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Tema: Re: La Promesa Fugaz (Joe&Tú) /Dramática/ Marzo 23rd 2012, 11:46
SIGUE mujer. Vamos.
rox Super Fan De Los JoBros!
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Tema: Re: La Promesa Fugaz (Joe&Tú) /Dramática/ Marzo 23rd 2012, 22:06
siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
SweetHeart(MarthaJonas14) Casada Con
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Tema: Re: La Promesa Fugaz (Joe&Tú) /Dramática/ Marzo 24th 2012, 20:47
Capítulo 17
Cuando se iniciaron los preparativos para bajar al foso donde estaba Joe, la alcoba de __________ estaba tan silenciosa como el resto del castillo Demari. –Da esto al guardia–dijo la joven, entregando a Joan una bota de vino–y dormirá toda la noche. Podríamos encender a su lado varios toneles de aceite sin que se enterara. –Eso es, más o menos, lo que ocurrirá cuando Lord Joe te vea a ti–murmuró la doncella. –¿No lo creías medio muerto? Ahora no hables más y haz lo que yo te diga. ¿Tienes todo preparado? –Sí. ¿Te sientes mejor?–Preguntó Joan, preocupada. __________ asintió, tragando saliva al recordar su reciente ataque de náuseas. –Si algo te queda en el estómago, lo perderás cuando entres en ese foso repugnante. __________pasó por alto el comentario. –Ahora vete y da el vino a ese hombre. Esperaré un rato antes de seguirte. Joan salió silenciosamente, arte que había aprendido en largos años de práctica. __________ esperó casi una hora, nerviosa. Mientras tanto se sujetó la caja de hierro al vientre y se pasó la prenda de tosca lana por la cabeza. Si alguien hubiera reparado en la sierva que caminaba en silencio por entre los caballeros dormidos, sólo habría visto a una mujer en avanzado estado de gravidez, con las manos apretadas a la parte baja de la espalda para sostener la carga del vientre. __________ tuvo ciertas dificultades para descender la escalera de piedra, sin barandilla, que llevaba al sótano. –¿Señora?–Sonó el susurro de Joan. –Sí.– __________ avanzó hacia la única vela que Joan sostenía.–¿El hombre duerme? –Sí. ¿No oye sus ronquidos? –No oigo nada más que el palpitar de mi corazón. Deja esa vela y ayúdame a desatar esta caja. Joan se puso de rodillas, mientras su ama se recogía las faldas hasta la cintura. –¿Para qué querías la caja?–Preguntó la doncella. –Para guardar la comida de modo que no la tocaran las... las ratas. Joan se estremeció, mientras sus manos frías forcejeaban con los nudos del cuero crudo. –No son sólo ratas lo que hay allá abajo. Señora mía, por favor, aún estás a tiempo para cambiar de idea. –¿Te estás ofreciendo a bajar en mi lugar? La respuesta de Joan fue una exclamación de horror. –En ese caso, calla. Piensa en Joe, forzado a vivir allí. Cuando las dos mujeres tiraron de la trampilla, el aire viciado que surgió del pozo les hizo apartar la cara. –¡Joe!–Llamó __________–. ¿Estás ahí? No hubo respuesta. –Dame la vela. Joan entregó el candelabro a su ama y apartó la vista. No quería volver a mirar dentro del foso. __________ revisó el agujero negro a la luz del candelabro. Se había preparado para lo peor y no fue en vano. Sin embargo, Joan se había equivocado al apreciar el fondo, había algún rincón seco, al menos relativamente hablando. El suelo de tierra estaba inclinado, de modo que en un rincón había sólo barro y no agua viscosa. Tan sólo la mirada fulminante que se elevó hacia ella le reveló que la silueta acurrucada en aquel lugar estaba viva. –Dame la escalerilla, Joan; cuando haya llegado al fondo, envíame el banco primero; después, la comida y el vino. ¿Has comprendido? –Este lugar no me gusta. –Tampoco a mí. Para __________ no fue fácil descender por esa escalerilla al infierno. Ni siquiera se atrevía a mirar hacia abajo. No había necesidad de ver lo que había allá abajo: se lo percibía por el olor y el ruido de movimientos deslizantes. Puso la vela en una piedra saliente de la pared, pero no miró a Joe. Sabía que estaba forcejeando por incorporarse. –El banco–ordenó, mirando hacia arriba. No fue fácil maniobrar para que aquel pesado mueble descendiera por la escalerilla; a Joan se le estarían descoyuntando los brazos. Costó menos instalarlo contra la pared, junto a Joe. Después vino la caja de comida, seguida por una gran bota de vino. –Listo–dijo mientras depositaba los alimentos en el borde del banco. Y dio un paso hacia su marido. Entonces comprendió por qué Joan lo consideraba medio muerto. Estaba enflaquecido hasta los huesos; sus altos pómulos tenían el filo de una navaja. –Joe–dijo en voz baja. Y le alargó una mano con la palma hacia arriba. Él movió la mano flaca y sucia hasta tocarla, como si esperara verla desaparecer. Al sentir aquella carne caliente contra la suya volvió a mirarla, sorprendido. –__________. El nombre sonó áspero, como si él hubiera enronquecido por no hablar y por tener la garganta reseca. La muchacha le tomó la mano con firmeza y lo obligó a sentarse en el banco. Luego le llevó la bota de vino a los labios. Pasó un rato antes de que él comprendiera que debía beber. –Despacio–indicó ella, al ver que bebía a grandes tragos el líquido denso y dulzón. Apartó la bota y tomó un frasco de la caja. Le dio a cucharadas el guisado espeso que contenía. La carne y las hortalizas habían sido recocidas hasta convertirse en una pasta fácil de masticar. Después de algunos bocados, él volvió a reclinarse contra la pared con los ojos cerrados por el cansancio. –Hacía mucho tiempo que no comía. Uno no aprecia lo que tiene hasta que lo pierde.–Descansó un momento; después volvió a incorporarse para mirar a su mujer.–¿A qué has venido? –A traerte comida. –No es eso lo que pregunto. ¿Por qué estás en la casa de Demari? –Tienes que comer en vez de hablar, Joe. Si sigues comiendo te lo contaré todo. Y le dio un trozo de pan oscuro mojado en el guiso. Una vez más, él dedicó su atención a la comida. –¿Mis hombres están arriba?–Preguntó con la boca llena–. Tal vez haya olvidado cómo se camina, pero cuando haya comido un poco más tendré alguna fuerza. Han hecho mal al enviarte a ti. __________ no había calculado que Joe, en su presencia, se creyera libre. –No–dijo, parpadeando para contener las lágrimas–. Todavía no puedo sacarte de aquí. –¿Todavía?–Él levantó la vista–. ¿Qué dices? –Estoy sola, Joe. Tus hombres no están arriba. Todavía sigues cautivo de Walter Demari, al igual que mi madre y ahora también John Bassett. Él dejó de comer, con la mano suspendida sobre el frasco. De pronto, como ella no dijera nada, continuó masticando. –Cuéntame todo–dijo simplemente. –John Bassett me dijo que Demari te había capturado y que no hallaba modo de rescatarte, como no fuera poniendo sitio al castillo. __________ talló, como si así terminara la historia. –¿Por eso has venido? ¿Con idea de salvarme? La miraba con ojos hundidos, ardorosos. –Joe... –Y dime, por favor, ¿qué esperabas conseguir? ¿Pensabas desenvainar una espada y ordenar mi liberación? Ella apretó los dientes. –Haré degollar a John por esto. –Es lo que él dijo–murmuró la joven. –¿Qué? –John dijo que te enfurecerías. –¿Enfurecerme?–Protestó Joe–. Mis fincas sin guardias, mis hombres sin jefe, mi mujer prisionera de un loco. ¿Y dices que me enfurezco? No, mujer, no. Estoy mucho más que enfurecido. __________ irguió la espalda, tensa. –No había otra solución. En un sitio habrías muerto. –En un sitio sí–replicó él, furioso–, pero hay otras maneras de tomar este castillo. –Pero John dijo que... –¡John! John es un simple caballero, no un jefe. Su padre siguió al mío como él me sigue a mí. Debió haber recurrido a Miles, hasta al mismo Kevin, pese a su pierna fracturada. Cuando lo vea, lo mataré. –No, Joe, no es culpa de él. Le dije que, si no me traía él, vendría sola. La luz de la vela daba fulgor a sus ojos. La capucha de lana había caído, dejando el cabello al descubierto. –Había olvidado lo bella que eres–dijo él en voz baja–. No sigamos riñendo. No podemos alterar lo que está hecho. Dime qué pasa allá arriba. Ella le contó cómo había conseguido mejor alojamiento para su madre y de qué modo había condenado a John a terminar prisionero. –Pero es mejor así–continuó–; él no me habría dejado venir. –Ojalá hubiera estado él para impedírtelo. No deberías estar aquí, __________ –¡Es que tenía que traerte comida!–Protestó ella. Joe la miró con un suspiro. Después esbozó una sonrisa. –Compadezco al pobre John por verse obligado a tratar contigo. Ella puso cara de sorpresa. –Lo mismo dijo él de ti. ¿Tan mal he hecho? –Sí–respondió Joe francamente–. Has puesto en peligro a mayor número de personas, y eso dificultará ahora cualquier rescate. Ella se miró las manos. –Anda, mírame a los ojos. Hace mucho tiempo que no veo nada bonito, ni siquiera limpio. Joe le entregó el frasco vacío. –Te he traído más comida en una caja metálica. –Y un banco–observó él, meneando la cabeza–. __________, los hombres de Demari se darán cuenta de quién ha enviado estas cosas en cuanto las vean. Tienes que llevártelas. –¡No! Las necesitas. Él la miró con fijeza. No había hecho sino quejarse de ella. –Gracias, _________________–susurró. Levantó la mano como para tocarle la mejilla, pero la detuvo en el aire. Ella pensó que se negaba a tocarla. –¿Estás enfadado conmigo? –No quiero ensuciarte. Estoy demasiado sucio. Siento que me caminan cosas por la piel. Y tú estás demasiado cerca. __________ le tomó la mano y se la llevó a la mejilla. –Joan dijo que estabas apenas vivo, pero también dijo que habías levantado hacia el guardia una mirada desafiante. Si aún podías odiar no estabas tan cerca de la muerte. Se inclinó hacia él, que le rozó los labios con los suyos. __________ tuvo que conformarse con eso: él se negó a contaminarla más. –Escúchame, __________. Es preciso que me obedezcas. No toleraré desobediencias, ¿comprendes? No soy John Bassett, a quien puedes manejar con el dedo meñique. Y si me desobedeces, el precio será de muchas vidas, sin duda. ¿Has entendido? –Sí–asintió ella, deseosa de recibir indicaciones. –Antes de que me apresaran, Odo logró partir en busca de Nick, en Escocia. –¿Tu hermano? –Sí, aunque no lo conoces. Se enterará de todo lo que Demari ha hecho y acudirá de inmediato. Es un guerrero experimentado y estos viejos muros no resistirán mucho tiempo ante él. Pero tardará varios días en llegar desde Escocia... aun si el mensajero logra hallarlo enseguida. –¿Y qué debo hacer? –Deberías haberte quedado en casa, bordando–replicó él, disgustado–. Así habríamos tenido tiempo. Ahora debes conseguir tiempo para que actuemos. No accedas a nada de lo que Demari proponga. Conversa con él de cosas de mujeres, pero no de tus propiedades ni de la anulación de nuestro casamiento. –Me cree medio tonta. –¡Dios nos proteja de tontas como tú! Ahora debes irte. Ella se levantó. –Mañana te traeré más comida. –¡No! Envía a Joan. Nadie reparará en esa gata que pasa de una cama a otra. –Pero vendré disfrazada. –¿Quién tiene una cabellera como la tuya, __________? Si se te escapa una sola hebra se te reconocerá de inmediato. Y si te reconocen, no habrá motivo para retenernos vivos a los prisioneros. Demari tiene que pensar que aceptarás sus planes. Ahora vete y obedéceme, por una vez en la vida. Ella hizo un gesto de asentimiento y se volvió hacia la escalerilla. –__________–susurró él–, ¿me besarías otra vez? Ella sonrió con alegría. Antes de que Joe pudiera impedírselo, le rodeó la cintura con los brazos y lo estrechó contra sí. Los cambios por él sufridos, su enflaquecimiento, eran perceptibles. –He tenido miedo, Joe–confesó. El joven le levantó la barbilla. –Tienes más valor que diez hombres juntos–la besó con ansias–. Ahora vete y no vuelvas. __________ subió la escalerilla casi a la carrera para salir de aquel oscuro sótano.
Perdón por haber tardado en subir. Lo que pasa es que como vamos a salir de vacaciones 2 semanas, los profes nos están torturando con DEMASIADA TAREA. Tanto que tendré que dormirme tarde para acabarla toda. Pero les prometo que pronto haré una maratón en mis novelas (Está y Riquísimo). Deben saber que mis maratones son de 4 caps a 8... Según mi estado de animo y tiempo. Así que chicas, creo que es un merecido regalo por haberme esperado y por esperarme... ya que posiblemente lo suba en unos de los días de subir cap. Cuidense. Las quiero
- Galletas&Leche - Casada Con
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Tema: Re: La Promesa Fugaz (Joe&Tú) /Dramática/ Marzo 24th 2012, 21:06
¡Tu me emocionas! Dios Mio. ¿Sabes que me he quedado esperando este capitulo, a pesar de los '¡Vete a estudiar y apaga esa computadora' de mi madre? Vaya que si, eh. Jajaja, ¡Ya quiero esa maratón, eh! ¡La anhelo!
–__________–susurró él–, ¿me besarías otra vez? Ella sonrió con alegría. Antes de que Joe pudiera impedírselo, le rodeó la cintura con los brazos y lo estrechó contra sí.
Ow, eso me mató, ¡Me hizo llorar Martha! De verdad, fué taaaaaan lindo. Jaja, siguela pronto, eh. Bye.
IrennIsDreaMy Casada Con
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Tema: Re: La Promesa Fugaz (Joe&Tú) /Dramática/ Marzo 25th 2012, 07:31
no sabes como extrañaba tu nove y cuando he leido maraton casi me muero de las ganas siguelaa y espero que disfrutes tu viaje
HistoriaDeUnAmor Me Gustan Los Jonas!
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Tema: Re: La Promesa Fugaz (Joe&Tú) /Dramática/ Marzo 25th 2012, 11:24
:omg: amooo tu nove,tucap,tu inspiracion, todooo!! nos prometes maraton!! vale la pena esperar por capis asii!! siguelaa
rox Super Fan De Los JoBros!
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Tema: Re: La Promesa Fugaz (Joe&Tú) /Dramática/ Marzo 25th 2012, 22:27
siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaa muy bueno el cap sube pronto la maraton amoooo tu nove =D
HistoriaDeUnAmor Me Gustan Los Jonas!
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Tema: Re: La Promesa Fugaz (Joe&Tú) /Dramática/ Marzo 27th 2012, 11:05
siguelaaaaaaaaaa pplissss
rox Super Fan De Los JoBros!
