Pecados de la Carne (Joe&Tú)
Capítulo 7
—Vaya, qué lástima. —______ esbozó otra alegre sonrisa—. ¿Qué otros procesos de selección tienen abiertos?
—Lo único que nos queda por cubrir son puestos de camarera —dijo la vieja mujer—. Necesitamos contratar por lo menos a dos chicas más para reemplazar a las que se han marchado sin avisar.
______ se sintió aliviada.
—Estoy interesada.
— ¿De verdad? —Rosalía recorrió el cuerpo de ______ con su incisiva mirada—. No pareces dar el tipo. Ella se irguió, echó los hombros hacia atrás y se puso de pie. Incluso con un zapato plano era más alta que la mayoría. Era el momento de utilizar su estatura en su propio beneficio.
— ¿Por qué? ¿No parezco una fulana? —contraatacó tranquilamente.
Para su sorpresa, aquella vieja hacha de guerra sonrió y asintió.
—Exacto.
— ¿Qué imagen doy?
—Pareces una buena mujer que no trabaja en un lugar como éste.
______ suspiró decepcionada. Mierda. ¿Cuál era su problema? No la habían llamado para hacerle una oferta de empleo firme de ninguno de los puestos para los que se había entrevistado hasta entonces. ¿Parecía demasiado ansiosa, demasiado estúpida, demasiado desesperada?
—Entonces, ¿no me va a contratar?
—Yo no he dicho eso. Esa decisión depende del señor Jonas. —Rosalía bajó el tono de un modo que sugería que ______ le estaba haciendo perder el tiempo.
— ¿Voy a poder verlo o va usted a echarme a patadas por no haber venido vestida como una golfa? —______, tajante, insinuó que ella tampoco estaba allí para perder el tiempo.
Una pequeña sonrisa asomó a los labios de la vieja mujer.
—Muy bien. —Jugueteó con las gafas que colgaban de la cadena que rodeaba su cuello—. Si insistes...
Una pequeña victoria. Chúpate ésa.
—Sígueme.
El despacho de Joe Jonas estaba en el segundo piso. El adjetivo enorme se quedaba corto para describirlo. Ocupaba una enorme suite; desde allí se podía ver perfectamente el primer nivel del club a través de los cristales de espejo que ocupaban casi una pared entera de la habitación. No había ningún armario archivador ni ningún otro artículo de oficina. Delante de su escritorio había dos sillas para las visitas. El suelo, de madera pulida, estaba cubierto por enormes alfombras de estilo oriental en encantadores tonos dorados, azules y rojos.
Jonas estaba en primer plano detrás de una enorme, cara y exótica mesa de madera oscura con incrustaciones de mármol en las esquinas. Estaba reclinado hacia atrás y tenía los pies apoyados sobre una de las esquinas de la mesa. Dejó a un lado los documentos que estaba leyendo y esperó a que las dos mujeres recorriesen la distancia que había que salvar hasta situarse ante su insigne presencia.
Rosalía Dayton no perdió ni un minuto.
—Joe, esta chica quiere hablar contigo sobre un trabajo —dijo dejando la solicitud de ______ sobre el amplio escritorio.
Inclinándose con elegancia, Jonas estiró el brazo y la cogió. Sus ojos recorrieron rápidamente el papel y luego se centraron en ______.
—Señorita ______, gracias por haber venido —su voz, teñida de un suave acento inglés, evocaba imágenes de cálido toffee y dulce chocolate negro. Delicioso.
_______ asintió; se sentía un poco incómoda.
—Gracias.
Curiosamente, él no le ofreció la mano ni esbozó la más mínima sonrisa. Su mirada, sin embargo, estaba en todas partes: la recorría de pies a cabeza. La estaba desnudando con sus ojos cafes.
« ¿Qué estará mirando?», se preguntó.
Entonces se le ocurrió. Tal vez no era lo bastante guapa. Se había vestido muy sencilla: blusa blanca, una falda azul marino, medias marrones y unos tacones bajos azul marino.
______ recobró el aliento. Decidida a no dejarse abrumar por la evidente mirada sexual de aquel hombre, le devolvió la evaluación física.
