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Capítulo 3


El amanecer apenas apuntaba por el horizonte a la mañana siguiente, cuando Fini se aventuró a salir de su habitación y se dirigió a la cocina. Probablemente Kevin estaría levantado y se habría ido ya, pero sabía que él siempre preparaba una jarra de café para Nick y Joe antes de salir de casa. Una taza del fuerte y embriagador brebaje era lo que ella buscaba.

Todavía vestida con la enorme camisa y los gruesos calcetines que le había robado a Kevin el día anterior, caminó soñolienta por la habitación. Los calcetines hacían parecer enanos sus pequeños pies, pero los mantenían calientes y abrigados. La camisa caía casi hasta sus rodillas, el suave algodón color canela la cubría por completo y de alguna manera le hacía sentirse más cerca de Kevin. Raramente dormía con otra cosa que no fueran sus camisas.

—Me preguntaba qué había sido de esa camisa. ¿Sabías que era una de mis favoritas, Fini? —La voz divertida de Kevin la detuvo bruscamente, miró hacia la esquina de la habitación, donde Kevin estaba sentado en la mesa redonda de la cocina.

Estaba encorvado sobre una humeante taza de café, las migas de su desayuno en un plato frente a él, mientras la observaba. Sus ojos estaban brillantes y divertidos; sus labios curvados en una especie de media sonrisa que hizo que su corazón palpitara fuerte y rápido.

—Creí que ya habrías salido a trabajar. —Encorvó sus hombros bajo el algodón, esperando que él se olvidase de la camisa.

—Voy retrasado. —Sus ojos grises eran oscuros mientras recorrían lentamente su cuerpo—. Mis calcetines también, ¿eh? ¿Cuántos pares robaste esta vez? —El tono de exasperación en su voz estaba suavizado por el afecto. Era rutina, un juego. Ella robaba sus camisas y calcetines y él fingía preocuparse por cuántas había escamoteado.

—Sólo uno. —Se encogió de hombros—. No es como si los perdieras. —Fini ocultó su sonrisa mientras le daba la espalda, sus sentidos tentados por el olor del café caliente, humeante. Su cuerpo tentado por la vista del hombre sexy y somnoliento.

Él guardó silencio mientras ella se servía una taza grande de café, luego tomaba un sorbo del caliente líquido. Sus ojos se cerraron mientras la cafeína golpeaba su lengua, anticipando la ráfaga que llegaría más tarde.

—Aún deberías estar en la cama —le dijo suavemente cuando ella se subió a la encimera, con sus manos envueltas alrededor de la taza.

—Normalmente me levanto temprano —respondió somnolienta, sofocando un bostezo—. No dormí bien anoche.

Ella luchó contra el rubor que podía sentir justo bajo su piel. No había dormido porque cada vez que cerraba los ojos veía a Kevin y su excitante boca flotando frente a ella. Sus labios estaban llenos, con un borde áspero, duro. Sus ojos grises siempre directos, las pestañas gruesas, negras, enmarcándolos, dándole una apariencia carnal, erótica.

—Sí, yo también estaba inquieto. —Agachó la cabeza, sorbiendo su café.

Ella lo había oído en su cuarto. Había observado la puerta, rezando para que viniera a ella. Fini inhaló profundamente, duro. Se veía sexualmente atractivo y peligroso, y un poco adormilado. Ella deseó que la somnolencia hubiera sido causada por algo más, aparte de caminar de arriba abajo por la habitación toda la noche.

—¿Echas de menos al abuelo Cole? —Ella llevó su café a la mesa, sentándose en la silla a su lado y le observó.

Kevin gruñó.

—Apenas. Ese viejo bastardo duró bastante más tiempo de lo que debería.

Fini se sobresaltó. A ella no le había gustado Cole particularmente, pero no sabía que Kevin estaba tan amargado con él. El filo de odio en su voz era amargo, apasionado.

—No fue un hombre feliz. —Ella se encorvó, tratando de encontrar una forma de confortarle.

La expresión de Kevin era hermética, pero Fini vislumbró un atisbo de dolor y furia en sus ojos en el último segundo, formando un nudo en su garganta. ¿Cómo podía no haber sabido, durante todos estos años, de la cólera que él sentía hacia Cole?

—No lo disculpes. Era un bastardo y todos lo sabíamos. Pero era mi Padre, tenía que soportarlo. —En la voz de Kevin había años de pena y desesperación. Y dolor.

Kevin no debería sufrir así. Solo, con sus emociones cuidadosamente escondidas bajo la superficie, como una oscura y enojada bestia bramando dolorida, sin nadie que lo escuchara. Ese pensamiento puso lágrimas en sus ojos, en su corazón. Él siempre había evitado el dolor en su vida. Ella también quería evitárselo.

Fini lo contempló, viendo una vena de tristeza asomando en sus ojos. Una tristeza que él ya no podía esconder. Se movió de su silla antes de pensar en ello, y antes de que Kevin pudiera detenerla, se acurrucó en su regazo.