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Tema: Re: La Promesa Fugaz (Joe&Tú) /Dramática/ Marzo 27th 2012, 22:15
siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
SweetHeart(MarthaJonas14) Casada Con
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Tema: Re: La Promesa Fugaz (Joe&Tú) /Dramática/ Marzo 29th 2012, 21:58
Capítulo 18
En medio del silencio del castillo, Arthur se permitió, por fin, un estallido de furia. Sabía que era preciso dominar su carácter, pero había visto demasiado en un solo día. –¡Eres un tonto!–Dijo con una mueca despectiva–. ¡Esa mujer te pulsa como un músico magistral a su salterio y tú no te das cuenta! –No te sobrepases–advirtió Walter. –¡Pues alguien debe hablar! Tú estás tan ciego por ella que te dejarías clavar un puñal entre las costillas y sólo murmurarías “¡Gracias!”. Walter hundió súbitamente la vista en su copa de cerveza. –Es una mujer dulce y adorable–murmuró. –¡Dulce! ¡Bah! ¡Dulce como un limón! Lleva tres días aquí y ¿cuánto has progresado en tus negociaciones para la anulación del matrimonio? ¿Qué dice ella cuando tú se lo pides?–No le dio tiempo a responder.–Esa mujer se vuelve sorda cuando le conviene. A veces, se limita a mirar con una sonrisa cuando le estás haciendo una pregunta. Se diría que es sordomuda. Y tú, en vez de presionarla, la miras con otra sonrisa estúpida. –Es bella–dijo Walter por defenderla. –Es tentadora, sí–reconoció Arthur. Y sonrió para sus adentros. _________ Jonas empezaba a agitarle la sangre, en verdad, aunque no de la manera santa que afectaba a Walter–. Pero ¿qué se logra con su belleza, si tú no estás más cerca del objetivo que cuando ella llegó? Walter plantó su copa en la mesa. –¡Es una mujer, diablos, no un hombre con quien se pueda razonar! Es preciso cortejarla, conquistarla. A las mujeres se las ama. Además, recuerda a su padre y a ese villano marido con quien la casaron. La han asustado. –¡Que la han asustado!–Bufó Arthur–. En mi vida he visto a mujer menos asustada. Una mujer asustada se habría quedado en su casa y en su cama, tras las murallas de su castillo. Esta, en cambio, viene a caballo hasta nuestras puertas y... –¡Y no pide nada!–Apuntó Walter, triunfal–. Sólo pide mejor alojamiento para su madre, algo muy simple. Pasa sus días conmigo y me ofrece una compañía agradable. Ni siquiera ha preguntado por la suerte de su marido. Eso te demuestra que no se interesa por él. –No estoy tan seguro–observó Arthur, pensativo–. No me parece natural que se interese tan poco por él. –¡Te digo que lo odia! No sé por qué no lo matas para terminar con el asunto. Me casaría con ella junto al cadáver de ese hombre, si el sacerdote lo permitiera. –¡Y el rey se te echaría a ti encima! Es una mujer rica. Su padre tenía el derecho de entregarla a un hombre, pero él ha muerto. Ahora sólo el rey tiene ese derecho. En cuanto el marido muera, ella se convertirá en pupila del rey; el producto de sus fincas es ingreso real. ¿Crees tú que el rey Enrique entregaría a una viuda rica al hombre que torturó y mató a su marido? Y si tú la tomaras sin permiso, lo encolerizarías más aún. Lo he dicho una y otra vez: no hay otra solución que llevarla ante el rey para que pida públicamente ser liberada de sus vínculos matrimoniales y entregada a ti. El rey Enrique, que ama a la reina, se dejará conmover por esos sentimentalismos. –En ese caso, estoy procediendo con corrección–insistió Walter–. Hago que la mujer me ame. Le veo el amor en los ojos cuando me mira. –Repito que eres tonto; no ves sino lo que deseas ver. No estoy seguro de que ella no esté planeando algo. Una fuga, tal vez. –¿Fugarse de mí, que no la retengo cautiva? Está en libertad de ir adonde quiera. Arthur miró a aquel hombre con asco. No sólo era tonto, sino también imbécil. Por su parte, si no se andaba con cautela, vería sus cuidadosos planes destruidos por una diosa de ojos dorados. –¿Dices que odia a su marido? –Sí. Lo sé de seguro. –¿Tienes pruebas de eso, aparte del chismorreo de los Sirvientes? –Nunca lo menciona. –Tal vez lo ama tanto que le duele mencionarlo–apuntó Arthur, burlón–. Quizá convenga poner a prueba ese odio. Walter vaciló. –Al parecer, ya no estás tan seguro de ella. –¡Lo estoy! ¿Qué planeas? –Sacaremos a su marido del foso y lo pondremos ante ella, para observar sus reacciones. ¿Gritará de horror al verlo como debe de estar a estas horas? ¿O se alegrará de verlo así torturado? –Se alegrará–aseguró Walter. –Esperemos que tengas razón. Pero no lo creo así.
Las habitaciones que _________ había conseguido para Lady Helen eran espaciosas, aireadas y más limpias. Una fuerte mampara de madera, clavada a las paredes del tercer piso, creaba un aposento separado del resto del castillo, protegido por una puerta de roble que medía diez centímetros de espesor. Los muebles eran escasos. Una cama grande con doseles de hilo pesado ocupaba un rincón. Al otro lado de la alcoba había un jergón de paja. Dos personas sentadas junto al brasero encendido inclinaban las cabezas sobre un tablero de ajedrez colocado encima de una mesita baja. –¡Ganas otra vez!–Exclamó John Bassett, atónito. Helen le sonrió. –Pues tú pareces complacido. –En efecto. Al menos no me he aburrido en estos días. En el tiempo transcurrido desde que estaban juntos, John había visto muchos cambios en ella. Había aumentado de peso y sus mejillas estaban perdiendo la oquedad. Además, se mostraba más relajada en presencia de él. Ya no desviaba la vista de lado a lado. En realidad, rara vez apartaba los ojos de su compañero. –¿Crees que mi hija está bien?–Preguntó Helen, volviendo las piezas a sus posiciones originales. –Sólo puedo adivinar. Creo que, si hubiera sufrido algún daño, lo sabríamos. No creo que Demari perdiera mucho tiempo en hacernos seguir el mismo destino. Helen asintió. La dura franqueza de John le resultaba refrescante después de haber pasado tanto tiempo entre mentiras. No había vuelto a ver a _________ desde aquella primera noche. De no haber sido por la serenidad de su compañero, habría enfermado de preocupación. –¿Jugamos otra partida?–Preguntó. –No. Necesito un descanso a tus ataques. –Es tarde. Tal vez...–comenzó ella, renuente a acostarse y abandonar aquella grata compañía. –¿Quieres sentarte a mi lado un momento?–preguntó él, levantándose para atizar las brasas. –Sí–sonrió ella. Era la parte del día que más le gustaba: el hecho de que John la llevara de un lado a otro en sus fuertes brazos. Estaba segura de que su tobillo había curado, pero él no hacía preguntas y Helen prefería no mencionarlo. John miró la cabeza apoyada en su hombro. –Día a día te pareces más a tu hija–comentó mientras la llevaba a una silla más próxima al fuego–. No es difícil ver de dónde ha salido ella tan bonita. Helen no respondió; se limitó a sonreír contra aquel hombro, disfrutando de su fuerza. Apenas John la había depositado en la silla cuando la puerta se abrió de par en par. –¡Madre!–Exclamó _________, corriendo a los brazos abiertos de Helen. –Estaba preocupada por ti–dijo la madre, ansiosa–.¿Dónde te tenían? ¿Te han hecho daño? –¿Qué noticias hay?–Interrumpió la voz grave de John. _________________ se desprendió de su madre. –No, no he sufrido daño alguno. No podía venir por falta de tiempo, Walter Demari me tiene ocupada en todo momento. Cuando menciono que quiero visitarte, busca algún lugar para llevarme–se sentó en un banquillo que John le ofrecía–. En cuanto a noticias, he visto a Joe. Ni John ni Helen abrieron la boca. –Lo tienen en un agujero, debajo del sótano. Es un sitio hediondo. No vivirá mucho tiempo allí. He ido a verlo y... –¿Has entrado en ese foso?–preguntó Helen, atónita–. ¡Estando embarazada! ¡Has puesto en peligro al niño! –¡Silencio!–Ordenó John–. Deja que nos cuente cómo está Lord Joe. _________ miró a su madre, que solía acobardarse ante el tono duro de cualquier hombre. Helen se limitó a obedecer sin muestras de miedo. –Se enfureció conmigo por haber venido y dijo que ya había dispuesto el rescate. Ha mandado por su hermano Nick. –¿Por Lord Nick?–Exclamó John, sonriendo–. Ah, sí. Si resistimos hasta su llegada, estaremos salvados. Sabe dar batalla. –Es lo que dijo Joe; que entretenga a Demari tanto tiempo como pueda, a fin de que Nick pueda llegar con sus hombres. –¿Qué más dijo Lord Joe? –Muy poca cosa. Pasó casi todo el tiempo haciendo la lista de mis errores–repuso la muchacha, disgustada. –¿Y puedes entretener a Demari guardando distancias?–Inquirió Helen. _________ suspiró. –No es fácil Si me toca la muñeca, desliza la mano hasta el codo. Si la cintura, sube hasta las costillas. No respeto a ese hombre. Si fuera capaz de sentarse a conversar razonablemente, le entregaría la mitad de las tierras de _________ (TA) a cambio de nuestra libertad. Pero me ofrece guirnaldas de margaritas y poemas de amor. A veces siento ganas de gritar de frustración. –¿Y Sir Arthur?–Preguntó John–. No lo imagino haciendo guirnaldas de margaritas. –No. Él se limita a observarme. No puedo escapar de su mirada. Tengo la sensación de que planea algo, pero no sé qué. –Será lo peor, sin duda–afirmó John–. ¡Cómo lamento no poder ayudar! –Por el momento no necesito ayuda. Sólo queda esperar a que llegue Nick para negociar o combatir. Entonces hablaré con él –¿Hablar?–John arqueó una ceja.–Nick no es muy dado a discutir sus planes de batalla con las mujeres. Se oyó un toque a la puerta. –Tengo que irme, Joan me espera. No sé si conviene que Demari sepa de mi presencia aquí. – _________...–Helen sujetó a su hija por el brazo.–¿Te cuidas bien? –Cuanto puedo. Estoy cansada... nada más–y besó a su madre en la mejilla–. Tengo que irme. Cuando John y Helen estuvieron solos, él dijo con severidad:–No llores. Con eso no se arregla nada. –Lo sé–reconoció la mujer–. Es que ella está muy sola. Siempre ha estado sola. –¿Y tú? ¿Acaso no has estado siempre sola? –Yo no importo. Soy vieja. John la aferró duramente por los brazos y la levantó hacia él. –¡No eres vieja!–Exclamó con apasionamiento. Y la besó. Helen no había sido besada más que por su marido, en los primeros días de su matrimonio, y el escalofrío que le corrió por la espalda la llenó de sorpresa. Respondió al beso rodeando el cuello de John con los brazos para atraerlo más hacia sí. Él le besó la mejilla y el cuello, con el corazón palpitante. –Es tarde–susurró. La alzó en brazos para llevarla a la cama. Todas las noches le ayudaba a desabotonar el sencillo vestido, puesto que Helen no tenía doncella. Se mostraba siempre respetuoso y desviaba la vista cuando ella se acostaba. En esta ocasión la puso de pie junto a la cama y se volvió para alejarse. –John–pronunció ella–, ¿no me vas a ayudar con los botones? Él se volvió a mirarla, con los ojos oscurecidos por la pasión. –Esta noche no. Si te ayudara a desvestirte, no subirías sola a esa cama. Helen lo miró con fijeza. La sangre le palpitaba en todo el cuerpo. Sus experiencias amorosas habían sido de brutalidad, pero al observar a John comprendió que con él sería diferente. ¿Cómo sería acurrucarse feliz entre los brazos de un hombre? Cuando habló, apenas pudo oír su propia voz. –Aun así, necesito ayuda. John se acercó. –¿Estás segura? Eres una dama. Yo, sólo el vasallo de tu yerno. –Has llegado a serme muy importante, John Bassett. Ahora quiero que lo seas todo para mí. Él le tocó la capucha que le cubría la frente y se la quitó. –Ven, entonces–sonrió–. Deja que me encargue de esos botones. Pese a la valerosa expresión de Helen, John le inspiraba un poco de miedo. Había llegado a amarlo en los últimos días y deseaba darle algo. No tenía nada que ofrecer, aparte de su cuerpo, y se entregaba como una mártir. Sabía que los hombres recibían gran placer de la cópula, aunque para ella fuera sólo algo rápido y bastante sucio. No tenía idea de que pudiera resultar otra cosa. Le sorprendió que John se tomara tiempo para desvestirla. Esperaba que le arrojara las faldas por encima de la cabeza para terminar de una vez con aquello, pero él parecía disfrutar tocándola. Sus dedos le recorrieron las costillas, provocándole pequeños escalofríos. La miraba, sonriéndole con calidez, como si su cuerpo le gustara. Después le cubrió los pechos con las manos y Helen ahogó una exclamación de placer. Volvió a besarla, en tanto ella, con los ojos abiertos, descubría la maravilla. Esa suavidad le descargaba oleadas de deleite por todo el cuerpo. Cerró los ojos y se recostó contra él, ciñéndolo con los brazos. Nunca antes había sentido esas cosas. John la apartó para comenzar a desvestirse. El corazón de Helen parecía desbocado. –Yo lo haré–se oyó decir, asombrada por su propia audacia. John le sonrió con la misma expresión que ella sentía, pasión desatada. Era la primera vez que Helen desvestía a un hombre, exceptuando a los visitantes a quienes ayudaba a bañar. El cuerpo de John era fuerte y musculoso; ella le tocaba la piel cada vez que una prenda caía al suelo. Le rozó el brazo con los pechos y pequeñas chispas le recorrieron el cuerpo. Una vez desnudo, John levantó a Helen y la depositó cuidadosamente en la cama. Ella experimentó un momento de pena al pensar que ya terminaban los goces y empezaba el dolor, pero él le levantó un pie y lo apoyó en su propio regazo. Desató la liga y le quitó la media, besándole cada centímetro de piel. Cuando hubo llegado a la punta del pie, Helen ya no resistía más. Su cuerpo lo pedía a gritos. John rió guturalmente y le apartó las manos ansiosas. Pasó una eternidad antes de que él le quitara a besos la otra media. Helen se recostó contra las almohadas, debilitada. Cuando John la besó, ella le hundió las manos en los hombros. Pero la tortura no había terminado. Él se dedicó a trabajar sobre sus pechos con la lengua y los dientes, mordisqueando las puntas rosadas y duras. Helen gimió, sacudiendo la cabeza. John tendió lentamente una pierna sobre ella. Después, todo su peso. ¡Qué agradable resultaba! ¡Qué fuerte y pesado era! En la penetración Helen gritó, sintiendo que era una virgen en cuestiones de placer: si su esposo la había utilizado, John le hacia el amor. Su pasión fue tan fiera como la de John. Culminaron juntes en una tremenda explosión. Él la estrechó contra sí, sujetándola con un brazo y una pierna, como si temiera verla escapar. Helen se acurrucó a su lado. Habría querido deslizarse dentro de su piel. Su cuerpo comenzaba a relajarse, en el delicioso placer posterior a una noche de amor. Se quedó dormida con la suave respiración de John en el oído y en el cuello.
