—Señora, no tengo intenciones de casarme. Ni ahora. Ni nunca —murmuró Joe con los dientes apretados.
Sentada en su silla como una reina, Abigail Lovato levantó su formidable barbilla y echó un breve vistazo hacia la puerta de la sala cerrada antes de hablar.
—No veo cómo pueda usted evitarlo, milord.
Joe apretó los brazos de la silla.
—Podría evitarlo muy fácilmente si usted se retractara de este ilegal e inmoral chantaje.
—¿Retractarme? ¿Con qué motivo? ¿Cuándo han condenado las leyes o la moralidad alguna vez a una madre dedicada a mejorar la vida de su hija? —Abigail bebió a sorbos de su taza de té—. Si el hijo de una madre pasa hambre, ella robará y mentirá para alimentar a ese niño.
Joe fijó su mirada sobre la corpulenta mujer.
—Ni usted, ni su hija, pasan hambre, Señora.
—Bueno, ¿eso es relativo no es así, milord? —Abigail Lovato devolvió su taza a la mesa—. Además, yo simplemente aprovecho la oportunidad —se encogió de hombros—. Cuando la oportunidad toca…
—El diablo a menudo se disfraza de oportunidad, Señora. ¿No siente usted el calor de su aliento sobre su cuello, incluso ahora?
Ni una tenue luz de incertidumbre se vislumbró en los fríos ojos grises de la matrona.
—¿Por qué no le hace esa pregunta a su madre? Ella se acostó con él hace muchos años.
Ese era un dardo bien apuntado, pero Joe era inmune. Extrajo la cartera del bolsillo de su pecho.
—Si ella es su vieja prostituta, entonces usted es la nueva.
—¿¡Perdón!?
Él arrojó la letra bancaria sobre la mesa frente a ella.
Sus ojos se ensancharon y su mano alcanzó a moverse hacia delante antes de retirarla de golpe. Lo miró airadamente.
—¿Qué es esto?
—El pago. Ahora déme la carta.
Abigail Lovato se inclinó hacia atrás en su silla, para alejarse lo más posible de la letra de 25,000 libras que la miraba desde la mesa. Ella levantó las cejas con altanería.
—Temo que la nueva prostituta del diablo sea más cara, milord.
La furia lo atravesó.
—¿Cuánto? —indicó él.
Ella sonrió.
—Su condado, desde luego. El dinero puede ser malgastado, milord. Un título es para siempre. Y mi Demetria merece un título.
Joe apenas podía mantenerse en calma.
—¿Y qué hay de mi hermano? ¿No se merece él su vida? ¿No se merece casarse con la dama que ame? Expone su concepción, y él lo perderá todo.
Abigail se encogió de hombros.
—Usted tiene el poder de salvar a su hermano, milord. El título que quiero es suyo para darlo.
—Con suficiente dinero, usted puede comprar un título.
Abigail sacudió la cabeza.
—Eso toma demasiado tiempo y energía. Además, todos saben cuando uno lo hace. No tiene ningún honor.
Joe se rió severamente.
—Señora, a los chantajistas no se les permite usar la palabra honor —Él se levantó y se movió detrás de su silla para alejarse de ella—. Usted ha rescindido todos los derechos a la honra —sus manos asieron el respaldo de la silla hasta que sus nudillos se tornaron blancos—. No use esa palabra en mi presencia. Oírla de usted me ofende.
Abigail se inclinó adelante. Los rizos apretados a uno y otro lado de la cara apenas se movieron.
—Usted mantendrá su educada lengua callada, milord, o publicaré la sórdida cartita de su madre— dijo ella bruscamente.
—No, usted no lo hará —gruñó Joe—. Usted quiere mi título desesperadamente —se inclinó adelante—. Entiéndame bien, señora. Nunca ofrezco cortesía a gente descortés —se inclinó aún más cerca—. Por lo tanto no me amenace. —pronunció despectivamente, articulando cada palabra.
Abigail Lovato se encogió en su silla, y Joe vio un destello de incertidumbre en sus ojos. Él giró y cruzó de una zancada el cuarto sin otra palabra. Antes de que alcanzara la puerta de la sala, ella habló.
