Respiré hondo y traté de ignorar el revoloteo de mi corazón. Ellos
se quedaron mirándome. Todos sus pequeños ojos observando,
esperando que confesara todos mis sucios pecados en una exhalación
para así dar el primer paso hacia la sanación y recuperación.
Me sentía ridícula allí. ¡Curación y recuperación… qué montón de
mierda! ¿Por qué era tan malo amar algo que se sentía tan bien? La
sociedad estaba gravemente equivocada si pensaban que podían
impedir que la gente tuviera sexo con un programa de doce pasos y
una pesada capa de culpabilidad. Dios, lo único que quería en el
mundo era encontrar la fuerza para salir por la puerta y no mirar
para atrás, pero no podía hacer eso.
Kenny, mi marido, contaba conmigo para atravesar esto, y
después de todo lo que le había hecho en los últimos cinco años, no
podía defraudarlo de nuevo.
Me tragué el orgullo y permití que el aire llenara mis pulmones y
luego se desinflaran con un largo suspiro que agitaba las piezas
sueltas de cabello que colgaban sobre mi frente.
“Hola”, empecé. Mi voz quebrada bajo la presión de esa palabra
“Mi nombre es ______ y…”
¿Y qué?, ¿soy una puta?, ¿una mujerzuela?, ¿y tengo problemas
con el sexo? Lo absurdo de esas palabras aisladas fue casi suficiente
para hacerme reír.
“Y yo… yo soy… supongo que soy una adicta al sexo”.
Un coro de saludos circuló por la habitación, una combinación de
voces masculinas y femeninas, jóvenes y adultos, gordos y flacos;
era impresionante y espantoso. Mi cinismo interior se preguntó cómo
diablos alguien tan gordo y sucio como el tipo grasiento que ocupaba
la mitad de la segunda fila podría ser un adicto al sexo, el poder de
su mirada hambrienta mientras me miraba hacia abajo me dijo
mucho más de lo que hubiera querido saber sobre él.
“Bienvenida ______”. La líder del grupo se llamaba Grace, y a juzgar
por su expresión petulante, pero tranquila, no podía imaginar a nadie
como ella que hubiera caído en esto, pero Kenny me había prometido
que todos en el grupo serían como yo. “¿Te sientes cómoda
diciéndonos por qué estás aquí?”
No me sentía cómoda con nada de esto, y como inspeccioné la
puerta otra vez, mi conciencia combatió el impulso ardiente dentro
de mí de largarse en la noche y nunca mirar hacia atrás. “Uh…” Bajé
la vista hacia mis manos, una mezcla de vergüenza y malestar
quemaba mis mejillas. “Supongo que estoy aquí para intentar salvar
mi matrimonio”.
Grace asintió, y al mirar al mar de rostros delante de mí, vi unos
cuantos asentimientos más. Eso no me dio mucha confianza, pero
me tragué mi orgullo y me zambullí.
“He estado engañándolo desde antes de casarnos”. Admití. “Y no
sólo una o dos veces, sino todo el tiempo”, dije. “En nuestra boda
tuve sexo con todos los padrinos antes de decir nuestros votos, y en
la recepción me cogí a mi suegro en el… ¿Puedo decir eso? ¿Qué me
cogí a alguien?”
Ahora le tocó a Grace sonrojarse, y me pregunté una vez más
cuan corrompida podía estar alguien como ella. “Di lo que quieras
decir para sentirte cómoda ______”.
Una leve y embarazosa sonrisa se me dibujó en las comisuras de
la boca. Pero rápidamente se desvaneció cuando recordé que todos
me estaban mirando como una manada de lobos hambrientos. “Así
que, de cualquier forma”, continué, “tuve sexo con mi suegro en la
recepción de la boda. Creo que eso no es exactamente un buen
comienzo para un matrimonio”.
“No estamos aquí para juzgar, ______”, me dijo Grace. “Todos hemos
estado ahí, y algunos de nosotros todavía lo estamos; luchamos para
superar nuestros demonios interiores”.
