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Siento grandes escrúpulos, lo confieso, al abordar la extraña narración que estoy a punto de relatar. Los acontecimientos que me propongo detallar son de una índole tan singular que estoy completamente seguro de suscitar desacostumbradas dosis de incredulidad y desprecio. Las acepto de antemano. Confío en tener el suficiente valor literario para afrontar el escepticismo. Tras madura reflexión, he decidido narrar, de la manera mas sencilla y sincera que me sea posible, ciertos hechos misteriosos que pude observar el pasado mes de julio, y que no tienen precedentes en los anales de la física.
Vivo en Nueva York, en el número... de la calle Veintiséis. En cierto modo es una casa un tanto singular. Ha gozado en los dos últimos años de la fama de estar habitada por espíritus. Se trata de un enorme e impresionante edificio, rodeado de lo que antaño fuera un jardín, pero que ahora no es mas que un espacio verde destinado a tender al sol la colada.
La seca taza de lo que fue una fuente, y unos pocos frutales descuidados y sin podar, denotan que el lugar fue en otros tiempos un agradable y sombreado refugio, lleno de flores y frutos y del suave murmullo de las aguas. La casa es muy amplia. Un vestíbulo de majestuosas proporciones conduce a una amplia escalera de caracol, y las demás habitaciones son, igualmente, de impresionantes dimensiones. Fue construida hace unos quince o veinte años por el Sr. A., conocido hombre de negocios de Nueva York, que cinco años atrás sembró el pánico en el mundo de las finanzas a causa de un formidable fraude bancario. Como todos saben, el Sr. A. escapó a Europa y poco después murió de un ataque al corazón. Tan pronto como la noticia de su fallecimiento llegó a este país y fue debidamente verificada, corrió el rumor por la calle Veintiséis de que la casa número... estaba encantada.
La viuda del anterior propietario fue legalmente desposeída de la propiedad, la cual desde entonces fue únicamente habitada por un guarda y su mujer, puestos allí por el agente inmobiliario a cuyas manos había pasado para su alquiler o venta. El matrimonio declaró sentirse perturbado por ruidos sobre naturales. Las puertas se habrían solas. El escaso mobiliario disperso aún en las diferentes habitaciones era apilado durante la noche por manos desconocidas. Pies invisibles subían y bajaban la escalera en pleno día, acompañados del crujir de vestidos de seda igualmente invisibles, y del deslizar de imperceptibles manos a lo largo de la imponente balaustrada. El guardia y su mujer afirmaron no querer vivir mas tiempo en aquel lugar. El agente inmobiliario se rió, los despidió y puso a otros en su puesto. Los ruidos y las manifestaciones sobrenaturales continuaron. La historia se difundió por el vecindario, y la casa permaneció desocupada durante tres años. Varias personas trataron de alquilarla. Pero, de una forma u otra, antes de cerrar el trato se enteraban de los desagradables rumores y rehusaban concluir la operación.