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| Orgullo y Placer (Joe y tú) HOT- Terminada | |
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Autor | Mensaje |
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PidgeJonas Casada Con
Cantidad de envíos : 1666 Edad : 32 Fecha de inscripción : 23/04/2012
| Tema: Re: Orgullo y Placer (Joe y tú) HOT- Terminada Marzo 8th 2014, 15:24 | |
| Orgullo y Placer
Capitulo 16 —A las mujeres les gusta jugar a ciertos juegos —murmuró Joseph, con una mirada tan ardiente que _____ sintió su calor—. Son pruebas para comprobar el grado de interés de un hombre.
—¿Qué clase de juegos?
—Se aseguran de que su cortejador sepa cuál es su flor favorita, su color preferido o sus fechas importantes. Luego comprueban si ellos lo recuerdan y los premian si es así.
_____ se retorció las manos, nerviosa. ¿Debería sentarse o quedarse de pie como él? Sin saber qué otra cosa hacer, se centró en la conversación.
—Lo que gusta a hombres y mujeres son a menudo cosas muy distintas. Esperar que un hombre demuestre sus sentimientos de un modo que para él es antinatural es un experimento con muchas posibilidades de fracasar. ¿Por qué no aceptar sus gestos espontáneos de afecto? Sin duda revelan más cosas sobre él y, sobre todo, son mucho más sinceros.
La sonrisa de Joseph la dejó sin aliento.
—¿Tienes idea de lo sexualmente estimulante que me parece tu manera de pensar? Un día me gustaría seguir hablando del tema clavado en tu interior. Sospecho que será muy erótico.
____ se ruborizó. Él cerró la puerta que daba al pasillo. ____ sintió retumbar el suave chasquido en su interior.
—Hoy te he puesto a prueba —dijo Joseph, todavía de cara a la puerta—. Teniendo en cuenta lo irritantes que me parecen esos jueguecitos, me sorprende mucho haber caído tan bajo.
—¿Y la he pasado?
Él se volvió, quitándose la chaqueta.
—Estás en mi casa, así que diría que sí.
Se desabrochó entonces los botones del chaleco. ____ fue incapaz de apartar la vista de sus rápidos dedos, a pesar de la vocecita en su cabeza que la reprendía, hablándole de modestia virginal y de respeto a la intimidad.
Carraspeó para poder hablar:
—Me has enviado una nota diciendo que querías verme sin contarme el motivo.
—Si la nota hubiera sido de Montague, ¿habrías ido a su casa?
—No, claro que no. Él no trabaja para mí.
Joseph se tensó y se quitó el chaleco con impaciencia.
—Si hubiera sido de Reynolds, ¿habrías ido?
—No.
—Pero Reynolds sí trabaja para ti.
Era evidente que él no esperaba respuestas de compromiso. Quería la verdad.
—No habría ido a casa de ninguna otra persona —admitió ella con la boca seca, mirándolo desatarse el nudo del pañuelo, lo que le dejó el cuello al descubierto. La visión le resultó muy provocativa. La piel de Joseph era más oscura que la suya, más firme. Sentía unos grandes deseos de tocarlo, de notar cómo su garganta tragaba bajo sus dedos.
Él se quitó entonces los zapatos con hebillas.
—Ésa era la prueba. Necesitaba saber si me pondrías en la misma categoría que los demás hombres. También sentía curiosidad por ver hasta dónde te llevaba tu espíritu aventurero.
—Yo no tengo espíritu aventurero.
—Eso es lo que quieres creer. —Joseph tiró el pañuelo al suelo y luego se quitó la camisa sin desabrocharla, por encima de la cabeza.
A _____ le temblaron las rodillas. Tambaleándose se acercó a la silla más cercana y se dejó caer en ella. Dios, qué guapo era. De esos hombres que quitan el aliento. Recordó cuando la había animado a tocarlo, la vez que la había besado. Había sentido su cuerpo bajo los dedos, duro como una piedra. Ahora entendía por qué. Se llevó la mano a la garganta. Hacía un momento tenía la boca seca, pero ahora estaba casi babeando. Nunca había visto el esbozo de un cuerpo masculino que se pudiera comparar con aquél. Los músculos de su torso y abdomen le recordaron una tabla de lavar. El vello que le cubría el pecho y que se estrechaba hasta convertirse en una fina línea era una novedad, pero una novedad deliciosa. Siguió la dirección del vello con la vista hasta donde éste desaparecía bajo la trabilla de los pantalones. Y más abajo...
