les pondre dos por el abandonito
Capítulo 12
El camino de regreso fue en silencio. Echándole una mirada furtiva a la silueta oscura que caminaba a su lado, cogiéndola de la mano, ______ preguntó:
—¿Qué es un emir?
Joe se quedó helado. Ella se detuvo de un tropezón frente a él. Los ojos de él brillaron intensamente por encima de la tela negra que le envolvía el rostro.
—Un emir es un príncipe —dijo, con una voz que sonó fría y cautelosa.
Ella estaba tan absorta por la intensidad que él irradiaba que no se percató de los jinetes vestidos de negro hasta que él la apartó de un tirón y quedaron los dos de espaldas contra la pared. Un grito de terror le brotó de la garganta, pero él le tapó la boca con la mano. Ella miraba desesperada a los jinetes que bloqueaban el paso del callejón. Ellos gobernaban la noche, confundiéndose hábilmente entre las sombras. Un pequeño saco de cáñamo fue arrojado hacia donde ellos se encontraban. Joe lo cogió y vació el contenido en la palma de la mano: terrones, un mensaje secreto.
—No digas ni una palabra —le susurró mientras se acercaban a un caballo que los jinetes les ofrecían—. Haz exactamente lo que te diga. Y bajo ninguna circunstancia te quites el velo, capisce?
______ chocó la cabeza contra la mandíbula de él, asintiendo rápidamente. El montó de un salto y la levantó sobre su regazo. Se marcharon.
El oscuro laberinto de callejuelas dejó hecho añicos todo sueño romántico que ella tenía de la kasba de Argel. Las paredes apiñadas los encerraron. Ella tenía la extraña sensación de que en cada grieta y ventana había ojos observándolos. El terror le subió por la espalda. Al parecer percibiendo su intranquilidad, Joe la envolvió con los brazos, instándola a que se protegiera con su cuerpo. Galopó hasta que llegaron a unos portones altos con forma de arcos que se abrieron y entraron al trote hacia el patio. Los jinetes desmontaron y también lo hizo Eros. La bajó de la montura, pero antes de soltarla le dijo al oído:
—Recuerda lo que te dije. No hables. No te expongas. No mires a nadie directo a los ojos. Mantén la vista fija en el suelo —Le aferró la mano y se encaminó derecho hacia el imponente portal con dibujos arabescos—. ¡Taofik! —Rugió al tiempo que irrumpían, ignorando a los sorprendidos centinelas que estaban en las columnas de la entrada. Se quitó la tela negra de la cabeza de un tirón y se detuvo a registrar el vestíbulo. El oro cubría las paredes hasta la altura de los techos abovedados; el suelo estaba cubierto de unas bruñidas baldosas de color marrón claro. Nadie vino a recibirlos. El comenzó a avanzar de nuevo, caminando a pasos grandes y enérgicos, como si fuera dueño de aquel palacio secreto, o al menos como si hubiera vivido allí. Llegaron a una lujosa sala, amueblada con unos divanes de cuero y objetos brillantes. Joe se detuvo abruptamente. Dobló el brazo hacia atrás para mantenerla detrás de él—. ¡Taofik! —expresó con un gruñido—. Inta fin, ya calb? ¿Dónde diablos te has metido, canalla?
Una puerta se abrió y un hombre deambulaba en el interior. Piel morena, cabellos oscuros, ojos negros; llevaba puesta una túnica negra con bordados dorados, irradiaba autoridad en medio de toda aquella cueva de botines. ______ no dudó de que se trataba de un corrupto corsario: la sed de sangre se veía reflejada en cada rasgo de su aspecto. En la cadera, llevaba una shabariya con rubíes incrustados, corta y curvada: su daga argelina. Una sonrisa lenta se extendió en aquel rostro color oliva.
—Marhaba. Bienvenido, El-Amar. Entra.
Joe permaneció rígido.
—Hablo francés para no avergonzarte frente a tus hombres. Sugiero que hagas lo mismo —Arrojó la bolsa de tierra a las manos de Taofik—. ¿Por qué estoy aquí?
—Estás muy molesto, El-Amar. ¿Es tan inconcebible que busque a mi hermano? ¿A mi hermano, al que no he visto durante tantos años, hasta que me entero de que está en la kasba?
