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 Ardiente Verano (Nick y tu)

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andreru
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andreru
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MensajeTema: Ardiente Verano (Nick y tu)   Ardiente Verano (Nick y tu) Icon_minitimeJunio 3rd 2014, 16:47


Novela: Ardiente Verano
Autor: Noelia Amarillo
Adaptación: Si
Genero: Hot
Advertencias: Muy subida de tono


Sipnosis
_______(tn), una mujer de poco más de treinta años, con un hijo adolescente y una vida cómoda en
Madrid, se ve «obligada» a pasar las vacaciones de verano en el pueblo de su exmarido. Y no es que le haga mucha gracia…
Un día, perdida en la sierra, encuentra una rústica cabaña de madera en un claro del bosque.
Junto a ella hay un pequeño cercado con dos caballos; incapaz de resistir la curiosidad, se acerca para recrearse en sus movimientos sin saber que ella misma está siendo observada.
A partir de ese momento todo su mundo dará un giro radical. Todo en lo que cree cambiará a manos de un desconocido que no permite que le vea la cara mientras le ordena, susurrante, que haga lo que jamás se atrevió a hacer.
¿Lo hará? ¿Se dejará llevar por las palabras encendidas, las caricias ocultas y la pasión prohibida de un hombre al que ni siquiera puede ver el rostro?

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andreru
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MensajeTema: Re: Ardiente Verano (Nick y tu)   Ardiente Verano (Nick y tu) Icon_minitimeJunio 3rd 2014, 17:54

CAPÍTULO 1
Llegó el ardiente verano, el bochornoso calor, las temidas vacaciones, el odiado pueblo… El
aburrimiento.
  Un día tras otro, una hora tras otra, un segundo tras otro… En el maldito pueblo.
   _______(tn) observó desde el umbral de la casa a su hijo de 14 años levantar la mano y despedirse; se iba a
dar una vuelta, no volvería hasta la noche.
   Les vio alejarse; su niño pequeño, que ya no lo era, rodeado de toda la caterva de primos de su
misma edad que se reunían en el pueblo al llegar el verano. En el maldito y aburrido pueblo.
   Cuando era niña y acababan las clases, la mayoría de sus amigas se iban al pueblo desde finales de
junio hasta principios de septiembre. Ella se quedaba sola en Madrid, soñando que sus padres tenían un
pueblo al que ir; un pueblo lleno de tíos, primos y abuelos con los que pasar las vacaciones estivales.
   Hay que tener cuidado con lo que se desea… porque puede cumplirse.
   Al crecer se olvidó del sueño, pero el sueño no se olvidó de ella. Y cuando conoció al que sería su
marido durante casi diez años, el sueño iba incluido en el trato.
   Ben era de Ávila, más concretamente de un pueblo de Ávila, Mombeltrán. Durante el primer verano
de su noviazgo fueron allí a pasar las vacaciones, fue un sueño convertido en realidad. Días de calor y
risas, de ríos y juegos, de naturaleza y sensualidad, de locura y erotismo… De polvos salvajes en el
campo y embarazos no deseados.
   Se casaron, tuvieron a Andrés, se odiaron y se divorciaron.
   Pero mucho antes de divorciarse, aborrecía el pueblo.
   Y ahora estaba de nuevo allí. Tras cinco años sin poner un pie en las montañas de Gredos, se había
visto obligada a volver.
   Miró a su alrededor, Andrés había desaparecido en las callejuelas; se encontraba sola de nuevo. Se
giró para entrar en la casa, posó la mano en el pomo de la puerta y la apartó como si se hubiera quemado.
¡No quería pasar otra tarde más encerrada entre aquellas cuatro paredes!
   Metió los dedos en el bolsillo de los vaqueros, asegurándose de que llevaba las llaves encima y dio
un paso. Respiró profundamente y dio otro, y otro más. No miró a izquierda ni a derecha, no miró hacia
atrás, ni siquiera levantó la cabeza de la punta de sus pies. Sólo quería alejarse de ese horrible pueblo,
de esa horrible casa y, perderse…
   ¿Dónde? Ni idea. Sólo perderse.
   Caminó por la calle principal sin hacer caso a la gente que la reconocía como «la viuda del hijo del
Rubio». En el pueblo perdía su identidad, pasaba de ser _______(tn) a ser «La mujer del hijo de…» o, más
exactamente en estos momentos: «La viuda del hijo de…»; aunque antes había sido «la Ex del hijo de…».
Se necesitaba ser un hombre del pueblo para tener nombre allí, su exmarido no lo había sido; ni hombre,
ni del pueblo…, por tanto siempre sería «el hijo del Rubio».
   Fue un alivio cuando dejo atrás la Cruz del Rollo, cuando por fin salió del pueblo, cuando dejo de oír

los murmullos que seguían cada uno de sus pasos.
   Pero no se detuvo.
   Siguió andando, un paso tras otro. Atravesó fincas de olivos y vides hasta llegar a un cerro. Se detuvo
bajo las sombras de encinas, robles y pinos. Respiró. Estaba lejos del pueblo, de su agobio; pero no lo
suficiente.
   Un paso, otro paso, otro más. Nunca sería suficiente.
   Era un alma de ciudad. De humo. De tráfico. De edificios altos hasta el cielo.
   Los bosques, las nubes sobre su cabeza, los arroyos que cortaban el camino; eso no era para ella.
   Un paso, otro paso, otro más… Miró a su alrededor: árboles, arbustos y rocas. Nada más. No sabía
dónde estaba y tampoco le importaba mucho. Había logrado su propósito: huir.
   Un relincho recorrió el bosque. Se giró buscando el origen del sonido. Era extraño, estaba alejada del
pueblo, que ella supiese no había fincas por esa zona, claro que tampoco sabía mucho de Mombeltrán.
   Sin saber por qué se dirigió hacia el sonido, le daba igual estar perdida en un lado que en otro. Se iba
a aburrir lo mismo al norte que al sur, y los caballos siempre le habían gustado.
   Otro relincho, esta vez más cercano. Apresuró sus pasos hasta llegar a una alta valla que se extendía
de este a oeste hasta el infinito, o eso parecía. Supuso que se trataba de un coto privado de caza. La cerca
estaba encajada entre altos árboles, rodeando una gran parcela, y a través de los agujeros podía ver un
claro más allá de los árboles.
   Otro relincho.
   _______(tn) siguió la alambrada, buscando un lugar desde el que la vegetación le dejara ver al dueño de tan
potentes pulmones.
   Unos minutos después vio un sendero asfaltado que llevaba hasta unas puertas de forja. Observó el
lugar, alerta; no quería ver a nadie, quería morir de aburrimiento ella sola, sin habladurías ni murmullos;
pero el camino estaba desierto y el caballo relinchaba de nuevo.
   Se acercó con cautela, la puerta estaba cerrada con una cadena. Empujó, el candado que debía
sujetarla cayó. Lo recogió del suelo y dudó unos segundos con él en las manos, luego lo enganchó a un
eslabón sin cerrarlo del todo y entró en la finca.
   Árboles altos y frondosos rodeaban el camino asfaltado intentando devorarlo hasta que, pocos metros
después, el sendero desaparecía y los árboles con él. Como si hubiera sido eliminado por alguna fuerza
mágica, el bosque se abrió en un claro enorme y verde en mitad del cerro.
   Frente a ella una alta cerca blanca formaba un círculo de unos treinta metros de diámetro. Pegada al
perímetro había una construcción de paredes de chapa y tejado de uralita en forma de «U» invertida que
probablemente sería un establo y, unos veinticinco o treinta metros al este, rodeada por un muro bajo
hecho de piedras y elevada a medio metro del suelo sobre una plataforma de cemento, se ubicaba una
pequeña casa rústica de tejas rojas y paredes de pino, con un pequeño porche sobre el que destacaba una
mecedora de madera.
   Si hubiera creído en los cuentos, habría pensado que estaba en la casa de la abuelita de Caperucita
Roja. Pero no creía en ellos y además estaba aburrida.
   Fijó la mirada en el círculo blanco, donde un precioso caballo negro, de crines largas hasta los ijares
y cruz alta, con una estrella blanca destacando en la sien y la cola ondeando al viento relinchaba alzando
la testa y arqueando el cuello. Recorría con pasos pesados el centro del círculo y se alzaba sobre sus
patas traseras en dirección a un alazán rojizo, algo más pequeño, que pastaba tranquilo atado al pie del

cercado. Éste alzó la cola y soltó un buen chorro de orina en respuesta a su compañero. El negro
corcoveó excitado, alzó el labio superior y olisqueó el aire con movimientos casi espasmódicos.
   _______(tn) se acercó como hipnotizada. Era impresionante ver a ambos corceles; uno tan tranquilo, el otro
tan nervioso y a la vez tan majestuoso y altivo. Aferró la cerca con los dedos y apoyó la barbilla sobre
las manos, incapaz de apartar la mirada.
   Ahora el negro se aproximaba al alazán, casi podía decirse que bailaba alrededor de él levantando
los cascos, acercándose orgulloso para, al instante siguiente, alejarse nervioso. El alazán volvió a orinar.
El negro arqueó el cuello, destacando de esta manera los músculos duros y delineados de la cruz, a la vez
que volvía a subir el labio superior y cabeceaba en el aire con énfasis.
   —¿Qué están haciendo? —se preguntó _______(tn).
   —El semental danza para la yegua —susurró una voz ronca sobre su nuca, a la vez que un cuerpo
duro y cálido se pegaba a su espalda.
   —¡Qué…! —_______(tn) intentó volverse, pero unos fuertes brazos la rodearon por los hombros y unas
manos ásperas se posaron sobre las suyas, inmovilizándola.
   —Ahora la yegua le muestra al semental que está preparada —continuó el desconocido haciendo
caso omiso de los intentos de _______(tn) por liberarse—. Observa —ordenó.
   En ese momento el alazán separó las patas traseras y levantó durante breves segundos la tupida cola
de pelo canela, mostrando la vulva hinchada y rojiza de una yegua. El corcel negro se volvió loco. Hizo
cabriolas, dio saltos y elevó las patas delanteras mostrando su belleza en todo su esplendor.
   —Lo está provocando —aseveró el desconocido. Los labios susurrando en su oído— pero el
semental no se fía; conoce a las yeguas, sabe que antes de aparearse tiene que ganársela.
   El corcel se acercó a la yegua y en ese momento ella bufó y bajó su cola ocultando la entrada a su
vagina. El negro reculó y se lanzó a la carrera hacia el otro extremo del vallado.
   —Se rinde… —dijo _______(tn) entristecida. Con un suspiro intentó volver la cabeza y ver de quien era la
voz que la mantenía inmóvil; una voz que, estaba segura, debía de reconocer.
   —No. Se replantea el cortejo —susurró el desconocido empujando su pecho sobre la espalda de
_______(tn), obligándola a pegarse a la valla antes de que ella pudiera verle el rostro.
   _______(tn) volvió su atención al semental. Se le veía más calmado, recorriendo pausadamente el
perímetro de la cerca, ignorando a la yegua.
   —Más bien pasa de ella —aseveró _______(tn), intentando liberar las manos del agarre del hombre.
   —No. Están jugando, ella quiere un semental entre sus patas, pero antes quiere un cortejo en toda
regla —susurró él introduciendo uno de sus pies entre los de ella.
   —Yo no soy una yegua que busca follar con un semental —declaró _______(tn), sin moverse ni alzar la
voz, pensando que debería intentar liberarse de él. O, al menos, sentir miedo por la situación en la que
estaba inmersa. Pero no era así, no tenía ni pizca de miedo ni se sentía atacada. Algo en su interior le
decía que el desconocido no era tal.
   —No. No eres una yegua —aseveró él en voz baja, ocultando adrede el tono verdadero de su voz e
ignorando el resto de la frase—. Ahora volverá a tentarle.
   Y así fue. La yegua volvió a miccionar y el semental respondió con un sonoro relincho, corcoveando
y hocicando al aire.
   El desconocido presionó las manos de _______(tn) sobre la valla hasta que éstas se juntaron, luego asió

ambas con una de las suyas y llevó la otra hasta el estómago de la mujer.
   _______(tn) se tensó sin saber bien por qué. El roce de sus dedos sobre la camiseta era cálido, demasiado
cálido.
   «Esto no me está pasando a mí», pensó. «No puedo estar en mitad del campo, pegada a un tío que no
sé ni cómo es, observando a un par de caballos a punto de echar un polvo… Y con ganas de echarlo yo
misma.»
   El semental negro volvió a repetir el baile y la yegua volvió a levantar su cola. En el momento en que
él se acercó, ella la bajó otra vez.
   —Menuda calienta pollas está hecha —comentó _______(tn) apoyando la barbilla en el dorso de la mano
que sujetaba las suyas. Era morena, con uñas cortas y limpias. Sintió sus dedos callosos acariciándole los
nudillos. «No debería estar relajada, este tipo me está seduciendo y ni siquiera sé quién es…»
   —Negro sabe lo que se hace, ahora es cuando va a empezar a impresionarla —susurró él.
   —Ya veo —replicó burlona. Quería que él dejara de susurrar, que levantara la voz hasta su tono
normal. Estaba segura de que si lo hacía le reconocería.
   —No miras adonde debes. Cualquier yegua se sentiría impresionada ante él —aseveró el
desconocido pegando su ingle a las nalgas de _______(tn).
   Estaba erecto.
   Ambos machos lo estaban.
   El pene del caballo se alargaba hasta casi el corvejón, a mitad de la pata trasera.
   La verga del desconocido se acomodaba entre las nalgas de _______(tn); dura, gruesa, quemándola a través
de la tela de los vaqueros.
   _______(tn) se quedó petrificada. Debería girarse y darle una buena patada en los cojones, pero no podía.
Mentira, no quería. Hacía tanto tiempo que nada ardía en ella, que no sentía la sangre correr alterada por
sus venas… Continuó inmóvil.
   El semental se acercó a la yegua, ésta lo ignoró; la golpeó suavemente con la testa en los lomos, ella
no se movió.
   El desconocido posó sus labios sobre la nuca de _______(tn). Ella sintió su lengua cálida y húmeda
lamiéndola en círculos, acercándose poco a poco a la vena que le latía erráticamente en el cuello para
apretar los labios contra ella y absorber con fuerza, justo en mitad de un latido. Un escalofrío recorrió su
espalda y bajó directo hasta su vagina.
   El semental negro tampoco se había quedado quieto. Bailaba alrededor de la yegua, acercándose a
ella para golpearla con el hocico en las ancas para alejarse al instante en un baile frustrante que dio como
resultado que ésta apartara a un lado la cola y expusiera levemente su vulva hinchada para volver a
ocultarla al segundo siguiente. El semental se alejó, el pene bamboleó inmenso entre sus patas traseras
cuando levantó las delanteras y lanzó un potente relincho.
   El desconocido recorrió con los dedos el camino desde el estómago a los pechos y sostuvo el
izquierdo en la palma de su mano; sus dedos extendidos abarcaron el seno y lo tentaron suavemente,
deslizándose sobre el pezón fugazmente. _______(tn) echó la cabeza hacia atrás hasta que su mejilla encontró
la del desconocido, pero él la empujó con el mentón hasta que quedó apoyada en su hombro duro y
masculino. Luego recorrió con los labios la delicada clavícula femenina, raspándola con su incipiente
barba y mandando destellos de placer con cada áspero roce. _______(tn) cerró los ojos, frustrada por no ser
capaz de verle, de reconocer su voz.

   —Abre los ojos —ordenó él con voz enronquecida.
   _______(tn) le obedeció a duras penas, sus músculos no respondían a las órdenes de su cerebro. Las
piernas estaban flojas, sin fuerzas; las manos todavía reposaban sobre la valla, sujetas por las de él; su
pecho subía y bajaba al ritmo de su respiración errática, ansiando un nuevo roce de sus dedos callosos.
   El semental estaba tras la yegua. Le hocicaba las ancas, empujándola y alejándose de ella. En ese
momento el alazán elevó la cola y el semental hundió el hocico en la vulva; frotó su morro en ella,
humedeciéndolo, para separarse al instante del fruto prohibido; su verga mostrándose en todo su
esplendor.
   La mano del desconocido liberó las suyas, recorrió lentamente los brazos y aterrizó sobre su
estómago. Pero no se detuvo allí, bajó hasta encontrar la cinturilla de los vaqueros y se coló bajo ellos,
quemándole la piel.
   _______(tn) sintió los dedos recorriendo los rizos de su pubis; presionando su vulva, húmeda al igual que
la de la yegua.
   «Estoy libre, me ha soltado; debería darme la vuelta, golpearle, escapar, salir corriendo», pensó.
Pero no lo hizo, no quería hacerlo.
   Se aferró con fuerza a la cerca, los dedos temblándole de anticipación, las rodillas débiles por la
excitación, la mirada fija en los dos corceles… Se acercaba el final.
   El semental volvió a alzar las patas delanteras. _______(tn) no podía apartar la vista de la inmensa verga
negra; brillante y rígida, larga y orgullosa, gruesa y lisa… Parecía suave. Tan suave como las caricias de
las yemas del desconocido en sus labios vaginales.
   La mano que jugaba con su pecho izquierdo se desplazó lentamente hacia el derecho, los dedos
rodearon el pezón, lo pellizcaron, tiraron de él y sintió que la tierra sobre la que estaban posados sus
pies desaparecía, que todo su mundo giraba alrededor de las manos de aquel hombre. La que excitaba sus
pezones, la que abarcaba su vulva.
   —Observa a los caballos —ordenó él, situando un dedo a cada lado del clítoris—. La yegua está
preparada, su vagina está lubricada. Abre las patas y levanta la cola, ofreciéndose sumisa. —Apretó los
dedos contra el clítoris y _______(tn) estuvo a punto de estallar.
   El pie enfundado en la bota campera del desconocido la golpeó suavemente en los tobillos hasta que
abrió más las piernas. _______(tn) jadeó con fuerza cuando vio desaparecer su gruesa y morena muñeca por
debajo de la cinturilla de los pantalones, se olvidó de respirar cuando sus dedos llegaron hasta la entrada
de su vagina.
   —¿Qué crees que hará Negro ahora? —preguntó susurrando.
   —No… No lo sé… —respondió _______(tn) cerrando los ojos, perdida en las sensaciones que recorrían
su cuerpo.
   —Míralos —ordenó severo.
   _______(tn) obedeció.
   El semental se colocó tras la yegua y elevó las patas delanteras para cubrirla, encerrándola bajo su
cuerpo, sujetándola por las ancas. La enorme y pulida verga en su máxima extensión, los testículos
hinchados balanceándose bajo su negra y tupida cola.
   _______(tn) se humedeció los labios.
   El negro corcel penetró de una sola embestida la entrada rosada e hinchada de la yegua alazana.

   El desconocido introdujo con fuerza dos dedos dentro de su vagina al mismo tiempo que presionaba
el clítoris con el pulgar.
   Las rodillas dejaron de sostenerla, pero él la sujetó por el estómago sin dejar de bombear con los
dedos en su vagina. Dentro y fuera. Dentro y fuera. Con fuerza. Rápidamente, curvando los nudillos en
cada embestida a la vez que azotaba con el pulgar el clítoris endurecido.
   —Para… por favor… Para… —rogó _______(tn) con voz apenas audible.
   El desconocido hizo caso omiso. Pegó más su ingle a las nalgas y comenzó a frotarse contra ella.
   _______(tn) creyó que se rompería en pedazos. Él empujaba con su pene inhiesto y sólido contra sus
glúteos mientras sus dedos le invadían la vagina sin pausa. Su pulgar recorría en apretados y húmedos
círculos el clítoris, mientras la palma de su otra mano le quemaba el estómago.
   El aire no le llegaba a los pulmones, la sangre ardía en sus venas, tenía los dedos blancos de apretar
la cerca y sus labios abiertos jadeaban en busca de oxígeno.
   El semental montaba a la yegua con fuerza. Los dedos del desconocido destrozaban los nervios de su
sexo, mandando ramalazos de placer por todo su cuerpo, llevándola hasta donde nunca había llegado.
   —Esto no está bien… —intentó razonar _______(tn) al borde del orgasmo—. No debo…
   —Córrete para mí —ordenó él—. Ahora.
   _______(tn) gritó. Tembló. Cayó en un abismo que no sabía que existía.
   Se derrumbó sin fuerzas sobre la mano del desconocido, sintiendo sus ásperos dedos entre sus
pliegues más íntimos, la palma de su mano húmeda por sus fluidos.
   —Cierra los ojos y respira —ordenó él sosteniéndola.
   _______(tn) dejó caer las pestañas y se esforzó por volver a respirar con normalidad.
   El desconocido la tumbó con suavidad sobre el suelo.
   Esperó lánguida a que él la desnudara y se la follara con la misma intensidad con que la había
masturbado, pero en vez de eso le sintió girarse y oyó sus pasos alejarse entre los árboles.
   Abrió los ojos confundida.
   El semental pastaba tranquilo al otro lado de la valla, sus instintos satisfechos.
   La yegua sacudía la cabeza como saliendo de un sueño.
   Giró la cabeza y buscó a su alrededor. El prado, vacío; la puerta del establo, cerrada; la cabaña…
Tal vez el desconocido había ido a la cabaña.
   Se levantó lentamente, sus piernas aún no respondían con rapidez.
   Un paso, otro paso, otro más hasta llegar a la choza. La puerta estaba cerrada y las ventanas tenían
cortinas que le impedían ver el interior. Estuvo a punto de golpear la puerta con los puños, pero sabía
que sería inútil. Él se había ido. Había oído sus pasos alejándose en dirección contraria, hacia los
árboles que rodeaban el claro. No lo encontraría si él no quería. Y parecía que ése era el caso.
   —¡Cabrón! —gritó con todas sus fuerzas—. Cabrón… —repitió entre dientes sabiendo que no tenía
derecho a insultarlo, ni siquiera a enfadarse.
   No tenía derecho a sentirse ofendida. Él no le había obligado a hacer nada; de hecho no había hecho
nada más que dejarse llevar y aceptar el placer que él le daba.
   —Pude haberme ido. Él me soltó, pude haber echado a correr, haber gritado, haberme girado y verle
la cara. Pero no lo hice —reconoció para sí— ¿Por qué no lo hice?
   Respiró profundamente y se colocó la ropa. Tenía los pezones sensibles. La vulva le latía con el

recuerdo del orgasmo. Los músculos de la vagina se le contraían involuntariamente. El clítoris ardía.
   Miró a la yegua y se acercó hasta ella. Ésta la miró curiosa.
   —Nos lo hemos pasado bien esta tarde… Espero que haya merecido la pena, tú te quedaras aquí con
tu semental, ignorando lo que te rodea; yo volveré al pueblo y rezaré porque mi semental no se vaya de la
lengua y no me haga sentir como una puta en un sitio en el que no me siento yo misma.
   Se dio la vuelta y se dirigió hacia el camino asfaltado, esperando que éste llevara a alguna carretera
que confluyera con la del pueblo. Realmente no tenía ni la más remota idea de donde se encontraba.

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andreru
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MensajeTema: Re: Ardiente Verano (Nick y tu)   Ardiente Verano (Nick y tu) Icon_minitimeJunio 3rd 2014, 17:55

Espero que les guste! diganme si quieren que la siga! cheers Very Happy Surprised Wink Razz I love you 
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MensajeTema: Re: Ardiente Verano (Nick y tu)   Ardiente Verano (Nick y tu) Icon_minitimeJunio 3rd 2014, 18:34

wow
primera lectora
fue un inicio muy interesante... 
siguela
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andreru
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MensajeTema: Re: Ardiente Verano (Nick y tu)   Ardiente Verano (Nick y tu) Icon_minitimeJunio 6th 2014, 08:17

CAPÍTULO 2
«Más alto que yo, piel morena, manos fuertes… ¿Qué más? ¡Qué más!»
Se había repetido esa pregunta una y mil veces en el tiempo transcurrido desde su visita al campo.
Dos días sin salir de la casa eran muchos minutos dedicados a comerse el coco, y eso era a lo que se
había consagrado sin tregua: a preguntarse por qué no había salido corriendo cuando tuvo la oportunidad;
por qué había reaccionado de esa manera… Pero sobre todas las cosas, se había estrujado una y otra vez
el cerebro intentando reconocer una voz que estaba segura que no era la primera vez que escuchaba.
Para las dos primeras preguntas tenía respuesta: no había huido porque no se había sentido
amenazada, más bien todo lo contrario, y había reaccionado de esa manera porque era una mujer normal y
corriente con las fantasías que toda fémina tiene en algún momento de su vida.
El último interrogante seguía siendo una incógnita. Y eso la llenaba de frustración. Si él hubiera
hablado en un tono de voz normal en vez de dedicarse a susurrar, lo hubiera reconocido. Pero no, el muy
cabrón lo sabía, por eso había bajado la voz.
Miró por la ventana, la gente del pueblo caminaba por las calles ajena a su angustia. Llevaba dos días
encerrada, horrorizada de pensar que en el momento en que pisara la calle, la gente la señalaría con el
dedo mientras murmuraba lo zorra que era por dejarse sobar por el primer tipo que se le presentaba.
Pegó la frente al cristal y cerró los ojos. ¡Era lo que le faltaba! No sólo era «una extraña» a la que
todo el mundo miraba y sobre la que casi todos cuchicheaban, ¡ahora además les había dado motivos para
hacerlo! ¿Cómo había sido tan inconsciente?
Por el momento su suegro parecía no saber nada, pero estaba segura de que antes o después le
llegarían rumores; al fin y al cabo se había dejado masturbar por un hombre —desconocido para más
señas—, y los hombres jamás mantenían la puta boca cerrada.
Temía con pesar el momento en que su suegro lo descubriera. No diría nada, la apreciaba demasiado
como para mencionárselo, pero la observaría con esa mirada horrible, mezcla de pena y desilusión que
dedicaba a quienes le decepcionaban. Y ella no podría soportarlo.
No. Estaba decidido, no saldría de casa hasta el final de las vacaciones, para lo cual únicamente
faltaban tres semanas. ¡Joder! ¿Por qué coño le había prometido a su hijo que pasarían las vacaciones en
el puto pueblo de mierda? Porque su padre había muerto ese invierno y Andrés quería pasar las
vacaciones en el pueblo, como todos los años, pero no quería estar solo.
Desde su separación, hacía ya cinco años, Andrés pasaba julio en la playa con ella y agosto en el
pueblo con su padre. Este año su hijo quería ir al pueblo a toda costa, encontrarse con sus primos, que de
paso también eran sus mejores amigos, y refugiarse en brazos de su tío y de su abuelo; pero no quería
enfrentarse solo a la mirada compasiva de la gente. Así que _______(tn) se resignó, olvidó la playa por un año
y acompañó a su hijo a Mombeltrán. Aún se estaba arrepintiendo.
Se levantó del alféizar de la ventana y se dirigió hacia la única parte de la casa que consideraba suya:
su habitación, su escritorio. El portátil estaba abierto sobre éste. Tres semanas no eran demasiadas si
tenía Internet al alcance de un clic. Encendió el PC y esperó. Ni siquiera Internet tenía prisa en ese lugar
perdido de la mano de Dios.

—_______(tn), hija, no te lo tomes a mal, pero nos tienes preocupados —dijo Abel entrando en su
habitación sin llamar. _______(tn) frunció el ceño—. Llevas dos días encerrada en casa. Deberías salir, al fin y
al cabo estás de vacaciones.
—Estoy bien aquí, gracias Abel —contestó educadamente a su suegro. Que el hijo hubiera sido un
malnacido no significaba que el padre fuera mala persona; de hecho, era todo lo contrario.
—No estás bien. Nadie puede estar bien encerrado entre cuatro paredes. ¿Ha pasado algo?
—Por supuesto que no. —«Dímelo tú», pensó. «¿Te ha dicho alguien que soy una puta?»
—Estamos preocupados por ti, hija.
—No os preocupéis. Estoy bien. Gracias —mintió _______(tn), tamborileando con los dedos sobre el
escritorio.
—Andrés y yo hemos pensado en ir esta tarde a Icona a merendar, nos gustaría que nos acompañaras.
—Odio comer en el campo —aseveró _______(tn).
Icona era un prado lleno de hierbajos y bichos, con un arroyo poblado de mosquitos chupa sangre al
que iba medio pueblo a merendar y chismorrear. No quería encontrarse con nadie.
—_______(tn), tu hijo ha perdido a su padre… —La interpelada alzó la cabeza para encontrarse con la
mirada apesadumbrada de Abel— y su madre no le hace caso porque se pasa el día encerrada en su
cuarto. No creo que sea justo para Andrés. —_______(tn) se mordió los labios al darse cuenta de que estaba
siendo, además de cobarde, egoísta—. Deja de hacer el idiota y acompáñanos. El pueblo no es tan malo.
—Está bien. Iré.
La merienda no estuvo mal, nadie la miró raro ni susurró en su presencia, tampoco se formaron
grupitos para comentar a sus espaldas, o al menos ella no los vio. De hecho la gente fue muy amable, o
todo lo amable que se puede ser con una persona que apenas habla. _______(tn) sabía que estaba siendo
irracional, pero estaba muerta de miedo.
Con el paso de las horas —una merienda en el pueblo significaba pasear por el campo de mesa en
mesa desde las seis de la tarde hasta que volvían a casa a las doce de la noche— _______(tn) se fue relajando,
sobre todo al comprobar que por lo visto su semental era el único hombre del mundo que no andaba
cotorreando sobre sus conquistas.
Comenzó a observar a todos los hombres que había a su alrededor. Eliminó a todos los que no fueran
del pueblo y alrededores; el desconocido tenía ese acento abulense único y especial, aun hablando en
susurros. Descartó a los que eran más bajos que ella, lo cual era bastante difícil, ya que medía poco más
de metro y sesenta y cinco; desechó también a los que no estaban bronceados, pero casi todos lo estaban,
al fin y al cabo trabajaban en el campo y eso implicaba piel morena. Observó las manos, recordaba
perfectamente las del desconocido: grandes, fuertes, morenas, de uñas limpias y cortas, como las de la
mayoría de los hombres del pueblo. También se fijó en el calzado, revisó atentamente a aquellos que
llevaran botas camperas, aun sabiendo que era una soberana estupidez; todo el mundo tenía al menos un
par de botas en su armario. Intentó recordar algo más. Creía que el desconocido tenía el cuerpo duro,
musculoso… pero no estaba segura, sólo lo había sentido contra su espalda, y lo que más había notado
era su tremenda erección… Y claro, no podía ir mirando el paquete a los hombres, no era plan; aunque
más de una vez se descubrió haciéndolo. «¡Joder!»
Para contentar a su hijo se intentó relacionar con la gente. Saludó a primos, tíos, cuñadas de primos,

abuelos de primos y demás familia, que por cierto componía medio pueblo. Uf, lo odiaba. Era lo malo de
aquel lugar, la mitad de la gente era familia directa de su suegro y la otra mitad, de su difunta suegra…
Un horror. Era imposible alejarse de tanto besuqueo, abrazo e interrogatorio familiar.
Se pinchó con los pelos del bigote al besar a tía Juana, la única hermana soltera del cuñado de Abel;
respondió con calma a la prima Inés, prima hermana de su exmarido y dueña de la única peluquería del
pueblo, lo que la convertía en la fuente oficial de (des)información, a la que todo el mundo acudiría en
busca de noticias en cuanto _______(tn) se diera la vuelta. Sonrió educada ante la parrafada que le echó Pedro
sobre las tierras que nadie cuidaba, primo segundo del primo hermano de su ex, y rezó para que un rayo
la fulminara ipso facto ante la cháchara de más de media hora de la tía abuela Eustaquia, hermana de
alguno de los cuñados de los primos de quién sabe qué familiar. Consiguió alejarse de ella al ver a su
cuñado apoyado en el tronco de un árbol.
—¡Anda! ¡Si ése es Nick! —gritó, no porque estuviera entusiasmada de ver a su cuñado, sino porque
la tía Eustaquia era sorda como una tapia— ¡Hace años que no le veo!
—Hijita, deberías ir a saludarlo, seguro que tiene muchas cosas que contarte.
—Lo dudo —dijo entre dientes _______(tn).
—¿Que has dicho?
—¡Seguro! ¡Voy a saludarlo! ¡Adiós!
Echó a andar antes de que la buena señora cambiara de opinión y la volviera a coger del brazo para
seguir hablando. Disimuladamente se limpió la cara con la camiseta; no sólo estaba sorda como una
tapia, también era campeona en el lanzamiento de perdigones entre dientes…
«¿Qué le costaría comprarse una dentadura postiza? Seguro que así se ahorraría muchísima saliva.»
Su cuñado seguía apoyado en el tronco del roble, indiferente, mirándola con una sonrisa irónica en
los labios e intuyendo, sin duda, que le había usado de excusa para librarse de la familia. Dudó entre
dirigirse a él o dar media vuelta y perderse en el bosque, quizá con un poco de suerte aparecería el Lobo
Feroz para devorarla, liberándola de la martirizante merienda familiar. Miró hacia atrás, la anciana
señora la observaba fijamente. Suspiró, no le quedaba otra que acercarse a Nick por mucho que
prefiriera morir a manos de un batallón de hormigas devora hombres. ¿Cómo se llamaban las de esa
película de Charlton Heston? Mmm, no lograba recordarlo.
Sintió la mirada de Nick fija en ella y se preparó para una charla difícil. No porque su cuñado fuera
un hombre complicado, que lo era, ni porque fuera ofensivo, que también lo era, sino porque había que
sacarle las palabras con sacacorchos a no ser que tuviera ganas de hablar. Entonces era todavía peor.
En fin, más dolorosos eran los besos de tía Juana. Al menos Nick estaba bien afeitado.
—Hola —saludó tendiéndole la mano.
—Hola cuñada —respondió él con su voz potente y ruda—. ¿No me vas a dar un beso? A la tía Juana
se lo has dado y se afeita peor que yo. —_______(tn) gruñó para sus adentros, su cuñado parecía leerle el
pensamiento en: los momentos menos oportunos.
—Tan agradable como siempre —refunfuñó, poniéndose de puntillas y besándole la mejilla lisa y
tersa. Se fijó en las pequeñas arrugas que rodeaban sus ojos, antes no las tenía. Claro que hacía más de
cinco años que no lo veía.
—Todo sea por las apariencias —contestó él saludando con la mano a la tía Eustaquia.
—¿Cómo se llamaban las hormigas esas que devoraban a la gente en la película de Charlton Heston?