Allí también estaba duro, al parecer. En el ante expertamente trabajado de sus pantalones se marcaba una erección, gruesa y prominente. El estómago de ____ se apretó con más fuerza. Era una criatura tan masculina... Primitivo en las cosas más vitales. Un macho cuyos apetitos eran sin duda fieros y efusivos. ¿Cómo podría ella, que no sabía cómo usar su feminidad, satisfacer a un hombre como él?
Al darse cuenta de que Joseph no se movía, alzó la vista. La estaba observando. Cuando sus miradas se encontraron, él sonrió y se sentó en el sofá, ante ella. Se dio cuenta de que le había permitido observarlo a placer. Sin avergonzarse de la prueba del deseo que sentía. Con un descaro absoluto. Se quitó los calcetines con calma.
—Necesito que tengas espíritu aventurero, ____. No me tolerarías durante mucho tiempo, ni a mí ni a mi profesión, si no lo tuvieras.
—Hago algo más que tolerarte —susurró ella. Había perdido las fuerzas para hablar más alto.
Cuando él se levantó, _____ no pudo apartar los ojos de la visión de su cuerpo. Había perdido la cabeza completamente por aquel hombre. No cambiaría nada de él, ni el más mínimo detalle de su cuerpo. En esos momentos, pagaría lo que le pidieran para poder seguir mirándolo indefinidamente. Las sensaciones que la invadían eran adictivas. Se preguntó si sería posible sentirse así cada día.
Acercándose a ella con la mano tendida, Joseph le dijo: —Desde el momento en que te vi por primera vez, te deseé y supe que tenía que poseerte. Desde entonces, me he dado cuenta de que no es un simple deseo de posesión. Es algo más profundo. Te deseo a ti como persona. Nunca había deseado nada hasta ahora. Nada. Las posesiones materiales no tienen valor para mí. Son cosas que se ganan o se pierden. Son intercambiables.
—Lo comprendo. —____ permitió que tirara de ella hasta que estuvo de pie—. Pero no sé qué conclusión debo sacar de ello.
Él hizo un gesto con los dedos para que se diera la vuelta.
—Yo ya he dejado de intentarlo. No puedo perder más tiempo tratando de comprender algo que no es racional. Lo único que sé es que tengo que hacer lo que estoy haciendo. Tú eres lo único que deseo en el mundo, y si puedo tenerte, lo haré. Además, carezco de escrúpulos, así que haré lo que haga falta para que te quedes en mi vida. Ya nos ocuparemos de los detalles más adelante, cuando pueda pensar en algo que no sea meterte en mi cama.
Buscó los botones que le cerraban el vestido por la espalda y se los desabrochó a una velocidad notable.
—¿Y yo no tengo nada que decir en todo esto?
Él le dio un beso en el hombro y le susurró al oído: —Si piensas decir que no tienes nada que objetar, habla libremente. Si no es así, te rogaría que me dieras unas cuantas horas antes de exponer argumentos que me hagan las cosas más difíciles.
____ miró al frente. Y lo que tenía delante era la cama de Joseph. Parecía hecha a medida. Cuando el vestido estuvo lo suficientemente abierto, él se lo deslizó por los hombros hasta que cayó al suelo.— Sal de ahí —le ordenó él.
Ella obedeció, demasiado abrumada para resistirse.
—Me estás dando demasiado tiempo para pensar —se quejó, apartando la mirada de la cama.
Joseph se rió suavemente, lo bastante como para aliviar la incertidumbre que se estaba apoderando de ella.
—¿Preferirías que te asaltara?
—Lo que preferiría sería no estar tan nerviosa.
—Otro día te asaltaré —dijo Joseph, aflojándole las cintas del corsé—. Pero hoy no. Esta noche es necesario que ninguno de los dos dude de que has venido voluntariamente.
____ cruzó los brazos sobre el pecho para evitar que el corsé cayera al suelo. Él la hizo girar y cuando estuvieron frente a frente, retrocedió un par de pasos.
—Estoy casi desnuda —señaló, para que Joseph hiciera algo. ¿Por qué estaba tan lejos? Aunque extendiera los brazos, no alcanzaría a tocarlo.
—Soy plenamente consciente de ello —dijo él, bajando la mano y acariciándose la evidente erección por encima del pantalón.
—¿Es que no tienes vergüenza? —le preguntó ella, alterada.
Era virgen, por el amor de Dios. Le estaba dando demasiado espacio. Era consciente de todo lo que la rodeaba, cuando lo único que quería era perderse en una marea de sensaciones.