“Ni siquiera sabía que tenía demonios”, admití. “Quiero decir,
claro, siempre amé el sexo. Incluso antes de saber qué era, solía
masturbarme sin parar porque no podía tener suficiente de esa
sensación maravillosa cada vez que me corría. La descontrolada
sensación de libertad y liberación, la realización de ese pequeño y
sucio secreto… siempre me encendía. Entonces, comencé a tener
sexo y una vez que empecé, sólo quería más y más y más, cada día,
todo el tiempo”.
“Y Kenny y yo, ese es mi esposo, Kenny”, expliqué. “Kenny y yo
hemos estado juntos desde que nos encontrábamos en la secundaria.
Nos separábamos de vez en cuando porque yo sólo quería más, pero
él siempre me perdonó y me aceptó de nuevo porque decía que no
podía vivir sin mí. Dijo que una vez que estuviéramos casados y
tuviéramos hijos, me establecería, pero no ocurrió así.
“Quiero decir… sin importar cuan duro lo intenté, no pude parar.
Me despierto en la mañana y me digo a mí misma que hoy es el día
en que voy a hacer las cosas bien, pero entonces veo a alguien en la
tienda de comestibles y sólo quiero follar y… luego todo se
descontrola a partir de ahí y vuelvo al punto de partida”.
Ellos asentían otra vez, casi la mitad de las personas en la
habitación silenciosamente acordaban con todo lo que decía, como si hubieran estado allí. Mi mirada se detuvo en un hombre mayor
vestido con un impecable traje gris, sus penetrantes ojos azules se
reunieron con los míos, casi respondiendo a la bestia dentro de mí
con su propio aullido primordial de lujuria. En aquel momento todo lo
que podía pensar era que la cosa rasgaba aquel pulcro traje de su
cuerpo como un animal rabioso y alimentaba mi necesidad con su
caliente y desnuda carne.
Me aclaré la garganta y miré hacia otro lado, bajé la mirada hacia
mis manos durante un momento antes de seguir. “Amo a mi esposo.
Es mi mejor amigo. Él ha estado ahí para mí en momentos que
habrían desgarrado a otro hombre, pero si no logro mantener esto
bajo control, él va a dejarme. Va a tomar a nuestros hijos y dejarme,
y me quedaré sola”.
Podría parecer una pequeñez para otra persona, pero al final ese
era mi mayor miedo: estar sola. No sólo la soledad, sino el estar sin
Kenny porque realmente lo amaba.
Grace estaba hablando de nuevo. Realmente no pude escuchar lo
que estaba diciendo porque mi cabeza daba vueltas con la recurrente
comprensión de que si no hacía algo para tratar de arreglar esa parte
de mí que estaba rota, iba a perder todo lo que tenía. Mi marido, mis
hijos, mi vida…
Era lo único que pensaba cuando hice mi camino de vuelta hasta
mi asiento y traté de esforzarme en escuchar a los otros adictos
confesar sus crímenes.
No podía concentrarme, por más que lo intenté. Todo en lo que
podía pensar era en aquel destello de fantasía que ardía dentro de mí
cuando nos miramos a los ojos con el señor del traje gris. Mi
imaginación corrió de manera salvaje con pensamientos acerca de su
fuerte boca sobre la mía, su suave y húmeda lengua entre mis labios
mientras sus itinerantes manos frenéticamente me subían la falda
alrededor de mis caderas y de un tirón apartaba mis bragas para
llegar a la humedad, esperando el premio entre mis muslos. Casi
podía sentir su polla dentro de mí, abriéndose paso entre los pliegues
doloridos de mi coño mientras se apresuraba hacia arriba para
llenarme hasta que lloraba y suplicaba por la dulce liberación del
infierno y el tormento de aguantar.
