Compañeros de Trabajo.
Capítulo once. Capítulo completo.
El cuerpo de _______ se tensó. ¿En peligro de qué?
Estudió el rostro de Joseph, pero antes de que él pudiera decir algo más, una sombra bloqueó el sol. Los dos se volvieron para ver a un guarda de seguridad en la cima de la elevación.
Entonces el hombre habló.
—El señor Reynard me envió a pedirles que se reunieran con él esta tarde.
—Será un placer —respondió Joseph. Era la única respuesta que podía dar, a menos que pensaran lanzarse al mar y nadar hasta el continente.
El guarda no volvió a hablar mientras los conducía hasta la mansión. Al pasar delante de una de las piscinas, ______ vio a otros invitados. Todo el mundo alzó la vista con interés mientras los dos seguían al guarda al interior de la casa.
Algo en las expresiones hizo que ______ sintiera como si se dirigiera a su propio funeral.
Atravesaron la zona de recepción y bajaron por el pasillo donde la primera vez habían explorado las habitaciones privadas. Pero el hombre giró hacia otra parte de la mansión. Cruzaron otro ventanal y salieron a un patio hermosamente cuidado y cerrado. Pequeñas palmeras proyectaban su sombra sobre el suelo de cerámica. Otras macetas tenían flores. Y el agua caía desde una pequeña cascada a un estanque donde florecían unos lirios y nadaban peces.
Por el patio había distribuidas unas tumbonas y sillas mullidas. Lo único que quebraba la escena apacible eran los ocupantes: Oliver Reynard y Calista.
—Oh, aquí están —comentó Reynard al verlos entrar—. Joseph, quería mostrarle mi zona de embarcadero, ya que hablamos del traslado del cargamento.
—Cierto —respondió Joseph.
—Estoy seguro de que las mujeres se aburrirán, así que pueden relajarse y charlar mientras nos esperan.
—Oh, bueno —comentó ______. La expresión de Calista era como si quisiera comérsela de almuerzo—. No se me dan muy bien los negocios.
—No tardaremos mucho. Sé que les gustará llegar a conocerse un poco mejor —Reynard palmeó el hombro de Joseph—.Vamos.
______ se acercó al estanque para observar a los peces entre la flora acuática.
— ¿Quieres darles de comer? —preguntó Calista.
—Mmm, claro.
La mujer le llevó una rebanada de pan de la cesta que había en la mesa. En cuanto los peces la vieron, se congregaron en el borde del estanque. Calista rompió un trozo y se lo arrojó. Los peces pelearon por capturarlo.
—Tu turno —dijo la amante de Reynard, alargándole el pan.
No hubo manera de evitar que sus dedos se rozaran cuando ______ lo aceptó. Retiró con rapidez la mano y se puso a alimentar a los peces.
— ¿Puedo ofrecerte algo para beber? ¿O para comer?
—No, gracias, acabo de terminar de almorzar.
—Bueno, yo quiero algo fresco, Y me sentiría rara si no te unieras a mí.
—Muy bien —______ asintió.
— ¿Qué te apetece?
—Mmm, té con hielo.
—Excelente. Tenemos una maravillosa mezcla tropical que Oliver reserva para los invitados especiales. Yo beberé un ponche de ron -—se dirigió a la mesa de hierro forjado e hizo sonar por dos veces una campanilla. Al instante apareció un hombre con uniforme de camarero—. Bennett, queremos beber algo. Y también un poco de esa maravillosa macedonia que tomamos después de la comida. A la señorita Griffin un té con hielo, y para mí un ponche de ron.
—Muy bien —el hombre dio la vuelta y se marchó.
Calista apartó una silla y se sentó. ______ hizo lo mismo.
— ¿Cómo fue vuestra noche... después de que os marcharais? —preguntó la amante de Reynard.
—Bien.
Calista le sonrió como si compartieran una broma privada.
Llegaron las bebidas junto con la fruta.