Sintió como la aceptaba, sorprendido al principio, rodeándola con sus brazos para, finalmente, sujetar con fuerza a su alrededor para acercarla. Él enterró la cara en su pelo, restregando la mejilla sobre la parte superior de su cabeza lentamente. Los brazos de ella estaban alrededor de su cuello, el rostro contra su hombro, y Fini quiso llorar porque se sentía tan cálida, tan bien estando en sus brazos.

—Te he echado de menos, Kevin —susurró suavemente, rozando con sus labios la parte inferior de su mandíbula—. Te he echado mucho de menos.

Ella sentía como sus manos la apretaban. Una en su cintura, la otra en el muslo. Su calor era como una marca erótica en su piel.

—Yo también te he echado de menos, nena —dijo él, con voz áspera—. Más de lo que crees.

La tela de la camisa se había subido por los muslos, mostrando una cantidad indecente de piel desnuda. La mano de él se detuvo allí, simplemente bajo el dobladillo de la camisa, el pulgar rozando su piel suavemente. Era como fuego contra su carne, el calor de la caricia la volvía loca.

—Vas a tener que dejar de robar mis camisas, Fini —su voz era ronca, divertida, mientras sus dedos frotaban el algodón en su cintura—. Ésta era una de mis favoritas.

Ella luchó por controlar su respiración, la sangre le rugía en las venas.

—Tal vez te la preste en alguna ocasión. —Sonreía contra el pecho de él, torturada por la sensación de su cuerpo grande y duro contra el de ella, y disfrutándolo.

Sintió la sonrisa de él contra la parte superior de su cabeza, inclinó la suya hacia atrás para mirarlo. Dios mío, era tan guapo, tan oscuro y rudo que hacía que su corazón latiera descontrolado. Sus ojos encontraron los de ella, el color oscureciéndose y arremolinándose de un modo que le secó la boca y le debilitó las rodillas.

—Eres tan bonita. —La mano de él se apartó de su muslo, con esos largos dedos ahuecando su mejilla mientras acariciaban su piel.

Fini tragó con fuerza, luego se humedeció los labios nerviosamente mientras su cuerpo se derretía contra el de él. La miraba de un modo como nunca lo hizo antes, intensamente, ardiendo en su misma alma mientras clavaba los ojos en ella. La ternura se reflejaba en sus ojos, pero también podía ver el núcleo caliente de deseo. Tenía que ser necesidad. Deseo.

—Kevin... —No podía soportar la necesidad, el anhelo. Se moría por sentir los labios de él contra los suyos.

Los párpados de él descendieron, la mirada centrada en sus labios. La tensión, densa y caliente se arremolinaba sobre ellos, acercándola a él, dejándola casi sin aliento en sus brazos. Él la habría besado. Ella sabía que lo habría hecho. Pero en ese momento Joe y Nick irrumpieron en la cocina.

—Maldita sea, es demasiado temprano para esta mierda. —Nick fue directo hacia la cafetera, mientras Joe daba tumbos hacia el horno donde Kevin había dejado un plato de beicon y panecillos. Ninguno parecía estar despierto, o consciente. Aunque estaban vestidos e intentaban al menos fingirlo.

Ella suspiró, su mirada se apartó de la tranquila y oscura intensidad de la de Kevin mientras dirigía la mirada a los hermanos.

—Hey. Kevin. Fini. —Nick casi cayó de su silla, sus ojos nublados apenas tenían vida mientras los miraba.

Fini sintió a Kevin resoplar. Luego él palmeó su muslo antes de que las manos asieran su cintura para levantarla de su regazo.

—Reuniros conmigo, vosotros dos —gruñó mientras se ponía en pie y acababa su café con una mueca de disgusto—. Estaré en el granero esperándoos.

Sin otra palabra, se levantó de la mesa y salió de la cocina.

—Maldita sea, tenemos un chofer conduciendo una limusina, más dinero del que cualquiera de nosotros puede gastar, y él todavía nos trata como trabajadores del rancho. —Nick negó con la cabeza, demostrando sus sentimientos de injusticia sobre ese hecho—. No tenemos cocinero, y hacemos nuestra colada. Ese hombre nació para negrero.

Fini sonrió, sacudiendo la cabeza ante su apariencia malhumorada.

—Anímate, Nick. Al menos ya no te hace limpiar los establos —le dijo mientras se levantaba también—. Os veré más tarde, chicos, voy a intentar sacar algunas horas más de sueño.

No es que ella pensase que lo conseguiría. Su cuerpo todavía se estremecía, el calor y el deseo recorrían con fuerza sus venas. Pero necesitaba apartarse de Nick y Joe. Necesitaba pensar en lo que había visto en los ojos de Kevin, los remolinos de emociones, el oscurecimiento del deseo. Tenía que ser deseo.



Kevin se apoyó cansinamente contra la pared de un establo vacío, segundos después de entrar en el granero. Un suspiro profundo y cansado salió de su pecho, y sus ojos se cerraron con tristeza. Su cuerpo pulsaba, duro y atormentando, su miembro vibrando por aliviarse. Hijo de puta, pensó, otro segundo con ella en sus brazos y habría hecho lo impensable, lo inconcebible. La mano flexionada a su lado, la percepción de su muslo suave impreso allí por siempre. Su piel había sido cálida, flexible, como la seda más suave.