—Ninguna. Y me gustaría que tú tampoco la tuvieras, ____ —le dijo Joseph con suavidad—. ¿No me he explicado bien? ¿No entiendes lo importante que eres para mí? ¿Te preocupa que dejar al descubierto tu cuerpo te haga vulnerable? No debe preocuparte, pues. Soy yo el que quedará expuesto por la experiencia.
Ella permaneció quieta, expectante, con los labios temblorosos. La estaba obligando a razonar el único día en que no quería pensar nada en absoluto. Sus ojos oscuros la observaban con intensidad. Su cuerpo parecía de oro a la luz de las velas. ¿Cuántas veces habría estado en aquella situación anteriormente para mostrarse tan despreocupado? ¿Docenas? ¿Más? No le extrañaría. ¿Qué mujer podría resistirse? Ella lo estaba haciendo. Apretó los dientes con fuerza. Joseph tenía razón. No estaba bien que tratara de librarse de la responsabilidad de lo que estaba haciendo. Era su decisión y tenía que reconocerlo. ¿Por qué engañarse diciendo que estaba actuando por instinto cuando no era cierto? No era como su madre. No se dejaba arrastrar por la pasión. Sabía exactamente lo que hacía. Se abalanzó sobre él. Con dos pasos y un salto alcanzó su destino. Joseph la recibió, riendo. Levantándola del suelo, avanzó con ella en brazos hacia la cama.
—La que decía que no tenía espíritu aventurero —bromeó, dejándola al pie de la cama.
La miró con una mezcla de orgullo y posesión tan grande que a ____ se le hizo un nudo en la garganta. Joseph cerró la puerta del dormitorio con llave.
—Pensaba que estábamos solos —dijo ____, con el corazón desbocado, antes de dar un simbólico salto al vacío.
—Estás asumiendo que quiero evitar que la gente entre, pero lo que quiero es impedir que tú salgas.
La idea de estar prisionera la excitó. Había entrado voluntariamente en la guarida del león y ahora no había escapatoria. Él se apoyó en la puerta con un tobillo sobre el otro. Era la viva imagen de la familiaridad y la despreocupación. Pero a ella no la engañaba. Sabía que tras aquella fachada se escondía un auténtico depredador. Lo había visto desde el primer día y lo veía en ese momento. Tenía el cuello y las mejillas encendidas, una fina capa de sudor en el pecho, las ventanas de la nariz abiertas, la mirada fija... Un movimiento en falso podía provocar su ataque.
____ se llevó las manos al pelo y empezó a quitarse las horquillas. Las dejó caer al suelo a medida que las retiraba, como él había hecho con el pañuelo. Había algo curiosamente liberador es ese gesto negligente. Era un símbolo. Se estaba desprendiendo de las ataduras que la encorsetaban. En aquella habitación, a solas con Joseph, podía deshacerse de las confusas normas de la sociedad y ser lo que siempre había querido ser: libre e independiente.
Cuando la última horquilla hubo caído, sacudió la cabeza, disfrutando del cosquilleo. Sólo llevaba puesta la camisola y los calzones, pero no sentía vergüenza ni frío. Era imposible sentir frío bajo la ardiente mirada de Joseph. Éste no se movió y apenas parpadeó. Cuando el silencio se prolongó, ella perdió la confianza y se protegió juntando las manos ante el vientre.
—Eres tan hermosa, ____. —Joseph se llevó la mano al pecho y se lo frotó, como si le doliera—. Adoro tus pecas. ¿Las tienes por todas partes?
Mordiéndose el labio inferior, ella asintió.
—Es la maldición de las pelirrojas.
—Las besaré todas —prometió él—. Las encuentro deliciosas.
—Bobadas —refunfuñó ella—. A nadie le gustan las pecas.
Los ojos de Joseph brillaron a la luz de las velas que había sobre las mesitas de noche.
—¿No hay ninguna parte de mi cuerpo que te guste especialmente, alguna que te gustaría besar?
—Creo que me gusta cada centímetro de tu cuerpo —admitió ____, con fervor—. Adoro cómo hueles. Tu corte de pelo. Tu mandíbula. Pero lo que más me gusta son tus manos. Cada vez que me tocas, noto la fuerza que tienen. Podrías romperme los huesos si quisieras y, sin embargo, eres siempre tan delicado conmigo...
Joseph alargó las manos, ofreciéndoselas. Ella se las cogió inmediatamente, sabiendo que su contacto la calmaría y la distraería.
