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☠ Dangerous ☠
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MensajeTema: ♠ ·[Peligro]· ♣   ♠ ·[Peligro]· ♣ Icon_minitimeJulio 20th 2011, 13:01


PELIGRO


Prefacio.



¿Cómo llegué a esta posición? No pensé que en algún momento de mi vida
llegaría a estar corriendo tanto peligro como ahora solo por estar con la
persona equivocada, en el momento equivocado y en el lugar equivocado.






A pesar de todo lo que ha pasado sigo creyendo que las casualidades no
existen. Todo pasa por algo. Todo tiene una razón de ser. O al menos eso es lo
que siempre pensé.






Él me miró con ojos llenos de ira. Una ira tan terrible y tangible que
desesperaba. No sabía qué hacer. Yo no pretendí en ningún momento meterme en el
embrollo en el que ahora me encontraba.






La pregunta era: ¿cómo saldría de esta? No era tan sencillo de
responder, ya que yo no pretendía dejar que me acecinaran solo por el bien de
otros. Otros a quienes no conozco. Ya no tenía nada qué perder, nada,
absolutamente nada… o eso creía yo.

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MensajeTema: Re: ♠ ·[Peligro]· ♣   ♠ ·[Peligro]· ♣ Icon_minitimeJulio 20th 2011, 17:07


La persona
equivocada

Me encontraba aterrada. No sabía dónde estaba y sinceramente no me importaba. Sabía que no podía regresar a casa y eso ya era suficiente. Nicholas me miró con preocupación pero luego sonrió para ocultar su nerviosismo… recuerdo cómo es que llegamos a este punto…..


Cuando todo parecía ir cuesta abajo en mi estado financiero David Baker me había informado de algo maravilloso. Él era un productor muy famoso en América y quería hacer una nueva película. Pero quería que fuese algo fuera de
lo normal. Algo realmente bueno. Algo que dejase sin aliento a quien lo viese.
Algo con estilo. Y, según él, mi escritura era lo bastante original como para
querer ponerla en la pantalla grande.



Siempre pensé que los libros debían quedarse siendo eso: Libros. Ya que
al hacer la película se limita la imaginación de los espectadores. En cambio,
si leyesen solo el libro imaginarían las cosas a su manera. Pero no tenía
dinero. Necesitaba esa oportunidad, así que, Sin darle vueltas al asunto,
acepté gustosa.



Esa mañana me levanté de buen ánimo –raro en mí-. Me desperté con el
pensamiento de cuan bella es la vida. Sonreí tontamente al mirar mi terrible
aspecto al espejo. Había cambiado considerablemente desde la última vez que
sonreí frente al espejo. Fui a la cocina y puse a hacer café.



Me senté frente al computador dispuesta a empezar a escribir aquel gran
éxito. Pero no hallaba qué escribir. Me levanté. Tomé café. Desayuné. Salí.
Charlé con mi madre –a la cual no le hablaba hacía mucho tiempo- por teléfono.
Pasaron horas. Volví a mi departamento. Me senté nuevamente frente al
computador.



Empecé a ponerme nerviosa. Mi buen humor se esfumó tan repentinamente
como apareció. Noté que no se me ocurría nada nuevo. Mi cerebro y mi alma
parecían carecer de inspiración. Asustada, llamé a David y se lo comuniqué.
Pensé que me mataría y diría que conseguiría a alguien con inspiración de
sobra, alguien mejor y más maduro que yo. Pero me sorprendí ante sus sabias
palabras: “Sé que lo lograrás… confío en ti”



- ¡¿Es que
acaso no me escucha?! –Grité desesperada- ¡no tengo ni una pizca de
inspiración!


- cálmate,
Jo, no hay prisa. Puedes tomarte el tiempo que quieras…



- ¡deje de
ser tan comprensivo conmigo, David! ¡Me estresa su constante buen humor!



- ¡¿y
entonces qué quieres que haga?! –preguntó exasperado por no comprenderme-



- ¡no lo sé!



Hubo un murmullo del otro lado del auricular: “¡estos artistas! ¡¿Quién
los entiende?!” Tal parecía que era cierto eso de que “Los artistas son incomprendidos”
era lamentable, ya que, de algún modo bastante extraño y retorcido, me hubiese
gustado que alguien comprendiera mi humor.



Mi madre solía desesperarse ante mi humor cambiante. Gritaba y me
reprendía por ser así. Decía que le desesperaba no comprenderme, pero que se
esforzaba sobre manera por hacerlo, cosa que siempre puse en duda.