Habían pasado seis semanas desde que había estado con un
hombre, y ese último hombre había sido mi esposo. Él había sido
reacio a ceder entonces, jurando que sólo estaba alimentando a la
bestia dentro de mí que necesitaba ser negada hasta que finalmente
muriera de hambre. En realidad no pensaba que eso fuera a
funcionar. La bestia era muy fuerte, y aunque había estado
alimentándola con un consolador e induciendo orgasmos y salvajes
fantasías tan a menudo como podía encontrar un momento a solas,
no fue suficiente.
Además, ¿cómo podría sobrevivir nuestro matrimonio sin
intimidad?
No conocía las respuestas, pero sí sabía una cosa. Necesitaba una
polla. Una gran polla, una polla pequeña, una polla gorda o una
delgada… no importaba. Si no me follaban y rápido, iba a explotar y
no de una manera con la que me sentiría bien.
Estaba inquieta en el asiento, el chirrido de la silla de metal
debajo de la piel desnuda de la parte posterior de mis muslos y los
pies raspando sobre el suelo lo suficiente como para atraer la
atención de las dos mujeres sentadas al final del pasillo. Ambas eran
bastante atractivas, y me imaginaba el toqueteo de sus manos
hambrientas sobre mi cuerpo, la palpación de sus dedos y sus bocas
ansiosas, escalofríos de necesidad pinchaban mi piel. Necesitaba
bajarme.
Miré hacia la puerta de la habitación y luego al reloj. No había un
límite de tiempo en las reuniones, al menos eso es lo que nos habían
dicho por teléfono. Tal vez podría irme antes de tiempo,
engancharme con alguien en el bar que había visto a dos cuadras y
llegar a casa antes de que Kenny siquiera note la diferencia. Miré
hacia la puerta de nuevo, y entonces escuché la charla del grupo que
estaban recitando juntos su mantra, mientras cedían el control de
sus deseos a un poder superior y pedían a ese poder que les conceda
la fuerza para seguir adelante un día más.
Y entonces empezaron a dispersarse, mezclándose cerca de la
mesa de refrescos mientras yo estaba sentada y pegada a la silla y
tratando de averiguar cuál sería mi próximo movimiento. ¿Tendría
tiempo para ir a ese bar camino a casa, bajarme en la caseta del
baño y calmar las contorsiones y gritos de la bestia hambrienta
dentro de mí? La picazón en mi sangre era insoportable, y estaba a
punto de romper la puerta cuando una profunda voz masculina se
acercó a mi izquierda.
“Crema y dos de azúcar”, el dijo. “Nunca me equivoco, pero hay
una primera vez para todo”.
Miré arriba y por encima de mi hombro. El hombre del traje gris
estaba junto a mi silla. Sostenía dos humeantes tazas de espuma de
poliestireno, una de ellas extendida hacia mí.
Extendí la mano a regañadientes, tomando la taza de café.
“Crema y dos de azúcar”, asentí con la cabeza y me la llevé a los
labios. Un agridulce calor tocó mi paladar, y aunque no era
exactamente la más sabrosa taza de café que hubiera probado, su
don para adivinar mi preferencia me intrigó. “Es un gran talento ese
que tienes”.
“Soy muy sociable”, contestó. “Un vendedor, en realidad. Mi
trabajo es Mi
trabajo es saber lo que la gente necesita incluso antes de saber que
lo necesiten. Por desgracia no puedo controlar lo terrible que está
este café, pero espero que el gesto haya sido bien recibido”. Hizo una
pausa por un momento y luego me tendió la mano. “Nick”, dijo.
“______”.
El calor de su piel parecía intensificar el zumbido de un hambre
eléctrico a través de mi cuerpo, y aunque tenía que haber alguna
extraña conexión psicológica, el hecho de que él me recordó a mi
suegro hizo que la conexión se sintiera más fuerte.
Su sonrisa era casualmente seductora, un tigre sonriendo y
escondido entre las hojas oscuras de una selva peligrosa. Me
pregunté, cuando levanté la cabeza para mirarlo, ¿qué tan preciso
era su don en realidad? Podría sentir lo mucho que necesitaba ser
follada, o era yo en tan mal estado que estaba dispuesta a leer cada
signo como si fuera un posible vamos.