—A veces tengo miedo de hacerte daño —reconoció él, emocionado. Llevándose sus manos a la boca, ____ le dio un beso en cada palma.
—¿Por eso estás tan quieto?
—Sí.
—¿Qué harías si no necesitaras controlarte?
Joseph colocó la mano de ella sobre su pecho, para que notara los latidos de su corazón.
—Te arrinconaría contra la puerta y te tomaría, de prisa y con fuerza. Luego te tumbaría en el suelo, te separaría las piernas y te tomaría otra vez. Lentamente. Hasta el fondo. Tal vez luego llegaríamos a la cama, pero no puedo asegurártelo.
—Eso suena... salvaje.
—Es como me haces sentir. Si pudiera desearte con menos intensidad lo haría, pero no puedo. Tal vez después de esta noche pueda controlarme un poco. Eso espero.
A ella la aspereza de su voz le resultó tan grata como una caricia. Libre de la opresión del corsé, los pezones se le endurecieron. Los de Joseph quedaban a la altura de sus ojos, y ____ se preguntó si serían tan sensibles como los suyos. Las areolas estaban contraídas, como si se hubiera estremecido. Sin poder resistir el impulso, ____ se inclinó hacia él y le pasó la lengua por uno de ellos.
—¡Maldita sea! —exclamó Joseph, sorprendido.
De repente, la hizo girar con tanta fuerza que ____ se mareó un poco. La tela de la camisola al romperse en dos resonó como un trueno en el silencio de la habitación, y pudo sentir el aire en la espalda, seguido por el cosquilleo de la melena. Los calzones siguieron el mismo camino. La cinta que se los ataba a la cintura se le clavó en ésta unos instantes antes de ceder y romperse. La tela de color carne se partió en dos mitades y quedó sujeta sólo por los tobillos. Casi sin darse cuenta de que la pérdida de control de Joseph la había excitado, notó una de sus manos en la parte baja de la espalda, empujándola. Subió los tres escalones que había al pie de la cama y se encontró sobre el colchón.
A cuatro patas, avanzó sobre la colcha color borgoña, muy consciente de todo lo que le estaba mostrando. Cuando había llegado a la mitad aproximadamente, él la agarró por el tobillo. Ella se dejó caer sobre la cama, tratando de preservar un mínimo de intimidad, pero Joseph le arrancó el resto de los calzones y los tiró al suelo. ____ permaneció inmóvil, casi sin atreverse a respirar.
—¿Tienes miedo? —preguntó él, con voz ronca.
Ella tuvo que hacer un esfuerzo para racionalizar lo que estaba sintiendo.
—No... no lo sé.
Joseph se tumbó a su lado y extendió un brazo. Con la otra mano, la hizo volverse hasta quedar con la espalda pegada a su pecho sudoroso. Echándose hacia delante, le apoyó la mejilla en el hombro. _____ notó la caricia de su pelo contra la piel. Rodeándole la cintura con un brazo, la atrajo hacia él y se quedó así, quieto. Poco a poco, ____ se fue tranquilizando, en gran parte gracias a su aroma, que se intensificaba gracias al tremendo calor que desprendía su cuerpo. También ella se sentía febril a su lado. Pasado un rato, la temperatura de él pareció normalizarse, igual que su respiración.
—¿Joseph?
La mano que había mantenido en su cintura hasta ese momento ascendió y le cubrió un pecho. ____ se tensó ante la sensación desconocida.
—Chis —chistó él para tranquilizarla.
Su aliento en la oreja la excitó, haciendo que el pezón se le endureciera contra su mano. Joseph gruñó y no pudo evitar apretar la mano un poco más.
—Deja que te muestre lo que me haces —murmuró, apartándose lo suficiente para que ella quedara tumbada de espaldas en la cama.
_____ lo miró a la cara, asombrada una vez más de lo guapo que era. ¿Cómo era posible que un hombre así la encontrara atractiva? No le importaba. No necesitaba entenderlo. Sólo dar las gracias por su buena suerte.
Sin previo aviso, él agachó la cabeza y le rodeó un pezón con la boca, húmeda y caliente. Ella arqueó la espalda, ahogando un grito, sorprendida por la violencia de su reacción. Su lengua le rodeó el pezón varias veces antes de succionárselo. Esa vez, ____ no pudo evitar gritar y clavar las uñas en la colcha de terciopelo. Entonces Joseph hizo rotar suavemente el otro pezón entre sus ásperos dedos antes de tirar suavemente de él. ____ empezó a jadear.