Le dije que intentaría escribir y que lo llamaría si se me ocurría algo.
Rió y dijo que no me preocupara. Y que me tomara todo el tiempo que quisiera,
que, después de todo, yo era la escritora y quien decidía cuanto demorar en
escribir la historia era yo, y nadie más.



Las preguntas que se quedaban en el aire eran: “¿cómo escribiría una
historia? ¿Cómo empezaría? ¿En qué me inspiraría? ¿Cuánto tardaría?”



Si mi vida de por sí ya era un total y perfecto desastre, con este nuevo
trabajo estaría todo más desastroso y desorganizado de lo normal.



Yo no era la típica chica-adulta responsable que mis padres hubiesen
deseado.



Y así estaban las cosas: yo: una joven escritora, viviendo sola en un departamento
en el centro del país. La vida parecía ser genial. Pero no lo era. Yo estaba
sola. Como siempre. Pero ahora era diferente. Siempre estuve sola porque así lo
decidí pero ahora necesitaba compañía, y no la tenía.



Me levanté resignada del computador. Caminé hasta mi habitación y me
dejé caer en la cama. Tomé algunos libros y empecé a estudiar. Tendría un examen
muy importante y necesitaba estudiar mucho si deseaba aprobar. De la
calificación de esa prueba dependía mi futuro en la universidad.



La carrera de medicina era realmente fascinante. Era increíble como
había avanzado la ciencia. Se podían hacer tantas cosas para mejorar la calidad
de vida de las personas. Se sentía bien el simple hecho de pensar en que algún
día yo podría hacer sentir mejor a alguien o, incluso, salvar su vida.



Pasaron no sé cuantas horas. Entre células, átomos y tejidos perdí la
noción del tiempo.



Me quedé inmóvil en la cama pensando en qué estaría haciendo Jack –mi
hermano menor- en ese preciso momento. Le extrañaba tanto. La última vez que le
vi tenía tres años. Y eso había sido dos años atrás.



Empezó a sonar I love the way you lie
de Eminem y Rihanna. Era mi celular. Me levanté y caminé hasta la mesa
del computador, donde lo había dejado horas antes después de hablar con David.


- ¿Sí?



- ¿siempre
estás de mal humor? –Preguntó en tono burlón una voz ronca, masculina y
desconocida para mí del otro lado del auricular-



- ¿Quién es?
–Pregunté con fastidio-



- Soy Marc.
¿Acaso se te olvidó la entrevista de hoy?



¡Rayos! ¡Lo
había olvidado por completo!



- Estaré
allá en una hora. –colgué-



¡¿Cómo es que pude olvidar la entrevista?!Corrí al baño y me duché lo más rápido que pude. Me vestí con: botas
marrones sin tacón, jeans obscuros un poco ajustados, una blusa blanca larga
hasta un poco más debajo de la cintura. Me puse mi pulsera de la suerte –una
tira de cuero negro con una calavera de plata guindando de esta- y un
abrigo del color de las botas. Tomé mi bolso, metí las cosas que creía
indispensables y lo guindé sobre mi hombro.



Intentaba parecer un poco menos temeraria de lo que era. Ya que esa es
la imagen que –según Marc- se debe tener en una entrevista para televisión.



A mí me daba igual. Pero necesitaba tener buena reputación. Por lo menos
si quería poder pagar la universidad.



Mi madre se ofreció varias veces en pagar la universidad pero rechacé
todas sus ofertas, ya que sabía perfectamente que aceptar eso significaría
regresar a casa, y eso no pasaría. Además, si conseguía algo, quería que
fuese por mí misma.



Al llegar al estudio noté que había olvidado todo lo que me había dicho
Marc. Todas sus recomendaciones. Lo cual me hiso poner aún más nerviosa. De esa
entrevista dependía mi carrera entera. Era para promocionar mi primer libro. Lo
titulé “Oír sin escuchar”. La realidad detrás de todos esos párrafos contenidos
en ese grueso libro era todo un dilema.



- ¡Jo,
querida! –Exclamó Margaret con esos ojos azules llenos de felicidad- ¡Tiempo
sin verte!



- sí.
–Respondí sin importancia- mucho tiempo.



Margaret era una mujer de treinta y tantos años de edad. Alta, pelirroja
y con mirada azulada. Siempre estaba muy feliz, cosa que no me agradaba mucho.



Alguien me quitó el abrigo y lo guindó en un perchero. Me giré y vi a
Marc. Estaba un poco más bronceado que la última vez que lo vi. Y su cabello
castaño relucía impecable. Él, mi único amigo. De hecho, el único que había
logrado soportarme.



