Una novia para el Italiano. (Joe&tu) (Adaptada)

Luego, Joseph le pidió disculpas a Jack porque la noticia de su compromiso hubiera
aparecido en los periódicos antes de que tuviera oportunidad de ir a pedirle oficialmente la mano
de su sobrina.

Fue un detalle brillante. Jack era un hombre anticuado con valores tradicionales.
Por la forma en que lo miraba, ______ supo que se sentía identificado con Joe, y no sólo no se
enfadó, sino que propuso que cenaran juntos para celebrarlo.

Suave como la seda, Joe le agradeció la invitación y lamentó tener que declinarla.
Al parecer tenía que estar de nuevo en Londres aquella misma noche para asistir a
una cena de negocios.

________ no sabía si lo de la cena era cierto, pero su tío entendió que estaba muy ocupado.

Y el golpe maestro del italiano fue ponerse de acuerdo con Jack para que se ocupara
de la finca mientras ________ estaba fuera, porque, desde luego, quería que ella
estuviera con él.

—Sé feliz, cariño —le dijo Jack a su sobrina antes de marcharse.

Cuando el coche de su tío se perdió de vista, lo último que sentía ________ era felicidad.
Trató de que Joe la soltara, pero sólo consiguió que la sujetara con más fuerza mientras
avanzaban hacia la casa. Aquel entorno tendría que haberle resultado cómodo y familiar,
pero no fue así. Joseph cerró la puerta y le quitó el brazo de los hombros. Como un gatito
asustado, _______ se alejó unos pasos y se volvió.

—Yo...

—Si me vas a decir otra mentira —interrumpió él—, te aconsejo que te quedes callada.


Chicas soy Fer una disculpa, le he dejado todo a Brisil, pero ya regresé, y que creen les traigo maratón! espero que lo disfruten, este es el final del capitulo 6

Capítulo 7


________ sintió que se le paraba el corazón. Otra vez era como estar mirando a un
completo desconocido: un desconocido alto, moreno, frío y furioso.

—En realidad, iba a pedirte disculpas por el malentendido con Jack.

—Me has engañado.

—De eso nada. Estabas tratando de sonsacarme información, y he cometido la estupidez
de gastar una broma sobre mi relación con Jack.

—No me refiero a eso, aunque sea imperdonable que uses a tu tío para tomarme el pelo.

—Entonces, ¿de qué hablas?

—De Nicholas, el italiano rompecorazones. Me has estado usando para vengarte de él.

—¡Eso no es cierto!

—No sólo es cierto, sino que eres la bruja más pérfida con la que he tenido la mala suerte
de toparme. No se trataba sólo de salvar el matrimonio de tu hermana. Querías que pagara
por los pecados que crees que cometió tu otro amante italiano.

—¡No! —gritó ella—. No soy tan mezquina. Los problemas de Elise ya son bastante serios
para que encima pretendas añadir una acusación tan delirante como ésa. Además, no te
pareces en nada a Nick. De hecho, no podría compararos ni aunque que quisiera.

—¿En la cama, por ejemplo? ¿Cerraste los ojos y te imaginaste que era a él a quien estabas
volviendo loco con tus
movimientos de caderas y esas deliciosas contracciones musculares?

—¡No! ¿Cómo te atreves? ¡Eso es un insulto intolerable!

—¿Y quién te enseñó a hacer el amor de esa manera? —preguntó Joseph, avanzando hacia ella—.
¿Cuántos hombres hacen falta para convertirse en una amante tan experimentada, amore?

—No estoy dispuesta a seguir escuchando esto.

Rachel se volvió hacia la puerta que llevaba al resto de la casa. Él se apresuró a
poner una mano en la puerta para mantenerla cerrada.

—Contesta la pregunta.

Ella se cruzó de brazos.

—Te encanta ponerte prepotente, ¿verdad?

—Tú contesta.

—¿Por qué no me dices primero cuántas mujeres han pasado por tu cama para
que te convirtieras en un amante tan fabuloso?

Rachel lo vio apretar los dientes y se burló de él.

—¿Qué pasa? ¿Quieres decirme que no es asunto mío?

—Tengo treinta y tres años, y tú veintitrés.

—¿Pretendes decir que los diez años de diferencia justifican una cantidad que
claramente no me quieres decir?

—Yo no rompo corazones.

Rachel soltó una carcajada tensa.

—Si rompieras corazones, ni te enterarías. A los hombres como tú no os importa la
fragilidad de los corazones cuando os metéis en la cama con alguien. Sólo os importa el sexo.

—Imagino que lo dirás por experiencia.

—Sí.