Fingiendo que se quitaba una pelusa de la falda, echó una tímida mirada en su dirección. Era castaño y llevaba un carísimo corte de pelo. Sus ojos eran muy llamativos; tenían un tono café. Una ligera barba de tres días cubría su recia mandíbula inferior. Su boca estaba hecha para besar, para devorar.
Era alto, por lo menos medía un metro noventa. Estaba segura de que aquel hombre le podría rodear toda la cintura sólo con las manos. Bajo aquel traje italiano hecho a medida, se intuía un cuerpo esbelto y robusto.
Joe achinó ligeramente los ojos y miró fijamente a ______.
—No suelen pasar por aquí muchas mujeres como usted, señorita _______.
Una repentina ola de calor recorrió el cuerpo de _______; respiró hondo. Se le pusieron los pezones en alerta y empezó a sentirse incómoda al notar que se endurecían contra la suave seda de su sujetador. Una interminable serie de escenas lujuriosas empezaron a desfilar por su mente; imaginaba que Joe la cogía por las caderas y se introducía profundamente en su sexo.
______ se esforzó por dejar de pensar con la entrepierna y consiguió ofrecerle una respuesta.
— ¿Eso es un insulto, señor Jonas?
Bajo su demoníaca mirada se dibujó una irónica sonrisa.
—Es un cumplido.
El rubor cubrió las mejillas de ______. Inspiró profundamente y se obligó a aguantarle la mirada. No podía dejar que el magnetismo personal de Joe la distrajese. Necesitaba el trabajo. Si tenía que permitir que el dueño se la comiese con los ojos, adelante. Si la quería mirar, estupendo. Eso no significaba que la pudiera tocar.
—Gracias por recibirme —dijo imprimiendo un tono formal a sus palabras—. Creo que tiene algunos puestos de camarera por cubrir y me gustaría entrevistarme con usted para optar a uno de ellos.
—Muy bien. —Dejó de mirar fijamente a ______ y se dirigió a Rosalía—: ¿Podríamos ofrecerle a la señorita algo para beber?
La mujer, ligeramente molesta por estar recibiendo trato de personal de servicio, miró a ______.
— ¿Café o té?
Ella se relajó un poco y negó con la cabeza. Su tensión disminuyó; lo volvía a tener todo bajo control.
—Nada. Gracias.
— ¿Tú tomarás lo de siempre Joe? —Preguntó Rosalía a su jefe. —Por favor. —Él sonrió, pero no le dio las gracias. Obviamente, dio por supuesta la buena predisposición de su empleada.
Rosalía se dirigió con eficiencia a una esquina del despacho donde había una pequeña cocina americana muy bien surtida. Aparentemente, aquel hombre no se privaba de ningún lujo, incluso en el trabajo. En aquel despacho podía vivir cómodamente una familia de cuatro personas.
Jonas señaló una silla.
—Por favor, tome asiento mientras leo su solicitud.
_______ se sentó; se alegró de tener un motivo para poder agachar un momento la cabeza y no mirarlo. Luchando contra los nervios, entrelazó las manos y esperó a que él tirase la primera piedra. Llegados a aquel punto, obligaría a ese hombre a utilizar dinamita para echarla de su despacho. Tampoco iba a dejarle que la pusiera nerviosa. Tenía cosas más importantes en las que pensar que en aquel tipo extraño que la estaba desnudando con los ojos.
El se sentó y empezó a leer la solicitud. Después de pasar algunos minutos en silencio, se dirigió a ella.
—Aquí pone que ha dirigido su propio negocio. Hábleme de ello.
______ esbozó una sonrisa diplomática.
—Sí. El Rincón del Libro. En la calle Main. —No parecía que el nombre le sonase en absoluto. Por lo visto, no frecuentaba pequeñas librerías en la otra parte de la ciudad.
Capítulo 8
Rosalía volvió al ataque. Traía una taza de delicada porcelana china en una bandeja y aprovechó para aportar su granito de arena.
—He oído que muchos negocios están cerrando por esa zona —comentó secamente.
______, un poco ofendida por su intromisión, se puso tensa. Su sonrisa desapareció. Creía que Rosalía se iría, pero estaba claro que la vieja no pensaba hacer tal cosa.