_________, sentada a la mesa entre Walter y Arthur, mordisqueaba la comida mal preparada sin poder tragarla. Aunque hubieran sido los platos más deliciosos, habría dado igual. Vestía una enagua de seda color crema y un vestido de terciopelo azul. Las grandes mangas pendientes estaban forradas de satén azul bardado con diminutas medialunas de oro. Un cinturón de filigrana dorada, con un solo zafiro en la hebilla, le ceñía la cintura. Walter la tocaba sin pausa; en las muñecas, en el brazo, en el cuello. No parecía notar que estaban en público. Pero _________ tenía aguda conciencia de los veinticinco caballeros que la observaban desembozadamente. Sentía el cálculo de aquellos ojos. Ensartó con el tenedor un trozo de carne, lamentando que no fuera el corazón de Walter. El propio orgullo era algo duro de tragar. – _________–susurró Walter–, podría devorarte–le presionó los labios contra el cuerpo. La muchacha sintió un escalofrío de asco–. ¿Por qué esperar? ¿No te das cuenta de que te amo? ¿No sientes mi deseo? Ella se mantuvo rígida, negándose a permitir que su cuerpo se apartara. Él le mordisqueó el cuello y le frotó el hombro con la nariz, sin que ella pudiera expresar sus sentimientos. –Señor–logró decir, después de tragar varias veces con dificultad–, ¿has olvidado tus propias palabras? ¿No dijiste acaso que teníamos que esperar? –No puedo–jadeó él–. No puedo esperarte más. –¡Pero así tiene que ser!–Protestó _________________ con más fastidio del que había querido demostrar, apartando la mano con violencia–. Escúchame. ¿Qué pasaría si yo cediera a mi pasión y te permitiera venir a mi lecho? ¿No piensas que podría haber un hijo? ¿Y qué diría el rey si nos presentáramos ante él con mi vientre hinchado? ¿Quién no pensaría que la criatura era de mi esposo? No puede haber anulación si yo llevo un hijo suyo. Y tú sabes que es el Papa quien debe otorgar el divorcio. He oído que en eso se tarda años. – _________...–empezó Walter. Pero se interrumpió. Las palabras de aquella mujer tenían sentido. Además, halagaban su vanidad. ¡Qué bien recordaba a Robert _________ (TA) diciendo que daba a su hija a la familia Jonas porque deseaba nietos varones! Por su parte, él estaba muy seguro de poder tener con ella hijos varones. La muchacha tenía razón: si se acoplaban, harían un hijo en la primera ocasión. Tomó un buen trago de vino, mezclando en su mente el orgullo y la frustración. –¿Cuándo nos presentaremos ante el rey, señor?–Preguntó _________ sin rodeos, pensando que quizá pudiera fugarse durante el viaje. Aunque estaban sentados a la mesa de la cena, Walter prestaba poca atención a los presentes. Fue Arthur quien respondió. –¿Estás ansiosa por declarar ante el rey tu deseo de que tu matrimonio sea anulado?–Inquirió. Ella no dio respuesta alguna. –Vamos, señora, somos amigos. Puedes hablar con entera franqueza. ¿Sientes por Lord Walter una pasión tan profunda que no puedes esperar para declararla al mundo entero? –No me gusta tu tono–intervino Walter–. Ella no tiene nada que demostrar. Es una huésped, no una prisionera. Nadie la ha obligado a venir. Arthur sonrió, entornando los ojos. –Sí, ha venido por su propia voluntad–dijo en voz alta. Después estiró la mano por delante de ella para tomar un trozo de carne. En voz más baja, agregó:–Pero, ¿por qué has venido, mi señora? Aún no se me ha dado respuesta. Para _________, aquella comida pareció horriblemente larga; no veía la hora de retirarse. Cuando Walter le dio la espalda para hablar con su camarero, ella aprovechó la oportunidad para levantarse y subió apresuradamente la escalera, con el corazón palpitante. ¿Por cuánto tiempo más podría resistirse a Walter Demari? Con cada momento que pasaba sus proposiciones se tomaban más audaces. Dejó de correr y se reclinó contra el frío muro de piedra, tratando de recobrarse. ¿Por qué se empecinaba siempre en manejarlo todo sola? –¡Hela aquí! _________ levantó la vista y vio a Arthur a poca distancia. Estaban solos en una profunda concavidad de los gruesos muros. –¿Buscas un lugar por donde huir?–Se burló él–No lo hay. Estamos solos–su fuerte brazo se estiró para rodearle la cintura y atraerla hacia él–. ¿Dónde tienes ahora esa rápida lengua? ¿Vas a tratar de convencerme de que no debo tocarte?–Le acarició un brazo–. Eres tan hermosa que cualquier hombre puede perder la cabeza. Casi comprendo que Walter no se decida a poseerte–entonces volvió a mirarle la cara–. No veo miedo en esos ojos dorados, pero me gustaría encontrar en ellos la llama de la pasión. ¿Crees que arderían así por mí? Sus duros labios descendieron hacia ella, pero _________ no sintió nada y permaneció rígida. Él se apartó. –Eres una bruja de hielo–gruñó. Y la estrechó con más fuerza. _________, con una exclamación ahogada, perdió el aliento. Eso le hizo abrir la boca y Arthur aprovechó para besarla otra vez, hundiéndole la lengua hasta provocarle una, arcada. El abrazo le hacía daño; la boca le daba asco. Arthur se apartó un poco, aflojando los brazos, pero sin soltarla. Sus ojos pasaron del enojo a la burla. –No, no eres fría. Con esos ojos y ese pelo no puedes serlo. Pero me gustaría saber quién es el que funde ese hielo. ¿Walter, con su manía de besarte las manos, o tal vez tu marido? –¡No!–Exclamó _________. Luego cerró con fuerza los labios. Arthur sonrió. –Aunque Walter no piense así, eres mala actriz–su expresión se había vuelto dura–. Walter es un estúpido, pero yo no. Él cree que has venido por amor a su persona; yo pienso otra cosa. Si yo fuera mujer, utilizaría mi belleza para tratar de liberar a mis seres amados. ¿Planeas negociar con tu cuerpo a cambio de la liberación de tu madre y tu esposo? –¡Suéltame!–Exigió la muchacha, retorciéndose en sus brazos. Él la retuvo con más firmeza. –No puedes huir. No lo intentes siquiera. –¿Y Walter?–Desafió ella. El hombre se echó a reír. –Manejas bien tu juego, pero recuerda que estás jugando con fuego y te quemarás. ¿Crees que temo a esa bazofia de Demari? Hago lo que quiero con él. ¿De dónde piensas que sacó esa idea de la anulación? _________ dejó de forcejear. –Ah, conque ahora me prestas atención. Escucha. Walter será el primero en poseerte, pero después serás mía. Cuando él se haya cansado de ti y busque otras mujeres, serás mía. –Preferiría acostarme con una víbora–siseó _________, en tanto los dedos de aquel hombre se le clavaban en el brazo. –¿Ni siquiera por salvar a tu madre?–Murmuró él, mortífero–. Ya has hecho mucho por ella. ¿Qué más serías capaz de hacer? –¡Tú no lo sabrás nunca! Él volvió a apretarla contra sí. –¿No? Crees tener cierto poder porque tienes en tus manos al tonto de Demari, pero ya te mostraré quién manda aquí. –¿Qué... qué quieres decir? Él sonrió. –Pronto lo sabrás. _________ trató de recobrarse de los horribles presentimientos que le causaban esas palabras. –¿Qué vas a hacer? ¿Dañar a mi madre? –No, nada tan poco sutil. Sólo quiero divertirme un poco. Me gustará ver cómo te retuerces. Cuando hayas tenido lo suficiente, ven a mi cama por la noche y conversaremos. –¡Jamás! –No te apresures tanto–Arthur la soltó súbitamente–. Tengo que irme. Te dejo mis palabras para que pienses. Una vez sola, _________ permaneció muy quieta, respirando profundamente para tranquilizarse. Giró hacia su cuarto, pero se llevó un sobresalto al ver que un hombre permanecía de pie en las sombras, silencioso, recostado perezosamente contra la pared opuesta del salón. Llevaba un laúd cruzado sobre sus anchos hombros y se estaba cortando las uñas con un cuchillo. La muchacha no habría podido explicar qué la llevó a observarlo; tal vez el hecho de que él estaba en situación de haber oído las amenazas de Arthur. Sin embargo, sus ojos se clavaron en él, que no levantaba la cabeza para mirarla. De pronto, alzó el rostro. Sus ojos de color azul oscuro le reflejaban tal odio que la dejaron atónita. La muchacha se llevó la mano a la boca y mordió la piel del dorso. Giró en redondo y corrió a su cuarto para arrojarse en la cama. Las lágrimas llegaron con lentitud, ascendiendo trabajosamente desde el vientre hasta hallar salida. –Señora–susurró Joan, acariciándole la cabellera. Habían intimado en esos últimos días, al acortarse la distancia social entre ambas–. ¿Acaso él le ha hecho daño? –No, yo misma me he hecho daño. Joe dijo que hice mal al no quedarme en casa bordando. Temo que estaba en lo cierto. –Bordando–repitió la doncella, sonriente–. Habrías enredado los hilos tal como has enredado las cosas aquí. _________ levantó la vista, horrorizada. Después reconoció, entre lágrimas: –Es una suerte contar contigo. Por un momento he sentido lástima de mí misma. ¿Llevaste comida a Joe anoche? –Sí. –¿Y cómo lo encontraste? Joan frunció el ceño. –Más débil. –¿Cómo puedo ayudarlo?–Se preguntó _________–.Joe me indicó que esperara a su hermano Nick, pero ¿hasta cuándo? ¡Tengo que sacar a Joe de ese agujero! –Sí, señora. Es preciso. –Pero, ¿cómo? Joan estaba muy seria. –Sólo Dios puede dar esa respuesta. Esa noche fue Arthur quien dio la respuesta. Mientras cenaban, había sopa y guisos, Walter guardaba silencio y no tocaba a _________, según su costumbre; se limitaba a mirarla por el rabillo del ojo, como si la estuviera estudiando. –¿Te gusta la comida, Lady _________?–Preguntó Arthur. Ella asintió con la cabeza. –Esperemos que también el entretenimiento te parezca satisfactorio. La muchacha iba a preguntarle a qué se refería, pero no lo hizo. No quería darle esa satisfacción. Arthur se inclinó hacia adelante para mirar a Walter. –¿No crees que es hora, señor? El joven iba a protestar, pero lo pensó mejor. Por lo visto, se trataba de algo que ambos habían analizado a fondo. Walter hizo una señal a dos hombres que esperaban junto a la puerta y estos se retiraron. _________ no pudo siquiera tragar lo que tenía en la boca; le fue preciso pasarlo con vino. Sabía que Arthur planeaba alguna triquiñuela y quería estar preparada. Echó una mirada nerviosa al salón. Una vez más, allí estaba el hombre que había visto en el pasillo por la tarde. Era alto y delgado, de pelo rubio oscuro con vetas más claras. Su fuerte mandíbula formaba una línea firme con el mentón hendido. Pero fueron los ojos los que llamaron la atención de la muchacha. Eran de un azul intenso y oscuro, que centelleaba con el fuego del odio y ese odio le estaba dedicado. La hipnotizaba. El súbito y anormal silencio del salón, así como un ruido de cadenas arrastradas, desviaron su atención. La luz intensa del gran salón le impidió en un principio reconocer aquella silueta que los dos caballeros traían a rastras; no parecía un ser humano, sino un maloliente montón de harapos. Fueron esos pocos segundos de desconcierto los que la salvaron. Cobró conciencia de que Arthur y Walter la observaban con atención. Les echó una mirada interrogante y, en ese momento, comprendió que el personaje a quien traían era Joe. En vez de volver a mirarlo, mantuvo los ojos fijos en Walter. Eso le daría tiempo para pensar. ¿Por qué se lo presentaban así? ¿No sabían acaso que ella deseaba correr en su ayuda? La respuesta se presentó instantáneamente: eso era exactamente lo que Arthur deseaba verla hacer. Quería demostrar a Walter que ella no odiaba a su marido. –¿No lo conoces?–Preguntó Walter. _________ levantó la vista, fingiendo sorpresa, hacia el hombre mugriento. Luego empezó a sonreír muy lentamente. –Así he querido verlo desde siempre. Walter dejó escapar un grito triunfal. –¡Tráiganlo aquí! Mi encantadora dama ha de verlo tal como deseaba–declaró a todos los presentes–. Dejen que disfrute de este momento. ¡Se lo ha ganado! Los dos guardias llevaron a Joe hasta la mesa. El corazón de la muchacha palpitaba como enloquecido: ahora no podía permitirse errores. Si demostraba su compasión por el esposo, sin duda provocaría muchas muertes. Se levantó, con la mano estremecida, y levantó su copa de vino para arrojarle el contenido a la cara. El líquido pareció revivir a Joe, que levantó la vista hacia ella. Su rostro flaco y descarnado expresó sorpresa. Después, desconcierto. Miró con lentitud a Walter y a Arthur, que estaban junto a su esposa. Demari echó un brazo posesivo a los hombros de _________. –Mira quién la abraza ahora–se jactó. Antes de que nadie pudiera reaccionar, Joe se arrojó hacia Walter por encima de la mesa. Los guardias que sostenían sus cadenas se vieron arrastrados hacia adelante y cayeron sobre los platos de comida. Walter no pudo apartarse con suficiente prontitud: las sucias manos del prisionero se cerraron alrededor de aquel hombrecito de ropas llenas de colorido. –¡Sujétenlo!–Exclamó Walter débilmente, atacando con las uñas las manos que le ceñían el cuello. _________ estaba tan aturdida como los Sirvientes. Joe debía de estar medio muerto, pero aún tenía fuerzas para hacer perder el equilibrio a sus dos guardianes y amenazar a su captor. Los guardias se recuperaron y tiraron de las cadenas que sujetaban las muñecas de Joe. Hubieron de tirar con fuerza tres veces para liberar a Walter. Le pasaron una pesada cadena por las costillas. Él cayó sobre una rodilla, con un gruñido de dolor, pero volvió a erguir la espalda. –Me pagarás esto con tu vida–dijo con los ojos clavados en Walter, antes de que le ciñeran otra cadena a las costillas. –¡Llévenselo!–Ordenó Walter, frotándose el cuello magullado y trémulo, sin despegar la vista del prisionero. Cuando se hubieron llevado a Joe, el dueño del castillo cayó en su asiento. _________ comprendió que en ese momento se encontraba en su estado más vulnerable. –Eso ha sido muy grato–sonrió, girando rápidamente hacia el estremecido Walter–. No, no me refiero a lo que te ha hecho a ti, por supuesto. Pero me alegra saber que me ha visto con alguien por quien siento... afecto. Walter le echó un vistazo, enderezándose un poco. –Pero debería estar enfadada contigo, en realidad–agregó la muchacha, entornando seductoramente los ojos. –¿Por qué? ¿Qué he hecho? –No es correcto poner tanta suciedad en presencia de una dama. Parecía muerto de hambre. Hasta creo que, antes bien, lo que lo excitaba era la comida. ¿Cómo va a afligirse por lo que ahora tengo si sólo piensa en comida y en los bichos que le corren por la piel? Walter quedó pensativo. –Tienes razón.–Y se volvió hacia algunos hombres que permanecían junto a la puerta.–Díganle a los guardias que lo bañen y le den de comer. Estaba en éxtasis. ¡Arthur había pronosticado que _________ lloraría al ver a su marido en semejante estado, pero ella había sonreído! Sólo Joan sabía lo que aquella sonrisa costaba a su ama. _________ volvió la espalda a Walter. Deseaba salir de allí y, sobre todo, estar lejos de él. Mantuvo la cabeza en alto mientras caminaba por entre los Sirvientes. –¡Esa mujer se merece lo que le espera!–Dijo alguien a poca distancia. –Cierto. Ninguna esposa tiene derecho a tratar así a su marido. Todos ellos la despreciaban. Ella misma empezaba a odiarse. Subió con lentitud las escaleras hasta el tercer piso. Sólo quería estar a solas, pero al llegar al tope de la escalera, un brazo le rodeó la cintura en un segundo. Se vio arrojada contra un pecho masculino que parecía de hierro. Un puñal se le acercó al cuello hasta casi perforarle la delicada piel con su filo. Ella trató de sujetar aquel brazo, pero de nada sirvió.
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Tema: Re: La Promesa Fugaz (Joe&Tú) /Dramática/ Marzo 29th 2012, 22:00
Capítulo 19
–Di una sola palabra y te cortaré esa cabeza de víbora–dijo una voz grave que ella no conocía–. ¿Dónde está John Bassett? _________ apenas podía hablar, pero no era ocasión para desobedecer. –¡Responde!–Insistió él, ciñendo el brazo. El puñal se apretó más contra su cuello. –Con mi madre–susurró ella. –¡Madre!–Le espetó él al oído–. ¡Que esa mujer maldiga el día en que dio a luz a un ser como tú! _________ no lo veía. El brazo que le apretaba los pulmones apenas le permitía respirar. –¿Quién eres?–Preguntó jadeante. –Sí, bien puedes preguntarlo. Soy tu enemigo. Me encantaría poner fin a tu vil existencia ahora mismo, si no te necesitara. ¿Cómo custodian a John? –No... no puedo respirar. Él vaciló. Luego aflojó la presión y retiró un poco el puñal. –¡Responde! –Hay dos hombres ante la puerta del cuarto que él comparte con mi madre. –¿En qué piso? Anda, responde–ordenó él, apretando otra vez–. Nadie vendrá a salvarte. De pronto aquello fue demasiado para _________, que se echó a reír. Su carcajada, grave en un principio, se fue tornando más histérica con cada palabra. –¿Salvarme? ¿Y quién podría salvarme, dime? Mi madre está prisionera. Mi único custodio, también. Mi esposo está en el fondo de una cloaca. Un hombre al que detesto tiene el derecho de manosearme delante de mi esposo mientras otro me susurra amenazas al oído. ¡Y ahora me veo atacada por un desconocido en la oscuridad del salón! –Apretó aquel antebrazo y acercó el cuchillo contra la garganta.–Te lo ruego, quienquiera que seas, termina con lo que has comenzado. Pon fin a mi vida, te lo ruego. ¿De qué me sirve? ¿He de presenciar el asesinato de todos mis amigos y de todos mis familiares? No quiero vivir para ver ese final. El hombre aflojó su presión. Luego apartó las manos que tiraban del puñal. Después de envainar el arma, la sujetó por los hombros. Para _________ no fue una gran sorpresa reconocer al juglar que había visto en el salón. –Quiero saber más–dijo el hombre, con voz menos dura. –¿Por qué?–Inquirió ella, mirando de frente aquellos ojos mortíferos–. ¿Eres un espía enviado por Arthur o por Walter? Demasiado he dicho ya. –Sí, en efecto–concordó él con sinceridad–. Si yo fuera un espía, tendría mucho de qué informar a mi amo. –¡Anda entonces e informa! ¡Acabemos de una vez! –No soy espía. Soy Nick, el hermano de Joe. _________ lo miró con los ojos dilatados. Sabía que era cierto. Por eso le había llamado tanto la atención, en sus actitudes, ya que no en su físico, había algo que le recordaba a Joe. Sin que ella cayera en la cuenta, las lágrimas le rodaron por las mejillas. –Joe me aseguró que vendrías. Dijo que yo lo había enredado todo, pero que tú lo arreglarías otra vez. Nick parpadeó. –¿Cuándo lo viste para que te dijera eso? –En mi segunda noche aquí. Bajé al foso. –¿Al...?–Nick había oído hablar del sitio en que se retenía a su hermano, pero sin poder acercarse hasta allí.–Ven, siéntate–invitó, llevándola hasta un asiento en el antepecho de la ventana–. Tenemos mucho de qué hablar. Cuéntame todo desde el principio. Escuchó con atención y en silencio, mientras ella narraba el asesinato de su padre, la reclamación de sus propiedades y la decisión de Joe de contraatacar a Walter. –¿Joe y tu madre fueron hechos prisioneros? –Sí. –¿Y qué haces tú aquí? ¿Demari no pidió rescate? Deberías estar recolectándolo entre los siervos. –No esperé a que él lo pidiera. Vine con John Bassett y se nos recibió de buen grado en el castillo. –Sí, ya lo supongo–dijo Nick, sarcástico–. Ahora Walter Demari los tiene a todos: a ti, a Joe, a tu madre y al segundo de mi hermano. –No sabía qué otra cosa hacer. –¡Pudiste buscar a alguno de nosotros!–Exclamó Nick, furioso–. Hasta Kevin, con su pierna fracturada, lo habría podido hacer mejor que una mujer. John Bassett debería haber... _________ puso una mano sobre el brazo del joven. –No lo culpes. Amenacé con venir sola si él no me traía. Nick miró aquella mano pequeña. Después volvió a observarla de frente. –¿Y lo que he visto allá abajo? La gente del castillo dice que odias a Joe y que harías cualquier cosa por librarte de él. Tal vez quieres dar por terminado tu matrimonio. _________ apartó rápidamente la mano. Aquel muchacho empezaba a recordarle la conducta de Joe. Se enfureció. –Lo que siento por Joe es algo entre él y yo, en lo que otros no deben entrometerse. Los ojos de Nick lanzaron chispas. La sujetó por la muñeca hasta hacerle apretar los dientes de dolor. –Eso significa que es cierto. ¿Quieres a ese Walter Demari? –¡No, no lo quiero! Él apretó con más fuerza. –¡No me mientas! La violencia masculina siempre había puesto furiosa a _________. –¡Eres igual que tu hermano!–Le espetó–. Sólo ves lo que quieres ver. No, no soy tan deshonesta como tu hermano. Es él quien se arrastra a los pies de una mala mujer. Yo no me rebajaría a tanto. Nick, desconcertado, aflojó su presión. –¿Qué mala mujer? ¿De qué deshonestidad hablas? _________ liberó su muñeca de un tirón y se la masajeó. –Vine a salvar a mi esposo porque me fue dado en matrimonio ante Dios y porque ahora voy a tener un hijo suyo. Tengo la obligación de ayudarlo en lo que pueda, pero no lo hago por amor, ¡no!–Insistió apasionada–. ¡Él sólo ama a esa rubia! Y se interrumpió para mirarse la muñeca. La carcajada de Nick le hizo levantar la vista. –Alice–sonrió él–. ¿De eso se trata? ¿No de una grave guerra por tierras, sino de una riña de amantes, un problema por mujeres? –Por muj... –¡Silencio! Nos van a oír. –¡Es más que un problema por mujeres, te lo aseguro!–Siseó ella. Nick se puso serio. –Más tarde podrás ajustar cuentas con Alice. Pero tengo que asegurarme de que no te presentes ante el rey para pedir una anulación. No podemos permitirnos el lujo de perder las propiedades de _________ (TA). Conque por eso se interesaba tanto en lo que ella sentía por Walter. No importaba que Joe la traicionara con otra: ¡que Dios la protegiera si se le ocurría enamorarse de otro hombre! –No puedo hacer anular el matrimonio si estoy embarazada. –¿Quién más sabe de ese embarazo? ¿Demari, acaso? –Sólo mi madre y John Bassett... y mi doncella. –¿Joe no? –No tuve tiempo de decírselo. –Bien. Tiene bastante en qué pensar. ¿Quién conoce a fondo este castillo? –El mayordomo. Lleva doce años aquí. –Tienes siempre la respuesta apropiada–observó Nick suspicaz. –Pese a lo que piensas tú y tu hermano, tengo cerebro para pensar y ojos para observar. Él la estudió a la luz escasa. –Fuiste valiente al venir, aunque estuvieras equivocada. –¿Debo tomar eso como un cumplido? –Como gustes. _________ entornó los ojos. –Tu madre debió de alegrarse de que sus hijos menores no fueran como los dos mayores. Nick la miró con fijeza. Luego sonrió. –Seguramente haces la vida interesante a mi hermano. Ahora deja de provocarme y permíteme buscar una solución a este desastre que has provocado. –¡Yo!–Exclamó ella. Pero se interrumpió. Él tenía razón, desde luego. El muchacho pasó por alto su estallido. –Lograste sacar a Joe del foso y conseguiste que se le diera de comer y se lo bañara, aunque tus métodos se me atascaron en la garganta. –¿Habrías preferido que corriera a abrazarlo?–preguntó, sarcástica. –No. Hiciste bien. No creo que esté aún en condiciones de viajar. En estas condiciones sería un estorbo para todos. Pero está fuerte. Con los debidos cuidados, en dos días podrá iniciar el viaje. Tengo que salir del castillo para buscar ayuda. –Afuera están mis hombres. –Lo sé. Pero los míos no. Vine casi solo al enterarme de que Joe me necesitaba. Mis hombres me siguen, pero tardarán cuando menos dos días más en llegar. Tengo que reunirme con ellos y conducirlos hasta aquí. Ella le tocó el brazo, diciendo: –Quedaré sola otra vez. Él sonrió, acariciándole con un dedo la línea del mentón. –Sí, pero te las arreglarás. Encárgate de que Joe reciba atención y recupere las fuerzas. Cuando regrese los sacaré a todos de aquí. Ella asintió, pero bajó la vista a sus manos. Nick le levantó el mentón. –No te enfades conmigo. Creí que querías la muerte de Joe. Ahora comprendo que no es así. La muchacha sonrió vacilante. –No me enfado. Pero estoy harta de este castillo, de ese hombre que me manosea, del otro... Él le apoyó un dedo contra los labios. –Resiste un poco más. ¿Podrás? –Haré lo posible. Empezaba a abandonar las esperanzas. Él se inclinó para besarle la frente. –Joe ha tenido mucha suerte–susurró. Después se levantó y la dejó sola.