— ¿Cuándo crees que volverán? —quiso saber ______ mientras echaba azúcar líquida en el té.
—No tardarán mucho.
______ bebió un sorbo. Sabía extraño.
— ¿Qué clase de té es? —preguntó.
—Nuestra mezcla especial.
Con cautela, probó otro sorbo, y luego dejó la copa y pinchó un trozo de sandía con un palillo.
Calista la observaba con atención. Durante un rato hablaron de cosas intrascendentes, pero la mujer parecía tensa.
— ¿Qué sucede? —quiso saber ______.
—Oliver se irritará si no cumplo con mi tarea de anfitriona. Por favor, no le digas que no te ha gustado el té.
—Oh, desde luego que no —aceptó _____, bebiendo un poco más. Lo que realmente quería hacer era verter el brebaje en la planta más cercana.
Calista pareció relajarse.
—Deberías haber aceptado mi primer consejo —indicó.
— ¿Sobre qué?
—Disfrutar de lo que tiene la isla.
—Lo hago.
—No lo creo —Calista emitió una risa breve—. Pero te aseguro que lo harás.
— ¿Y eso qué se supone que significa? —quiso saber un poco alarmada.
—Estás a punto de averiguarlo —se encogió de hombros.
De pronto ______ sintió la garganta seca. Alargó la mano hacia la copa de té y dio otro sorbo. Sentía la cabeza nebulosa y el corazón le martilleaba.
—No me siento bien —musitó—.Creo que regresaré a la villa —las palabras sonaron densas a sus oídos.
Algo no funcionaba bien. Se preguntó si Calista había envenenado el té. La preocupación adquirió dejes de pánico. Ya no pensaba con mucha claridad. Pero lo que dominaba su mente era la idea de regresar a la villa y vomitar lo que había ingerido.
Una puerta decorada con delfines bloqueaba la entrada a la zona del embarcadero. Cuando se acercaron, dos guardas armados se pusieron firmes.
Reynard sacó una llave del bolsillo y abrió la puerta. Se apartó a un lado y Joseph pasó primero.
Bajaron por una rampa a un muelle de madera muy largo y ancho donde había amarradas seis patrulleras de alta velocidad y varias embarcaciones de placer. El más grande era un yate que daba la impresión de que había sido construido para alguna casa real europea.
— ¿Qué le parece? —inquirió Reynard.
—Desde luego, es adecuado para el trasbordo de la mercancía.
—Aquí el agua es muy profunda. Podemos traer hasta un barco del tamaño de un crucero.
—No necesito tanto espacio de carga. Mi límite anda por los doscientos kilos de coca.
—No hay problema.
— ¿Trato hecho, entonces? —preguntó Joseph.
—Prefiero su propuesta, pero me gustaría un porcentaje superior.
—Ya le estoy ofreciendo una tajada importante por sus servicios —soltó Joseph.
—Bueno, será agradable presenciar una guerra de pujas entre Don y usted —rió entre dientes.
— ¿Qué decantaría un pacto?
—Creo que ya lo sabe —respondió Reynard.
Joseph estudió la expresión depredadora en el rostro del otro y de pronto, a pesar del sol fuerte, experimentó un escalofrío.
—Creo que me gustaría regresar —se esforzó en mantener la voz serena.
— ¿Qué prisa hay? —Reynard miró la hora—. Las damas estarán allí cuando regresemos... esperando ansiosas.
El modo sedoso en que pronunció las últimas palabras no hizo nada para mitigar la inquietud de Joseph. Dio media vuelta y se dirigió a toda velocidad hacia la puerta sin esperar a ver si Reynard lo seguía.
—Creo que necesito volver a la villa a echarme un rato —susurró ______, sin saber si había sido ella quien pronunciara las palabras. Calista la miraba con una clase de excitación que le cortó el aliento.
—Puedes echarte aquí —señaló una de las tumbonas.