—El mío incluido —explicó ______—. El centro comercial me hundió.
Jonas, tomándose el té, tampoco aportó palabras de simpatía.
—Veo que tiene un poco de experiencia en hostelería...
______, incómoda, cambió de postura. Venderse a sí misma le estaba resultando bastante denigrante.
—Sí. En la universidad trabajé como camarera. Hace mucho tiempo, es verdad, pero creo que no tendré ningún problema con el trabajo.
______ frunció el ceño. Le dirigió a ______ una feroz mirada y negó ligeramente con la cabeza.
—Servir mesas en un club nocturno hoy día difiere bastante de haber servido mesas hace una década.
Aquellas secas palabras desinflaron a ______. Su seguridad desapareció y se encogió de hombros.
—Es cierto —le tembló levemente la barbilla y apretó los dientes—. Tengo muy poca experiencia como camarera.
¡Dios! Se sentía como una completa imbécil. Se le había escapado otro trabajo de entre las manos. Si se iba rápido, podría seguir buscando sin perder más tiempo. Puso las manos sobre los brazos de la silla y empezó a levantarse.
—Siento haberles hecho perder el tiempo...
Jonas le lanzó una incisiva mirada que la paralizó.
—Espere un momento.
Había esperanza.
______ se volvió a sentar.
El hizo una mueca con los labios.
—Aquí pone que está usted licenciada en dirección y administración de empresas. Para empezar, creo que está usted demasiado cualificada para el puesto de camarera.
______ esbozó una mueca. ¿Es que creía que no lo sabía? Se dirigía a ella como si se hubiera sacado la carrera por los pelos y no como si estuviera hablando con una de las mejores alumnas de su promoción. ______ resistió el impulso de fundirlo con la mirada.
—Sé perfectamente lo que significa trabajar en un bar. No he estado escondida en una cueva todos estos años. Ya sé que el Mystique es el mejor club de la ciudad... y sé que aquí es donde viene más gente.
— ¿Y cree que podrá manejar a tanta gente?
La ansiedad se empezó a adueñar de ella. No estaba segura, pero no tenía ninguna intención de admitirlo. Forzó una sonrisa competente.
—Aunque éste no es el camino profesional que he elegido, en este momento estoy buscando otras opciones laborales para poder mantenerme. En ese aspecto, no estoy demasiado cualificada. Sólo intento buscar un trabajo para poder pagar mis facturas.
Él arqueó una ceja.
—Entiendo su situación. —Cogió un caro y elegante bolígrafo y escribió algunas anotaciones en la solicitud—. Necesito urgentemente dos chicas y las personas que han venido últimamente dejan mucho que desear.
______ se sintió aliviada.
—Gracias.
La relajación no le duró mucho tiempo.
—Pero le voy a ser franco. Si va usted a aceptar el trabajo, tengo que advertirla que tendrá que lidiar con una incontrolada multitud de personas que se ponen hasta las cejas de alcohol y de lo que sea que se metan en el cuerpo.
______ asintió.
—Entiendo.
Jonas sacudió la cabeza y pasó los dedos por su estilizado corte de pelo. Este se volvió a colocar en su sitio como si no lo hubiera tocado.
—No creo que lo entienda. La gente empuja y se tambalea sin importarles que haya cerca una camarera con una bandeja llena de bebidas. Los hombres, y algunas mujeres, se dedican a sobar indiscriminadamente a cualquier chica que tengan a mano.
La aportación de Rosalía no fue más suave.
—Algunas chicas no aguantan ni una hora —dijo—. Y la mayoría no duran más de seis meses. Necesitamos gente en la que poder confiar y que aguante.
Después de escuchar semejante parrafada, ______ decidió dar lo mejor de sí misma. Si creían que la iban a disuadir con aquellos argumentos, les demostraría que no podían estar más equivocados. No había duda de que aquellos dos no tenían ningún problema para pagar el alquiler a final de mes. Ella tal vez no podría. Aún estaba en números rojos y pasarían muchos meses antes de que pudiera pagar todas sus deudas.
