Compañeros de Trabajo.
Capítulo Cuatro.
Al atravesar los cincuenta metros de pista ardiente, Joseph catalogaba detalles e impresiones. El calor. Los guardas. La gente que lo rodeaba.
Pero por encima de todo, era consciente de la mujer que tenía al lado. Sabía que estaba tensa. Por desgracia, él era culpable en parte. Debería haber apagado esa película pomo al descubrir lo que era. Pero algo le había frenado la mano. Había querido ver la reacción de ______. Descubrir si denotaba la misma sobrecarga sexual que él.
Lo había estimulado descubrir que estaba tan encendida y necesitada como él. Pero en todo momento había sabido que trabajar con ella iba a representar una distracción enorme. Era uno de los motivos por los que había querido que se quedara en casa.
Cerró la mano sobre la correa del bolso. Adrede centró su atención en los guardas emplazados en los puestos en las esquinas del tejado del edificio. Una interesante exhibición de fuerza de un hombre que le daba la bienvenida a un grupo de amigos a una fiesta celebrada por él.
Tal vez amigos no. Dudaba de que Oliver Reynard tuviera camaradas. Pero las ametralladoras hablaban de la seguridad de la isla.
Lo divirtió notar las reacciones variadas de las personas a su alrededor mientras reducían la distancia que los separaba de los guardas. Los hombres se irguieron más. Las mujeres, incluida ______, se acercaron a los hombres, como si los cuerpos masculinos pudieran protegerlas de las balas.
Uno de los miembros del ejército privado de Reynard se hallaba a la entrada del edificio hacia el que se dirigían. Joseph había estudiado su insignia y supo que se trataba de un teniente. Un rango demasiado elevado para hacer de portero, lo que significaba que se encontraba allí por motivos más que ceremoniales. Estudiaba a los recién llegados y más tarde se le solicitaría su opinión.
Al aproximarse el primero de los invitados, el teniente se cuadró y abrió una pesada puerta de metal en la que ponía Control de Pasaportes y Aduana; la sostuvo con deferencia a medida que pasaban todos.
Joseph estudió el interior de la aduana. Lo que vio fue un cuarto severo de techo bajo, con un suelo de cemento y paredes de metal corrugado, que podría haber estado construido en cualquier país del Tercer Mundo.
Todo un contraste con el lujo de la sala de espera de Nueva York. Se preguntó qué habría pensado Dawn Winston al pasar por ese espacio sombrío.
Aunque no creía que la joven hubiera estado en disposición de analizar su entorno. Según la información de que disponía, había estado drogada al entrar en la isla.
Por un momento, Joseph no pudo desterrar la imagen de que Reynard había invitado a esos mañosos para eliminar a la competencia.
Quizá esa intuición también había invadido la mente de ______, porque Joseph sintió que pegaba el hombro contra el suyo.
Se obligó a esbozar una sonrisa arrogante.
—Pronto llegaremos a la parte buena. Nuestro anfitrión solo quiere dejar una cosa clara.
-¿Qué?
—Que sabe hablar de negocios... cuando le apetece.
—Mmm —respondió ella, y alzó la vista para mirar una de las videocámaras que grababan toda la escena.
Él estudió la fina capa de transpiración en la cara de ______.
—Probablemente tengas calor —murmuró—. ¿Por qué no te quitas la chaqueta y te pones cómoda?
—Sí. Tienes razón.
Mientras lo hacía y se la acomodaba debajo de un brazo, una voz salió de los altavoces.
—Tengan preparados sus pasaportes. Pueden hacer una fila con sus acompañantes, de cara al mostrador que hay en el extremo de la estancia.
Los pasajeros fueron de dos en dos como animales conducidos al Arca. Joseph dejó que otros pasaran delante y se situó con ______ aproximadamente en el centro del grupo, desde donde podría observar el procedimiento antes de que les llegara el turno. Vio con interés cómo un funcionario uniformado le hacía una serie de preguntas a Don Fowler y a su querida.
