"Pecados de la Carne" (Joe&Tú)
Capítulo 2
El mundo había cambiado. Los humanos crecían, envejecían y morían a su alrededor. La tecnología había evolucionado, la geografía había cambiado, las culturas se encontraban y se fusionaban. Mantenerse a flote nunca había supuesto ningún problema para él.
Hasta ahora.
En algún momento que Joe no podía precisar con claridad, la entropía se había adueñado de su vida. La raíz de ese veneno anidó en sus sentidos y se adueñó de todo su ser. Finalmente, los dos monstruos de su vida, la lujuria y la codicia, se habían vuelto en su contra. La suma de ambos factores no aumentaba su calidad, sino que la deterioraba. Tenía treinta y cuatro años cuando dejó de cumplirlos, ahora estaba iniciando la primera mitad de su segundo siglo. La vida, que un día juró conseguir, ahora lo aburría terriblemente.
¡Mierda! Tenía la sensación de que todo le iba mal. ¿Se suponía que los inmortales padecían una crisis de mitad de siglo? No sabía por qué, pero tenía el presentimiento de que no solucionaría ese bache comprándose cadenas de oro y un Lamborghini.
Joe observó el peligroso sol. De repente se le revolvió el estómago y le flaquearon las rodillas. Hacía tan sólo unos minutos su cuerpo ardía de deseo; ahora estaba completamente helado. El sudor empapaba su camiseta y le salpicaba la frente.
«Tú y yo tal vez nos volvamos a encontrar.»
A su espalda, una voz irrumpió en sus pensamientos.
— ¿Señor?
Joe se volvió. Simpson, su criado y confidente, estaba de pie detrás de él. Era un hombre discreto y completamente de fiar; se podía confiar en Simpson para que hiciera su trabajo y para que mantuviera los ojos abiertos y la boca cerrada.
Joe tragó con fuerza, pero no supo si se sentía aliviado o desilusionado. Su reunión con el brillante astro tendría que esperar. Tal vez mañana. Pero, definitivamente, no sería hoy.
— ¿Se han ido ya?
Simpson, cuya tez era sombría y seria, asintió enérgicamente.
—Los he echado a todos.
Joe asintió. No había nada que odiara más que una casa llena de cuerpos exhaustos. Una vez concluida la orgía, quería que lo dejaran solo.
— ¿Y la jovencita? —preguntó refiriéndose a su polvo más reciente.
Simpson frunció el ceño.
—Le he pagado y se ha ido. —Sus palabras destilaban desaprobación.
Joe tomó otro trago de jerez mientras pensaba que tenía pocas ganas de decir lo que iba a decir.
—Supongo que no debería traer a casa a toda esa chusma. —En ningún momento pretendió darle un tono interrogativo a su frase.
—Si me permite decirlo, señor —replicó el criado—, es peligroso que siga exponiéndose a esa gentuza. Su reputación no está en muy alta consideración. Cualquier día de estos...
—Me darán alguna sorpresa desagradable —lo interrumpió Joe, molesto—. Lo sé. —Últimamente no estaba siendo precisamente discreto.
Simpson resopló, mirándolo bastante disgustado.
—Un poquito más de..., ¿cómo le diría?, moderación por su parte podría ayudar mucho a su reputación. Se habla demasiado sobre lo que ocurre en esta casa. Joe arrugó la frente y encogió los hombros sintiéndose incapaz de protestar. Todo lo que Simpson estaba diciendo era verdad. Probablemente, llegados al punto en el que estaba, intentar salvar su reputación era inútil. Como Kynn, había elegido no limitar su inclinación por la aventura sexual. En realidad, había hecho todo lo contrario. Explotó la mitología vampírica abriendo exitosos clubes nocturnos de temática gótica. Al hacerlo, había rehecho su fortuna en varias ocasiones. Cuando tenía algún problema, utilizaba una solución de hombre rico: el dinero.