—Me quedo con el trabajo.
Rosalía Dayton emitió un gruñido de disgusto. No le parecía lo suficientemente buena.
— ¿Hasta que se le ponga a tiro un cómodo trabajo administrativo de nueve a cinco?
______, palideciendo, negó con la cabeza.
—No estaría aquí si no quisiese trabajar. —Mentira. Mentira cochina. Si hubiera tenido alguna perspectiva mejor, no hubiera puesto los píes en ese asqueroso lugar. Rosalía siguió con su discurso.
—A mí no me engaña, señorita ______. Va usted mejor vestida y está usted mucho más cualificada que las mujeres que suelen desfilar por mi despacho. Francamente, no la veo como una empleada a largo plazo—. ______ estaba al borde de la exasperación y a punto de sufrir un ataque de pánico. Estaba entre la espada y la pared y sólo tenía una salida.
Se inclinó hacia delante. Ignorando a Rosalía colocó las manos con fuerza sobre el carísimo escritorio y se dirigió a Joe.
— ¡Ya puedes atar a tu perro! —gruñó—. Una cosa es una entrevista y otra muy distinta es un interrogatorio. Si esta mujer está intentando asustarme, no lo conseguirá insultándome.
Arqueando las cejas sorprendido, Joe Jonas se inclinó hacia delante y apoyó los codos en la mesa.
— ¿De verdad quiere usted estar aquí?
— ¿Perdón?
Capítulo 9
— ¿Cuántos días cree que pasarán antes de que tire la toalla y salga por esa puerta?
______ negó con la cabeza.
—No le entiendo.
—No creo que tenga lo que hay que tener para trabajar aquí —dijo tajante y directo al grano. Por lo menos no la había insultado.
______ se negó a desistir. Se obligó a mantener la calma para que él no descubriese lo cerca que estaba de echarse a llorar.
—Mire, le seré sincera. Éste no es el trabajo más deseable para mí. Ya sabe que por cada centro comercial que se abre quiebran y desaparecen diez pequeños comercios como el mío. La gente se queda sin trabajo y se asusta. Yo estoy asustada. Lo único que estoy pidiendo es una oportunidad para ganarme la vida decentemente.
Sus sencillas palabras parecieron causar impresión.
Se hizo un largo silencio. Demasiado largo.
Finalmente, Jonas asintió satisfecho.
—Por lo menos, parece usted una persona con carácter. —Ladeó la cabeza ligeramente y le hizo una señal a Rosalía Dayton. Dio la impresión de que hubiera chasqueado los dedos de buena gana, pero se contuvo—. Por favor, explícale a la señorita ______ cómo funciona todo esto. Dile a Gina que la incluya en el programa y que empieza mañana a las seis en punto.
______, aliviada, suspiró en silencio; se alegraba mucho de no tener que empezar aquel mismo día. Por lo menos tendría veinticuatro horas para hacerse a la idea.
Seguía necesitando el trabajo. Prácticamente lo había suplicado. Ya no había vuelta atrás.
—Gracias.
La vieja mujer arrugó los labios, pero se guardó lo que pensaba para ella misma. ______ estaba segura de que Joe Jonas escucharía pronto la opinión de Rosalía acerca de aquella última contratación. «Tendré que demostrarles a ambos que se equivocan», pensó.
Después de haber escuchado la descripción de las condiciones laborales, tenía la ligera sospecha de que trabajar en el Mystique era algo parecido a ser arrojada a los leones. Si no cuidaba de sí misma, se la comerían viva.
—Vaya con Rosalía, señorita ______. Ella se ocupará de su contrato y le dará un uniforme.
—Claro. —______ asintió a su nuevo jefe. Su, terriblemente sexy, nuevo jefe. Alejó ese pensamiento de su mente.
La química sexual que había percibido sentada al otro lado de su mesa no significaba nada ahora que ella y aquel hombre estaban iniciando una relación laboral. La amarga experiencia le había enseñado a no tontear con hombres que tenían la paella por el mango económicamente hablando. «Donde tengas la olla no metas la polla», se recordó a sí misma.
—Gracias, señor Jonas.
Una respuesta suave.