Luego, les inspeccionaron los bolsos de mano. Al final fueron conducidos hacia una pareja de guardas, uno varón y la otra mujer, que pasaron detectores de metales por sus cuerpos. Cuando los aparatos sonaron, a Fowler le quitaron el teléfono móvil y el busca.
Mientras el traficante solicitaba que le devolvieran sus cosas, Joseph se preguntó si el imbécil pensaba que lo iban a dejar entrar con un equipo de comunicaciones.
—Lo siento, señor —respondió el encargado—. Si desea realizar una llamada al continente, disponemos de excelentes instalaciones que estarán a su entera disposición.
«Excelentes y supervisadas», reflexionó Joseph.
Los siguientes fueron el idiota de los lavabos en el avión y su amiga. Joseph notó que el tipo estaba nervioso. Resultó que con buen motivo. Pasaron la sesión de preguntas y respuestas, pero al llegar el turno del detector de metales, los guardas encontraron algo un poco más significativo que un teléfono y un busca. El idiota llevaba una funda al tobillo con una pistola de calibre pequeño que al parecer no había sido detectada en Nueva York. Quizá adrede. Tal vez Reynard quería hacer valer su autoridad en su propio terreno.
Y el inspector no solo se la requisó. Activó una alarma, y cuando un sonido de campanas llenó la estancia, más guardas armados se materializaron desde una puerta en el costado del recinto.
Una vez más el señor «Sexy» y su acompañante se convirtieron en el centro de atención, aunque en esa ocasión el tipo no se pavoneaba. Un guarda fornido lo tomó del brazo y se lo llevó con rapidez de allí. La chica fue detrás. Intentó resistirse, pero los guardas la obligaron a continuar y lo último que vio Joseph fue el temblor de sus hombros de color rosa.
Joseph sintió pena por ella y pensó que se había unido al macarra equivocado.
El pequeño drama se desarrolló en menos de un minuto y dejó al grupo sumido en un silencio aturdido.
—El siguiente —llamó el guarda uniformado.
Jormo Kardofski y su amiga se adelantaron. Los dos se comportaron como si nada en el mundo los preocupara. Jormo estaba completamente limpio.
Los siguientes fueron Joseph y ______. Él se esforzó en proyectar la misma sensación de indiferencia de Kardofski. Había sido lo bastante inteligente como para dejar cualquier arma en Nueva York. En realidad, lo que lo preocupaba era el neceser de ______ con el transmisor oculto.
Vio que los dedos de ella se cerraban sobre el asa, pero mantuvo la expresión cuidadosamente neutral al entregar el estuche a los guardas.
Joseph se recordó respirar cuando el hombre levantó la tapa, pero el contenido surtió el efecto deseado. Tras un rápido repaso de los tubos y botes, el hombre se lo devolvió.
«Un obstáculo superado», pensó él mientras se sometían a la inspección corporal.
—Pueden pasar —los informó el guarda al terminar—. Disfruten su estancia con nosotros.
—Gracias.
Tomó la mano de ______ y se dirigieron hacia una puerta situada en el extremo más alejado, por donde habían salido los otros.
Al abrirla y salir, tuvo la impresión de pasar del infierno al Cielo. O todo lo que un paraíso tropical podía duplicar el Cielo. La puerta conducía directamente de la zona de aduanas a un patio con suelo de losas bordeado de macetas ribeteadas con roca de lava. Una delicada alfombra verde se arrastraba por la tierra en dirección a las rocas.
En un rincón del patio, un grupo reducido de músicos, ataviados con trajes rojos y amarillos, tocaba música de la isla. Frente a ellos, se alzaba una mesa de bufé, con una selección de platos que empequeñecía la del aeropuerto JFK.
Joseph oyó el suspiro de ______, como si solo entonces hubiera podido comenzar a relajarse. Lo cual no era así.
Probablemente era lo que Reynard deseaba que creyeran todos al asimilar el contraste entre la zona de aduanas y ese sitio como sacado de Bali. Habían pasado la prueba... y eran recompensados.