Apoyó su cabeza contra la pared, sacudiéndola con resignación. No lo negaría más. Deseaba a Fini, y lo había hecho durante años, tal como Cole le había acusado. Los sueños ya eran lo suficientemente malos. El momento robado en su dormitorio la noche anterior, criminal. Pero esto, esto era más de lo que podía soportar. Sólo algunos minutos con ella en sus brazos y había estado a punto de tumbarla sobre la mesa del desayuno y tomarla, en lugar del beicon y los panecillos que esperaban en el horno.

Se sacó el sombrero de la cabeza, metiendo los dedos a través del pelo por la creciente frustración. No la podía tomar. Lo sabía. Las cosas que él quería hacer con Fini la aterrorizarían. Demonios, le aterrorizaban a él.

No era un hombre fácil. Su sexualidad era difícil de manejar, y algunas veces más ruda incluso de lo que a él le gustaría. Era intensamente dominante, en todos los sentidos, especialmente en el sexual. Nunca lastimó a sus parejas, pero sabía que lo que quería hacer con Fini la dejarían temblando de miedo. Las formas en que la quería la conmocionarían. Y ella había hecho lo único garantizado para destruir su voluntad. Se había depilado la piel entre sus muslos. Le tentaba con seda fresca y húmeda y con el calor dulce de su cuerpo.

Este era suave y sedoso, revestido con el deseo provocado por no importa qué sueño tentándola. ¿Quién era su amante soñado? Sus dientes se apretaron con fuerza por los celos. ¿Quién era el hombre que la había dejado dispuesta y caliente, su interior preparado para la penetración?

La furia era ahora como un ácido amargo devorando su estómago. Su erección era como una bestia gruñendo bajo sus vaqueros, exigiendo liberación, reclamando a Fini. No a cualquier mujer, a Fini. Dulce y cálida, sus ojos inocentes, oscuros y adorables mientras lo miraban. Él los quería oscuros y necesitados, sus labios húmedos abiertos para los suyos, o envueltos alrededor de su duro miembro.

Quería oír sus gritos, resonando a su alrededor mientras empujaba en ella, impulsándose en el pequeño portal caliente que embrujaba sus sueños. Quería follarla hasta que gritara, rogando más. Quería lo que sabía que no podía tener de ella. Sus demandas sexuales la aterrorizarían, y él lo sabía. Quiso gritar por la pérdida de su decencia, lo habían despojado de ella, desprendido de su alma mucho antes de que ella hubiese venido a su casa.

Un gemido se retorció en su pecho al pensar en tomarla. El sudor humedeció su frente, y su erección era un demonio torturador pulsando entre sus muslos.

—Necesito acostarme con alguien —masculló, sabiendo que no lo haría, sabiendo que no habría satisfacción verdadera en el cuerpo de otra mujer.

—Kevin, ¿estás aquí dentro? —gritó Joe mientras entraba en el granero.

Sacudiendo la cabeza, Kevin contuvo la necesidad, rogando que la dureza entre sus muslos se redujera, al menos lo suficiente como para terminar su trabajo de la mañana.

—Aquí atrás. —Kevin cogió su silla de montar del banco al fondo del establo y con ella dio la vuelta hacia la parte delantera del granero—. Ensilla. Las cercas necesitan ser reparadas.

Ignoró la mueca de disgusto de Joe.

—Cercas —masculló su hermano—. Demonios, esperaba tener un día fácil.

Igual que él, pensó Kevin, pero no parecía que fuera a ser así. Quería terminar antes del almuerzo. Tenía que acabar, porque no sabía si podía esperar hasta la tarde para ver a Fini otra vez.

—¿Finalmente decidiste abrir los pastos de atrás? —Joe le sorprendió con su pregunta mientras ensillaban los caballos.

—Todavía no. —Kevin palmeó a su caballo cariñosamente después de apretarle la cincha—. ¿Por qué?

—Es extraño. Creí ver a alguien en la colina esta mañana. Debe haber sido uno de los trabajadores merodeando por los alrededores. —Joe se encogió de hombros—. Esperaba llevar allí a algunas de las madres antes de que parieran.

—Esa es mi intención. —Kevin asintió—. No he mandado a ninguno de los chicos aún, pero lo pueden haber estado comprobándolo antes. ¿Viste quién era?

—No, sólo vi al caballo. —Joe condujo a su caballo al patio, volviéndose para mirar a Kevin mientras salían del granero—. Averiguaré quién era más tarde. Asegúrate de que comprueban esa vieja guarida que el lobo usaba el invierno pasado. No quiero perder más becerros por causa de ese perro viejo y astuto.

Kevin asintió, mirando hacia la pequeña colina que se alzaba detrás del rancho. Con su ladera, abarcaba la mejor parte de los pastos de atrás, y en el otro extremo, los lobos eran propensos a usar la caverna natural como guarida. Trataban de mantenerlo despejado de animales, pero siempre lograban encontrar una manera de entrar.

—Hazme saber lo que encuentran.

Kevin asintió, luego dio la vuelta a su caballo y cabalgó en él a medio galope a lo largo de la cerca. La cerca de alambre y estacas se extendía a lo largo de varias millas.