—¿Adquirida sobre todo con el tal Nicholas, que obtuvo de ti lo que quería y
pisoteó todo lo demás?

—¡Sí! ¿Ya estás contento? ¿Has conseguido la información que necesitabas? He
tenido dos amantes, los dos italianos y los dos con el cerebro entre las piernas.

________ no pudo reprimir el impulso y le lanzó un manotazo, aunque no entendía por
qué lo estaba haciendo. Apenas le rozó el bíceps, pero la dejó temblando y con una
sensación muy desagradable. Estaba llena de furia y resentimiento por la manera en que
Nicholas la había humillado. Quizá Joseph tuviera razón y hubiera accedido a seducirlo
para salvar el matrimonio de Elise porque inconscientemente quena vengarse de Nicholas.

—De modo que soy el chivo expiatorio —dijo él.

Ella tragó saliva; le estaba leyendo el pensamiento. Joseph se giró para apoyar los
hombros y la cabeza en la puerta.

—Dio, no me puedo creer que haya caído en esta trampa.

Ella quería creer que ella también había caído en la trampa.

—Prometí que no volvería a acercarme nunca a un italiano.

—Grazie. Ojalá hubieras mantenido tu promesa.

Ella se apartó, fue a la cocina y puso agua a hervir para hacer café. Aunque sabía
que en aquel momento no podía tragar nada, le había servido de excusa para poner
cierta distancia entre ellos. Se quitó la chaqueta y la dejó en el respaldo de una silla.

—¿Dónde lo conociste?

Ella se sobresaltó al oír la pregunta y se volvió para mirarlo.

—¿A quién?

Joseph ocupaba prácticamente todo el umbral. Seguía teniendo una expresión furiosa,
con la mandíbula tensa, los labios apretados y los ojos brillantes, y aun así resultaba muy
atractivo. Después entró en la cocina y se sentó a la mesa.

—A mi rival rompecorazones.

—En Italia. Yo estaba trabajando en una huerta de las afueras de Nápoles, y él vivía allí.
A la semana de conocerlo ya estaba viviendo en su casa. Me dijo que me quería y, como una
tonta, lo creí. Y cuando llegó el momento de que volviera a Inglaterra me dijo que se lo
había pasado muy bien conmigo, me dio las gracias, y ahí acabó todo.

—¿Y eso cuándo fue?

—El verano pasado.

Rachel sacó dos tazas, levantó la cafetera y la volvió a bajar cuando cayó en la cuenta de que
ni siquiera había pasado un año desde que Nick le había enseñado una lección sobre los
italianos que había prometido no olvidar. Pero allí estaba, emprendiendo una relación con otro
y amenazando con volver a cometer los mismos errores.

—Necesito hacer unas cosas antes de irme. ¿Puedes prepararte tu café?

Se marchó antes de que Joe pudiera decir nada. Él se dio cuenta de que otra vez se estaba
escapando asustada. Gruñó enfadado, se puso en pie y se acercó a la ventana. Una parte
de él le decía que fuera tras ella y le insistiera para que terminara de contarle toda la historia con
su otro amante italiano. Otra parte le decía que se subiera al coche y se alejara de aquel
embrollo antes de que las cosas se complicaran más.

Y ya eran bastante complicadas, porque Rachel podía estar embarazada.

—Dio —murmuró.

No recordaba que ninguna mujer le hubiera alterado la vida tanto como ella.
Y no necesitaba meterse en líos. Tenía muchas cosas más importantes que hacer que
estar allí preguntándose qué estaría haciendo ________ en la primera planta.
Ni Leo Savakis ni Elise Castle eran su problema. Su único problema era el posible
embarazo, y no necesitaba quedarse con ella hasta que se supiera qué había pasado.
Podía enterarse por teléfono.

Sin embargo, había algo muy intenso y profundo que le impedía marcharse: el deseo.
La atracción sexual por una rubia taimada con una melena rizada preciosa y la cara de
un ángel, que hacía el amor como la sirena más experimentada del mundo.

El otro italiano la había convertido en esa persona, le había enseñado a darle el máximo
placer a un hombre y después la había dejado como si sólo esperase de ella un estímulo
para su amor propio.

Y aquello era precisamente lo que lo estaba carcomiendo. Estaba acostumbrado a que lo
desearan por ser quien era. Estaba acostumbrado a ser el favorito de las mujeres. Con _______
estaba aprendiendo demasiado deprisa qué se sentía al ser la segunda alternativa en el
corazón y la mente de una mujer. Y no le gustaba; socavaba su orgullo y su suficiencia como
amante. Si necesitaba un pretexto para quedarse, allí lo tenía. Bajo ningún concepto
iba a aceptar ser el segundo de la lista y estaba decidido a hacer lo que fuera necesario para
reducir a su rival italiano a un mero recuerdo borroso y distante.

