Capítulo 19 (continuacion III)
2da temporada
Oculto detrás de una gran piedra, un par de ojos ardían cruelmente. Cesare maldijo. Transpiraba como un cerdo, con el cuerpo en llamas. No se había esperado que la nieta del duque inglés resultara ser una belleza con los cabellos color oscuros y largas piernas de color crema. El verla con Stefano le crispaba los nervios. Ese bastardo pagaría por aquello, con dolor, sangre y humillación. Chillaría como un cerdo asándose ensartado en una espita, rogando por una muerte rápida. —Han pasado dos horas —dijo Roberto con tono monótono y con los ojos pequeños y brillantes como saliéndose de las cuencas—. ¿Cuánto tiempo piensa seguir? Ni los griegos otorgaron medallas olímpicas por follar.
—¡Cállate,stronzo! Me estás babeando las botas —
Plegando el telescopio, Cesare apartó al pesado de un empujón y se quitó parte del cuello de encaje para secarse la frente transpirada. No lograba recordar la última vez que había sentido tal arrebato de lujuria. Lo había dejado temblando, con los pantalones dolorosamente ceñidos. Pronto lo haría con aquella castaña caramellina. Pronto. Se lo haría tan a conciencia que ella olvidaría que alguna vez había existido Stefano. Roberto se levantó del suelo, sacudiéndose la arena de sus harapos.
—¿Y ahora qué?
Cesare sonrió burlonamente.
—Ahora provocaremos a las bêtes noires, las despreciables bestias.
—Deberíamos ir regresando —Suspiró Joe—. Además del hecho de que me comería un caballo, Sallah y Nasrin se estarán preguntando si ya he acabado contigo.
______ ya se estaba poniendo los pantalones de montar.
—Podría beberme un cubo entero de zumo frío.
—Escucha —Le quitó la arena de la mejilla, sonriendo de manera conspiradora —, almorzaremos con nuestros amigos que se marchan, los despediremos y luego nos echaremos una larga siesta en mi alcoba. —Siempre y cuando incluya un baño —Ella terminó de vestirse y estaba lista para regresar a la casa cuando apareció Dolce al trote por el túnel, con un pañuelo del cocinero atada al cuello con manchas. Joe rió ahogadamente.
—Creo que nos están llamando a almorzar. Mustafá tiene un humor extravagante —Le dio una palmada al felino en la cabeza
—.Vai , ve con Antonio. Dile que conserve la comida caliente.
Dolce le lamió la mano y obedientemente corrió por el túnel.
______ rió.
—Es inteligente, ¿verdad?
—Dolce es muy inteligente —coincidió Joe con orgullo—. También posesiva, malcriada y más exquisita en sus gustos que una princesa romana.
—¿Dónde la encontraste? Debes admitir que no es una mascota común.
—Ella me encontró a mí. Era muy pequeñita, estaba hambrienta y deshidratada.
Creo que su madre murió y ella se perdió. El Sahara es el habitat natural de los leopardos, aunque el agua y la comida escasean. Yo la adopté y cuando recuperó sus fuerzas, cabalgué con ella hasta el Rif. Me siguió a casa. Pensé en conseguirle un macho, pero mantener dos felinos salvajes en cautiverio me pareció demasiado cruel. Con suerte, algún día olerá algún macho saludable y lo seguirá hasta el desierto.
_____ le lanzó a Joe una sonrisa sardónica. —¿No ves que Dolce cree que ya encontró a su macho? Y mirándote —amplió la sonrisa—, no puedo culparla.
Joe le rodeó con un brazo la cintura.
—¿Crees que parezco un enorme gato con manchas?
—En realidad me recuerdas a un leopardo negro con ojos cafés. Una bestia muy peligrosa.
Él le dio un fuerte pellizco en la cintura.
—Allora, esta peligrosa bestia ya ha reclamado el derecho de una ninfa castaña, así que Dolce tendrá que encontrarse a alguien más con quien entrelazar la cola. La risa compartida fue interrumpida por una tos significativa. Giraron en redondo y se quedaron helados. Corsarios argelinos y soldados franceses venían marchando en fila por otro sendero del acantilado, apuntándoles directamente con carabinas francesas. Uno de ellos, que ______ reconoció, era Hani, pero el líder —un noble europeo, a juzgar por su aspecto y su ropa— se adelantó un paso y ella abrió los ojos con incredulidad. Miró fijamente a Joe, a quien se le veía asombrado, y luego miró al desconocido. Salvo por detalles menores tales como la cicatriz de Joe y el largo de la melena, parecíanexacta mente iguales, como dos gotas de agua, idénticos como mellizos. Aunque había una clara excepción: los vividos ojos color zafiro del desconocido eran fríos. Sonrió rapazmente.