—No. En casa —insistió, captando la nota de desesperación en su voz. En ese momento sentía el cuerpo caliente y frío, como si un pequeño demonio jugara con el termostato interior. Se puso de pie y estuvo a punto de caer, pero la amante de Reynard fue veloz y la sostuvo. Odió la sensación de esas uñas largas en su piel, pero no tuvo la energía para apartarla. Solo podía dejar que la condujera por el patio hasta una tumbona. .
—Permite que te ponga cómoda —dijo Calista.
Se arrodilló a su lado y primero le levantó una pierna y luego la otra, hasta apoyárselas en la tumbona. Después le quitó las sandalias y acarició un poco cada pie. En esa ocasión, el contacto de los dedos de la mujer en su piel envió una pequeña corriente por la pierna de ______. Una corriente inquietante.
Intentó concentrarse en el rostro que flotaba sobre el suyo, pero las facciones resultaban borrosas.
Sentía el cuerpo pesado. Y con un calor que se esforzaba en no reconocer. Cerró los ojos y luchó por recuperar el control. Pero era como si se hubiera subido a una montaña rusa.
— ¿Qué me pasa? —murmuró.
—Te he dado algo para ayudarte a disfrutar.
—No.
—Te sientes excitada, ¿eh? No te opongas a ello.
Era exactamente lo que sentía, pero trató de desterrarlo.
—No —negó.
—Mientes.
Una mano se acercó para acariciarle la mejilla, una mano que bajó por su mandíbula, por el cuello y por los pechos en una caricia demasiado íntima.
—No —gimió.
—Es agradable. Reconócelo.
—No.
Calista le sonrió.
—Puedes mentirte a ti misma. Pero no a mí. Yo he tomado esta droga. Sé muy bien lo que hace. Estás encendida, ¿verdad?
______ volvió a gemir. Era verdad. Estaba encendida, temblorosa y excitada. Y las sensaciones no paraban de aumentar.
—No me toques de esa manera —suplicó.
—Relájate. Vas a disfrutar de un rato muy agradable. La mayoría de las mujeres mataría por la droga que te acabo de dar. Es como cuando un hombre toma Viagra. Solo que mejor. Ya lo verás. Experimentarás continuos orgasmos. Y cada uno será mejor que el último.
—Suéltame.
—Es demasiado tarde para eso. Vas a necesitar explotar pronto. Tu cuerpo ya lo exige, ¿no?
Quería gritarle que no, pero sabía que era verdad. Sentía los pezones dolorosamente compactos. Y una palpitación persistente le recorría el sexo. Nunca antes había sentido una necesidad tan salvaje y cegadora de liberación sexual.
Notó que la mujer le acariciaba el pelo.
—Volverán pronto. Pero primero quiero revelarte una cosa. Todas las cosas que te dije anoche fueron cosas que él me ordenó que te dijera. Le gusta ver cómo me insinúo a otras mujeres. Y también le gusta observarme hacer el amor con ellas. Dentro de un rato nos contemplará juntas. Pero, si te ayuda, puedes cerrar los ojos y fingir que es Joseph el que te hace esas cosas.
—Suéltame.
—No. No puedo. Oliver desea esto, y yo hago lo que él desea. Le encantará el aspecto que tienes ahora, con los pezones sobresaliendo a través de la camisa —susurró—.Y sé que le gustará más cuando te la quite. ¿Sabías que hay mujeres que pueden alcanzar el orgasmo solo con estimulación en los pechos cuando están excitadas? Averiguaremos si tú eres una de ellas. O puedes tocarte mientras yo te acarició los pechos.
______ gimió con frustración y miedo y trató de luchar. Pero no tenía fuerzas, ni siquiera sabía qué era lo que quería. En su interior crecía una presión volcánica... que encontraría una liberación, de un modo u otro.
¡Pero no de esa manera!
Intentó escapar, pero Calista la empujó con rudeza sobre la tumbona... justo cuando una voz helada atravesó la bruma de su cerebro.
— ¿Qué diablos está pasando?