________ no hacía ningún ruido. Joseph levantó la vista al techo y se preguntó qué estaría
haciendo. Tal vez estuviera llorando por el rompecorazones.

Pero ella estaba sentada en la cama con el móvil en la mano, leyendo un mensaje de Elise.


Gracias por hacer esto por mí. Siempre te querré. Leo está loco de alegría con lo del niño.
Nos vamos a Florida de vacaciones. No podría ser más feliz. ¡Te manda sus mejores deseos!
Dile a J que agradezco su comprensión. ¡Diviértete jugando a la futura esposa del millonario!


________ no le veía la gracia al juego. Le parecía una forma absurda de perder varias
semanas de su vida. En caso de que siguiera teniendo un futuro marido con el que jugar.
Cabía la posibilidad de que Joe hubiera recuperado la cordura y hubiera huido mientras
ella estaba en su habitación. Se puso en pie y se asomó a la ventana que daba al patio.
El coche de Joe, un Ferrari, seguía allí. Lo primero que sintió fue alivio, y se dijo que era
por el bien de Elise, no por el suyo.

En aquel momento se abrió la puerta de la habitación. Se giró, y cuando vio la figura
imponente de Joseph en el umbral sintió que el deseo le encendía la piel, y supo el alivio
que sentía al ver que seguía allí no tenía nada que ver con Elise.

—Ciao —murmuró él con voz ronca.

—Ciao.

—¿Necesitas ayuda?

_________ frunció el ceño.

—¿Para qué?

—Para hacer la maleta.
Él entró y echó un vistazo a la habitación.

—Veo que no has empezado —observó, avanzando hacia ella—. Pero puede que se te
ocurra otra forma de pasar el resto de la tarde.

—No pienso...

—Buena idea. No pensemos. Esa cama pequeña parece el lugar perfecto para pasar un
par de horas sin pensar en nada salvo en esto...

La estrechó entre sus brazos y la besó. Nadie necesitaba pensar para hacer aquello.

—¿Por qué? —susurró ella—. Deberías...

—¿Rechazarte porque no dejas de mostrarme caras diferentes?

Le acarició los rizos como para recordarle uno de los tantos cambios a los que se refería,
pero ella estuvo a punto de ronronear como un gato. Él lo vio y se echó a reír antes de volver
a besarla. Fue uno de aquellos besos cautivadores, sabrosos y compulsivos. ________ s
e arqueó contra él, que le pasó las manos por la cintura para sentirle la curva de la espalda
durante unos segundos antes de apartarla.

—Me apasionas, nena, me llegas al alma. Cualquiera sabe por qué lo haces. Yo, desde luego, no.

—¿No soy tu tipo de mujer acostumbrado?

Él sacudió la cabeza.

—No te pareces a nada a lo que esté acostumbrado. Contestas, eres irreverente,
mientes y haces trampas sin inmutarte.

—¡No hago trampas!

—¿Y qué dirías de la mujer que conocí anoche con el pelo liso y el vestido de alta c

Le había tendido una trampa. Tenía razón.

—Pues ésta es la verdadera ______ —dijo dando un paso atrás—.
La de los rizos, los vaqueros y, si me das la oportunidad, la que constantemente
tiene tierra debajo de las uñas. No tengo madera de mujer fatal, Joseph.
Ni siquiera lo estaba haciendo bien anoche, sólo que no te diste cuenta porque
veías lo que estabas condicionado por lo que esperabas ver en una fiesta como ésa.

—Pero después sí que sabías lo que hacías. Dejaré lo de la mujer fatal para otro
momento si puedo tener más de lo que vino después.

Ella levantó la cabeza y lo miró con frialdad.

—¿Y la cara falsa que se supone que tengo que mostrar al mundo real?
¿Me la tengo que poner y sacar en función de lo que me pidas?

Para su sorpresa, él esbozó una sonrisa sensual.

—Creo que me gusta esa idea. Me quedaré con la Circe de rizos para mí solo,
mientras el resto del mundo se queda con la mujer fatal.

—Y con el anillo falso a juego con la relación falsa —señaló ella, antes de suspirar—.
No deberíamos estar haciendo esto.

—Ya es tarde para arrepentimientos, cara. Ya lo hemos hablado.
Los dos estamos metidos en esto hasta el cuello.

—Pero eso no incluye la parte del sexo.

