más duro, __________(tn) . Deberías ver lo que soy capaz de hacer con una vara o un látigo. Abro la boca, estupefacta. —Prefiero no verlo. —Lo sé. Si a ti te apeteciera hacer eso, entonces vale… pero tú no quieres, y lo entiendo. Yo no puedo practicar todo eso si tú no quieres. Ya te lo dije una vez, tú tienes todo el poder. Y ahora, desde que has vuelto, no siento esa compulsión en absoluto. Le miro boquiabierta durante un momento, e intento digerir todo lo que ha dicho. —Pero cuando nos conocimos sí querías eso, ¿verdad? —Sí, sin duda. —¿Cómo puede ser que la compulsión desaparezca así sin más, Nick? ¿Como si yo fuera una especie de panacea y tú ya estuvieras… no se me ocurre una palabra mejor… curado? No lo entiendo. Él vuelve a suspirar. —Yo no diría «curado»… ¿No me crees? —Simplemente me parece… increíble. Que es distinto. —Si no me hubieras dejado, probablemente no me sentiría así. Abandonarme fue lo mejor que has hecho nunca… por nosotros. Eso hizo que me diera cuenta de cuánto te quiero, solo a ti, y soy sincero cuando digo que quiero que seas mía de la forma en que pueda tenerte. Le miro fijamente. ¿Puedo creerme lo que dice? La cabeza me duele solo de intentar aclararme las ideas, y en el fondo me siento muy… aturdida. —Aún sigues aquí. Creía que a estas alturas ya habrías salido huyendo — susurra. —¿Por qué? ¿Porque podía pensar que eres un psicópata que azotas y follas a mujeres que se parecen a tu madre? ¿Por qué habrías de tener esa impresión? — siseo, con agresividad. Él palidece ante la dureza de mis palabras. —Bueno, yo no lo habría dicho de ese modo, pero sí —dice, con los ojos muy abiertos y gesto dolido. Al ver su expresión seria, me arrepiento de mi arrebato y frunzo el ceño sintiendo una punzada de culpa. Oh, ¿qué voy a hacer? Le observo y parece arrepentido, sincero… parece mi Cincuenta. Y, de pronto, recuerdo la fotografía que había en su dormitorio de infancia, y en ese momento comprendo por qué la mujer que aparecía en ella me resultaba tan familiar. Se parecía a él. Debía de ser su madre biológica. Me viene a la mente su comentario desdeñoso: «Nadie importante…». Ella es la responsable de todo esto… y yo me parezco a ella… ¡Maldita sea! Nick se me queda mirando con crudeza, y sé que está esperando mi próximo movimiento. Parece sincero. Ha dicho que me quiere, pero estoy francamente confusa. Esto es muy difícil. Me ha tranquilizado sobre Leila, pero ahora estoy más convencida que nunca de que ella era capaz de proporcionarle aquello que le da placer. Y esa idea me resulta terriblemente desagradable y agotadora. —Nick, estoy exhausta. ¿Podemos hablar de esto mañana? Quiero irme a la cama. Él parpadea, sorprendido. —¿No te marchas? —¿Quieres que me marche? —¡No! Creí que me dejarías en cuanto lo supieras. Acuden a mi mente todas las veces que ha dicho que le dejaría en cuanto conociera su secreto más oscuro… y ahora ya lo sé. Maldita sea… El Amo es oscuro. ¿Debería marcharme? Ya le dejé una vez, y eso estuvo a punto de destrozarme… a mí, y también a él. Yo le amo. De eso no tengo duda, a pesar de lo que me ha revelado. —No me dejes —susurra. —¡Oh, por el amor de Dios, no! ¡No pienso hacerlo! —grito, y es catártico. Ya está. Lo he dicho. No voy a dejarle. —¿De verdad? —pregunta abriendo mucho los ojos. —¿Qué puedo hacer para que entiendas que no voy a salir corriendo? ¿Qué puedo decir? Me mira fijamente, expresando de nuevo todo su miedo y su angustia. Traga saliva. —Puedes hacer una cosa. —¿Qué? —Cásate conmigo —susurra. ¿Qué? ¿Realmente