—Tengo una clara intención de matarte por haber enviado a Ornar a recogerme de las calles. Cooperé por respeto a ti: respeto que claramente tú no me tienes a mí.
—No fue mi intención faltarte el respeto, hermano. Te pido disculpas por el modo en que te traje aquí. Sólo me intereso por tu bien. Tengo inquietantes noticias. Creo que compartirás mi preocupación.
Joe se adelantó un paso.
—¿Cómo supiste que me encontraba aquí?
—Las paredes oyen en la kasba, y la casa de Sanah está vigilada día y noche. ¿Sabías que la vieja bruja le aconseja al dey? Por estos días él no da ni un paso sin su consejo. Deberías agradecerle a Alá por que te encontrara yo y no la patrulla del dey Abdi.
—Sanah siempre ha sido consejera del dey —disparó Joe con poca paciencia—. Dime lo que sabes y diremos salamat.
—¿Por qué tienes tanta prisa por marcharte? Sentémonos y hablémoslo con más calma. ¡Omar! —Dio dos palmadas llamando al hombre que hasta ese momento había sido invisible. Invitó a Joe a tomar asiento en un diván como de bronce—. Apuesto a que el coñac sigue siendo tu veneno, ¿verdad, italiano?
—Los malos hábitos son duros de matar —Joe descendió las escaleras de la entrada y se hundió en el diván.
Al dejarla parada como una persona tímida entre las sombras de las columnas de la entrada, ______ se dio cuenta de que tratándola como una esclava la estaba protegiendo. Poniendo en práctica la advertencia que él le había hecho antes, se quedó ahí clavada, ocultando la mirada, aunque sin mirar del todo al suelo.
Ornar regresó con una bandeja y la depositó sobre una bruñida mesa que había entre ambos. Taofik se inclinó hacia delante para servir las bebidas.
—Tienes buen aspecto —dijo—. El éxito te sienta bien.
—No tanto como a ti —sonrió Joe de manera burlona al tiempo que dejaba a un lado la tela que le cubría la cabeza.
—¿Sabes?, me mortifica verte ahora luchando en favor de los otros. ¿Enemigos nosotros?
Joseph endureció la boca.
—Lucho del lado que siempre lo he hecho: del mío.
Taofik lanzó una carcajada.
—Al menos no has cambiado. ¿Cuánto tiempo ha pasado: cinco, seis años?
—Ocho.
—Ah, sí, había olvidado lo ansioso que estabas por abandonarme, El-Amar, y seguir por tu cuenta.
—No era tu compañía la que me resultaba desagradable, Taofik. Sino los que te rodean y los métodos que utilizas. Hiere mi... delicada sensibilidad italiana.
—¡Delicada sensibilidad! —Taofik estalló en una carcajada—. Me has ganado, rais. Tu nombre es más temido de lo que el mío lo fue jamás.
Una sonrisa sincera se dibujó finalmente en los labios de Joe.
—Francamente espero que no.
—No seas modesto. Tus métodos son más delicados que los míos, pero tus metas son más altas.
—Te equivocas —dijo Joe—. Yo no tengo sed de poder. Se lo dejo a los que lo disfrutan mucho.
—No juegues conmigo, El-Amar, y no te engañes. Tu flota es casi tan grande como la del sultán. Todos los días soy convocado por el dey Abdi para discutir sobre ese tema.
—Con tanta faena, con el sultán tratándoos de "rebeldes e infieles en contra de la Sagrada Doctrina del Islam" porque ignoráis su acuerdo de cese de ataque a los franceses, con tus enormes pérdidas en alta mar por estar plagado de flotas combatiendo la guerra, y con el sultán marroquí que cada día se vuelve más poderoso, es increíble que aún encontréis tiempo de preocuparos por mí.
—Tenemos tiempo para todos —Taofik sonrió, frotando el enorme rubí que tenía el anillo de su dedo meñique—. Los jenízaros del sultán nos están sacando hasta el último céntimo. También ellos nos preocupan.
Joe bebió el coñac.
—No estoy interesado en la suerte de tus víctimas. Ya lo sabes.