—Sí, que lo incluye. Está aquí. Tenemos una química innegable.
Y dado que es el área donde de verdad me llegas al alma, forma parte del trato.

—¿Y si me niego?

Él soltó una carcajada burlona.

—Para eso tendrías que querer negarte, y no quieres.

Joseph bajó la cabeza para volver a jugar con sus labios.

—¿Quieres negarte? —preguntó, desafiándola para que fuera sincera.

Dado que tenía los labios ocupados con los besos y que ya le había metido l
as manos bajo la camiseta para acariciarlo, la única respuesta que pudo darle fue sacudir la cabeza.

—Entonces dilo para que pueda oírlo.

—Te deseo —susurró ella.

________ volvió a arquearse contra él deseando, necesitando, contacto corporal.

Él la tomó de la cintura y la apartó.

—Di mi nombre.

De repente, Nicholas volvía a interponerse entre ellos.

—Anoche no pensé en nadie más que en ti, Joe.

Él suspiró complacido y le devoró la boca con sus besos. Por fin le dejaba tener
lo que más deseaba: contacto con él, piel contra piel. Le recorrió el torso y la espalda
con las uñas al tiempo que se arqueaba para sentirlo más.

Joe se estremeció, se quitó la camiseta y, antes de volver a deleitarla con la boca,
le quitó la camiseta a ella también.

Se empezaron a explorar, desesperados, con las manos, la lengua y los labios.
Ninguno de los dos se dio cuenta de que estaban delante de la ventana. ________
estaba de espaldas al exterior; Joe, con los rayos del sol en la piel. Él le hundió los
dedos en el pelo y le echó la cabeza hacia atrás para arremeter a fondo con sus besos.

Hubo una sucesión de destellos y fogonazos. Abrumados por la ansiedad de la pasión,
no se dieron cuenta de que las explosiones de luz procedían de fuera de la ventana.

El paparazzi que les había seguido el rastro se escabulló por la entrada de vuelta a su
coche, aparcado en el camino. Estaba sonriendo muy satisfecho, mientras los dos amantes
seguían con lo que estaban haciendo.

________ le echó los brazos al cuello a Joseph mientras la levantaba para que pudiera
abrazarle la cintura con las piernas. La cama estaba a dos pasos, y la recostó en la manta
antes de agacharse para quitarle los vaqueros. Luego se enderezó y se empezó a desvestir.

—Dime qué deseas.

—A ti —susurró ella.

—¿Y quién soy?

—Joe, Joseph.

Le hizo repetir su nombre durante las largas horas que siguieron. Cuando salieron de
la finca, la intimidad se había transformado en algo que no se limitaba al sexo.

Llegaron al piso de Londres por la noche. Joe preparó la cena mientras ella sacaba la ropa
de la maleta. Comieron en el salón, sentados en la alfombra con la espalda apoyada en el
sofá y el televisor encendido.

Rachel trató de concentrarse en lo que estaba pasando en la pantalla, pero en realidad ya
estaba pensando en lo que iba a pasar después. Se dijo que aquello era una locura, que nada
de lo que estaba ocurriendo podía ser real y que debía de estar loca para dejar que la excitara tanto.

Joe se estiró para alcanzarle la copa de vino que había dejado en la mesita, la miró a los
ojos y se acercó para besarla. La copa volvió a la mesa, e hicieron el amor en la alfombra
entre platos de pasta a medio comer y con la televisión como fondo. Después, él la tomó
en brazos y la llevó a la cama.

—Los platos y las cosas... —murmuró ella adormilada.

—Shhh. Yo me ocupo.

Cuando Joseph volvió al dormitorio, ella estaba dormida. Se metió debajo del
edredón sin molestarla; no tenía fuerza para afrontar lo que iba a pasar si la
despertaba. Cerró los ojos. Quería dormir unas horas antes de tener que tomar
decisiones sobre cómo iban a abordar la situación. El sexo fantástico era una cosa,
pero seguía teniendo que lidiar con la realidad. Mentiras que se sustentaban en más
mentiras. Reprimió el impulso de suspirar y movió los hombros contra la almohada.
_________ se volvió en sueños para acurrucarse cerca de él y le puso una mano en el
pecho. Joseph bajó la vista, le miró los dedos finos y las uñas pintadas de rosa, y sintió
un ardor en la piel porque sabía lo que podían hacerle sentir.

Con mentiras o sin ellas, llevaba a ________ en la sangre. Una sirena de fantasía
capaz de desatar pasiones desenfrenadas. Volvió a cerrar los ojos y trató de conciliar
el sueño. Su último pensamiento consciente fue la satisfacción de saber que aquella
mujer valía la pérdida provisional de su libertad y el camino de falsedades que estaba
a punto de emprender. A menos que la madre naturaleza decidiera entrar en acción.
Se durmió con aquella idea.