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Tema: Re: La Promesa Fugaz (Joe&Tú) /Dramática/ Marzo 29th 2012, 22:02
Capítulo 20
–¿Lo has visto?–Preguntó _________ al levantarse de la cama. Era la mañana siguiente a la noche en que había visto a Nick. Quería saber qué había descubierto Joan sobre Joe. –Sí–respondió la doncella–. Y vuelve a ser hermoso. Yo temía que la mugre de ese lugar le hubiera robado apostura. –Piensas demasiado en las apariencias. –¡Y tú, demasiado poco, tal vez!–Replicó la muchacha. –Pero ¿Joe está bien? ¿Ese lugar horrible no lo ha enfermado? –Creo que la comida enviada por ti lo mantuvo con vida. _________ hizo una pausa. ¿Y en cuanto a su mente? ¿Cómo había reaccionado ante el hecho de que su esposa le arrojara vino a la cara? –Búscame esa vestimenta de sierva. ¿Está lavada? –No puedes visitarlo–afirmó Joan–. Si te sorprendieran... –Tráeme ese vestido y deja de darme órdenes. Joe estaba prisionero dentro de un cuarto abierto en la base de la torre. Era un sitio espantoso, al que no llegaba luz alguna. Su única entrada era una puerta de roble y hierro. Joan parecía estar en muy buenos términos con los guardias que custodiaban ambos lados de la puerta. En la finca de Demari la disciplina era muy laxa y la muchacha había sacado ventaja de eso. Dedicó un guiño sugerente a uno de los hombres. –¡Abre!–Bramó ante la entrada–. Trae más alimentos y medicinas enviadas por Lord Walter. Una mujer vieja y sucia abrió con cautela la gran puerta. –¿Cómo sé que te envía Lord Walter? –Porque yo te lo digo–respondió Joan, empujándola para entrar. _________ la siguió con la cabeza gacha, cubriéndose cuidadosamente la cabellera con la capucha de lana tosca. –Ahí lo tienes–dijo la vieja, enfadada–. Ahora duerme. Es casi todo lo que ha hecho desde que lo trajeron. Está a mi cargo y hago bien mi trabajo. –¡Sin duda!–Exclamó Joan, sarcástica–. ¡Esa cama está sucia! –Pero más limpia que el sitio en donde estaba. _________ dio un ligero codazo a su doncella para impedir que siguiera azuzando a la anciana. –Déjanos. Nosotras lo atenderemos–ordenó la muchacha. La vieja, de grasienta melena gris y dientes picados, parecía estúpida, pero no lo era. Vio que la mujer más baja se mantenía oculta, pero codeaba a la otra, y notó que la de mal genio se aquietaba de inmediato. –Y bien, ¿qué esperas?–Acusó Joan. La vieja quería ver la cara oculta bajo la capucha. –Tengo que recoger algunos remedios–dijo–. Hay otros enfermos que me necesitan, aunque a este no le haga falta. Tomó un frasco y pasó junto a la mujer que la intrigaba. Cuando estuvo cerca de la vela, dejó caer su frasco. La mujer, sobresaltada, levantó la vista, con lo cual la vieja pudo echar un vistazo a sus ojos. La luz de la vela danzaba en aquellos encantadores orbes de oro. La anciana hizo lo posible por no sonreír. Sólo en una persona había visto aquellos ojos. –Eres torpe, amén de estúpida–siseó Joan–. Vete de aquí antes de que prenda fuego a esos harapos que vistes. La mujer le echó una mirada malévola y abandonó ruidosamente la habitación. –¡Joan!–Exclamó _________ en cuanto quedaron solas–. Seré yo quien te prenda fuego si vuelves a tratar a alguien así. Su doncella quedó espantada. –¿Qué importa ella para nadie? –Es criatura de Dios, igual que tú o yo. _________ habría continuado, pero comprendió que era inútil. Joan era una desdeñosa incurable; despreciaba a todos los que no fueran mejores que ella. La joven se acercó a su esposo; prefería aprovechar el tiempo atendiéndolo en vez de dar sermones a su criada. –Joe –dijo en voz baja, sentándose en el borde de la cama. La luz de la vela parpadeó sobre él, jugando con las sombras de sus pómulos y la línea del mentón. Ella le tocó la mejilla. Se alegraba de verlo limpio otra vez. Joe abrió los ojos. Su miel intenso parecía aún más intenso a la luz de las velas. –_________ –susurró. –Sí, soy yo–sonrió la muchacha, apartando la capucha del manto para descubrir su cabellera–. Ahora que estás limpio se te ve mejor. La expresión de Joe era fría y dura. –Pues no debo agradecértelo a ti. ¿O tal vez crees que me lavó el vino que me arrojaste? –¡Joe, te equivocas al acusarme así! Si yo hubiera corrido hacia ti, Walter habría acabado con tu vida. –¿Y no te habría convenido eso más? Ella se echó hacia atrás. –No quiero reñir contigo. Discutiremos eso en cuanto quieras cuando estemos libres. He visto a Nick. –¿Aquí?–Joe trató de incorporarse. Las mantas cayeron de su pecho desnudo. Hacía mucho tiempo que _________ no descansaba contra aquel pecho. Su piel bronceada atrajo por completo su atención. –¡_________!–Clamó Joe–. ¿Nick está aquí? –Ha estado aquí–corrigió ella–. Ha ido en busca de sus hombres. –¿Y los míos? ¿Qué están haciendo? ¿Holgazanean ante las murallas? –No lo sé. No he preguntado. –Por supuesto–reprochó él, irritado–. ¿Cuándo volverá? –Mañana, con suerte. –Queda menos de un día. ¿Qué haces aquí? Sólo tienes que esperar un día más. Si te descubren aquí, habrá grandes problemas. _________ hizo rechinar los dientes. –¿Podrías hacer algo que no fuera maldecirme? Vine a este infierno porque estabas prisionero. He arriesgado mucho para verificar que se te atendiera bien. Pero me maldices a la menor oportunidad. Dígame usted, señor, ¿cómo podría yo complacerlo? Él la miró con fijeza. –Tienes mucha libertad en este castillo, ¿no? Al parecer, vas a donde te place sin estorbos. ¿Cómo sé que Demari no te está esperando afuera?–La apresó por la muñeca–. ¿Me estás mintiendo? Ella se liberó con una torsión. –Me asombra tu vileza. ¿Qué motivos tienes para tratarme de mentirosa? Eres tú quien me ha mentido desde el principio. Puedes creer lo que desees. He hecho mal en ayudarte. Tal vez de no haberlo hecho ahora estaría más tranquila. Más aún, debí haber acudido a Walter Demari cuando me pidió en matrimonio. Así me habría librado de vivir contigo. –Es lo que yo pensaba–observó Joe, cruel. –¡Sí! ¡Lo que tú pensabas!–Respondió _________, de la misma manera. La ira por esas insinuaciones la cegaba tanto como a él. –¡Señora!–La interrumpió Joan–. Tenemos que irnos. Ya hemos pasado demasiado tiempo aquí. –Sí–reconoció _________________–. Tengo que irme. –¿Quién espera para acompañar a mi esposa a su cuarto? _________ se limitó a mirarlo, demasiado furiosa como para contestar. –Lady _________...–instó Joan. La joven se apartó de su marido. Cuando estuvieron junto a la puerta, la doncella le susurró:–De nada sirve hablar con un hombre cuando está carcomido por los celos. –¡Qué celos!–Protestó _________–. Para sentir celos es preciso que el otro nos interese. A él no le intereso. Y acomodó la capucha para cubrirse el pelo. En el momento en que Joan iba a responder, mientras abrían la puerta y salían de la celda, se detuvo bruscamente, con el cuerpo rígido. _________, que la seguía, levantó la vista para ver qué había causado esa actitud. Allí estaba Arthur con las manos en las caderas y las piernas bien abiertas; su cara era una mueca horrible. _________ agachó la cabeza y le volvió la espalda con la esperanza de no haber sido reconocida. El hombre caminó hacia ella con el brazo extendido. –Lady _________, quiero hablar contigo. Los tres tramos de escalera que llevaban al cuarto de Arthur fueron el trayecto más largo jamás recorrido por la joven. Le temblaban las rodillas; peor aún, el malestar que solía sentir por las mañanas le apretaba la garganta. Su impetuosidad probablemente había arruinado los planes de Nick y... y... No quiso pensar en el resultado posible si su cuñado no llegaba a tiempo. –Eres una tonta–comentó Arthur cuando estuvieron solos en su alcoba. –No es la primera vez que me lo dicen–manifestó _________, con el corazón acelerado. –¡Ir a verlo a la luz del día! Ni siquiera has podido esperar a la noche. Ella mantenía la cabeza gacha y la vista fija en sus manos. –Dime, ¿qué planes has trazado?–Arthur se interrumpió bruscamente.–He sido un tonto al pensar que esto podía dar resultado. Soy más estúpido que el hombre a quien sirvo. ¿Cómo pensabas, dime, salir de esta telaraña de mentiras? Ella levantó el mentón. –No te diré nada. Arthur entrecerró los ojos. –Él padecerá las consecuencias. ¿Y te olvidas de tu madre? Yo tenía razón al desconfiar de ti. Lo sabía, pero me dejé cegar a medias. Ahora estoy tan enredado como tú. ¿Sabes a quién culpará Lord Walter cuando descubra que sus planes han fracasado? ¿Cuándo vea que no tendrá la mano de la bella _________ (TA)? No será a ti, mujer, sino a mí. Es un niño a quien se le ha dado poder. –¿Quieres que te compadezca? Has sido tú quien ha destrozado mi vida, de modo tal que ahora mi familia y yo estamos al borde de la muerte. –Nos comprendemos mutuamente, ya lo ves. A ninguno le importa nada del otro. Yo quería tus tierras, y Walter, tu cuerpo–se interrumpió; la miraba de frente–. Aunque tu cuerpo me ha intrigado también mucho en los últimos días. –¿Y cómo esperas zafarte de los enredos que has provocado?– Preguntó _________, cambiando de tema para volver el juego contra él. –Bien puedes preguntarlo. Me queda un solo camino. Tengo que llevar la anulación hasta su fin. No te presentarás ante el rey, pero firmarás un documento que diga que deseas anular tu casamiento. Estará redactado de tal modo que él no pueda negarse. _________ se levantó a medias, atacada por otra oleada de náuseas. Corrió hacia la bacinilla del rincón y vació su estómago de su magro contenido. Cuando se hubo repuesto se volvió hacia Arthur. –Perdona. El pescado de anoche no estaba en buenas condiciones, sin duda. Arthur llenó una copa de vino aguado, que ella aceptó con manos temblorosas. –Estás embarazada–afirmó sin más. –¡No, no es así!–Mintió _________. La cara de Arthur se endureció. –¿Llamo a una partera para que te examine? _________ clavó la vista en el vino y meneó la cabeza. –No puedes pedir la anulación–continuó él–. No había pensado en que pudieras haber concebido tan pronto. Al parecer, nos hundimos más y más en el pantano. –¿Se lo dirás a Walter? Arthur resopló. –Ese idiota te cree pura y virginal. Habla de amarte y de compartir su vida contigo. No sabe que lo duplicas en astucia. –Hablas demasiado–observó _________ ya calmada–. ¿Qué quieres? Arthur la miró con admiración. –Eres inteligente, además de bella. Me gustaría ser tu dueño– sonrió, pero luego se puso serio–. Walter descubrirá tu traición y tu embarazo. Es sólo cuestión de tiempo. ¿Me cederías la cuarta parte de las tierras de _________ (TA) si te sacara de aquí? _________ pensó con rapidez. Las propiedades tenían poca importancia para ella. ¿No era más seguro contar con Arthur que esperar a Nick? Si rechazaba esa proposición, él revelaría todo a Walter y todos estarían condenados... una vez que el castellano se cansara de ella. –Sí, te doy mi palabra. Somos cinco. Si nos liberas a todos, la cuarta parte de mis tierras serán tuyas. –No puedo asegurar que todos... –Todos o no hay trato. –Sí–aceptó él–, sé que lo dices en serio. Necesito tiempo para arreglarlo todo. Y tú debes presentarte a la cena. Lord Walter se enfurecerá si no estás allí, a su lado, llena de hoyuelos. _________ no quiso aceptar su brazo cuando salieron de la habitación. Él comprendió que ella lo despreciaba más aún por haberse vuelto contra su amo, pero eso le daba risa. Se reía de cualquier lealtad que no fuera la lealtad a sí mismo. Cuando la puerta de la habitación se cerró tras ellos, todo pareció quedar desierto. Durante algunos momentos en la alcoba reinó el silencio. Luego se oyó un levísimo deslizamiento debajo de la cama. La vieja salió de su escondrijo con gran cautela. Con una gran sonrisa, miró otra vez la moneda que apretaba en la mano. –¡Plata!–Susurró. Pero ¿qué daría el amo por enterarse de lo que ella acababa de saber? ¡Oro, sin duda! Ella no lo comprendía todo, pero había oído a Sir Arthur calificar de estúpido a Lord Walter; además, planeaba traicionarlo por unas tierras de la Montgomery. Y también había algo con respecto a un bebé que ella esperaba. Eso parecía muy importante. _________ estaba sentada junto a una ventana del salón grande, en silencio; lucía una enagua gris claro y un vestido de lana flamenca, de color rosa oscuro. Las mangas estaban forradas con piel de ardilla gris. Se ponía ya el sol, por lo que el salón se oscurecía de segundo en segundo. Empezaba a perder algo del miedo que la había invadido esa mañana después de hablar con Arthur. Echó una mirada al sol poniente con gratitud. Sólo faltaba un día para que volviera Nick y lo arreglara todo. No había visto a Walter desde la cena. Él la había invitado a pasear a caballo, pero después no se había presentado para llevarla. _________ supuso que algún problema del castillo lo mantenía ocupado. Comenzó a preocuparse cuando cayó la tarde y los Sirvientes pusieron las mesas para cenar. Ni Arthur ni Walter habían aparecido. La muchacha envió a Joan para que averiguara lo posible. Fue muy poco.