“Grace me dio un codazo en tu dirección, ha mencionado que
podrías estar buscando un patrocinador”.
“Un patrocinador”, asentí. “Claro, sigo siendo muy nueva para
todo esto. ¿Qué hace exactamente un patrocinador?”
“Te apoya en tiempos de necesidad, un oído cuando nadie más
parece entender por lo que estás pasando, un hombro…”
Tomé otro sorbo de café de mi taza, y mi cara debe haber
mostrado cuan amargo sabía, porque la sonrisa de Nick se
ensanchó y dio un paso atrás para mirar por encima del hombro
hacia el reloj de pared. “¿Te gustaría venir a sentarte a tomar una
taza de café conmigo? Hay un pequeño café a una cuadra de aquí”.
“No lo sé”. Internamente, quería más que sólo un café de Nick,
pero mi conciencia estaba todavía allí, bajo la superficie. “Se está
haciendo tarde, probablemente debería volver a casa”.
Nick asintió lentamente, la punta rosada de su lengua
lentamente humedeció su labio inferior. “Entiendo, no es fácil abrirse
a nivel personal. En primer lugar, el venir aquí fue probablemente
una de las cosas más difíciles que hayas hecho nunca. Te diré qué”,
empezó a decir, metiendo la mano en el bolsillo interior de la
chaqueta del traje. “Voy a darte mi tarjeta, y después de haber
tenido un par de días para pensar en todo, me llamas y podemos ir a
tomar un café”.
“Gracias”. Tomé la tarjeta y la sostuve en mi mano, los dedos
frotaban la cartulina lisa, la superficie elevada de su nombre. Eché un
vistazo a las letras, NICK HARDING. “Voy a pensarlo”.
“Bien”, asintió. “Espero oír de ti”.
No quería que se alejara, pero lo hizo. Quiero decir, realmente,
¿qué se supone que un adicto al sexo en recuperación le deba decir a
otro? Especialmente uno que obviamente había estado en
recuperación lo suficiente como para ser considerado un patrocinador
responsable. Dudaba que si le preguntara si quería follarme las cosas
irían bien. Me agaché para recoger mi bolso del suelo y me puse de
pie. Analicé la habitación por última vez, sin estar segura de si
alguna vez me dejaría volver, incluso si hacerlo significaba salvar mi
matrimonio. Una parte de mí ama demasiado la emoción como para
nunca dejarlo.
Me abrí paso a través de la desapercibida multitud y salí al aire de
la noche. La brisa refrescó mi piel enrojecida, acariciaba mi pelo
como la mano de un amante. Caminando hacia el estacionamiento, la
adicta dentro de mí quería volver corriendo al edificio y ceder a la
petición de Nick de ir a tomar un café. Quizás no era un muy buen
patrocinador… tal vez pueda convencerlo para que me diera lo que
necesitaba.
“Es un montón de mierda”. El sonido de esa voz me sobresaltó, y
casi se me cae el bolso en mi prisa por agarrarlo contra el pecho.
“Toda la cosa del grupo de reunión, es una pérdida de tiempo”.
La sombra que habló se apoyó en mi coche, y aunque no pude
distinguir ni decir si lo conocía del interior, cuando se paró en toda su
estatura, me di cuenta de que era increíblemente alto y desgarbado.
“¿Disculpe?”
“Las reuniones… son un desperdicio. He estado viniendo aquí
durante años y nunca me han hecho ni una maldita cosa buena”.
“Oh…” Di un tentativo paso hacia el auto, una parte de mí se
hallaba emocionada por la perspectiva de este extraño en la
oscuridad. “Ésta es mi primera vez”.
“Lo sé”, él asintió. “______”. Agregó. “______, cuyo esposo la hizo venir
aquí”.
“No recuerdo haberte visto adentro”.