—He mandado un contrato de matrimonio a su abogado, milord, con la fecha de la boda el diez de junio.
Joe giró y sintió hervir su sangre.
—¿Un mes? ¿De qué está hablando, Señora? —él necesitaba tiempo. Tiempo para encontrarle una salida a esa situación—. Se asumirá que he jodido a su hija y le he dejado un bebé en el vientre.
—Lo que quiero decir, mi lord, es que quiero asegurarme el futuro de mi hija cuanto antes. No le doy ninguna posibilidad. Quiero ver un anuncio en el periódico esta semana.
Joe se sintió hervir con furia impotente.
—¡Váyase al diablo!
Sin hacer una pausa, dio un tirón para abrir la puerta y la cerró de golpe tras él. Casi atropelló a una criada, quien se apresuró a salir de su camino y se alejó rápidamente hacia la parte trasera de la casa. Frunciendo el ceño y furioso, le echó un vistazo. ¿Había estado ella escuchando?
Más tarde aquella noche, _________ cerró la puerta del dormitorio y giró la llave. Sola al fin sola con sus pensamientos sobre Joe. No había sido capaz de sacarlo de su mente en todo el día. Cualquier otro pensamiento o consideración, cualquier otro deber u obligación, era una interrupción irritante a sus reflexiones sobre él.
Por los proyectos de su tía, _________ sólo tenía dos días más en el Palacio de Cristal. Sólo dos días más y luego todo volvería al modo en que era antes... como debía ser. Ella tenía una vida.
Oh, podía ella insistir en volver allí una y otra vez, ¿pero con qué fin? Lo que Joe y ella tenían no era parte de la vida real. Lo que ellos tenían sólo podía existir en el mundo pequeño, de ensueño detrás de su biombo. Su breve relación había nacido allí y, en dos días, debía morir allí. Pero hasta entonces, ella quería deleitarse en su experiencia, recordar cada pedacito de ello, cada pedacito de él.
Abrigándose con sus brazos, cruzó hacia la ventana y la abrió. El aire de la noche la tocó con su aliento fresco, agradable. Se inclinó sobre el alféizar y miró fijamente a las estrellas. Esta noche parecían brillar más refulgentes de lo que estaban hacía tiempo. El jardín amurallado de la Tía Matty era oscuro, pero el olor del jazmín florecido flotaba desde abajo hasta llenar los sentidos de ________.
Cerró los ojos y se imaginó a Joe mientras le abotonaba su vestido, sus intensos ojos cafés de repente suaves y lánguidos, su boca llena sin sonreír y aún relajada. Una fresca calidez recorrió su columna. Él era tan increíblemente hermoso.
_________ se retiró de la ventana y caminó hasta su tocador. Tirando de los alfileres de su pelo, los puso en un montón ordenado mientras recordaba la textura de su pelo y como se sentía su nuca contra sus dedos. Recordó la fuerza sólida de sus amplios hombros y los músculos flexibles de sus brazos.
Su peinado se desenrolló, y ella suspiró mientras su pesado cabello caía por su espalda. Sacudiendo un poco su cabeza, recorrió con sus dedos los hilos gruesos y masajeó su cuero cabelludo. Captó una visión suya en el espejo, de pronto se preguntó como la veía él. Moviéndose para captar todo el reflejo, ladeó cabeza. Su pelo castaño y ondulado caía alrededor de su cara. Sus grandes ojos color avellana volvieron a parpadear. Sabía que era bonita. ¿Pero hermosa? ¿Se lo había dicho el primer día que se encontraron? Había estado tan nerviosa, que no podía recordarlo. Echó su pelo hacia atrás y comenzó a desabotonar su corpiño. No importaba. Él la había hecho sentir hermosa.
Después del quitarse el vestido, _________ desató sus enaguas y se sacudió las cinco capas de algodón, además de una rígida hecha con crin de caballo. Las dejó entre los brazos de una silla.