—preguntó _______(tn) de sopetón. No es que tuviera mucho interés en saberlo, pero como decía Nick, había
que guardar las apariencias, y si se iban a tirar cinco minutos haciendo como que se llevaban bien, era
necesario conversar aunque fuera de gilipolleces.
—¿Así es como iniciáis una conversación las personas de la capital? —respondió burlón—. No
sabía que en Madrid fuerais tan originales.
—Así es como los madrileños mandamos a la mierda a los imbéciles —contestó _______(tn) enseñándole
el puño cerrado con el dedo corazón estirado.
—Vaya modales. Ten cuidado, medio pueblo te está observando —dijo saludando con la cabeza a
alguien situado detrás de _______(tn).
Ésta se giró para encontrarse con la mirada afilada del cura del pueblo que, por si fuera poco,
también era primo segundo, o tercero, del hermano de la cuñada de su suegro. O algo por el estilo.
¡Joder! ¡Estaba rodeada de familiares! ¡Era como la invasión de La guerra de los mundos, pero con tíos,
primos y abuelos en vez de extraterrestres! Sonrió con la sonrisa más falsa del mundo y se giró para
fulminar con la vista a su cuñado, cosa que a él le resbaló por completo.
—¿Qué tal te va la vida? —preguntó con los dientes apretados, intentando dar la impresión de una
charla amena entre cuñados.
—Igual que hace cuatro años. ¿O son cinco? —contestó Nick, insinuando con esto el tiempo que
llevaban sin verse—. No aprietes tanto los dientes o estallarán por la presión —comentó como quien no
quiere la cosa, a la vez que la cogía del codo—. Vamos a dar un paseo.
—¿Contigo? ¡Antes prefiero que me devore la marabunta! —Eso era, por fin le salía el nombre de las
hormigas asesinas—. Aunque… pensándolo mejor, prefiero que te devoren a ti —dijo con una enorme y
falsa sonrisa zafándose del brazo por el que le sujetaba.
Se quedaron con la mirada fija uno en el otro. Nick apretó los puños junto a sus potentes muslos
mientras una gruesa vena comenzaba a latir visiblemente en su cuello, síntoma inequívoco de que estaba
ligeramente cabreado. _______(tn) alzó la barbilla y se cruzó de brazos desafiándole.
Se comportaba con su cuñado de una manera totalmente irracional. Ella era una mujer tranquila,
pasiva, con una actitud casi indiferente ante todo. Menos con su cuñado, con él sacaba a relucir un
carácter endiablado que dejaría pasmados incluso a sus amigos más íntimos; si es que los tuviera, claro.
No lo odiaba, pero casi. No tenía motivos para comportarse así con él, ni para volcar sobre él todas sus
frustraciones y decepciones, pero así era y no podía evitarlo. Hacía cinco años en un momento de
desengaño, despecho y desesperanza había matado al mensajero. Y ése había sido Nick. Mala suerte
para él.
—Tenemos que hablar a solas —ordenó Nick dando dos pasos hacia _______(tn), pegándose a ella e
intentando imponerse con su presencia.
_______(tn) bufó. No la impresionaban sus casi dos metros de altura, ni el metro entre hombro y hombro, ni
mucho menos el ancho cuello con la vena latiendo, por no hablar de lo risibles que eran sus brazos llenos
de musculitos imponentes o sus largas piernas de muslos bien definidos enfundadas en vaqueros
desgastados.
—Vas listo —siseó en respuesta a su orden. Los ojos claros de Nick se tornaron amenazantes bajo
el mechón de pelo moreno que intentaba ocultarlos.
—Vaya, vaya… Mira quién está aquí —interrumpió el duelo de miradas un hombre alto de cabellos
color ébano, piel morena, ojos verdes y sonrisa Profident en los labios—. Por fin has escapado de la

casa-prisión del tío Abel. Aunque has saltado de la sartén para caer en las brasas —susurró divertido en
el oído de _______(tn).
—¡David! ¿Qué haces aquí? —exclamó la mujer con una radiante, y por primera vez en el día, feliz
sonrisa.
—Lo mismo que tú, penitencia.
—Idiota —soltó entre dientes Nick.
—Yo también estoy encantado de verte, primo —comentó irónico mientras miraba seductor a _______(tn)
—. Creo que tío Agustín ha traído su famoso orujo de hierbas casero. Vamos a saludarle —dijo el recién
llegado cogiendo a _______(tn) del brazo—. Chao, primo.
—Adiós. —_______(tn) se despidió con una sonrisa. David era la única persona divertida que conocía en
el pueblo y estaba encantada de haberse encontrado con él.
Nick observó a su primo y a la exmujer de su hermano alejarse, caminando uno junto al otro,
susurrándose cosas al oído y estallando en carcajadas. Inspiró con fuerza y apretó los puños hasta que
crujieron los nudillos. ¿No quería hablar con él? Perfecto. Llevaba cinco años esperando esa
conversación, le daba lo mismo esperar cinco más. Pero antes o después, prometió en silencio, hablarían.

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MensajeTema: Re: Ardiente Verano (Nick y tu)   Ardiente Verano (Nick y tu) Icon_minitimeJunio 6th 2014, 09:58

dios...
la dejaste muy emocionante
siguela pronto
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andreru
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MensajeTema: Re: Ardiente Verano (Nick y tu)   Ardiente Verano (Nick y tu) Icon_minitimeJunio 7th 2014, 16:42

CAPÍTULO 3
El sol iluminaba a medias la cabaña, manteniéndola entre claros y sombras. Las hojas de los robles, los
pájaros surcando el cielo, las ardillas subiendo y bajando por las altas ramas, el sonido lejano de algún
animal escarbando en el suelo cubierto de hojarasca y musgo y el relincho de Negro componían la única
música que le gustaba escuchar al hombre que, sentado en el porche, se mecía lánguidamente sobre la
mecedora.
Cálidos rayos de sol ascendían por sus piernas deteniéndose al llegar a la cintura y dejando la parte
superior de su cuerpo en penumbra.
Su postura indolente reflejaba aburrimiento. La pierna izquierda colgando del reposabrazos; el pie
derecho apoyado descalzo en el suelo, dando vida a la danza de la mecedora; sus manos reposando en
aparente tranquilidad sobre los muslos, cubiertos por unos viejos vaqueros.
Si las sombras hubieran permitido que la luz entrara por completo en el porche, ésta iluminaría su
semblante duro y pensativo. El aparente relax que denotaba su postura, no era más que la calma antes de
la tormenta. Ocultos entre las sombras, sus ojos vigilantes y su mente afilada no paraban de darle vueltas
a la misma idea una y otra vez.
Esa tarde se cumplía una semana.
Una semana desde que la volvió a ver.
Una semana desde que volvió a respirar su aroma.
Una semana desde que recorrió con sus dedos la suavidad de su piel.
Una semana desde que los impregnó en su esencia.
Una semana muriendo por tocarla de nuevo, por sentirla entre sus manos, por saborearla.
Una semana sabiendo que el sueño se había esfumado en el aire.
Apretó los labios, enfadado consigo mismo. Los sueños, sueños son. No merecía la pena esperar de
ellos nada más que unas cuantas erecciones matutinas.
Dejó de impulsarse con el pie y observó el claro que él mismo había desbrozado de árboles. El
semental negro correteaba inquieto en el cercado, intuyendo el estado de ánimo de su dueño, nervioso sin
saber bien por qué. La yegua alazana, fiel a su carácter tranquilo e impasible, pastaba indiferente a todo
lo que no fuera espantar las moscas con la cola.
El corcel negro se acercó hasta el extremo de la cerca más próximo a la cabaña y lanzó un potente
relincho.
—No pierdas el tiempo, Negro, aprovecha que Roja está en celo y tíratela antes de que se esfume el
sueño —gritó enfadado. El animal le respondió con un bufido. El hombre sonrió enseñando sus blancos
dientes—. No, Negro. No va a volver —aseveró.
Cerró los ojos, recordando.
Le había sorprendido encontrar a _______(tn) observando a los caballos. Tanto que, sin pensar lo que
hacía, se dejó llevar por la necesidad de sentir el calor femenino contra su piel. Cuando la sintió
sobresaltarse e intentar alejarse de él, todos sus instintos le ordenaron que se lo impidiera; por eso la
sujetó con su cuerpo y sus manos. Después, sin saber bien por qué, decidió reírse un poco de su

mojigatería y hacerla ruborizar con el relato detallado del apareamiento de los corceles. Y fue en ese
preciso instante cuando su mundo se tornó patas arriba. Ella no sólo no se había espantado, sino que se
había excitado. Pudo olerlo, sentir los temblores del cuerpo de _______(tn) pegado al suyo, ver la vena latir en
su cuello.
Nunca, ni en sus sueños más salvajes, habría imaginado a _______(tn) reaccionando así. Sin miedo, con
curiosidad, mostrándole su sexualidad sin ruborizarse. En ese momento perdió el control. Dejó de ser el
hombre que trataba de ser y se convirtió en el que realmente era.
Se movió inquieto sobre la mecedora. Su pene había cobrado vida. Los botones del vaquero le
molestaban, la tela le aprisionaba la tremenda erección.
—Qué más da —murmuró—, estoy solo. Ella no va a volver, pero tengo el recuerdo y lo pienso
disfrutar.
Se desabotonó los pantalones y, sin molestarse en bajárselos por las caderas, se sacó el pene erecto e
hinchado. Tanto que casi dolía. Lo acarició lentamente, intentando hacer durar la sensación, y cerró los
ojos.
Sus dedos recorrieron toda la longitud y se detuvieron en el glande. Jugueteó con la abertura de la
uretra, recogiendo la humedad que brotaba de ella y deslizándola por toda la corona; la mano izquierda
se coló por debajo de la tela hasta que encontró los testículos, los acogió cuidadosamente en la palma y
los sacó de la prisión del vaquero.
Era una estampa impresionante. Un hombre alto, fibroso, vestido sólo con unos pantalones
derrumbado sobre una mecedora de roble hecha a mano. Sus enormes y morenas manos recorriendo con
lentitud la tremenda erección que asomaba entre la tela vaquera.
Echó la cabeza hacia atrás y soltó un gruñido. En su mente la veía a ella morderse los labios cuando
la penetraba con los dedos, la sentía temblar contra su pecho al llegar al orgasmo, notaba sus senos
cálidos, sus pezones enderezándose entre los dedos.
Sus manos aceleraron las caricias y comenzó a imaginar. _______(tn) de pie, frente a él, cerrando los ojos
ante su beso, con las mejillas sonrosadas por el roce de su barba. Su lengua recorriendo la suave y pálida
clavícula, lamiéndole el cuello hasta llegar a sus labios, deslizándose sobre la comisura de su boca,
absorbiéndola hasta que ella exhalaba un gemido. La lengua colándose en su interior, recorriendo sus
dientes blancos como perlas, bebiéndose sus jadeos. Los cuerpos de ambos tan pegados que ni un pétalo
cabría entre ellos. Las blancas manos de _______(tn), sus dedos de pianista, largos y delgados acogiendo su
erección, acariciándola…
Las nalgas se le despegaron del asiento de madera. Todo su cuerpo en tensión, los labios apretados,
las fosas nasales inhalando aire con demasiada rapidez como para llamarlo respiración.
—No vas a volver —aseveró—, pero te tengo presa en mis sueños —afirmó sintiendo cómo el
clímax se acercaba. Un fuerte relincho cortó los sonidos del monte. Abrió los ojos y sus manos
detuvieron los movimientos espasmódicos. Todo su cuerpo gritó de dolor al verse privado de la
culminación.
_______(tn) estaba de pie sobre el camino de cemento. Al borde del claro. A unos sesenta metros de la
cabaña. De él.
Su mirada fija en él volaba desde los pies descalzos hasta las manos inmóviles sobre el pene erecto,
escrutaba las sombras que le ocultaban el torso y la cara.
El hombre ignoró el dolor punzante de sus testículos, ignoró los relinchos del semental negro, ignoró

al mundo entero. Ella había vuelto.
_______(tn) dio un paso, salió del camino y entró en el claro entornando los ojos, intentando verle las
facciones más allá de las sombras que las ocultaban.
Sonrió irónico. Ella no sabía quién era, no tenía ni la más remota idea.
«Y por eso ha vuelto», pensó en un destello de claridad. No sabe quién es su amante secreto, la
curiosidad la ha hecho regresar.
Y lo supo. Sin lugar a dudas, sin temor a equivocarse, lo supo.
En el mismo instante en que ella descubriera su identidad, el sueño terminaría.
Podía ser honesto y descubrirse ante ella. Podía arriesgarse a estar equivocado, mostrarse ante ella y
rezar para que no saliera huyendo. Podía, pero no lo haría. Hacía años que había aprendido que si no
tomaba lo que quería en el momento en que estaba a su alcance, luego era demasiado tarde. Y él quería a
_______(tn). Siempre la había querido. Siempre la había deseado. Si ahora podía obtener parte de ella, tocar
su piel, entrar en su cuerpo, tomaría lo que le ofreciera; más incluso, aunque ella no supiera quién la
poseía, quién la tocaba, quién la saboreaba. Y si con el tiempo lograba entrar en su mente y hacerse un
hueco allí, perfecto. Si por el contrario acababa con una patada en los cojones por meterse donde no
debía… En fin, cosas peores le habían pasado. Como por ejemplo, perder un sueño.
Se levantó lentamente de la mecedora hasta posicionarse erguido en el porche; la mitad superior del
cuerpo oculta en sombras, la mitad inferior imponente ante la mirada de la mujer. No se molestó en
esconder su erección bajo los pantalones que reposaban en sus caderas. Mostraba orgulloso su pene
erecto, grueso y brillante. Desafiante.
_______(tn) notó cómo sus pezones se endurecían y su vagina palpitaba. Se mordió los labios sin retirar la
vista de la estampa del hombre en todo su indómito atractivo. Dio un paso más y se quedó inmóvil,
esperando a que él saliera de entre las sombras. Esperando que mostrara sus rasgos.
El desconocido sonrió para sí, sabía perfectamente lo que tenía que hacer.
Se giró y entró en la cabaña dejando la puerta abierta en una clara invitación.
Rezó porque _______(tn) aceptara.

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MensajeTema: Re: Ardiente Verano (Nick y tu)   Ardiente Verano (Nick y tu) Icon_minitimeJunio 8th 2014, 11:10

por que la dejas ahi?
eres mala
siguela
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ale-Jonas
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MensajeTema: Re: Ardiente Verano (Nick y tu)   Ardiente Verano (Nick y tu) Icon_minitimeJunio 9th 2014, 08:43

Esta muy akdhdhsh.... tienes qe continuarla...
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andreru
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MensajeTema: Re: Ardiente Verano (Nick y tu)   Ardiente Verano (Nick y tu) Icon_minitimeJunio 9th 2014, 09:53

CAPÍTULO 4
_______(tn) se quedó petrificada al ver que él entraba en la cabaña pero no cerraba la puerta.
—¿Qué coño significa esto? —susurró para sí—. No seas idiota, sabes bien lo que significa. Te está
invitando a entrar. Lo que no tienes tan claro es si vas a aceptar la invitación.
Dio un paso. Dudó. Miró a su alrededor. Los caballos en el cercado, los árboles rodeando el claro, el
sol alto en el cielo. No había nadie más. Nadie que pudiera verla e ir con el cuento al pueblo. Y el
desconocido, por ahora, había sido discreto.
Excepcionalmente discreto.
Había pasado una semana desde su primer encuentro. Una semana de calor sofocante, noches
ardientes, sábanas empapadas en pasión insatisfecha y sueños oscuros con un hombre sin cara. Un hombre
que hacía escasos segundos se estaba masturbando frente a ella sin ningún pudor, pensó, sintiendo su
estómago contraerse.
Vestido sólo con los vaqueros, acariciándose lentamente el pene con una mano y los testículos con la
otra, sentado indolente mientras impulsaba con un pie desnudo la mecedora de madera era la imagen más
erótica que había visto en su vida.
Se mordió los labios al sentir su vagina palpitar. Se estaba excitando con sólo pensarlo. ¡Mentira!
Estaba excitada desde el segundo exacto en que había decidido acudir al claro. ¡Mentira de nuevo!
Llevaba excitada desde el momento en que el desconocido la había inmovilizado contra la cerca, hacía
ya seis días con sus noches.
«¿Pero qué coño me pasa? —pensó, enfadada—. ¿Me falta un tornillo, o qué?»
No le iban esa clase de jueguecitos peligrosos y desconocidos; inmovilización, aceptación,
¿sumisión? ¡No! Ella era de esas. O tal vez sí… Sí con el hombre adecuado, aunque no tuviera ni idea de
quién era, aunque no le hubiera visto el rostro. Un hombre alto, moreno y con una verga que su mano no
abarcaba por completo cuando se masturbaba.
Sintió humedad entre sus piernas al recordar. Y no era sudor.
Se alegró de llevar falda, si se hubiera puesto los pantalones de lino como pensó al principio, ahora
mismo estarían empapados. Observó dudosa la puerta abierta de la cabaña, la excitante invitación no
pronunciada.
¿Qué debía hacer? No. Esa no era la pregunta apropiada.
¿Qué quería hacer? Entrar en la cabaña. Sin dudarlo.
Dio un paso.
¿Quién era el desconocido? Ni idea.
¿Era peligroso? No, imposible.
¿Por qué no? Porque no había sentido miedo estando entre sus brazos. Porque hubiera podido hacerle
cualquier cosa y sólo le había dado placer. El aura que le rodeaba era dominante, salvaje y, por alguna
razón, sentía que podía confiar en él.
¿Quién es él? Se preguntó de nuevo. Seguro que era un hombre normal y corriente, un tipo simpático y
puede que incluso tímido en la vida real.

¿Por qué no? Siendo sincera, ella tampoco era tan atrevida ni desvergonzada en la vida real. Pero ahí,
en ese claro del bosque…
Todas las personas tenían una cara oculta. Una cara que sólo mostraban en ciertos momentos. En
ciertos juegos. Y esto no era más que un juego, ¿verdad? Un juego excitante y prohibido, pero un juego al
fin y al cabo.
Comenzó a caminar con seguridad hacia la puerta de la cabaña. Cuando estuvo a pocos metros, se
detuvo.
Estaba segura de que conocía al hombre misterioso. El susurro de su voz levantaba ecos en su
memoria, pero no lograba aunar la voz con una cara conocida. No podía saber si era alguien afín a ella.
Pero si vivía en el pueblo, seguro que no.
En el pueblo todo era tranquilidad y reposo. Sus habitantes se asomaban a la ventana y veían pasar el
tiempo sin la menor inquietud. Se levantaban al alba para cuidar sus campos y al regresar salían a pasear
por la calle para encontrarse con otros parroquianos con los que hablar. Nadie quedaba con nadie,
simplemente se encontraban por casualidad. Se sentaban en los bancos frente a las montañas y miraban la
vida pasar.
Se moría de angustia al pensar en el tiempo perdido, en los segundos desperdiciados.
Ella siempre tenía algún proyecto en mente, siempre iba corriendo a todas partes.
¿Y qué importaba eso ahora? Pensó irritada por la volatilidad de sus pensamientos.
Dio un paso más hacia la cabaña y volvió a detenerse.
¡Ay, Dios! ¿Qué coño estaba haciendo? No sabía quién estaría esperándola tras la puerta. Contuvo el
aliento al darse cuenta de que era eso lo que la incitaba a continuar. No tenía ni la más remota idea de
qué iba a encontrar.
Se giró en dirección al camino. No iba a continuar con esa estupidez. Ni de coña.
Dio un paso, dos, tres. Se detuvo.
—¿Quién es él? —preguntó entre dientes, frunció el ceño y sonrió irónica—. ¿A qué dedica el tiempo
libre? ¿Por qué ha robado un trozo de mi vida? —canturreó—. Joder, ni que fuera José Luis Perales —
exclamó irritada—. ¿Qué soy, una mujer o un avestruz que esconde la cabeza bajo tierra? —inquirió
girándose y encaminándose hacia la cabaña—. Soy una mujer adulta; una mujer decidida a coger el toro
por los cuernos, o por donde haga falta. Una mujer segura de sí misma que va a cometer la mayor
estupidez de su vida —finalizó, arrepentida en el mismo momento en que traspasó el umbral de la
cabaña.
Se detuvo con un pie dentro y otro fuera, oteando en la penumbra del interior, pero no vio a nadie.
Entró, intrigada.
La cabaña era muy pequeña, sólo constaba de las cuatro paredes que se veían desde fuera. No había
puertas que llevaran a ninguna otra habitación.
En dos de los muros se ubicaban unos grandes ventanales, tapados por tupidas cortinas que impedían
el paso de la luz. La escasa claridad que iluminaba el habitáculo se colaba por la puerta entreabierta.
En el centro de la estancia había una mesa rectangular de madera con un par de sillas al lado; una
gran cama, también de madera, estaba pegada a una pared junto a un arcón del mismo material que
imaginó hacía las veces de mesilla; una exquisita chimenea de piedra y un aparador ocupaban la pared
libre. No había nada más en la cabaña. Ni vivo ni muerto.

Cerró los ojos y volvió a abrirlos. ¿No había nadie dentro? Imposible. Le había visto entrar, no
existía ningún lugar donde esconderse y la única salida quedaba a su espalda.
La puerta se cerró de golpe dejando la cabaña a oscuras.
_______(tn) gritó sobresaltada. Unos fuertes brazos la rodearon desde atrás.
—Tranquila —susurró la voz de su amante misterioso—. Estoy aquí.
_______(tn) no pudo contestar, estaba perdida en su aroma, en su tacto, en su calidez.
La abrazó, cuando lo que quería hacer en realidad era arrodillarse ante ella y dar gracias a todos los
dioses del cielo por su presencia.
Había aceptado la invitación.
Gimió de alivio sobre su preciosa y delicada nuca. Los minutos que había tardado en entrar habían
sido los más difíciles de su vida.
Oculto tras la puerta, había esperado nervioso e ilusionado a que ella aceptara. Su pene erecto e
insatisfecho le dolía esperanzado, sus testículos estaban tensos por la expectación, sus manos temblaban
de impaciencia; pero lo que más le hacía sufrir eran los latidos angustiados de su corazón al pensar que
ella no aceptaría, que se iría para no volver más. Y ahora estaba allí. Con él. Entre sus brazos.
Hundió la nariz en su cabello dorado e inspiró profundamente. Deseaba tumbarla en la cama y
lamerla entera, saborear su paladar y fundirse con ella de todas las maneras posibles. Pero no podía.
Debía permanecer a su espalda, sin descubrir su identidad, sin poder acariciarla de frente ni reposar la
cabeza entre sus pechos pequeños y sedosos. La cabaña estaba en penumbra, pero las negras pupilas de
_______(tn) no tardarían en acostumbrarse a la oscuridad y entonces lo miraría a los ojos y sabría quién era él.
Y cuando eso sucediera, el sueño se evaporaría para siempre.
No podía permitirlo. La deseaba demasiado. Llevaba demasiado tiempo esperándola.
Tomaría lo que le fuera entregado. No se arriesgaría en quimeras.
Las manos del hombre aflojaron su agarre, pero no la soltaron. Al contrario, comenzaron a recorrer
su estómago, a buscar en la camisa las pequeñas aberturas entre los botones e introducir los dedos en
ellas. Trazó círculos alrededor de su ombligo, deslizó las callosas yemas por los huecos de las costillas,
subió lentamente hasta tocar el encaje del sujetador…
_______(tn) jadeaba buscando aire con cada roce; sus pezones se endurecieron, ansiosos por sentir las
caricias del hombre. Sus sentidos se vieron inundados con el aroma a jabón y virilidad. Inhaló con fuerza
la esencia del desconocido, limpia y pura; la excitaba casi tanto como sus manos. Sintió su pene desnudo
a través de la tela de la falda, pegándose a ella, quemándola en lugares a donde no alcanzaba la razón. Sus
dedos se entretenían recorriendo los bordes del sujetador, tan delicadamente que la estaba volviendo
loca. Quería sentir esa orgullosa verga dentro de ella, atacándola con dureza, abriéndola con su grosor
apenas intuido.
Se revolvió entre los brazos del desconocido, intentando girarse; tocar aquello que sentía contra ella.
El hombre la sujetó entre sus brazos, agarró la camisa y de un fuerte tirón arrancó los botones y se la bajó
hasta los codos, amarrándola con ella, impidiéndola moverse.
—No te muevas —susurró en su oído. El desconocido fijó su mirada en el movimiento agitado de los
pechos de _______(tn) y respiró profundamente, necesitaba tranquilizarse o sería incapaz de contenerse. Ancló
sus manos en la cintura de la mujer y la alzó en vilo. Ella se dejó caer contra él, los brazos atorados en
los costados, la cabeza apoyada en su poderosa clavícula. La llevó como si fuera una pluma hasta la

mesa, dejándola resbalar por su cuerpo hasta que sus pies calzados con bailarinas blancas tocaron el
suelo.
_______(tn) sintió contra la espalda la piel masculina, cálida y desnuda, los musculosos pectorales. Él dejó
que sus glúteos se deslizaran sobre los marcados abdominales y el pene hinchado se encajó en la unión
de sus piernas, separado de su vulva por la falda y el tanga. Gimió frustrada. Lo quería dentro.
El hombre notaba en el tronco de su verga cada arruga de tela, su glande se extasiaba con la humedad
que traspasaba el diminuto tanga que ella llevaba; tanta suavidad, tanta calidez, era casi insoportable.
Le liberó los brazos de las ataduras de la camisa y empujó su espalda, obligándola a inclinarse sobre
la mesa hasta que sus pezones cubiertos de encaje se apretaron contra la madera pulida. Le cogió las
manos y las deslizó por la suave superficie hasta que la mujer quedó con los brazos estirados por encima
de la cabeza, las palmas apretadas contra la madera y los dedos extendidos.
La espalda desnuda se mostraba pálida y tentadora en contraste con la oscuridad del roble barnizado.
Los muslos pegados al canto de la mesa hacían que las nalgas casi se alzaran en el aire esperando sus
manos, sus caricias, su pene. Le fue alzando la falda lentamente, dejando asomar poco a poco las piernas
delgadas y sedosas.
_______(tn) sintió la calidez del ambiente en su piel cuando él le levantó la falda, pero no sintió sus dedos,
ni su boca, ni su pene pegándose a ella ni siquiera cuando colocó la tela arrugada sobre su cintura y le
bajó lentamente el tanga hasta quitárselo. No la tocó en ningún momento.
Gruñó frustrada y en respuesta oyó su risa sibilante. Se estiró más sobre la mesa y sus dedos tocaron
algo suave. Levantó la cabeza extrañada, ante sus ojos encontró una… fusta. Se intentó incorporar de
golpe. Una mano le apretó la espalda impidiéndoselo.
—¿No te gusta? —susurró en su oído—. La he hecho para ti. Pensando en ti.
—¿La has hecho para mí? —jadeó _______(tn) acariciando el mango de la fusta entre asustada y excitada.
—Con mis propias manos —aseveró él en voz baja, casi suspirando—. Durante todos estos días
tallaba y pulía la madera del mango pensando en ti, lo envolví en cuero recordando el tacto de tu cuerpo
y, cuando la terminé, me masturbé imaginando que te acariciaba con ella —finalizó casi gimiendo.
—¿Dolerá? —preguntó _______(tn) sin saber por qué. Ella no quería jugar a eso, no le gustaban esos
juguetes. Entonces, ¿por qué su vagina se contraía espasmódicamente?
El desconocido no respondió, sino que recorrió los brazos de _______(tn) hasta llegar a la mano que
acariciaba inconscientemente el suave cuero.
_______(tn) vio sus fuertes y morenos dedos asir el mango de la fusta. Jadeó entre asustada y expectante.
Cerró los ojos.
Sintió una caricia tan suave como una pluma deslizarse por su espalda, dibujar círculos sobre su piel.
No eran los dedos de su amante. Tampoco su lengua.
El desconocido dio un paso atrás, si quería acabar lo que había empezado necesitaba separarse de
ella, de su calor.
Si la tocaba moriría de placer haciendo el más espantoso de los ridículos.
Recorrió lentamente con la flexible varilla de la fusta la piel femenina, con mucha suavidad, dejando
que se acostumbrara a ella y acostumbrándose él a su vez a su manejo. Era la primera vez que la usaba
para esos menesteres.
_______(tn) estaba asombrada por la suavidad de las caricias, por la ternura en las palabras del hombre,
por su propia reacción ante el juego.

Jadeó excitada al sentir una sensación distinta sobre su piel. El desconocido estaba recorriendo con
sus labios el camino que creaba con la fusta, mandando escalofríos de calor por todo su cuerpo.
La piel de _______(tn) sabía como la brisa salada del mar en una tarde de verano, era excitante, fresca y
cálida a la vez. Rozó con cuidado su mandíbula rasposa en la suave piel de su cintura; dibujó con la
lengua las hendiduras del final de su espalda, deteniéndose al llegar a la tela arrugada de la falda, y
volvió a subir por el camino trazado. La trémula piel femenina palpitaba a su paso, su respiración se
aceleraba haciendo que sus pulmones se expandieran con fuerza. Metió una mano entre la mesa y el
cuerpo de _______(tn), retiró el sujetador y ahuecó bajo los pechos hinchados; pellizcó los pezones, alternando
fuerza y suavidad mientras dirigía de nuevo la fusta hacia abajo, hasta la cintura, hasta la tela y más allá.
_______(tn) dejó de respirar. Los labios del hombre pegado a su piel dibujaron una sonrisa.
La flexible varilla saltó sobre la tela y se detuvo sobre sus nalgas. Notó el roce picante moverse en
círculos cada vez más pequeños sobre sus glúteos hasta quedar enterrado en ellos, presionando con la
punta la sensible piel del ano.
—¡No! —jadeó.
—¿No? —gimió él dejando resbalar la fusta por el perineo hasta detenerla firmemente acomodada
entre los labios vaginales.
—No —exhaló _______(tn), sin saber si se negaba a dejarse penetrar el ano o si le pedía que no se alejara
del agujero entre sus nalgas. Se temía que era por esto último, pero no tuvo tiempo de recapacitar sobre
ello.
El desconocido frotó la varilla en su vulva pegándose a su trasero, acomodando en el lugar donde
había estado la fusta su grueso y rígido pene.
—Sí —exclamó _______(tn), sin saber por qué. El hombre casi se desmayó de placer al oírla asentir. Casi
murió de éxtasis al sentirla presionar el trasero contra su pene, abrir más las piernas, pegarse a él y
restregarse contra él.
El desconocido perdió el control. La fusta escapó de sus manos sin fuerza a la vez que él se
derrumbaba sobre la espalda de la mujer y empujaba las caderas con energía. Estaba al borde del
abismo.
Se obligó a detenerse, ella debía volar primero. Sólo así él sería libre de dejarse ir.
La sujetó por la cintura con ambas manos para impedirle que siguiera moviéndose. _______(tn) gruñó
frustrada, intentó incorporarse para obligarle a acabar lo que había empezado, pero él no se lo permitió.
Posó sus labios ardientes sobre su nuca y mordió. ¡Mordió! Pero en vez de sentir dolor, un espasmo de
placer le recorrió el cuerpo, quemándole el útero y convirtiendo su vagina en gelatina temblorosa.
Los dedos del desconocido se deslizaron veloces por su pubis hasta acabar adheridos a sus pliegues,
la palma de su mano empujando con fuerza en el clítoris mientras el dedo anular se introducía en ella.
_______(tn) se puso de puntillas, dándole mejor acceso a su vagina, empujando con más fuerza contra el
estático pene pegado a sus nalgas, sintiendo contra el perineo los testículos pesados y llenos de esperma,
dispuesto a ser liberado.
—Más —suplicó.
El desconocido le concedió el deseo. El dedo corazón la penetró junto al anular, lentamente; primero
las yemas, después la primera falange, la segunda… _______(tn) empujó con más fuerzas obligándole a
hundirlos hasta los nudillos. El pulgar tomó posición en el clítoris e hizo magia sobre él.