Estaba a sólo unos metros de distancia de él, pero todavía se
encontraba envuelto en las sombras, el escaso resplandor naranja de
las luces de la calle y las luces de algunos coches apenas fueron
suficientes para iluminar sus características.
“Nunca nadie lo hace”, dijo. “Y me gusta de esa manera. Me
mantiene… honesto”.
“¿Cómo te llamas?”
“¿Importa?”
Ahora estaba a pocos centímetros del misterioso desconocido y
casi podía distinguir sus rasgos. Tenía los pómulos fuertes y una nariz larga, pelo negro y lacio que descansaba sobre sus hombros. Lo
vi encogerse de hombros y entonces se puso de pie y se alejó del
coche.
“Vamos a algún lugar”, dijo.
Una alarmada voz, cargada de culpa, fastidiaba en mi interior, una
voz que sólo recientemente había comenzado a escuchar.
Extendió su mano y agarró la mía dirigiéndome hacia él, mientras
se acercaba a la luz. Un par de impresionantes ojos verdes se
abalanzaron sobre mí, no sólo estaba dispuesta a complacer, sino
que silenciosamente comandaba mi bestia interior para responder al
llamado de la naturaleza.
“No debería”, protesté.
“Pero lo harás”.
¿Cómo era posible que supiera eso? Al menos que él fuera como
yo… alguien que entiende exactamente que se siente el necesitar
algo desesperadamente, sólo para que te sea negado. Sin mediar
palabra, lo seguí a través del estacionamiento hasta su auto,
sabiendo que deslizarme en el asiento del pasajero de un extraño era
un movimiento peligroso. Él me abrió la puerta y esperó a que
estuviera en el interior para cerrarla. Al menos el extraño era un
caballero.
Detrás del volante no me miró, hizo marcha atrás y giró a la
izquierda por el callejón. Evitó las principales calles de la ciudad, y
finalmente giró por una calle lateral que daba a una calle trasera. Sin
que las luces se derramaran en el interior, quitó su mano de la
palanca de cambios y la puso sobre mi muslo desnudo. Su palma era
cálida, ligeramente humedecida por el sudor de la ansiedad, que
calentaba mi piel fría mientras se movía lentamente hacia arriba y
me levantaba la falda a su paso.
Era difícil para él conducir con su mano llegando
desesperadamente entre mis muslos, por lo que atravesé el espacio
entre nosotros y rápidamente desabroché su cinturón. Giré y abrí el
primer botón de sus vaqueros y sentí como se levantaba su polla
contra mi mano mientras le bajaba la cremallera. Inhaló con los
dientes apretados mientras mi fría mano se envolvía alrededor del
caliente y rígido eje, y empecé a acariciarlo suavemente mientras
conducía.
El interior del coche era estrecho, de lo contrario me habría
inclinado y chupado su polla para mantenerlo queriendo más. En su
lugar, seguí acariciándolo, esperando como el infierno que él supiera
a dónde iba y que tuviera planes para llegar rápido allí. El suave
resplandor verde de las luces del tablero ofrecieron la iluminación
suficiente para ver su expresión facial, la excitación en sus ojos
creciendo, su boca apretada y luego jadeando mientras se deleitaba
con el tira y afloja constante de mi mano.
“Oh sí”, murmuró. “Apriétame, apriétame rápido y duro”.
Incluso con la cremallera hasta abajo era difícil tener acceso a su
longitud completa, cosa que me excitaba más de lo quisiera expresar
con palabras. Él era definitivamente proporcional para un hombre tan
alto. La entrepierna de mi ropa interior estaba húmeda y pegajosa
por la necesidad, si no se detenía pronto y me follaba, iba a volverme
loca.
Su propia necesidad debe haber sido más de lo que pudiera
soportar porque cuando estábamos a kilómetros de la civilización en
algún polvoriento camino de tierra, pisó los frenos y se estacionó
junto a un antiguo cementerio bajo a un dosel de árboles sin hojas.