Kevin disfrutaba manteniendo en su lugar la cerca de tablas pintadas de blanco cerca de la casa. A Fini le gustaba cuando era sólo una niña, proclamando que la hacía parecer más un hogar. Eso hacía que merecieran la pena todas las molestias del mundo.

Pensar en Fini otra vez sólo hizo que su pene latiera. Sacudió la cabeza, tratando de expulsar de su mente la visión de ella en su cama. Su tacto, suave y cálido, su sabor dulce y picante. Apretó los dientes. Maldita sea, iba a ser un largo día.
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Chicaz comenten!! ¬¬
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Capitulo 4


Era bueno estar en casa. Fini se paró en el balcón de su dormitorio, paseando la mirada sobre la piscina y los jardines de flores e inhaló los olores dulces de la primavera. La paz suave de la tarde brillaba alrededor de ella, aliviando ligeramente el anhelo inquieto de su cuerpo.

Abajo, la piscina climatizada brillaba con una luz trémula debida al calor creciente, y los jardines de flores mostraban estallidos en verde. La renovación de la Tierra. Adoraba la primavera. Los días eran fríos, las noches frescas y claras, y por todo alrededor, parecía que el aire pulsaba con energía.

Podía oír los débiles sonidos del rancho a una yarda de distancia. Los vaqueros trabajando fuera del granero al lado de la casa, la llamada de los caballos en el pasto. Los sonidos que la habían consolado durante años desde que su madre la había dejado con el abuelo Cole y Kevin. No había visto a su madre desde entonces. Ni una llamada telefónica, una postal o una carta. Había regalos de Navidad bajo el árbol cada año para ella, pero Fini sospechaba que lo hacía Kevin. Siempre había hecho todo lo que podía para aliviar el dolor del abandono.

Lo amaba. Fini cerró los ojos ante el agridulce pensamiento. Desde el primer día que lo había visto, sus ojos se arremolinaban emocionados, la cara severa ablandándose ante la vista de su apariencia mugrienta, lo había amado. Al principio, había sido el amor sencillo y dulce de una niña que sabía que si había una persona en la Tierra que la protegería, ese era Kevin.

Pero en algún momento, el sentimiento había cambiado. Con el paso de los años, se había hecho más profundo, había crecido, y no importaban los argumentos en contra, le amaba. Le quería. No era el deseo que tuvo en la adolescencia, lleno con las visiones de besos y toques calientes. Era una necesidad que latía en ella, la llenaba, hacía que las noches que pasaba bajo su techo fueran intolerables.

Dormía en la habitación contigua. Siempre lo había hecho, por si acaso ella tuviera pesadillas. A veces, lo podía oír moviéndose por el cuarto, a última hora de la noche, inquieto. Lo escuchaba y se lo imaginaba viniendo a ella, deslizándose en la cama a su lado, su cuerpo duro moviéndose contra ella, sobre ella. Pero nunca lo hizo. Nunca pareció verla como nada más que la niña pequeña que había criado.

Era anormal, pensó Fini. Estaba tan enferma como el abuelo Cole siempre la había acusado de estar. Una mujer marcada con los pecados de su madre, y forzada a sufrir las mismas necesidades poco naturales. Fini siempre se había preguntado por esas necesidades poco naturales; hasta que se dio cuenta de que lo sentía por Kevin no era lo que se suponía que tenía que sentir. No se suponía que doliera, que soñara con él tocándola, moviéndose sobre ella, dentro de ella. No se suponía que doliera por él, hasta que el dolor fue como un dolor físico, conduciendo hasta la locura con su intensidad.

Sacudió la cabeza, sintiendo el peso de la trenza en la espalda. Kevin adoraba su cabello. Siempre lo había hecho. Y una vez, una vez nada más ella había vislumbrado algo profundo y oscuro en sus ojos mientras lo cepillaba una noche. Cuando las manos corrieron por la masa revuelta, lentamente, acariciando, había mirado hacia atrás, y supo que había visto el deseo. Podría haber estado segura. Entonces desapareció, y no la había tocado de la misma manera desde entonces.

—¿Fini? —La voz de Greg la llamó por la puerta mientras golpeaba tentativamente—. ¿Estás vestida?

Fini sonrió cariñosamente ante su voz vacilante.

—Entra Greg, estoy completamente desnuda y preparada —Se rió mientras volvía a entrar en el cuarto, dando la respuesta de reserva, sabiendo que su cara estaría ruborizada y su expresión sería estrictamente desaprobadora.

La puerta se estrelló contra la pared, haciéndola gritar por la sorpresa. Greg estaba allí, pálido y tembloroso agarrado por un hombre loco. Los ojos de Kevin estaban tan oscuros que eran casi negros, el rubor subiéndole por las mejillas, la cara tensa de furia.

—¿Kevin? —La sorpresa fluyó por ella.

—¿Estás preparada? —gruñó, la voz baja y vibrante por la ira.

La furia parecía pulsar por su cuerpo, latiendo por los músculos mientras la miraba fijamente con ojos tempestuosos.