Lo único que el dinero no podía comprar era su paz interior. O el amor.
«Algo que no he vuelto a tener desde que Ariel murió.» Había empezado a dudar de si alguna vez volvería a tener la oportunidad de encontrar una segunda pareja.
Intentando olvidar ese tema, apuró el contenido de su vaso. La sensación de vacío le estaba comiendo por dentro.
—No quiero seguir hablando de este tema. —Sus palabras significaban: esta conversación se ha acabado.
—Por supuesto, lord Jonas. —Simpson sólo utilizaba el título de Joe cuando estaba molesto. Con los labios apretados, Joe se masajeó las sienes. Joder. ¡Que se cabree si quiere! El dolor de cabeza volvió con fuerza; tenía la sensación de que los ojos se le iban a salir de las órbitas. Había bebido y follado mucho y se sentía como una mierda. El agotamiento se había apoderado de él y ni siquiera se había dado cuenta. En lugar de sentirse vigorizado gracias a su reciente alimento, se sentía como un bloque de hormigón. Pesado, gris e inerte.
Un rayo de sol se posó sobre su piel y él volvió a las protectoras sombras. Simpson lo siguió. Como si intuyese los últimos pensamientos de su señor, el criado bajó las persianas. Se cerraron emitiendo un enérgico chasquido; podían protegerlo del mundo exterior, pero no de sus pensamientos.
Joe deseó poder cerrar los ojos y escapar a algún lugar indeterminado; vivir en paz en el limbo para siempre.
Simpson se quedó frente a él, manteniendo la distancia deliberadamente.
— ¿Está usted bien, señor? —
Joe tenía la mandíbula rígida. Le dolían mucho los hombros y el cuello. —Estaré bien. —
Por lo menos, eso esperaba.
Los excesos de la noche anterior empezaban a pasarle factura; se presionó los ojos con las manos. Tal vez, si se pudiera frotar con fuerza el cerebro, destruiría las neuronas de su cerebro y dejaría de pensar. De respirar. De existir.
Pensar en la cama vacía que le esperaba aún lo deprimía más. Últimamente dormía muy poco, principalmente porque odiaba enfrentarse a esa desierta extensión de sábanas frías. A pesar de la multitud de preciosas mujeres que había tenido a mano recientemente, se iba a la cama solo. Otra vez.
Capítulo 3
La dependienta giró el cartel de «ABIERTO» y pudo leerse «CERRADO»
—No me puedo creer que ésta sea la última vez que vayamos a hacer esto.
______ ______ estaba absorta contabilizando las ventas del día; levantó la mirada.
—Lo hemos intentado, Ginny. Pero no vendemos lo suficiente como para mantener la librería abierta —dijo frunciendo el ceño—. El problema es que la tienda no está situada en las nuevas instalaciones que se están construyendo en la otra parte de la ciudad. La vieja mujer asintió.
—Es una lástima. El centro comercial ha absorbido los negocios de la calle Main.
______ arrugó la frente. Se había quedado sin trabajo por culpa del nuevo centro comercial; era incapaz de competir con la enorme librería que habían abierto allí. Le hubiera encantado trasladarse a un lugar mejor, pero no se podía permitir el desorbitado alquiler que pedían por los locales. De nada servía que hiciera ofertas, no importaba cuánto llegase a bajar los precios, la nueva librería siempre estaba un paso por delante de ella. Además, ellos tenían una cafetería; ¡con eso no se podía competir! ¿Por qué iba alguien a ir a su pequeña tienda cuando le esperaba una cornucopia en la otra parte de la ciudad?
Ginny se enjugó las lágrimas.
—Me hubiera gustado tanto seguir trabajando aquí... —Echó un último vistazo a las estanterías vacías—. ¡Es una librería tan acogedora!