Ni siquiera se abrochó los pantalones cuando salió del coche, y en el
instante en que me encontré con él en el parachoques delantero, me
agarró de la nuca y me barrió con un beso hambriento y poderoso.
Suave, húmeda, cálida… su lengua se deslizó y se puso rígida
contra la mía en una danza ritual tan primitiva que sólo los animales
pueden entender. Sus brazos se apretaron contra mi espalda, sus
dedos largos deslizándose por mi culo y agarrando el dobladillo de la
falda. Él la subió de un tirón casi violento y luego ubicó sus
antebrazos en las mejillas de mi culo para levantarme contra su
ingle. Incluso a través de mi ropa interior, podía sentir su dura polla
subiendo a mi encuentro, suplicando desgarrar más allá de la capa
fina de algodón que separaba nuestros cuerpos.
Me puso de espaldas contra el capó del coche, el metal caliente
calentaba mi piel contra el frío aire de la noche, entonces se posicionó entre mis piernas. Sus dedos ansiosos envolvieron el
elástico de mi ropa interior y de un rápido tirón los llevó a mis
rodillas y luego los dejó colgando de mis tobillos. Levantando mis
piernas alrededor de sus caderas, me subió sobre el capó y luego se
abalanzó sobre mí con tanta fuerza que sentí el aire abandonar mis
pulmones en un suspiro casi doloroso.
Palpando la abultada cabeza de su polla en mi resbaladizo
agujero, me acercó más, y en voz baja supliqué. “¡Fóllame!”
“Sí”, gruñó penetrando los suaves pliegues de mi hambriento
coño. “Estás tan húmeda”, me estiró y penetró profundamente.
Grité de felicidad, levantando mis caderas para tomarlo bien
profundo. Dios, se sentía increíble, entrando y saliendo, sus pesadas
bolas justo encima de mi culo con cada empuje impaciente. Estaba
goteando, mis jugos cubrían su saco y se esparcían en gotas frías
contra mi piel cada vez que él se movía contra mí.
Todo el miedo y la ansiedad que había acumulado en estos meses
se habían ido, y en ese momento me sentí viva de nuevo. Yendo al
encuentro de sus embestidas, era yo misma otra vez, la mujer que
siempre había sido, y que en el fondo siempre quise ser. En ese
momento no me importó si estaba mal, si estaba rompiendo la
promesa hecha a mi esposo, renunciando a todo lo que había jurado
poner en orden para salvar mi matrimonio. Esa polla extraña se
sentía tan bien en mi interior, la acariciaba, exprimiéndola con mis
músculos, y si acelerara el ritmo y me cogiera un poco más rápido no
me tomaría mucho tiempo llegar.
“Jódeme duro”, le supliqué. “Más rápido”.
Retrocedió rápidamente y golpeó con fuerza, mi culo rebotando en
el capó de su coche con la violencia de cada embestida. Bajo mi
blusa pude sentir mis pezones endurecerse a causa del frío y de la
emoción de lo que estaba haciendo. No sabía nada de este hombre,
ni siquiera su nombre. Él podría ser un asesino en serie por todo lo
que sé, pero eso sólo me excitaba más.
“¿Te gusta eso, putita sucia?” gruñó, golpeando y empujando
hasta el fondo y hacia arriba antes de enviar sus caderas hacia atrás
y empujar de nuevo. “Te gusta ser follada”.
“Amo ser follada”, grité.
Su pecho se aplastó contra el mío y cuando su barbilla raspó mi
mejilla me estremecí sintiendo escalofríos por todo mi cuerpo. “Voy a
joder tu culo hasta que grites”.
“¡Sí, jode mi culo! ¡Folla mi culo duramente!”
Se deslizó fuera de mí y me agarró por la camisa, maniobró de
manera violenta hasta que quedé boca abajo sobre el capó del coche.