– La puerta de Lord Walter permanece herméticamente cerrada y bajo custodia. Los hombres no responden a ninguna pregunta, aunque he usado toda mi persuasión. ¡Algo estaba mal! _________ lo comprendió cuando, después de retirarse con Joan en su alcoba, oyó que alguien corría el cerrojo por fuera. Ninguna de las dos durmió gran cosa. Por la mañana, _________ vistió un severo traje de lana parda, sin adornos ni joyas. Aguardó en silencio. Por fin se descorrió el cerrojo y entró audazmente un hombre vestido con cota de malla, como para el combate. –Sígame–fue cuanto dijo. Cuando Joan trató de acompañar a su ama, recibió un empellón que la devolvió al cuarto. El cerrojo volvió a sonar. El guardia condujo a __________ hasta la alcoba de Walter. Lo primero que la muchacha vio al abrirse la puerta fue lo que restaba de Arthur, encadenado a la pared. Apartó la vista con el estómago revuelto. –No es un bello espectáculo, ¿verdad, mi dama? Levantó la vista. Walter descansaba en una silla acolchada. Sus ojos irritados y su actitud demostraban que estaba muy ebrio. Hablaba con cierta gangosidad. –Claro, que no eres una verdadera dama, según he descubierto. Se levantó y se mantuvo quieto un instante, como para recobrar el equilibrio. Después se acercó a la mesa para servirse más vino. –Las damas son sinceras y buenas. Pero tú, dulce belleza, eres una ramera. Caminó hacia _________, que permanecía muy quieta. No hallaba por dónde huir. Él la sujetó por la cabellera, echándole la cabeza hacia atrás. –Ahora lo sé todo–giró la cabeza de _________ para obligarla a mirar aquellos restos ensangrentados–. Échale un buen vistazo. Me dijo muchas cosas antes de morir. Sé que me crees estúpido, pero no lo soy tanto que no pueda manejar a una mujer–la forzó a mirarlo–. Has hecho todo esto por tu esposo, ¿verdad? Has venido a buscarlo. Dime, ¿hasta dónde habrías llegado para salvarlo? –Habría hecho cualquier cosa–respondió ella con serenidad. Él sonrió y la apartó de un empujón. –¿Tanto lo amas? –No es cuestión de amor. Es mi esposo. –Pero yo te he ofrecido más de lo que él podría ofrecerte–acusó él con lágrimas en los ojos–. Toda Inglaterra sabe que Joe Jonas se muere por Alice Chartworth. __________ no tenía respuesta que dar. Los finos labios del castellano se torcieron en una mueca. –No seguiré tratando de hacerte entrar en razones. Ya ha pasado sobradamente la oportunidad.–Fue a la puerta y la abrió.–Retiren esta bazofia y arrójenla a los cerdos. Cuando hayan terminado con él, traigan a Lord Joe y encadénenlo en el mismo lugar. –¡No!–Gritó _________, corriendo hacia Walter para apoyarle las manos en el brazo–. Por favor, no le hagas más daño. Haré lo que tú digas. Él cerró de un portazo. –Sí, harás lo que yo diga, y lo harás delante de ese marido por el que te prostituyes. –¡No!–Susurró ella. Walter sonrió al verla palidecer. Abrió nuevamente la puerta para observar a los guardias, que se llevaban el cadáver de Arthur. Cuando quedaron solos, ordenó:–¡Ven aquí! Bésame como besas a tu marido. Ella sacudió la cabeza, aturdida. –Nos matarás, de un modo u otro. ¿Por qué he de obedecerte? Tal vez si desobedezco la tortura acabe antes. –Eres astuta, en verdad–sonrió Walter–, Pero yo quiero lo contrario. Por cada cosa que me niegues arrancare un trocito de carne a Lord Joe. Ella lo miró con horror. –Sí, me has comprendido. _________________ apenas podía pensar. “Nick”, suplicó en silencio, “no tardes más de lo que dijiste.” Tal vez pudiera prolongar la tortura de Joe hasta que Nick y sus hombres iniciaran el ataque. La puerta se abrió otra vez y entraron cuatro corpulentos guardias trayendo a Joe encadenado. Aquella vez Walter no había corrido riesgos. El prisionero miró a Walter y a su esposa. –Ella es mía–dijo por lo bajo, adelantándose un paso. Uno de los guardias lo golpeó con la hoja de la espada en la cabeza y lo hizo caer de bruces, inconsciente. –¡Encadénenlo!–Ordenó Walter. Los ojos de _________ se llenaron de lágrimas ante la bravura de su marido. Aun encadenado trataba de luchar. Tenía el cuerpo magullado y maltrecho, debilitado por muchos días de hambre, pero aún peleaba. ¿Podía ella hacer menos? Su única posibilidad era ganar tiempo hasta que Nick llegara. Haría cuanto Walter exigiera. Él le leyó en los ojos la resignación. –Una sabia decisión–elogió. Cuando Joe estuvo encadenado con los brazos abiertos por aros de hierro en las muñecas, Walter despidió a los guardias. Soltó una carcajada y le arrojó una copa de vino a la cara. –Reacciona, amigo. No debes dormir mientras pasa esto. Has ocupado mi sótano durante mucho tiempo y sé que allí no pudiste disfrutar mucho de tu esposa. Mírala. ¿Verdad que es encantadora? Yo estaba dispuesto a librar batalla por ella. Ahora descubro que no es necesario–y alargó la mano–. Ven aquí, mi señora. Ven con tu amo. La bota de Joe se disparó contra Walter, que apenas tuvo tiempo de retroceder. Encima de una mesa lateral pendía un pequeño látigo. Su cuero aún estaba manchado por la sangre de Arthur. Walter lo movió, abriendo un tajo en la cara de Joe. El prisionero pareció no darse cuenta y levantó otra vez la pierna, pero Walter ya estaba fuera de su alcance. Cuando el castellano levantó el látigo por segunda vez, _________ corrió a ponerse frente a su esposo, con los brazos abiertos para protegerlo. –¡Apártate!–Gruñó Joe–. Yo libraré mis propias batallas. __________ no pudo sino chasquear la lengua ante lo absurdo de aquellas palabras. Tenía los brazos encadenados a una pared ya cubierta con la sangre de otro hombre, pero creía poder luchar contra un loco. Se alejó un paso y preguntó a Walter, con voz desmayada:–¿Qué quieres? –Ven aquí–dijo él, lentamente, cuidando de mantenerse fuera del alcance de Joe y sus pies, _________ vaciló, pero sabía que era preciso obedecer. Le tomó la mano extendida, aunque aquella carne viscosa le daba escalofríos. –Qué mano tan encantadora–dijo Walter, mostrándola a Joe–. Vamos, ¿no tienes nada que decir? El encadenado miró a _________ a los ojos y la hizo estremecer. –Querida mía, creo que nos gustaría ver algo más de tu exquisito cuerpo–Walter se volvió hacia Joe.–Lo he visto y disfrutado con frecuencia. Ella está hecha para un hombre. ¿O debo decir para muchos hombres?–Miró a _________ con ojos duros.–Te he ordenado que nos dejes ver lo que hay bajo esas ropas. ¿Tan poco te interesa tu esposo que le negarías una última mirada? Con manos trémulas, _________ tiró de los lazos de lana parda. Quería demorarse tanto como fuera posible. –¡Oh, eres demasiado lenta!–Barbotó Walter, arrojando su copa a un costado para desenvainar la espada. Cortó de un tajo el corpiño del vestido y hundió los dedos en el escote de la camisa. Sus uñas desgarraron la suave piel del cuello. La ropa interior fue arrancada de igual modo. Ella se agachó como para cubrirse, pero la punta de la espada, apoyada contra su vientre, la obligó a erguirse. Sus hombros blancos dejaron aparecer los pechos plenos, que se mantenían altos y orgullosos, pese a la angustia. Aún mantenía la cintura estrecha. Sus piernas eran largas y esbeltas. Walter la observaba, maravillado. No la había imaginado tan hermosa. –Por tanta belleza vale la pena matar–susurró. –¡Tal como yo te mataré por esto!–Gritó Joe, forcejeando contra las cadenas. –¡Tú!–Rió Walter–. ¿Qué puedes hacer tú?–Sujetó a _________ echándole un brazo a la cintura y la hizo girar hasta ponerla frente a su marido. Luego le acarició los senos.–¿Crees poder arrancar las cadenas de la pared? Mírala bien, pues será lo último que veas. Deslizó la mano hasta el vientre de _________. –Mira también esto. Ahora está plano, pero pronto se hinchará con mi hijo. –¡No!–Gritó la muchacha. Él le ciñó la cintura con el brazo hasta impedirle respirar. –Aquí he plantado mi semilla y brotará, sí. ¡Piensa en eso mientras te pudres en el infierno! –No pensaré en ninguna mujer que tú hayas tocado–dijo Joe sin apartar los ojos de su esposa–. Preferiría copular con un animal. Walter apartó a _________. –¡Lamentarás esas palabras! –¡No, no!–Exclamó la muchacha, al ver que Walter avanzaba hacia Joe con la espada en la mano. El castellano estaba muy borracho y la hoja dio lejos de sus costillas, sobre todo porque Joe dio un ágil paso al costado. –¡Quédate quieto!–Ordenó Walter a gritos. Y apuntó otra vez, a la cabeza del prisionero. El arma, manejada con tanta torpeza, no asestó el golpe de filo, sino de plano. Su ancha hoja alcanzó la oreja de Joe. La cabeza del prisionero cayó hacia adelante. –¿Te has dormido?–Chilló Walter, soltando la espada para acogotarlo con sus propias manos. _________ no perdió un instante, corrió hacia la espada y, sin pensar en lo que hacía, la tomó con ambas manos para descargarla con todas sus fuerzas entre los omóplatos de Walter. El hombre se mantuvo en equilibrio por un momento. Después giró con mucha lentitud y le clavó la mirada, un segundo antes de caer. Ella tragó saliva con dificultad. Empezaba a comprender que había matado a un hombre. Sin previo aviso, un enorme estruendo sacudió la torre hasta los mismos cimientos. No había tiempo que perder. La llave que abría los anillos de hierro pendía de la pared. En el momento en que ella los abría, Joe empezó a moverse. Logró recobrar el equilibrio antes de caer y abrió los ojos. Su esposa estaba a poca distancia, con el cuerpo desnudo salpicado de sangre. Walter yacía a sus pies; una espada le asomaba por la espalda. –¡Cúbrete!–Ordenó furioso. En el torbellino de acontecimientos, _________ había olvidado su desnudez. Sus prendas formaban un montón de jirones inútiles. Abrió un arcón puesto a los pies de la cama. Estaba lleno de ropa, pero era de Walter. Vaciló. Detestaba tocar aquellas cosas. –¡Toma!–Indicó Joe, arrojándole una túnica de lana–. Es adecuado que uses sus prendas. Y se acercó a la ventana sin darle tiempo de contestar. En realidad, no habría podido. Sobre ella pesaba la enormidad de haber matado a un hombre. –Ha llegado Nick–anunció su esposo–. Ha hecho un túnel por debajo de la muralla y las piedras se han derrumbado.–Se acercó a Walter y apoyó un pie en su espalda para arrancarle la espada.–Le has cortado la columna vertebral–señaló con toda calma–. Tomaré nota para no darte la espalda. Eres hábil –¡Joe!–Llamó desde la puerta una voz familiar. –¡Kevin!–Susurró _________. Los ojos se le estaban llenando de lágrimas. Joe descorrió el cerrojo. –¿Estás bien?–Inquirió el muchacho, abrazando a su hermano. –Sí, hasta donde cabe esperar. ¿Dónde está Nick? –Abajo, con los otros. El castillo ha sido fácil de tomar una vez derrumbada la muralla. La doncella y tu suegra esperan abajo con John Bassett, pero no podemos hallar a _________. –Está aquí–respondió Joe con frialdad–. Encárgate de ella mientras voy en busca de Nick. Empujó a su hermano para pasar y abandonó la habitación. Kevin pasó al interior. En un primer momento no vio a _________, que estaba sentada en un arcón, a los pies de la cama, con una túnica de hombre. Por debajo del borde se mostraban sus piernas desnudas. Lo miró con ojos lacrimosos, como una criatura abandonada, llenándolo de compasión. Él se le acercó renqueando con la pierna fuertemente vendada. _________ no vaciló en buscar el consuelo de su fuerza. Los sollozos la desgarraban. –Lo he matado–lloró. –¿A quién? –A Walter. Kevin la estrechó con más fuerza. Los pies de la muchacha ya no tocaban el suelo. –¿Acaso no merecía morir? _________ escondió la cara en su hombro. –¡Yo no tenía derecho! Dios... –¡Silencio!–Ordenó Kevin–. Has hecho lo que era preciso. Dime, ¿de quién es la sangre que mancha la pared? –De Arthur. Era el vasallo de Walter. –Bueno, no llores tanto. Todo saldrá bien. Vamos abajo para que tu doncella te ayude a vestirte. No quería saber por qué las ropas de su cuñada estaban esparcidas por el suelo y llenas de desgarrones. –¿Mi madre está bien? –Más que bien. Mira a John Bassett como si fuera el Mesías. Ella se apartó. –¡Blasfemias! –Yo no, tu madre. ¿Qué dirás cuando ella encienda velas a sus pies? _________ iba a reprenderlo, pero sonrió. Las lágrimas se le secaban ya en las mejillas. Lo abrazó con fuerza. –¡Cuánto me alegro de volver a verte! –Como siempre, tratas mejor a mi hermano que a mí–observó una voz solemne desde la puerta. Allí estaba Miles con la vista clavada en sus piernas desnudas. _________había pasado por demasiadas cosas y no se ruborizó. Kevin la dejó en el suelo para que corriera a abrazar a Miles. –¿Lo has pasado mal?–Preguntó el joven al estrecharla. –Peor. Bueno, tengo noticias que te alegrarán–informó Kevin–. El rey te llama a la Corte. Al parecer, ha oído tantos comentarios sobre ti después de tu boda, que desea ver con sus propios ojos a nuestra hermanita de mirada de oro. –¿A la Corte?–Se asombró _________. –¡Déjala en el suelo!–Ordenó Kevin a Miles, fingiendo fastidio–. Es un abrazo demasiado largo para ser de afecto fraternal. –Es por esta nueva moda que usa. Ojalá se imponga–suspiró Miles al depositarla en tierra. _________ levantó la vista hacia ellos y sonrió. De pronto, rompió otra vez en lágrimas. –¡Cuánto me alegro de verlos a los dos!–Dijo, volviéndose. Kevin se quitó el manto para envolverla en él. –Vamos, entonces. Te esperaremos abajo. Partimos hoy mismo. No quiero volver a ver este lugar. –Tampoco yo–susurró __________. Aunque no volvió la vista atrás, llevaba en su mente una vívida imagen del cuarto.