Pero estaba seguro de que aún los filmaban. Y era mejor que se lo recordara a ______. Le sonrió y dijo:
—Aquí hay un potencial enorme para grabar películas caseras.
—Sí —murmuró ella.
— ¿Contenta? —inquirió, consciente de que la pregunta tenía varios significados.
—Indeciblemente contenta —respondió ______, captando la intención de Joseph.
—Me alegra oírlo —le acarició el brazo con un dedo y sintió que le ponía la piel de gallina.
Un camarero con pantalones negros, camisa blanca y una faja roja, les ofreció un ponche en copas altas. ______ bebió un trago prolongado. Joseph bebió un sorbo mientras esperaba que sucediera algo memorable.
No tuvo que esperar mucho. Los últimos pasajeros comían unos canapés de langostinos o bebían sus copas cuando La orquesta se detuvo en mitad de la canción que interpretaba.
Joseph siguió la mirada de los músicos hacia la derecha. Al ver que una pantera negra entraba en el patio, con gesto protector situó a ______ a su espalda.
Entonces se relajó un poco al ver que el felino llevaba una correa. Un hombre venía detrás del animal, sosteniéndola con firmeza en la mano derecha.
Por las fotos que había visto Joseph supo que era Reynard, el amo de Isla Orquídea. El hombre que allí podía hacer lo que quisiera. Con cualquiera.
Con Dawn. Consigo mismo o con ______.
Joseph alteró levemente su posición, manteniendo a ______ cerca, pero tratando de no comportarse como si sus vidas se hallaran en peligro.
¿Los guardas dispararían si la bestia comenzaba a masticar a los invitados? ¿O sería parte del entretenimiento?
Consciente de que había despertado el interés de todos, Reynard entró en el patio y con la vista recorrió la multitud. La mirada se posó en Joseph y en ______, siguió el recorrido y regresó a ellos.
Al parecer eran de especial interés.
Mientras Reynard los estudiaba, Joseph le devolvió el escrutinio, convencido de que ______ aprovechaba la misma oportunidad.
Las fotografías no habían conseguido capturar la esencia del hombre, la sutil atmósfera de maldad y depravación que notaba a su alrededor como un gas venenoso.
Desterró esa noción fantasiosa y trató de ser objetivo. Por ejemplo, las fotografías habían transmitido un aura de poder que lo habían hecho parecer más grande de lo que en realidad era. Apenas superaba la estatura media, era delgado y ágil, con el pelo negro que empezaba a encanecer en las sienes, lucía un bronceado de aspecto saludable y tenía unos profundos ojos grises que no pasaban nada por alto.
Reynard esbozó una leve sonrisa al observar las reacciones de sus invitados ante la mascota que había elegido llevar a la fiesta.
—Les aseguro que Sabina es un gatito muy bien entrenado. Solo devora a los invitados que tratan de introducir armas u otros elementos de contrabando en mi isla paradisíaca.
La declaración fue recibida con silencio.
Él emitió una risa breve que crispó a Joseph.
—Por favor, se supone que era una broma. El señor Sandstrom y su acompañante no han sido castigados por quebrantar mis reglas. El único castigo es la expulsión. Regresarán a Estados Unidos en cuanto mi jet haya repostado combustible; y como tendrán toda la cabina para sí mismos, podrán practicar el sexo en los asientos —rió, haciéndolos partícipe de que estaba al corriente del incidente en el avión. Luego, extendió un brazo—. Si aún no nos conocíamos, soy Oliver Reynard y les doy la bienvenida a mi casa.
Joseph se sintió aliviado cuando fijó la correa de la pantera a una anilla en un poste de metal. Sabina se tumbó sobre una esterilla de paja y comenzó a lamerse la pata delantera.