Mientras se desabotonaba la cubierta del corsé, recordó las manos grandes de Joe trabajando con cuidado sobre los diminutos botones. Recordó como, ávidamente, él se había lanzado sobre sus pezones. Separando la cubierta del corsé, bajó la mirada hacia ellos, asomando erectos ante el mero pensamiento de él. Se quitó la camisola y pasó las puntas de sus dedos sobre sus picos desnudos. Suspiró cuando se endurecieron y se alargaron más. Recordó como él los había pellizcado y mordisqueado, recordó la visión de su mejilla presionando su pecho. Esa visión se formó una y otra vez en su mente. Tenía que imprimir en su memoria cada detalle de él, para que cuando el tiempo la alejara aún más de estos días, ella pudiera recordarlo siempre.
Sacándose la camisola, _________ dejó caer la cubierta del corsé con las enaguas y, en nada más que pantaletas y corsé, se apresuró a su escritorio. Bajó la mirada a su bloc de dibujo. ¿Podría capturarlo sobre el papel? Ella había dibujado antes a sus hermanas, y hasta a su padre, pero era porque los conocía muy bien. ¿Cómo podría dibujar a un hombre que conocía íntimamente y aún así no del todo? Después de sentarse, abrió el bloc de dibujo y hojeó las páginas de representaciones florales antes de encontrar una hoja en blanco. Quizás solamente sus ojos. Aquellos hermosos, inteligentes ojos que parecían examinar su misma alma. Ojos en los que ella vislumbró necesidad y esperanza a través de la oscura sombra de cinismo que los velaba. Ella levantó el lápiz y comenzó a dibujar.
Dos días más en el Palacio de Cristal. Dos días más en los que experimentar dicha suficiente para que durara toda una vida. Dos días en los cuales guardaría suficientes recuerdos que la consolaran cuando el inevitable vacío retornara.
—Has vuelto.
Joe separó los ojos de su dibujo arquitectónico para mirar a su hermano.
—Era hora —comentó Nicholas, cruzando el estudio—. ¿Dónde has estado toda la tarde? Vine para oír sobre tu mujer misteriosa. Esperé casi dos horas, pero no apareciste.
Joe dejó el lápiz y se reclinó en la silla.
—Sí, Cranford me informó que merodeaste por aquí durante eones.
—¿Bien, dónde estabas?
Cómo deseaba decirle a Nick sobre la ladrona Abigail Lovato. Se encogió de hombros.
—Tenía un negocio del que ocuparme.
Nick medio se sentó en la esquina del escritorio.
—Bien, no me lo digas.
Joe sonrió.
—Pero insisto en saber si encontraste a tu bella damisela en el Palacio de Cristal.
La risa de Joe se ensanchó.
—Lo hice.
—Maldición, yo sabía que ella estaría allí —Nick se inclinó hacia delante—. Ahora no seas grosero y no me hagas sacártelo a la fuerza. ¿Qué pasó? ¿Quién es ella?
—La tengo de nuevo, y su nombre es _________.
Nick sonrió abiertamente.
—No puede ser.
—Lo es. Ella nació el domingo de pasión.
Nick sacudió la cabeza.
—Ah, Es demasiado bueno. Continúa. Continúa.
—¿Adivina cuál es su evangelio favorito?
—¿Tiene un evangelio favorito? ¿Cristo, estás con una mujer que nació en una festividad religiosa y tiene un evangelio favorito?
—Marcos. Su evangelio favorito es Marcos.
—Esto se hace demasiado teológico para mí. Ve a la parte de follar.
Joe se inclinó hacia delante y examinó el dibujo mientras recogía el lápiz de nuevo.
—Follamos —dijo con desdén.
—Buenos, ¿fue tan bueno como ayer?
—Mejor.
Nick arrebató el lápiz de la mano de Joe y lo dejó sobre el escritorio.
—¿Cómo demonios pudo ser mejor que ayer?
Joe recordó el alivio que lo atravesó cuando vio a _________.
—Fue mejor porque quise que ella estuviera allí y estaba. Fue mejor porque tuvimos más tiempo para estar juntos.
—¿En serio? —dijo Nick en un lento tono que sonaba a ¿de veras?.