Me sonrió, dejándome apreciar su blanca dentadura y me abrazó.



- ¡Qué bien
que estás aquí! ¡Te extrañé! –Exclamó felizmente mientras me estrujaba contra
su musculosa anatomía-



- sí. Yo
también estoy feliz de verte, pero ¿sabes? Voy a necesitar mis pulmones para la
entrevista.



Se separó de mí y rió. Me miró de arriba abajo y volvió a reír.



- has
crecido mucho.



- no seas
exagerado, solo tenemos dos semanas sin vernos.



No pudimos charlar ya que una rubia desconocida me tomó del brazo y me
guió a maquillaje, donde me maquillaron demasiado para mi gusto y luego me
sentaron en un sillón azul obscuro bastante cómodo, que estaba justo en medio
del set.


- relájese,
todo saldrá genial. –Me aseguró el director-


Respiré profundo e intenté convencerme de eso. Después de todo soy una profesional
¿No?



Antes de que empezara la entrevista, ya sabía con exactitud qué pasaría
y eso era lo que me amargaba. Me amargaba tener tanto sentido común y que los
demás no. Todo siempre es igual. Siempre hacen las mismas preguntas tontas, de las
cuales solo dos o tres resultan tener relación con mi libro. Las otras son solo
preguntas en donde se entrometen en mi vida personal. Cosa que me amargaba más.



- ¡Jo!
–exclamó alguien a mis espaldas. Me giré y era una mujer de cuarenta y tantos
años de edad. Tenía el cabello negro un poco canoso y largo hasta la cintura.
En mi vida la había visto pero parecía tan feliz de verme que obtuvo un
parecido cercano a las amigas melosas de mi madre. Con solo pensarlo me dieron
nauseas.- ¡¿cómo has estado?!


- muy bien.
–Contesté con simplicidad mientras ella me apretujaba contra su esquelético
cuerpo- ¿podría dejarme respirar?



Ella rió tontamente y se sentó en un mueble junto al que me encontraba
sentada yo. Resoplé y puse cara de víbora en cuanto el director, el señor
Zachary –todos le decían Zac, excepto yo-, dijo que nos demoraríamos un poco
más porque quería esperar a alguien más para que el show –llamado “El show de
Mr. T” –no tenía idea de qué significaba “T”- fuese más interesante.



- ¡¿Qué?!
–Exclamé enojada- ¡¿Cuánto más tendré que esperar?!



Todos se giraron a mí, en especial el director y la mujer esquelética
junto a mí. Sus rostros mostraban más temor que sorpresa.



- No… no lo
sé, Señorita Bleu. El señor Trainer dijo que estaría aquí en una hora… cuando
él llegue podremos empezar a grabar la entrevista para el show. De verdad, disculpe
la tardanza. –respondió el director atropellando las palabras de forma
nerviosa-



Respiré hondo. Lo último que necesitaba era ser tachada de diva.



- está bien,
señor Zachary. –Dije tranquilizando el tono de mi voz- ¿puedo saber quién es el
señor Trainer?



- llámeme
Zac, señorita Bleu, y Nicholas Trainer es el hijo del dueño del canal y es el
conductor de este show. –Dijo nuevamente atropellando las palabras- es por eso
que debemos esperarle, él es quien la entrevistará.



- ¿en serio?
–Él asintió- bueno, lamento el grito de antes, Zachary, es que yo pensé que
ella me entrevistaría. –me justifiqué señalando con un gesto a la mujer
esquelética a mi lado.



- no, no,
querida –dijo la mujer negando con su cabeza- Zac no me permitiría
entrevistarle por más que quisiera. Yo soy solo la que se encarga de tu
vestuario.


- entonces,
¿por qué se sentó junto a mí en lugar de hacerme cambiar de ropa? –pregunté son
serenidad, pero mi voz no se escuchó tan amable-



- es que así
se ve perfecta y no quise hacerla enfadar. –Dijo bajando la mirada- …lo lamento.



Pero, ¿qué le pasaba a todo el mundo? ¿Por qué temían de una tonta chica
de diecisiete años? Ash! Sentí repugnancia de toda esa gente sin vergüenza y
sin dignidad que baja la mirada ante mí.



- como sea.
Zachary, voy ir a desayunar mientras llega Nicholas.



- sí, claro
que puede ir a comer supongo que por unos quince minutos... –Dijo como si yo le
hubiese pedido permiso-



-
discúlpeme, pero yo no solicité su permiso, solo le informé. –les obsequié una
media sonrisa fingida y salí del set de grabación como alma que lleva el
diablo.