Era Joseph. ______ gritó su nombre como una oración de agradecimiento.
Él repitió la pregunta.
Oyó que alguien respondía. Calista.
—Solo le he dado algo para que...ya sabes... se relaje.
—Relajarse. ¿Es así como lo llamas? —espetó Joseph.
—No tenías mi permiso para darle nada —fue Reynard quien habló, recalcando cada palabra como si se dirigiera a una niña estúpida.
Calista dijo algo que ______ no entendió.
Entonces tuvo a Joseph a su lado.
—Te vas a poner bien —murmuró, apoyando la mano en su mejilla.
Lo miró, avergonzada y confusa.
—Me siento... —calló. No quería contarle que sentía la sangre en llamas. No delante de esas personas.
Calista y Reynard volvían a hablar. Él sonaba indignado. Pero ______ sabía que mentía. ¿O Calista había mentido al decirle que le había pedido que la drogara?
La voz de Joseph volvió a cortar la conversación.
—Muy bien, ahora me la voy a llevar de aquí. Y será mejor que me diga dónde podemos tener un poco de intimidad. ¡Me refiero a una habitación sin ningún maldito equipo de grabación!
Las otras voces eran un fondo borroso. Pero cuando Joseph habló, lo oyó con claridad.
—Ella y yo vamos a estar solos el tiempo que me necesite. Y, si alguien nos interrumpe, lo mataré, ¿entendido?
No captó la respuesta. Solo sintió que Joseph la alzaba, en vilo. Se volvió hacia él, sin poder evitar pegar los pechos palpitantes contra su torso. Era tan agradable... Pero necesitaba más.
—Está bien, nena. Te vas a poner bien —musitó; luego, dio media vuelta y salió.
Ella mantuvo los ojos cerrados y la cara contra su hombro. En un momento lo oyó maldecir. En otro rugir:
—Fuera de mi camino.
No supo el tiempo que estuvo en sus brazos, pero un rato después la depositó en una cama ancha.
Supo que la luz de la habitación era tenue. También que tenía la visión borrosa. Pero eso no importaba. No importaba nada salvo lo que necesitaba de Joseph. Desesperadamente. Ya.
Intentó ponerlo encima de ella. Pero él le soltó los dedos.
—Deja que cierre la puerta.
—Por favor —gimió ______.
Segundos más tarde, estaba con ella en la cama y le decía que lo sentía, que jamás debió haberla dejado con Calista.
—Solo... Solo...
Más allá de la desesperación, le tomó la mano y la apoyó sobre la unión palpitante entre sus piernas, para frotarse con frenesí contra la presión de la palma mientras se acariciaba los pechos a través de la blusa y el sujetador, tirando de los pezones, retorciéndolos.
Alcanzó el orgasmo en ese momento, oleada tras otra de sensación que la sacudió como un tren de carga descarrilado.
Al terminar, enterró la cara en la camisa de Jospeh y se puso a sollozar.
—Yo... no quiero que me veas así —jadeó.
—Está bien. No pasa nada — murmuró él, acariciándole los hombros y la espalda.
—No... necesito más... Puedo sentirlo. Dentro de mí. Oh, Joseph, no quiero esto. —Está bien. Yo cuidaré de ti. —Y nunca más seré capaz de mirarte a los ojos —mantuvo la cara pegada a la camisa.
—Tonterías. Tú no has hecho nada —manifestó con fiereza—. No es tu culpa.
Se aferró a él porque no había nada que pudiera hacer por el momento... porque lo necesitaba más de lo que podía imaginar necesitar a un hombre.
—Está bien. Yo cuidaré de ti —entonó. —Necesito... —Lo que sea. Dímelo.
Se incorporó, se quitó la blusa por encima de la cabeza y niego se subió el sujetador sin molestarse en desabrocharlo.
—Tus manos en mí. Oh, Dios, necesito tus manos en mí. Ahora.
Joseph se tumbó a su lado y la abrazó. Le acarició los pechos inflamados, los pezones dolorosos.