Levantó bien alto mi trasero y tan pronto como sentí el pinchazo de
su cabeza dirigiéndose hacia mi culo, me apreté en ansiosa
anticipación. Estaba empapado con mis jugos, pero aún así él se
escupió los dedos y los untó en torno a mi agujero para lograr una
lubricación adicional. Hacía siglos que no tenía mi culo escariado, y
una vez que comenzó su camino empujando hacia esa caverna
apretada, mis ahogados gritos de emoción quedaron atrapados en mi
garganta.
Trabajó lentamente, cada pequeña presión aumentaba mi
felicidad. Ni siquiera podía recordar la última vez que había tenido
una polla tan grande en mi culo, pero se sentía bien. Facilitaba su
entrada con cada golpe hasta que me aflojé lo suficiente para que
realmente me jodiera, me agarré al limpiaparabrisas mientras
martillaba hacia dentro y hacia fuera. Mi mejilla estaba presionada
contra el metal frío, el gélido aire se precipitó contra mi piel, pero
nada fue suficiente para enfriar el fuego que ardía dentro de mí.
Cada vez que me llenaba hasta la empuñadura me estremecía y mis
mejillas rebotaban debido a la fuerza de sus caderas, y luego se echó
hacia atrás otra vez para otro Grand Slam.
Yo no pensaba en el grupo de adictos sexuales, o en mi promesa
para tratar de resolver cualquier problema sexual, que obviamente
tenía, pero sí pensé en mi marido. Destellos fugaces de sus tristes
ojos marrones surgieron en mi mente, estimulando suaves pulsos de
culpa que deberían haberme detenido. Por el contrario, parecía que
sólo me excitaba más, como si el saber lo que estaba perdiendo
fuera suficiente para hacerme llegar.
Con sus manos en mi cadera, sus largos dedos hábilmente
empezaron a hacerme cosquillas y a acariciar mi clítoris. Corcoveo
bajo su estimulación, la abrumadora y emocionante excitación se
construía en mi estómago y prometía explotar por todo mi cuerpo
como fuegos artificiales del Cuatro de Julio.
“Justo ahí”. Rogué. “Oh sí, justo ahí”.
El buceo de sus dedos, rivalizaba con la perforación de su polla en
mi culo y el cepillado de su pulgar bailaba deliciosamente a través de
mi hinchado clítoris. Cuando las ondas calientes de la liberación
comenzaron a atravesarme, tomó su ritmo, enviando a casa cada
orgasmo como un martillo, con poder y precisión.
“Me voy a correr”, dijo, su cuerpo tieso con el inicio de la
liberación. Con pequeños espasmos y bruscas sacudidas, salió de mi
culo y se pasó la mano alrededor para acariciarse a sí mismo hasta
que una caliente inundación de chorros de semen brotó de su
púrpura e hinchada cabeza. Él pintó mi culo desnudo y mis muslos
con su semilla, sacudiéndose y golpeándose a sí mismo hasta que el
último y largo chorro de semen roció mi piel.
Por un momento, se quedó detrás de mí recuperando el aliento,
su agotado pene todavía estaba medio duro en su mano. Me quedé
allí sobre el capó, disfrutando del lento retroceso de los escalofríos
del placer mientras bailaban sobre mi piel. Pronto, la culpa vendría,
pero por el momento me sentía increíble. Tan viva, un lento incendio
que arde lentamente en la cúspide de cada parpadeo, pero por el
momento lo único que importaba era ese fuego.
Nunca iba a superar, lo que sea que me llevó a hacer las cosas
que hice, no cuando la sensación era tan intensa. No cuando el sólo
pensamiento de las manos de un extraño por todo mi cuerpo me
enviaba a un cercano orgasmo.
Regresamos al estacionamiento en silencio, y mientras sentía la
culpa atravesarme, sólo me pregunté por instante qué estaría
pensando él. ¿Tendría una esposa en casa que nunca entendería lo
que había hecho, o la necesidad que lo obligó a buscar el contacto de
alguien, cualquiera, era que buscaba correrse? No le di las gracias ni
las buenas noches cuando salí de su auto y eché un vistazo alrededor
del estacionamiento. Había sólo un coche además del mío, y por un
momento me sentí aliviada de que no fuera mi marido viniendo a
averiguar qué me estaba tomando tanto tiempo para volver a casa.