Joe frunció el ceño, irritado.
—¿Qué?
Nick se encogió de hombros.
—Es sólo que no recuerdo que alguna vez quisieras pasar “más tiempo” con una mujer, incluso una con la que estuvieras durmiendo. ¿Follar y huir, recuerdas? Solías decir eso.
El ceño de Joe se hizo más profundo. No le gustaba la falta de control que había demostrado al separarse de _________. Debería haber estado saciado y listo para abandonarla. En cambio, su cuerpo había traicionado su verdadero deseo: quedarse y tenerla otra vez.
—Bien, esta mujer hace que quedarse valga la pena.
—¿Por qué? ¿Qué hace ella para que valga la pena quedarse?
—¿Cuándo te volviste un coñazo? —Joe se sentó y cruzó los brazos sobre el pecho—. ¿Sabes por qué fue mejor? Fue mejor porque ella me dejó llegar más profundo dentro de ella. Fue mejor porque ella tiene el sexo más caliente, más apretado, más dulce que alguna vez haya tenido. Fue mejor porque sé que yo podría haber empujado mi miembro entero dentro de ella, pero no lo hice porque voy a tenerla otra vez mañana, y en ese momento, planeo tener mi polla, de una vez por todas, dentro de una mujer.
—Ah —asintió Nick— un loable objetivo.
Joe esperaba ver sarcasmo en la expresión de su hermano, pero no lo encontró.
—¿Lloró otra vez? —preguntó Nick.
Joe sintió sus hombros relajarse y casi sonrió. Su hermano tenía inclinación por las lágrimas.
—Sí. Lloró de manera encantadora, lágrimas silenciosas.
—Mmm —Nick estaba absorto—. ¿Tiene una agradable boca ancha?
Ahora Joe se rió.
—¡Eres un sátiro! ¿Sabe Miley de tu pasión por las lágrimas y el fellatio?
Joe sonrió astutamente.
—No, pero lo sabrá.
Joe se inclinó hacia delante y recogió el lápiz otra vez.
—Es bueno que te guste tanto dar como recibir.
—Entonces, ¿la tiene? ¿Tiene ________ una boca para...
Joe le echó a su hermano una mirada de advertencia, pero bajo el escritorio su miembro vibró cuando la recordó lamiéndose los labios.
—No voy a discutir eso contigo —echó un vistazo al bulto en los pantalones de su hermano y sintió una chispa de cólera—. Y ahórrate tus malditas erecciones para Miley.
Nick se rió en silencio mientras se erguía y se acomodaba a sí mismo.
—Esto es para Miley. Pero una historia tentadora es una historia tentadora —sacó los guantes del bolsillo—. Dime, ¿por qué no vienes a lo de los Benchley conmigo? Voy a tocar esta noche.
Joe lo pensó. Nick tocaba el violonchelo magníficamente.
—¿Miley va a arruinar tu actuación con esos golpes que le da al piano?
Nick sonrió.
—Probablemente.
—Por hoy paso —Joe se inclinó sobre sus dibujos—. Tengo trabajo que hacer, de todos modos.
Nick que hacia el escritorio y observó sobre el hombro de Joe.
—¿Éstos son los planos para la biblioteca?
—Sí.
Le mostró a su hermano el dibujo de la cúpula encofrada que formaría un arco sobre la rotonda principal de la biblioteca. Un oculus de cristal que iluminaría el espacio con luz natural.
Nick asintió.
—Es magnífico, hermano —le sonrió a Joe y apretó su hombro—. Lord Fitzgerald estaría loco si diera el trabajo a alguien más. A pesar de su Palacio de Cristal, Mark Paxton no tiene posibilidades.
Joe miró a los ojos marrones de su hermano, ojos heredados de un jardinero. Le dolía que Nick fuera sólo su medio hermano. En última instancia, eso no cambiaba nada, pero le dolía. Nick era la única persona que le importaba en el mundo. Significaba mucho que fueran hermanos, que fueran cercanos no sólo de nombre, sino también por la sangre. Ahora eran menos cercanos. ¡Maldita fuera su madre!