Los sonidos del bosque se vieron rotos por jadeos roncos y gruñidos de placer, por la respiración
fuerte y errática de dos cuerpos al límite de la resistencia. Al límite del placer.
—Más —gritó _______(tn).
Un tercer dedo se introdujo en ella bombeando con fuerza junto a los otros. Dentro y fuera. Con
rapidez y dureza. Ferozmente.
La verga impulsándose contra sus glúteos, recorriendo la grieta entre ellos con premura, tentando el
ano para alejarse en el momento en que parecía que se iba a introducir en él.
El hombre hundió la cara en la sedosa melena de _______(tn), muerto de pasión y miedo. Jamás se había
sentido tan excitado e inseguro. Jamás la sangre en sus venas había quemado tanto como en este momento.
Jamás había perdido el control como con ella. Jamás había deseado tanto dar placer a una mujer.
Conseguir que _______(tn) jadeara su nombre cuando llegara al orgasmo era la única razón de su existencia.
Una quimera imposible, pensó cerrando los ojos.
—Necesito… —sollozó _______(tn)—, necesito…
—Dilo —gruñó él, al borde del delirio.
—Te necesito a ti…
—Me tienes.
—Dentro de mí.
—¡Joder! —gritó frustrado. _______(tn) se estremeció bajo él—. No puedo —susurró, recuperando en
parte la compostura—. No tengo condones —masculló apesadumbrado.
—¿Condones? ¿Para qué quieres condones? —preguntó totalmente aturdida.
Luego cayó en la cuenta: para prevenir enfermedades. Gracias a su dificultad (por decirlo de manera
delicada) para concebir, casi nunca había usado preservativos y, por supuesto, también pesaba mucho el
hecho de que hacía años que no se acostaba con nadie. Y antes de eso, sólo lo había hecho con su
exmarido.
El hombre notó que el cuerpo femenino se relajaba bajo el suyo. Retiró de la vulva hinchada la mano
resbaladiza por los fluidos. Percibió el rayo de desilusión que se coló en la mente de _______(tn).
¿Cómo había sido tan estúpido de olvidar comprar preservativos? ¿En qué coño estaba pensando?
Pasó horas trabajando en la fusta, acariciándose hasta el orgasmo al imaginarse jugando con ella sobre el
cuerpo de _______(tn), gritando de placer por las noches, soñando que se introducía en ella, y no había
pensado ni por un momento en ir a una farmacia a comprar lo que realmente necesitaría si ella volvía.
¡Idiota!
Se agachó y recogió la fusta del lugar en el que había caído, en el suelo entre sus pies.
_______(tn) intentó contener un sollozo, pero no pudo. ¿Por qué no había mantenido la boca cerrada? ¿Por
qué había sido tan bocazas? Sólo había pensado en ella, como siempre; en su placer, en su satisfacción.
Él le había dado todo sin pedir nada a cambio y ella se lo pagaba con exigencias. ¡Cómo podía ser tan
estúpida! ¡Tan egoísta!
Apoyó las manos en la mesa, impulsándose con la intención de incorporarse, mirarle a la cara y
disculparse por ser tan egoísta, fuera quien fuera él.
No se lo permitió. En el momento en que sus pechos se separaron de la pulida madera, la mano de
dedos extendidos del hombre se plantó sobre su espalda y empujó con fuerza, aplastándola suavemente
contra la mesa.

—No he acabado contigo —afirmó con un susurro.
La mano que le sujetaba bajó hasta las nalgas, un dedo se hundió entre ellas. Apoyó el poderoso
antebrazo sobre el final de su espalda, inmovilizándola, y metió los pies descalzos entre los finos y
delicados de _______(tn), abriéndole las piernas hasta que los músculos del interior de los muslos femeninos
se quejaron.
¿Me va a follar sin condón?, pensó asustada, justo después de sentir algo suave y duro entre sus
muslos. Un segundo después, el mango de la fusta se sumergía en su interior.
El desconocido jadeó a la vez que _______(tn). Era tan excitante oírla gemir que estuvo a punto de correrse
sin esperarla, sin hacerla volar. Apretó los dientes. Ni hablar.
Fijó la mirada en el mango de madera cubierto que tanto le había costado tallar. Penetraba con
suavidad la vagina, haciéndola arquearse de placer, extrayendo gemidos sollozantes de sus labios. Había
pasado días trabajando el cuero para dejarlo liso y sedoso y cada segundo había merecido la pena.
Bombeó con potencia introduciéndolo entero, rozando los labios vaginales con los nudillos para a
continuación extraerlo despacio, muy despacio, hasta sacarlo casi por completo, haciéndola gruñir, para
al instante enterrarlo de nuevo con fuerza.
_______(tn) respiraba agitada, se tensaba; los músculos de su vagina se contraían intentando retener el falo
en su interior, tratando de evitar que se escaparan las sensaciones que recorrían su cuerpo cada vez que
sentía los nudillos del desconocido rozar su vulva.
El hombre presentía que _______(tn) estaba al límite, que le quedaban unos segundos para derrumbarse. Él
mismo sentía la mandíbula dolorida de tanto apretar los dientes. Notaba el escroto tenso, dispuesto a
soltar la carga de semen que le quemaba la ingle; su pene dolorido saltaba en el aire buscando el contacto
de la piel femenina que le haría explotar en un orgasmo sobrecogedor, capaz de hacerle perder el
conocimiento.
_______(tn) se estremeció al sentir cómo el dedo alojado entre sus nalgas comenzaba a moverse al mismo
ritmo que la mano que empuñaba la fusta. Bajando hasta el perineo, recogiendo la humedad que rezumaba
de su vagina, subiendo hasta la grieta entre sus nalgas, tentando y presionando su ano.
En el momento en que la fusta penetró hasta el fondo de su vagina y el dedo se introdujo en el ano,
estalló.
Gritó como no había gritado nunca. Su cuerpo se agitó en espasmos, sin control. Su vagina se contrajo
con fuerza a la vez que desde los pezones, rayos de éxtasis recorrían sus venas hasta quemarle el clítoris.
Él apretó sus nudillos contra la vagina de _______(tn), sintiendo las vibraciones de su orgasmo en la mano
que agarraba la fusta. Esperó hasta que ella dejó de temblar y entonces, y sólo entonces, desenterró de su
interior el objeto que tanta satisfacción le había dado.
_______(tn) notó cada milímetro que salió de ella.
La presión sobre su espalda se retiró, estaba libre.
Presintió, más que oyó, al hombre alejarse de ella y, sin pensarlo dos veces, se giró, extendió las
manos y le sujetó con fuerza la muñeca.
El desconocido se quedó petrificado. Su mente estaba tan pendiente de captar un último atisbo del
precioso cuerpo de _______(tn) antes de salir de la cabaña, que no se había percatado de que ella podía darse
la vuelta, girarse hasta quedar frente a él, cara a cara. Su peor pesadilla había ocurrido.

Sus ojos mostraban todo el terror que rugía en su alma, pero _______(tn) no lo vio.
No pudo verlo. Tenía los ojos cerrados.
—Espera —dijo temblorosa, con la cabeza baja y los ojos apretados fuertemente.
—No… —susurró el hombre.
—No te vayas…
—No puedo quedarme… No debes saber… —Se interrumpió al verla caer de rodillas en el áspero
suelo.
—No romperé las reglas del juego —afirmó.
Recorriendo con sus manos las perneras de los vaqueros hasta dar con el final de la tela, se los bajó
lentamente, gimiendo ante el tacto de las piernas cubiertas de suave vello. Los pantalones volaron hasta
una esquina cuando los pies grandes y morenos se deshicieron de ellos de una patada. _______(tn) sonrió ante
su impaciencia, se acercó a sus rodillas y depositó un suave beso en cada una. Le acarició los pies y
subió, tanteando con las yemas el camino hasta sus genitales, siguiendo con labios y lengua el recorrido
trazado a fuego con sus dedos.
El hombre jadeó con fuerza al sentirla sobre su piel. No podía verle la cara, seguía teniendo la
cabeza inclinada. Posó una mano sobre su dorada coronilla, más por intentar mantener el equilibrio que
por impedirle alzar la vista.
Cuando los gruesos y húmedos labios ascendieron por su ingle, cuando la cálida y suave mejilla rozó
su pene, cuando los dedos acunaron con cuidado sus testículos, creyó que moriría. Cuando un húmedo
roce acarició su glande, supo que estaba muerto y en el paraíso.
_______(tn) aprendió la forma y el tamaño del pene con la lengua y los labios. Acarició con la palma de la
mano los testículos a la vez que con los dedos presionaba suavemente el perineo y sonrió sobre el pene
cuando lo oyó gruñir de placer.
Los labios de _______(tn) rodeaban la corona de su verga, apretaban y soltaban; su lengua se introducía en
la uretra tomando cada lágrima de semen que escapaba de ella. Los delicados dedos jugaban con sus
testículos, los abandonaban subiendo por toda la longitud del pene acariciando la superficie tersa, tan
sensibilizada que casi dolía con cada roce. Casi… Los dientes arañaban suavemente la piel del frenillo.
Él dejó caer la cabeza hacia atrás y apretó los dientes para evitar gritar de placer.
_______(tn) abrió los labios y él le enterró el pene en la boca, hasta que chocó contra la garganta.
Jadeó con fuerza al sentir el glande rozándole el paladar, al notar cómo los dientes le arañaban
suavemente al subir y bajar por toda la longitud de su verga, cómo acariciaba con la lengua cada vena
hinchada, cómo sus preciosas mejillas se contraían y presionaban al absorber con fuerza la corona del
pene.
—V a correrme —logró decir. _______(tn) aumentó la presión, sus labios subieron y bajaron másoy
rápido, sus dedos recorrieron el perineo más intensamente—. No… puedo…, contenerme… más —
susurró sin aire—. Sepárate —avisó sin soltarla el cabello que tenía asido en las manos.
Ella le ignoró. Lo absorbió con fruición, sin detenerse para respirar, regodeándose en la palpitación
de las venas hinchadas que recorrían su enorme y perfecto pene.
Gritó cuando el orgasmo explotó en sus testículos, quemándole. Eyaculó con fuerza en el interior de
la boca de _______(tn) y ella capturó cada chorro de semen en su garganta, le alentó con su lengua, pidiendo
más, hasta que no quedó una sola gota. Entonces, y sólo entonces, le permitió salir de su boca.

Él perdió el equilibrio y dio varios pasos tambaleantes hacia atrás, todavía desorientado por el
placer recibido. Apoyó la mano en la pared, jadeando e intentando recuperar el aliento.
_______(tn) seguía de rodillas, la cabeza inclinada, sus pechos subiendo y bajando rápidamente por la
respiración agitada.
El desconocido inspiró y expiró profundamente varias veces. Cuando sintió que el control volvía a su
cuerpo, se alejó de la pared y dio un paso, dos, tres; hasta quedarse erguido frente a ella y sin saber qué
hacer.
No podía descubrirse, no podía romper el juego o el sueño terminaría.
La rodeó hasta quedar detrás de ella, hincó una rodilla en el suelo y susurró algo en su oído. Luego se
levantó y caminó hacia la puerta sin mirar atrás.
La tenue luz del final de la tarde penetró en la cabaña, iluminando débilmente los pies desnudos del
hombre. _______(tn) levantó la vista del suelo rápidamente, pero sólo le dio tiempo a verle dar el último paso
y observar sus piernas velludas y bien formadas, sus nalgas duras, su cintura estrecha… Luego las
sombras del porche se tragaron los colores y sólo pudo ver que era alto y que el pelo le caía en mechones
alborotados hasta la nuca. Nada más.
Se dejó caer hasta quedar sentada en el suelo y suspiró.
Era extraño, pensó, en vez de estar avergonzada o aterrorizada por lo que acababa de hacer, se sentía
segura, protegida… Cuidada. Adorada.
Sonrió al recordar su última orden, arrodillado tras ella con su aliento susurrando en el oído y su
aroma a sudor y sexo impregnado en la piel.
—Vuelve. —Suplicó más que ordenó.

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Lady_Sara_JB
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MensajeTema: Re: Ardiente Verano (Nick y tu)   Ardiente Verano (Nick y tu) Icon_minitimeJunio 9th 2014, 11:42

owwww
que hermoso....
me encanta
nick es tan.... ufff
siguela pronto
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ale-Jonas
Forista!



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MensajeTema: Re: Ardiente Verano (Nick y tu)   Ardiente Verano (Nick y tu) Icon_minitimeJunio 9th 2014, 22:04

Cuando se dara cuenta qe es su ex-cuñado y porqe se llevan mal???....
Tienes qe seguirla
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CristalJB_kjn
Amiga De Los Jobros!
CristalJB_kjn


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MensajeTema: Re: Ardiente Verano (Nick y tu)   Ardiente Verano (Nick y tu) Icon_minitimeJunio 10th 2014, 19:59

holis q crees me tope con.tu nove y es hermosa me encanta la amo sube mas sii¿
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andreru
Vecina De Los Jonas!
andreru


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MensajeTema: Re: Ardiente Verano (Nick y tu)   Ardiente Verano (Nick y tu) Icon_minitimeJunio 12th 2014, 09:09

CAPÍTULO 5
Pasaban cinco minutos de las siete de la madrugada cuando el primer rayo de sol consiguió atravesar el
dosel de encinas y pinos que rodeaban la cabaña. Se coló subrepticiamente por las cortinas abiertas de la
ventana y atravesó sin prisa el suelo hasta llegar a la cama sobre la que dormía, inquieto, un hombre
desnudo.
El hombre despertó al sentir el calor de la luz sobre su cuerpo, se cubrió los ojos con el antebrazo y
gruñó. Se rascó el pecho y suspiró al sentir presión en la ingle. Deslizó la mano hacia el ombligo, hasta
tocar la cabeza hinchada y humedecida de su pene erecto.
Volvió a gruñir.
Rodeó con los dedos el glande y apretó, sus piernas se abrieron involuntariamente y sus nalgas se
tensaron.
—Joder —exclamó con voz ronca.
Retiró el antebrazo que lo protegía del sol y abrió los ojos sin dejar de acariciarse lentamente.
Apenas había dormido un par de horas, pero se sentía con más fuerzas que nunca en su vida. Había
tardado horas en regresar a la cabaña la noche anterior, asustado por si ella todavía estaba allí esperando
para verle la cara, para reconocerle.
No le había importado internarse desnudo en el bosque ni caminar descalzo sobre las punzantes hojas
de los pinos que abarrotaban el suelo hasta que las plantas de sus pies se quejaron de dolor. Lo único que
le importaba era alejarse de allí.
Huir. Sí, huir.
Ella había vuelto, se había entregado al juego con él. Sin saber quién era. Sin que aparentemente le
importara. Y no sabía si sentirse aliviado o enfadado.
Aliviado porque por fin se hacía realidad su sueño.
Enfadado porque siempre sería eso, un sueño.
«No romperé las reglas del juego». Para ella no era más que un juego excitante. Un momento de
placer que, estaba seguro, olvidaba en cuanto salía de la cabaña.
—Pero en mi mano está que no olvide —afirmó jadeante. Sus dedos subían y bajaban aferrados con
fuerza al tronco de su pene; la otra mano acariciaba los testículos. Sus piernas se abrieron más aún, bajó
los dedos hasta tocar el perineo, imaginando que era _______(tn) tentándole de nuevo. Dejó que sus parpados
se cerraran, recordando. Había soñado con ella todas las noches durante largos años, había saboreado su
piel, besado sus labios, penetrado en su cuerpo de mil maneras distintas. De formas tan eróticas y
excitantes que se despertaba gritando en mitad de la noche con las sábanas empapadas por el orgasmo y
el cuerpo temblando de placer.
Aferró el pene con más fuerza y deslizo los dedos velozmente hasta el glande, oprimiéndolo. Gotas
de semen le humedecieron la palma. Apretó las nalgas sin dejar de acariciarse el perineo igual que ella
lo había hecho la tarde anterior.
Gimió al recordar. _______(tn) no se había asustado de su sexualidad brusca y exigente, no había salido
corriendo, sino todo lo contrario, había exigido más.

—¿Quieres más? —Jadeó arqueando la espalda, a punto de correrse—. Cariño… No sabes… No
tienes ni la más remota idea de lo que he soñado hacerte cada noche.
Abrió los ojos y fijó la mirada en el techo de la cabaña. Apretó los dientes, la determinación se
reflejaba en sus facciones.
—¿Quieres jugar? —preguntó al aire—. Yo quiero mis sueños —afirmó soltando su pene—. Quiero
todas y cada una de las noches que has hecho que me corra en las sábanas.
Se levantó de la cama ignorando el dolor que le asaeteaba los testículos, ignorando el semen que
bullía en ellos.
—No voy a manchar más mi cama. O al menos no voy a hacerlo solo —aseveró, apretando la
mandíbula.
Todavía desnudo, abrió uno de los cajones del aparador, sacó un metro, papel y bolígrafo. Miró al
techo, calculando.
Tenía muchas cosas que hacer, no iba a perder el tiempo masturbándose. Ya no.
Al ferretero no le gustaba nada madrugar, de hecho lo odiaba; por eso siempre llegaba tarde al
trabajo. Claro que no tenía la mayor importancia, ya que él era el jefe y, si no era puntual, no pasaba
nada. O eso solía pensar.
Esa mañana, como todos los días, pasaban quince minutos de las diez cuando por fin aparcó frente a
la entrada de su negocio.
Con la espalda apoyada en la pared, los pies cruzados, las manos en los bolsillos y una cara de mala
hostia tremenda le esperaba un hombre de casi dos metros de altura, vestido con unos vaqueros
desgastados, botas camperas y una camiseta blanca sin mangas que dejaba entrever unos brazos morenos
y musculosos. Un mechón de pelo negro le caía sobre los ojos claros, haciéndole parecer aún más
amenazador.
El tendero tragó saliva y se apresuró a subir las rejas. En el momento en que abrió la puerta, el
desconocido entró y sin mediar palabra le enseñó un papel. Lo cogió y sin hacer preguntas comenzó a
depositar cada cosa de la lista sobre el mostrador. Conocía al hombre; de hecho, a tenor de todo lo que le
había comprado en los últimos años, estaba seguro de que el tipo tenía que ser un verdadero manitas. Un
manitas taciturno al que no le gustaba charlar.
El hombre pagó, gruñó un «hasta la vista» y se marchó. Tenía prisa. Aún le quedaba por comprar lo
más importante. Se montó en el coche y tamborileó con los dedos sobre el volante.
¿Farmacia o algo más… específico? Metió la llave en el contacto y encendió el motor. Sonrió, lo que
podía conseguir en la farmacia era muy poco para todo lo que tenía pensado: una caja de preservativos,
mejor dos, un tubo de lubricante… Poco más.
Sacó de la guantera una página arrancada de un periódico, estudió la dirección que esa misma mañana
había rodeado con rotulador rojo y entornó los ojos. La calle no estaba lejos. Dejó caer la hoja sobre el
asiento del copiloto, aceleró y salió derrapando del aparcamiento. Tenía muchas cosas que hacer. Por
primera vez en sus treinta y seis años de vida iba a entrar en un sex shop. Esperaba que estuviera a la
altura de sus expectativas.

—Vamos mamá ¡anímate!
_______(tn) dio un salto hacia atrás, intentando alejarse de las gélidas gotas de agua que su hijo le lanzaba
desde el río en un intento de animarla a bañarse. ¡Antes muerta! Le gustaba el agua como a cualquier hijo
de vecino, de hecho adoraba bañarse en las playas de arena fina y olas cálidas del Mediterráneo y
tampoco le importaba darse algún que otro chapuzón rápido en las aguas del Alberche o nadar un poco en
el pantano de San Juan, pero el río en el que estaban pasando el día no era apto para personas.
Sí, reconocía que las piscinas naturales del río Pelayo, en Guisando, eran un paraíso de la naturaleza:
lagunas de agua clara rodeadas de árboles; la fragancia de la jara, el tomillo y el brezo inundando cada
centímetro del monte; los pájaros piando acojonados por si algún águila despistada los usaba de
desayuno y, arriba del todo, casi rozando las nubes, algún que otro buitre negro oteando la montaña en
busca de carroña. Pero… Tanta naturaleza en estado puro no era para ella.
Esa misma mañana su suegro y su hijo habían decidido que era un día perfecto para ir a Guisando.
_______(tn) no veía por ningún lado la perfección del día. Hacía demasiado calor, el sol quemaba sin
compasión y el aire no corría; para ella era el día perfecto para quedarse encerrada frente al ventilador
—en casa de su suegro no existía el aire acondicionado—. No obstante, había decidido ir; ella y media
familia, porque una de las cosas que tenía el pueblo era que las noticias corrían más rápido que la
pólvora. En el tiempo que había tardado en meter en la bolsa un par de toallas, hacer unos bocadillos y
ponerse el biquini, medio pueblo se había enterado de la excursión al río y había decidido apuntarse.
Y allí estaba, asada de calor, con la espalda colorada, la nariz al rojo vivo y los pies desollados.
¡Malditos pedruscos!
_______(tn) adoraba la playa, la arena fina que le acariciaba las plantas de los pies y se escurría entre sus
dedos. En el río no había arena, sino afilados guijarros; donde no había guijarros había agujas de pino, y
donde no había ni lo uno ni lo otro, simplemente eran rocas; peñascos de aristas puntiagudas cubiertos de
musgo asqueroso y resbaladizo. ¡Y a nadie le importaba! Los niños iban de acá para allá descalzos,
saltando como cabras sin hacerse ningún rasguño; los adultos se sentaban en las piedras y charlaban con
la botella de agua a mano y, mientras, ella se clavaba las piedras en el culo y las agujas de los pinos en
los pies. ¡Vaya mierda!
Pero no podrían vencerla, no lloraría pidiendo clemencia ni clamaría por un alma compasiva que le
llevará en coche hasta el pueblo, al refugio de su ordenador. No. Sería fuerte. Por tanto, nada más llegar
al claro y comprobar que todo el mundo se dedicaba a charlar y bromear, ella se hizo invisible (o al
menos lo intentó). Buscó un hueco de suelo sin piedras, puso allí su toalla y se acomodó cual Toro
Sentado, rumiando su mala leche en silencio.
Y así se había quedado hasta que su suegro intentó convencerla para dar una vuelta por el monte.
—¿Para qué? —respondió _______(tn), cogiéndose las rodillas.
—Para respirar aire puro.
—Ya lo respiro aquí, gracias —respondió sonriendo (más o menos) y mirando el reloj. No había
trascurrido ni una hora desde que habían llegado, aún le quedaba todo el día por delante.
Poco después fue su hijo quien se acercó a ella animándola a jugar una partida de tute. No parecía
mala idea, aceptó.
En el mismo momento en que se sentó a jugar se vio rodeada por la familia, y todos, ¡todos!, jugaron.
Daba igual la edad, el sexo o si sabían o no las reglas; era una actividad en familia, por tanto todo el

mundo era bienvenido y todo valía, hasta las trampas. Ella estaba acostumbrada a jugar en Madrid al
póquer en serio; en una mesa, en silencio. Lo dicho, el pueblo no era para ella. Jugó una partida y se fue,
sólo para ir a parar al grupo de las tías.
Las madres preparaban la comida, los hombres jugaban a la petanca, los niños y ancianos hacían
trampas en el tute y las abuelas se sentaban muy juntas en un círculo de sillas de piscina, dispuesto única
y exclusivamente para ellas; para las decanas de la familia. Hacían una piña y hablaban sobre unos y
otros sin molestarse en bajar la voz. A veces llamaban a algún despistado para que fuera a charlar con
ellas, y ella estaba despistada. En honor a la verdad, debía reconocer que incluso se lo había pasado
bien, más o menos. Las abuelas eran como una enciclopedia heráldica del pueblo, lo sabían todo de todos
y su misión en la vida era enseñar a la juventud todo sobre sus ancestros. Y _______(tn) se había convertido
por obra y magia de su matrimonio con «el hijo del Rubio» en parte de esa juventud. Aunque llevara años
divorciada, aunque ahora fuera viuda, daba lo mismo. Era la madre del «nieto del Rubio» y, como tal,
tenía que estar enterada de todo. Le interesara o no.
Cuando logró escapar de sus garras, se acercó hasta la orilla del río con la intención de remojarse un
poco, a ver si de esa manera lograba deshacerse del incipiente dolor de cabeza que tenía. Metió un pie en
el agua y lo sacó al segundo con los dientes castañeteando. ¡Dios! ¿Cómo podía estar tan fría? Y lo que
era más importante, ¿cómo podían los primos, tíos, sobrinos y demás caterva de familiares estar a
remojo, tan tranquilos, en esa agua gélida?
Niños pequeños y no tanto, bebés enseñando la colita, mamás embarazadas, padres haciendo
aguadillas a sus hijos… Todos tan felices, sin síntomas de congelación, con los labios sonrosados en vez
de morados y la piel lisa en vez de erizada. No lo entendía, ella se había quedado helada.
Y justo en ese momento, a traición, su hijo la había salpicado. ¿No habría en aquel lugar perdido de
la mano de Dios un caballero andante que la rescatara de la familia, el agua helada y el aburrimiento
crónico?
—Vamos, prima, anímate —oyó una voz conocida a su espalda—. El agua tiene que estar divina.
—David, hola —saludó sorprendida. No lo había visto en toda la mañana—. ¿También a ti te han
liado para un día de campo?
—No. Yo me he liado solo. Se me ocurrió ir al Rincón del Ángel a comer y allí me contaron que toda
la familia había venido a Guisando. Me dije, ¡demonios! ¿Nadie me ha avisado? ¿Será que no quieren
que vaya? Por tanto no podía hacer otra cosa que venir hasta aquí a cerciorarme del desplante.
—¡Mira que eres mal pensado! —dijo _______(tn), divertida.
—No sabes cuánto. Anda, alejémonos de la orilla, tu crío es capaz de lanzar otra andanada de hielo
líquido y, si lo hace, no respondo de mis actos —afirmó simulando un escalofrío.
A partir de ese momento, al contrario que por la mañana, la tarde pasó volando.
Definitivamente David y ella eran almas gemelas. No les gustaba el campo, no les gustaba el río y no
les gustaba el pueblo.
David era un poco como su exmarido, él tampoco se sentía en el pueblo como en casa. Al igual que
Ben, había estudiado allí hasta que pudo escaparse a una ciudad para cursar la carrera, luego no había
vuelto más que para pasar las vacaciones o algún fin de semana suelto. Pero a diferencia de su ex, por lo
que ella sabía, David mantenía su polla dentro de los pantalones.

Durante toda la tarde pusieron cara de asco cuando vieron a las arañas correr por los troncos de los
árboles, esquivaron con sonrisas las llamadas del «Círculo de Tías», se alejaron disimuladamente de la
orilla del río y jugaron un par de manos al póquer. Ellos dos solos. David perdió, por supuesto.
Tras pasar toda la tarde con él, llegó a una conclusión: David no era su amante misterioso, imposible.
Era demasiado dulce, demasiado tranquilo, demasiado… previsible. Y sin saber por qué, se sintió
decepcionada y aburrida. Y no porque David fuera aburrido, sino porque tenía la cabeza en otros temas.
Dejó su mente vagar hasta el claro del bosque donde estaba oculta la cabaña. ¿Estaría esperándola?
Sintió una punzada de anhelo en el estómago. Deseaba estar allí, con él, escuchando su voz susurrante,
sintiendo sus manos acariciándola… Haciéndole sentir especial, querida, adorada. ¡Qué tontería! Era
sexo y sólo sexo, y además era peligroso. Si él decidía irse de la lengua, jamás podría volver a mirar a la
cara a su hijo ni a su suegro, ni ya puestos al resto del pueblo. Aunque esto último, siendo sincera, le
importaba un comino. Pero, sabía sin lugar a dudas, que él jamás le haría daño.
—¿Qué te pasa? Te has quedado seria de repente —preguntó David, acariciándole la mejilla con un
dedo.
—Estoy cansada de estar sentada sobre una piedra —respondió _______(tn), y no mentía, al menos no del
todo.
—Vámonos.
—¿Adónde? No hay ningún sitio al que ir aquí arriba —sonrió sin ganas. Podían ir al río o internarse
en el bosque. No había más opciones.
—Al pueblo. Podemos ir al kiosco a tomar algo. Aún es pronto.
—Exactamente. Es demasiado pronto, aún quedan como poco un par de horas para que la gente
decida marcharse —contestó mirando el reloj. Eran poco más de las nueve de la noche—. Seguro que
quieren cenarse las tortillas que han quedado…
—Podemos irnos solos. Tengo coche, ¿sabes?
—No me parece bien dejar a Andrés y a mi suegro. He venido con ellos.
—Están muy entretenidos, lo mismo ni se dan cuenta —dijo David levantándose—. Diles que te vas y
listo, no son tus niñeras.
—Mmm. ¿Eso que estoy oyendo es una orden? —preguntó juguetona.
—No, mujer, claro que no. Es sólo una… sugerencia.
—Bueno, en ese caso, sugiero que les preguntemos si no les importa y luego nos vayamos cagando
leches de aquí.
Pero no fue tan fácil. Su suegro y su hijo no estaban por ningún lado; según parecía, se habían ido a
ver a los buitres con El Vivo. Lógicamente, pensó _______(tn) para sí misma, no se iban a ir con un muerto.
Por si la desaparición de su familia más cercana no fuera suficiente, ella necesitaba urgentemente un
poco de privacidad. Al final decidieron buscarles cada uno por su lado y volver a encontrarse frente al
círculo de tías.
«Esto es justo lo que más odio del monte», pensó _______(tn) internándose en la arboleda. «Puedo soportar
los bichos, los parientes, el agua helada, incluso la incomodidad del suelo; pero lo que no soporto de
ninguna manera es tener que andar por mitad del bosque, perdida de la mano de Dios y expuesta al ataque
de cualquier animal salvaje, para hacer un pis. ¡Joder!».
_______(tn) caminó con cuidado, intentando no golpearse (demasiado) con las piedras y las ramas caídas

que llenaban el suelo. Un par de veces miró hacia atrás creyendo que ya podía aliviarse y en las dos
ocasiones negó con la cabeza. Estaba lejos del campamento pero no lo suficiente como para bajarse el
biquini, ponerse en cuclillas y quedarse a gusto.
«Odio el pueblo», pensó, sintiendo escalofríos. «¿Cómo puede ser que por la mañana haga un calor
de muerte y en cuanto cae el sol se levante por fin el aire? Justo cuando ya no hace falta ¡Es injusto!».
Estuvo tentada de darse la vuelta e ir a por algo de ropa. El biquini, aunque no era diminuto, tampoco
tapaba mucho y, por si fuera poco, no se había puesto calcetines y las deportivas le estaban haciendo
polvo los dedos de los pies.
Se giró de nuevo. El campamento no se veía por ningún lado. Lo cierto era que, entre pensar en lo
mucho que odiaba el pueblo y alejarse de la gente, llevaba andando más de un cuarto de hora.
—¡Genial! Ahora me he perdido, joder. Se acabó, ¡ningún lobo me devorará con la vejiga llena!
Miró a su alrededor, no vio nada. De hecho no se veía un pimiento, se había hecho de noche en un
pispas. Se armó de valor, se bajó la braga del biquini, se acuclilló y orinó, sin dejar de mirar a todos
lados sólo por si acaso. No pensaba dejar que ningún lobo la devorara con las bragas bajadas.
Se limpió cuidadosamente con una toallita húmeda de bebé, dando gracias en su interior a su
costumbre de ir con ellas a todas partes, incluso a la selva, esto… el pueblo, y se colocó la ropa (ja). Se
mordió los labios un segundo, solía tener buena orientación pero en la montaña todo le parecía igual. No
obstante no era tan complicado, sólo tenía que volver por donde había venido. Se dio la vuelta y
caminó… Y siguió caminando… Diez minutos después se detuvo. ¡Joder! no le sonaba nada… No sabía
dónde estaba. ¡Su puta madre!
—¡Odio el pueblo! —gritó entre dientes, rezando porque alguien la oyera.
—Es una pena. El pueblo no te odia a ti, más bien te aprecia —susurró una voz tras ella. _______(tn) gritó,
y esta vez lo hizo con todas sus fuerzas—. Ey, tranquila, no pasa nada. Soy yo. —Volvió a susurrar la voz
mientras que los fuertes brazos de su amante la rodeaban por la espalda.
—¡Hijo de puta! ¡¿Sabes el susto que me has dado?! —exclamó _______(tn), dando patadas en el aire.
—Me hago una ligera idea. —_______(tn) lo sintió sonreír contra su nuca.
Abrió la boca para ordenarle que la sacara del bosque ipso facto, pero la cerró al instante. El
desconocido había deslizado su mano bajo la braga del biquini y en esos momentos estaba jugando con
los rizos de su pubis.
—¡Ah, no! ¡Aquí no! —exclamó asustada—. Alguien puede vernos.
—Por ejemplo, un lobo… —susurró en su oído para después morderla en el hombro.
¿Me ha leído la mente? Pensó un segundo antes de olvidarse de todo. El cabello del hombre le hacía
cosquillas en la mejilla mientras su mano se deslizaba más abajo, hacia el clítoris, y comenzaba a hacer
magia sobre él.
Gimió, perdida en las sensaciones, sintiéndose a salvo allí, en mitad de la nada, arropada por los
brazos de un hombre al que no conocía y excitada al sentir su erección pegándose a sus nalgas casi
desnudas.
La mano que la sujetaba por el abdomen se retiró, para al momento posarse de nuevo sobre su
estómago asiendo algo entre los dedos. Fue resbalando lentamente hasta juntarse con la que le acariciaba
la vulva y, una vez allí, presionó delicadamente sobre su clítoris. _______(tn) estuvo a punto de caer por la
impresión. El desconocido tenía algo en el dedo que vibraba, algo tan suave y cálido que mandaba
dardos de placer por todo su cuerpo.