—Sí, mejor que lo creas. —Parpadeó con sorpresa, apenas logrando mantener la serenidad—. ¿Podrías soltar el cuello de Greg, Kevin? El quiropráctico más cercano es un curandero, y creo que estás haciéndole daño.

La mano de Kevin agarraba al chico por el cuello, las manos estaban casi blancas por la fuerza, y Greg no parecía estar respirando muy bien. Kevin miró al chico, luego lo liberó con un gruñido de disgusto. Greg casi se derrumbó en el suelo.

—Greg, ¿estás bien? —Ignorando la furia de Kevin corrió hacia su amigo, envolviéndole un brazo alrededor de la cintura mientras le guiaba al dormitorio y lo sentaba en su cama de encaje—. ¿Te ha hecho daño? Estoy segura de que no quería.

Fini lanzó a Kevin una mirada furiosa. Neandertal

—¿Qué demonios está mal contigo?

La miraba fijamente como si estuviera poseído, la furia tensándole el cuerpo, los ojos entrecerrados, brillando con una emoción que hizo que su cuerpo temblara.

—El chico está bien, por ahora. —Kevin bufó de forma audible.

Ella nunca había visto tal expresión de ira demente en su cara. Era como un extraño. Su oscura cara formaba líneas salvajes, sus cejas oscuras bajadas sobre los ojos oscurecidos.

—Has perdido el juicio, Kevin —gritó—. ¿Qué ha causado que actuaras así? ¿No crees que soy lo bastante mayor para tener sexo?

No esperaba su reacción. Él se estremeció como si un látigo hubiera caído sobre su espalda desnuda, la cara palideciendo bajo el bronceado.

—Dios. No. No. Nosotros no tenemos relaciones sexuales. —Greg estaba frenético mientras negaba con la cabeza, mirando a Kevin implorante—. Esta mujer está poseída, señor Jonas. Juro sobre la tumba de mis padres que nunca la he tocado. Nunca.

Los ojos de Fini se estrecharon ante el temor en la expresión de Greg.

—Oh Greg, no va a dañarte realmente .

Puso los ojos en blanco ante su terror.

Kevin no iba a dañarle realmente. Debería haberse dado cuenta. Si Kevin quería herirle, ya estaría yaciendo en el suelo roto y sangrando.

—Fini, cállate. Claro que lo haría —Imploró Greg en voz ronca—. Por favor dile que no tenemos relaciones sexuales, Fini.

Nunca había oído que utilizara la palabra con "S" como la llamaba, tan fácilmente. Generalmente tartamudeaba durante una hora antes de conseguirlo. Estrechó los ojos sobre Greg, luego giró hacia Kevin. Respiraba con dificultad, los puños apretados mientras la miraba con una mirada oscura y violenta.

—Solo bromeaba sobre estar desnuda y preparada, como puedes ver —utilizó los brazos para señalar los vaqueros y el suéter de mangas largas. Mientras lo hacía, los ojos de Kevin fueron al trozo de vientre desnudo que el suéter levantado mostraba. Uh oh. El aro de oro en su ombligo era claramente visible, también la delgada cadena de oro alrededor de la cintura que se sujetaba en el aro.

Kevin frunció el ceño siniestramente, sus puños tensándose y aflojándose como si fuera a hacerle daño físico. Más que asustarla, la mirada la excitó.

—Abajo. —Su voz fue dura y enfadada, su mirada concentrada en el pequeño anillo y en la cadena que lo conectaba—. Abajo, ahora.

Dio la vuelta y salió a zancadas de la habitación mientras Fini le miraba con ceño.

—Dios Fini, ¿qué clase de juego estás jugando? —Greg se frotaba la nuca mientras gemía la pregunta implorante—. Me vuelvo con mi hermana. Por lo menos allí solo hay palabras. Este hombre va a matarme.

—Kevin no te matará —murmuró, mirando todavía fijamente a la puerta—. ¿Crees que se mostró interesado, Greg?

—¿Interesado? —la voz de Greg era incrédula—. Fini, no puedes hablar en serio.

Fini ignoró la incredulidad áspera de la voz de Greg mientras miraba todavía la puerta vacía.
—Hmmm, solo curiosidad —dijo amablemente—. Mejor bajo y veo cual es el problema. Te encontraré fuera enseguida. Quizá podamos ir a nadar.

Dado que ya no había ninguna necesidad de tratar de esconder el anillo del vientre, podía gozar de la piscina. Fini se relamió los labios nerviosamente mientras abandonaba el dormitorio. Kevin casi había saltado cuando vio el anillo. Había estado allí en el rubor de sus mejillas, la incredulidad en sus ojos. Le gustaba, aunque le había dolido una barbaridad hacérselo. Le gustaba especialmente la delgada cadena de oro que rodeaba su cuerpo y conectaba con el anillo. La hacía sentirse sexy, incluso si nadie más jamás lo vislumbraba. Hasta Kevin.

La esperaba en el estudio, donde sabía que estaría. Cerró la puerta suavemente tras ella, mirándolo mientras se acercaba al escritorio. Él estaba en las puertas correderas, mirando fijamente a la piscina. La licorera en el escritorio estaba abierta, y tenía un vaso vacío en la mano.