La frente de Nick se arrugó socarronamente.
—¿Qué? ¿No crees que te mereces el trabajo?
Joe forzó una sonrisa burlona.
—Demonios, sí, creo que merezco el trabajo. Y lo mejor que él puede hacer es dármelo, de otro modo, lo apuñalaré en el corazón con mi compás.
Nick se rió y palmeó el hombro de Joe con la mano.
—Y lo harías —él se alejó del escritorio, pero entonces se volvió como si acabara de recordar algo—. Sabes, madre me dijo que pensaba que ibas a visitar a los Lovato hoy. ¿Lo hiciste?
Madre debería mantener su boca cerrada.
—Sí —dijo Joe de forma casual—. Me detuve ahí.
—¿Entonces conociste a esa Demetria Lovato?
Joe borró una mancha en el dibujo arquitectónico.
—No. No estaba en casa.
—¡Um!. Esta dama se ha vuelto bastante misteriosa. ¿Estás seguro que realmente existe?
—¡Ay!, Sí.
—¡¡Ajá!!
Joe levantó la mirada para encontrar a su hermano señalándolo con el índice.
—¿¡Ajá!, ¿Qué?
—Sabía que no estabas interesado en esa chica —continuó Nick—. ¿Qué pasa? Siempre has jurado que no te casarías. Aunque nunca te he creído totalmente, la idea de que podrías considerar a una muchacha sin título, a quien nunca has conocido, y por sugerencia de nuestra madre, no tiene ningún sentido para nada.
Joe pensó rápido.
—Pienso que a pesar de que no tengo ningún deseo de ser un marido, podría gustarme ser padre —había algo de verdad en eso. Era el único aspecto de su decisión de no casarse que le causaba algún pesar.
Nick lo miró confundido.
—Ni siquiera te gustan los niños.
—No en general. Pero estoy seguro que sentiría de manera diferente con uno mío. Entonces —siguió Joe rápidamente—, como no puedo tener un niño sin una esposa, y como no tengo ningún respeto hacia los podridos ideales de nuestra clase, simplemente doy a esta señorita Lovato alguna consideración.
Joe sacudió su borrador entre los dedos y maldijo a su madre por convertirlo en un mentiroso.
—En cuanto a nuestra madre, su asociación con los Lovato no tiene ningún peso sobre mi decisión, la cual, en este momento, está totalmente sin decidir.
Nick sacudió la cabeza.
—Eres horrible. Absolutamente horrible. Compadezco a esta pobre señorita Lovato si en realidad te dignas a cortejarla. Qué harás, ¿enviar tu oferta con un mensajero?
—Es un plan excelente —Joe sonrió cuando su hermano elevó los ojos hacia el cielo—. Pero es poco probable que las cosas tengan que llegar tan lejos. Ya estoy perdiendo interés en la idea —Joe sacudió el borrador. Encontraría el modo de conseguir esa maldita carta. Él no se iba a casar con nadie, menos aún con Demetria Lovato.
Nick se puso los guantes.
—Tengo que irme. ¿Seguro que no vendrás? A Miley le gustaría verte.
—Pero a mí no me gustaría oírla. ¿Cómo puedes tú, un músico superior, estar comprometido con una mujer que hace una carnicería de Beethoven siempre que se sienta al piano?
Nick sonrió abiertamente.
—Bien, ella realmente tiene una boca amplia y agradable...
Joe elevó una ceja.
—Adivino que es una razón tan buena para casarse como cualquier otra.
Nick sacudió la cabeza con una pequeña sonrisa.
—El amor es una cosa maravillosa, mi hermano duro de corazón. Deberías intentarlo algún día.
Un antiguo recuerdo apareció claramente la mente de Joe.
—¡No te amo! —le había gritado su madre a su padre—. ¡Nunca lo hice!
Joe frunció el ceño. ¿Cuántos años tenía él cuando había mirado desde la puerta abierta? ¿Siete? ¿Ocho? Y luego su madre lo había mirado. En realidad, ella tenía una mueca de disgusto cuando lo miró.
—Ni a ti tampoco, pequeño mocoso.