La actitud de esas personas me hacia hervir la sangre. ¿Cómo podían ser
así? ¿Por qué me llamaban “señorita Bleu”? ¡No era su jefa ni mucho menos!


Salí de prisa del edificio y crucé la calle. Insulté al conductor de un
auto que casi me atropella. Seguí mi camino. En el otro extremo de la calle
había una pequeña cafetería con pequeñas mesas afuera. Respiré hondo y entré
allí.



Luego de pedir una mesa salí y me senté en una para dos. El clima estaba
bastante frio esta mañana. Las nubes grises abarcaban la mayor parte del cielo.
Con la prisa con la que había salido del departamento no lo había notado.



Pedí mi desayuno y mientras esperaba saqué mi libro del bolso.
Necesitaba leer un poco o moriría. Últimamente había estado leyendo un libro
realmente bueno. Puse mi bolso en la silla frente a mí que permanecía vacía y
me dispuse a leer cuidadosamente.


No sé cuánto tiempo estuve leyendo.



La mesera retiró los platos de la pequeña mesa en cuanto hube acabado de
desayunar. Me senté pacientemente a retomar mi lectura. Pero de pronto alguien
se tropezó y todo lo que llevaba en las manos cayó sobre mí. Y mi libro. Me
levanté furiosa. El libro se había dañado con las bebidas.



Grité eufórica. Y cuando ya hube maldecido a todos sus ancestros alcé la
vista y noté quién era el tarado.



Esa fue la primera vez que lo vi…



Más tarde estábamos los dos entrando al gran edificio sin decir ni una
sola palabra.


Cada vez que le miraba se sonrojaba por la vergüenza. No fue muy buena
idea vaciar todo el desayuno sobre alguien y tampoco fue bueno maldecir a
alguien sin saber quién es.



- ¡Señorita
Bleu! Pero, ¿qué le ha pasado? –preguntó el director al verme entrar empapada.
Luego su rostro cambió cuando vio quien iba detrás de mí- ¡Señor Trainer!


- fue mi
culpa. –Dijo Nicholas, dejando al descubierto una perfecta dentadura- me
tropecé y le vacié mi desayuno encima. ¡Helen! –La esquelética mujer de antes
llegó pasados unos minutos, caminaba con toda lentitud-



- diga.



- por favor
guie a la señorita Bleu a... –no le dejé terminar de hablar-



- No es
necesario. Helen –me dirigí a ella- por favor Tráigame ropa limpia.


Él se fue. Yo esperé hasta que Helen me llevara ropa. Se tardó siglos
–en realidad solo fueron minutos- y me trajo prendas de color rosa. Casi la
mato pero respiré y le dije específicamente que no lo hiciera nuevamente.
Minutos más tarde me llevó un vestido corto de color verde musgo –según ella
combinaba con mis ojos-, unas medias panty negras y unas sandalias altas que
cubrían todo mi pie –parecían botas- de color negro. Tomé las prendas y ella me
dijo que fuese por cierto pasillo. Y se fue.



Caminé hacia el pasillo y noté que solo había dos puertas.



Me decidí por la primera. Pero en cuanto la abrí noté que era una
cocina. Así que –obviamente- debía ser la otra.



Abrí la puerta. Era un cuarto de baño muy espacioso. Todo estaba cubierto
de cerámica blanca. Había unos estantes para poner la ropa sucia que se
llevarían a la lavandería y otra que tenia toallas limpias dobladas.


Pero no veía las duchas por ningún lado. Rastreé con la mirada y vi una
puerta. Supuse que detrás de ella estaban las duchas.



Me encaminé a ella.



Antes de abrir la puerta se encendió la bomba que llevaba agua al baño.
Sonaba tan fuerte que apenas podía escuchar mis propios pensamientos. Aturdida
abrí la puerta. Y me encontré con un cuerpo desnudo de musculatura descomunal.
Una piel blanca como la cal, unos rizos húmedos que caían sobre su frente, era
Nicholas. El idiota que arruinó mi libro.


Debo admitir que es realmente bien parecido. Me quedé atontada viendo
como se ponía champú en su risada cabellera.


Intenté salir pero cuando me dirigí a la puerta tropecé con su ropa que
estaba en el suelo y caí de boca.



- ¡Demonios!
–exclamé desde el suelo y pude notar que justo habían apagado la bomba y que el
sonido de la regadera ya no estaba-





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