acaba de…? Mi mundo se detiene por segunda vez en menos de media hora. Dios mío. Me quedo mirando estupefacta a ese hombre profundamente herido al que amo. No puedo creer lo que acaba de decir. ¿Matrimonio? ¿Me ha propuesto matrimonio? ¿Está de broma? No puedo evitarlo: una risita tonta, nerviosa, de incredulidad, brota desde lo más profundo de mi ser. Me muerdo el labio para evitar que se convierta en una estruendosa carcajada histérica, pero fracaso estrepitosamente. Me tumbo de espaldas en el suelo y me rindo a ese incontrolable ataque de risa, riéndome como si no me hubiera reído nunca, con unas carcajadas tremendas, curativas, catárticas. Y durante un momento estoy completamente sola, observando desde lo alto esta situación absurda: una chica presa de un ataque de risa junto a un chico guapísimo con problemas emocionales. Y cuando mi risa me hace derramar lágrimas abrasadoras, me tapo los ojos con el brazo. No, no… esto es demasiado. Cuando la histeria remite, Nick me aparta el brazo de la cara con delicadeza. Yo levanto la vista y le miro. Él se inclina sobre mí. En su boca se dibuja la ironía, pero sus ojos cafes arden, quizá dolidos. Oh, no. Usando los nudillos, me seca cuidadosamente una lágrima perdida. —¿Mi proposición le hace gracia, señorita __________(ta)? ¡Oh, Cincuenta! Alargo la mano y le acaricio la mejilla con cariño, deleitándome en el tacto de su barba incipiente bajo mis dedos. Dios, amo a este hombre. —Señor Jonas… Nick. Tu sentido de la oportunidad es sin duda… Cuando me fallan las palabras, le miro. Él sonríe, pero las arrugas en torno a sus ojos revelan su consternación. La situación se torna grave. —Eso me ha dolido en el alma, __________(tn) . ¿Te casarás conmigo? Me siento, apoyo las manos en sus rodillas y me inclino sobre él. Miro fijamente su adorable rostro. —Nick, me he encontrado a la loca de tu ex con una pistola, me han echado de mi propio apartamento, me ha caído encima la bomba Cincuenta… Él abre la boca para hablar, pero yo levanto una mano. Y, obedientemente, la cierra. —Acabas de revelarme una información sobre ti mismo que, francamente, resulta bastante impactante, y ahora me has pedido que me case contigo. Él mueve la cabeza a un lado y a otro, como si analizara los hechos. Parece divertido. Gracias a Dios. —Sí, creo que es un resumen bastante adecuado de la situación —dice con sequedad. —¿Y qué pasó con lo de aplazar la gratificación? —Lo he superado, y ahora soy un firme defensor de la gratificación inmediata. Carpe diem, __________(tn) —susurra. —Mira, Nick, hace muy poco que te conozco y necesito saber mucho más de ti. He bebido demasiado, estoy hambrienta y cansada y quiero irme a la cama. Tengo que considerar tu proposición, del mismo modo que consideré el contrato que me ofreciste. Y además —aprieto los labios para expresar contrariedad, pero también para aligerar la tensión en el ambiente—, no ha sido la propuesta más romántica del mundo. Él inclina la cabeza a un lado y en sus labios se dibuja una sonrisa. —Buena puntualización, como siempre, señorita __________(ta) —afirma con un deje de alivio en la voz—. ¿O sea que esto es un no? Suspiro. —No, señor Jonas, no es un no, pero tampoco es un sí. Haces esto únicamente porque estás asustado y no confías en mí. —No, hago esto porque finalmente he conocido a alguien con quien quiero pasar el resto de mi vida. Oh. Noto un pálpito en el corazón y siento que me derrito por dentro. ¿Cómo es capaz, en medio de las más extrañas situaciones, de decir cosas tan