Todos se centraron en él cuando volvió a hablar:
—Quiero que disfruten de una estancia maravillosa mientras sean mis invitados. En sus habitaciones encontrarán un libro que describe algunas de las atracciones de la isla y sus horarios. La piscina griega al aire libre. Los baños interiores romanos. El salón de belleza para las señoras. El gimnasio. El circuito de golf. El campo de tiro. Pueden estudiarlo luego. Ahora mismo quiero que se relajen. He mirado su llegada en vídeo y entiendo por qué pueden ser reacios a presentarse. En cierto sentido son rivales de negocios —alzó las manos—. Pero aquí no hay rivales de negocios. Somos todos amigos. Así que romperé el hielo —señaló a la pareja de la derecha—. Arnold Ving y su encantadora dama, Cynthia — luego, pasó a nombrar a los demás—. Don Fowler y Rosalie. Jormo Kardofski y Buffy.
Al parecer, ninguna de las mujeres tenía apellido, porque en el mundo de Reynard, la igualdad de sexos no se había inventado.
______ y él fueron los últimos en ser nombrados, de modo que Reynard se hallaba al lado de ellos cuando concluyó las presentaciones y pidió que sus invitados confraternizaran.
—Tenía ganas de conocerlo y de hablar de negocios —le dijo a Joseph—. Pero no tenía ni idea de que su acompañante fuera tan hermosa. Permita que le extienda una bienvenida especial, querida —le tomó la mano y la sostuvo durante demasiados segundos; después le pasó un dedo pulgar inmaculado por los nudillos antes de soltarla—. ______. ¿Es diminutivo de Madeleine?
—No. Mis padres eran personas sencillas, con gustos sencillos —respondió.
— ¿Dónde se conocieron Joseph y usted?
—En Las Vegas —ofreció la respuesta ensayada.
— ¿Trabajaba en un club nocturno?
—No, desde luego. No tengo tanto talento. Era recepcionista de hotel.
—Estoy seguro de que le sobra talento —indicó Reynard, sin dejar de observarla con una expresión de depredador sexual.
Eso empezaba a alarmar a Joseph. Quizá no fuera la mujer más hermosa allí presente, pero poseía una cualidad femenina que al parecer atraía notablemente a Reynard.
La mirada del hombre volvió a posarse en Joseph.
—Será estupendo que nos reunamos para divertirnos... solos los tres —murmuró.
Con la esperanza de que el súbito nudo helado que le atenazaba el estómago no se reflejara en su rostro, Joseph se acercó a ______ y le pasó un brazo posesivo por los hombros.
—Mi dama y yo tenemos una relación muy especial. No la comparto con nadie más.
Reynard sonrió, pero sin que el gesto llegara a sus ojos.
—Siempre es un desafío encontrar a un hombre fiel a sus principios.
—Mmm —respondió Joseph, acariciando adrede el brazo de ______. Lo que les faltaba. Que ese tipo se hubiera tomado un interés especial en ella.
Reynard los miró unos momentos más, y luego abarcó a todos los presentes.
—Bueno, debería ir a saludar en persona a mis invitados. El cóctel de bienvenida es a las siete. No lleguen tarde.
—No lo haremos. Y le agradecemos profundamente que nos haya invitado a la isla —añadió Joseph—. Hemos tenido que levantarnos pronto para el vuelo. ¿Sería posible que descansáramos en nuestra habitación el resto de la tarde?
—Por supuesto. Ya se les ha enviado el equipaje a su villa —con un gesto llamó a uno de los asistentes uniformados distribuidos por la sala y el hombre corrió hacia ellos.
— ¿Señor?
—Henri, muéstrales al señor Jonas y a su acompañante su alojamiento.
—Sí, señor.
Mientras el anfitrión se dirigía hacia Fowler y su mujer, ______ suspiró y Joseph le tomó la mano.
—Tenía ganas de tenerte a solas —susurró mientras Henri recogía el equipaje de mano.
Ella asintió agradecida y siguieron al asistente al patio y a un jardín cuidado que les habría quitado el aliento de haberles sobrado. Al divisar a varios jardineros, Joseph se preguntó cuántos hombres hacían falta para mantener la isla.