—¿No crees que estás reaccionando un poquito exageradamente, Kevin? —Su voz era suave, preguntando—. Fue apenas un chiste. Greg es fácil de provocar...

—¿Así que le tomabas el pelo? —Kevin giró hacia ella lentamente—. ¿Hasta dónde vas a provocarlo, Fini?

Fini parpadeó. Estaba realmente furioso. Sintió una pequeña llamarada de molestia, pero mezclada con ella había un entusiasmo que no podía definir. Le debilitaba las rodillas, hacía que los músculos del estómago se tensaran con anticipación. Podía sentir el tierno portal entre sus muslos caliente, preparándose.

Se encogió de hombros con inquietud.

—No me porto mal con él, Kevin. Y no le provoco de mala manera. Sabes que no haría eso.

—¿Lo sé? —rellenó el vaso—. Has cambiado Fini, en el colegio. ¿Cuánto has cambiado?

Fini se humedeció los labios, tratando de ignorar el estallido de sentimientos heridos que su tono y su mirada causaban dentro de ella.

—Ya no soy una niña, Kevin —susurró—. No haría nada que avergonzara a la familia, pero no soy una niña.

Fini siempre había sido muy consciente del buen nombre de la familia. Siempre había luchado por cerciorarse de que no traería vergüenza a ella. A Kevin. No quería que se avergonzara de ella, pero él actuaba como si lo pensara.

Kevin no contestó. Tragó el licor como si fuera agua, haciéndola tragar apretadamente. Nunca había visto a Kevin tan disgustado.

—¿Estás teniendo relaciones sexuales con ese pequeño gilipollas incompetente? —preguntó al final con dureza, negándose a mirarla.

Fini tragó con fuerza, de repente nerviosa por la presencia de Kevin. Nunca lo había visto así, enfurecido de esta manera. Sus emociones parecían pulsar apenas bajo la superficie, preparadas para entrar en erupción.

—No he tenido relaciones sexuales con nadie, Kevin. Y Greg es un buen tipo. Es muy solitario y es mi amigo. —Fini oyó el temblor en su voz y odió ser tan débil delante de él.

Las pupilas de Kevin se dilataron ante su anuncio. Un aliento duro le atormentaba el pecho y las manos se apretaron.

La mirada traspasó la de ella.

—¿Nunca? —preguntó duramente.

—Nunca, Kevin —sacudió la cabeza.

—¿Vas a tener relaciones sexuales con él?

Se giró lejos de ella como si no pudiera soportar mirarla.

Fini sintió las lágrimas derramándose en los ojos. Era tan guapo. Los vaqueros caían bajos en sus caderas, con un cinturón de cuero ancho, y acentuando el duro estómago y los anchos hombros. Sus piernas eran largas y musculosas, y tenía un suave balanceo al andar que la volvía loca. Le necesitaba, le quería, pero todavía la veía como una niña pequeña.

—Soy una mujer —susurró otra vez, ignorando su estremecimiento—. No sé como responder a tu pregunta. Si me enamoro de él, lo haré. ¿Le amo ahora? No, no lo hago, excepto como un buen amigo.

Kevin suspiró profundamente, pasándose las manos por el pelo mientras giraba hacia ella. La mirada en su cara era agónica.

—Fini, no llores —gimió, y sólo entonces ella se dio cuenta de que las lágrimas corrían por su cara.

Se moría. Fini lo sabía. Le quería tan desesperadamente que no podía soportar el dolor. Quería que la tocara, la sostuviera. ¿Cuánto más tenía que esperar? Ya había esperado una vida.

—Lo siento —susurró mientras se enjuagaba las mejillas, sacudiendo la cabeza—. Quizá debería volver a la escuela. No causo ningún problema allí.

Había estado causando problemas en casa desde que había empezado a tener citas. Como si Kevin esperara cada minuto entrar en la casa y encontrar una orgía.

—Dios no. Nena, te he echado tanto de menos —la empujó a sus brazos, y el dolor de necesitarlo fue como un golpe físico en el estómago.

Los brazos de ella se envolvieron alrededor de la cintura, las manos sujetándose fuertemente a su espalda. Era tan cálido y duro. Tan masculino que quería chillar su necesidad por él. Su olor, una combinación de especias y puro calor masculino se envolvió a su alrededor, inundándola. Sentía los senos hinchándose bajo las copas de encaje del sostén, los pezones endureciéndose. Lo sostuvo más apretado, sabiendo cuán desesperadamente había echado de menos sus raros abrazos en los pasados dos años, la sensación de sus manos acariciándole la cabeza.

—El anillo del ombligo fue una sorpresa —le susurró en la oreja, los labios acariciando apenas el lóbulo, haciéndole casi imposible suprimir su temblor—. Y esa cadena es decadente, Fini.

La voz de Kevin era fuerte y profunda. Le perforó el estómago, y más allá, haciendo el dolor más dulce. Las manos le acariciaron la espalda lentamente, los dedos recorriendo el oro delgado de su cintura. Las manos estaban calientes, enviando fuego por su cuerpo dondequiera que la tocara. Lo necesitaba. Que Dios la ayudara, ¿cuánto mas podía vivir con esta dolorosa necesidad?