románticas? Abro la boca, sin dar crédito. —Nunca creí que esto pudiera sucederme a mí —continúa, y su expresión irradia pura sinceridad. Yo le miro boquiabierta, buscando las palabras apropiadas. —¿Puedo pensármelo… por favor? ¿Y pensar en todo el resto de las cosas que han pasado hoy? ¿En lo que acabas de decirme? Tú me pediste paciencia y fe. Bien, pues yo te pido lo mismo, Jonas. Ahora las necesito yo. Sus ojos buscan los míos y, al cabo de un momento, se inclina y me recoge un mechón de pelo detrás de la oreja. —Eso puedo soportarlo. —Me besa fugazmente en los labios—. No muy romántico, ¿eh? —Arquea las cejas, y yo hago un gesto admonitorio con la cabeza—. ¿Flores y corazones? —pregunta bajito. Asiento y me sonríe vagamente. —¿Tienes hambre? —Sí. —No has comido —dice con mirada gélida y la mandíbula tensa. —No, no he comido. —Vuelvo a sentarme sobre los talones y le miro tranquilamente—. Que me echaran de mi apartamento, después de ver a mi novio interactuando íntimamente con una de sus antiguas sumisas, me quitó bastante el apetito. Nick sacude la cabeza y se pone de pie ágilmente. Ah, por fin podemos levantarnos del suelo. Me tiende la mano. —Deja que te prepare algo de comer —dice. —¿No podemos irnos a la cama sin más? —musito con aire fatigado al darle la mano. Él me ayuda a levantarme. Estoy entumecida. Baja la vista y me mira con dulzura. —No, tienes que comer. Vamos. —El dominante Nick ha vuelto, lo cual resulta un alivio. Me lleva a un taburete de la barra en la zona de la cocina, y luego se acerca a la nevera. Consulto el reloj: son casi las once y media, y tengo que levantarme pronto para ir a trabajar. —Nick, la verdad es que no tengo hambre. Él no hace caso y rebusca en el enorme frigorífico. —¿Queso? —pregunta. —A esta hora, no. —¿Galletitas saladas? —¿De la nevera? No —replico. Él se da la vuelta y me sonríe. —¿No te gustan las galletitas saladas? —A las once y media no, Nick. Me voy a la cama. Tú si quieres puede pasarte el resto de la noche rebuscando en la nevera. Yo estoy cansada, y he tenido un día de lo más intenso. Un día que me gustaría olvidar. Bajo del taburete y él me pone mala cara, pero ahora mismo no me importa. Quiero irme a la cama; estoy exhausta. —¿Macarrones con queso? Levanta un bol pequeño tapado con papel de aluminio, con una expresión esperanzada que resulta entrañable. —¿A ti te gustan los macarrones con queso? —pregunto. Él asiente entusiasmado, y se me derrite el corazón. De pronto parece muy joven. ¿Quién lo habría dicho? A Nick Jonas le gusta la comida de menú infantil. —¿Quieres un poco? —pregunta esperanzado. Soy incapaz de resistirme a él, y además tengo mucha hambre. Asiento y le dedico una débil sonrisa. Su cara de satisfacción resulta fascinante. Retira el papel de aluminio del bol y lo mete en el microondas. Vuelvo a sentarme en el taburete y contemplo la hermosa estampa del señor Jonas —el hombre que quiere casarse conmigo— moviéndose con elegante soltura por su cocina. —¿Así que sabes utilizar el microondas? —le digo en un suave tono burlón. —Suelo ser capaz de cocinar algo, siempre que venga envasado. Con lo que tengo problemas es con la comida de verdad. No puedo creer que este sea el mismo hombre que estaba de rodillas ante mí hace menos de media hora. Es su carácter voluble habitual. Coloca platos, cubiertos y manteles individuales sobre la barra del desayuno. —Es muy tarde —comento. —No vayas a trabajar mañana. —He de ir a trabajar mañana. Mi jefe se marcha a Nueva York. Nick frunce el ceño. —¿Quieres