—Era una librería muy acogedora —refunfuñó ______ mientras escribía en una hoja las cifras del día para su registro. Aquel último mes de liquidación sólo había conseguido ganar el dinero suficiente para cubrir el alquiler del local y el sueldo de Ginny. No sobraba nada para ella. Deprimente. Si no encontraba trabajo rápido, no podría ni pagar el alquiler de su propio apartamento.
______ contó el dinero correspondiente al sueldo de una semana de Ginny.
—Aquí tienes. Siento que no sea más...
Ginny negó con la cabeza.
—No quiero el dinero.
______ sonrió a pesar de su tristeza. Ginny Smithers nunca quería coger su dinero. Era una viuda de sesenta años que vivía de una pobre paga de la Seguridad Social con la que a duras penas le alcanzaba para vivir.
Aunque Ginny protestara alegando que no necesitaba el dinero, ______ siempre insistía hasta que la mujer lo aceptaba. Ginny había sido la única trabajadora que se había podido quedar en aquellos dos últimos meses. El resto del personal se había marchado a medida que las ventas disminuían.
______ suspiró, cansada.
—Por favor, Ginny, hoy no. Has trabajado muy duro esta semana. Coge el dinero, vete a casa y descansa. Ha sido un día muy largo.
Ginny se metió el dinero en su monedero cuidadosamente.
— ¿Necesitas ayuda para cerrar?
______ negó con la cabeza.
—No. Sólo tengo que llevarme estas últimas cajas de libros que no se han vendido y ya estará todo.
Ginny vaciló un momento prolongando su despedida.
—Si estás segura...
—Estoy segura. —______ salió de detrás del mostrador—. Sólo quiero que me des un abrazo, y me prometas que te vas a cuidar. —Se fundió con la diminuta mujer en un tierno abrazo.
Ginny dio a ______ unas cariñosas palmaditas en la mejilla.
— ¿Pasarás a verme algún día?
______ sonrió aunque, en el fondo, no estaba muy alegre.
—Pues claro que iré a verte, y espero tener una de tus deliciosas magdalenas de chocolate esperándome.
Una sincera sonrisa iluminó el rostro de Ginny.
—Haré una gran hornada.
—Perfecto. —______ acompañó a la anciana hasta la puerta—. Venga, vete a casa antes de que anochezca.
Levantó la cabeza y miró hacia arriba. Se avecinaba una tormenta. El cielo tenía un aspecto plomizo: las nubes, pesadas, amenazaban con descargar ferozmente. Se estaba levantando un viento muy frío procedente del norte; estaba claro que el gélido invierno no parecía tener ninguna intención de despedirse tan pronto. Aquel marzo estaba siendo especialmente frío; demasiado para la soleada California.
De todas formas, a ella le gustaban esos días. Relacionaba la lluvia con un cálido fuego, una taza de chocolate caliente y un buen libro; eran días para perderse en otro mundo.
______, con los brazos cruzados, observó cómo Ginny arrastraba los pies por la acera mientras se alejaba. Eran las cinco en punto de la tarde y los demás comercios de la calle Main también estaban cerrando. Esta parte de la ciudad normalmente se recogía al ponerse el sol.
Suspiró, cerró la puerta tras de sí y echó el cerrojo. Se volvió y observó la librería por última vez; tan sólo hacía unas horas estaba llena de libros. Novedades, ficción, no ficción, biografías, viajes, autoayuda, libros infantiles... Siempre intentaba tener un poco de todo. Para mantener contenta a la clientela, pedía sin falta los últimos bestsellers y también conseguía los títulos difíciles de encontrar. Sin embargo, nunca pudo ganar la batalla a los libreros con página en Internet.
No estaba sola. Muchos de los pequeños comercios de la calle Main tampoco habían podido competir con el centro comercial. Pero eso no le hacía sentirse mejor. Seguía sintiéndose como una fracasada. Se había visto obligada a vender la mayoría del género a un precio ridículo para que la gente se lo quitase de las manos. Devolvería todos los libros que no había vendido por si algún librero los volvía a pedir en el futuro. Aunque para ella ya no había futuro; su librería había quebrado.