—Joseph.
Él gruñó y succionó con más fuerza, rodeándoselo con la lengua al mismo tiempo. La carne entre sus piernas empezó a palpitar al ritmo de su boca, apretando con fuerza y haciéndola sentirse vacía. Las caderas se le levantaron de la cama, buscándolo. La mano que le había estado torturando el pecho se deslizó por su vientre hasta alcanzarla entre sus piernas. Ella se quedó paralizada por la sorpresa. Nunca había notado esa parte de su cuerpo tan sensible, tan húmeda e hinchada.
—Tócame —le ordenó él con una voz tan ronca que ____ apenas la reconoció.
Sin esperar, Joseph le agarró la muñeca y le llevó la mano hasta su erección. Le enseñó cómo quería que lo acariciara, frotándolo con la palma arriba y abajo. Ella sintió el calor que le transmitía; un calor que le ascendió por el brazo y se extendió por todo su cuerpo, aliviando la tensión de los músculos. Aprovechando que estaba distraída, Joseph reanudó su exploración, deslizando los dedos por la frágil barrera de sus muslos. La cubrió con la mano, reclamando esa parte de su cuerpo que hasta ese momento había sido terreno privado. Levantó la cabeza para contemplarla mientras sus dedos se movían buscando la entrada a su interior.
—Ábrete a mí —susurró—. Déjame notar lo húmeda que estás.
Al ver que dudaba, la besó apasionadamente. Le resiguió el contorno de los labios con la lengua, antes de provocarla con varios lametones juguetones. Ella separó los labios con voracidad, levantando la cabeza de la cama para besarlo más profundamente. Pero él se separó en seguida, negándole la posesión que anhelaba. Cuando ____ soltó un gemido de frustración, los dedos de Joseph tamborilearon sobre su sexo. Comprendiendo lo que quería, separó los muslos y colocó una pierna sobre la suya, sin esconderle nada.
—Así me gustas —susurró él, acercando los labios a su boca—: descarada.
Su lengua y sus dedos la penetraron al mismo tiempo. ____ se retorció al notar la doble intrusión, gimiendo y empezando a sudar. Apretó su erección con ansia. Nunca se habría imaginado que pudiera ser tan atrevida.
—Tan prieta —la azuzó él, empujando con el dedo y retirándolo. Cuando lo volvió a hacer, ella abrió más las piernas y elevó las caderas—. Muy prieta y muy caliente.
Los dedos de ____ encontraron la aterciopelada punta del pene que le asomaba por la cintura de los pantalones. Exploró la cabeza satinada con fervor, fascinada por su calor y la suavidad de su textura. Notó una gota de humedad en la punta. Deseó asirlo con fuerza y acariciarlo desde la base hasta el extremo.
—Ya basta —le dijo él, bruscamente, apartándole la mano.
Ella trató de agarrarlo otra vez, sin éxito. Joseph se echó hacia abajo en la cama, lejos de sus labios ansiosos y sus pezones atormentados.
—¡Joseph! —protestó ____ , intentando incorporarse. Pero él deslizó los hombros bajo sus piernas, haciéndola perder el equilibrio.
Por un instante fue consciente de lo que planeaba, pero perdió la capacidad de pensar en cuanto su lengua inició su sensual asalto. La protesta murió antes de poder salir de sus labios. No tenía fuerzas para detenerlo, ni siquiera para acallar su escandalizada conciencia. Lo único que podía hacer era gemir y mover las caderas contra su boca, tratando de adaptarse a su ritmo, intentando silenciar el terrible anhelo que crecía en su interior.
—Así, muy bien —la animó él, levantándole un poco más las caderas.
Su lengua separó los tiernos pliegues de su sexo, abriéndolos, lamiéndola a veces con suavidad, a veces con firmeza. Jugó con ella, acariciándole la zona más sensible con la punta de la lengua. ____ levantó las caderas bruscamente. Quería más. Necesitaba más. Sabía que tenía que haber algo más y gimió desesperada. Joseph volvió a penetrarla con el dedo, esta vez con más facilidad. Sus tejidos internos le dieron la bienvenida, presionando su dedo con avidez.
—Oh —gimió ella, cerrando los ojos con fuerza ante la intensidad de las sensaciones—. ¡Oh, Dios!