Fini era suave y tibia en sus brazos, las manos apretadas en su espalda, la respiración áspera mientras trataba de calmarla. Lentamente, él le acarició la espalda con una mano. Luego con las dos. Las palmas deslizándose fácilmente sobre el material suave del suéter. Podía sentir la cadena en su cintura, y la vista de sus destellos ante sus ojos. El brillo del oro contra la pálida piel, la cintura baja de sus vaqueros, el pequeño anillo de oro atrayendo su mirada tan seguro como lo haría un relámpago.

Kevin había llegado a estar tan enfurecido, tan furioso de que hubiera desnudado el estómago para un extraño, soportando tener un área tan sensible perforada, que apenas había sido capaz de contener la violencia que ya fluía por su cuerpo.

Su suave y ronca voz invitando a esa pequeña cagada de chico a su cuarto, donde estaba desnuda y preparada, le había hecho verlo todo rojo. Había querido matar al muchacho. Lentamente, indudablemente. Y la confusión de Fini, la llama caliente de excitación en sus ojos cuando le vio, había sido casi más de lo que podía soportar.

¿Por qué había estado buscando una pelea con él? Y no había ninguna duda de que la había buscado. Sus ojos habían brillado con sus propios sentidos preparados para la batalla mientras estaba delante de él, donde nunca había estado antes. Lo estaba empujando, y no creía que pudiera soportar la presión.

Sus propias necesidades, la furia y los temores le destruirían. Kevin admitió que silenciosamente disfrutaba de la sensación de la suave carne mientras su suéter se alzaba una pulgada escasa sobre su cintura. Se ahogaba en su olor, salvaje y dulce. La sangre corría todavía por sus venas, y no quería nada más que estrujarla más entre sus brazos. La había añorado. La había echado de menos malditamente demasiado.

Había añorado sostenerla, mirarla reír y sentir el calor que eso le traía. No había sabido cuanto le llenaba hasta que se fue. Cuanto suavizaba los bordes desiguales y heridos de su alma su sola presencia.

Los dedos juguetearon con la cadena que le rodeaba la espalda, rasgueando contra la piel, sintiendo la suave carne de raso bajo la fina y fría cadena de oro. Raso caliente, tan malditamente suave que sus dedos saborearon el toque. Una y otra vez, lo acarició, hasta que las manos estuvieron bajo el suéter mientras la acariciaba. El aliento de Fini era todavía entrecortado, la respiración áspera. No había querido trastornarla tan profundamente. Se había vuelto loco. Empujado más allá de cualquier límite que pudiera manejar ante el pensamiento de su desnudez, invitadora, sonriéndole mientras se movía sobre ella. Metido entre sus muslos. Sus caderas arqueándose. Su voz un murmullo ronco mientras imploraba…

Fini se movió contra él, y Kevin sintió la erección creciendo con rigidez detrás de la cremallera de los vaqueros. Se movía contra él lentamente, sintiendo la dura longitud presionando contra su suave estómago. Kevin sabía que lo estaba sintiendo cuanto oyó el quejido bajo, necesitado que salió de su garganta.

—No, Fini —su susurro de protesta fue un soplo de sonido mientras sentía sus labios en el pecho, la pequeña lengua caliente acariciándole su piel—. Hija de puta… —su cabeza cayó hacia atrás mientras sus manos la empujaban más cerca, las rodillas doblándose mientras la levantaba más cerca, conduciendo la erección cubierta de tela contra la uve de sus muslos sin poder contenerse.

No podía creer que ella estuviera haciendo esto. Que estuviera reaccionando de esta manera, alcanzándole, necesitándole. No se lo podía permitir. Su control era ya de lo más inestable, y tenía que protegerla. Tenía que protegerse del odio sin duda sentiría por él más tarde. Pero en este momento, tenía que luchar por respirar. Sus labios eran calientes, su pequeña lengua húmeda y abrasadora contra la piel.

Kevin rechinó los dientes, luchando contra la compulsión de tomar el mando. De empujarla contra su cuerpo apretado y duro, y mostrarle lo que estaba pidiendo. Su polla pulsaba, tan apretada y caliente bajo los vaqueros que era una agonía. La necesidad corría y se alzaba dentro de él, tirando de su cuerpo tan tenso que se sentía como si se fuera a romper en cualquier momento.

Fini se frotó contra él, un pequeño suspiro de deseo, de querer susurrar sobre su piel mientras la agarraba por las caderas, empujándola más cerca e inclinándose para presionar la erección entre sus muslos.

—Kevin.

Su ronco grito lleno de lujuria hizo que su cerebro estallara con la necesidad furiosa de follarla. De golpear su polla dentro de ella, de sentir la onda de suave terciopelo encerrándolo, agarrándolo.

—¿Es esto lo que quieres, maldición? —le gruñó violentamente, mirando sus ojos vidriosos por el shock mientras se mecía contra ella—. ¿Es esto lo que quieres Fini? Porque te juro por Dios, que estoy a dos dedos de metértela.