—Llámeme Joe, por favor.
______ sonrió.
—Gracias, Joe. —Se sintió extraña al escuchar aquel nombre de sus propios labios, pero le gustó cómo sonaba—. No se arrepentirá de haberme contratado.
—Estoy seguro de que no —dijo él recorriendo su cuerpo con sus ojos grises, investigando y diseccionando cada centímetro visible. Una chispa iluminó las profundidades de sus ojos, sugiriendo que su mente escondía todo tipo de apetitos primitivos. Aquella mirada resultó más íntima que cualquier caricia física y ______ sintió que la penetraba hasta lo más profundo de su ser.
Una fuerte sensación de conciencia sexual le recorrió las venas. Había algo en Joe, algo ferozmente masculino, que despertaba a la hembra animal que había en ella. Resultaba imposible ignorar su silenciosa llamada.
_______ intentó borrar las lujuriosas imágenes que se proyectaban en su mente. No tuvo suerte. Su cerebro le ganó la partida y empezó a imaginar qué sentiría deslizando los dedos por el musculoso cuerpo de Joe, a qué sabría su cálida polla si se la metiese en la boca... ansiosa, hambrienta. Cómo sería tener el cuerpo firme de Joe sobre el suyo; lo imaginó utilizando sus propias caderas para abrirle los muslos con una feroz demanda sexual.
Joe esbozó una sonrisa; parecía que podía leer la mente. A pesar del espacio que los separaba, se había establecido entre ellos una extraña y centelleante conexión.
La mirada de Joe se tornó caliente y sensual. La presión crecía a medida que aquella invisible intimidad aumentaba.
______ empezó a sentirse como si él hubiera tocado su piel desnuda con sus hambrientas manos y el clítoris le palpitó con más fuerza; sus bragas empezaron a humedecerse. De su cuerpo comenzó a emanar un calor imposible de ignorar. De repente, le pesaba la ropa; se sentía aprisionada y atada. Un extraño brillo le cubrió la piel.
La cabeza de ______ empezó a girar. Tenía la sensación de estar envuelta por espirales de pura energía. Su visión era cada vez más borrosa, y tuvo que separar los labios para respirar. Empezó a temblar, sentía que se le fundía la espalda. La sensación de calidez aumentaba en su clítoris, cada vez más hinchado. Apretó los dientes y tensó los muslos; tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no gemir cuando el clímax la recorrió con la fuerza de una avalancha.
De repente, aquellos segundos que habían pasado desaparecieron.
Joe habló de nuevo.
— ¿Está usted bien, señorita _______?
______ se esforzó por recuperar la sensatez. Tenía la mirada desenfocada y parpadeó para volver a la realidad. Inspiró con fuerza; se sentía como si la hubieran drogado, como si su cuerpo no le perteneciese.
—Estoy bien, gracias.
Aunque aseguraba estar bien, las sienes le seguían palpitando con mucha fuerza. ¡Madre mía! ¡Aquel hombre era capaz de follársela con sólo mirarla! Su sexo prácticamente goteaba.
______ se quedó de pie, colocándose bien la falda.
—Supongo que necesito otra buena dosis de cafeína para ponerme en marcha.
Se había estremecido con tanta violencia que se le había caído el bolso del regazo y no se había dado ni cuenta. Se agachó para recogerlo encantada de tener un minuto para esconder su vergüenza. ¡Oh, Dios! No se podía creer que hubiera alcanzado el clímax sólo mirándolo.
Joe se levantó y rodeó el escritorio; al andar transmitía mucha seguridad en sí mismo.
—Por supuesto. —Extendió la mano—. Bienvenida al Mystique, señorita ______.
______ vaciló. El brillo que había en las profundidades de los ojos de Joe indicaba que no le había pasado por alto ni un solo segundo del delicioso placer que acababa de recorrer su cuerpo. Ella creía que si lo tocaba se derretiría, pero hubiera sido muy grosero por su parte rechazar su mano.
—Por favor, llámame ______ —dijo ella. Acallando su deseo sexual, le estrechó la mano.
Continuara.Niñasss!! Perdon por la demoraa!
Bienvenida!!
SeeNoMore♥