El día siguiente llegó con nuevos problemas a los que enfrentarse. Joe había estado
tomando café en la cocina y tratando de poner su cabeza en orden mientras ________
seguía durmiendo, cuando llegó la asistenta y le plantó un periódico delante.

—He pensado que igual quería ver esto —murmuró avergonzada.

Le bastó con echar un vistazo a la fotografía para correr al dormitorio.

—Despierta, ________.

La sacudió suavemente y la vio surgir del edredón de una manera que nublaba los sentidos.

—Tenemos que hablar —dijo con seriedad.

Le dejó el periódico en el regazo y se quedó en silencio esperando a que lo viera.
Las fotos eran perturbadoramente eróticas, y ella se tapó la cara con las manos.

—Imagino que el que nos hayan retratado así servirá para acabar con cualquier sospecha
y para demostrar que somos lo que aparentamos, pero de ahora en adelante tendremos
que estar atentos a lo que hagamos o digamos, incluso cuando creamos que estamos
completamente solos.

—Esto sí que es vivir peligrosamente.

—Sí. Estoy acostumbrado, aunque no tanto como para sentir la necesidad de
esconderme detrás de una cortina —dijo él, sombrío—. Cabía esperar que entre tu
hermana Elise y tu hermano el paparazzi, conocieras todas las dificultades de ser una
celebridad.

_________ levantó la cabeza para mirarlo.

—¿Estás insinuando que también he montado esto?

—No. Sencillamente te aconsejo que aproveches lo que has aprendido de tus hermanos
y pienses con cuidado antes de hacer o decir nada.

—A mí me ha sonado más como una orden.

—Llámalo como quieras. Pero asume que no irás a ninguna parte sola.
Te pondré un guardaespaldas.

En aquel momento, _________ se dio cuenta de que estaba en un piso en Londres
sin nada que hacer. Elise y Mark estaban de viaje, y no conocía a nadie más en la ciudad.
Por la ropa que llevaba Joseph, era evidente que no se iba a quedar a hacerle compañía.

—Así que ahora soy tu prisionera además de tu...

Omitió el resto, pero los dos sabían lo que iba a decir.

—Nos afecta a los dos, cara. Yo tenía una vida y bastante libertad para vivirla hasta
que te abalanzaste sobre mí. Ahora te tengo a ti y tengo una cama, pero me he quedado
sin vida propia.

—Al menos puedes ir a trabajar.

—Es lo que hago durante el día.

—Pues tienes suerte.

Rachel le devolvió el periódico, se acurrucó de lado y se tapó hasta las orejas con el edredón.

—En ese caso —añadió—, me quedaré aquí, ya que es el único lugar en el que soy útil. Él se echó a reír.

—Piensa en esa maravillosa idea hasta que vuelva.

Acto seguido, Joseph se marchó. Cerró la puerta, cruzó el pasillo hasta el ascensor y
bajó al aparcamiento, donde lo esperaba Dino con la limusina. En cuanto se sentó en el asiento
trasero y encendió el portátil, le empezó a sonar el móvil y volvió a la vida real. Cuando terminó
con la cuarta llamada complicada del viaje, Dino estaba aparcando en la entrada del edificio Villani.
Se apeó del coche y entró en un entorno conocido.

—¡Enhorabuena, señor Villani!

—Lo felicito, señor.

Las felicitaciones resonaban desde todos los rincones. Dio por sentado que las sonrisas curiosas
se debían en su inmensa mayoría a las fotografías que habían aparecido en el periódico aquella mañana.
Él respondía con una sonrisa burlona, pero rígida. Cuando llegó a la última planta estaba harto.

—Enhorabuena, Joseph.

Su secretaria le dejó un montón de mensajes telefónicos en la mesa.

—¿Qué es eso? —preguntó con recelo.

—Felicitaciones e invitaciones. Me atrevería a aventurar que esto sólo es el principio.
Parece que la bella __________ y tú estaréis cenando fuera todas las noches durante meses.

Él se las devolvió.

—Lidia tú con ellos.

—¿Yo?

—Descarta lo que sea basura y ordena un poco el resto. Entonces les echaré un vistazo.

—¿Y no sería más apropiado que se encargara ________?

El recuerdo de la mujer que acababa de dejar en la cama le iluminó los ojos.

—No. Tiene cosas mejores que hacer —murmuró con sequedad.

Como ser su ninfa sexual personal.