Estaba enojado. Más enojado de lo que había estado jamás. Lo estaba provocando, tentándolo, empujándolo más allá de la razón. ¿O era ella? Lujuria, caliente y carnal nubló su cerebro mientras miraba los picos de los pezones bajo su jersey. La empujó contra si duramente una vez más, empujando su carne en ella mientras los ojos de Fini se cerraban con un quejido desigual. ¿Necesidad o temor?

Conmoción, ardor y arrepentimiento quemaban en lo más profundo del alma. Dejó caer las manos y se giró apartándose de ella rápidamente, yendo instantáneamente por la botella de licor del escritorio. Las manos le temblaban mientras vertía la bebida, el pecho latiendo. Parecía que iba a gritar de frustración.

—¿Kevin? —él cerró los ojos cuando su voz le traspasó el cuerpo.

Caliente, ronca, necesitada. Dios, estaba tan en el borde que estaba prestándole sus propios deseos poco naturales. La había criado por el amor de Dios; no tenía derecho a actuar de esta manera. No tenía derecho a robarle la inocencia y atraerla a sus pesadillas.

—Lo siento, yo… —Kevin bajó la cabeza, mirando desesperadamente como el líquido llenaba el vaso—. Lo prometo, no sacaré conclusiones tan rápidamente de ahora en adelante. Tienes razón, eres una mujer… —no pudo seguir.

Inclinó el whisky, dando la bienvenida al ardor que bajó por su intestino y casi reemplazó al otro calor que le quemaba desde dentro.

—¿Así que puedo dormir con quien quiera?

Kevin sabía que se estaba imaginando la amargura en su voz. Una amargura que rezumaba en su alma.

—No te puedo detener.

Sacudió la cabeza, tomando otro sorbo desesperadamente, rogando a Dios por algo, cualquier cosa que borrara fuera de su cabeza la visión de ella dando la bienvenida a su cama a algún bastardo.

—¿Y que si te quiero a ti, Kevin?

La pregunta susurrada le quemó la piel.

La mano le tembló. Kevin tuvo que tomarse unos momentos preciosos para controlar la reacción instintiva de su cuerpo a la suave pregunta.

—No, Fini —negó con la cabeza tensamente—. No me quieres. No realmente. Solo piensas que si.

Había silencio detrás de él ahora. La tensión fluyó a su alrededor, estrangulándolo, haciendo que su estómago se rebelara ante la cantidad de licor que había consumido. Gracias a Dios pronto bebería lo bastante como para ahogar este terrible dolor.

Necesitaba una mujer, se dijo Kevin desesperadamente. Eso es todo. Una mujer. Se preguntaba cuanto había pasado desde que había tomado una en su cama. Años, lo sabía. No podía recordar la última vez que había probado el calor mojado del deseo de una mujer. Había estado ocupado; excusaba la falta de deseo en los pasados años. El rancho, la enfermedad de Cole. Había un millón de detalles que repasar cada día y solamente no había tenido tiempo. Y otra vez, mentalmente vio a Fini, invitadora, abierta. Pero no era ese chiquillo pálido y gilipollas de arriba moviéndose entre esos muslos esbeltos lo que vio. Era él, cubriéndola, moviéndose sobre ella... que Dios le ayudara, era hora de dejarlo antes de que hiciera algo estúpido.

—Tengo trabajo que hacer, Fini. —Su voz fue más dura de lo que pretendía mientras se sentaba en el escritorio y empezaba a hojear en la agenda.

Seguramente no había pasado tanto tiempo que no pudiera encontrar a una mujer dispuesta.

—Claro, Kevin. —No había error en el enfado de su tono ahora—. Quiero ir a nadar de todos modos. Lo siento, te he molestado.

—Fini. —La detuvo antes de que pudiera alejarse.

Girando lentamente, respirando duramente, luchó por explicarse.

—No quería decir… —no sabía que demonios decir—. He estado sin una mujer… —sacudió la cabeza. Maldita sea.

—Es solo que estas caliente y yo estaba justo ahí, ¿correcto? —casi gruñó la respuesta—. Soy como tu sobrina, y por favor no leas más en ello que eso. —Su voz era burlona y fría—. Supéralo, Kevin. Porque no es algo que quiera oír.

Giró y salió a zancadas del cuarto mientras él finalmente levantaba la mirada. Que bien, ella no quería oír, pensó malhumoradamente, porque seguro como el infierno que no era lo que él quería decir. Mientras salía del cuarto, tuvo una perfecta vista de sus redondas nalgas y de sus piernas ágiles enfundadas en vaqueros. Cerró los ojos apretadamente, luchando por el control, luchando por parar las visiones que rondaban por su cabeza. Si no hacía algo pronto, la erección dura como el acero en sus vaqueros tomaría el control por él.

Las acusaciones de su padre le obsesionaban ahora. El viejo bastardo había sabido cuánto la quería Kevin, lo había visto cuando nadie lo había hecho. Lo vio y lo atormentó con ello.

Kevin sentía la furia amarga revolviéndole el estómago. Dios, no podía ser tan demente, tan depravado como ese viejo bastardo. No lo permitiría. El pasado casi le había destruido una vez antes, no permitiría que terminara el trabajo ahora.
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