Para siempre.
Era absurdo quedarse ahí plantada pensando en ello.
Capítulo 4
______ se apresuró hasta la parte trasera de la tienda y atrancó la puerta para que se quedase abierta, luego abrió el maletero del coche. Una ráfaga de viento le levantó un poco la falda. Aún no se oían truenos, pero los constantes relámpagos avisaban de la inminente tormenta.
Se cogió el dobladillo de la falda antes de que se le levantase más y todo el mundo viese sus pantis, y volvió rápidamente a la tienda para coger una caja de libros. La llevó a peso hasta el coche y la metió en el maletero. Hizo dos viajes más y todo acabó.
Cerró el maletero de golpe. Doce años echados a perder. Los coches subían por la calle Main para dirigirse a la gran zona comercial.
—Todos al centro comercial. —«Al maldito centro comercial.»
Una mujer bajita, corpulenta, con una deslumbrante melena pelirroja y las mejillas coloradas salió de la puerta trasera del edificio que estaba junto al suyo. Frannie Sutter se dirigía hacia ella a toda velocidad vestida con uno de sus conjuntos hippies concebido para ignorar abiertamente el mundo de la moda. Los amuletos que llevaba colgados del cuello tintineaban cuando caminaba; parecía una campanita balanceada por el viento. El aire apenas le dañaba el peinado. Aquella masa rojiza siempre tenía el aspecto de haber sido soldada con algún fijador extrafuerte. Llevaba anillos en todos los dedos de las manos, incluso en los pulgares; algunos eran caros, pero la mayoría sólo era bisutería chillona. Frannie tenía una tienda de magia y le gustaba decir que, además de ser pitonisa, era una bruja blanca. A menudo le pedía a ______ las novedades sobre brujería y poderes sobrenaturales.
— ¿Ya te vas, querida?
—Sí, ya lo tengo todo preparado.
Frannie miró el viejo coche oxidado de ______ y suspiró.
—Lo siento, cariño. Hice todos los hechizos que pude. —Se encogió de hombros un poco avergonzada—. Supongo que esta vez me han fallado los poderes.
______ hizo una mueca con los labios.
—No te preocupes. Ya me lo esperaba. A decir verdad, tendría que haber cerrado la tienda hace un año. —«Si lo hubiera hecho aún me quedaría un poco de dinero.» Tal como estaban las cosas en aquel momento, no le quedaba ni un céntimo.
Frannie la arropó con un gran abrazo. El olor a gardenias que desprendía aquella mujer se pegó a la piel de ______.
—Esto no será lo mismo sin ti.
Rachel se enjugó las lágrimas.
—Odio esto —susurró—. Lo estoy perdiendo todo.
A Frannie también se le escaparon las lágrimas, pero intentó sonreír.
—Lo sé. —Hacía pucheros mientras se limpiaba las lágrimas—. ¿Puedo hacer algo por ti?
A ______ se le hizo un nudo en la garganta. Vaciló durante un largo y tormentoso minuto.
—Enciende una vela por mí.
Frannie, encantada con la idea, le dedicó una traviesa mirada y arqueó las cejas.
— ¿Quieres que rece también para que aparezca en tu vida un guapísimo y alto moreno?
Aquella sugerencia recorrió el cuerpo de ______ como una gota de agua congelada. Rotundamente no. « ¿Y que vuelvan a fastidiarme la vida? Ni hablar», pensó.
—Preferiría saber qué número va a salir en la lotería, por favor —contestó.
Frannie le guiñó un ojo.
—Mucho mejor. Así te podrás comprar todos los muñecos hinchables que quieras.
Un relámpago brilló en el cielo advirtiendo de la tormenta que se avecinaba.
Frannie le dio un último abrazo a su amiga, se despidió con la mano y volvió corriendo a su tienda. Tenía un trabajo, un lugar al que ir, clientes que atender.