—¿Te gusta? —preguntó él, tímidamente.
_______(tn) le respondió jadeando y pegando los glúteos a su erección. El aliento del desconocido le
recorrió la nuca cuando se rio entre dientes.
Intentó pegarse más a él, quería sentirle en todo su cuerpo, pero sólo notó la tela. El algodón suave de
la camiseta de él contra su espalda, el roce áspero de los vaqueros raspándole los muslos… ¡Tela y no
piel! Gruñó sin poder evitarlo y llevó sus manos hacia atrás, a la erección cubierta por el pantalón del
hombre. Buscó a tientas los botones y los desabrochó. Él jadeó y se pegó más a ella.
Sonrió. Ella también sabía jugar. Hundió las manos bajo la tela y comprobó que él no llevaba ropa
interior. ¡Perfecto! Tanteó con los dedos hasta recorrer el pene entero, recordando su forma, su grosor, su
tamaño. Lo envolvió con las manos, lo sacó de la prisión del vaquero, lo colocó entre sus nalgas y
comenzó a bailar contra él.
Él hundió un dedo en su vagina mientras con la otra mano seguía friccionando el clítoris con… algo.
Ella siguió sus embates. Cuando el dedo entraba, ella friccionaba el trasero contra su pene, cuando el
dedo salía, ella se alejaba. La respiración de ambos se aceleró, el aire se llenó del olor a excitación y
sexo, los jadeos de ambos hicieron eco entre los árboles mientras sus cuerpos se movían
acompasadamente.
—¡Joder! —exhaló de repente el hombre.
Sacó los dedos de la vagina de _______(tn) y retiró con fuerza el biquini que cubría las nalgas que tanto
ansiaba sentir. «Será sólo un segundo, un único roce», se ordenó a sí mismo; «necesito sentir su piel, su
calor». La verga lloró agradecida por el cálido contacto, buscó el lugar entre los glúteos que la llevaría
al perineo y de allí, al paraíso. «No iré más allá», juró él en su mente.
_______(tn) dejó de respirar cuando sintió el pene rondar la entrada de su vagina. Temblando de
anticipación, se puso de puntillas para darle mejor acceso. Se agarró con fuerza a la muñeca firme y
velluda que se colaba por debajo del biquini y esperó.
Pero no pasó nada.
El desconocido seguía inmerso en friccionar el clítoris con ese algo vibrante que la estaba volviendo
loca; sus caderas se balanceaban, haciendo que el pene recorriera lentamente la vulva humedecida; pero
no entraba en ella, no la llenaba.
—Fóllame —ordenó sin pararse a pensar lo que estaba exigiendo.
—No —respondió él con un gruñido. El sudor caía sobre su frente.
—Ahora —exigió clavándole las uñas en las muñecas.
El desconocido la penetró con la punta del glande. _______(tn) jadeó con fuerza; impaciente, excitada, casi
a punto de volar. Se pegó más contra él, que la sujetó con la mano libre por la cintura y la frenó.
—No —negó firmemente—. No te voy a follar en mitad del bosque. —«No la primera vez», pensó
para sí mismo. «No, aunque reviente de dolor. No, aunque muera por la frustración.» Ella merecía algo
mejor y él necesitaba anclarla a su alma, aunque fuera haciéndola adicta a sus caricias. La necesitaba con
él, siempre… O mientras que durase el sueño.
—Pues entonces vete a la puta mierda —gritó _______(tn) frustrada.
—Como desees —susurró él.
Presionó con fuerza el objeto vibrante contra su clítoris y hundió su pene un poco más en ella, sin
llegar a introducir más que la corona. _______(tn) tembló mientras el orgasmo recorría su cuerpo.

Él salió de ella y retiró sus dedos de la entrepierna del biquini, pero dejó pegado a sus labios
vaginales aquello que vibraba volviéndola loca. La besó con ternura en la mejilla y susurró en su oído.
—Sigue el camino de baldosas amarillas.
—¿Qué? —Logró decir con el poco aire que aún quedaba en sus pulmones. Como única respuesta
escuchó la risa clara y sensual del hombre.
Todavía atontada por el orgasmo, se llevó la mano a la entrepierna y cogió lo que allí había dejado
él. Apenas había luz y no podía ver bien qué era, pero una cosa estaba clara, era como un anillo, no
ocupaba apenas y tenía alas. ¿Alas? Apretó la mano sobre ello, decidida a esperar hasta llegar al
campamento y, con más luz, ver qué era. En ese momento recordó.
¡Joder, el campamento!
Se irguió y miró a su alrededor, estaba sola otra vez. Perdida otra vez. ¡Mierda, mierda, mierda! ¿Por
qué el muy cabrón no se había quedado con ella? ¿Es que no se había dado cuenta de que estaba perdida?
Claro que no, ¿cómo iba a saberlo? Ella había estado tan pendiente del placer que no se lo había dicho,
«¡Idiota! ¡Soy idiota!» Las lágrimas le quemaron los ojos.
De repente una luz iluminó el bosque. Una luz amarilla que marcaba el sendero. ¿El camino de
baldosas amarillas?
_______(tn) se puso de pie y miró hacia el origen de la luz, pero quedó deslumbrada al instante. Cerró los
ojos para intentar recuperar la visión y le oyó acercase a ella, cogerla del brazo e indicarle que
comenzara a andar.
—Vamos, no queda lejos —susurró él—. Sigamos el camino de baldosas amarillas —bromeó.
Pasó el brazo sobre su hombro y la sujetó contra su costado, manteniéndose ligeramente tras ella e
iluminando el sendero con la linterna. La sostuvo con fuerza durante todo el recorrido, impidiéndole caer
y avisándola de los obstáculos que la harían tropezar.
Un rato después, _______(tn) vio luces y oyó gritos.
—Te están buscando —afirmó él—. Aunque no lo quieras creer, se preocupan por ti.
—¿Quiénes? —preguntó algo atontada por el aroma a jabón y placer que emanaba del cuerpo del
hombre; por la calidez con la que se pegaba a su espalda y la fortaleza con la que rodeaba sus hombros.
—Tu familia —dijo apretándole el hombro—, ésa a la que tanto te empeñas en ignorar.
—Yo no los ignoro —contestó _______(tn), sintiendo el amargo sabor del remordimiento en el paladar—.
Simplemente no…
—Exactamente, tú no… —afirmó soltándola—. Camina un par de pasos y grita, vendrán corriendo a
por ti.
—¿Y tú? —preguntó _______(tn) girándose hacia él. La luz de la linterna, enfocada en su cara, la
deslumbró impidiendo que le viera.
—Ve con ellos —contestó él, apagando la linterna.
_______(tn) escuchó sus pasos hasta que se perdieron en el bosque. Esperó unos segundos y gritó. Al
momento le contestaron y, en un instante, se vio rodeada por las caras preocupadas de toda la gente a la
que había ignorado durante cinco años. Su hijo la abrazó llorando, llevaba perdida casi una hora.
—¿Cómo se te ha ocurrido entrar en la montaña tú sola? —la increpó.
—Bueno… No parecía adecuado que nadie me acompañara —contestó sonriendo—, y además no me
he perdido. Sólo me he despistado un poco —mintió.

La mentira dio resultado, más o menos, porque su hijo se calmó y su suegro respiró. Volvieron al
campamento y poco a poco fueron regresando los hombres que habían salido a buscarla, entre ellos
David que, al verla, sonrió y asintió.
—Ya os había dicho que no estaba perdida —dijo a nadie en especial, pero en sus ojos se leía el
alivio.
Cuando volvieron al pueblo, David, Andrés y el resto de la familia se empeñaron en pasar un rato por
el kiosco. Al fin y al cabo no era más que media noche y les apetecía escuchar un poco de música al aire
libre y relajarse después del susto. _______(tn), sin saber muy bien por qué, accedió a acompañarles, aunque
antes pasó por casa para cambiarse de ropa… y comprobar qué era lo que ocultaba en la mano que había
mantenido cerrada en un puño todo el camino. Necesitaba averiguar qué era lo que él le había regalado.
A solas en su cuarto observó risueña el regalo. Tal y como había imaginado, era un anillo de silicona
con una «mariposa» en lugar de un diamante. Una mariposa muy suave que en su interior ocultaba una
pequeña bala vibradora. Lo lavó cuidadosamente y lo guardó en la mesilla.
—¡Sí qué has tardado, mamá! —exclamó su hijo a modo de saludo cuando llegó al kiosco.
—Pero ha merecido la pena —aseveró David, guiñándola un ojo. _______(tn) sonrió acercándose hasta
ellos.
Estaban sentados en uno de los muchos bancos de piedra que había en el parque de La Soledad. El
kiosco era una caseta hecha de piedra y chapas, situada al lado de una cueva excavada en la falda del
bancal por el que se ascendía al castillo. Porque el pueblo de su suegro no era un pueblo normal y
corriente, no tenía un hermoso castillo del siglo XV ubicado en medio de un hermoso parque poblado de
inmensos olmos, bajo cuya sombra todos los vecinos se refugiaban por la tarde y que, por la noche,
protegían a la gente del aire frío que bajaba de las montañas.
Por primera vez en cinco años observó detenidamente las caras que la miraban y no halló en ellas
todo lo que siempre había pensado que vería. Nadie la miraba con lástima ni conmiseración; ni siquiera
con enfado por haberse divorciado de alguien del pueblo. Sólo se mostraban curiosos, esperando a que
ella, como siempre hacía, sonriera de mala gana, dijera un escueto «hola» y se sentará a ver pasar las
nubes. Se mordió los labios al darse cuenta de que, desde hacía cinco años, era invisible. O al menos eso
intentaba, porque ellos seguían pretendiendo conversar con ella.
—¿Qué tal en Guisando? ¿Viste alguna cabra? —preguntó socarrón uno de los camareros desde la
barra.
—Cabras no, pero cuando me perdí pensé que me comerían los lobos —comentó sonriendo, y no era
una sonrisa falsa. No sabía por qué, pero las palabras del desconocido se habían grabado en su memoria,
«el pueblo no te odia a ti, más bien te aprecia».
—¿Te perdiste? —Se hizo el sorprendido el camarero. Como actor no valía un pimiento.
—Ufff… No te lo puedes imaginar, me metí en el bosque a hacer… cosas que nadie podía hacer por
mí —dijo arqueando las cejas—, y no sé cómo, acabé en el quinto pino.
La gente que había a su alrededor se quedó de piedra durante unos segundos y luego empezó a
bromear con ella. _______(tn), sin saber cómo, había pasado a formar parte del grupo. Le preguntaban y ella
les contestaba; se reía de sus bromas.
«No es ningún milagro —pensó para sus adentros—. Son gente de mi edad, por eso ha sido tan fácil

compenetrarme con ellos. Mañana, cuando vea a los parientes de la edad de mi suegro, será otra vez la
misma historia.»
—Os juro que pensé, «si voy a morir devorada por los lobos, no voy a hacerlo con las bragas
bajadas» —dijo entre chanzas un buen rato después. Aún seguían comentando su escapada.
—¡Tío Nick! —gritó Andrés, eufórico, bajando del banco y echando a correr hacia la silueta que se
recortaba en el camino del parque—. ¡Has venido!
—Lo prometido es deuda —afirmó su cuñado llegando hasta ellos.
_______(tn) se sobresaltó al verlo medio oculto entre las sombras. Era alto y delgado, pero fuerte, de
piernas largas y músculos marcados. Por un momento, con la cara oculta por la oscuridad de la noche, le
había parecido… Pero no, Nick, no. Imposible. Su cuñado no sentía el menor aprecio por ella.
—De modo que te iban a devorar los lobos… Al lado de Guisando, con la gente a pocos metros de
distancia… —dijo sonriendo—. Son lobos, no idiotas —aseveró con mirada burlona.
—Para eso ya estás tú —afirmó _______(tn), susurrando. Sólo la escucharon su hijo y Nick, que apretó los
puños enfadado.
—Vamos Nick, no seas malo —dijo una de las primas de la misma edad de Andrés, dispuesta a
defender el honor de _______(tn)—. A mí también me da un poco de miedo el bosque por la noche. Nunca se
sabe qué puedes encontrarte.
—Es más probable que te devoren las hormigas antes que los lobos —aseveró Nick arqueando las
cejas sin retirar la vista de _______(tn).
—La marabunta —contestó _______(tn) fijando la mirada en su cuñado—. Aunque imagino que estarán más
interesadas en devorar a un hombre alto y musculoso que a una insípida mujer sin carne sobre los huesos
—comentó inocente.
—¿Quién sabe qué clase de bichos repugnantes habitan el bosque? —Suspiró la defensora de _______(tn).
—Muchos, desde luego —afirmó Nick sin retirar la vista del duelo de miradas con _______(tn)—. Me
apuesto el cuello a que, bajo tu punto de vista, todo aquello que tenga más de dos patas es un bicho
repugnante.
—Incluso aunque sólo tenga dos piernas —aseveró ella.
No sabía por qué, pero se estaba divirtiendo.
—¡Mamá! No seas así, hay muchos bichos bonitos aquí —exclamó su hijo, viendo perfectamente por
dónde iban los tiros y queriendo evitar la pelea a cualquier precio.
—Efectivamente —comentó David, que en esos momentos regresaba cargado de botellines de
cerveza y latas de Coca-Cola del kiosco—. No sé si te habrás fijado, pero un poco antes de llegar a la
piscina de Guisando hay una colonia de mariposas. Son preciosas, marrones con pintas doradas —
comentó, tendiéndole una lata a _______(tn). Ésta no fue capaz de sujetarla entre sus dedos.
—¿Mariposas? —preguntó casi sin voz.
—Sí, mariposas —contestó David agachándose para recoger la lata del suelo donde había caído—.
¿Qué pasa? ¿Te dan asco? Pensaba que era todo lo contrario —afirmó, dándole el refresco y
acariciándole los dedos con los suyos cuando _______(tn) reaccionó por fin y la cogió.

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Lady_Sara_JB
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MensajeTema: Re: Ardiente Verano (Nick y tu)   Ardiente Verano (Nick y tu) Icon_minitimeJunio 12th 2014, 11:36

dios....
esta genial
siguela
me encanta nick
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ale-Jonas
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MensajeTema: Re: Ardiente Verano (Nick y tu)   Ardiente Verano (Nick y tu) Icon_minitimeJunio 12th 2014, 18:52

Ho por Dios qe capitulo tan intensooo.... :O....
Me encantooo.. siguela por favor...
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andreru
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andreru


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MensajeTema: Re: Ardiente Verano (Nick y tu)   Ardiente Verano (Nick y tu) Icon_minitimeJunio 19th 2014, 18:01

CAPÍTULO 6
—¿Adónde vas a estas horas? —preguntó Abel cuando vio a _______(tn) vestida para salir.
—A dar una vuelta —esquivó ella la pregunta—. Hace un día precioso.
—Hace un calor tremendo, mamá, te va a dar un soponcio —aseveró su hijo.
—Me dará si me quedo un segundo más escuchando hablar de higos y brevas —refunfuñó _______(tn)—.
Volveré cuando haga más fresco —avisó.
Nieto y abuelo movieron la cabeza asombrados cuando _______(tn) se fue. No eran horas para salir a la
calle. En absoluto.
—Tu madre está muy rara últimamente.
—No sabes cuánto. Se ha puesto minifalda —comentó Andrés, frunciendo la frente llena de acné.
—¿Y?
—Odia llevar minifalda en el pueblo.
—¿Por?
—Dice que le da asco que los bichos que infestan cada rincón le suban por las piernas desnudas —
explicó el joven, encogiéndose de hombros.
—Ah —respondió el abuelo—. Pues me alegro de que haya cambiado de opinión, está muy guapa con
ella. Seguro que a uno que yo me sé se le va a caer la baba si la ve vestida así —sonrió para sí mismo.
Su nieto le miró inquieto, no quería que se le cayera la baba a nadie con su madre.
_______(tn) sintió que le abandonaban las fuerzas en el mismo momento en que pisó la acera. Si en la casa
hacía calor, en la calle era bochorno. Eran casi las seis de la tarde y no corría ni un soplo de aire fresco,
pero si volvía a oír otra vez la palabra higo o breva junto al nombre de Nick, empezaría a gritar. Su hijo
sólo tenía en la mente acompañar a su tío en la próxima recogida del higo y su instinto de madre le decía
que si se despistaba acabaría recogiendo esas «cosas» ella también. ¡Puag!
Además, y para ser sincera, estaba ansiosa por ponerse en camino. No había dormido en toda la
noche pensando en él. Había pasado todo el día divagando con su próximo encuentro y, aunque era
demasiado pronto para ir a la cabaña, pensó algo nerviosa, nada en el mundo la convencería de esperar
un poco más.
Las dos veces anteriores había llegado alrededor de las ocho de la tarde. Si tardaba en llegar a la
cabaña casi tres cuartos de hora, como mucho se presentaría allí a las siete. Iba a parecer que estaba
desesperada por verlo o, peor aún, podía llegar demasiado pronto y encontrarse con que él no estaba. Si
ése era el caso, ¿qué haría? ¿Esperar en la cabaña? Probablemente estaría cerrada con llave. ¿Hacer
tiempo de pie en mitad del claro observando a los caballos? Eso parecía un poco humillante, claro que
no tanto como llegar y encontrar las rejas que vallaban la propiedad cerradas, en cuyo caso, no le
quedaría otra opción que darse media vuelta y volver al pueblo; por nada del mundo esperaría anhelante
a que él tuviera a bien regresar a su finca y permitirle el paso. Tenía ganas de verle, pero no tantas como
para humillarse de esa manera. O tal vez sí…

Se paró en mitad de la calle y dio un fuerte pisotón. «¡No seas idiota! Sólo estás dando una vuelta»,
se reprendió a sí misma.
—Todo el mundo es libre de dar un paseo por donde le salga de las narices —aseveró en voz alta.
—Claro que sí, hijita —coincidió una anciana vestida con una falda negra hasta media pantorrilla,
una chaqueta de manga larga, también negra, y un pañuelo del mismo color cubriéndole la cabeza—. ¿Y
tú de quién eres? —preguntó cerrando los ojos y aspirando profundamente, como olisqueándola.
—Soy la exmujer del difunto hijo del Rubio —contestó _______(tn) maquinalmente, estremeciéndose por
dentro. ¿Cómo podía llevar tanta ropa encima esa buena mujer?
—No lo creo —afirmó la anciana aún con los ojos cerrados.
—Ah, ¿no? —Repasó mentalmente la frase de presentación. Era correcta. Todo el mundo del pueblo
la conocía así.
—No, tú eres una Viva —sentenció abriendo sus ojos, mostrando un fantasmal iris blanco.
—¿¡Perdón!? —Ay no, por favor, no. Lo sabía, ningún hombre podía mantener su bocaza cerrada—.
¿Me está diciendo que soy una «viva la Virgen»? —_______(tn) se estiró y frunció el ceño intentando parecer
amenazante, aunque se daba perfecta cuenta de que no le serviría de nada, ya que la mujer era casi ciega.
—Claro que no hijita, te estoy diciendo que tú nunca has sido del hijo del Rubio.
—¿No? Esto… bueno, por supuesto que no. Yo no pertenezco a nadie —afirmó estupefacta, no podía
creerse que esa viejecita tuviera la mente abierta y las ideas modernas.
—Claro que sí, hijita, claro que sí. Tú perteneces al Vivo.
—¿A un vivo? —Mira que me he encontrado con gente rara en mi vida, pensó _______(tn), pero ésta mujer
se lleva la palma; claro que con tanta ropa lo mismo está delirando del calor.
—No, al Vivo —especificó la anciana—. Hazme caso, tengo mala vista —dijo mostrando sus ojos
totalmente nublados por las cataratas—, pero Dios me ha dado buen olfato y, desde que viniste por
primera vez al pueblo, hace ya casi quince años, me lo olí —dijo dándose golpecitos con un dedo
artrítico en la nariz—. Nunca has sido del hijo del Rubio. Tú eres del Vivo —sentenció clavándole el
dedo en el esternón—. No te molestes en huir —continuó mirándola fijamente. Sus ojos blancos parecían
brillar—, porque él te pillará; se te meterá dentro y atará su alma a la tuya.
—Tonterías, no conozco a ningún «Vivo» —farfulló _______(tn) dando un paso atrás. La vieja le estaba
empezando a dar grima.
—Lo conoces, pero no lo sabes. Le perteneces, pero aún lo dudas —aseveró—. Haz caso a esta vieja
bruja que no ve, pero huele —aconsejó dándose golpetazos en su larga y picuda nariz de nuevo. Luego
sonrió y se marchó renqueando, como si no se hubiera parado a hablar con _______(tn).
_______(tn) la observó alejarse con un nudo en el estómago. Aramis Fuster era una tierna corderita
comparada con la vieja renegrida de los ojos blancos.
Eran casi las siete de la tarde cuando llegó hasta las altas rejas de la finca. Estaba sudorosa y muy
nerviosa. Durante todo el camino no había hecho nada más que pensar en la vieja y en el tal «Vivo».
Si la vieja decía la verdad, —y eso no quería decir que _______(tn) se hubiera creído ni una sola palabra
—, entonces el tal «Vivo» era el hombre que se le «metería dentro». Si lo decía en sentido bíblico,
entonces era su amante misterioso. Si era su amante misterioso, tenía mote, El Vivo, por tanto era un
hombre del pueblo.

—¡Joder! Demasiados «si» para mi cordura —dijo entre dientes—, si tal… si cual… si Pascual… —
gruñó.
Se abanicó con una mano mientras intentaba serenarse. Desde la noche anterior había notado espinas
en el estómago, pinchazos de terror que le asaeteaban en cuanto pensaba en David y su alusión a las
mariposas. Era cierto que había fantaseado con algunos hombres del pueblo en el papel de amante
misterioso pero, en el momento en que él habló de las mariposas, tuvo claro, diáfano —como diría Jack
Nicholson en Algunos hombres buenos—, que se moriría si llegara a conocer la identidad de su amante.
Seguro.
Moriría de un ataque fulminante de vergüenza. Mmm, ¿se podía morir de eso? Por un momento se
imaginó en su ataúd. En vez de pálida estaba roja como un tomate y en el epitafio de su tumba pondría:
«_______(tn), adorada madre. Falleció a los treinta y tres años de un ataque de vergüenza. Tu hijo no te
olvida.»
—No —susurró llevándose una mano al pecho. Nadie había muerto jamás de eso y ella no sería la
primera.
Sacudió la cabeza y puso en orden sus ideas. David no era su amante, aunque hablara de mariposas en
el momento más inesperado, le faltaba… chispa. Era tan… normal y corriente. El hombre de los caballos
era audaz, autoritario, seguro de sí mismo, controlador, impetuoso, generoso… Y _______(tn) se sentía como
una diosa, adorada entre sus brazos.
—Él, sea quien sea, es un hombre del valle del Tiétar, no del pueblo. Conoce la montaña, sabe
orientarse en el monte en mitad de la noche y cuida caballos en un claro en el centro del bosque al lado
de una cabaña de madera, es El Vivo. Y no es nadie a quien yo conozca —afirmó con la esperanza de que
fuera cierto—. Y ahora mismo, voy a entrar en la finca porque las puertas están abiertas. —Esto era un
ruego más que una afirmación—. Y después caminaré hasta la cabaña tranquilamente y lo veré. Y
disfrutaré con él, sea quien sea.
En el mismo momento en que su mente clarificó este hecho, los pinchazos de su estómago se
convirtieron en fuego líquido que recorrió sus venas.
Sintió una punzada de deseo.
Iba a encontrarse con su amante imaginario y sólo de pensarlo sentía como se le humedecían las
bragas. Debería haberse puesto un salva-slip; iba a parecer demasiado desesperada, pensó por enésima
vez.
Inspiró profundamente y empujó la puerta. Estaba abierta, ¡sí! Caminó con cuidado sobre el camino
asfaltado, se había puesto las valencianas en un ataque de vanidad. Eran preciosas y quedaban perfectas
con la minifalda vaquera, pero eran sumamente incomodas para andar por cuanto se despistaba se le
metía alguna piedrecita entre la planta del pie y la suela y tenía que parar a quitársela. ¡Uf!
Se secó el sudor de las manos en la falda y se colocó la ajustada camiseta de manera que se le viera
el ombligo. Un segundo después se la estiró hasta la cinturilla de la falda, tapando la piel desnuda; no
quería parecer demasiado… ¡fresca! Al llegar al final del sendero asfaltado, se la subió de nuevo. ¡Qué
coño! había llegado hasta allí excitada y con ganas de sexo, era una tontería dejarse llevar por el pudor.
Pero tampoco era plan ir mostrando las estrías del embarazo, volvió a bajársela y metió las manos en los
bolsillos de la minifalda en un intento de dejarlas quietas.
Un segundo más tarde llegó al claro. Se quedó inmóvil sin saber qué hacer.

Los caballos no estaban en el cercado y la puerta de la cabaña estaba cerrada.
Él no estaba.
Definitivamente, había llegado demasiado pronto. ¿Y ahora qué?
Pensó en acercarse a la cabaña y sentarse en el porche a esperarle, como una desesperada.
Pensó en ir hasta el cercado y apoyarse en la valla blanca, sensualmente, como una fresca.
Pensó en sentarse en mitad del prado, sobre la hierba verde, como un indio cabreado.
Pensó que estaba haciendo el gilipollas, allí parada como si fuera una adolescente yendo a buscar a
su novio a casa por primera vez.
Pensó, girándose hacia el camino, que era una pena haber caminado durante una hora para nada.
No había terminado de dar el primer paso que la llevaría de regreso al aburrido pueblo, cuando oyó
un relincho. Su vagina se contrajo, sus manos temblaron en los bolsillos y sus labios se abrieron en un
jadeo que era casi una sonrisa. ¿Él había vuelto?
Movida por Dios sabe qué impulso, saltó hasta quedar tras el grueso tronco de una encina y espió.
Él caminaba por delante de los caballos. Con las riendas en una mano los iba guiando a través de los
árboles que había detrás de la cabaña hasta la valla del cercado.
Verlo fue casi una conmoción, las piernas le temblaron y se tuvo que agarrar con fuerza al tronco de
la encina.
Vestido sólo con unos vaqueros cortados a la altura de los muslos y unas deportivas viejas, parecía
salido de sus sueños más eróticos. Podía imaginar los músculos de su estómago ondear a cada paso,
sentir sus muslos firmes y vigorosos al caminar entre la hojarasca del bosque, saborear el sudor que
cubría su piel. Jadeó al fantasear con su cuerpo fibroso.
Entornó los ojos intentando descubrir quién era, pero fue imposible. Llevaba un sombrero que le
cubría los rasgos. _______(tn) sonrió para sí, si ésta fuera una escena de alguno de sus libros románticos, sería
un Stetson digno del más aguerrido de los vaqueros del salvaje oeste. Pero no era una novela y el
sombrero era el típico de paja y ala ancha con el que cualquier españolito se protegía del sol en la playa.
Siendo sincera consigo misma, debía de reconocer que el sombrerito de marras le quitaba bastante sex
appeal. O tal vez no… La imperfección le hacía parecer más sexy porque era más real.
Siguió observándole, intentando reconocer en sus movimientos algún gesto conocido, algún indicio de
quién era.
Sus ademanes eran relajados, tranquilos. Acariciaba con la mano libre las quijadas de los corceles y
estos le respondían empujándole la espalda con la testa. Al entrar en el cercado les quitó los bocados
dejándolos libres y les dio un par de palmaditas en el lomo, después se dirigió hasta la puerta del
establo. Allí se quitó las deportivas de un par de puntapiés y quedó parado frente a algo. _______(tn) no
lograba ver qué era. Estaba demasiado lejos.
Lo vio inclinarse y enganchar una ¿manguera? a un extraño aparato.
Sus dedos se tensaron ante el deseo de acariciarle la espalda, brillante por el sudor.
Estaba doblado por la cintura, de espaldas; sus brazos sujetaban algo, subiendo y bajando con fuerza
y rapidez. Ella se mordió los labios y asomó más la cabeza intentando averiguar qué estaba haciendo.
La manguera recorría unos metros hasta una vieja bañera pegada a la valla, en el interior del cercado.
Los caballos de acercaron y hollaron el suelo impacientes. De repente, de la goma comenzó a manar

líquido.
Lo entendió de golpe. Lo estaba extrayendo de un pozo subterráneo con una bomba manual. ¿No tenía
agua allí? No. Se respondió a sí misma. Estaban en mitad de un cerro, rodeados por el bosque y a más de
media hora, caminando a paso rápido, del pueblo. No tenía agua corriente ni luz, pensó recordando la
cabaña. No había lámparas ni bombillas, ni nada parecido.
¡Vivía en una cabaña similar a las del Salvaje Oeste en pleno siglo XXI! ¡Alucina, vecina!
Cuando se quitó el estupor de encima y volvió a mirar, el agua ya no caía sobre la vieja bañera, pero
él seguía dale que te pego a la bomba. De improviso paró, se quitó el sombrero, cogió un cubo metálico
del suelo y, todavía dándole la espalda, alzó los brazos con el cubo entre las manos y se lo echó por
encima de la cabeza.
¡Igualito que Hugh Jackman en Australia! Estuvo a punto de gritar _______(tn).
Observó cómo el agua resbalaba por su espalda lisa y morena, recorría el camino hasta la cinturilla
de los vaqueros, le mojaba las nalgas… Se lo imaginó de cara a ella, el agua recorriéndole el pecho, el
abdomen, las ingles… Y sin poder evitarlo, apretó los muslos con fuerza. ¡Dios! Estaba más caliente que
un turista perdido en las dunas de Maspalomas.
Él volvió a bombear agua y _______(tn) se preparó para otra sesión de calentura imaginaria, pero se
equivocó.
El hombre hizo amago de girarse, pero recordó algo en el último segundo. El sombrero. ¡El puñetero
sombrero de mierda! Se lo encajó en la cabeza, colocándolo de tal manera que lo protegiera del sol y le
cubriera la cara. Cogió el cubo y se dirigió al semental para, ni corto ni perezoso, echárselo por el lomo.
El caballo respondió con un testarazo de su frente contra el estómago del hombre y éste rio. Fue una risa
potente, desinhibida, amigable, que acabó cuando agarró la crin con una mano y de un salto se subió
sobre el lomo del animal, sentándose casi tumbado sobre él, con los pies desnudos anclados en los ijares
y sus manos cálidas acariciándole la cruz con cariño.
La yegua se acercó a la pareja y bufó envidiosa, el hombre se bajó del semental y abrazó el cuello de
la alazana, ésta lo arqueó satisfecha. Cuando hubo repartido mimos, volvió a llenar el cubo y se lo echó a
la yegua por encima. Jugó con los caballos un buen rato, riendo a carcajadas y susurrándoles cosas en las
orejas.
_______(tn) sintió calor en el estómago. No era excitación, era anhelo. Quería alguien que la tratara con ese
cariño, con esos mimos. Que jugara y bromeara con ella, que le susurrará al oído en cualquier momento
del día, no sólo durante un polvo salvaje.
«¿Pero qué gilipolleces estás pensando?», se reprendió a sí misma. Ella no quería nada de eso, ya lo
había tenido con su marido y sabía de sobra lo que venía después, aunque Ben nunca fue tan cariñoso
como el desconocido lo era con sus caballos. O al menos no lo fue con ella. Con las demás, francamente,
ni idea.
¡Se acabó! Ella iba a lo que iba. Ni más ni menos. Y estaba perdiendo el tiempo a lo tonto.
Dio un paso saliendo de su escondite. Respiró hondo e hizo lo que se hacía siempre en las películas:
toser con fuerza para darse a conocer.
El desconocido alzó la cabeza sobre el lomo del semental y la miró, o eso esperó _______(tn), ya que el
jodido sombrero de los cojones seguía ocultándole el rostro.
Salió de entre los caballos, fue hasta la bomba, llenó por enésima vez el cubo de agua y se dirigió

con él a la cabaña sin mirarla en ningún momento. Al llegar a la puerta, sacó del bolsillo trasero del
pantalón lo que _______(tn) imaginó que eran unas llaves y abrió. Entonces, y sólo entonces, se giró hacia ella
envuelto en las sombras del porche; oculto, misterioso. Entró en la cabaña y dejó la puerta abierta.
_______(tn) aceptó la invitación.
Al entrar se llevó la primera sorpresa de la tarde. Las cortinas estaban descorridas y la luz entraba a
raudales por las ventanas, iluminando por completo el interior. Dio un paso hacia delante con la mirada
fija al frente, temerosa de girar la cabeza y ver lo que no debía ver. Una cosa era imaginar y otra muy
distinta saber sin ninguna duda quién era él.
Escuchó la puerta cerrarse a su espalda y sintió sus pies desnudos caminar sobre el suelo de madera
hasta situarse tras ella.
_______(tn) se quedó petrificada. Si se giraba, le vería. Ordenó a sus ojos cerrarse. No iba a darse la
vuelta y romper el hechizo. No iba a joder la única fantasía hecha realidad que había tenido en su
aburrida vida.
Era cierto que había pasado horas imaginando quién podría ser él, pero eso era parte del juego; al
menos para ella. Observar sus gestos y escuchar sus susurros intentando averiguar quién era el hombre al
que pertenecían, era excitante y divertido. La hacía sentir viva; más aún, la hacía sentir distinta, ser otra
persona, alguien libre, sin reglas. Podía ser quien quisiera sin pensar en nada, en ninguna norma
establecida u obligación social. Si él decidía mostrarse ante ella, poner cara al misterio, entonces se
acabaría el juego. Más que eso, ella sería otra vez _______(tn), la mujer convencional, la madre de Andrés y la
currita anónima. Se vería obligada a volver al mundo real.
Pero él no hacía nada. Estaba allí, plantado tras ella, esperando. ¿Esperando qué? ¿Que se diera la
vuelta y se enfrentara a él? No lo haría. No era tan valiente. Si reconocía su rostro, no habría fuerza en el
mundo capaz de impedirle salir corriendo, muerta de vergüenza, y regresar a su casa de Madrid para
esconder la cabeza, o más bien el cuerpo entero, bajo su aburrida cama.
¡Joder! ¿Quién coño era ese tipo para ponerla en esa tesitura? ¿Qué se creía? ¿Que ella era como la
mujer de Lot, que se daría la vuelta y se convertiría en estatua de sal?
¡Pues estaba muy equivocado! La sal era mala para el corazón, ni de coña se daría la vuelta.
Abrió los ojos dispuesta a permanecer inmóvil. A no mirar. Buscó frente a ella algo que desviara su
atención del hombre que la asediaba incluso en sueños. Y lo encontró. Vaya si lo encontró. Dio un paso
inseguro al frente. ¿Qué era eso?
Él parpadeó cuando ella se movió. Salió del letargo en que se había sumido en el instante en que
_______(tn) entró en su cabaña y su precioso cuerpo se vio rodeado por la luz dorada que rebotaba en las
paredes de madera. Era una diosa. Tan hermosa… Y estaba en su cabaña, en su terreno. Era suya. Al
menos por unas horas.
«¿Cuánto tiempo he estado mirándola absorto?», se preguntó cuando ella dio un paso hacia adelante.
«¿Cómo puedo medir el tiempo ante su presencia?»
La había visto de lejos y había entrado en la cabaña esperando que ella lo siguiera, sin pensar ni por
un momento que no estaba preparado para ella.
No iba vestida como siempre, con shorts, faldas largas o pantalones de lino. Tampoco iba tan
desnuda como en Guisando, cuando ese biquini normal y corriente le hizo perder la poca razón que
conservaba. Llevaba una cortísima minifalda vaquera que acababa apenas unos centímetros bajo sus
hermosas nalgas en forma de corazón, dejando al descubierto sus piernas largas y doradas, ocultando lo