—Pero no podemos permitirnos tenerte allí bloqueando cada ataque contra la Alianza. Aún estamos en guerra con los austriacos, como recordarás —Taofik bajó la voz—. Tus estrategias son ingeniosas, El-Amar, pero no puedes levantar un muro que rodee una península segura y privarnos de las ciudades que nos han provisto del mejor saqueo por más de dos siglos.
—¡Entonces deja de invadirlas! —dijo Joseph con voz áspera—. ¿Crees que te permitiría saquear Génova?
A ______ la sobresaltó su ferocidad, pero Taofik no parecía sorprendido.
—No puedes defender todas las ciudades italianas todo el tiempo, El-Amar. No eres su guardián. Piensa en los hermanos Harbarossa. Ellos no se conforman con el saqueo. Comenzaron como nosotros, luego ocuparon Argel y se convirtieron en sus gobernantes. Fueron en busca del verdadero poder: el que se obtiene gobernando países —Entornó los ojos—. Pudimos haber sido los más poderosos, los corsarios más famosos de todos los tiempos, tú y yo. Aún podemos serlo. Joe sonrió de modo tajante:
—¿Sigues con intención de usurparle el trono al dey Abdi? ¿Es ese el motivo por el que de pronto estamos hablando de los hermanos Barbarossa y del tamaño de mi flota?
—¿Por qué no regresas? Será como en los viejos tiempos, pero mejor. Seremos socios con todos los derechos.
—Argel es una parte de mi vida que ya acabó —manifestó Joe—. Tengo la mirada puesta en el futuro.
—No —Los ojos de Taofik parecían carbones encendidos—. Estás regresando al pasado. Siempre supe que algún día lo harías. Todo ese odio te mantuvo vivo cuando los demás hombres fuertes se daban por vencidos... Tenías el diablo pisándote los talones. Nadie soportaría el dolor como tú lo has soportado sin un motivo.
El rostro de Joe permanecía rígido como una máscara de bronce.
—Esta nueva generación no tiene tu ingenio. No tienen tu temple. Son malos, blandos. Pretenden la vida fácil, pero son demasiado holgazanes para pagar el precio.
Joe bebió el trago rápidamente y apoyó la copa.
—¿Para qué me habéis traído aquí?
—Transportas objetos valiosos a bordo del Alastor. ¿Algo de la propiedad de un duque inglés? Antes evitabas la mercancía de alta calidad. También te preocupabas por ser discreto. ¿Qué es lo que ha cambiado?
______ contuvo la respiración esperando la respuesta de Eros.
—Al grano, Taofik —lo interrumpió con aspereza.
—Un italiano de la nobleza te está buscando en la kasba. Desea comprar tus... objetos, por un precio atractivo. También anda en el mercado interesado en comprar información relacionada contigo, hermano, y como bien sabes, esa información vale tu peso en oro.
—Entonces, tal vez tenga que comer más. Buenas noches, Taofik.
Una par de manos fuertes cogieron con fuerza a ______ por detrás y una voz áspera y burlona exclamó por encima de su hombro:
—¡El-Amar! Escuché que ocultabas algo en algún lugar de la kasba.
Joe se quedó rígido.
—¡Déjala ir, Hani! ¡Ahora! —expresó con un gruñido, con un tono que no dejaba lugar a la negociación. Como tampoco la pistola que de repente sostenía en la mano.
Hani rompió a reír.
—¿Qué harás, dispararnos? No podrás ni arrojarme una piedra mientras tenga a esta preciosidad entre mis brazos —La preciosidad se retorcía como una fiera, pero Hani era fuerte como un buey—. Ya alejaste una vez a Jasmine de mi lado. Esta vez, se queda conmigo.
—Suéltala, Hani. Ella no es Jasmine —lo interrumpió Joseph de manera amenazadora.
—¿Es eso cierto? ¿Desde cuándo entras a hurtadillas en la kasba con una mujer, nada menos que para ver a Sanah? Todo el mundo sabe que no llevas a tus prostitutas contigo en tus cruzadas.
Taofik le lanzó un grito de advertencia, pero Hani meneó la cabeza.