Ella se arqueó ante la caricia; luego, se colocó encima de él y descubrió que estaba duro. Con un sollozo, presionó su sexo contra la lanza rígida y comenzó a mover las caderas, frotando su inquieto centro contra la erección para producir la fricción que necesitaba mientras Joseph seguía tocándole los pechos. El orgasmo la envió a un universo paralelo donde lo único que importaba era su liberación.
Después, Joseph la acarició y le quitó el sujetador.
— ¿Mejor? —preguntó él.
______ estaba con los pantalones cortos y las braguitas, pero le constreñían la piel encendida. La sensación física en su piel era intolerable. Se los quitó de una pasada y se quedó desnuda. Quería esconderse, desaparecer. No quería ser la persona a quien le sucedía eso.
Pero no tenía elección. Agradeció estar con Joseph. Porque la idea de estar con Calista y Reynard físicamente la descomponía.
—Me dio algo que me volvió así. Puso algo en el té.
—Lo sé, cariño. Lo siento mucho.
— ¿Por qué? Tú no hiciste nada.
—Salvo dejarte en sus garras —gruñó.
—Abrázame —apoyó la cabeza en su hombro.
—Lo que quieras. Solo dime qué necesitas.
—Ya estoy bien. Más o menos. Pero sé que volverá —él le besó el cabello—.Joseph, quítate la ropa. Quizá me parezca un poco más normal si tú también estás desnudo.
—De acuerdo —se puso de pie y se quitó la camisa por la cabeza. Después se bajó la cremallera. Los pantalones y los calzoncillos salieron juntos, dejándolo desnudo y excitado, con el miembro viril enhiesto.
—Esto te está excitando —comentó ella.
—Lo siento. No puedo evitarlo.
—No te disculpes. Prefiero que tú también estés excitado —en ese momento la dominó otra oleada de calor—.Ahí vuelve —comentó con voz trémula—. Por favor, ven. Por favor.
—Estoy aquí. Por el tiempo que me necesites.
—Me siento tan desnuda.
Joseph se echó a su lado y los cubrió a ambos con la sábana. La tomó en brazos y comenzó a darle besos suaves en las mejillas, en el cuello, en la parte superior de los pechos.
—La gentileza no conseguirá nada —jadeó, arrastrando la mano a la unión de sus piernas y pegándose a él. Suspiró cuando dos de los dedos de Joseph se introdujeron en los pliegues ardientes y húmedos de su sexo palpitante.
La necesidad creció con rapidez.
Plantó las manos en los hombros de Joseph. Con los ojos cerrados, tensó las piernas alrededor de los dedos de él y volvió a mecerse, extrayendo todo lo que podía de la fricción que le proporcionaba.
Cuando él ladeó la mano para darle máxima estimulación interna y externa, ______ gritó de placer. El cuerpo se le contrajo, luego estalló y envió ondas orgásmicas por su cuerpo.
Joseph permaneció con ella hasta el final, alimentándola de sensaciones con sus hábiles caricias.
Al acabar, él se dejó caer sobre la almohada con respiración entrecortada.
— ¿Te sientes mejor?
—Por ahora.
Joseph se puso de costado y miró a ______. Estaba tan indignado que apenas pudo contenerse de vestirse, avanzar por el pasillo y estrangular a la fulana que le había hecho eso.
Al recordar aquellos minutos de tensión en que la había encontrado, comprendió que podría haberlos matado a los dos.
Por el momento los estaban dejando en paz. Quizá Reynard había llegado a la conclusión de que había ido demasiado lejos. No obstante, y sin importar cómo lo mirara, estaban metidos en problemas. No se desafiaba a un hombre como Reynard sin pagar las consecuencias.
Pero ya pensaría en eso luego. Por el momento, solo quería cuidar de ______. Estaba seguro de que aún no había eliminado toda la droga.
Por primera vez miró alrededor. Se hallaban en un dormitorio grande y suntuoso, amueblado con antigüedades únicas.