El sendero, formado por losas planas de roca calcárea, serpenteaba a través de un césped con calidad de campo de golf bordeado por flores, para desembocar en la sombra fresca de un bosque tropical donde los loros los observaban desde sus diferentes alturas entre el follaje.
Había senderos laterales con letreros que apuntaban hacia los diferentes bungalows cuyas paredes de color pastel y tejados rojos resultaban vagamente visibles más allá de la floresta. Villa Hibisco. Villa Jazmín. Villa Plombagina.
Henri se desvió hacia la Villa Agapanthus.
«Lirios del Nilo», pensó Joseph mientras divisaba las flores de tonalidad lavanda con sus tallos altos, plantadas delante de una casa grande de una planta y de estilo colonial español.
—Esta es su casa, señor —indicó Henri, inclinándose para abrir la puerta y entregando la llave a Joseph.
______ permaneció en silencio mientras el hombre les mostraba el suntuoso interior y señalaba el bar bien provisto y el vídeo en el amplio salón, los controles de la luz en las mesillas de noche empotradas en la pared y el cuarto de baño con la bañera enorme de mármol.
Jospeh se preguntó si el vídeo estaría provisto de películas como las del avión. Tuvo que centrar su atención otra vez en Henri, que les mostraba las cuidadas fotografías del libro de Isla Orquídea.
Cerró el libro y con la mano señaló el interior.
— ¿Es todo de su agrado, señor?
—Perfecto.
— ¿Hay algo más que pueda traerles? Si necesitan cualquier cosa, no duden en llamar. Mi busca es el número cincuenta y tres.
—Lo haremos —respondió Joseph mientras el hombre se dirigía hacia la puerta.
La recepción seguía en pleno auge cuando Oliver se excusó, complacido por el modo en que sus invitados se relajaban. Dos mujeres deslumbrantes le habían sido ofrecidas abiertamente, y quizá las hubiera aceptado de no haber deseado a ______ Griffin.
Tomó la correa de Sabina y la condujo de vuelta al pequeño zoo que mantenía con animales interesantes de todas partes del mundo... todos ellos en réplicas de sus habitáis naturales.
Después de entregar el animal al zoólogo que dirigía el lugar, se dirigió a sus aposentos privados. Pensó en lo bien que había ido la recepción. Imaginó el entorno y a los invitados, y luego se centró en Joseph Jonas. Parecía un cliente duro. Y daba la impresión de haber desarrollado un vínculo fuerte con su bonita acompañante.
Pero debía de haber un modo para persuadirlo de que la compartiera, porque Oliver tenía clara una cosa: iba a poseer a ______ Griffin antes de que se marchara de la isla.
Debía investigar más las debilidades de Jonas. Pero ya habría tiempo para eso más adelante. Podría resultar más divertido ver cómo disfrutaban de sus primeros minutos de intimidad en la isla.
Recorrió un pasillo corto y entró en una habitación a oscuras que parecía la sala de realización de un estudio de televisión.
Algunas de las pantallas de la pared opuesta estaban en blanco. Otras mostraban vistas de los cuartos en las cabañas de invitados y en el ala de los visitantes en la casa principal. A Joseph Jonas y a ______ Griffin se les había asignado la Villa Agapanthus, una de las más lujosas. Se sentó ante la consola, activó varios interruptores y obtuvo una imagen del salón... donde encontró a sus ocupantes de pie, frente a frente.
Se reclinó en el sillón y contempló la escena con interés. Era una pena que ______ le diera la espalda a la cámara.
En cuanto oyó que la puerta se cerraba detrás del hombre que les había mostrado la villa, ______ se volvió hacia Joseph y abrió la boca para hablar. Él no estuvo seguro de lo que iba a decir, pero la expresión de angustia en sus ojos azules lo informó de que no podía arriesgarse a que un micrófono oculto captara sus comentarios.
De modo que antes de que pudiera emitir palabra alguna, la tomó en brazos y la besó.