ir allí este fin de semana? —He consultado la predicción del tiempo y parece que va a llover —digo negando con la cabeza. —Ah. Entonces, ¿qué quieres hacer? El timbre del microondas anuncia que nuestra cena ya está caliente. —Ahora mismo lo único que quiero es vivir el día a día. Todas estas emociones son… agotadoras. Levanto una ceja y le miro, cosa que él ignora prudentemente. Nick deja el bol blanco entre nuestros platos y se sienta a mi lado. Parece absorto en sus pensamientos, distraído. Yo sirvo los macarrones para ambos. Huelen divinamente y se me hace la boca agua ante la expectativa. Estoy muerta de hambre. —Siento lo de Leila —murmura. —¿Por qué lo sientes? Mmm, los macarrones saben tan bien como huelen. Y mi estómago lo agradece. —Para ti debe de haber sido un impacto terrible encontrártela en tu apartamento. Taylor lo había registrado antes personalmente. Está muy disgustado. —Yo no culpo a Taylor. —Yo tampoco. Ha estado buscándote. —¿Ah, sí? ¿Por qué? —Yo no sabía dónde estabas. Te dejaste el bolso, el teléfono. Ni siquiera podía localizarte. ¿Dónde fuiste? —pregunta. Habla con mucha suavidad, pero en sus palabras subyace una carga ominosa. —Ethan y yo fuimos a un bar de la acera de enfrente. Para que yo pudiera ver lo que ocurría, simplemente. —Ya. La atmósfera entre los dos ha cambiado de forma muy sutil. Ya no es tan liviana. Ah, muy bien, de acuerdo… yo también puedo jugar a este juego. Así que esta voy a devolvértela, Cincuenta. Y tratando de sonar despreocupada, queriendo satisfacer la curiosidad que me corroe pero temerosa de la respuesta, le pregunto: —¿Y qué hiciste con Leila en el apartamento? Levanto la vista, le miro, y él deja suspendido en el aire el tenedor con los macarrones. Oh, no, esto no presagia nada bueno. —¿De verdad quieres saberlo? Se me forma un nudo en el estómago y de golpe se me quita el apetito. —Sí —susurro. ¿Eso quieres? ¿De verdad? Mi subconsciente ha tirado al suelo la botella de ginebra y se ha incorporado muy erguida en su butaca, mirándome horrorizada. Nick vacila y su boca se convierte en una fina línea. —Hablamos, y luego la bañé. —Su voz suena ronca, y, al ver que no reacciono, se apresura a continuar—: Y la vestí con ropa tuya. Espero que no te importe. Pero es que estaba mugrienta. Por Dios santo. ¿La bañó? Qué gesto tan extraño e inapropiado… La cabeza me da vueltas y miro fijamente los macarrones que no me he comido. Y ahora esa imagen me produce náuseas. Intenta racionalizarlo, me aconseja mi subconsciente. Aunque la parte serena e intelectual de mi cerebro sabe que lo hizo simplemente porque estaba sucia, me resulta demasiado duro. Mi ser frágil y celoso no es capaz de soportarlo. De pronto tengo ganas de llorar: no de sucumbir a ese llanto de damisela que surca con decoro mis mejillas, sino a ese otro que aúlla a la luna. Inspiro profundamente para reprimir el impulso, pero esas lágrimas y esos sollozos reprimidos me arden en la garganta. —No podía hacer otra cosa, __________(tn) —dice él en voz baja. —¿Todavía sientes algo por ella? —¡No! —contesta horrorizado, y cierra los ojos con expresión de angustia. Yo aparto la mirada y la bajo otra vez a mi nauseabunda comida. No soy capaz de mirarle. —Verla así… tan distinta, tan destrozada. La atendí, como habría hecho con cualquier otra persona. Se encoge de hombros como para librarse de un recuerdo desagradable. Vaya, ¿y encima espera que le compadezca? —__________(tn) , mírame. No puedo. Sé que si lo hago, me echaré a llorar. No puedo digerir