— ¿Te encuentras bien? —volvió a preguntarle.
—Más o menos —ella tragó saliva—. Sigue... ahí. Puedo sentirlo. Pero lo principal ya ha pasado. Lo que quiero decir es que siento como si tuviera algo más de control.
—Me gustaría saber qué diablos te dio.
______ lo observó con intensidad y Joseph fue consciente de su erección.
Ella rió entre dientes.
—Si te detienes a pensarlo, estáis graciosos cuando os excitáis.
—Gracias.
—Ayer, durante nuestro paseo, pensaba en ello —continuó con locuacidad—. No me gustaría tener algo que sobresaliera de mí, grueso y duro, cada vez que me excitara.
—Mmm.
—Es tan grande. Agradable y duro. Creo que sería muy grato tenerlo dentro de mí.
La sugerencia fue como una descarga eléctrica.
— ¡No! —musitó él.
—Muy bien. Basta de hablar —murmuró ella. Alargó el brazo y tomó el miembro viril en la mano.
—No —repitió él. En esa ocasión la petición terminó en un jadeo.
— ¿Por qué no?
—No tengo derecho a disfrutar de esta situación —y menos cuando él era el culpable de haberla metido en ella.
—No quiero ser la única que se divierta — ronroneó.
La mano comenzó a acariciarlo, a deslizarse arriba y abajo de su erección de un modo que le hizo hervir la sangre.
—Cielos, qué agradable es tu sabor —susurró ______ sobre la piel ardiente y distendida.
Joseph contuvo el aliento y luego dejó de respirar cuando ella bajó por su extensión y volvió a subir hasta la punta sensible, donde lo lamió en círculos hasta llegar a una gota de líquido en el extremo.
Estaba sumido en una agonía de palpitante placer, con las manos rígidas a los costados mientras ella lo tomaba hasta el máximo que le permitía la boca, lamiendo y succionando como si alguien le hubiera entregado un pirulí especialmente delicioso, mientras con una mano buscaba debajo de su pene para alzarle y acariciarle los testículos.
Lo llevaba con tañía habilidad hacia el clímax, que no era capaz de moverse.
______ se retiró y recibió un gemido de protesta de él. La última hora había sido más de lo que Joseph podía soportar.
—Te quiero dentro de mí. Te necesito dentro de mí.
La petición lo liberó. La tomó en brazos y la pegó a su cuerpo.
Nunca se había introducido en una mujer sin cerciorarse de que estaba preparada para recibirlo. Pero ______ no le dio la oportunidad. Volvió a tomarlo con la mano y lo arrastró a su interior. No le quedó otra opción que seguirla.
Cualquier duda sobre su buena disposición se desvaneció cuando comenzó a moverse con frenesí, estableciendo un ritmo endiablado que la lanzó a un clímax devastador. Él logró contenerse sin cejar en el ritmo y la llevó a otro orgasmo que la impulsó a pronunciar su nombre y a clavarle las uñas en los glúteos.
Joseph se liberó en ese momento, entregándose al placer de verterse dentro de ella.
Después la abrazó y la besó con ternura. Y observó cómo cerraba los ojos. Casi de inmediato percibió el cambio en la respiración y supo que dormía.
Suspiró. En la playa ella le había preguntado si tenía establecido un día para irse de la isla. Entonces no le había respondido. Pero en ese momento supo que tenía que ser esa noche. Porque el peligro iba en aumento. Para ambos.
______ yacía a su lado, y al fin respiraba con normalidad. La sostuvo con gentileza en sus brazos y justo cuando empezaba a pensar que todo había terminado, ella abrió los ojos y miró en torno a la habitación, al borde del pánico.
—Joseph —gimió, agarrándolo de los hombros.
—Estoy aquí, cariño. Estoy aquí.
—Te necesito otra vez.
Las palabras roncas lo excitaron al instante. Lo prepararon para darle todo lo que pedía. Y más.