Antes de esa mañana, no la había tocado en días, y en cuanto entraron en la atmósfera sexual-mente cargada de la sala de espera del aeropuerto, supo que había cometido un error. Y luego la película lo había cegado. Pero no tanto como la sensación y el sabor de ______. Ansioso de más, se deleitó en la sensación del contacto de su boca, de mordisquearle y succionarle el labio inferior.
Gratificaba descubrir que ella estaba tan inmersa en el beso como él. Captó un leve sonido procedente de lo más hondo de su garganta, un sonido que lo incitó a desbocarse.
El beso se tornó incendiario en simples segundos. Ladeó la cabeza con boca exigente y hambrienta, mientras bajaba las manos por su espalda para tomarle las nalgas y pegarla a la palpitante erección.
Dio la impresión de que eso no era suficiente para ninguno de los dos. Cuando la sintió anclar las caderas contra él, pasó de hombre civilizado a macho primitivo. Un varón decidido a reclamar a su pareja.
Por su mente centellearon unas imágenes vividas. Y no pertenecían a ninguna película. Se vio desgarrándole la ropa, tirándola sobre la cama y lanzándose a sus profundidades ardientes y ansiosas. Luego, pensó en esas mismas imágenes captadas en vídeo...y se quedó muy quieto.
— ¿Joseph?
—No podemos. No aquí. No ahora.
La respuesta de ella fue un gemido de frustración que a punto estuvo de atravesar sus objeciones.
Con un tremendo esfuerzo, separó la boca de los labios de ______, la tomó por los hombros y apartó el cuerpo encendido.
Ella lo miró, aturdida, confusa y excitada, con los pezones claramente visibles a través de la fina tela del vestido.
Joseph contempló esos tentadores puntos enhiestos. Anheló tocarla. Probarla. Se sentía casi tan aturdido como ella, pero sabía que no tenía que perder la cabeza. Después de respirar hondo varias veces, logró decir:
— ¿Recuerdas lo que te dije sobre Isla Orquídea, cariño? Este lugar está controlado, tanto en sonido como en imagen. Por motivos de seguridad, desde luego. Pero no pienso arriesgarme a hacerte el amor delante de una cámara escondida.
No apartó la vista de sus ojos hasta que tuvo la certeza de que lo había entendido. No se trataba de hacer el amor. Sino de discutir sobre la misión.
Quizá quisieran pensar que estaban solos, pero si lo hacían, ambos serían unos necios. Unos necios muertos.
— ¿Una cámara? —______ miró alrededor con expresión de pánico—. Sé lo que dijiste. Pero no puedo creer que aquí no tengamos intimidad...
—Sí, bueno, aguarda unos minutos hasta que pueda ofrecerte algo de acción, nena.
Comenzó a recorrer la habitación como un hombre enfadado que no estaba acostumbrado a que le interrumpieran el placer.
Escudriñó las estanterías, los libros, los adornos, hasta el espejo del techo encima de la cama. Tenía habilidad para descubrir equipo espía y en menos de diez minutos encontró lo que andaba buscando. Una canasta de mimbre en lo alto de uno de los anaqueles, con una trama lo bastante amplia como para ocultar la lente de una video-cámara.
______ juntó las manos delante de ella para evitar que le temblaran, mientras miraba a Joseph sacar la cámara y acercar el rostro a la lente.
—Señor Reynard —comenzó con voz precisa—, entiendo su necesidad de seguridad, y su deseo de mantener el contacto con sus invitados. Pero no pienso tolerar equipo de grabación en mi espacio personal.
Dicho eso, abrió los ventanales, llevó la cámara al exterior y la aplastó sobre el suelo del patio. Luego, repitió el procedimiento con la otra cámara que descubrió en el interior de una maceta, en el salón.
______ odió la sensación trémula que la embargó.
Estaba familiarizada con operaciones encubiertas. Se había entrenado para esa misión...
Pero en ese momento supo que se había estado engañando. Había sido Reynard quien había sembrado el terror en su corazón. Y Joseph había sido lo único que se había interpuesto entre la lujuria de ese hombre y ella.