que sus manos morían por tocar. La camiseta roja se pegaba a su cuerpo como si fuera una segunda piel,
no tenía mangas ni tirantes, sino que se anudaba a la nuca dejando al descubierto sus perfectos omóplatos
y parte de su espalda.
Alzó la mano sin ser consciente de ello. Necesitaba tocarla. Se había recogido el pelo en una coleta
alta dejando al descubierto el cuello, un cuello perfecto para ser besado… y mordido.
Volvió a parpadear cuando ella comenzó a andar. Se dirigía con paso dudoso hacia el centro de la
estancia.
«¡Gracias a Dios que no se ha dado la vuelta!», pensó aterrado. Se había perdido de tal manera al
contemplarla, que no se había dado cuenta de que ella podía verle. Reconocerle. Acabar con el juego,
con el sueño. Sacudió la cabeza y centró sus pensamientos, aún no podía dejarse llevar, no hasta que
estuviera oculto a sus ojos.
Pronto, sonrió al ver lo que había llamado la atención de _______(tn).
—¿Qué coño es esto? —preguntó ella en voz baja, mirando el techo de la estancia.
—Un juego —susurró él a su espalda. _______(tn) sintió su aliento sobre su piel desnuda quemándole las
terminaciones nerviosas, colándose en su interior y recorriendo su cuerpo hasta quedar alojado en sus
pezones, como si su boca estuviera acariciándolos. Dio un paso atrás hasta que su espalda quedó pegada
al húmedo y musculoso torso del hombre. El vello de su pecho le hizo cosquillas cuando él la rodeó con
sus fuertes brazos, hundió la cara en su nuca y comenzó a lamerla y mordisquearla. Centró su vista en lo
que tenía frente a ella, decidida a resistir la tentación de volverse y devorarlo.
En el techo de la cabaña, donde antes no había nada, ahora estaban ancladas un par de poleas,
separadas entre sí unos dos metros. De cada una de ellas colgaba una larga cuerda que reposaba sobre la
mesa de madera, la misma mesa sobre la que la poseyó con la fusta la última vez.
¿Dónde se estaba metiendo? ¿Qué clase de juegos le gustaban a él? Y lo que era peor, ¿qué clase de
juegos le gustaban a ella? Porque en esos momentos, sus braguitas estaban empapándose por la excitación
que fluía de su vagina.
Alargó la mano hasta asir una de las sogas. El tacto le demostró que no eran las típicas cuerdas a las
que ella estaba acostumbrada; es decir, las de tender la ropa, el bramante para atar el redondo, las de
saltar a la comba de niña… Estas eran más suaves, muchísimo más, y eran negras. Acarició con dos
dedos el cabo, descubriendo que estaba completamente equivocada. No eran cuerdas, sino cuero. Cuero
grueso y suave, trenzado y trabajado hasta formar un cordel redondo, resistente y… exquisito.
—¿Lo has hecho tú? —preguntó sin dejar de acariciarlo.
—Sí.
—¿Cuándo? —Tenía que ser un tipo con mucho tiempo libre, sólo hacía tres días que había estado
allí por última vez y entonces no había nada de eso.
—No duermo bien últimamente —susurró a modo de respuesta.
¡Genial! Su amante misterioso era un manitas con el cuero, dormía poco, tenía un cuerpo de infarto y
le iban los jueguecitos… ¡Qué combinación más apropiada! Y por si todo esto fuera insuficiente, además
tenía unos atributos muy, pero que muy notables; determinó al sentir su erección contra la parte baja de su
espalda.
Mmm. ¿Por qué estaba perdiendo el tiempo? ¿Por qué él no se ponía manos a la obra? Con una
sonrisa ladina en los labios, decidió intentar algo que esperaba le hiciera reaccionar. Recorrió con los

dedos los cabos de cuero y fue subiendo hasta que tuvo los brazos alzados. Enredó las manos en ellos,
como si estuviera atada, y sintió que sus pezones se tensaban reclamando atención. Esa postura la
excitaba, reconoció para sí misma. Sólo había algo que la molestaba: la mesa. Estaba justo debajo de las
poleas y chocaba contra sus muslos. Empujó con ellos para apartarla, pero él posó sus enormes manos en
sus piernas y se lo impidió. _______(tn) las abrió un poco y esperó a ver qué juego se traía él entre manos.
Él dio un paso atrás, alejándose de la piel de su diosa para recuperar la cordura. Antes de empezar
nada debía asegurarse de que ella no lo descubriría. De hecho, eso era lo primero que debería haber
hecho en el mismo momento en que ella pisó la cabaña, a fin de protegerse de su curiosidad; pero había
sido incapaz de pensar.
Buscó en el bolsillo trasero del pantalón lo que instantes antes había guardado allí. Sacó el antifaz de
cuero que había hecho un par de noches atrás y lo colocó en su sitio: sobre los ojos de _______(tn). Lo ató con
cuidado, cerciorándose de que no quedara ni demasiado apretado ni demasiado flojo. Entonces, y sólo
entonces, se permitió dejar fluir la pasión.
Recorrió los brazos femeninos lentamente hasta llegar a las manos enredadas en el cuero. Las
envolvió en las suyas. Las hizo soltar el amarre obligándolas a bajar hasta que quedaron apoyadas en su
erección. Le tentaron, recorriéndolo por encima de los vaqueros. Él se dejó llevar por las sensaciones.
Necesitaba esas caricias más que respirar. No se había permitido a sí mismo ningún alivio en tres días.
Tres días en los que su pene había despertado cada vez que la veía, cada vez que la recordaba. Tres
noches en las que sus testículos gritaban su deseo en cada sueño que tenía.
Frenó sus caricias apenas un minuto después, si la dejaba continuar acabaría corriéndose antes de
empezar, y quería cumplir un par de sueños antes de eso. Sobre todo necesitaba cumplir uno.
La agarró de las manos y la obligó a girarse. Quedaron frente a frente.
Ella estaba ciega gracias al antifaz, si hubiera podido verle, vería la cara de un hombre a punto de
cumplir su más deseado anhelo. Vería las emociones recorrer unos rasgos duros y curados. Vería unos
labios conocidos tornarse en una sonrisa ilusionada, cuando su imagen se quedó grabada en los ojos
claros del hombre.
Levantó lentamente las manos hasta que enmarcó con ellas la cara de _______(tn) y recorrió con los dedos
sus rasgos, intentando borrar con lentas caricias las arrugas de preocupación que los años habían
formado en su frente. El pulgar trazó la forma de sus pómulos hasta llegar a la comisura de los preciosos
labios. Unos labios finos y sonrosados, en absoluto voluptuosos; el inferior quizá un poco más grueso que
el superior, pero no mucho.
Al sentir la presión del pulgar sobre ellos, _______(tn) los abrió, sin ser apenas consciente de ello, y
succionó lentamente. El cuerpo del hombre se tensó. Conteniendo un gemido pegó su rostro a la mejilla
lisa y suave de _______(tn) y respiró profundamente, inhalando su aroma a cítricos; limpio y fresco. Su
incipiente barba raspó la piel femenina en un roce tan tierno que ella, en respuesta, apresó con los dientes
el dedo que mantenía en el interior de su boca, mordiéndolo con la intención inconsciente de llevar el
juego un paso hacia adelante. Lo consiguió.
El mordisco despertó su lado más salvaje, le hizo desear más, y estaba a su alcance obtener lo que
quería. Apartó el pulgar, giró su cara y arañó con cuidado el labio inferior de la mujer con los dientes,
para a continuación succionarlo con fuerza.
Ella gimió y desplazó sus dedos hasta el pecho masculino, desnudo.
Él perdió el control.

Llevó con rapidez sus manos a la sensible nuca de _______(tn) y tiró con fuerza del nudo de la camiseta
hasta que se deshizo. Con dedos temblorosos deslizó la molesta prenda por el cuerpo de su amada hasta
que ésta cayó al suelo, a sus pies. Se recreó un momento en los contornos suaves de la espalda femenina
hasta dar con la cintura de la falda. Buscó la manera de quitársela, pero el botón se le resistió durante
unos segundos, los justos para hacerle perder la paciencia. Tiró con fuerza hasta que lo arrancó y la falda
se abrió mostrando el tono dorado de las caderas de _______(tn). Sin pararse a pensarlo recorrió la piel hasta
dar con el tanga; no se molestó en averiguar su color o su forma, directamente metió los dedos bajó él y
lo arrastró junto con la falda hasta el suelo.
Cuando tuvo su cuerpo tal y como lo deseaba, sin la interferencia de la ropa, la sujetó por las manos y
la obligó a que las deslizara por su cuello. _______(tn) se aferró a él como si le fuera la vida en ello.
Y así era. Sus piernas flaqueaban, su estómago temblaba, todos los músculos de su cuerpo se estaban
derritiendo. Necesitaba anclarse a él para seguir de pie.
Cuando sintió que estaba fuertemente aferrada a él, volvió a besarla a la vez que bajaba sus rudas y
callosas manos por los costados, trazando los surcos entre las costillas hasta llegar a la cintura. Entonces
extendió los dedos en abanico hacía su espalda y siguió bajando para llegar a las redondeadas nalgas,
amasándolas brevemente.
_______(tn) respondió a sus caricias apretándose más contra su cuerpo, intentando fundirse con él sin dejar
de besarle.
Él cortó el beso y la miró fijamente, sopesando si continuar con su plan o llevarla directamente a la
cama. Apenas podía pensar en nada que no fuera penetrar su vagina y dar alivio a su dolorido pene.
_______(tn) tiró de sus manos unidas, exigiéndole que volviera a acercar sus labios a los suyos, que
volviera a besarla. Él obedeció, aferró su labio inferior con los dientes y succionó con fuerza.
Ella levantó la pierna izquierda envolviendo las fuertes caderas masculinas, intentando sentir en su
ingle el pene enhiesto que tanto deseaba en su interior.
Él sonrió contra sus labios al percibir la urgencia del deseo. Deslizó los dedos en la unión de las
nalgas femeninas, sujetó con las palmas su precioso trasero y la subió hasta que las ingles quedaron
pegadas. _______(tn) no desaprovechó la ocasión, le rodeó las caderas con la otra pierna y se balanceó contra
su erección enfundada en los vaqueros. El áspero roce de la tela contra su clítoris la hizo gritar. Él
arqueó la espalda apretándola contra su verga, moviéndose contra ella hasta que jadeó con fuerza,
desesperada por llegar al orgasmo. Entonces, sin ápice de compasión, la alejó de él y la sentó sobre la
mesa con el trasero justo en el borde.
_______(tn) gruñó y tensó los músculos de sus brazos y piernas para pegarse de nuevo a él.
Él no se lo permitió, soltó sus nalgas y asió las manos de _______(tn) que aún estaban aferradas con fuerza
a su nuca, las obligó a soltarse y empujó hasta que la espalda de la mujer quedó pegada a la madera de la
mesa. Ella intentó incorporarse, pero se lo impidió aplastándola con su cuerpo.
Tumbada boca arriba sobre la mesa, con el torso de él pegado a sus pechos y sus fuertes dedos
sujetándole las manos por encima de la cabeza, _______(tn) continuó aferrándose a sus caderas con las piernas,
apretándose rítmicamente contra él, buscando el alivio que él no le proporcionaba.
Él cerró los ojos cuando _______(tn) se pegó más contra su ingle. Incluso a través de los vaqueros sentía la
humedad que recorría el sexo de su mujer. El aroma a excitación que emanaba del cuerpo de la joven se
filtraba en sus fosas nasales, convirtiéndolo en poco más que un semental en celo con la mente en un solo

objetivo: follarse a la mujer que permanecía bajo él con los pechos alzados, los pezones erguidos y la
vagina dispuesta.
Jadeó con fuerza y sacudió la cabeza para ordenar sus ideas. Abrió los ojos y se deleitó con la
erótica visión. Inspiró un par de veces intentando serenarse. Apretó la mandíbula hasta que le dolieron
los dientes y se alejó del cuerpo anhelado.
_______(tn) sintió un vacío frío cuando él se separó de ella, apoyó los brazos en la mesa e intentó alzarse
en su busca, pero él se lo impidió posando una mano sobre sus pechos, acariciándolos sin tocar los
pezones. _______(tn) se rindió y se dejó caer de nuevo. El desconocido le asió las manos obligándola a estirar
los brazos por encima de la cabeza hasta tocar el borde superior de la mesa. Le giró las palmas y dobló
sus dedos con suavidad hasta que se aferraron al borde de madera. Luego la soltó.
Al sentirse libre, _______(tn) alzó los brazos intentando agarrarle, él le sujetó las manos de nuevo y las
volvió a colocar en la posición inicial. Ella entendió. Se aferró al borde de la mesa y esperó.
Al cabo de unos segundos y al ver que ella aceptaba el juego, sonrió.
_______(tn) dio un respingo cuando el desconocido la agarró los tobillos, que aun permanecían anudados a
sus caderas, y los colocó sobre sus fuertes hombros, abriéndola completamente, exponiéndola a su
mirada. Su primer impulso fue cerrar los muslos, apretar las rodillas y así impedir su escrutinio. Sus
piernas temblaron a punto de cerrarse, pero se aferró con fuerza al borde de la mesa determinada a seguir
el juego, a ver hasta dónde era capaz de llegar. Excitada; convertida de nuevo en esa desconocida, esa
mujer sexy y sumisa que había descubierto en su interior hacía apenas una semana.
Él clavó la mirada en la vulva hinchada y brillante humedad. Se lamió los labios al imaginarse cómo
sería su sabor en su lengua, sentir su clítoris terso contra sus labios. Deseaba enterrar la cabeza entre sus
piernas y olvidarse del mundo. Pero no lo iba a hacer.
Desató los nudos de las valencianas lentamente, acariciándole con ligereza las pantorrillas,
despertando el placer en lugares que ella ni imaginaba. Besó con ternura la piel enrojecida por las cintas
y recorrió con los labios sus pies, lamiendo el empeine para a continuación arañarlo suavemente con los
dientes. Y mientras hacía eso, sus dedos subían por las pantorrillas, delineaban la corva de sus rodillas,
transitaban indolentes por el interior de los suaves muslos femeninos hasta tocar los húmedos rizos que
apenas podían ocultar su sexo excitado y dispuesto.
_______(tn) contuvo la respiración al sentirlo jugar al borde de su vagina, arqueó la espalda y su pubis se
alzó en busca de todo aquello que prometían los dedos de su amante imaginario. Pero éste tenía otra idea
en la mente. Sonrió juguetón y le posó la mano sobre el vientre.
—No tengas tanta prisa —susurró con voz ronca.
—Jo… der —jadeó _______(tn) entre dientes—. ¿A qué coño esperas?
—Ya lo descubrirás.
_______(tn) estaba a punto de gruñir su frustración cuando sintió un tenue roce sobre sus pezones, casi
como la caricia de una pluma, pero con más peso. El roce se repitió una y otra vez hasta que sus pezones
estuvieron tan duros que dolían.
—¿Qué es eso? —preguntó gimiendo.
—Imagínatelo —respondió en voz baja, casi divertido.
_______(tn) soltó una mano del borde de la mesa y la alzó para coger aquello que la atormentaba. Él
chasqueó la lengua y la sujetó por la muñeca obligando a los dedos finos y largos a volver a aferrarse al
borde de la mesa.

—Has sido mala —comentó—, pensaba darte pistas, pero no has esperado. —Lo que fuera que había
rozado sus pezones danzaba ahora sobre su pubis—. Tenía pensado jugar en tu clítoris con esto. —_______(tn)
sintió un roce fugaz sobre su sexo, apenas un suspiro—. Pero, no mereces que lo haga —algo resbaló por
su vulva. Algo largo y delgado, suave y firme a la vez—. ¿No imaginas lo que es?
—No… —gimió ella, moviéndose, intentando llevar ese roce hasta su clítoris anhelante.
—¿No? Piensa.
Sintió la mano del hombre sobre en su estómago, sujetando algo. Sintió los dedos de la mano libre de
él deslizarse por su muslo y cerrarse en un puño. Luego el roce se hizo más fuerte, más preciso. Algo se
clavó en su vulva, penetrando todo el largo entre los labios vaginales.
—Las cuerdas —jadeó _______(tn).
—¡Premio!
Presionó un instante la cuerda contra el clítoris, y después la fue subiendo lentamente por el muslo
izquierdo. Dejó atrás la rodilla y la trenzó con delicadeza alrededor de la pantorrilla. El hombre
comprobó que la atadura no se clavara en la piel y repitió la misma operación con la otra cuerda en la
pierna que continuaba libre. Cuando hubo concluido, sostuvo con las manos las piernas de _______(tn) y se
alejó lentamente.
_______(tn) permaneció inmóvil. No tenía ni idea de a qué pensaba jugar él, pero aquello le estaba
gustando, y mucho.
Cada roce de sus manos, de su piel, de sus labios la pillaba desprevenida. El antifaz le impedía ver y
cada caricia era inesperada y muy deseada. Cuando ató las cuerdas de cuero a sus pantorrillas, en vez de
asustarse se sintió todavía más excitada. Ignorar lo que le esperaba daba alas a su imaginación; las
fantasías se sucedían en su mente, divagando con la manera en que él le daría placer a continuación. La
certeza de saber que tenía las manos presas sólo porque ella así lo decidía le daba la confianza necesaria
para plegarse a las órdenes de su amante.
Cuando él soltó por fin los dedos, comprobó que, aunque le había atado las piernas, podía moverlas.
Las cuerdas estaban flojas, le sostenían las rodillas a la altura de la mesa dejando que sus pies cayeran
libres hacia el suelo, permitiéndole cierta movilidad.
_______(tn) frunció el ceño bajo el antifaz. No es que fuera una experta en el tema, pero las pocas
referencias que tenia sobre esa clase de juego eran que las ligaduras tenían que ser firmes, impedir
cualquier movimiento. Abrió los labios para decírselo al hombre, pero se los mordió antes de que las
palabras salieran de su boca, enfadada consigo misma por pensar siquiera en exigirle que tensara más las
cuerdas. Luego abrió los ojos bajó el antifaz, asustada al comprender que se sentía decepcionada por
la… ineficacia del hombre.
—Joder —jadeó. No se reconocía a sí misma.
—¿No quieres continuar? —susurró el hombre, con voz pesarosa.
Se inclinó sobre ella y acarició con delicadeza sus pómulos y sus labios.
—No pasa nada —continuó él, al interpretar en su silencio que a ella no le gustaba el juego— Ahora
mismo te desato —afirmó.
—¡No! —gritó _______(tn)—. No lo hagas. No me desates —suplicó. Aunque las cuerdas no estuvieran tan
firmes como ella pensaba que debían de estar, eso no significaba que quisiera terminar el juego.
—Bien —aprobó él complacido, dándole una palmadita en el pubis.

_______(tn) esperó que se cerniera sobre ella en ese instante y la penetrara, pero en cambio sintió sus
pasos alejarse hacia la pared.
El silenció reinó durante diez segundos. Luego un sonido, el suspiro de una manivela moviéndose, el
silbido de una polea girando sobre sí misma y, por último, un tirón en la cuerda que sostenía su pierna
izquierda.
_______(tn) jadeó.
La cuerda siguió tirando de su pierna hasta que la alzó por encima de la mesa. Luego el silencio otra
vez.
_______(tn) probó a mover esa pierna, aún podía, pero apenas unos centímetros.
De nuevo el roce de la polea al ponerse en movimiento.
Esta vez fue la pierna derecha la que se alzó hasta la altura de la izquierda… y más.
Poco a poco, las cuerdas fueron tensándose y sus piernas separándose y alzándose hasta que su
trasero casi no tocaba la madera de la mesa. Sintió que si la tensaba un poco más, se rompería por la
mitad.
Él también lo supo, ya que amarró con firmeza el cuero a los ganchos de la pared que había colocado
apenas dos noches antes.
Se acercó hasta _______(tn) y la miró atento, buscando indicios de que ella se sintiera incómoda. Sin poder
evitarlo le deslizó los ásperos dedos por las piernas, acariciando las pantorrillas alzadas, comprobando
que las cuerdas trenzadas en ellas no le apretaran en exceso. Había pasado toda una noche ideando la
manera de crear una red con la que poder atar su delicada piel sin dañarla y ahora comprobaba que sus
desvelos habían dado un resultado excelente. La piel se veía tersa pero sin rojeces. Asintió para sí y la
miró de nuevo.
Respiraba agitadamente, sus pechos subían y bajaban arrítmicamente. Tenía los nudillos blancos de
la fuerza con la que se aferraba al borde de la mesa. Sus piernas, abiertas y alzadas, mostraban con
claridad la vagina brillante por la humedad de la excitación, contrayéndose, buscando alivio con cada
respiración; las nalgas apretándose sobre el fruncido ano.
_______(tn) gimió cuando los dedos del hombre se alejaron de sus pantorrillas para recorrer lentamente el
interior de sus muslos. Gruñó cuando ignoraron su sexo y bajaron por el perineo hacia el trasero
expuesto. Jadeó cuando la yema de un dedo presionó contra su ano.
—Empuja —ordenó él.
_______(tn) obedeció. El dedo entró ligeramente en el fruncido orificio y ella no pudo evitar contraer las
nalgas intentando sentirlo más profundamente. Casi gritó cuando notó que la mano que él tenía libre se
deslizaba sobre los labios vaginales, arriba y abajo. Alzó las caderas intentando acompañar su
movimiento, pero él quitó inmediatamente la mano de ahí para posarla sobre su vientre, impidiendo que
se moviera.
—Quieta —susurró.
Cuando ella consiguió dejar de moverse, los dedos volvieron a bajar, recorriendo de nuevo la vulva.
Estuvo tentada de moverse contra ellos, pero sabía que si lo hacía él volvería a detenerse. Se mantuvo
inmóvil, jadeando, incapaz de llenar de aire sus pulmones. Y cuando él posó por fin el pulgar sobre su
clítoris, no pudo evitar gritar. La estaba matando de placer.
Comenzó a trazar círculos sobre él, al principio apenas un roce que poco a poco fue tomando fuerza,

presionando sin descanso donde todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo se juntaban, pero no era
suficiente. Necesitaba sentirse llena y él no se lo permitía. Jugaba con el dedo en su ano sin llegar a
penetrarla más que con la yema. El pulgar se movía sin pausa sobre el clítoris, quemándola por dentro,
pero sin dejarla llegar hasta el final.
—Respira profundamente —ordenó él. _______(tn) fue incapaz de obedecer, jadeaba en busca del aire que
sus labios no encontraban—. ¡Hazlo! —exigió él.
_______(tn) abrió la boca en un grito mudo, aspirando todo el aire que había a su alrededor. En ese mismo
instante, el índice y corazón del hombre se hundieron con fuerza en su vagina, mientras el pulgar
presionaba sobre su clítoris y el dedo que jugaba con su ano la penetraba hasta la primera falange.
_______(tn) convulsionó en un orgasmo arrollador, que la hizo arquearse de tal manera que sólo su cabeza
reposó sobre la mesa. Las piernas atadas se tensaron alejando su trasero de la madera que le servía de
apoyo, mientras el hombre no cesaba de bombear con sus dedos dentro de ella, obligándola a sentir hasta
el último espasmo, a quemar hasta la última gota de sangre en sus venas.
Cuando los estremecimientos cesaron, _______(tn) relajó sus músculos, la cabeza cayó hacia atrás, las
manos soltaron su agarre y sus pulmones volvieron a llenarse de aire.
Poco a poco volvió a ser consciente de lo que la rodeaba.
El hombre se movía por la habitación, sus pisadas alejándose de ella, deteniéndose y acercándose de
nuevo.
Escuchó el sonido de algo metálico al posarse en el suelo, seguido del arrastre de una silla que paró
al ser depositada justo frente a ella, entre sus piernas abiertas.
A continuación, el silencio.
Giró la cabeza de un lado a otro buscando cualquier ruido que revelase la presencia de su amante y
de repente sintió sus manos envolviendo las suyas, llevándolas de nuevo al borde de la mesa, doblándola
los dedos hasta que se aferraron a la madera.
Depositó un suave beso en sus labios y habló, haciendo que sus respiraciones se mezclaran.
—¿No pensarás que he acabado contigo, verdad? —susurró burlón.

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Lau_ilovejonas
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MensajeTema: Re: Ardiente Verano (Nick y tu)   Ardiente Verano (Nick y tu) Icon_minitimeJunio 19th 2014, 18:55

Hola! No podes dejarla asiiii
Necesito más, tengo que seguir leyendooo
Seguila ya porfaaaa
Me encanta
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CristalJB_kjn
Amiga De Los Jobros!
CristalJB_kjn


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MensajeTema: Re: Ardiente Verano (Nick y tu)   Ardiente Verano (Nick y tu) Icon_minitimeJunio 23rd 2014, 12:23

Omj sta genial la nove me gusta
mucho espero que pronto subas maas andale si?
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Lady_Sara_JB
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MensajeTema: Re: Ardiente Verano (Nick y tu)   Ardiente Verano (Nick y tu) Icon_minitimeJunio 24th 2014, 08:27

ohhh... me encante
siguela
que le hara nick?  juju 
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andreru
Vecina De Los Jonas!
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MensajeTema: Re: Ardiente Verano (Nick y tu)   Ardiente Verano (Nick y tu) Icon_minitimeJulio 2nd 2014, 18:11

CAPÍTULO 7
_______(tn) intentó asombrarse ante la declaración del hombre, pero lo cierto es que no tuvo fuerzas para ello.
Su cuerpo estaba laxo, ni siquiera era capaz de ruborizarse por la postura en que se encontraba;
despatarrada ante él, desnuda, totalmente expuesta a la mirada del hombre que la había llevado a un
orgasmo sobrecogedor sin tocarla más que con las manos y unas simples cuerdas. Un hombre que ni
siquiera se había molestado en quitarse los vaqueros que cubrían su pene.
Contuvo el aliento cuando escuchó el crujido de la silla indicando que él acaba de sentarse. Frente a
ella, entre sus piernas. Su aliento caliente derramándose sobre su vulva la hizo tensarse por el repentino
escalofrío que le recorrió todo el cuerpo.
¡Dios! Realmente debería de estar avergonzada, y no por la postura, sino porque en contra de lo que
había supuesto, su cuerpo estaba empezando a responder. Otra vez.
Las manos del hombre se colaron bajo sus nalgas haciéndola suspirar. Le alzaron el trasero y
colocaron bajo éste un tejido… ¿esponjoso?
—¿Qué…? —comenzó a decir, pero él la hizo callar con un chasquido de su lengua.
_______(tn) se mordió los labios para no seguir preguntando, pero la lasitud que antes dominaba su cuerpo
había desaparecido como por arte de magia. Él, muy intrigante le había colocado una toalla —o eso
parecía— bajo el culo. ¿Para qué narices ponía una toalla ahí? ¿Qué coño tenía pensado hacer? El
hombre sonrió satisfecho al ver la cara sorprendida de la mujer, metió la mano dentro del cubo metálico
que había colocado en el sitio y sacó una esponja empapada en el agua casi helada que había extraído
con la bomba del pozo.
_______(tn) jadeó al sentir un chorro de agua cayendo sobre su pubis. El contraste entre la piel caliente y el
agua gélida la hizo contener la respiración. ¿Pero qué se suponía que estaba haciendo ese tío?
Su irritación subió un par de puntos más cuando él comenzó a frotar contra su pelvis algo duro y
resbaladizo. Algo que hacía espuma. ¿Algo que servía para asearse? Noooo. Seguro que no. Él no podía
estar lavándole el… chichi.
A ver, sí, estaba algo pringosa y tal, pero… Si él quería que se aseara, bastaba con decírselo o,
mejor aún, con desatarla y ella inmediatamente se hubiera dado una buena ducha, era lo que hacía
siempre tras un polvo. Aunque, uff, no había ducha en la cabaña. Bueno, pues se hubiera lavado con un
cubo de agua… fuera, en privado, ella solita, como las niñas grandes. ¡Pero no así, leches! Una ducha
compartida era genial, pero que le lavaran los bajos como hacían a las ex-virginales doncellas de la edad
media tras su noche de bodas en las novelas románticas que leía, le parecía ridículo.
No, recapacitó. Imposible. Él no estaba haciendo eso. Seguro que era alguno de sus jueguecitos
sexys. ¡Pero leches! Es que él seguía dale que te pego con la pastilla de jabón. Porque estaba cien por
cien segura de que era eso, sobre todo ahora que le llegaba el aroma al mismo jabón que su suegro
fabricaba en casa. Su suegro y medio pueblo. ¡Vivan los productos naturales!
—Perdona… —carraspeó sintiendo el rubor asomar sus mejillas—. ¿Qué…? —Lo intentó de nuevo
—. ¿Qué estás haciendo?
—Enjabonarte.

—Ah —contestó sin saber bien qué decir—. ¿En este preciso momento? ¿Justo dos segundos después
de un orgasmo? —preguntó incorporándose sobre los codos. Se estaba empezando a mosquear.
—Si me desatas lo hago yo.
—No. Túmbate —ordenó.
—Ah… —dijo ignorando su orden e incorporándose un poco más—. Sólo por curiosidad, ¿estás
insinuando que huelo mal o que no soy capaz de lavarme yo solita?
—Vuelve a tumbarte —susurró él a la vez que dejaba la pastilla de jabón en el cubo y empujaba con
la mano en el pecho de _______(tn)—. Y recuerda agarrar con los dedos el borde de la mesa —exigió en voz
baja cuando ella tuvo de nuevo la espalda pegada a la mesa.
—¡Serás capullo! —exclamó total e irremediablemente cabreada—. ¡Pero qué coño te has creído! —
gritó llevándose las manos a la cara para quitarse el antifaz.
Él se abalanzó sobre _______(tn) sujetándole las muñecas, pegándose a ella, haciéndole cosquillas en los
sensibles pezones con el suave vello que cubría su pecho, fundiendo su ingle con la pelvis enjabonada,
presionándole la vulva contra su tremenda erección.
—¿Debo de atarte las manos a las patas de la mesa? —preguntó suavemente—. Tengo muchas
cuerdas disponibles para ese menester —aseveró sonriendo, como si le agradara la idea. Lástima que
_______(tn) no pudiera ver esa sonrisa. Le hubiera reconocido de inmediato.
_______(tn) abrió la boca para responder, pero de sus labios sólo emergió un gemido. Él se balanceaba
sobre su cuerpo. Sentía la forma y el tamaño de su pene contra ella. La bragueta tirante del pantalón
clavándose en su clítoris; arrasándolo. Quemándolo.
Él tenía los ojos cerrados, la frente empapada en sudor y los labios fruncidos luchando por no emitir
ningún jadeo que pudiera descubrirle a la mujer la necesidad que tenía de entrar en ella. Éste era su
sueño. Su plan para hacerla suya en el más amplio sentido de la palabra. No pensaba dejarla tomar el
control. Todavía no, porque en el momento en que ella se hiciese con el poder, se acabaría el juego; le
tendría comiendo de sus suaves y deliciosas manos y, cuando eso sucediese, lo primero que _______(tn)
exigiría, sería saber su identidad. Lo segundo, su cabeza; a ser posible sobre una bandeja de plata y
hervida en su propia sangre.
No. Tenía que demostrarle que lo que ella realmente quería no era un tío soso, aburrido y ambicioso;
más pendiente del reloj, del trabajo y del dinero que de adorarla. Lo que ella necesitaba era un hombre
que la hiciera sentir única y especial. Un hombre dispuesto a todo por conseguir que ella se manifestara
como realmente era: una mujer ardiente, extrovertida, valiente, vibrante y segura de sí misma; no una
tímida secretaria ni una mujer introvertida encerrada en su casa, y mucho menos una madre que se
plegaba a todos los caprichos de su vástago por temor a que éste la quisiera menos que a su exmarido.
—¿Debo atarte o no? —preguntó, rezando porque ella no notase la agitación de su pecho ni las
palpitaciones de su pene.
—¿Debo? —reiteró exigente, alzándose sobre ella; alejándose, sujetándola por las muñecas.
_______(tn) relajó los brazos y dejó caer la cabeza hacia atrás para moverla de un lado a otro negando. Él
la soltó despacio y contuvo un suspiro cuando la vio agarrarse al borde de la mesa.
—Mira lo que has hecho —susurró—. Me has manchado los vaqueros de jabón. V a tener queoy
quitármelos.
La respiración de _______(tn) se agitó al pensar en él sin pantalones. Jadeó cuando oyó el sonido de la

cremallera al bajar. ¿Qué tenía ese hombre que sólo con su voz daba alas a su excitada imaginación?
Cuando se libró del pantalón volvió a sentarse en la silla y sacó la esponja del cubo de agua.
_______(tn) suspiró cuando el agua fría calmó su piel ardiente. Bufó irritada cuando él volvió a recorrer
con el jabón su pelvis. Inspiró con fuerza cuando sintió sus dedos fuertes posarse sobre los rizos mojados
de su pubis y comenzar a moverse en círculos lentamente, suavemente. Jadeó cuando sintió la palma de su
mano entre sus piernas antes de presionar levemente el clítoris resbaladizo por el jabón. Gimió cuando
los dedos le extendieron la espuma por el perineo y más allá. Abrió los ojos como platos cuando esos
mismos dedos resbalaron entre sus nalgas y jugaron con su ano mientras la palma presionaba en la
entrada de su vagina. Desde luego, le estaba haciendo una limpieza de bajos a fondo. ¡Muy a fondo!,
pensó sobresaltada cuando la yema de un dedo penetró ligeramente en el orificio prohibido. Un segundo
después, sus manos abandonaron su cuerpo dejándola frustrada y perdida.
—No te muevas —ordenó él. _______(tn), incapaz de hablar, asintió con la cabeza.
El brazo derecho del hombre se posó sobre su estómago, inmovilizándola, mientras su mano derecha
estiraba la piel de su ingle. Un segundo después algo duro, frío y afilado se deslizó por los rizos de su
pubis.
—¿Qué haces? —preguntó sobresaltada.
—Librarme de lo que me estorba —respondió él en voz baja.
—Pero… ya estoy depilada —acertó a decir. Se depilaba las ingles con fotodepilación.
—No del todo —afirmó él. Y tenía razón. Estaba depilada hasta la línea del biquini, nada más.
—Ya. Pero… no hace falta.
—Cuando mi lengua se hunda en tu coño no quiero que nada me distraiga.
_______(tn) jadeó al imaginar su lengua ahí. Definitivamente tenía que hacer algo con su calenturienta
imaginación. No era normal que, sólo de pensarlo, sus pezones se irguiesen y su vagina se humedeciera…
más todavía.
El hombre usó la navaja con cuidado en cada centímetro de su pubis, tirando de la piel con sus dedos,
tocando el clítoris con los nudillos como quien no quiere la cosa, abriendo sus labios vaginales
delicadamente cada vez que estiraba la piel sobre ellos para rasurarla.
_______(tn) se aferró con fuerza al borde de la mesa. Su respiración era un silbido entre dientes; su
estómago subía y bajaba al ritmo de los latidos del corazón; los músculos de sus piernas, todavía atadas,
se contraían sin que ella pudiera evitarlo.
¿Cómo podía ser un simple afeitado tan excitante? ¿Había algo mal en su cabeza o es que ese hombre
era tan bueno en lo que hacía que ella no podía resistirse a él? Estaba a punto de sufrir su segundo
orgasmo y apenas había pasado un cuarto de hora desde el anterior.
Justo cuando la cabeza empezó a darle vueltas, él terminó.
Volcó un buen chorro de agua para deshacerse del jabón y la acarició con la palma de la mano,
complacido con su obra de arte. _______(tn) tenía una piel suave y preciosa y su pubis depilado era lo más
hermoso que había visto en su vida. Se inclinó y depositó un beso en el monte de Venus. Sonrió al oírla
jadear. Perfecto.
Fue depositando suaves besos en cada milímetro de su ingle mientras con las manos acariciaba
lentamente el interior liso y sedoso de sus muslos.