—No, tío. No dejaré que me engañes como la última vez. Jasmine accedió a quedarse conmigo, pero tú y ese canalla italiano conspirasteis a nuestras espaldas y me la arrebataron.
—¡Le mostrarás a El-Amar el debido respeto y libéralas a Jasmine de inmediato! —le gritó Taofik.
—¿Qué respeto? —gruñó Hani—. Yo llevo tu sangre, el no es nadie, es un extraño.
—El-Amar no es ningún extraño aquí. Tú sabes que para mí es como un hermano.
—¿Un hermano?—Hani escupió el reluciente suelo—. ¿Qué hermano? Yo soy tu sobrino, de tu propia sangre. ¿Y él qué es? Un despreciable desleal, un ex esclavo que cogiste de los baños públicos.
—¡No quedará de ti más que un montón de carne y sangre si no la liberas de inmediato! —Joe se adelantó amenazante—. No es a Jasmine a quien tienes... ¡sino a mi mujer!
______ dejó de forcejear con Hani y miró a Joe de manera aturdida. Tenía el rostro contraído de furia; con un destello criminal en los ojos. La serena templanza característica en su personalidad se disolvió ante los ojos de ella. Mi mujer.
Hani dio la vuelta a ______ y le quitó el velo que le cubría la boca.
—Hola, preciosa.
Ella alzó la vista. Supo que había sido un error en el momento en que vio sus ojos. Maldiciendo, él le descubrió la cabeza. Los cabellos brillantes como hilos de oro le cayeron hasta la cintura en todo su esplendor. Con los ojos color aguamarina llenos del terror, ella miró fijamente a Hani, y luego a Taofik. Un salvajismo carnal ardió en los ojos de ambos. Joe se abalanzó, vociferando:
—Bastardo! —Una mano lo detuvo.
—No, hermano —le advirtió Taofik—. Hani es mi sangre. No puedo permitirte que lo mates por una mujer.
Hani le sujetó con fuerza el mentón.
—¿Qué es lo que tenemos aquí? Un tesoro de oro, suave e incalculable.
Taofik lanzó una risotada.
—Supongo que éste es tu famoso cargamento, El-Amar. No me digas que te has vuelto blando y has venido a ver a Sanah para que te adivine la suerte...
—Suéltala, Hani —ordenó Joe—. Ella no es Jasmine. Mi hermana está felizmente casada y viviendo en Jamaica. Llegas demasiado tarde. Ella ya te ha olvidado por completo.
—¿Casada? —Aferró a ______ con más fuerza, haciéndola quejarse de dolor. Refunfuñando la apartó de un empujón, sacó la daga y se abalanzó enérgicamente hacia Joe, apuntándole al pecho.
—¡No! —gritó ______, incapaz de concebir la catástrofe que estaba a punto de ocurrir.
Un destello plateado cortó el aire y se detuvo en el pecho de Joe. Él quedó inmóvil. Quedándose exactamente donde estaba, con las palmas de las manos aferradas, la empuñadura de la daga enjoyada sobresaliendo entre sus dedos, él sonreía con aire vengativo.
—¿Eso es todo lo que sabes hacer? —Lanzó el cuchillo al aire y cogió la empuñadura con joyas incrustadas—. Vamos, idiota. Muéstrame de qué estás hecho.
Hani se abalanzó bruscamente, con un segundo cuchillo en la mano. Taofik se echó a un lado. Cualquier interferencia de su parte ofendería a uno de los hombres y convertiría al otro en su enemigo mortal. Joe y Hani comenzaron a caminar en círculos, cambiando las armas de una mano a la otra, abalanzándose uno sobre otro con amagos.
—¡Eres hombre muerto! —gruñó Hani—. Qué pena por Jasmine, pero qué suerte para mi nueva amante rubia —Lo embistió y Joseph lo bloqueó apartándolo de un golpe en el antebrazo.
—Te estás volviendo lento, niño mimado —sonrió de manera burlona, moviéndose con agilidad, con la capa negra que se hinchaba a la altura de los talones—. Has pasado demasiado tiempo acunado entre cojines de seda.