Él había más llorado más de una vez. Recordaba vagamente sentir su almohada, mojada bajo su mejilla. Hoy, sentía sólo repugnancia. ¡Amor! Amor, claro.
—Sólo porque no haya funcionado para Padre no significa que no funcione contigo —sugirió Nick.
—¡Suficiente! —Joe se resistió al impulso de pegar un golpe con su puño en el escritorio. Estaba siendo chantajeado por una perra ladrona, su hermano no era sino su medio hermano, y la pu*a de su madre estaba, como siempre, en el corazón de todos sus problemas. No era momento para una maldita conferencia sobre las ventajas del amor.
—Nuestra madre ha dormido con la mitad de Londres y los condados contiguos, eso sólo demuestra que el amor realmente no “funciona” para nadie —dijo tenso.
Nick levantó sus manos con resignación y se dirigió hacia la puerta.
—No diré más —se dio vuelta para salir, pero luego hizo una pausa—. _________. Mañana quiero oír todo sobre tu aventura con ella. Me intriga.
—¿No estás llegando tarde para un mal Beethoven?
Nick se fue con una sonrisa.
Joe suspiró profundamente y descansó la cabeza en las manos. Frotó su cuero cabelludo. Su hermano era un idiota. El amor conduce a las mentiras. Un día su querida Miley lo traicionaría y él estaría arruinado, tal como su padre lo había estado. No, no su padre, el padre de Joe. Malditas mujeres. Que las condenaran a todas.
Levantando la cabeza, miró fijamente las llamas que saltaban en la chimenea al otro lado del cuarto. Revivió en su mente su reunión con Abigail Lovato. Había estado tan seguro que ella tomaría el dinero. Le irritó que no lo hiciera. Si pensaba que él simplemente iba a girarse y dejarle dirigir su vida, estaba equivocada.
Giró el lápiz entre los dedos mientras se permitía breves fantasías de asesinato e incendio intencionado. Lamentablemente, tenía alguna moral.
Dejó de hacer girar el lápiz. Un pequeño robo, sin embargo, no sería inadmisible. Y él conocía a un joven carterista que podía llevarlo a cabo. Golpeo el lápiz ociosamente sobre la madera. ¿La pregunta era, Abigail Lovato tenía la carta en su casa? Joe recordó su arrogancia y el hecho de que ella había guardado esta carta durante años, esperando el tiempo necesario para usarla.
Sí. Una mujer como ella nunca dejaría la carta fuera de su vista. Debía estar allí. Llevaría tiempo buscar por la casa sin ser descubierto, pero podría hacerse. Tenía hasta el nueve de junio. Desde luego, él tendría que responder a las demandas de Abigail Lovato en el ínterin. Dejó el lápiz. No lo haría cordialmente, pero lo haría. Mañana enviaría a su ladrón.
Miró fijamente al fuego de nuevo. Mañana vería a __________. La anticipación lo recorrió. ¿Por qué la necesitaba tanto? Realmente no sabía nada sobre ella. ¿Era tan falsa como la mayoría de mujeres? No, ella no se parecía en nada a la mayoría de mujeres.
Sus hombros se relajaron. Todo en ella parecía genuino y verdadero. Incluso las cortesanas eran tanto actrices como prostitutas. Pero con _________, no había ningún artificio, ninguna pretensión… ningún intercambio de nada excepto placer honesto, mutuo.
Joe recordó sus asombrosos pechos y la larga mata de pelo castaño que caía sobre su mejilla. Su miembro se agitó. Pensó en las palabras de su hermano y se imaginó a ________ con su encantadora boca abierta alrededor de su miembro. Gimió cuando su sangre se precipitó y su erección creció. Sí. Él había encontrado la situación ideal: una mujer hermosa con quien compartir la satisfacción sexual, sin el pretexto asqueroso de amor o el afecto.
Él rió mientras se acomodaba. Mañana disfrutarían el uno del otro de una manera totalmente diferente. Mañana… la ansiedad de pronto lo embargó cuando recordó el modo en que se habían separado. Si ella se presentaba mañana.