Dentro y fuera. Clavándose y retirándose. Bombeando en su interior. ____ se retorció, pero Joseph la apresó con un brazo y le impidió moverse antes de añadir un segundo dedo. Ella se estremeció violentamente ante la nueva invasión. Él la siguió besando, lamiendo, succionando... ____ alcanzó el orgasmo con un grito escalonado. Sus dedos se aferraban con fuerza a la colcha mientras las piernas le temblaban sin control.
En el momento álgido del clímax, Joseph hundió los dedos profundamente y los separó, rompiendo la barrera de su virginidad. Ella apenas sintió dolor, perdida en el placer que le proporcionaba su hábil lengua. Gruñendo, como si compartiera sus sensaciones, Joseph no se detuvo hasta que ____ no le apartó la cabeza, incapaz de soportar más placer. | |
| | | Lady_Sara_JB Casada Con
Cantidad de envíos : 1582 Edad : 28 Localización : México Fecha de inscripción : 24/03/2013
| Tema: Re: Orgullo y Placer (Joe y tú) HOT- Terminada Marzo 8th 2014, 18:28 | |
| wooo joe es tan tierno hasta en esos momentos siguela por favor esta hermosa | |
| | | ro$$ 100% fan$ griton@ Casada Con
Cantidad de envíos : 1282 Edad : 29 Localización : Venezuela Wants Jonas Brothers Fecha de inscripción : 21/01/2010
| Tema: Re: Orgullo y Placer (Joe y tú) HOT- Terminada Marzo 8th 2014, 23:26 | |
| que cosa rara le quito la virginidad con los dedos sus palabras de te quiero en mi vida y tod lo que le dijo fue muy tierno siguela ronto | |
| | | PidgeJonas Casada Con
Cantidad de envíos : 1666 Edad : 32 Fecha de inscripción : 23/04/2012
| Tema: Re: Orgullo y Placer (Joe y tú) HOT- Terminada Marzo 9th 2014, 16:34 | |
| Orgullo y Placer
Capitulo 17 Joseph besó una peca en el muslo de ____ antes de deslizarse hasta el suelo por los pies de la cama. Ella estaba tumbada de lado, temblorosa y sofocada, hecha un ovillo. Siguió sus movimientos con la mirada. Tenía un aspecto saciado y aturdido a la vez. A él la sangre le circulaba a toda velocidad por las venas; su miembro palpitaba. Se desabrochó los pantalones y se los bajó. Apartándolos de una patada, se agarró el pene con una mano, acariciándolo arriba y abajo. Vio unos hilos de sangre en sus dedos. Eran la prueba de su virginidad. La imagen lo excitó, atrayendo el semen hacia la punta de su verga. Sabía que había sido demasiado brusco e impaciente, pero no había podido esperar más. Necesitaba librarla de su virginidad para poder tomarla como deseaba. Había tratado de avisarla, pero sabía que sus palabras no le podrían haber sido de gran ayuda a una mujer abrumada por las sensaciones de su primera experiencia sexual.
Se había aprovechado de su inexperiencia, sabiendo que ____ sería incapaz de resistirse a la intensidad del deseo. Recordaba la desesperación de su primera vez. Lo recordaba bien porque así era como ella lo hacía sentir: excitado, caliente, impaciente. A grandes pasos, se dirigió al lavamanos y cogió un montón de paños recién planchados. Mientras volvía a la cama, cogió también una botella de aceite que había comprado en la tienda de la señora Pennnington. Dejando los paños sobre la cama, se echó unas gotas de aceite en la mano. Lentamente, se las frotó, dejando que el aroma a especias y bergamota impregnara el aire. Había elegido aquella masculina esencia expresamente. Quería que a ____ se le quedara grabada en la mente para poder excitarla más adelante. Quería que cada vez que la oliera recordara las cosas que le había hecho.
Ella no había tenido que sufrir la tortura de imaginar todas las cosas que él llevaba días queriéndole hacer, pero eso iba a cambiar muy pronto. Ya fuera haciendo balance de los libros de contabilidad o bailando con sus jodidos pretendientes, quería que estuviera pensando en sexo. En sexo con él.
____ lo miraba hipnotizada mientras él se agarraba la polla desde la base y se la meneaba de abajo arriba. Nunca la había tenido tan dura e hinchada. Gruesas venas la recorrían en toda su longitud, dándole un aspecto salvaje y brutal. Tenía las pelotas duras y prietas, pegadas a la base, y su semen pugnaba por salir. Ella profirió un sonido de inquietud.
—¿Tienes miedo? —le preguntó otra vez.