Si alguien se hubiera asomado a la ventana habría visto a una mujer desnuda y excitada tumbada
sobre una mesa de madera, con la espalda arqueada, los brazos por encima de la cabeza, los pechos
hinchados, los pezones erectos y las piernas separadas y alzadas por cuerdas de cuero negro que surgían
del techo y se enredaban en sus pantorrillas.
Habría visto a un hombre desnudo, de piel morena y pelo oscuro, sentado frente a ella, con la cabeza
entre sus muslos acariciándola arrobado la ingle con las mejillas y bebiendo de ella como si llevara años
perdido en mitad de un solitario desierto y se hubiera encontrado de repente con un pozo de ambrosía.
Pero no había nadie mirando por la ventana que pudiera verlo ni describirlo.
Jugó con el clítoris entre sus labios hasta que lo sintió tensarse en su boca, luego deslizó la lengua
por la vulva, arriba y abajo, hasta que el aroma a jabón se transformó en la fragancia dulce y salada de la
mujer. Se recreó en su sabor hasta que sus pómulos quedaron impregnados en su esencia. Sin separar los
labios de ella, introdujo un dedo en su interior cálido y resbaladizo. Succionó con cuidado el clítoris a la
vez que movía el dedo dentro y fuera, hasta que la oyó gemir; hasta que los músculos vaginales se
tensaron.
Su pene saltó y lloró una lágrima de semen. Sus testículos se quejaron, provocándole dolor. Sin darse
cuenta de lo que hacía, llevó la mano libre hasta ellos y los masajeó hasta que se calmaron. Luego, sin
dejar de lamer la exquisita vulva, se rodeó el pene y comenzó a masturbarse.
Su dedo entraba y salía de _______(tn) y absorbía cada gota de esencia con la lengua mientras se
masturbaba cada vez más rápido, cada vez más fuerte. Ella jadeó con fuerza y él sintió sus testículos
pulsar enviando el semen hasta la abertura de su glande. Su boca exhaló un grito sordo que brotó de sus
pulmones a la vez que el pastoso líquido cayó sobre la mano con que aprisionaba su pene duro y
enrojecido. Con cada gota de esperma que abandonaba su cuerpo sentía mermar sus fuerzas. Los
músculos se relajaron tanto, que su cabeza acabó vencida sobre el pubis de _______(tn) con la respiración
agitada, luchando por normalizarse; sus manos inertes, apoyadas sobre sus muslos.
_______(tn) sintió el peso del hombre sobre su vientre. Sintió más que oyó su grito de liberación y sonrió.
Echaba de menos sus manos y sus labios sobre ella pero, ante todo, se sentía poderosa al comprobar que
él era débil ante el placer, que ella, con su cuerpo desnudo e inmóvil, le había vencido. Que ella tenía un
poco de poder sobre él.
Un segundo después, casi recuperado, el hombre chasqueó la lengua enfadado consigo mismo. No
había pretendido llegar tan lejos, no aún, pero en el momento en que el sabor sublime de _______(tn), tan
delicioso y especial, se le había adherido al paladar, se había olvidado hasta de su propio nombre.
_______(tn) era única. Y sería suya en cuerpo y alma. Quince años atrás había negado lo que sentía por ella
debido a una estúpida cuestión de honor. Cinco años antes la había dejado escapar para que curase sus
heridas. Cinco malditos años esperando a que regresara. Esta vez no permitiría que se le escabullera,
costara lo que costara.
Miró a la mujer que tenía ante él y se sintió tentado de darse contra la pared. _______(tn) respiraba
agitadamente, todo su cuerpo temblaba y sudaba. Le estaba esperando y él estaba perdiendo el tiempo
como un tonto. Se humedeció los labios y los posó con delicadeza sobre el vientre de _______(tn). Apoyó la
mejilla sobre su ombligo y la sintió temblar. Por él.
Inspiró profundamente y esbozó en la mente su siguiente paso. Quería intentar algo.

Jugueteó un poco con su ombligo y luego se deslizó entre los muslos, ignorando su vulva acogedora, y
recorrió con caricias lánguidas de su lengua el lugar donde el trasero termina. _______(tn) contrajo los glúteos,
él le mordió con suavidad las nalgas, frotó sus mejillas contra ellas dejándolas sonrosadas por el roce de
su incipiente barba, se deleitó en su suavidad hasta que ella se relajó de nuevo. Entonces apoyó la palma
de sus manos en cada nalga e introdujo los dedos en la unión de éstas. Ella volvió a tensarse. Él las
masajeó, presionando y soltando, abriéndolas y juntándolas, siempre sin dejar de mordisquearlas y
acariciarlas con las mejillas. _______(tn) gimió. Él separó los glúteos y comenzó a trazar círculos con la
lengua alrededor del pequeño orificio; sin llegar a tocarlo, sólo tentándolo.
Ella jadeó, impresionada. No podía creer que eso le estuviera gustando. No era posible, pero
deseaba que él se dejara de juegos y fuera directo al (gr)ano.
Como si le hubiera leído el pensamiento, su lengua se sumergió allí donde más se la deseaba.
Presionó contra el ano una y otra vez hasta que la oyó jadear. Entonces, y sólo entonces, comenzó el
recorrido inverso, subiendo por el perineo hasta llegar a la vagina para hundirse en ella. _______(tn) soltó el
borde de la mesa y llevó las manos a la cabeza del hombre para obligarle a ir hasta su clítoris, ya no
podía esperar más.
—Aún no, preciosa, aún no —susurró él, cogiéndola por las muñecas y volviendo a colocarle las
manos al borde de la mesa. _______(tn) gruñó un poco antes de obedecer. El muy cabrón la estaba volviendo
loca.
Cuando introdujo de nuevo la lengua en su vagina, lo hizo a la vez que presionaba con la yema del
índice su ano humedecido por la saliva. _______(tn) ya sabía lo que tenía que hacer: empujar.
El dedo entró apenas un centímetro en su recto. La lengua se introdujo del todo en su vagina,
presionando el punto G… o el J… o K, el que fuera, porque no era sólo uno. Era todo su interior el que
colapsaba con sus húmedas caricias. Separó las manos del borde de la mesa unos centímetros antes de
ser capaz de volver a aferrarse a ésta de nuevo. Si seguían así acabaría por dejar la marca de los dedos
en la madera.
La lengua tentaba su interior, entrando y saliendo de ella al mismo ritmo que el dedo presionaba y se
relajaba en su ano. El estómago de _______(tn) era como un flan de gelatina, temblaba sin poder evitarlo; sus
pechos subían y bajaban incapaces de serenarse. Sus finas manos se alejaron del borde de la mesa y
asieron al hombre del cabello, con fuerza. Le importaba una mierda todo, le iba a llevar hasta el clítoris
aunque tuviera que arrancarle todos los pelos de la cabeza.
El hombre sonrió para sí y se dejó guiar. Penetró con el anular el lugar donde antes estaba su lengua
mientras las manos de _______(tn) lo aplastaban contra el clítoris erguido y tenso. Y él, obediente, lamió y
succionó atento a los temblores de sus manos, al aroma cada vez más especiado que emanaba de su piel,
a los labios cada vez más hinchados; buscando las pistas para absorber más o menos fuerte, para penetrar
con un dedo, o dos, en su vagina.
El que tentaba el ano se introdujo hasta la primera falange, salió y volvió a introducirse. Dentro,
fuera; cada vez un poco más hasta llegar a la segunda falange.
Y seguía lamiendo, arañando tímidamente con los dientes, succionando… Los dedos en la vagina
entrando y saliendo cada vez más rápido, cada vez más profundo. El que ocupaba su ano se movía a los
lados; cada vez más lejos. Y _______(tn) no pudo más.
Apretó con fuerza los puños sin importarle los mechones de cabello enredados en ellos y gritó

mientras él seguía extrayendo placer de su cuerpo.
Cuando sus manos se relajaron y cayeron sobre la mesa, él levanto la cabeza del paraíso entre sus
piernas y se alzó sobre ella para inclinarse sobre su rostro. La besó en los labios delicadamente, como si
fuera lo más preciado del mundo.
Y en realidad lo era.
Se colocó a un lado y, sin dejar de mirarla, desató con cuidado los nudos de la cuerda atada a su
pierna izquierda. Cuando los soltó, pasó su fuerte brazo por debajo de su rodilla y la sostuvo. Con la
mano libre desató la cuerda que quedaba y, al terminar, la levantó en volandas, como a una novia, y la
llevó hasta la cama. La colocó con cuidado en el centro, se tumbó a su lado y la besó. Fue un beso casi
infantil. Posó sus labios sobre los de ella y los acarició lentamente antes de separarse.
_______(tn) subió la mano hasta el pecho masculino y recorrió con suavidad su piel. No era una caricia
erótica, solamente era una manera de estar conectada a él. Él la abrazó cariñosamente y volvió a besarla,
quizá con un poco más de pasión, pero sobre todo con mucha, mucha ternura.
El sol se ocultó lentamente en el cielo y la luna se asomó a ver cómo le iba al planeta Tierra. El
tiempo transcurrió perezoso en una cabaña perdida en medio de un claro rodeado de robles, pinos y
encinas mientras un hombre y una mujer se alimentaban el uno del aliento del otro y se exploraban con las
manos, impregnando sus sentidos con la tersura de la piel del amado.
Ninguno de los dos supo cuánto tiempo pasaron besándose, acariciándose, (amándose).
A ninguno de los dos le extrañó este cambio en su encuentro, que de ser abiertamente sexual, había
pasado a convertirse en algo íntimo y personal. Quizá estaban aún bajo el influjo de la ensoñación que se
produce tras el orgasmo o simplemente fuera que, tras años de espera, tristeza y anhelo, el destino había
decidido dar una oportunidad a dos personas para que encontrasen a su alma gemela. Fuera como fuera,
ellos estaban felices ignorando todo lo que no fuese la presencia del otro.
Él no podía dejar de observarla, de recorrer su rostro una y otra vez, de deslumbrarse con cada uno
de sus rasgos, de sentir bajo sus dedos el dulce tacto de su piel de seda. Se negaba a dejar de tocarla, a
separarse de ella, temiendo que ella recuperara la razón y huyera como alma que lleva el diablo. Aunque
si eso sucediera, sabía exactamente dónde buscarla.
Y haría lo que fuera por atraerla de nuevo a su lado.
_______(tn) se sentía como en una nube, como si por una vez en su vida estuviera siendo realmente ella
misma. Su verdadero yo se encontraba por fin en casa, entre los brazos de ese hombre; henchida por su
calor, seguridad y afecto. Sus besos le transmitían un cariño tan intenso, que convertía la pasión anterior
en un simple preludio para algo mucho más profundo. Sus manos decoraban su cuerpo trazando círculos y
espirales eternos, envolviendo sus sentidos en oleadas de entendimiento y reconocimiento mutuo.
Los dedos de _______(tn) ascendieron por el gran hombre, rodearon su clavícula y se internaron en el
suave pelo que se le rizaba en la nuca. Él suspiró al sentir su tacto, presionándolo para que se acercase
más. Los labios de ambos se abrieron a la vez y los besos pasaron de ser tiernos a ser apasionados. Sus
lenguas se juntaron, se reconocieron y se amaron.
Él gimió al sentir su cálido contacto y casi perdió el control.
Casi.
Con los últimos retazos de voluntad, buscó bajo la almohada hasta encontrar uno de los condones que
había dejado allí, rasgó el envoltorio y se lo colocó sobre el pene erecto.
_______(tn) escuchó el sonido de un paquete al rasgarse e instintivamente supo lo que era. Su cuerpo

sensible por las caricias recibidas gritó de alegría, su vagina se estremeció anticipando el placer
mientras en sus labios, se extendía una sonrisa sincera y excitada. Sus piernas se abrieron; esperándolo,
anhelándolo.
La penetró lentamente. Con cuidado. Como si fuera lo más preciado del mundo y tuviera miedo de
romperla.
Y así era.
_______(tn) gimió al sentirlo dentro. Parecía creado específicamente para ella. Su pene se acoplaba
perfectamente al interior de su vagina llenándola intensamente; colmándola con su sola presencia.
Él creyó morir al entrar en ella. Se sentía inmerso en una nube de éxtasis. No podía existir nada más
sublime ni más perfecto. Deseaba detener el tiempo, hacer que ese instante fuera eterno.
_______(tn) se movió, le rodeó las caderas con sus largas y suaves piernas y él se perdió en ella. Sus
cuerpos se movieron acompasados en un ritmo tan antiguo como la propia tierra. Sus corazones latieron
al unísono. Su sangre hirvió en las venas a la misma temperatura cuando sus sentidos estallaron.
Horas, minutos o segundos después, se separaron. Empapados el uno en el otro. Estremecidos.
Perdidos.
La masa de aire caliente que envolvía la tierra comenzó a ascender hacia el cielo nocturno. A mitad
de camino se encontró con su hermana, la masa de aire frío, que abandonaba enfadada la cuna de las
montañas. Ambas se enzarzaron en su rutinaria pelea diaria girando una alrededor de la otra, formando
pequeños remolinos en torno a las copas de los árboles y aullando irritadas entre las ramas más
frondosas hasta que una de ellas ascendió a la posición privilegiada que le acercaba a las estrellas y la
otra descendió indignada en dirección a las zonas más bajas de los montes. Había perdido la batalla y se
vería obligada a permanecer en tierra hasta que el sol asomara de nuevo y le trasmitiera su calor. Y eso
no sucedería hasta dentro de unas cuantas horas. Pero mientras tanto, pensaba pagar su frustración con
cualquiera que se encontrara en su camino.
Asustó a los pájaros que dormían en sus nidos sobre las ramas los árboles, molestó a los robles,
pinos y encinas moviendo sus hojas, se coló por los agujeros del suelo despertando a topos, conejos y
liebres y, por último, penetró violentamente por la ventana abierta de una cabaña de madera escondida en
un claro del bosque.
_______(tn) tembló cuando una brisa de aire helado cayó sobre su piel.
Se había quedado dormida entre los brazos de él, con las piernas enredadas en las suyas, sin nada
más encima que su piel. Y aunque eso era suficiente para el calor de la tarde, en ese momento
agradecería una manta con la que cubrirse.
Él la sintió temblar contra su pecho y abrió los ojos. La noche había caído hacía rato y el aire fresco
de las montañas se colaba por cada ventana de la cabaña.
—¿Tienes frío? —preguntó separándose de ella para ir a por una manta.
—Un poco —respondió abrazándose a sí misma—. ¿Qué hora es? —preguntó totalmente perdida. No
podía ver nada con el antifaz puesto, por tanto no podía obtener pistas por la iluminación, o falta de ella,
en el cielo nocturno. No sabía durante cuánto tiempo había estado dormida, pero esperaba que fuera

poco. Lo único que tenía claro es que había pasado por lo menos un par de horas haciendo el amor.
—Cerca de la una —susurró él subiendo a la cama, colocándose tras su espalda y arropándola con
una manta que tenía su esencia masculina impregnada en la suave tela.
—Ah —suspiró _______(tn), envolviéndose en ella y aspirando su aroma—. ¡Cerca de la una de la
madrugada! —exclamó cuando la información explotó en su cerebro—. ¡Ay, Dios mío! —chilló con voz
aguda, incorporándose de golpe sobre la cama, tirando la manta al suelo y buscando con los dedos los
nudos del antifaz—. ¡Tengo que irme a la voz de «ya»!
—Schh… Tranquila, no hay prisa —susurró él tras ella, abrazándola de tal manera que le inmovilizó
los brazos, impidiendo que sus dedos deshicieran el nudo.
—¿Cómo que no hay prisa? ¡Andrés estará solo! ¡Yo tendría que haber estado en casa hace horas!
¡Jamás salgo hasta tan tarde! —gritó, sin pararse a respirar—. ¡Suéltame! —exigió dando patadas en
cualquier sitio al que llegasen sus pies.
—Andrés ya es mayorcito y de todas maneras no está solo, el abuelo está con él. No tienes por qué
estar en casa pronto, como una niña pequeña bajo las órdenes de tus papás; eres una mujer adulta e
independiente y tu hijo, repito, está bien cuidado por Abel. Y creo que el problema no es que jamás
salgas hasta tan tarde, sino que jamás sales. ¡Punto! —susurró él, respondiendo a cada uno de sus gritos
sin hacer ninguna intención de liberarla de entre sus brazos.
—Suéltame —gruñó de nuevo _______(tn).
—No.
—Tengo que irme. ¡Ya! —Se movió de nuevo; apretándose, sin ser consciente de ello, contra el
hombre que estaba a su espalda—. Estarán preocupados, no les he avisado de que iba a llegar tan tarde.
No está bien —afirmó dándose por vencida, él era mucho más fuerte que ella y, con tanto movimiento de
caderas, se percató de que lo estaba excitando… y mucho—. Por si fuera poco, tardaré como mínimo
media hora en llegar a casa, eso si no me mato al caer por algún barranco que no pueda ver porque es de
noche —afirmó abatida.
—Tranquila —susurró acariciándole la espalda—. Deja que te vista y te llevo a casa en un momento.
—¡No hace falta que me vistas! ¡No soy una niña pequeña! —exclamó irritada.
—Como quieras —contestó él saltando de la cama—. Pero no te quites el antifaz.
—Vale. —Sintió cómo le colocaba la camiseta y la falda en las manos—. Falta el tanga —comentó
con la mente puesta en otra cosa. Si él contestó algo, _______(tn) no se percató de ello. Sus pensamientos
giraban en torno a una sola frase: «Te llevo a casa.»
¿La iba a llevar a casa? Eso era muy caballeroso, y sobre todo muy adecuado, ya que no le apetecía
en absoluto caminar sola por mitad del monte en plena noche, pero… ¿cómo iba a llevarla hasta casa? Su
cerebro enfermo —porque tras esa tarde de sexo desenfrenado estaba claro que a su cerebro le pasaba
algo muy grave— no hacía más que darle vueltas al asunto.
—¿De verdad vas a llevarme a casa? —preguntó dubitativa.
—Claro —respondió él en voz baja, algo extrañado—. ¿No estarías pensando en ir sola, verdad?
—Genial —contestó _______(tn), de nuevo inmersa en su mundo.
Así que era cierto, no había oído mal. Iban a ir juntos hasta el pueblo. De hecho, la iba a llevar hasta
casa… Y ésa era la palabra clave, llevar, porque implicaba que la iba a transportar de un sitio al otro. Si
hubiera querido acompañarla dando un paseo, habría dicho que «darían un paseo» o algo similar, pero al

usar la palabra llevar, daba a entender que tenía algún medio de transporte.
_______(tn) se mordió los labios. Él era un hombre de campo, vivía alejado del pueblo, su casa no tenía
electricidad ni agua corriente… Era como un vaquero del salvaje oeste.
Él acabó de vestirse y observó detenidamente a su mujer. Estaba de rodillas sobre la cama, aún no se
había vestido, de hecho ni siquiera había hecho intención de ponerse la camiseta o la falda. La miró
extrañado. ¿Qué estaba esperando? Imaginó que no sería fácil vestirse a ciegas y que ella estaba
pensando en cómo hacerlo. Se acercó a la cama con la intención de ayudarla a vestirse, tal y como había
sido su idea desde un principio, pero se frenó cuando _______(tn) se mordió los labios y apretó la ropa contra
su pecho como si estuviera soñando algo muy… ¿romántico?
—Entonces… —comenzó a hablar _______(tn), con una enorme sonrisa esperanzada iluminando su rostro a
la luz de la luna—, vamos… voy… vas… —El hombre asentía con la cabeza a cada palabra, esperando
que ella aclarase sus pensamientos, muy intrigado por saber cuáles eran éstos—. Ejem —carraspeó ella
—, vamos a… esto… ¿montar en Negro?
—¿En Negro?
—Sí. Tu caballo, ya sabes, bajo la luz de la luna; tú montado sobre su grupa y yo acomodada entre tus
piernas, con los pies descalzos colgando —aseveró ella soñadora. Siempre había deseado montar a
caballo, pero nunca tenía tiempo de hacerlo.
—Ah —contestó él con la voz estrangulada. Se estaba imaginando esa escena, con unas variaciones
de nada… Iban desnudos y ella estaba entre sus piernas, frente a él, firmemente empalada. No sabía si
era una postura capaz de realizarse sobre un caballo, pero pensaba intentar hacerla realidad, fuera o no
posible—. Desde luego… si tú quieres —afirmó ronco por el deseo.
—¡Genial! Pues vamos.
—¿Ahora? —preguntó parpadeando.
—Claro. Cuanto antes nos pongamos en marcha, antes llegaremos a casa.
—¿Quieres ir a casa montada desnuda sobre Negro? ¿Ahora? ¿En mitad de la noche? —Muy pocas
personas habían logrado asombrarlo. _______(tn) lo había dejado patidifuso.
—¿Desnuda? ¿Quieres llevarme hasta la casa de Abel desnuda como mi madre me trajo al mundo? —
casi gritó _______(tn), ese hombre estaba como una puta cabra.
—¡No! Yo no he dicho eso… Has sido tú…
—¿Yo? ¡Qué va! Has sido tú. A ver, centrémonos —pidió él absolutamente perdido.
—Tú has dicho que me ibas a llevar a casa…
—Sí —afirmó—. Hasta ahí de acuerdo.
—Pues ya está —dijo _______(tn) encogiéndose de hombros. Estaba tan claro como el agua.
—Yo no he dicho nada de ir a caballo…
—Ya, pero eso se sobreentiende. No tienes coche; por lo tanto, si quieres llevarme al pueblo, tendrás
que hacerlo sobre un caballo. ¿O pensabas llevarme en brazos? —preguntó atónita.
—¿No tengo coche? —inquirió sonriendo. Desde luego _______(tn) tenía mucha, pero que mucha
imaginación. ¿Llevarla en brazos? ¿Hasta el pueblo? En fin, no era un blandengue, pero eso le parecía un
pelín exagerado.
—No. No lo tienes —informó _______(tn) mordiéndose los labios.
—¿Estás segura? —Una ligera sonrisa se dibujó en los labios del hombre.
—Bueno… No tienes luz eléctrica ni agua corriente. Vives en mitad del bosque… con dos caballos.

Eres… bueno… ya sabes, eres como un vaquero en el salvaje… —se interrumpió antes de meter la pata
más todavía—. Tienes coche, ¿verdad?
—Sí.
—Oh, Señor —dijo _______(tn) cubriéndose torpemente, la cara con las manos. Jamás se había sentido tan
ridícula en toda su vida.
—¿Soy cómo un… qué? —la pinchó él, sentándose en la cama y abrazándola—. ¿Cómo en el
salvaje… oeste?
—No te rías.
—No me río —repitió él a punto de estallar—. «V de un lado a otro montado a caballo? ¿Con unoy
par de pistolas en el cinturón y un sombrero en la cabeza?»
—Esta tarde llevabas sombrero —respondió ella enfurruñada.
—Sí… de paja. Porque… hacía calor y el… sol me daba en los… —No pudo terminar la frase. Una
súbita carcajada se lo impidió.
—¡He dicho que no te rías!
Él fue incapaz de responder. Cayó cuan largo era sobre el colchón, sin fuerzas, sucumbiendo a la risa
estentórea que la confesión de _______(tn) le había provocado. Ella trató de indignarse, movió las manos hasta
que encontró su cuerpo y le atizó una sonora palmada en lo que pensaba que era su estómago. Él se
carcajeó aún más fuerte. Ella se puso a horcajadas sobre él y comenzó a golpearle, o al menos lo intentó,
porque se le fueron las fuerzas cuando comenzó a reírse con él. Al final, decidió que sería más
productivo hacerle cosquillas y se dedicó en cuerpo y alma a ese menester.
Se revolcaron en la cama, a veces ella encima, otras veces él. Las risas inundaron la estancia,
acompañadas en momentos puntuales por la voz de un hombre mencionando a vaqueros, John Wayne y…
—Deja de hacerme cosquillas, mujer, o tendré que sacar mi pistola.
—Adelante vaquero, atrévete —le retó _______(tn), buscando en los costados del hombre el punto exacto
en que se retorcía de la risa.
—Tú lo has querido.
En un visto y no visto, cambio la posición de sus cuerpos. _______(tn) quedó tumbada de espaldas sobre la
cama, con él encima y su tremenda erección presionando sobre su vientre.
_______(tn) se quedó inmóvil. Él dejó de respirar. El juego estuvo a punto de acabarse.
Con los movimientos sobre la cama, el antifaz se había ido aflojando sin que ninguno de los dos se
percatase. Al caer _______(tn) de espaldas, se le había levantado hasta quedar casi por encima de sus ojos,
cubriéndolos apenas.
El suave cuero presionaba sobre sus parpados impidiéndole abrirlos del todo, pero aun así, a través
de las pestañas entornadas pudo ver la silueta del hombre. Una nube, o quizá un soplo de buena suerte,
cruzó el cielo en ese momento ocultando el brillo de la luna y _______(tn) sólo pudo ver las sombras de sus
facciones afiladas. Él reaccionó antes de que la luna volviera a iluminar la cabaña. Llevó sus dedos hasta
la máscara de cuero y la bajó sobre los ojos de la mujer, unió las cintas e hizo un par de nudos. Luego
esperó en silencio.
—No te he reconocido —dijo _______(tn).
El hombre tragó saliva. No había dicho «no te he visto», sino que no lo había reconocido.
—Estaba demasiado oscuro para ver bien tu cara… —continuó ella dudando.

El hombre pegó su frente a la de _______(tn) y suspiró.
—¿Quieres que te quite…? —Se interrumpió para respirar profundamente—. ¿Quieres verme?
¿Quieres saber quién soy?
—No. No estoy preparada. —Se sinceró _______(tn)—. Quiero… saber quién eres, lo deseo con todo mi
ser. —La respiración del hombre se hizo más agitada—. Pero, si te muestras ahora ante mí, no podré
volver a mirarte a la cara nunca. Me moriría de vergüenza —confesó—. No me veo capaz aún de
conciliar mi vida normal con… lo que hago contigo.
—No hacemos nada malo.
—Lo sé. Pero… yo no soy así. No me voy con el primer hombre que me mete mano y me lleva al
orgasmo. No me acuesto con nadie sin conocerlo antes. No acudo a una cabaña en mitad del bosque
buscando sexo con un desconocido.
—Me conoces —susurró él—. No soy ningún desconocido —gruñó enfadado consigo mismo.
¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué le daba pistas? ¿Por qué, en nombre de todos los santos, se sentía
irritado porque ella no quisiera verle la cara? En el momento en que _______(tn) averiguara su identidad, las
cosas se tornarían difíciles para él. Mucho más difíciles que hasta ahora.
—Lo sé. Siento dentro de mí que te conozco desde siempre. Pero…
—Es mejor así —afirmó él—. Cuando quieras saber quién soy, no tienes más que investigar un poco.
No te será complicado. Sabes más de mí de lo que piensas —sentenció.
—Yo…
—Deberíamos irnos. Es muy tarde —La interrumpió él. Si seguían hablando, se vería tentado a
mostrarse ante ella; a obligarla a entender que estaban hechos el uno para el otro. Que ella era realmente
esa mujer aventurera y segura de sí misma que iba a una cabaña en mitad de un bosque a encontrarse con
su amante. Esa mujer excitante y sensual que disfrutaba jugando con unas cuerdas y abriéndose totalmente
ante él. Una mujer arrojada y valiente que tomaba lo que quería en el momento en que quería y que, a
cambio, se entregaba a él en cuerpo y alma. Y eso les llevaría a una pelea. Una pelea de dimensiones
épicas. Mucho más fuerte que las peleas que tenían casi a diario.
Entre caricias y besos le colocó la falda y la camiseta. Le ató las valencianas con mimo y, cuando
acabó, le pasó un brazo por debajo de las piernas y el otro por la espalda. La levantó en brazos sin
ningún esfuerzo mientras _______(tn) se acurrucaba contra su cuerpo y la llevó hasta el porche, donde la dejó
con cuidado sobre la madera que aún mantenía ligeramente el calor que había absorbido del sol.
—Espérame aquí, voy a por el coche.
_______(tn) se quedó inmóvil, le oyó caminar hasta el cercado y saludar a los caballos. Escuchó el crujido
metálico de la puerta del establo al abrirse y la respiración agitada del hombre junto al ruido de unas
ruedas girando sobre la tierra hasta detenerse frente a ella.
—Guardo el coche en el establo para que no se caliente con el sol. No enciendo el motor dentro para
no llenarlo de humo —explicó él en voz baja.
_______(tn) sonrió ante su explicación. Era adorable. No tenía por qué explicarle nada, pero lo hacía. Y se
enamoró un poco más de él al comprobar cómo quería a sus caballos. Cuando le vio jugar con ellos en el
cercado, lo había supuesto, pero ahora al ver cómo se preocupaba por ellos, no le cupo la menor duda de
que era un buen hombre. No sólo eso, era un hombre íntegro. Se habría mostrado ante ella esa misma
noche si se lo hubiese pedido. Le había dejado elegir, aun sabiendo que si ella aceptaba no la volvería a

ver.
Se sobresaltó un poco cuando él volvió a cogerla en brazos y la llevó hasta el coche, introduciéndola
en él con cuidado. Le abrochó el cinturón con ternura y arrancó.
—Hasta que salgamos a la carretera sufriremos unos cuantos baches, intentaré tener cuidado y no
pillar demasiados, aunque lo veo difícil —concluyó sonriendo.
—No te preocupes.
—Mantén el antifaz sobre tus ojos todo el trayecto. —_______(tn) se acomodó sobre el asiento y giró la
cara hacia él. No podía verle, pero sentía su presencia como si fuera un rayo de sol dando calidez a su
piel—. Poco antes de llegar al pueblo, justo en la Cruz de Rollo, pararé el coche y te sacaré en brazos
para que no tropieces con nada. —_______(tn) sonrió al comprender que él la cuidaba de todas las maneras
posibles, igual que llevaba haciendo desde que la tocó aquel día en el cercado. La había buscado y
rescatado cuando se perdió en el río, le había señalado con su linterna el camino de baldosas amarillas…
—. Me situaré detrás de ti y te quitarás el antifaz. Cuando lo hagas, probablemente te molesten los ojos,
incluso puede que la escasa luz de la zona te haga daño. No te preocupes, estaré allí hasta que puedas ver
con claridad. —_______(tn) no tuvo ninguna duda de que lo haría. Era un hombre cariñoso y atento que se
preocupaba por ella; que haría todo lo que estuviera en su mano para cuidarla y complacerla—. Cuando
te sientas preparada, comienza a andar, yo te seguiré con el coche hasta casa, los faros estarán
encendidos —advirtió él—, así que no se te ocurra girar la cabeza o te deslumbrarás y volverás a estar
incómoda. —_______(tn) sonrió, también era un mandón de cuidado—. No te llevo hasta la misma puerta
porque no creo que quieras dar motivos para hablar a los vecinos… —afirmó. _______(tn) asintió con la
cabeza. Desde luego, este hombre de ingenuo no tenía un pelo—. ¿Tienes alguna duda?
—No —respondió inhalando su aroma. Le encantaba cómo olía a jabón mezclado con sudor. A
limpio y a sexo. A seguridad y fuerza.
—Agárrate fuerte, vamos a coger el último bache y, después, recto hasta el pueblo.
Y _______(tn) obedeció. Se agarró fuerte… a su muslo.
Cuando tomaron la carretera, la mano de _______(tn) subió por el muslo masculino hasta llegar al borde
del vaquero. Se había puesto los mismos que por la tarde, unos pantalones cortados y medio
deshilachados.
—Estate quieta —ordenó él.
_______(tn) ignoró su orden. Ascendió por encima del pantalón hasta llegar a la cinturilla y comprobó
satisfecha que el botón no estaba abrochado. Pasó la palma de la mano sobre el bulto que se perfilaba
bajó la tela.
—Para —exigió él. _______(tn) presionó sobre su pene erecto hasta que lo sintió temblar bajo su mano—.
Estoy conduciendo —afirmó. ¡Cómo si ella no lo supiera!—. Si no paras… me… distraerás…
—Deja de hablar y presta atención a la carretera. No querrás que tengamos un accidente, ¿verdad? —
respondió ella divertida. Se fiaba totalmente de él. Sabía que no se distraería, no en exceso. Y además, le
gustaba la sensación de poder que tenía en esos momentos. Él no soltaría las manos del volante, al menos
no las dos. Era demasiado responsable como para dejar el coche a su libre albedrío. Y ella tenía las dos
manos libres… y la boca.
Le bajó con cuidado la cremallera de los vaqueros y rodeó su pene con los dedos. Estaba duro como
una piedra, las venas se le marcaban a lo largo, el glande estaba húmedo por las gotas de semen que
escapaban de la uretra. Bajó los dedos hasta tocar la base y luego emprendió el camino de vuelta hacia la