SweetHeart(MarthaJonas14) Casada Con
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Tema: Re: La Promesa Fugaz (Joe&Tú) /Dramática/ Marzo 29th 2012, 22:04
Capítulo 21
–¿Sabes lo del niño?–preguntó Nick a Joe mientras caminaban juntos por el patio de Demari. –He sido informado–replicó él, fríamente–. Sentémonos aquí, a la sombra. Aún no me acostumbro a la luz del sol. –¿Te tenían en un foso? –Sí. Me tuvieron en uno casi una semana. –No se te ve demasiado flaco. ¿Te daban de comer? –No. _________... mi esposa hacía que su doncella me llevara comida. Nick echó una mirada a los restos de la vieja torre. –Se arriesgó mucho al venir aquí. –No se arriesgó en absoluto. Deseaba a Demari tanto como él a ella. –No tuve esa impresión cuando conversé con _________. –¡Pues te equivocas!–Afirmó Joe con fuerza. Nick se encogió de hombros. –Ella es asunto tuyo. Kevin dice que se les ha llamado a la Corte. Podemos viajar juntos, pues yo también debo presentarme al rey. Joe estaba cansado y sólo quería dormir. –¿Qué quiere el rey de nosotros? –Ver a tu esposa y presentarme una a mí. –¿Vas a casarte? –Sí, con una rica heredera escocesa que odia a todos los ingleses. –Yo sé lo que significa verte odiado por tu esposa. Nick sonrió. –Pero la diferencia es que a ti te importa. A mí no. Si no se comporta como es debido, la encerraré para no verla nunca más. Diré que es estéril y adoptaré a un hijo que herede sus tierras. Si tanto te disgusta tu mujer, ¿por qué no haces otro tanto? –¡No verla nunca más!–Exclamó Joe. Se contuvo al ver que su hermano se echaba a reír. –¿Te calienta la sangre? No hace falta que lo digas, porque la he visto. ¿Sabes que estuve a punto de matarla cuando le vi arrojarte vino a la cara? Ella tomó mi puñal y me rogó que le diera muerte. –Te engañó–dijo Joe disgustado–, igual que a Kevin y a Miles. Esos muchachos se sientan a sus pies y la miran con ojos embobados. –Hablando de ojos embobados, ¿qué piensas hacer con John Bassett? –Debería casarlo con Lady Helen. Si se parece en algo a su hija, hará de su vida un infierno. Sería poco castigo por su estupidez. Nick bramó de risa. –Estás cambiado, hermano. _________ te obsesiona. –Sí, como un grano en el trasero. Ven, apresuremos a estas gentes para salir de aquí. El campamento dejado por Joe estaba ante las murallas de Demari. Aunque John Bassett no lo supiera, Joe estaba haciendo cavar un túnel bajo las murallas en el momento en que lo apresaron; el joven tenía por costumbre no revelar todos sus planes a ninguno de sus ayudantes. Mientras John volvía al castillo de Jonas, los hombres elegidos por Joe continuaban con la excavación. Habían tardado varios días, aunque ninguno de ellos dormía sino unas pocas horas diarias. Mientras iban avanzando en la perforación, sostenían la tierra sobre sus cabezas con fuertes maderos. Cuando estuvieron cerca del otro extremo, encendieron una hoguera dentro del túnel. Una vez quemadas las vigas, una parte de la muralla se derrumbó con un estruendo ensordecedor. En la confusión que siguió a la toma del castillo, mientras el grupo establecía su campamento, _________ consiguió escapar para estar sola un rato. Había un río en los bosques, detrás de las tiendas. Caminó entre los árboles hasta hallar un sitio cobijado donde estaría oculta pero podría disfrutar del sonido y la vista del agua. Sólo entonces se dio cuenta de lo tensa que había estado durante la semana pasada. La mentira incesante, el disimulo ante Walter, la habían agotado. Era un placer sentirse libre y en paz otra vez. Por un breve rato no pensaría en su esposo ni en ninguno de sus múltiples problemas. –Buscas consuelo–dijo una voz tranquila. Ella no había oído aproximarse a nadie. Al levantar la vista se encontró con Kevin, que le sonreía. –Me iré si quieres estar sola. No es mi intención molestarte. –No me molestas. Ven a sentarte conmigo. Sólo quería alejarme del ruido y de la gente un rato. Él se sentó a su lado, estirando las largas piernas, con la espalda contra una roca. –Esperaba que las cosas hubieran mejorado entre mi hermano y tú, pero no parece que así sea–manifestó el joven, sin preámbulos–. ¿Por qué mataste a Demari? –Porque no había otra escapatoria–dijo _________ con la cabeza inclinada. Levantó la vista con los ojos llenos de lágrimas–. Es horrible quitar la vida a alguien. Kevin se encogió de hombros. –A veces es necesario. ¿Y Joe? ¿No te lo explicó? ¿No te consoló por lo que hiciste? –Casi no me ha dirigido la palabra–respondió ella con franqueza–. Pero hablemos de otras cosas. ¿Tu pierna está mejor? Kevin iba a responder, pero se oyó la carcajada de una mujer y ambos miraron hacia el río. Helen y John Bassett caminaban por la orilla del agua. _________ iba a llamarla, pero Kevin se lo impidió, pensando que era mejor no molestar a los amantes. –John–dijo Helen, mirándolo con amor–, creo que no podré soportarlo. Él le apartó tiernamente un mechón de la mejilla. La mujer tenía un aspecto joven y radiante. –Es preciso. Para mí no será más fácil perderte, verte casada con otro. –Por favor–susurró ella–, no soporto siquiera la idea. ¿No habrá otra solución? John le apoyó la punta de los dedos en los labios. –No, no lo repitas. No podemos casarnos. Sólo nos quedan estas pocas horas. Es todo. Helen le rodeó el pecho con los brazos, estrechándolo cuanto pudo. John la abrazó hasta casi aplastarla –Dejaría todo por ti–susurró ella. –Y yo daría cualquier cosa si pudiera tenerte–sepultó la mejilla en la cabellera de la mujer–. Vamos. Alguien podría vernos. Ella asintió y los dos se alejaron lentamente, abrazados por la cintura. –Yo no lo sabía–dijo _________ por fin. Kevin le sonrió. –A veces sucede. Ya se les pasará. Joe buscará otro esposo para tu madre y él llenará su lecho. _________ se volvió a mirarlo; sus ojos eran un rayo de oro. –¿Otro esposo?–Siseó–. ¿Alguien que llene su lecho? ¿Es que los hombres no piensan en otra cosa? Kevin la miró con fascinación. Era la primera vez que la veía iracunda contra él. No lo fascinaba sólo por su belleza, sino por su temperamento. Una vez más sintió la sacudida del amor y sonrió. –Tratándose de mujeres no hay mucho más en qué pensar– bromeó. _________ iba a replicar, pero vio la risa en los ojos del muchacho y los hoyuelos de sus mejillas. –¿No hay solución para ellos? –Ninguna. Los padres de John no son siquiera de origen noble, y tu madre estuvo casada con un conde–le apoyó una mano en el brazo–.Joe buscará a un hombre bueno que sepa administrar bien sus propiedades y la trate con bondad. _________ no respondió. –Tengo que irme–dijo Kevin de repente. Se levantó con torpeza–. ¡Maldita sea esta herida!–Protestó vehemente–. Una vez me di un hachazo en la pierna, pero no dolió tanto como esta fractura. –Al menos ha soldado correctamente–replicó ella con un chisporroteo en los ojos. Kevin hizo una mueca al recordar el dolor de su tratamiento. –Si vuelvo a necesitar de un médico, tendré cuidado de no recurrir a ti. No soy tan hombre como para soportar tus atenciones. ¿Quieres volver al campamento? –No. Prefiero estar sola un rato. Él miró a su alrededor. El lugar parecía no ofrecer peligros, pero nunca se estaba seguro. –Vuelve antes de que se ponga el sol. Si por entonces no te he visto, vendré a buscarte. Ella hizo un gesto de asentimiento y volvió la vista al agua, mientras él se alejaba. La preocupación de Kevin por ella la hacía sentir protegida. Recordó la alegría que le inspiraba verlo en el castillo. Entre sus brazos se sentía segura. Así las cosas, ¿por qué no lo miraba con pasión? Resultaba extraño experimentar sólo un afecto fraternal por aquel hombre que la trataba con tanta bondad, mientras que por su esposo... No quiso pensar en Joe mientras estuviera en aquel lugar tranquilo: cualquier recuerdo de él la enfurecía demasiado. Él había dado crédito a las palabras de Walter y estaba convencido de que estaba embarazada de ese hombre. _________ se llevó las manos al vientre, en un gesto protector. ¡Su propio hijo! Pasara lo que pasara, el bebé sería siempre suyo.
–¿Qué planes tienes para ella?–Preguntó Kevin mientras se sentaba ostentosamente en una silla, en la tienda de Joe. Nick se acomodó a un lado para afilar un puñal. Al otro lado estaba Joe, comiendo. No había hecho otra cosa desde que saliera del castillo. –Supongo que te refieres a mi esposa–dijo, ensartando un trozo de cerdo asado–. Pareces preocuparte mucho por ella–acusó. –¡Y tú pareces ignorarla!–Contraatacó Kevin–. Mató a un hombre por ti. Eso no es fácil para una mujer, pero tú ni siquiera le has hablado del terna. –¿Qué consuelo podría darle después de que mis hermanos se han ocupado tanto de brindárselo? –Pues no lo encuentra en otra parte. –¿Hago traer espadas?–Preguntó Nick, sarcástico–. ¿O prefieren batir con armadura completa? Kevin se relajó de inmediato. –Tienes razón, Nick. Ojalá este otro hermano mío fuera tan sensato como tú. Joe lo fulminó con la mirada y volvió a su comida. Nick lo observó un momento. –Kevin, ¿tratas de interponerte entre Joe y su esposa? El más joven se encogió de hombros y acomodó la pierna. –Él no la trata como es debido. Nick sonrió, comprensivo. Kevin había sido siempre el defensor de los oprimidos. Apoyaba cualquier causa que necesitara de él. El silencio se hizo denso, hasta que Kevin se levantó para salir de la tienda. Joe lo siguió con la vista. Después, ahíto por fin, apartó el plato y se levantó para acercarse a su catre. –Está embarazada de ese hombre–dijo al cabo de un rato. –¿De Demari?–Preguntó Nick. Ante el asentimiento de su hermano, emitió un grave silbido–. ¿Qué vas a hacer con ella? Joe se dejó caer en una silla. –No sé–dijo en voz baja–. Kevin dice que no la he consolado, pero ¿qué para decirle, si ha matado a su amante? –¿Fue obligada? El mayor dejó caer la cabeza. –No lo creo. No, no es posible. Podía ir y venir por el castillo a voluntad. Vino a verme hasta el foso y también cuando me encerraron en un calabozo de la torre. Si la hubieran forzado, no le habrían dado tanta libertad. –Eso es cierto, pero el hecho de que te visitara ¿no significa que deseaba ayudarte? Los ojos de Joe despidieron chispas. –No sé qué deseaba. Parece estar de parte de quienquiera que la tenga. Cuando vino a mí dijo que lo había hecho todo por mi bien. Sin embargo, cuando estaba con Demari era toda suya. Es astuta. Nick deslizó un dedo a lo largo del puñal para probar el filo. –Kevin parece tener muy buena opinión de ella. Miles también. Joe resopló. –Miles todavía es demasiado joven para saber que las mujeres tienen algo además del cuerpo. En cuanto a Kevin... hace tiempo que defiende la causa de _________. –Podrías declarar que el niño es de otro y repudiarla. –¡No!–Exclamó Joe, casi con violencia. Después apartó la vista. Nick se echó a reír. –¿Todavía ardes por ella? Es hermosa, pero hay otras mujeres hermosas. ¿Qué me dices de Alice? Declaraste que la amabas. Nick había sido el único confidente de Joe en cuanto a Alice. –Se casó hace poco con Edmund Chartworth. –¡Edmund! ¡Esa bazofia! ¿No le ofreciste matrimonio? El silencio fue la única respuesta. Nick envainó el puñal. –Las mujeres no valen la pena de preocuparse tanto. Llévate a la cama a tu mujer y no vuelvas a pensar en el asunto–se levantó–. Creo que me voy a dormir. Ha sido una jornada muy larga. Nos veremos mañana. Joe quedó solo en su tienda; la oscuridad se intensificaba rápidamente. “Repudiarla”, pensó. Bien podía hacerlo, puesto que ella estaba embarazada de otro. Pero no se imaginaba sin ella. –Joe...–Kevin interrumpió sus pensamientos.–¿Ha vuelto _________? Le dije que no debía demorarse hasta después de oscurecer. Joe se levantó con los dientes apretados. –Piensas demasiado en mi mujer. ¿Dónde estaba? Iré a buscarla. El hermano le sonrió. –Junto al arroyo, por allí–señaló. _________estaba arrodillada junto al riachuelo, moviendo con la mano el agua clara y fresca. –Es tarde. Tienes que volver al campamento. Levantó la vista, sobresaltada. Joe se erguía ante ella en toda su estatura; sus ojos mieles parecían muy oscuros en la penumbra del ocaso. Su expresión era hermética. –No conozco estos bosques–continuó él–. Podría haber peligro. _________ se levantó con la espalda muy erguida. –Eso te convendría, ¿verdad? Una esposa muerta ha de ser mejor que una deshonrada. Recogió sus faldas y echó a andar a grandes zancadas. Él la sujetó por el brazo. –Tenemos que hablar, seriamente y sin enfadarnos. –¿Qué ha habido siempre entre nosotros, aparte del enfado? Di lo que quieras. Me cansó. El suavizó la expresión. –¿Te cansa la carga del niño? Las manos de la muchacha volaron al vientre. Después se irguió, con el mentón en alto. –Este bebé jamás será una carga para mí. Joe miró al otro lado del río, como si luchara con un gran problema. –Por todo lo que ha ocurrido desde entonces, creo que cuando te entregaste a Demari lo hiciste con buenas intenciones. Sé que no me amas, pero él también tenía a tu madre. Sólo por ella habrías arriesgado lo que arriesgaste. _________ frunció el entrecejo e hizo una señal de asentimiento. –No sé qué ocurrió después de que viniste al castillo. Tal vez Demari fue amable contigo y tú necesitabas amabilidad. Tal vez aun durante la boda te... te ofreció gentileza. Ella no podía hablar. Se le estaba revolviendo la bilis. –En cuanto al niño, puedes conservarlo y no te repudiaré por ello, aunque tal vez debería hacerlo. Pues sí, a decir verdad puedo tener parte de la culpa. Cuidaré del niño como si fuera mío y heredará algunas de tus tierras–Joe hizo una pausa para mirarla.–¿No dices nada? He tratado de ser franco... y justo. Creo que no podrías pedir más. __________ tardó un momento en recobrarse. Habló con los dientes muy apretados. –¡Franco! ¡Justo! ¡No conoces el significado de esas palabras! Fíjate en lo que estás diciendo. Estás dispuesto a reconocer que vine al castillo por motivos honorables, pero después de eso me insultas horriblemente. –¿Que te insulto?–Se extrañó Joe. –¡Me insultas, sí! ¿Me crees tan vil como para entregarme libremente al hombre que amenazó a mi madre y a mi esposo? ¡Porque ante Dios eso eres! Dices que yo necesitaba amabilidad. ¡Sí, la necesito, porque nunca la he recibido de ti! Pero no soy tan vana como para faltar a un juramento hecho ante Dios, por un par de atenciones. Una vez rompí un voto semejante, pero no volveré a hacerlo. Apartó la cara, ruborizada por el recuerdo. –No sé de qué hablas–empezó Joe, perdiendo a su vez los estribos–. Hablas en acertijos. –Sugieres que soy adúltera. ¿Eso es un acertijo? –Llevas en el vientre el hijo de ese hombre. ¿De qué otro modo puedo llamarte? He ofrecido hacerme cargo del niño. Deberías agradecer que no te repudie. _________ lo miró con fijeza. Él no preguntaba si la criatura era suya: daba por sentado que Walter había dicho la verdad. Tal como había dicho Helen el día de la boda: un hombre era capaz de dar crédito al más bajo de sus siervos antes que a su esposa. Y si _________ negaba haberse acostado con Walter, ¿le creería él? No había modo de probar sus palabras. –¿No tienes más que decir?–Acusó Joe, con los labios tensos. _________ lo fulminó con la vista, muda. –¿Debo interpretar que estás de acuerdo con mis condiciones? La muchacha decidió seguirle el juego. –Dices que darás tierras mías a mi hijo. Es poco lo que sacrificas. –¡Te retengo a mi lado! Podría repudiarte. –Ella rió. –Claro que podrías. Los hombres tienen ese derecho. Me retendrás mientras me desees. No soy tonta. Debería recibir algo más que una herencia para mi hijo. –¿Quieres una paga? –Sí, por haber venido a buscarte al castillo. Las palabras dolían. Estaba llorando por dentro, pero se negaba a dejarlo ver. –¿Qué deseas? –Que mi madre sea dada en matrimonio a John Bassett. Joe dilató los ojos. –Tú eres ahora su pariente masculino más cercano–señaló _________ –. Tienes ese derecho. –Pero John Bassett es... –No me lo digas Lo sé demasiado bien. Pero, ¿no te das cuenta de que ella lo ama? –¿Qué tiene que ver el amor en esto? Hay que tener en cuenta las propiedades, las fincas. _________ le apoyó las manos en los brazos, suplicante. –No sabes lo que significa vivir sin amor. Tú has entregado el tuyo y yo no tengo posibilidades de ganarlo. Pero mi madre nunca ha amado a un hombre como ama a John. Está en tu mano darle lo que más necesita. Te lo ruego, no dejes que tu animosidad contra mí te impida darle alguna felicidad. Él la observó. Era hermosa, pero también una joven solitaria. ¿Habría sido él tan duro como para hacer que ella necesitara a Walter Demari, siquiera por algunos momentos? Ella decía que Joe había entregado su amor a otra, sin embargo, en esos momentos le era imposible recordar la cara de Alice. La tomó en sus brazos, recordando lo asustada que la había visto frente al ataque del cerdo salvaje. Pese a esa falta de valor, se había enfrentado a un enemigo como si fuera capaz de matar dragones. –No te odio–susurró, estrechándola contra sí para ocultar la cara en su pelo. Cierta vez Kevin le había preguntado qué encontraba en ella de malo; en ese momento Joe se hizo la misma pregunta. Si ella estaba embarazada de otro, ¿no era culpa de él por haberla dejado sin protección? Durante toda su vida de casados recordaba haberla tratado con gentileza una sola vez: el día que habían pasado juntos en el bosque. Le molestaba la conciencia por haber planeado ese paseo para ponerla otra vez en el lecho nupcial. Había pensado sólo en sí mismo. Se sentó en la perfumada hierba, con la espalda contra un árbol, y la acomodó en su falda, acurrucada. –Cuéntame qué pasó en el castillo–pidió con suavidad. Ella no confiaba en él. Cada vez que confiaba en él, Joe le arrojaba las palabras a la cara. Pero su contacto físico la reconfortaba. “Esta sensación es todo cuanto compartimos”, pensó. “Entre nosotros sólo existe la lascivia, no hay amor ni comprensión, mucho menos confianza.” Se encogió de hombros, negándose a revelarle nada. Tenía los labios muy cerca del cuello de Joe. –Ya ha pasado todo. Es mejor olvidarlo. Joe frunció el ceño; quería obligarla a hablar, pero su proximidad era más de lo que podía soportar. –__________ –susurró, buscándole la boca. Ella le rodeó el cuello con los brazos. Su mente había quedado en blanco. Olvidadas quedaban las ideas de comprensión y confianza. –Te echaba de menos–susurró él contra su mejilla–. ¿Sabes que, cuando te vi en el foso de Demari, creí estar muerto? Ella apartó la cabeza para ofrecerle el fino arco del cuello. –Eras como un ángel que llevara luz, aire y belleza a aquel... lugar. Temía tocarte por si no eras real... o por si eras real y yo resultaba destruido por haberme atrevido a tocarte. Tiró de los lazos que le cerraban el costado. –Pues soy muy real–sonrió __________. Él estaba tan embrujado que la atrajo hacia sí y la besó profundamente. –Tus sonrisas son más raras y más preciosas que los diamantes. He visto tan pocas...–de pronto se le oscureció la expresión ante el recuerdo–. Podría haberlos matado a ambos cuando vi que Demari te tocaba. Ella lo miró con horror y trató de apartarlo. –¡No!–Exclamó él, reteniéndola–. ¿Me darás a mí, tu marido, menos que a él? _________ estaba en una situación incómoda, pero logró echar la mano atrás y asestarle una bofetada. Él le sujetó la mano con un chisporroteo en los ojos y le estrujó los dedos. De pronto le besó la mano. –Tienes razón. Soy un tonto. Todo ha quedado atrás. Veamos sólo el futuro, esta noche. Su boca atrapó la de ella y _________ abandonó la ira. En verdad, mientras aquellas manos vagaran bajo sus ropas no podía pensar en nada Estaban hambrientos el uno del otro, más que hambrientos. Las privaciones que Joe había experimentado en el foso no eran nada comparadas con lo que sentía por haber prescindido de su mujer. El vestido de lana azul fue desgarrado, y también las enaguas de hilo. La tela rota aumentó la pasión y las manos de _________ lucharon con las prendas de Joe. Pero él fue más rápido. En un instante sus ropas formaron un montón con las de ella. __________, frenética, lo atrajo hacia ella. Joe igualó su ardor y lo superó también. A los pocos momentos consumaban el amor en un feroz estallido de estrellas que los dejó exhaustos.