Sabía que tenía que estar asustada. Sabía que debería ser mucho más delicado y no mostrarle lo grande que era hasta que pudiera apreciarlo. Pero estaba dispuesto a renunciar hasta a su última gota de caballerosidad para conseguir su objetivo: distinguirse de los demás pretendientes que querían apartarla de él. A ____ le gustaba observarlo. Estaban conectados a un nivel básico. Tal vez a su mente le costara asumir lo que estaba viendo, pero su cuerpo lo entendería... y reaccionaría adecuadamente.
—Sí —respondió ella en voz baja, pegándose las rodillas al vientre—. Siempre he sabido que serías demasiado grande para mí.
—Pero me deseas igualmente. Date la vuelta.
____ obedeció, dándole la espalda. Se encogió, pegando los pies a las nalgas. El descubrimiento de su voluptuoso trasero había sido una agradable sorpresa cuando se había encaramado a la cama. Aparentaba ser más moderada en lo físico que en el carácter, pero también en ese aspecto su parte más pintoresca quedaba oculta a la vista. Tenía el culo más perfecto que había visto nunca.
—¿Quién se iba a imaginar que escondías un trasero tan voluptuoso bajo esas faldas? —murmuró Joseph, acercándose y besándole un grupo de pecas que tenía en el hombro.
—Te burlas de mí —dijo ella, insegura.
—Fuiste tú la que me dijiste que algunos hombres prefieren a las mujeres con un color de pelo determinado —replicó Joseph, rodeándole la estrecha cintura con un brazo—. ¿Tan difícil es creer que yo tenga mis propias preferencias?
—¿Te gustan las pecas y los culos?
—Me gustas tú, ____. Me gusta todo de ti. —Cuando ella se arqueó hacia él, Joseph inhaló su aroma profundamente, lo que lo inflamó aún más—. Hoy no voy a poder ser paciente contigo— reconoció con voz ronca—. Has puesto tu vida en mis manos. Sé que te fías de mí. ¿Puedes seguir haciéndolo un poco más, por favor? Confía en que sabré darte placer, aunque pueda parecerte brusco o impaciente.
Ella lo miró por encima del hombro. Tenía los ojos entornados y se estaba mordiendo el labio inferior, pero asintió. Sin más preliminares, Joseph se agarró el miembro con la mano y echó las caderas hacia delante. ____ ahogó una exclamación al sentir la gruesa punta separarle los pliegues y deslizarse sobre ellos hacia arriba y luego hacia abajo. Al bajar, la parte inferior de su miembro se trababa un instante antes de proseguir su camino. Al subir, la hinchada cresta la rozaba hasta llegar al clítoris.
Joseph volvió a acariciarse con fuerza, desde la base hasta la punta. Una gota de líquido preseminal se derramó en su sensible carne. Gimiendo, ____ se arqueó. Joseph la inmovilizó poniéndole una mano en el pecho al mismo tiempo que luchaba contra su propio impulso de clavarse en ella y eyacular violentamente para saciar aquella lujuria que lo estaba devorando. Sentía una desesperación difícil de explicar. No podía librarse de la sensación de que alguien iba a arrebatársela antes de hora. Era demasiado pronto. La necesitaba demasiado. No podría soportarlo. ____ le cubrió la mano con la suya. El pezón se le había contraído deliciosamente. Al apretarle el pecho, notó cómo se estremecía por entero y echaba las caderas hacia atrás. Separó las piernas, enlazándole un pie detrás del tobillo para poder apretarse contra él. Por fin se había descontrolado y era aún mejor de lo que Joseph se había imaginado. Murmuraba su nombre. Él se echó hacia atrás y buscó la entrada de su cuerpo. Su mente eligió justo ese momento para recordarle que ____ estaba por encima de él socialmente. Que no era lo bastante bueno para ella. Apretó los dientes. Con decisión, se clavó en su estrecha hendidura. Estaba empapada y muy caliente.
—¡Dios! —exclamó entre dientes, sintiendo cómo su sedosa y ardiente carne lo abrasaba. Sus músculos internos tiraban de la sensible punta de su miembro. Un escalofrío lo sacudió. ____ echó la cabeza hacia atrás, golpeándole el pecho, y le clavó las uñas en el brazo con que la sujetaba por la cintura. Descontrolada, empezó a apartarse de él y a juntar las piernas, pero Joseph se lo impidió, desplazando la mano desde el pecho hasta su entrepierna rápidamente.
—Confía en mí —le pidió, clavándose más hondo—. Respira.