todo esto. Soy como un depósito rebosante de gasolina, lleno, desbordado. Ya no hay espacio para más. Sencillamente no puedo soportar más toda esta angustia. Si lo intento, arderé y explotaré y será muy desagradable. ¡Dios! La imagen aparece en mi mente: Nick ocupándose de un modo tan íntimo de su antigua sumisa. Bañándola, por Dios santo… desnuda. Un estremecimiento de dolor recorre mi cuerpo. —__________(tn) . —¿Qué? —No pienses en eso. No significa nada. Fue como cuidar de un niño, un niño herido, destrozado —musita. ¿Qué demonios sabrá él de cuidar niños? Esa era una mujer con la que tuvo una relación sexual devastadora y perversa. Ay, esto duele… Respiro firme y profundamente. O tal vez se refiera a sí mismo. Él es el niño destrozado. Eso tiene más lógica… o quizá no tenga la menor lógica. Oh, todo esto es tan terriblemente complicado, y de pronto me siento exhausta. Necesito dormir. —¿__________(tn) ? Me levanto, llevo mi plato al fregadero y tiro los restos de comida a la basura. —__________(tn) , por favor. Doy media vuelta y le miro. —¡Basta ya, Nick! ¡Basta ya de «__________(tn) , por favor»! —le grito, y las lágrimas empiezan a correr por mis mejillas—. Ya he tenido bastante de toda esa mierda por hoy. Me voy a la cama. Estoy cansada física y emocionalmente. Déjame. Giro sobre mis talones y prácticamente echo a correr hacia el dormitorio, llevándome conmigo el recuerdo de sus ojos abiertos mirándome atónitos. Es agradable saber que yo también soy capaz de perturbarle. Me desvisto en un santiamén, y después de rebuscar en su cómoda, saco una de sus camisetas y me dirijo al baño. Me observo en el espejo y apenas reconozco a la bruja demacrada de mejillas enrojecidas y ojos irritados que me devuelve la mirada, y esa imagen me supera. Me derrumbo en el suelo y sucumbo a esa abrumadora emoción que ya no puedo contener, estallando en tremendos sollozos que me desgarran el pecho, y dejando por fin que las lágrimas se desborden libremente.
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| | | Lady_Sara_JB Casada Con
Cantidad de envíos : 1582 Edad : 28 Localización : México Fecha de inscripción : 24/03/2013
| Tema: Re: 50 sombras mas oscuras Nick y Tu TERMINADA Noviembre 17th 2013, 10:45 | |
| dios q dia fue muy complicada siguela x favor | |
| | | CristalJB_kjn Amiga De Los Jobros!
Cantidad de envíos : 477 Edad : 32 Localización : Mexico Fecha de inscripción : 24/10/2013
| Tema: Re: 50 sombras mas oscuras Nick y Tu TERMINADA Noviembre 17th 2013, 17:23 | |
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| | | fernanda Jonas de Nick Forista!
Cantidad de envíos : 88 Edad : 32 Localización : New Jersey Fecha de inscripción : 22/10/2013
| | | | fernanda Jonas de Nick Forista!
Cantidad de envíos : 88 Edad : 32 Localización : New Jersey Fecha de inscripción : 22/10/2013
| Tema: Re: 50 sombras mas oscuras Nick y Tu TERMINADA Noviembre 20th 2013, 00:21 | |
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| | | CristalJB_kjn Amiga De Los Jobros!
Cantidad de envíos : 477 Edad : 32 Localización : Mexico Fecha de inscripción : 24/10/2013
| Tema: Re: 50 sombras mas oscuras Nick y Tu TERMINADA Noviembre 21st 2013, 16:13 | |
| porfis sube mas andale siiiiii??? mas andale siii??? bye | |
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| Tema: Re: 50 sombras mas oscuras Nick y Tu TERMINADA | |
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| | | | 50 sombras mas oscuras Nick y Tu TERMINADA | |
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