—¡Te mostraré quién ha estado acunado entre cojines de seda! —Hani volvió a atacar pero el cuchillo traspasó la capa de Joe y se retorció impotente entre los amplios pliegues. Con un movimiento rápido, Joseph se arrancó la capa por los hombros y se la arrojó encima a Hani, atrapándolo como un pez en una red al tiempo que él se movía ágilmente. Furioso, Hani luchó por liberarse. Reapareció despeinado y agitado.
—¡Italiano asqueroso! ¡Juro que esta noche te mataré!—despotricó.
Volvieron a trabarse en la danza mortal, blandiendo los furtivos cuchillos con tanta destreza que ______ apenas detectó el brillo asesino en sus miradas. Joe era más alto y más robusto, pero la furia de Hani compensaba su destreza, convirtiéndolo en un letal oponente. Continuó con sus provocaciones, atacando una y otra vez. Joe le bloqueó los ataques y le cortó un brazo. Un grito de dolor brotó de los labios de Hani.
—Qué lástima de camisa. Era tan bonita —Joe sonrió al ver la mancha roja que se expandía en la manga de satén color marfil mientras Hani se aferraba el brazo con la mano ensangrentada.
—Pagarás por esto, El-Amar—Hani se retorció—, con cada gemido de tu prostituta blanca cuando esta noche la tenga debajo de mí —Rió cruelmente, al tiempo que se soltó el brazo y volvió a tomar posiciones.
—Yo no haría planes para más tarde —sonrió Joe de manera burlona. Pasó el cuchillo a la mano izquierda—. Basta de bromas. Terminemos con esto —Se abalanzó sobre Hani con el cuchillo y lo cogió fuertemente del brazo herido con la mano derecha, arrojándolo violentamente contra la pared. Hani chocó ruidosamente, con la mano que tenía el cuchillo torcida en la espalda. Joe se la dobló hacia arriba con tanta fuerza que le hizo crujir los huesos. Hani gruñó. El cuchillo cayó de la mano y él se desplomó contra la pared anunciando su derrota.
Joe puso el cuchillo en el cuello de Hani:
—Taofik, déjame terminar con él. Un día me lo agradecerás.
—Aprecio tu templanza, El-Amar. Ahora me encargaré yo —Taofik se adelantó y apartó a Hani. El dorso de su mano restalló contra la mejilla de Hani, dejándole un cruel corte rojo hecho con el anillo de rubí—. ¡Tu vergonzosa conducta es imperdonable! —profirió con desdén, provocando que Hani se pusiera muy colorado—. ¡Lárgate, idiota! —Le señaló la puerta—. ¡Fuera!
______ corrió hacia Joe con el corazón dando saltos de alegría. Lo examinó de arriba abajo y comprobó que seguía en su formidable buen estado. Sin poder resistir el impulso, lo asió del cuello y le estampó un ruidoso beso en la mejilla.
—¡Estuviste absolutamente maravilloso! Estoy muy orgullosa de ti.
Él esbozó un gesto principesco.
—Me siento inhibido por vuestros elogios, principessa. Ahora debemos marcharnos —Le apartó la cabellera y se la enrolló en la nuca, complacido de tener la libertad para hacerlo. La capucha de ella estaba rasgada, por lo que le envolvió la cabeza con la tela que llevaba él, dejándole una hendija delgada para los ojos.
Hani fue hasta la puerta tambaleándose y aferrándose el brazo. Al llegar al último escalón de arriba, se volvió y señaló a Joe con un dedo ensangrentado.
—Como solías decir: el mundo es como una rueda. Tu día llegará. En el nombre de Alá, ¡juro que pagarás por esto! —Y se marchó.
—Me disculpo de nuevo, hermano —dijo Taofik—. Espero que perdones y olvides.
Joe levantó una ceja:
—¿Lo harás tú?
Taofik sonrió.
—Me alegra que no te hayas rebajado. De haberlo hecho, yo hubiera tenido que vengar su muerte porque es de mi sangre, y hubiera detestado hacerlo.
Joe se echó la capa sobre los hombros.
—Nos marchamos —le informó a ______.