Él se alejó, casi tan pronto como había cerrado la puerta, y
caminé con piernas temblorosas hasta mi coche, que me estaba
esperando. Oí el sonido de una puerta golpearse y eché una mirada
al otro lado de la calle, justo a tiempo para ver a alguien que salía
del edificio de la comunidad. Nick Harding se encontró con mi
mirada, y por un momento juré que lo sabía. Antes de que me
siguiera al estacionamiento con una completa ayuda de juicio, me
metí en el coche, lo arranqué y salí rápido del estacionamiento como
un murciélago salido del infierno.
El reloj del salpicadero marcaba las diez, de repente mi
imaginación hizo equipo con el miedo de que Kenny estaba en casa
caminando y en medio del conteo de todos los males que alguna vez
hubiera hecho para que él pudiera echármelos en cara en el
momento en que atravesara la puerta.
Pero cuando entré silenciosamente en la casa, lo vi dormitando en
el sofá, en la televisión pasaban un documental. Apenas levantó su
cabeza para sonreírme, haciendo un gesto con una mano hacia
nuestro hijo de dos años que dormía sobre su pecho.
“¿Un poco de ayuda, quizás?”
Asentí y en puntas de pie me metí en la sala, recogí al bebé y lo
abracé contra mi pecho, mientras lo llevaba de vuelta al pasillo para
ponerlo en su cama. Después de darle un beso en la frente, lo tapé
con la manta, y caminé lentamente a enfrentar las consecuencias
que seguramente me esperaban. Me paré al final del pasillo, no
queriendo acercarme mucho por miedo a que oliera mi pecado.
“¿Cómo te fue?” levantó una esperanzada ceja, y esos ojos
marrones que había imaginado juzgándome eran suaves, sólo con
una preocupación amorosa.
No lo merecía, y lo sabía, pero no podía dejarlo ir. No podría estar
sin él.
“Fue todo bien”, dije, asintiendo lentamente. “Fue un poco raro
supongo… pero estuvo bien”.
“¿Sí?”
Asentí nuevamente. “Sí”.
“¿Entonces piensas que volverás?”
Pensé en Nick Harding, no estando segura de que podría
enfrentar a un abstemio veterano sabiendo que él estaba al corriente
lo que había hecho, pero Kenny se veía tan dulce, tan lleno de
esperanza que lo menos que podía hacer por él en ese momento era
mentir. Lo entendería todo en la ducha, o en la mañana siguiente
una vez que hubiera dormido.
“Claro”, dije. “Volveré”.
“Bien”, casi se veía aliviado, como si hubiera esperado lo peor. Si
solo supiera, pensé…
“Voy a ducharme”, le dije. “Ese lugar se sentía sucio”.
“Ok”, él sonrió, realmente sonrió, y la culpa que no me permití
sentir mientras me follaban el culo en el capó del coche vino
corriendo hacia mí.
Pero sólo me alejé. Me encerré detrás de la seguridad de la puerta
del baño, me saqué la ropa y por un momento pensé en quemarla.
Sabía que no haría ninguna diferencia. No podría quemar lo que
había hecho.
A medida que me metí debajo de las perlas de vapor caliente,
apoyé la frente contra la pared de azulejos de la ducha y dejé que
mis pecados se fueran por el desagüe. No sabía si podría en realidad
regresar a ese lugar, enfrentar a esas personas, o potencialmente
correr hacia el extraño con el que había tenido relaciones sexuales
hacía menos de media hora.
Tengo mucho para pensar, mucho para procesar, y la mayor parte
de todo tenía que ver con cuánto de mí misma estaba dispuesta a
renunciar por el bien de la recuperación.
Fin