SweetHeart(MarthaJonas14) Casada Con
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Tema: Re: La Promesa Fugaz (Joe&Tú) /Dramática/ Marzo 29th 2012, 22:06
Capítulo 22
–Se cree mejor que nosotras–dijo Blanche rencorosa. Estaba con Gladys en la granja de Chartworth, llenando jarras con vino para la comida de las once. –Sí–replicó Gladys, pero con menos amargura. Echaba de menos a Jocelin, pero no se enfurecía por ello como su compañera. –¿Qué asunto lo retendrá lejos de nosotras?–Preguntó Blanche–. Con ella pasa poco tiempo–señaló con la cabeza hacia arriba, refiriéndose al cuarto de Alice Chartworth–. Y rara vez está en el salón. Gladys suspiró. –Parece pasar la mayor parte del tiempo solo en el pajar. Blanche interrumpió súbitamente su tarea. –¡Solo! ¿Estará solo, de verdad? No lo habíamos pensado. ¿Y si tuviera allí a una muchacha? Gladys se echó a reír. –¿Para qué querría Jocelin a una sola muchacha si puede tener a muchas? ¿Y cuál de las mujeres falta del castillo? A menos que sea una de las siervas, no sé de ninguna que haya estado ausente tanto tiempo. –¿Y qué otra cosa podría retener a un hombre como Jocelin? ¡Eh, tú!–Llamó Blanche a una muchacha que pasaba–. Termina de llenar estas jarras, ¿quieres? –Pero yo...–Blanche le dio un cruel pellizco y la muchacha cedió, mohína–. Está bien. –Ven, Gladys–ordenó Blanche–. Pongamos fin a este misterio mientras Jocelin está ocupado en otra parte. Las dos mujeres abandonaron la granja para recorrer la corta distancia que las separaba de los establos. –Mira, retira la escalerilla cada vez que sale–observó Blanche. Entró silenciosamente en los establos seguida de cerca por su amiga. Llevándose un dedo a los labios, señaló a la gorda esposa del mozo de cuadra. –El viejo dragón vigila–susurró. Las muchachas tomaron la escalerilla sin hacer ruido y la pusieron contra la pared exterior; el extremo tocaba la abertura del alojamiento de Jocelin. Blanche se recogió las faldas y subió. Cuando estuvieron dentro, ante los fardos de heno que bloqueaban la vista, les llegó la voz de una mujer. –¿Jocelin? ¿Eres tú? Blanche sonrió a su compañera, llena de malicioso triunfo, y marchó la primera hacía la zona abierta. –¡Constance! La encantadora cara de la mujer aún estaba maltrecha, pero comenzaba a cicatrizar. Constance retrocedió hasta apoyar la espalda contra un montón de heno. –¡Conque tú eres el motivo de que Jocelin nos abandone! Se dijo que habías abandonado el castillo–dijo Gladys. La muchacha se limitó a mover la cabeza en un gesto negativo. –¡No! No se fue–espetó Blanche–. Vio a Jocelin y decidió que tenía que ser suyo. No soportaba compartirlo. –No es cierto–murmuró Constance con el labio inferior estremecido–. Estuve a punto de morir. Él cuidó de mí. –Sí, y tú cuidas de él, ¿no? ¿Qué brujería has usado para atraparlo? –Por favor... yo no quería hacer ningún mal... Blanche no escuchaba sus súplicas. Sabía que no era Jocelin quien había hecho a Constance esas marcas en el cuerpo y en la cara. Sólo podían ser obra de Edmund Chartworth. –Dime, ¿sabe Lord Edmund dónde estás? La joven abrió mucho los ojos, horrorizada. Blanche se echó a reír. –Ya ves, Gladys, es la amante del señor, pero lo traiciona con otro. ¿Qué te parece si la devolvemos a su amo? Gladys contempló con simpatía a la joven aterrorizada, pero su compañera le clavó los dedos en el brazo. –Nos ha traicionado y tú vacilas cuando te hablo de pagarle con la misma moneda. Esta perra desconsiderada nos ha quitado a Joss. Tenía a Lord Edmund, pero quería más. No estaba satisfecha con un solo hombre; los quería a todos a sus pies. Gladys se volvió hacia Constance con una mirada de odio. –Si no bajas con nosotras, diremos a Lord Edmund que Jocelin te ha estado ocultando–sonrió Blanche. Constance las siguió en silencio por la escalerilla. No se permitiría pensar, sólo tendría en la mente que estaba protegiendo a Jocelin. En toda su vida nadie le había dado ternura. Su mundo estaba lleno de gente como Edmund, Blanche y Alice. Sin embargo, durante casi dos semanas había vivido un sueño en los brazos de Jocelin; él le hablaba, le cantaba, la tenía en sus brazos y le hacía el amor. Le susurraba que la amaba y ella le creía. Seguir a Blanche y a Gladys fue como despertar de un sueño. A diferencia de Jocelin, Constance no trazaba planes para cuando abandonaran el castillo de Chartworth, una vez que ella se curara por completo. Sabe que sólo contaban con el tiempo que pasaran en el pajar. Por eso siguió con docilidad a las mujeres, aceptando su fatal destino; no le pasó por la cabeza la idea de escapar o de resistirse. Sabía adónde la llevaban. Cuando entraron a la alcoba de Edmund, su pecho se cerró como apretado por bandas de hierro. –Quédate aquí. Iré en busca de Lord Edmund–ordenó Blanche. –¿Vendrá?–Preguntó Gladys. –Oh, sí, cuando reciba mis noticias. No le permitas salir de aquí. Blanche estuvo de regreso en pocos segundos, con el furioso Edmund pisándole los talones. No le agradaba que hubieran interrumpido su cena, pero el solo nombre de Constance hizo que siguiera a la presuntuosa Sirvienta. Una vez en la alcoba, cerró la puerta y echó el cerrojo, con los ojos clavados en Constance, sin prestar atención a las miradas nerviosas de las dos criadas. –Conque después de todo no has muerto, mi dulce Constance. Edmund le puso una mano bajo el mentón para obligarla a levantar la cara. Sólo vio en ella resignación. Los cardenales oscurecían su belleza, pero cicatrizarían. –Esos ojos–susurró él–. Me han perseguido largo tiempo. Al oír un ruido tras de sí, giró en redondo. Las dos criadas estaban tratando de descorrer subrepticiamente el cerrojo. –¡Aquí!–Ordenó, sujetando por el brazo a Gladys, la más próxima–. ¿Adónde pretendes ir? –A cumplir con nuestras tareas, señor–dijo Blanche con voz insegura–. Somos sus muy leales servidoras. Gladys tenía lágrimas en los ojos, pues los dedos de Edmund se le clavaban en la piel. Trató de aflojarlos, pero el amo la arrojó al suelo. –¿Creíais que podrías traer a esta muchacha aquí y dejarla como si fuera un bulto cualquiera? ¿Dónde estaba? Blanche y Gladys intercambiaron una mirada. No habían pensado en eso. Sólo querían alejar a Constance de Jocelin para que todo fuera como antes, cuando Jocelin les hacía el amor y las divertía. –No... no sé, señor–tartamudeó Blanche. –¿Me tomas por tonto?–Edmund avanzó hacia ella.–La muchacha ha estado bien escondida. De lo contrario yo me habría enterado. Su presencia no ha sido parte de los chismes del castillo. –No, mi señor. Ella... Blanche no pudo inventar una historia lo bastante aprisa. La traicionaba la lengua. Edmund miró a Gladys, encogida a sus pies. –Me estás ocultando algo. ¿A quién proteges? Tomó a Blanche del brazo y se lo retorció dolorosamente tras la espalda. –¡Señor! ¡Me hace daño! –Te haré algo peor si me mientes. –Ha sido Baines, el de la cocina–dijo Gladys en voz alta, por proteger a su amiga. Edmund soltó a Blanche mientras estudiaba la respuesta. Baines era un hombre sucio y de mal carácter, al que nadie quería. Edmund estaba enterado de eso, pero también de que Baines dormía en la cocina, donde no contaba con intimidad suficiente para esconder a una muchacha maltratada hasta que curara. Eso habría provocado rumores en todo el castillo. –Mientes–dijo con voz mortífera. Y avanzó lentamente hacia ella. Gladys trató de alejarse, arrastrándose entre los juncos. –Mi señor–rogó, temblando con todas las fibras de su cuerpo. –Es tu última mentira–aseguró él, agarrándola por la cintura. Ella empezó a forcejear al comprender que la llevaba hacia la ventana abierta. Blanche, horrorizada, vio que Edmund llevaba a Gladys hasta la abertura. La muchacha trató de asirse del marco, pero no pudo contrarrestar la fuerza de su amo. Él le dio un empellón por la espalda y Gladys cayó hacia adelante, dando manotazos en el aire. Su alarido, mientras caía tres pisos hasta el patio, pareció estremecer los muros. Blanche permanecía inmóvil, con la vista fija y las rodillas trémulas. El estómago le daba vueltas. –Ahora quiero saber la verdad–dijo Edmund, volviéndose hacia ella–. ¿Quién la ha ocultado? Señalaba con la cabeza a Constance, que permanecía en silencio contra la pared. El asesinato de Gladys no la había espantado, era lo que esperaba. –Jocelin–susurró Blanche. Ante ese nombre la muchacha levantó la cabeza. –¡No! No soportaba que se traicionara a Jocelin. Edmund sonrió. –¿Ese bello cantante?–El mismo que se había hecho cargo de Constance aquella noche. Edmund lo recordó sólo entonces.–¿Dónde duerme? ¿Cómo pudo retenerla sin que nadie lo supiera? –En el pajar, encima de los establos. Blanche apenas podía hablar. Mantenía la vista clavada en la ventana. Apenas un momento antes Gladys había estado con vida; ahora su cuerpo yacía roto y aplastado en el patio. Edmund asintió con la cabeza, reconociendo la verdad de la respuesta. Dio un paso hacia la mujer, que se apartó con miedo, apretando la espalda contra la puerta. –No, señor. Le he dicho lo que deseaba saber–pero él seguía avanzando con una leve sonrisa–. Y le he traído a Constance. Soy una servidora leal. A Edmund le gustó ese terror; demostraba su poder. Se detuvo muy cerca de ella y levantó una mano gorda para acariciarle la línea de la mandíbula. Ella tenía los ojos llenos de lágrimas. Lágrimas de terror. El amo sonreía aún al golpearla. Blanche cayó al suelo con una mano apretada a la cara. El ojo de ese lado ya comenzaba a tomar un tono purpúreo. –Vete–dijo él, medio riendo, mientras abría la puerta de par en par–. Ya has aprendido una buena lección. Blanche estaba fuera del dormitorio antes de que la puerta se cerrase. Corrió por las escaleras hasta salir de la casa y siguió corriendo por el patio del castillo. Atravesó el portón abierto sin responder a los gritos de los hombres que custodiaban las murallas. Sólo sabía que necesitaba alejarse de cuanto tuviera que ver con Chartworth. Se detuvo cuando los dolores en el costado la obligaron a dejar de correr. Entonces siguió caminando, sin echar una sola mirada atrás. Jocelin deslizó cuatro ciruelas debajo de su chaleco, sabiendo que a Constance le encantaba la fruta fresca, En las últimas semanas su vida había empezado a girar alrededor de lo que a Constance le gustaba o disgustaba. Verla desplegarse, pétalo a pétalo, había sido lo más delicioso de su vida. La gratitud que ella demostraba por cualquier pequeño placer lo reconfortaba, aunque le dolía el corazón al pensar en lo que había sido hasta entonces la vida de la muchacha: un simple ramo de flores podía hacerla llorar. ¡Y en la cama! Sonrió con lascivia. No era tan mártir que olvidara los placeres egoístas. Constance quería pagarle sus bondades y demostrarle su amor. Al principio, la expectativa del dolor la había puesto rígida, pero las caricias de Jocelin y la seguridad de que él no le haría daño acabaron por enloquecerla de pasión. Era como si quisiese amontonar todo el amor de su vida en unas pocas semanas. El joven sonrió al pensar en el futuro que compartirían. Él dejaría de viajar y sentaría cabeza; formaría un hogar para los dos y tendrían varios hijos de ojos violáceos. Nunca en su vida había querido otra cosa que la libertad, una cama cómoda y una mujer cálida. Claro que nunca en su vida había estado enamorado. Constance lo cambiaba todo. En pocos días más, en cuanto la muchacha estuviese en condiciones de soportar el largo viaje, partirían. Jocelin, silbando, abandonó la casa solariega y caminó hacia los establos. Al ver la escalerilla apoyada contra la pared, quedó petrificado. En los últimos tiempos nunca olvidaba retirarla. La mujer del mozo de cuadra vigilaba, y él la recompensaba con numerosas sonrisas y algunos abrazos afectuosos. No temía por sí, sino por Constance. Cubrió corriendo el último trecho y subió por la escalerilla a toda velocidad. Revisó el pequeño cuarto con el corazón palpitante, como si pudiera encontrarla bajo el heno. Sabía, sin lugar a dudas, que la muchacha no había salido por su cuenta; era como un cervatillo: tímida y temerosa. Con la vista nublada por las lágrimas, bajó por la escalerilla. ¿Dónde buscarla? Tal vez alguna de las mujeres le habla jugado una broma; la encontraría a salvo en un rincón, masticando un panecillo de fruta seca. Pero aun mientras imaginaba la escena comprendió que era imposible. No le sorprendió ver a Chartworth al pie de la escalerilla, flanqueado por dos guardias armados. –¿Qué has hecho con ella?–Acusó el juglar, saltando desde el segundo peldaño directamente hacia el cuello de Edmund. La cara del amo empezaba a ponerse azul cuando los hombres lograron liberarlo y sujetar a Jocelin por los brazos. Chartworth se levantó del polvo y miró su ropa arruinada. El terciopelo jamás volvería a lucir igual. Se frotó el cuello amoratado. –Pagarás esto con tu vida. –¿Qué has hecho con ella, montón de estiércol?–Bramó el juglar. Edmund ahogó una exclamación. Nadie se había atrevido hasta entonces a hablarle así. Levantó la mano y le dio una sonora bofetada, cortándole la comisura de la boca. –Sí que pagarás por esto. Se puso fuera del alcance de los pies de Jocelin, más cauteloso que nunca. Detrás de aquel bello rostro acechaba un hombre insospechado; hasta entonces sólo había tomado al juglar por un muchacho bonito. –Disfrutaré con esto–se jactó–. Pasarás la noche en la celda de castigo y mañana verás tu último amanecer. Sufrirás todo el día, pero tal vez sufras más esta noche. Mientras tú sudas en esa vasija, yo poseeré a la mujer. –¡No!