—Supongo que no tiene sentido tratar de ofrecer un precio por esta dulzura rubia —Los ojos de Taofik, negros como el carbón, recorrieron la silueta oculta de ella. Se posaron en Joe, preguntando—: ¿O es que lo hay?
Ella se estremeció esperando la rotunda negativa de Joseph. El sonrió abiertamente, evaluando la mirada centelleante de ella.
—La oferta vale la pena, sin duda. Pero no esta noche.
Taofik los escoltó hasta los riyad
—Ornar os escoltará hasta el otro lado del muro —dijo al tiempo que Joe montaba un caballo árabe castaño rojizo—. Hay que proteger de los ladrones a tu rubia propiedad.
Sentado con ______ sobre sus rodillas, Joe dijo:
—Me compadezco del ladrón que se robe este pequeño equipaje.
Taofik lanzó una carcajada.
—Entonces no hay duda de que por ahora tienes las manos muy ocupadas como para fastidiarnos a nosotros, pero no olvides de lo que hablamos. Tú coleccionas tantos enemigos como trofeos. Ten cuidado, El-Amar. No cometas el error de subestimarlos —A ______ aquella advertencia le sonó a amenaza.
—Lo tendré presente. Salamat, Taofik —Joe le clavó los talones al caballo e irrumpió en la noche.
—¿Debo suponer que aún sigues disfrutando de la aventura de esta noche? —La voz profunda de Joe rompió la quietud de la noche.
______ no quería hablar. La luz de la luna se estancaba en el estrecho callejón de tierra. Iban a trote lento con Omar siguiéndoles de cerca. Acurrucada entre sus brazos, con la mejilla apoyada sobre su pecho, ella se sentía demasiado a gusto como para discutir con él. Joe pareció entender. La abrazó más fuerte y apoyó el mentón en la cabeza de ella, dejando que la noche intensificara cada sensación. Cerrando los ojos, ella encontró refugio en la oscuridad para abandonar sus defensas en favor de aquella mágica intimidad que los envolvía. Disfrutaba del fluido movimiento del caballo árabe, de la salada brisa oriental, de los sonidos de la noche, pero por encima de todas las cosas, de la sensación de él abrazándola como un hombre abraza a su mujer. Su mujer.
—Wakkefu wa istaslamu! ¡Alto y rendíos! —gritó una voz al pie del callejón.
Ella abrió los ojos de golpe. Joe sujetó las riendas, provocando que el caballo ladeara la cabeza y se encabritara. Filas de jinetes bloquearon el pie del callejón en pendiente, vestidos con capas negras con una franja roja en la costura. Era una emboscada.
—La guardia del dey —murmuró él apretando los dientes.
—¿Hani? —preguntó ella con tono de preocupación.
—Tal vez.
El jefe de la banda sacó una espada larga, curva, de un solo filo. Reflejaba los rayos de la luna de manera escalofriante.
—Estamos muertos —susurró ______ mientras uno a uno los jinetes iban sacando brillantes cimitarras que parecían afiladas por el mismísimo Vulcano.
—Aún no. Sujétate fuerte —Joe le hizo una señal a Omar, luego emitiendo un grito gutural, hundió los talones en el caballo y arremetió a la carga a toda velocidad.
—¡Muerte a los infieles! ¡Muerte en nombre de Alá! —vociferó el líder al tiempo que se abalanzó precipitadamente, con los soldados que lo seguían detrás blandiendo las cimitarras.
Joseph sacó la pistola y le disparó al líder. Ornar derribó al segundo en el mando. Los jinetes rompieron filas, dando gritos y agitando las espadas. La pendiente del callejón les ofreció a Joe y a Omar la ventaja de adquirir velocidad al cabalgar en su intento por ganar terreno en la carrera contra todo obstáculo.
El enfrentamiento fue brutal, espadas volando y dando cuchilladas. El filo brillante de un cuchillo casi le arranca la cabeza a ______, pero Joe utilizó su ímpetu para arrebatarle la espada de la mano al hombre y empuñarla sobre el siguiente atacante. La sangre salpicaba caliente y pegajosa. ______ se encogía de miedo contra Joe, abrazada a su cintura, tratando de no dificultarle los movimientos. Sentía su respiración agitada; un sudor caliente le brotó de la piel. Los cuerpos caían hacia ambos lados, pisoteados bajo los cascos de metal. De algún modo lograron abrirse paso entre la terrible confrontación mientras Omar se quedó para entretener a los atacantes. Joe avanzó a gran velocidad, tomando atajos, desafiando al diablo, hasta llegar a un callejón aislado. Desmontó el corcel árabe de un salto y la bajó a ella al tiempo que le preguntó.