corona.
—Para… —gimió él.
_______(tn) se agachó y buscó con los labios hasta encontrar la solitaria gota de semen que escapaba de su
glande, terso y suave. La lamió despacio y decidió investigar con la lengua el sabor de ese pene inmenso
y excitado.
Él se aferró con fuerza al volante y luchó por mantener los ojos abiertos ante las caricias de la mujer.
Miraba la cabeza de _______(tn) sobre su regazo y al segundo volvía la vista a la carretera. Era muy tarde, no
había más coches circulando y el camino al pueblo era bastante recto, pero aún así no podía relajar su
atención… aunque le costara la vida.
_______(tn) recorrió con la lengua el camino desde la base hasta la corona y una vez allí, lo rodeó con sus
labios y succionó. Él se tensó, jadeó y apretó los dientes en un intento por no desviar su atención a lo que
ella le hacía. Al menos, no toda su atención.
Jamás había tardado tanto en recorrer el trayecto entre el pueblo y su cabaña. Jamás había tenido
tanto cuidado conduciendo. Jamás había sentido un placer tan arrebatador como el que ella le estaba
proporcionando.
Tardó más de diez minutos en recorrer los últimos cinco kilómetros hasta la entrada del pueblo, casi
el doble de lo que tardaba normalmente. Entre gemidos y casi sin respiración, buscó en el mirador de La
Cruz del Rollo el arcén de apenas dos metros que se ocultaba tras el monumento, aparcó allí de cualquier
manera, apagó el motor y las luces y, con los últimos restos de su voluntad, echó el freno de mano.
Cerró los ojos aliviado de poder por fin rendirse a _______(tn) y posó una mano sobre su coronilla dorada
y sedosa. Ella, al ver que se habían detenido y ya no corrían ningún riesgo, dejó fluir toda su pasión.
Absorbió con fuerza el pene, se lo introdujo hasta el fondo de su boca y tragó.
Él sintió el movimiento de su garganta en la corona de su verga y casi perdió el sentido. Lo quería
todo de _______(tn). Quería besar su boca, penetrar su cuerpo, acariciar su piel, llevarla más allá de las nubes
hasta que gritara de placer por él, a la vez que él. Y para eso necesitaba controlarse…
Agarró un mechón de sus cabellos y tiró de ella hacia arriba, hacia su boca.
_______(tn) intentó resistirse, pero él se giró y le pasó la mano libre bajo la axila, levantándola hasta sus
labios. Cuando sus caras quedaron a la misma altura la besó con una pasión tan salvaje que hasta los
árboles silenciaron sus murmullos para escucharles gemir. Bajó una de sus manos por el costado de
_______(tn) y descendió por debajo de la falda con la intención de colarse entre sus muslos y acariciar su piel.
_______(tn) lo detuvo sujetándole la mano, finalizó el beso y volvió a bajar la cabeza hasta su regazo.
—Esta vez es sólo para ti —afirmó un segundo antes de introducirlo de nuevo en su boca.
Él jadeó casi desesperado. Su cabeza cayó hacia atrás con fuerza cuando ella lo apretó entre sus
labios y empezó a subir y bajar lentamente por todo su pene. El pecho se le hinchaba con cada
respiración. Una de sus manos se colocó sobre la coronilla de _______(tn) y presionó, indicándole el ritmo a
seguir. Instantes después un grito largo y ronco escapó de sus labios.
_______(tn) lamió cada gota de líquido que fluyó de él. Esperó un poco hasta que le sintió respirar más
calmadamente y se acercó hasta sus labios.
—Volveré —le prometió con un último beso. Luego regresó a su asiento, abrió la puerta del coche y

salió.
Él la vio salir, intentó reaccionar para acompañarla tal y como había planeado, pero sus piernas no le
respondieron, de todas maneras no hizo falta.
_______(tn) se quitó el antifaz y miró a su alrededor. La tenue iluminación que aportaba la luna no la
molestaba apenas y sus sentidos estaban totalmente despiertos, lo dejó sobre el pedestal de la Cruz del
Rollo y comenzó a caminar con paso firme, sin mirar atrás.
Pocos segundos después, los faros del coche se encendieron de nuevo. Escuchó la puerta abrirse y
cerrarse. Él había recogido el antifaz. Después se oyó el ruido del motor al arrancar y el ronroneo del
coche siguiéndola a pocos metros de distancia. No se giró, aunque casi le costó la vida no hacerlo. Se
sentía capaz de todo, incluso de averiguar quién era.
Se arregló la deshecha coleta antes de llegar a casa, estiró la camiseta y sacudió un poco la falda. Su
aspecto no era el mejor del mundo, pero no podía hacer otra cosa. Esperaba con todas sus fuerzas que
todos estuvieran durmiendo.
Sacó del bolsillo de la falda las llaves y metió una en la cerradura. Escuchó que el coche se detenía a
pocos metros. Sonrió. Él no se iría hasta estar convencido de que ella entraba en casa, sana y salva.
Abrió la puerta y se sorprendió al ver la luz del salón encendida y a su hijo avanzando enfadado hacia
ella. Cerró la puerta y se adentró en el recibidor.
—¿Dónde has estado? Llevo toda la puta noche llamándote al móvil.
—Lo siento, Andrés, me lo dejé en mi cuarto.
—¡Ya lo sé! —gritó el adolescente—. ¡¿Sabes qué hora es?!
—Andrés —le regañó desde el salón la voz grave de Abel.
—¡Por ahí sola, quién sabe dónde! ¡Cómo si no tuvieras nada mejor que hacer!
—Lo siento, cariño, me encontré con unos amigos y se me pasó el tiempo volando…
—¡Me importa una mierda!
—Andrés, no le hables así a tu madre —exigió Abel, saliendo al pasillo.
—Cuando he llegado a casa no había nada para cenar… ¿Sabes lo que he tenido que cenar?
—Lo siento, de verdad, cariño…
—¡Salchichas! ¡Odio las salchichas! ¡Hoy ibas a hacer hamburguesas y en vez de eso te pierdes por
ahí y me toca a mí hacerme la cena!
—Andrés, basta —ordenó su abuelo ante la estupefacción de _______(tn).
—¿Pero tú quién te has creído que eres? —preguntó el joven a _______(tn) con todo su desprecio—.
Yendo por ahí con tus amigotes de mierda mientras tu hijo se muere de hambre. ¿Qué clase de madre
eres?
Abel dio un sonoro bofetón a su nieto sin pensárselo dos veces.
—No le hables así a tu madre.
—¿Pero has visto lo que ha hecho? —preguntó el joven, aturdido, a su abuelo—. Se ha ido por ahí
con sus amigos y me ha dejado solo, ni siquiera ha hecho la cena. No puede irse por ahí e ignorarme.
—No te ha ignorado. Eres lo suficiente mayor para hacerte la cena tú solito y tu madre tiene todo el
derecho del mundo a dar un paseo con quien le apetezca y hasta la hora que le dé la gana —tronó la voz
de su abuelo. Andrés, al verse vencido, lo miró con repugnancia y salió corriendo para encerrarse en su

cuarto.
—¡Andrés! —gritó _______(tn) echando a correr tras él para disculparse. Su suegro la agarró del codo,
frenándola en seco.
—Déjalo.
—No puedo. Es culpa mía que esté tan enfadado. No debí salir y dejarle solo.
—_______(tn)… —Abel la giró hasta que quedaron cara a cara—. Bien sabe Dios que adoro a mi nieto,
pero no tiene razón. Es culpa tuya lo que ha pasado, sí; por mimarle en todo momento, por consentirle
hacer todo lo que desea —la regañó su suegro—. Es lo suficiente mayor como para que tú tengas un poco
de libertad. No tienes que darle explicaciones de lo que haces o dejas de hacer. No debes obedecer a
todos sus deseos ni permitirle que te hable así. Es tu hijo, no tu colega.
—Pero… debería de haber avisado de que me iba a retrasar…
—Deberías haber avisado, sí. Pero un error lo tiene cualquiera. No te ha pasado nada y eso es lo
importante. —_______(tn) negó con la cabeza compungida. Abel le sostuvo la cara obligándola a mirarle a los
ojos—. Jamás te has desentendido de Andrés ni has antepuesto tus deseos a los suyos, eres una madre
estupenda —aseveró—. Que hoy hayas decidido salir como una mujer normal y corriente, me parece casi
milagroso. Y creo que es algo que necesitas hacer más a menudo. Andrés ya es mayor, tiene que aprender
a valerse por sí mismo y el estar seguro de que tú siempre harás lo que él quiera, es malo para él.
—Le he fallado… —dijo _______(tn) a punto de echarse a llorar.
—Está más enfadado porque ha tenido que hacerse la cena, que preocupado por si a ti te había
pasado algo. Yo creo que está muy claro quién ha fallado a quién —dijo su suegro llevándola hasta la
cocina—. Queda un poco de revuelto de espárragos y setas. Come.
—Pero…
—He hecho la cena para los tres y él se ha negado a comerla porque tú no habías hecho las
hamburguesas. Si ha comido salchichas ha sido porque le ha dado la real gana y porque es lo único que sabe cocinar. Ahora come. Mañana será otro día —dijo levantándose y saliendo de la cocina.
_______(tn) cenó en silencio. Estaba arrepentida por hacer sufrir a su hijo pero, por otro lado, no podía quitarse las palabras de Abel de la cabeza.

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MensajeTema: Re: Ardiente Verano (Nick y tu)   Ardiente Verano (Nick y tu) Icon_minitimeJulio 3rd 2014, 15:57

el abuelo tiene mucha razon
el "niño" esta lo suficientemente grande como para cuidarse solito
ash
estaba tan contenta y no...
siguela
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CristalJB_kjn
Amiga De Los Jobros!
CristalJB_kjn


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MensajeTema: Re: Ardiente Verano (Nick y tu)   Ardiente Verano (Nick y tu) Icon_minitimeJulio 8th 2014, 13:27

Omj ese hombre es una fiera spero con ansias mas ese mocoso ya d plano con pelos en la cola y con sus cosas
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andreru
Vecina De Los Jonas!
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MensajeTema: Re: Ardiente Verano (Nick y tu)   Ardiente Verano (Nick y tu) Icon_minitimeJulio 10th 2014, 12:11

CAPÍTULO 8
—Siento todo lo que dije ayer —se disculpó Andrés, abriendo la puerta del cuarto de _______(tn) a las nueve
de la mañana del día siguiente.
—No… No pasa nada, cielo —contestó ella, parpadeando para librarse del sueño—. Yo también
siento mucho no haber estado aquí cuando debía.
Andrés dio un paso al escuchar la disculpa de su madre, pero luego se quedó quieto, sin saber qué
hacer.
—Ven aquí y dame un abrazo fuerte, fuerte —exigió, dando un par de palmadas sobre el colchón.
Andrés se acercó con reparo y, con la típica timidez del adolescente que casi se cree hombre, le dio a
su madre un abrazo para después separarse rápidamente de ella, como si le diera vergüenza que _______(tn)
pensara que se comportaba como un chiquillo cariñoso y enmadrado.
«¡Adolescentes!», sonrió _______(tn) para sus adentros.
Andrés metió las manos en los bolsillos de los vaqueros y miró al suelo sin saber bien cómo
continuar haciendo las paces.
—Tenías todo el derecho de estar enfadado —afirmó _______(tn)—. Te he repetido hasta la saciedad que
me avises si vas a llegar tarde cuando sales, y la primera vez que salgo yo no hago caso a mis propias
normas.
—Me asusté cuando vi que no venías… —interrumpió Andrés negando con la cabeza, balanceándose
sobre las puntas de los pies—. No, no es eso… Es… —El joven recorrió con la mirada las paredes del
cuarto, el suelo, el techo… Todo, menos el lugar donde estaba su madre, frente a él—. Lo que me cabreó
fue que no estuvieras aquí como siempre —confesó atropelladamente—. Y cuando vi que no volvías, me
enfadé mucho al pensar que estabas por ahí en vez de conmigo. No pensé que pudiera haberte pasado
algo. No se me pasó por la cabeza ni por un momento, sólo pensé que no estabas y que tenías que estar. Y
hacerme la cena, como siempre, y que te habías ido por ahí con… joder, tú nunca has tenido amigos aquí
—la miró enfadado—. No entiendo por qué los tienes que tener ahora —refunfuñó.
—Bueno… —_______(tn) no sabía bien qué contestar a la última frase, por tanto decidió ignorarla—. Es
normal que no pensaras que podía haberme pasado algo, el pueblo es muy tranquilo y no tiene por qué
ocurrir nada —afirmó para tranquilizar la recién despertada conciencia de su hijo—. Entiendo que estés
incomodo porque lo que pasó ayer…
—Tienes que salir y tener amigos —interrumpió Andrés hablando mecánicamente, como si tuviera un
guión aprendido—. Yo ya soy mayor y no puedo comportarme como un niño mimado. El abuelo dice que
si soy un hombre para ir a trabajar al campo, debo comportarme como tal y respetar a mi madre —afirmó
muy serio.
—¿El abuelo? —preguntó _______(tn). En ese momento se le encendió la bombilla del cerebro y recordó
—. ¿No ibas a ir hoy con Nick a recoger las brevas?
—Sí —contestó Andrés enfurruñado—. El abuelo me ha despertado hoy a las cinco de la mañana —
bufó—, había quedado a las seis con el tío Nick. No hacía falta despertarme una hora antes… —se
quejó como el adolescente que era.

—Entonces, ¿por qué estás aquí? —preguntó _______(tn), confusa.
—El abuelo me ha dado la brasa durante toda la hora —se escabulló de la pregunta.
—¿El abuelo te ha dado la… brasa?
—Sí. Hemos estado hablando sobre lo que pasó ayer, una y otra vez —bufó, luego miró fijamente a
su madre—. Mamá… —Se abalanzó sobre ella con lágrimas en los ojos—. No se me ocurrió pensar que
pudiera haberte pasado algo… Es que ni se me pasó por la cabeza…
_______(tn) abrazó a su hijo, se consolaron mutuamente. Estaba claro, diáfano, que su abuelo le había dado
la «brasa» a base de bien. Su hijo no era egoísta por naturaleza, en absoluto, sólo era un adolescente
centrado en sí mismo y pendiente de sus propias cosas. Lo normal con catorce años.
—Te propongo un trato —dijo _______(tn) cuando los dos estuvieron más tranquilos—. Yo no vuelvo a
salir hasta tan tarde sin avisar y tú no vuelves a comportarte como lo hiciste ayer.
Andrés sonrió con esa sonrisa que, _______(tn) estaba segura, rompería el corazón a todas las chicas del
mundo.
—Trato hecho —aceptó su hijo separándose de su abrazo y tendiéndole la mano, como los hombres.
_______(tn) sonrió y se la estrechó. Luego el joven guardó la mano en el bolsillo y dio un paso atrás—. Bueno,
me voy. El abuelo me está esperando abajo.
—Andrés… —le llamó _______(tn) antes de que saliera de la habitación.
—Dime.
—¿Por qué no has ido con Nick a recoger la breva?
—Cuando tío Nick ha venido a buscarme, el abuelo le ha contado lo que anoche…
—¿Y?
—Tío Nick ha dicho que él no trabajaba con niños y se ha ido.
—¿Te ha regañado? —inquirió enfadada. Iba a tener unas cuantas palabras con su querido cuñado.
—No —contestó Andrés mirando sus deportivas—. Ha escuchado todo lo que le ha contado el
abuelo, luego me ha preguntado a mí qué había pasado… y yo le he dicho la verdad. Entonces me ha
mirado y ha dicho que él no trabajaba con niños y se ha largado sin decir nada más —repitió alzando la
vista y mirando a su madre fijamente—. Pero mañana voy a ir con él a la finca, llevo abajo desde que se
ha ido y según el abuelo he hecho el trabajo de dos hombres. Cuando regrese le voy a demostrar de lo
que soy capaz —aseveró saliendo del cuarto.
_______(tn) suspiró aliviada. Gracias a Dios, la amarga discusión del día anterior había dado paso a una
tregua inducida por su suegro. Él tenía razón en cierta parte al enfadarse con su hijo, pero debía
comprender que Andrés era un adolescente igual que cualquier otro, más pendiente de sus necesidades
que de las de los demás. Aunque ésa no era excusa para la forma en que había reaccionado la noche
anterior.
_______(tn) se echaba la culpa a sí misma, no debería haberse perdido hasta tan tarde sin avisar, era culpa
suya que su hijo se hubiera preocupado hasta el punto de ponerse furioso. Aunque ése no había sido el
caso exactamente.
Se sentó en la cama pensativa. Su suegro había dicho que Andrés ya era mayorcito para tomarse las
cosas de otra manera, y no era el único. Él, el hombre de los caballos, también lo había dicho. ¿Acaso él
conocía a Andrés y a Abel? Por supuesto, pensó un segundo después. En el pueblo todo el mundo conocía
a todo el mundo y él era un hombre del pueblo. ¿Qué pensaría de su hijo? ¡Y qué más daba! Él no era

nadie para opinar sobre Andrés. Ni él ni nadie. Sólo ella.
No le entendían. Era un adolescente adorable, un niño educado, un gran estudiante… y un pequeño
dictador. _______(tn) suspiró. Quizá tenía razón Abel al decir que tendría que dejar a Andrés valerse por sí
mismo. Pero era tan difícil…
Desde que se había divorciado de su marido… No, desde mucho antes, _______(tn) había sido el pilar de
su existencia. Ben no era un mal padre, pero tampoco lo era bueno. Mucho trabajo, muchas reuniones
con directivos hasta altas horas de la noche, muchos fines de semana de viaje para captar clientes…
Mucho tiempo fuera de casa. Había semanas en que ni Andrés ni ella lo veían. Noches en que, cuando él
llegaba, ellos ya llevaban horas en la cama. _______(tn) asumió que su marido pasaba tanto tiempo fuera por el
bien de la familia, para que ellos pudieran tener todo lo que necesitaban. Educó a su hijo, se convirtió en
la mejor ama de casa y cuando Andrés entró en el colegio, buscó un trabajo de media jornada con el que
ayudar en los gastos familiares con la esperanza de que Ben redujera su ritmo. Él se negó en rotundo.
Aquélla fue su primera discusión. Ben no consentía que su mujer trabajara si él podía hacerlo. _______(tn) lo
ignoró. No era sólo el dinero que le reportaba su empleo, era más importante; la necesidad de
relacionarse, de tener una vida lejos de la vacía soledad de su casa.
El tiempo pasó, Ben cada vez estaba menos en casa, Andrés se acostumbró a tener padre los fines
semana y las vacaciones de verano en el pueblo, y ella asumió que la familia jamás sería tan importante
para su marido como su propio trabajo. Qué tonta había sido…
Sentada sobre la cama, mirando las paredes sin verlas realmente, se dio cuenta de que su hijo
adoraba el pueblo. No porque era allí donde su padre y él habían estado juntos, sino porque era el único
sitio en el que convivía con hombres. Durante el invierno, en Madrid, la única influencia masculina que
había en su vida eran sus profesores y sus amigos. En el pueblo, Abel no se andaba con miramientos,
desde muy pequeño le mandaba realizar tareas que a _______(tn) jamás se le pasaba por la cabeza que hiciera
en Madrid; cosas como hacerse la cama, fregar los cacharros, ordenar su cuarto… Y según su hijo fue
creciendo, sus tareas se fueron haciendo más importantes. Ayudaba a recoger la siembra y a clasificar
los frutos que obtenían del campo, les acompañaba a varear la oliva, a vender la mercancía a la
cooperativa… Los fines de semana en Madrid jamás se despertaba antes de las doce; en el pueblo,
Andrés se levantaba todos los días a las ocho para ayudar a Abel en sus cosas. Eso cuando no se
levantaba de madrugada para acompañar a Nick. De hecho, ese mismo día tendría que haber ido con
Nick a las tierras a comenzar la recogida de la breva.
La breva es el primer fruto que da la higuera; algo mayor que el higo y un poco menos dulce. Nick
comprobaba a diario el estado de las higueras y el nivel de maduración de los frutos, y justo el día
anterior había advertido que ya estaban en «su punto» para la recogida. Toda la casa se puso en marcha.
Abel y Andrés comenzaron a montar las cajas de cartón necesarias para la correcta presentación y
almacenaje del producto, mientras Nick se ponía de acuerdo con la cooperativa del valle para su
distribución y venta. A partir de ese momento empezaría la vorágine de la recogida, dos semanas
agotadoras de madrugones imposibles y entregas contra reloj. Andrés y Nick recogerían las brevas
mientras que Abel montaba las cajas. Cuando llegaran a mediodía, comenzarían a clasificar los frutos por
tamaños y madurez para, a primera hora de la tarde, llevarlos a las neveras de la cooperativa de las que
saldrían a la mañana siguiente en camiones con dirección a los compradores finales.
Era algo así como una ley no escrita en el pueblo que hombres, mujeres y adolescentes ayudaran en la
recogida, mientras que los abuelos y niños se quedaban en casa montando cajas y seleccionando. Gracias

a Dios, esa ley no escrita no decía nada de las nueras venidas de la ciudad; no le apetecía sudar como
una posesa cogiendo cosas asquerosas, rodeada de bichos. Aunque si era sincera, le encantaban los
higos; pero en su cajita del supermercado, lavaditos y sin añadidos.
Andrés adoraba ir al campo con su tío, ya fuera a pescar, a comprobar las tierras, a curar las plantas
o a darse la paliza del siglo recogiendo brevas en julio e higos en agosto y septiembre. Tenía que haber
sido un gran disgusto para él que Nick no le dejara acompañarle ese primer día de recogida. Frunció el
ceño, ¡maldito hombre! Odiaba que hiciera sufrir a su hijo. Aunque lo cierto es que Andrés no parecía
compungido, sino todo lo contrario, seguro de sí mismo y dispuesto a dar «el callo». No se parecía en
nada al adolescente despreocupado que era en Madrid.
_______(tn) se levantó de la cama dispuesta a comenzar su jornada. Si su hijo estaba currando abajo, ella
pensaba hacer lo propio en el resto de la casa. Estaba de vacaciones, sí, pero mientras viviera allí, la
tendría como a ella le gustaba.
Su suegro vivía solo desde hacía años. Ben había vivido en Madrid desde que se marchó a la
universidad y Nick hacía ya algunos años que se había mudado a su propia casa en el pueblo. Una casa
preciosa, según Andrés, que _______(tn) no se había molestado siquiera en visitar. Eso significaba que la
enorme casona de Abel estaba habitada por un solo hombre durante casi todo el año. Un hombre mayor
que no tenía la fuerza ni los ánimos necesarios para mantenerla en el estado impoluto en el que a _______(tn) le
gustaba que estuviera.
Se puso los vaqueros y la camiseta de andar por casa, se recogió el pelo en una cola de caballo y
salió del cuarto dispuesta a todo. Primero recogería un poco y luego haría una comida de chuparse los
dedos. Durante el tiempo que durase la recogida Nick comería con ellos para ahorrar tiempo, y ella
estaba decidida a dejarle con la boca abierta y babeando. Miró el reloj, las nueve y media, uf, se le
echaba el tiempo encima. La casa era grande y requería un buen rato con la escoba en la mano.
Aquella era la típica construcción serrana de muros muy gruesos, ventanas no muy grandes, tejados
rojos y dinteles de piedra gris en las puertas y ventanas que daban al exterior. No era grande, al menos
para los parámetros del pueblo, gracias a Dios. Constaba de tres plantas y un altillo. Los sesenta metros
cuadrados de la planta baja eran totalmente diáfanos, sin habitaciones ni vigas. Sólo un espacio vacío
ocupado por una enorme mesa, varias sillas, un fregadero de piedra y estanterías de metal pegadas a la
pared, llenas de herramientas. Y, en esta época, dispersas por el suelo sin ningún orden especial,
montones de cajas.
La escalera que subía a la primera planta daba a un comedor con muebles rústicos, dos mecedoras y
un sillón que había conocido tiempos mejores. La tele, en blanco y negro era tan antigua que sólo tenía
botones para captar los dos canales que al principio se emitían y, por supuesto, nada de mando a
distancia, que para eso estaban las piernas; o al menos eso aseveraba Abel, al que la televisión le
parecía un cachivache del diablo que sólo era útil para distanciar a las familias. En una de las paredes,
una inmensa chimenea esperaba la llegada del invierno para ser encendida y calentar las dos plantas
superiores de la casa. Otra estaba ocupada por librerías de madera hechas a mano por Nick, como le
gustaba jactarse a Abel, siempre dispuesto a poner por las nubes a su hijo. La pared restante la ocupaban
tres puertas, de las cuales dos daban a las habitaciones de invitados; la del centro era la suya: estrecha,
con una cama, un armario y una mesa que hacía las veces de cómoda. En la última pared se abría una
puerta que daba a una cocina, enorme, que ocupaba casi tanto espacio como la sala anterior. Era un lugar

para comer en familia, con una gran campana, un antiquísimo fogón de gas, una nevera moderna que hacía
parecer aun más viejos los muebles y una inmensa y ajada mesa de madera rodeada de sillas. Era donde
se reunían, charlaban y se relajaban tomando un fortísimo café de puchero con pastas caseras o pan
recién hecho.
La planta superior la ocupaban tres habitaciones, la de Abel, la de Andrés y la que antiguamente
pertenecía a Nick. La de su hijo era la típica habitación juvenil, llena de pósters de grupos musicales
con cantantes de cabello extravagante y maquillaje exagerado hasta para la corte del Rey Sol. La de Abel
era tan sobria como su dueño. La de Nick no tenía ni idea, jamás se había sentido tentada a entrar en
ella. De todas maneras hacía años que su cuñado no dormía allí.
En la terraza, fuera de la casa propiamente dicha, estaba ubicado un pequeño trastero con la lavadora
y la tabla de planchar, y justo al lado, el cuarto de baño. A _______(tn) no le entraba en la cabeza que para ir al
baño hubiera que subir dos pisos y salir a la intemperie, le parecía la mayor de las extravagancias de
Abel, pero él se negaba a meterlo dentro de la casa; decía que la basura se dejaba fuera y la mierda,
también.
Cuando Andrés y _______(tn) intentaban hacerle entrar en razón, argumentando que en invierno hacía
demasiado frío para andar saliendo fuera de casa, él aducía que un poco de fresco no mataba a nadie.
Una cosa había que admitir: Abel, para sus casi ochenta años, estaba como una rosa. _______(tn) tenía muchos
más achaques que él.
—¡Ay señor!
—¿Qué te pasa, mamá? —preguntó Andrés, que en ese momento entraba en la cocina a por una
botella de agua.
—¡Se me ha pegado la tortilla!
—Bueno, no pasa nada —afirmó su hijo. Si nadie la quería se la comería él solito. Le pirraban las
tortillas de su madre.
—Claro que pasa, él viene hoy a comer.
—¿Él? —preguntó extrañado—. Ah, el tío Nick.
—Sí, ése mismo —gruñó _______(tn), volcando la tortilla en el plato y mirándola amenazante.
—¿Y qué importa cómo esté la tortilla?…
—No me gusta dar argumentos al enemigo —siseó _______(tn) entre dientes, ajena a la expresión alucinada
de su hijo—. En fin, no tiene remedio. Si llego a saber que no iba a salir perfecta, le hubiera echado
laxante; así cuando se quejara lo haría por un buen motivo.
—¡Mamá! —la regañó su hijo.
_______(tn) se encogió de hombros con indiferencia y continuó a lo suyo. Tapó la quemada tortilla con un
plato, metió la ensalada en la nevera para que estuviera fresquita, comprobó que el pollo asado estuviera
en su punto y apagó el horno. Luego se pasó la mano por la frente y suspiró.
¡Maldito verano! Estaba sudando a chorros, olía a jabalí sarnoso y encima se le había pegado la
tortilla, justo el primer día que él iba a comer a casa. No era justo. Iba pasar los quince días que le
quedaban de vacaciones luchando para preparar las mejores comidas y él se dedicaría a criticarla, estaba
segura. Nick haría cualquier cosa para demostrar que _______(tn) no hacía nada a derechas. Empezando por
su matrimonio.

—¡Mamá!
—¿Por qué gritas? —preguntó _______(tn) sobresaltada, saliendo por fin de sus pensamientos.
—Llevo media hora llamándote y no me haces ni caso, estás en la luna —respondió Andrés enfadado.
—Es imposible que lleves media hora llamándome. Además, me tienes justo enfrente, si ves que no
respondo dame un beso y verás qué rápido vuelvo a la tierra —respondió _______(tn) poniendo morritos.
—Quita, quita, que ya te he dado muchos besos hoy —Andrés se apartó de su madre como si ésta
tuviera la lepra.
—¿Los llevas contados? —bromeó _______(tn).
—Mamá —gruñó enfadado—. Dame un trozo de tortilla —exigió.
—No —contestó _______(tn) con una enorme sonrisa.
—¡Tengo hambre!
—Mata un mosquito y chúpale la sangre.
—¡Mamá! Tengo-hambre-ahora.
—Andrés, comerás-cuando-comamos-todos —afirmó _______(tn), sin dar su brazo a torcer. Se negaba a
que a la tortilla le faltara un trozó justo ese día.
El adolescente se quedó tan alucinado por la inusual negativa, que no atinó a responder y se fue al
piso de abajo dando fuertes pisotones en la escalera. Desde abajo llegó la voz airada de Andrés
quejándose y las carcajadas de Abel asegurándole que nadie moría de hambre por tener el estómago
vacío un par de horas. _______(tn) resopló acalorada y comenzó a fregar los cacharros sucios, estiró el mantel,
puso la mesa y comprobó complacida que todo estaba impecable. Todo, menos la tortilla, por supuesto.
Se sentó un momento sobre el alfeizar de la ventana y se abanicó con la portada de una revista
prehistórica. ¡Menudo bochorno!
Llevaba en el pueblo poco más de quince días y, sin saber cómo, en vez de pasarlos aburrida y
aislada, había ido conociendo gente con la que se divertía mucho; había disfrutado del ambiente relajado,
compartido la felicidad de su hijo por estar allí y saboreado momentos mágicos con un desconocido que
la hacía sentirse viva. Sin lugar a dudas echaría todo eso de menos cuando volviera a Madrid.
Se quedó sorprendida por el hilo que habían tomado sus pensamientos, casi estaba triste al pensar en
irse. Se mordió los labios y tomó una decisión que jamás pensó que tomaría: regresaría al pueblo los
fines de semana que Andrés estuviera allí, es decir, hasta primeros de septiembre. Con una gran sonrisa
en los labios, se levantó del improvisado asiento, fue a su habitación a por ropa limpia y subió al cuarto
de baño a darse una merecida ducha.
La camioneta 4×4 circulaba lentamente, no porque hubiera riesgo de atropellar a alguien, de hecho no
había ni un alma en la calle, sino porque la carga que llevaba era bastante delicada.
Nick aparcó encima de la acera, hizo sonar el claxon, se quitó el sombrero de paja, lo dejó en el
asiento del copiloto y salió al abrasador calor del medio día. Eran más de las dos de la tarde y el sol no
pegaba de lo lindo, qué va, daba verdaderas hostias. Se limpió el sudor de la frente con el antebrazo, se
dirigió a la parte trasera del coche y abrió la puerta del enorme maletero. Allí, cuidadosamente
colocadas, se hallaban las cajas de madera llenas de brevas. Todo el trabajo del día. Ahora sólo faltaba
clasificarlas, colocarlas en cajas más pequeñas y manejables y llevarlas a las neveras de la cooperativa
antes de que ésta cerrara sus puertas.

—¡Tío! —exclamó Andrés a modo de saludo, asomándose por la puerta—. ¡Yayo, ya ha llegado el
tío! —gritó, girando la cabeza hacia el interior de la casa—. ¡Lo qué has tardado! ¡Te esperábamos hace
horas! ¿Había mucho para recoger?
—Lo justo para dos hombres —respondió Nick mirando a su sobrino fijamente.
—Aps. —Andrés no supo exactamente qué decir, la mirada de su tío le indicaba que aún seguía
enfadado con él.
—No has sacado la carretilla —afirmó Nick—. ¿Piensas descargar las cajas de una en una?
—Eh, no. Voy a por ella.
El muchacho tardó menos de diez segundos en salir con una carretilla entre las manos y llegar hasta
donde estaba su tío. Entre los dos cargaron varias cajas y luego Andrés, antes de que Nick pudiera
impedírselo, la empujó hasta la casa. Nick entró tras él y cabeceó satisfecho al ver una buena cantidad
de cajas de cartón ensambladas y colocadas ordenadamente por tamaños al lado del peso industrial.
Abel, sentado sobre una ajada silla, levantó la mirada y la fijó en su hijo.
—El chico ha trabajado duro —comentó—. Se ha disculpado con su madre y parece que la discusión
ha quedado olvidada.
—Me alegro —respondió Nick, observando cómo su sobrino descargaba con cuidado las cajas—.
Estoy deseando quitarme toda esta mugre de encima —comentó, quitándose la camiseta y mostrando su
torso manchado por el polvo arenoso de la tierra—. ¿Te atreves a descargarlas solo?
—Claro que sí, tío —respondió Andrés, abriendo mucho los ojos—. Verás qué rápido lo hago, lo vas
a flipar.
—No lo quiero rápido —le cortó Nick—. Lo quiero bien hecho.
—Sí, claro, no te preocupes.
—No más de cinco cajas por viaje —ordenó.
—Pero… Tú cargas muchas más. —Se rebeló el joven.
—Yo soy yo y tú eres tú.
—Vaaaaaaaaleeeee —refunfuñó Andrés saliendo con la carretilla.
—Sube a ducharte, yo le echo un ojo —afirmó Abel sonriente.
—¿No crees que es demasiado para él? —comentó Nick, observando dubitativo la puerta abierta y
al muchacho cargando las cajas.
—Le viene bien que confíes en él, se lo merece después de lo que ha trabajado hoy.
Nick asintió y, sin más dilación, se dirigió a las escaleras. Una vez allí se quitó las botas de
montaña. No es que le molestaran en exceso, pero estaban llenas de barro y no quería ni pensar en cómo
se pondría su cuñada si manchaba los suelos de la casa.
—¿Donde está _______(tn)? —preguntó sin mirar a nadie en particular.
—En la cocina, haciendo tortilla de patatas —respondió Andrés con un suspiro.
Nick no pudo evitar reírse, su sobrino se pasaba la vida alabando las tortillas de su madre. De tanto
que le había oído hablar de ellas, estaba deseando probarlas.
Subió las escaleras a toda velocidad. Realmente deseaba ducharse por encima de todas las cosas. Al
llegar a la primera planta lanzó un «hola» rápido en dirección a la cocina y, al ver que _______(tn) no
contestaba, se encogió de hombros y siguió su camino hacia el baño. O no le había oído o pasaba de él.
Se inclinaba más por la segunda opción.