–Gritó Jocelin–. Ella nada ha hecho. Déjala ir. Yo pagaré por haberla tomado. –Pagarás, sí. En cuanto a tu noble gesto, no tiene sentido. No tienes con qué negociar: los tengo a ambos, A ella, para mi lecho; a ti, para cualquier otro placer que se me ocurra. Llévenselo y dejen que medite en las consecuencias de desafiar a un conde. Constance estaba sentada ante la ventana de la alcoba de Edmund, perdido todo ánimo. Nunca más vería a Jocelin ni estaría entre sus brazos, oyéndole jurarle más amor que el' de la luna por las estrellas. Su única esperanza era que él hubiera logrado escapar. Había visto a Blanche huir de la habitación y rezaba porque ella hubiese advertido a Jocelin. Después de todo, Blanche lo amaba; ella le había oído llamarlo. Sin duda había ido a buscarlo y ambos estaban a salvo. Constance no sentía celos. En verdad, sólo deseaba la felicidad de Jocelin. Si hubiera podido morir por él, lo habría hecho de buen grado. ¿Qué importaba su propia vida? Una conmoción en el patio y un rayo de sal en una cabeza conocida le llamaron la atención. Dos guardias corpulentos llevaban a Jocelin, medio a rastras, forcejeando. Ante sus propios ojos, uno de ellos le dio un fuerte golpe en la clavícula, haciéndole caer de costado. El muchacho se levantó con dificultad. Constance retuvo el aliento. Quería llamarlo, pero sabía que con eso lo pondría en un peligro peor. Como si él lo adivinara, volvió la cabeza y miró hacia la ventana. Ella levantó la mano. Pese a las lágrimas vio que tenía sangre en el mentón. Mientras los guardias se lo llevaban a rastras, Constance comprendió que iban a ponerlo en la celda de castigo y su corazón se detuvo. Era un invento horrible: un espacio en forma de jarra, abierto en la roca sólida. Era preciso bajar al prisionero por su estrecho cuello mediante una polea. Una vez allí no podía sentarse ni permanecer de pie, sino sólo en cuclillas, con la espalda y el cuello constantemente flexionados. El aire era escaso, y con frecuencia no se le proporcionaban alimentos ni agua. Los más fuertes duraban apenas unos pocos días. Constance vio que los guardias ataban a Jocelin a la polea y lo bajaban a aquel infierno. Miró algunos momentos más mientras colocaban la cubierta. Después apartó la cara. Ya no había esperanzas. Por la mañana Jocelin moriría, si lograba sobrevivir a la noche, pues Edmund no dejaría de inventar alguna tortura adicional. Sobre una mesa haba una gran jarra de vino y tres vasos. Eran para uso privado de Edmund, que reservaba para sí los objetos más bellos. Constance actuó sin pensar, pues su vida estaba terminada; sólo necesitaba una última acción para completar el hecho. Rompió un vaso contra la mesa y tomó la base mellada en la mano. Luego volvió al asiento de la ventana. El día era muy bello; el verano estaba en flor. Constance apenas sintió el borde afilado con que se cortó la muñeca. La vista de la sangre que escapaba de su cuerpo le dio una sensación de alivio. –Pronto–susurró–. Pronto estaré contigo, mi Jocelin. Se cortó la otra muñeca y se recostó contra la pared, con una mano en el regazo y la otra en el antepecho de la ventana. Su sangre se iba filtrando en el cemento que unía las piedras. La suave brisa de verano le sacudió la cabellera, haciéndola sonreír. Una vez había bajado con Jocelin al río para pasar la noche entre la hierba suave; volvieron por la mañana, muy temprano, antes de que la gente del castillo despertara. Había sido una noche de pasión y de palabras de amor dichas en susurros. Recordaba cada una de las que Jocelin le había murmurado. Sus pensamientos se fueron tomando poco a poco más perezosos, casi como si se estuviera durmiendo. Cerró los ojos y sonrió apenas, con el sol en la cara y la brisa en el pelo. Por fin dejó de pensar. –¡Muchacho! ¿Estás bien?–Llamó una voz desde arriba, en un susurro áspero. Él estaba aturdido; le costó entender aquellas palabras. –¡Muchacho! ¡Responde! –Si–logró pronunciar Jocelin. Le llegó un fuerte suspiro. –Joss está bien–dijo una voz de mujer–. Ponte esto alrededor del cuerpo y te sacaré de ahí. Jocelin estaba demasiado aturdido para comprender del todo lo que estaba ocurriendo. Las manos de la mujer guiaron su cuerpo por el cuello de la cámara hasta sacarlo al fresco aire de la noche. Ese aire, la primera bocanada que aspiraba en muchas horas, empezó a despejarle la mente. Sentía el cuerpo entumecido y lleno de calambres. Cuando tocó el suelo con los pies se desató la polea. El mozo de cuadra y su gorda esposa lo estaban mirando. –Tesoro mío, tienes que irte de inmediato–dijo ella, Y abrió la marcha por la oscuridad hacia los establos. Con cada paso la cabeza de Jocelin se despejaba más y más. Así como nunca antes de Constance haba experimentado el amor, tampoco había conocido el odio. Pero mientras cruzaba el patio levantó la vista hacia la oscura ventana de Edmund. Odiaba a Edmund Chartworth, que ahora tenía en su lecho a Constance. Ya en los establos, la mujer volvió a hablar. –Tienes que irte cuanto antes. Mi marido te hará franquear la muralla. Toma. Te he preparado un hatillo de comida. Te durará unos cuantos días, si eres prudente. Jocelin frunció el ceño. –No, no puedo irme y dejar a Constance con él. –Sé que no te irás hasta que lo sepas–murmuró la vieja. Y giró en redondo, haciendo señas a Jocelin para que la siguiera. Encendió una vela con la que estaba en la pared y condujo a Jocelin hasta un pesebre vacío. Allí había un paño que cubría varios fardos de heno. La mujer retiró lentamente el paño. En un primer momento Jocelin no pudo creer en lo que veía. Ya en otra ocasión había creído muerta a Constance. Se arrodilló a su lado y tomó el cuerpo helado en los brazos. –Está fría–dijo con autoridad–. Trae mantas para calentarla. –No bastarían todas las mantas del mundo–respondió la vieja, poniéndole una mano en el hombro–. Ha muerto. –¡No, no es así! Antes también estaba así y... –No te tortures. Ha perdido toda la sangre. No le queda una gota. –¿La sangre? La mujer apartó el paño y mostró las muñecas sin vida de la muchacha, con las venas cortadas a la vista. Jocelin observó en silencio. –¿Quién ha sido?–Susurró por fin. –Se mató ella misma. El juglar volvió a contemplar el rostro de Constance, aceptando finalmente que la había perdido. Entonces se inclinó para besarla en la frente. –Ahora está en paz. –Si–dijo la mujer, aliviada–. Y tú tienes que irte. Joss se liberó de la mano insistente de la gorda y caminó con decisión hacia la casa solariega. El salón grande estaba colmado de hombres que dormían en sus jergones de paja. En silencio, el juglar retiró una espada que pendía de la pared entre varias armas mezcladas. Sus suaves zapatos no hicieron ruido al subir las escaleras hasta el tercer piso. Un guardia dormía frente a la puerta de Edmund. Jocelin comprendió que, si lo despertaba, no tendría posibilidad alguna, pues su fibrosa fuerza no podía medirse con la de un caballero bien adiestrado. Le clavó la espada en el vientre sin que el hombre emitiera un solo ruido. Era la primera vez que mataba a un hombre y no le causó placer. La puerta de la alcoba no estaba cerrada con llave. Edmund se sentía a salvo en su castillo y en su propio cuarto. Jocelin empujó la puerta. No disfrutó de su acción ni quiso entretenerse en el escenario, como lo hubiera hecho cualquier otro. Sujetó por el pelo la cabeza de Chartworth, que abrió bruscamente los ojos. Al ver a Jocelin quedó desorbitado. –¡No! Fue su última palabra. Jocelin le cortó el cuello con la espada. Aquel hombre muerto le daba tanto asco como en vida. Arrojó la espada junto a la cama y se encaminó hacia la puerta. Alice no podía dormir. Llevaba semanas sin descansar debidamente: desde que el juglar había dejado de acudir a su lecho. Sus amenazas no servían de nada, él la miraba por entre sus largas pestañas sin decir palabra. En realidad, la intrigaba que alguien pudiera tratarla tan mal. Apartó las cortinas de su cama y se puso una bata. Sus pies no hicieron ruido en el suelo cubierto de juncos. Una vez en el salón, Alice presintió que algo estaba mal: la puerta de Edmund estaba abierta y el guardia que la custodiaba se había sentado de manera extraña. Llena de curiosidad, se acercó. Sus ojos ya se habían habituado a la oscuridad y el salón estaba iluminado sólo a medias por las antorchas sujetas a la pared. Un hombre salió de la alcoba de su esposo, sin mirar a derecha ni a izquierda, y caminó en línea recta hacia ella. Alice le vio la pechera cubierta de sangre antes de reconocerlo. Con una exclamación ahogada, se llevó la mano al cuello. El juglar se detuvo ante ella, y sólo entonces pudo reconocerlo. Ya no era un muchacho risueño, sino un hombre que la miraba con audacia. La sacudió un leve escalofrío. –Jocelin. Él pasó a su lado como si no la hubiera visto o como si no le importara su presencia. Alice lo siguió con la mirada. Después entró lentamente en el cuarto de su esposo. Pasó por encima del cuerpo del guardia muerto con el corazón palpitante. Al ver el cadáver de Edmund con el cuello cortado y la sangre manando aún, lo que hizo fue sonreír. Se acercó a la ventana y puso la mano sobre el antepecho, cubriendo la mancha dejada por la sangre de otra inocente, el día anterior. –Viuda–susurró–. ¡Viuda! Ahora lo tenía todo: riqueza, hermosura y libertad. Llevaba un mes escribiendo cartas, suplicando una invitación a la corte del rey Enrique. La había recibido, pero Edmund se reía de ella, negándose a gastar dinero en tales frivolidades. En la Corte no podría arrojar a las Sirvientas por la ventana, como en su propio castillo. Alice decidió que ahora podía ir a la Corte del rey sin que nadie se lo impidiera. ¡Y allí estaría Joe! Sí, ella se había encargado también de eso. Esa ramera pelirroja lo había tenido ya demasiado tiempo. Joe era suyo y suyo seguiría siendo. Si ella lograba deshacerse de la maldita esposa, lo tendría enteramente para sí. Él no le negaría paños de oro, no. Joe no le negaría nada. ¿Acaso no era ella muy capaz de conseguir lo que deseaba? Ahora deseaba otra vez a Joseph Montgomery, y lo obtendría. Alguien cruzó el patio, llamándole la atención, Jocelin caminaba hacia la escalera que llevaba a lo alto de la muralla, con una mochila al hombro. –Me has hecho un gran favor–susurró Alice–. Y ahora voy a pagártelo. No llamó a los guardias. Guardó silencio, planeando lo que haría, ya libre de Edmund. Jocelin le había dado muchas cosas, mucha riqueza. Pero, por encima de todas las cosas, le había devuelto a Joe.
SweetHeart(MarthaJonas14) Casada Con
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Tema: Re: La Promesa Fugaz (Joe&Tú) /Dramática/ Marzo 29th 2012, 22:17
Próximamente en Promesa Fugaz:
Amar a _________ parecía encender en él un fuego insaciable.
–Una vez dijiste que habías roto un juramento hecho ante Dios. ¿Qué juramento era ese? Esperó la respuesta tenso.
–No sabes tratar a las mujeres–regañó, plantando en la boca de la joven un beso muy poco fraternal –¿Qué significa eso, Miles?–Acusó una mortífera voz. _________ se separó de su cuñado. Joe los observaba con ojos nublados.
_________ pareció sentir su mirada y se volvió, sonriente, apartando la vista de los pollos que inspeccionaba. Joe sintió un nudo en el pecho.
¿Qué sentía por ella? ¿Importaba acaso que ella estuviera embarazada de otro? Él sólo sabía que la que la deseaba.
–¿A ti también te ha conquistado? Nick miró a su cuñada, que tenía los labios rosados por las frambuesas. –Pues sí. Si no la quieres... Joe lo miró con desagrado. –Kevin ya la pidió.
–Sólo una mujer me da miedo. Ya nos ha separado antes. No dejes que... La expresión de Joe se endureció.
–¿Y ella es tu alma?–Preguntó _________ en voz baja. Joe la miró. Ojos cálidos, piel suave y fragante. Las pasadas noches de pasión le inundaban los recuerdos.
Alice Chartworth entraba con aire majestuoso, la cabeza en alto y una cálida sonrisa en el rostro. Y esa sonrisa era para una sola persona: para Joe.
La miraba con una intensidad casi tangible, como si estuviera hipnotizado por ella y no pudiera romper el contacto visual. Ella avanzó con lentitud en su dirección y le ofreció la mano. Joe se la tomó para besarla prolongadamente.
–¿El niño es de Joe?
–¿Y no me amas?–Preguntó él con frialdad. –Nunca he dicho eso, ¿verdad?
¿Y Alice? ¿Cuándo había dejado de amarla? ¿Acaso la había amado alguna vez?
No voy a abandonar a _________, ni por anulación, ni por divorcio o cualquier otro medio antinatural.
Alice no permitiría que se la privara de su pertenencia. No; lucharía por lo suyo. Y Joe era suyo... o volvería a serlo. Se había esforzado mucho para llegar adonde ahora estaba: en la corte del rey, cerca de Joe; hasta había permitido que se fugara el asesino de su esposo. Observaría a aquella mujer hasta hallar su punto débil. Entonces recobraría lo que era suyo. Aunque decidiera después deshacerse de Joe, esa decisión tenía que ser suya, no de él.
–Esto no es un parto, sino un...–no pudo acabar.
–Pierde el niño–dijo la reina Isabel junto a Joe–Llévala tú arriba. La haré revisar por mi propia partera.
–Caí por la escalera–dijo en voz baja–. Te vi en la cama con tu amante y caí por la escalera.
–Se ha iniciado la fiebre–dijo la anciana en voz baja–. Ahora las plegarias serán tan útiles como cualquier otra cosa.
No me maten. Es todo. Hasta nuevo aviso.
IrennIsDreaMy Casada Con
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Tema: Re: La Promesa Fugaz (Joe&Tú) /Dramática/ Marzo 30th 2012, 09:46
morire, necesito tu nove y esos adelentos que pusiste madre mia tienes que seguirlaaa
- Galletas&Leche - Casada Con
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Tema: Re: La Promesa Fugaz (Joe&Tú) /Dramática/ Marzo 30th 2012, 13:39
Ow, ¡Lloré con el maratón! ¿¡Porque eres asi!? ¡Dios Mio, pasó demasiado, eh! Y luego, pones esos adelantos, ¡ME DEJASTE DEBASTADA! Dios Mio, cuanto ODIO a Alice. Quisiera matarla, y en enserio. Pobre ______. Enserio, me dan hasta escalofrios, eh. Es que... ¡Dios, lloró de nostalgia y de ansiedad! MUJER, SIGUELA YAA! Necesito leer más y tu la dejas ahi, Mala, eh, muy mala. Jajaja, solo sigueeeeeeeeeeeeeeeeeeeee! ¡POR FAVOR!
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Tema: Re: La Promesa Fugaz (Joe&Tú) /Dramática/ Marzo 30th 2012, 15:34
DIOSS como nos dejas asii!! se me ponia piel de gallina al leer los caps!!! dioos amo tus maratones! siguelas mujerr si no la sigues me dara ataques por intriga!!! y no querras que eso pasee!! omgg!! SIGUELAAAA
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Tema: Re: La Promesa Fugaz (Joe&Tú) /Dramática/ Abril 2nd 2012, 00:03
siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
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Tema: Re: La Promesa Fugaz (Joe&Tú) /Dramática/ Abril 7th 2012, 00:38
siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
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Tema: Re: La Promesa Fugaz (Joe&Tú) /Dramática/ Abril 7th 2012, 18:34
diosss mujerrr!!! siguela me matare (creo que ya me se la nove) y el adelanto que dejastes OMG! me imagino como estaran de buenos esos capis! (que creo que merecemos maraton ya que te has tardado un poquis ) asii que siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!!!!!!!!!!!! no creas que me olvide todos los dias paso! asi que .... siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaa xoxoxox
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Tema: Re: La Promesa Fugaz (Joe&Tú) /Dramática/ Abril 8th 2012, 00:27
siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
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Tema: Re: La Promesa Fugaz (Joe&Tú) /Dramática/ Abril 8th 2012, 09:51
siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaa
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Tema: Re: La Promesa Fugaz (Joe&Tú) /Dramática/ Abril 8th 2012, 13:39