Justo cuando algunas gruesas gotas de agua empezaron a golpear el coche, Rachel se deslizó tras el volante con la vista nublada por las lágrimas. La lluvia comenzó a castigar la tierra con fuerza. ______ arrugó la nariz y se limpió algunas gotas de lluvia de la cara. No quería irse a casa. Aún no. Tampoco tenía prisa. Nadie la estaba esperando, excepto su gato Sleek. Y si sus platos de comida y agua estaban llenos tampoco él la echaría de menos.
Sintiéndose como una completa perdedora, ______ se hundió en su asiento. Para ella, cerrar la librería no sólo suponía perder su fuente de ingresos, también significaba perder hasta el último céntimo que tenía.
¿Cómo llamaban a las jóvenes empresarias que no tenían dónde caerse muertas? ¿Jóvenes, aunque sobradamente preparadas?
Fracasadas.
—Fracasada, efectivamente —balbuceó—. Tal vez no tenga trabajo, pero aún tengo un título. Seguro que hay un montón de gente que se muere por contratarme. Me puedo ganar la vida trabajando en cualquier sitio.
Valientes palabras. En el fondo estaba muerta de miedo. Tenía el estómago revuelto; amarga bilis subía por su garganta. Se había vuelto a quedar en la calle con la nariz pegada a la ventana de la fortuna. Se sentía como si la vida la hubiera echado. Había sido desahuciada. ¡Otra vez!
Las lágrimas asomaron a sus ojos. Pestañeó y una de ellas resbaló por su mejilla. Otra la siguió. Limpiándoselas, aporreó el volante con las manos.
— ¡Maldita sea, tengo treinta y tres años! Soy demasiado vieja para volver a empezar.
El montón de facturas que ocupaba el asiento del pasajero atrajo su atención. Esbozó una mueca de dolor mientras las enumeraba mentalmente.
El alquiler, el agua, la luz, el gas, el teléfono, el seguro del coche... La Visa al máximo. La Master Card también. Casi mil dólares en facturas, sin contar los tres meses que aún debía del alquiler de la tienda. Había sido una auténtica estúpida y firmó un contrato que la comprometía a pagar el semestre entero, tanto si la tienda seguía abierta como si estaba cerrada. Tenía que pagar el maldito local hasta junio. Casi doce mil dólares.
Un gélido escalofrío le recorrió el cuerpo. «No tengo suficiente dinero.»
Rebuscó en el bolso y cogió el talonario. El balance era desmoralizador. Doscientos dólares en efectivo y otros ochocientos en ahorros. Después de pagar los novecientos dólares del alquiler le quedarían solo cien dólares. Y aunque pagara esos novecientos dólares, ni siquiera se acercaría a liquidar la deuda que tenía por la tienda.
—Brillante. —Tiró el talonario—. Eres un jodido genio con el dinero.
Empezó a deprimirse. La lluvia comenzó a golpear el parabrisas con más fuerza haciendo eco de los pensamientos que se agolpaban en su mente.
______ se frotó los ojos. Estaba exhausta. En ese momento deseaba poder evaporarse, dejar de existir. Su vida no había sido ni hermosa ni interesante. Ciertamente, nadie la iba a echar de menos. Hacía ya muchos años que sus padres habían muerto. Tenía algunas tías y tíos lejanos y algunos primos; personas que apenas conocía y que hacía años que no veía. Si desapareciese mañana, ¿la buscaría alguien?
—No.
Al pensarlo frunció el ceño.
Sola. Así es como estaba en la vida.
Cuidaba de sí misma. Punto. Y en ese momento cuidar de sí misma significaba encontrar otro trabajo.
Rápido.
—Así son las cosas. —Apretó los dientes con rabia—. A partir de ahora voy a pensar solo en mí.
Continuara.Bienvenidas a todas espero les guste la novela!