Ya en la entrada a la terraza se armó de valor para atravesar el par de metros a pleno sol que le
separaban de la puerta del servicio. Dio una zancada y abrió de golpe la puerta del baño con la intención
de meterse de cabeza bajo la ducha fría. Una vaharada de vapor ardiente con olor a cítricos le arrasó la
cara y le quemó el torso desnudo.
—¡Joder! —bramó furioso antes de quedarse petrificado. _______(tn) estaba desnuda en medio de una nube
de vapor, con un pie apoyado en la taza del inodoro y una de sus manos hundida entre sus sedosas
piernas.
—¡Fuera! —chilló tapándose apresuradamente con una toalla rasa.
—¿Qué estabas haciendo? —preguntó alucinado. No podía estar haciendo lo que parecía. Su pene se
alzó entusiasmado sólo de pensarlo.
—¡Y a ti qué coño te importa! —exclamó ella con la cara tan roja como un tomate. De todas las
personas del mundo, tenía que ser justo su cuñado quien la hubiera pillado en esa postura. ¡Joder! No
estaba haciendo lo que parecía: se estaba dando crema hidratante en el pubis, ni más ni menos—. ¡¿No
sabes que es de buena educación llamar antes de entrar?!
—Si no quieres que te interrumpan, te aconsejo que eches el cerrojo —comentó él.
—¡No soy capaz de echar el puñetero cerrojo! ¡Está duro como una piedra! —Se quejó _______(tn)—. Y
ahora, ¿qué te parece si te das la vuelta y te largas?
—¿Está duro? —No es el único, pensó Nick a la vez que entraba en el cuarto de baño.
—¿Qué haces?
—Echarle un vistazo.
_______(tn) dio un paso atrás cuando Nick llenó con su presencia el pequeño habitáculo. Observó
estupefacta cada uno de los músculos que se tensaron en su sudorosa y mugrienta espalda cuando cerró la
puerta y la empujó con fuerza para, a continuación y sin dejar de presionar, de un golpe seco cerrar el
pasador. ¿Cómo era posible que tuviera una espalda tan hermosa y ella no se hubiera fijado nunca?
Porque siempre iba con camisa, se respondió a sí misma.
—No le pasa nada —dijo Nick sin volverse—. Sólo hay que empujar un poco la puerta.
—Perfecto. Ahora ya lo sé. Muchas gracias y hasta luego —dijo _______(tn) agarrando con fuerza la
diminuta toalla con la que se cubría.
—No.
—¿No? No, ¿qué?
—No me voy —contestó girándose y quedando frente a ella.
—Genial, simplemente genial —afirmó _______(tn), cogiendo la ropa limpia que cuidadosamente había
dejado sobre el bidé—. Entras sin avisar, me fastidias el baño y en vez de disculparte y largarte, ¡me
echas! —Recogió la bolsa de plástico que contenía su ropa sucia del suelo—. Eres la educación
personificada —aseveró irguiéndose frente a él—. No me dejas pasar. Aparta.
Nick la miró a los ojos, sonrió y se quitó de en medio. _______(tn) bufó indignada y aferró el cerrojo con
la mano que le quedaba libre. No logró descorrerlo. Soltó la ropa y volvió a intentarlo, esta vez con las
dos manos.
—¡Mierda! —Se quejó cuando se hizo evidente que no tenía fuerzas para abrirlo. A su cuñado le
había resultado sencillo, pero ella era, simplemente, incapaz—. Si no es mucha molestia, ¿te importaría
volver a descorrer el cerrojo? —solicitó irónica, sin molestarse en volverse hacia él.

—No.
—¡No! —Se giró enfadada—. ¡¿Por qué no?!
—Tenemos que hablar —dijo Nick a modo de explicación.
—¿Aquí? —preguntó _______(tn), estupefacta al ver que Nick se estaba quitando los calcetines sentado
sobre la taza del inodoro—. ¿Ahora?
—Sí.
—Pero, ¿tú eres tonto o te lo haces?
Nick no respondió, se limitó a levantarse y comenzar a aflojarse el cinturón.
—Pero ¿se puede saber qué haces? —preguntó _______(tn), más indignada que confusa.
—Tengo calor.
—¡Toma, y yo! Y aun así no me estoy desnudando.
—Ya estás desnuda —comentó Nick mirándola lentamente de arriba a abajo.
—Nick —dijo _______(tn) tan calmada como le fue posible—, déjate de gilipolleces y abre la puerta.
—No. Tenemos que hablar.
—¿No puede ser en otro momento y lugar más… adecuados?
—No. Me evitas continuamente. Cada vez que intento hablar contigo, sales corriendo.
—Yo nunca salgo corriendo; encuentro cosas más interesantes que hacer —comentó _______(tn)
apoyándose en la puerta, cruzando los brazos a la altura del pecho y un tobillo sobre el otro.
Nick la miró hambriento. Estaba seguro de que ella no tenía ni idea, pero en esa postura sus pechos
quedaban enmarcados y alzados por sus brazos; la toalla rosa que antes apenas le tapaba, se había subido
hasta el principio de sus muslos y, por si fuera poco, al cruzar las piernas se había abierto, mostrando en
su piel dorada una huella pálida que no era otra cosa que la marca del biquini en la cadera. Tragó saliva
a la vez que, sin ser consciente de ello, se desabrochaba el primer botón del pantalón. El calor del cuarto
de baño había aumentado de repente varios grados, tornándose abrasador.
_______(tn) observó embelesada como una gota de sudor descendía por la nuez de Adán de su cuñado hasta
quedar alojada en el hueco de su clavícula, dejando a su paso una línea blanca sobre su piel polvorienta.
Se fijó sin poder evitarlo en su bíceps ondulante cuando éste se cruzó sobre su estómago y su mano cayó
sobre la cinturilla de los vaqueros. Se quedó casi hipnotizada cuando retiró los dedos y pudo ver una
sombra de vello oscuro y rizado asomar por la bragueta entreabierta. Salió del trance al percatarse de
que la bragueta no se abría sólo por la falta del botón, sino que más bien era debido a cierta
protuberancia que se tensaba contra ella.
—¡Te has empalmado! —exclamó alucinada con voz ronca. Ella misma se notaba demasiado
acalorada.
—Sí —contestó él mirando con el ceño fruncido el bulto prominente de su pene erecto.
—¿Para esto me has dejado aquí encerrada? ¿De esto es de lo qué querías hablar? —Se calló de
golpe, indignada consigo misma por sonar tan… mojigata. Parecía una virgen de telenovela.
—No. Esto —dijo señalando el bulto de su pantalón—, es un efecto colateral. Podría decirse que mis
sentidos se han exaltado al verte medio desnuda.
—¡No estoy medio desnuda! —contestó ella, justo antes de bajar la mirada y ver que sí lo estaba. Dio
un gritito demasiado cursi para su gusto y se recolocó la toalla todo lo que pudo para quedar más tapada.
—Si te molesta, tiene fácil solución —aseveró Nick con una sonrisa diabólica en los labios.

—¿Cuál? —preguntó _______(tn), pegándose más a la puerta. No le gustaba la sonrisa de Nick, pero
menos todavía le gustaban las sensaciones que se estaban despertando en su cuerpo. ¿En qué clase de
zorra se había convertido? Una cosa era montárselo con un desconocido y otra muy distinta desear a su
¡cuñado!
Sin dudar un segundo, Nick se metió en la ducha y abrió el grifo del agua fría. _______(tn) jadeó cuando
todos los músculos del cuerpo del hombre se tensaron, sabía por propia experiencia que el agua en el
pueblo estaba helada. Ya fuera de fuentes, ríos, arroyos o de la misma ducha, salía a una temperatura tan
gélida que era difícil resistirla; al menos ella.
El hombre cerró los ojos y alzó la cabeza para que el helado líquido le golpeara en el pecho y
resbalara hasta la ingle. Sus abdominales ondularon cuando el agua los tocó y el bulto de su pantalón se
redujo poco a poco.
—¿Contenta? —preguntó guiñándole un ojo.
—Deja de hacer payasadas —respondió _______(tn) alucinada. ¿Su cuñado le había guiñado un ojo? No.
Había parpadeado por culpa del agua. Seguro.
—Mujeres. Nunca estáis satisfechas —suspiró, compungido.
_______(tn) abrió los ojos de par en par. ¿Nick acababa de hacer una broma?
—Déjate de chorradas y abre la puerta. Por favor.
—No. Tenemos que hablar —respondió él de nuevo, serio.
—Vale, ¿de qué quieres hablar?
—¿Por qué me odias? —preguntó, directo al grano.
—No te odio —respondió _______(tn), alucinada.
—Pues lo disimulas muy bien. Hace cinco años que me evitas —afirmó, saliendo de la ducha con un
escalofrío. Desde luego, el calor se había evaporado.
—Hace cinco años que no piso el pueblo. No te evito a ti. Simplemente no vengo.
—Ahora estás aquí —contestó él alzando una ceja.
—Y estamos hablando, ¿o no?
—Porque te tengo encerrada.
—Efectivamente. No creo que la mejor manera de tener una conversación sea secuestrarme.
—No estás secuestrada, sino retenida —comentó él sonriendo y apoyando las manos en las caderas.
_______(tn) lo miró desafiante, cruzó los brazos bajo su pecho e inspiró y exhaló con fuerza en un intento
de mostrar su irritación sin usar palabras.
—Si sigues así, esto no va a funcionar.
—¿Así, cómo? —preguntó ella, chasqueando la lengua.
—Exaltando mis sentidos.
—¿Cómo? —_______(tn) desvió la mirada hacia su ingle y vio que la ducha de agua fría había dejado de
hacer efecto— ¡Eres imposible! —exclamó casi sonriendo.
—¡No es culpa mía! —Al ver que _______(tn) se disponía a recriminarle su actitud, optó por no permitirle
hablar—. Me niego a darme más duchas heladas, sus efectos pueden ser perniciosos para mi salud. Antes
he sentido como los huevos se me encogían y la polla mermaba hasta parecer la de un niño de pecho —
contestó Nick haciendo que temblaba y agarrándose la ingle como si lo hubieran herido de muerte.
—Idiota —articuló _______(tn) entre risas.

—¿Te he dicho alguna vez que cuando te ríes eres aun más hermosa? —susurró Nick, extendiendo la
mano y acariciándole la mejilla con los dedos.
_______(tn) dio un respingo al oír su susurro y entornó los ojos como si recordara algo.
Nick apretó los dientes y se regañó a sí mismo por ser tan idiota de dejarse llevar cuando no debía.
No todavía.
—Hagamos un trato —propuso—. Yo abro la puerta ahora y tú hablas conmigo, a solas, después de
comer.
—Trato hecho.
Nick alzó los brazos y los colocó a ambos lados de la cara de su cuñada.
_______(tn) no intentó apartarse.
Él bajó la cabeza hasta quedar a escasos centímetros de sus labios y se perdió en sus ojos.
_______(tn) creyó leer en ellos anhelo y deseo, mezclados con un poco de tristeza y una pizca de esperanza.
Se lamió los labios, nerviosa; se acababa de dar cuenta de que deseaba besarle. Él se acercó hasta tocar
la comisura de su boca con su aliento.
—No olvides tu promesa.
Se separó de ella lentamente, sin dejar de mirarla.
_______(tn) oyó el sonido rasgado del cerrojo al abrirse.
Él asintió con la cabeza, se dio media vuelta y se metió en la ducha. Y sin comprobar si _______(tn) se
había ido o no, se bajó los pantalones y abrió de nuevo el grifo del agua fría.
_______(tn) se quedó obnubilada ante la panorámica de sus nalgas blancas y duras en contraste con la piel
morena de sus piernas. «Toma el sol en pantalones cortos», acertó a pensar al ver que la piel blanca
acababa a medio muslo. Acto seguido sacudió la cabeza, regañándose mentalmente por tan obvio
pensamiento, y salió corriendo como alma que lleva el diablo hacia las escaleras. No paró su carrera
hasta estar segura en la intimidad de su cuarto.
No sabía qué era exactamente lo que había pasado en el cuarto de baño, pero estaba segura de que no
era nada bueno. Ella tenía que llevarse mal con su cuñado. Era necesario para su salud mental.
Lo había conocido la primera vez que visitó el pueblo con su por entonces novio, ahora difunto
exmarido, y le había chocado mucho la diferencia entre ambos hermanos. Nick era responsable y serio,
mientras que Ben era todo diversión y locura. Ese verano lo había tomado por un tipo soso y aburrido,
más interesado en sus estudios y las tierras que en pasárselo bien. Ella tenía dieciocho años y Ben casi
veintidós. No le entraba en la cabeza que su hermano, dos años menor, fuera tan reservado y
circunspecto.
El siguiente año, cuando regresaron al pueblo, Andrés tenía tres meses, ella había madurado varios
años de golpe y porrazo y Ben se había quedado estancado en sus juergas infantiles. Pasó el verano entre
biberones, pañales y llantos, mientras su marido salía todas y cada una de las noches; al fin y al cabo, era
tontería que se quedaran los dos para cuidar al bebé cuando ella lo hacía genial y él llevaba meses sin
ver a su «gente». Ese verano se encontró sola, abandonada. Quizá llevara todo el año así, pero en
Madrid, en compañía de su familia y amigos, no se sentía de ese modo. Aunque Ben no estuviera en casa,
ella se sentía arropada. Su madre la había acompañado a cada ecografía y consulta ginecológica, sus
amigas habían estado con ella en todo momento, no sentía la soledad rodeándola; sólo la necesidad de
estar con su marido, siempre ausente. Pero en el pueblo no tenía a nadie excepto un marido invisible. Si

no hubiera sido por Abel y Nick, ese verano habría sido el peor de su vida. Tanto su suegro como su
cuñado se volcaron con ella cuando las ausencias de Ben se hicieron cada vez más seguidas. No era raro
ver al abuelo paseando orgulloso a su nieto, o al tío cambiando los pañales del bebé y dándole biberones
cuando ella estaba rota por el cansancio y la impotencia de verse sola con un niño recién nacido al que, a
veces, tenía dudas de cómo cuidar, de cómo hacer para que dejara de llorar.
Cada año veraneaban en el pueblo y cada año se repetían las mismas escenas del primero. _______(tn) se
aisló, no se encontraba a gusto con los amigos de su marido y asimiló que si alguien fallaba, era ella. Si
su marido y sus amigos disfrutaban cuando ella se aburría como una ostra, no era culpa de él, sino suya
por no saber adaptarse. Optó por volcarse en las únicas personas con las que se sentía querida: su suegro
y su cuñado. Nick se convirtió en el héroe de Andrés, en su mejor amigo, en su ejemplo a seguir.
Llevaba al niño de acá para allá sin quejarse jamás, sin poner un mal gesto; le enseñaba todo lo que
sabía, hablaba con él como si la conversación chapurreada del niño fuera el discurso del más prestigioso
orador. Todo lo contrario que Ben, y _______(tn) empezó a desear que su marido se pareciera más a su cuñado.
Que fuera un hombre con el que su familia pudiera contar en todo momento, que jugara con su hijo
ignorando a sus amigotes, que la escuchara como si lo que _______(tn) dijera fuera más importante que su
propia vida. Que fuera tan responsable y cariñoso como lo era Nick…
El tiempo pasó inclemente e inmutable hasta que, cinco años atrás, su propia estupidez e ingenuidad
le golpearon de lleno en la cara arrasando cualquier sentimiento que pudiera tener hacia el pueblo y su
gente. La decepción que la anegaba el día que hizo las maletas y regresó con su hijo a Madrid, se
transformó rápidamente en la rabia necesaria para seguir viviendo. Juró que no volvería y así había sido.
Hasta que su hijo le pidió que le acompañara ese verano.
Ahora, después de dos semanas allí, comenzaba a pensar que se había equivocado. Había volcado
toda su rabia contra el pueblo, olvidando los buenos ratos pasados antaño y a la familia cariñosa que la
había protegido del olvido de su marido. También se estaba dando cuenta de que la gente del pueblo no
era como había pensado durante todos esos años. Poco a poco había ido conociendo a las personas a las
que antes sólo saludaba de refilón en las escasas ocasiones en que paseaba con su ex, y que resultaron ser
mucho más amables y divertidos que los estúpidos amigos de Ben. Hombres y mujeres que disfrutaban de
una conversación amigable y que tenían ese sentido del humor, lleno de chanzas y pullas cariñosas
propias del pueblo que ella no había sino empezado a saborear.
_______(tn) cerró la puerta de su habitación, se quitó la toalla mojada y se tumbó en la cama. Necesitaba
recapacitar.
En tan sólo quince días había olvidado su promesa de odio eterno hacia el pueblo y sus habitantes.
Había disfrutado cada vez que se había encontrado con cualquiera de ellos en la cola de la panadería,
dando un paseo por la Soledad, o simplemente sentada en el poyo de la entrada cuando su suegro se
empeñaba en que le acompañase un rato y los paseantes se detenían para charlar con ellos.
Se sentía cómoda con la gente del pueblo. Con todos menos con uno.
Su relación con su cuñado siempre había estado llena de discusiones amistosas y divertidas. Siempre
se había sentido bien con él; de hecho, casi desde el principio se había sentido demasiado cercana a él,
demasiado a gusto con él. Incluso había empezado a asustarse cuando estaban juntos como cuñados, como
amigos, porque había empezado a pensar en él de una manera en la que no debía pensar. Y justo entonces
fue cuando estalló toda la mierda.
Había sido fácil maldecirlo, matar al mensajero. Mucho más fácil que enfrentarse a una realidad que

hacía años debería haber visto y solucionado.
—Ya es hora de dejar atrás el pasado —aseveró para sí misma.
Se levantó de la cama, dispuesta a vestirse y afrontar el resto del día como una mujer adulta en vez de
como una niña malhumorada y rencorosa. Buscó la ropa que tan cuidadosamente había seleccionado y, en
ese momento, se dio cuenta de que se la había dejado olvidada arriba, en el cuarto de baño junto con la
bolsa con la ropa sucia. Sintió cómo la cara se le ponía roja como un tomate.
—No seas tonta —se reprendió a sí misma—. Nick no va a mirar nada, seguramente ni se dará
cuenta de que he dejado ahí la ropa.
Con ese pensamiento en mente, se decidió por un sencillo vestido de algodón blanco sin mangas que
le llegaba por debajo de las rodillas. Se hizo una cola de caballo y salió de la habitación, decidida a
disfrutar de la estupenda comida que había preparado.
Al entrar en la cocina vio a su suegro con un plato en la mano e inclinado sobre la tortilla de patatas.
—Hola.
Abel se incorporó de golpe con gesto culpable y tapó la tortilla con el plato que sujetaba entre los
dedos.
—Sólo estaba oliéndola. No la he tocado —aseguró con la sonrisa de un niño que no ha roto un plato
en su vida. _______(tn) no pudo evitar reírse.
—Eso espero, porque si no… —amenazó sonriendo—. Por cierto, ¿dónde está Andrés?
—Se ha quedado abajo clasificando las brevas —ante el gesto interrogante de _______(tn), Abel se
encogió hombros—. Creo que quiere demostrarle a Nick que es el más currante de todos nosotros.
—Le ha tenido que fastidiar bastante no acompañarle hoy.
—Sí. Le ha sentado fatal. Pero Nick también se ha enfadado mucho cuando se ha enterado de lo que
pasó anoche. —Abel se sentó en una silla y se sirvió un vaso de vino—. Por un momento pensé que mi
hijo iba a romperse los dientes de tanto como los apretaba. Aunque no lo creas, no le gusta que nadie te
juzgue o insinúe nada sobre ti, aunque sea tu propio hijo —aseveró mirándola sin parpadear.
—Y yo se lo agradezco profundamente —acertó a decir _______(tn) ante la mirada severa de su suegro.
Éste asintió complacido y una sonrisa se destacó en su cara morena y cuarteada por el sol.
—Esta mañana he hablado mucho con Andrés, creo que he descubierto el motivo por el que ayer
estaba tan… nervioso. Le pasó algo que lo dejó bastante confundido —afirmó sonriendo.
—Déjate de misterios y cuéntanoslo —exigió Nick entrando en la cocina.
—Ya veré —respondió Abel enarcando las cejas varias veces.
—Papá, ¿te he dicho alguna vez que eres un viejo chismoso? —preguntó su hijo revolviéndole el pelo
cariñosamente.
—No me despeines, jovenzuelo insolente.
—No tienes pelo que despeinarte —afirmó Nick guiñándole un ojo a _______(tn)—. A todo esto, te has
dejado una bolsa con ropa sucia en el cuarto de baño.
—Ahora mismo voy a por ella —Ay Dios, sí que la había visto.
—No te preocupes, ya lo he metido todo en la lavadora.
También he encontrado doblada sobre el bidé ropa limpia, imagino que será tuya. La he dejado en la
habitación de Andrés.
—Gracias, eres muy amable —dijo _______(tn) en un tono tan formal, que hasta Abel la miró extrañado.

—Por cierto, me debes una ducha de agua fría.
—¿Cómo? —preguntó _______(tn).
—Mis sentidos se han exaltado cuando he revisado la ropa para ver a quien pertenecía —comentó
como quien no quiere la cosa.
—¿Qué? —_______(tn) sintió el calor ascender por su cuello hasta las mejillas.
—Ese tanga blanco de encaje es una provocación para la vista —le susurró al oído.
—No habrás sido capaz de mirar mi ropa —dijo _______(tn) boquiabierta.
—Incluso te he imaginado con ella —afirmó él guiñándola un ojo.
_______(tn) se quedó sin palabras con las que contestarle. ¿Qué demonios le había pasado a Nick? Mejor
dicho, ¿quién era ese tipo que tenía enfrente y dónde estaba su cuñado?
Abel miro a su hijo y a su nuera y sonrió. Cuando subió a la cocina, hacía ya un buen rato, se había
percatado de que ni _______(tn) ni Nick estaban allí. Cuando la sintió bajar corriendo por las escaleras,
simplemente se había quedado donde estaba sin hacerse notar. No sabía qué había pasado entre ellos dos
cuando se habían encontrado arriba, pero fuera lo que fuera, le gustaba el cambio. Llevaba años
esperando a que su hijo reaccionara y parecía que ya había llegado el momento.
_______(tn), incómoda con el silencio, se asomó a la escalera y llamó a Andrés para comer. El muchacho
subió raudo y veloz, pero no se sentó a la mesa como su madre esperaba, sino que se dirigió a Nick.
—Tío, he estado clasificando las brevas para ir adelantando trabajo —dijo orgulloso—. Y, no es por
nada, pero te has dejado el coche aparcado sobre la acera —comentó metiendo las manos en los
bolsillos.
—Mierda, lo había olvidado por completo —dijo dirigiéndose hacia las escaleras. Andrés se
interpuso en su camino y se balanceó sobre los talones—. ¿Quieres aparcarlo en el Corralillo de los
Leones? —le preguntó Nick alzando una ceja—. Las llaves están puestas.
—¡Ahora mismo! —exclamó el joven, dando media vuelta y bajando por las escaleras.
—¡Andrés! —Lo llamó Nick—. Si haces un solo arañazo al coche, aunque sea un raspón diminuto,
pagarás tú la reparación. ¿Entendido?
—¡Señor. Sí, Señor! —gritó Andrés, burlón, desde el piso de abajo.
—¡Hablo en serio!
—No lo verás, quédate tranquilo. —Les llegó lejana voz de Andrés.
—¡No sabe conducir! —chilló su madre al percatarse de que realmente su hijo de catorce años iba a
conducir un 4×4.
—Sí que sabe —afirmó Abel desde su silla.
—¿Desde cuándo?
—Desde el año pasado —respondió Nick acercándose a ella.
—¡Pero si es sólo un crío! ¿Quién le ha enseñado? —preguntó _______(tn) mirando a Nick—. No. No
respondas. ¡Eres un irresponsable! ¿Cómo has podido enseñar a un niño a conducir? Le puede pasar
cualquier cosa, puede chocar contra algo —dijo cada vez más nerviosa.
—No le va a pasar nada —aseveró Nick, sujetándola por un codo y llevándola hacia la ventana—.
El Corralillo está justo enfrente de casa, no hay ni diez metros.
—Pero… Es sólo un niño.
—No pasa nada —aseveró descorriendo la cortina justo en el momento en que su enorme y

embarrado 4×4 se introducía muy lentamente por el callejón frente a la casa—. Tienes que dejarle asumir
responsabilidades. Lo necesita.
_______(tn) observó el coche y luego miró al hombre que, sin ningún disimulo, la había abrazado al
acercarla a la ventana. No sabía si matarlo por dejar a Andrés conducir su coche o torturarlo por
enseñarle a conducir.
Cuando Andrés subió a la cocina, su madre estaba terminando de poner la comida sobre la mesa
mientras sus ojos lanzaban flechas envenenadas en dirección a su tío y a su abuelo. Andrés, como el
joven consciente del peligro que era, optó por subir las escaleras y lavarse las manos en el baño
lentamente, muy lentamente, esperando con esto que su madre acabara su repertorio de miradas asesinas
contra los adultos de la cocina y él salir de rositas.
Cuando entró de nuevo en la cocina, el pollo asado estaba sobre la mesa; el aroma que se desprendía
de él lo hizo babear. ¡Hacía horas que tenía hambre! Se sentó a la mesa y esperó impaciente a que su
madre trinchara el pollo y le sirviera la ración más grande y jugosa.
—Andrés… —dijo su madre tranquilamente a la vez que hincaba el tenedor en la pechuga del ave—.
Que sea la última vez que conduces sin pedirme permiso antes —exigió clavando con fuerza un enorme,
afilado y puntiagudo cuchillo en el pobre animal, muerto y asado—. De hecho… —Con un giro de la
mano, el cuchillo cortó la comida como si fuera mantequilla, arrancando de golpe muslo y contramuslo
—. No volverás a conducir. —Con el doble de saña, repitió la operación en el lado contrario,
arrancando de cuajo las mismas piezas—. Nunca.
—Pero, mamá…
—Jamás. —Clavó el cuchillo en la pechuga con tanta fuerza que éste atravesó piel, carne y hueso y
chirrió contra el plato. Los tres hombres se apartaron sobresaltados.
—Mujer, no pasa nada porque el muchacho…
—No —interrumpió _______(tn) a su suegro. El cuchillo se alzó en dirección al ala izquierda del pollo—.
Hasta que cumpla dieciocho años y tenga carnet, no volverá a tocar un volante —sentenció bajando el
cuchillo y separando de un tajo limpio el ala—. ¿Ha quedado claro? —preguntó masacrando el poco
pollo que quedaba intacto.
—Pero, mamá…
—Andrés —interrumpió Nick—, ésta será tu primera lección de supervivencia: Jamás discutas con
una mujer que tiene un cuchillo afilado en las manos —aseveró mirándolo muy serio—. Siempre saldrás
perdiendo.
—No volveré a conducir hasta que sea mayor de edad —acató Andrés.
—Bien. Dame tu plato —pidió _______(tn) a su suegro.
—La segunda lección de supervivencia es: Si te mantienes calladito, pillas la mejor tajada —
comentó Abel cuando tuvo sobre su plato un cuarto de pollo y una alita, unos gajos de manzana asada y un
par de patatas de guarnición, todo ello regado con abundante salsa.
Andrés recibió una ración similar a la de su abuelo, y Nick la pechuga. _______(tn) cogió para sí el
caparazón. Luego destapó la tortilla de patatas y la partió en cuadraditos sin levantar la vista del plato.
La muy asquerosa se veía cada vez más tostada, como si se hubiera quemado más todavía con el calor de
la cocina. En cuanto terminó de cortarla, dos tenedores irrumpieron sobre ella. Uno de ellos pescó el
trozo más grande. _______(tn) no lo dudó un segundo, ése era su hijo. El otro pinchó un trozo del centro y lo
giró un par de veces, como si el comensal estuviera examinando cada milímetro quemado. Ése seguro que

era el petardo de su cuñado, dispuesto a ponerla en evidencia.
—Tenías razón, Andrés —afirmó Nick, un segundo después, pinchando otro trozo—, está realmente
exquisita.
_______(tn) suspiró, era una mentira piadosa, pero mejor eso que una verdad cruel.
Tres cuartos de hora después, su suegro se levantó para hacer su famoso café de puchero. Sobre los
platos no quedaban ni los restos. La tortilla había sido lo primero en volar, lo que hacía pensar a _______(tn)
que no estaba tan mala como había previsto en un principio. Además de para llenar el estómago, la
comida había servido como clase preparatoria para lo que le esperaba las próximas semanas: tres
hombres insaciables. Tomó nota mental de preparar el triple de comida que hasta entonces, Nick comía
por dos.
Comenzó a lavar los platos, Andrés se colocó a su lado para ir secándolos. Nick estaba pasando la
bayeta húmeda sobre el hule de la mesa y Abel miraba fijamente el puchero del café.
—Mamá, ¿vas a ir esta tarde a algún sitio? —preguntó Andrés. Nick levantó la mirada y la fijó en
_______(tn).
—No lo sé —respondió ella, sonrojándose. Ninguno de ellos sabía exactamente qué hacía cuando
salía, pero aun así, ella sí lo sabía y con sólo recordarlo notaba que sus pezones se tensaban. ¡Y el
vestido era muy fino!
Nick miró disimuladamente a su cuñada y sonrió. Dos pequeños puntitos se alzaron contra la tela del
vestido. Dos pequeños guijarros rosas y dulces, con aroma a cítricos y sabor a ambrosía. Una imagen se
coló en su mente: _______(tn) con la piel húmeda, totalmente desnuda, con uno de sus pies sobre el inodoro y
las manos moviéndose entre sus muslos. Imaginó sus dedos finos y delicados acariciando la piel suave y
lisa que él había depilado la noche anterior. Con un movimiento brusco soltó la bayeta sobre la mesa y se
sentó en la silla cruzando una rodilla sobre la otra. Tenía una erección de caballo delante de su sobrino y
de su padre.
—Había pensado que podíamos ir a tomar una leche helada a La Soledad todos juntos cuando
volvamos de la cooperativa —comentó, mirando suplicante a su madre.
—Eh… claro, pero, ¿y tus amigos? —preguntó _______(tn), confusa. Andrés salía todos los días como una
tromba a las siete de la tarde para encontrarse con su pandilla en la Corredera.
—Paso de ellos —aseveró enfurruñado—. Son unos idiotas.
—¿Qué ha pasado? —inquirió ella preocupada. Nick apoyó las manos en la mesa y miró fijamente a
su sobrino, dispuesto a matar a quien fuera que le hubiera hecho daño.
—Eh… Bueno, nada —farfulló el joven.
—No ha pasado nada —interrumpió el abuelo, separando el puchero del fuego—. El muchacho y yo
hemos estado hablando esta mañana y nos ha parecido que sería divertido pasar juntos la tarde —afirmó
haciendo un gesto a su hijo y a su nuera, indicándoles que luego se lo contaría.
—En ese caso, por mí perfecto —aceptó _______(tn).
—Genial. V abajo a seguir con las brevas —dijo Andrés, desapareciendo por la puerta; odiaba eloy
aroma del café de puchero. Era demasiado fuerte para su exquisito olfato.
—¿Qué ha pasado, papá? —preguntó Nick.
—Chist, las paredes tienen oídos —susurró Abel en dirección a las escaleras—. Una chica y el pilón.
Nick miró a su padre asombrado y luego rompió a reír a carcajadas.

—¿Ya? —preguntó entre risas, ante el asombro de _______(tn)—. No te preocupes, papá, hablaré con él
cuando vayamos a la cooperativa.
—Mejor, cuando he intentado explicarle me ha dicho que soy un viejo carcamal que no sabe cómo va
el tema —gruñó Abel echando el negro y espeso café en tres tazas—. V abajo con él. No os matéis enoy
mi ausencia —advirtió.
—No te vayas —solicitó _______(tn) asustada. En ese momento no le apetecía tener la conversación con
Nick. En ese momento ni en ninguno.
—Vamos atrasados con las brevas. Prefiero ir adelantando trabajo —afirmó Abel cogiendo su taza y dirigiéndose a las escaleras.
—Ah, —se calmó _______(tn)—. Entonces, ¿tú también vas tomar el café abajo? —preguntó a Nick.
—No. A mí me gusta tomar el café relajado mientras charlo tranquilamente con mi cuñada —dijo
Nick, repantigándose en la silla.

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MensajeTema: Re: Ardiente Verano (Nick y tu)   Ardiente Verano (Nick y tu) Icon_minitimeJulio 10th 2014, 19:02

wuaaa
de que hablaran
siguela 
me encanta
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