Había estado a punto de manifestarlo... hasta que Joseph la tomó en brazos y le impidió hablar. También le había recordado lo que había en juego: sus vidas y la de Dawn,
Tembló al tiempo que él entraba en la villa y la evaluaba con la mirada. Eso la impulsó a erguir los hombros.
—Bueno, me he ocupado de dos de las cámaras —él se encogió de hombros—. Podría haber más. Y micrófonos que no he descubierto.
Ella asintió, indicándole que no había manera de que pudieran hablar de la misión en ese entorno.
—Al menos no habrá ningún equipo de vídeo apuntando hacia la cama cuando te haga el amor —manifestó, y luego añadió con el mismo tono indiferente—: aunque reconozco que la idea de que nos miren ha apagado mi ardor por el momento. Tengo mis defectos, pero entre ellos no figura el exhibicionismo.
—Mmm —fue lo único que pudo decir ______ mientras intentaba asimilar la realidad.
Joseph la había deseado tanto como ella a él. Pero probablemente no había sido más que un ejercicio para descargar tensión. Fue él quien había recuperado la cordura y quien se había puesto a buscar cámaras ocultas.
Y en ese instante le indicaba que quizá no había eliminado el problema. Aún estaban vigilados.
Joseph la dejó absorber esa información antes de preguntar:
— ¿Quieres salir a explorar un poco?
Fuera de la cabaña. Donde podrían hablar.
—Suena divertido —respondió ella con docilidad.
—Buena chica. Primero, ¿por qué no te pones algo más cómodo?
—De acuerdo —convino. Entonces comprendió que quitarse la ropa en esa habitación podía representar regalarle un espectáculo a alguien. A un guarda. O a Reynard.
______ se tragó una súbita sensación de asco y buscó en la maleta que habían dejado junto al vestidor. Sacó unos pantalones blancos y una camiseta de color turquesa decorada con peces tropicales antes de desaparecer en el cuarto de baño.
Miró en derredor y rezó para que allí no hubiera ninguna vigilancia. Se quitó el vestido y deseó haber podido ponerse un sujetador.
Con un movimiento fluido lo arrojó sobre la encimera y se puso la camiseta. Los pantalones siguieron en tiempo récord. Luego, salió y recogió un sujetador.
Joseph había entrado en la habitación y le lanzaba una mirada de advertencia.
— ¿Nerviosa?
—Bueno, la idea de dar un espectáculo gratuito no me sienta muy bien —concedió.
—Sí. Para mí es un poco diferente. Yo puedo considerarlo como el vestuario de un gimnasio —al hablar, se quitó la camisa.
Los ojos de ______ se vieron atraídos hacia el magnífico y amplio torso, y durante un momento recordó la sensación de esos músculos duros contra su piel suave.
Quizá él también recordaba lo mismo, porque se quedó muy quieto, con la vista clavada en la parte frontal de la camiseta, donde ______ sospechaba que los pezones ya resultaban claramente visibles. Pero no bajó la vista para averiguarlo.
Durante largo rato ninguno de los dos se movió. Después él dio la impresión de sacudirse mentalmente y se centró en la maleta.
—Vayamos a buscar la playa. Quizá haya una pequeña cala donde podamos disfrutar en privado.
La condujo por los ventanales, a través del patio y a otro sendero que atravesaba el follaje. En la distancia, se podían ver más villas, pero el sendero se mantenía alejado de ellas. Al parecer, Reynard creía en ofrecerle a sus invitados intimidad... salvo de sí mismo.
______ quiso hacerle preguntas, pero Joseph solo hablaba de frivolidades, por lo que siguió su pista y no tardó en descubrir por qué.
Con la cabeza él indicó la vegetación a un lado del camino, y ______ captó un destello de movimiento.
Con un poco de asombro, comprendió que no se encontraban solos. Dos hombres con trajes de camuflaje que prácticamente los hacían invisibles en el denso follaje, se mantenían muy cerca de ellos.