—¿Sabes nadar?
—Sí.
—Bien. Quítate el chilaba y las botas —Él se arrancó la capa por los hombros, se sacó la camisa por la cabeza y se sentó en el suelo para quitarse las botas. ______ hizo lo mismo, quitándose la capa y las botas con rapidez.
—Vamos —La cogió de la mano y empezó a correr. En la distancia, el ruido de los cascos se volvía más fuerte. Él entró en una grieta muy oscura, un túnel. El suelo estaba resbaladizo bajo los pies de ella. El agua goteaba haciendo eco de manera ahuecada en las paredes mohosas y caían en un pozo lejano.
—¿Dónde estamos? —resonó la voz de ella mientras se daba prisa para seguir el ritmo de él.
—Es el khettara, el canal de irrigación de la ciudad. Desemboca directamente en el mar.
—¿Estamos en la alcantarilla? —chilló ella, mientras las paredes hacían eco de su horror.
Él rió entre dientes.
—No, principessa. Son las reservas de agua de la ciudad.
De repente, el suelo se hundió bajo sus pies. Cayeron en las oscuras entrañas de la roca, más y más profundo. La caída terminó velozmente en un gran chapoteo, cuando se zambulleron en el pozo. El agua estaba helada. ______ se hundió como una piedra, se le congeló la sangre hasta que sus pies tocaron fondo. Ella se impulsó con las piernas y subió vertiginosamente en busca de aire. Apareció resoplando y temblando de frío.
—Princesa —La voz grave de Joe llenó el cavernoso estanque—. ¿Estás bien?
—Sí —jadeó ella, secándose el agua y apartándose los cabellos mojados de la cara—. ¿Dónde estás?
—Aquí mismo —Le envolvió la cintura con un brazo y la atrajo hacia sí. Él siguió nadando hasta pararse sobre una piedra—. Aún no estamos muertos —le susurró en la frente con voz sensual.
Un rayo plateado de luz de luna se filtró a través de una grieta de la roca. Poco a poco ella fue distinguiendo la sonrisa burlona de él en la oscuridad. La abrazó:
—Estás temblando —murmuró al tiempo que le frotaba la espalda para estimular la circulación de la sangre. Suspirando profundamente, ella lo abrazó por la cintura y sintió el calor del cuerpo masculino penetrando sus extremidades. Hacía unas horas él se había comportado como el perverso Víbora; en ese momento, era su príncipe azul. Ella se preguntaba cuánto duraría aquello, la intimidad que las circunstancias de aquella noche había generado entre ellos. Joe era bueno en ese tipo de cosas: la hacía confiar en él y luego cambiaba de actitud.
La mimó un rato, acariciándole la espalda y abrazándola. Le buscó la mejilla con los labios. Llegó a la boca murmurándole:
—Me debo algo a mí mismo.
—Consideraste la idea de venderme a ese argelino.
Una profunda carcajada brotó de la garganta de él.
—Ni en un millón de años. Sabes que he venido hasta aquí para cumplir tu deseo. ¿Pensaste que te iba a dejar? Tú no estás en venta, amore. Tú eres mía. Sólo mía —El primer contacto de sus labios fue sublime; el beso era una rara mezcla de ternura y deseo. Ella se abrazó al cuello terso y lo bajó para atraerlo más hacia sí. Él la acariciaba con la lengua que ardía en la suya. El sabor era embriagador. A ella se le derretían las piernas. No quería soltarlo más.
Qué pena que aún no estuvieran a salvo. Aún tenían que tomar el bote de remos para regresar al Alastor. Joe percibió que ella retrocedía.
—Debemos seguir, mia bella. Te quiero lo más lejos posible de este sitio. Terminaremos con esto más tarde —le juró con voz ronca—. Te lo prometo.