Al darse cuenta de la tremenda tensión que había en la voz de él, ____ trató de obedecer, tragando grandes bocanadas de aire, que se resistían a entrar en sus pulmones contraídos. A pesar de la tensión de sus tejidos internos, Joseph se hundió aún más en ella. Ahora entendía para qué había usado el aceite. Su cuerpo no tenía manera de resistirse a la invasión.
Soltó el aire entrecortadamente y cerró los ojos. Tenía la mente ocupada por imágenes de Joseph al pie de la cama, totalmente desnudo, con la piel brillante, los músculos ondulando por los movimientos que hacía con la mano sobre su impresionante erección. Sabía que no podría acogerlo en su interior, pero había querido intentarlo. Necesitaba intentarlo. Él se retiró un centímetro. Cuando ella trató de respirar, Joseph echó las caderas hacia delante, hundiendo el rígido pene en su canal. ____ soltó un gemido roto, sorprendida por la sensación de ser tan profundamente poseída.
—Dios. —Joseph se quedó inmóvil, jadeando. Su pecho se movía como un gran fuelle contra su espalda. Le acarició la sien con la mejilla—. ¿Te estoy haciendo daño?
—No, pero estoy... muy llena. —Se notaba tan llena que casi le dolía, pero no sentía dolor.
—Puedes acogerme —la tranquilizó él, acariciándola entre las piernas, lo que le despertó una oleada de calor—. Déjame entrar, ____. No te resistas.
Ella notó que le escocían los ojos, como si estuviera a punto de llorar, pero no hizo caso. Con cuidado, echó las caderas hacia atrás. Muy poco, apenas un centímetro, pero él lo aprovechó para penetrarla un poco más.
—Sí —la animó, retirándose—. Así.
____ se obligó a relajarse, se apoyó en su pecho y cambió el ritmo de la respiración. Inspiró hondo y soltó el aire despacio. Se concentró en sus caricias; en cómo le rozaba el clítoris con sus dedos encallecidos, forzando a sus agotadas terminaciones nerviosas a rendirse al placer. Cuando volvió a respirar, Joseph se hundió en su interior hasta que sus muslos estuvieron completamente pegados. Ella echó la cabeza hacia delante y gimió.
—¡____!
Santo Dios, estaba tan dentro. Se retiró muy despacio y volvió a llenarla. Con cada nueva embestida, sus movimientos eran más fluidos, más fáciles. Era un hombre muy experto. Sabía exactamente hasta dónde debía retirarse, hasta dónde podía penetrarla para volverla loca de deseo. ____ estaba cada vez más entregada al placer que Joseph le causaba. Pronto aprendió a sincronizar sus movimientos con los suyos para aumentar la sensación de plenitud que anhelaba. Oyó una voz vibrante a su espalda.
—Sí, estás disfrutando. Te gusta —dijo él.
Ella ahogó una exclamación al recibir una embestida particularmente experta. Lo que hacía un momento le había parecido una erección amenazadora, ahora le resultaba deseable. Su miembro era largo y grueso, lo que aseguraba que acariciara cada punto sensible de su vagina, despertándole un deseo feroz. Se revolvió entre sus brazos, luchando contra la fuerza que la aprisionaba y le impedía clavarlo en su interior como deseaba.
—Dime que te gusta —la animó Joseph moviendo las caderas y los dedos al mismo tiempo, excitándola con tanta habilidad que ____ apretó los músculos internos alrededor de su miembro—. Dilo.
—Sí —gimoteó, atormentada cada vez que se retiraba de su cuerpo—. Pero...
—Puedo darte lo que deseas —la interrumpió él con voz ronca y cargada de erotismo—. Dime lo que quieres y te lo daré.
—Más —le rogó ella, sin ninguna vergüenza ni pudor—. Dame más...
La mano de Joseph se cerró sobre su sexo hinchado, acercándola a sus caderas, mientras se clavaba en su interior al mismo tiempo. ____ sintió una intensa oleada de calor. Él incrementó el ritmo. Tenía la mano plana apoyada en su entrada para estimularla desde el exterior y el interior a la vez. Los dos estaban bañados en sudor. Sus pieles resbalaban, desprendiendo con la fricción la fragancia del aceite y el aroma de Joseph, que impregnaban el aire. La habitación había aumentado de temperatura. La colcha estaba húmeda. El calor y la humedad creaban una atmósfera exuberante que intensificaba la experiencia. Joseph le susurró algo atrevido, con la voz distorsionada por el placer. Flexionaba el abdomen y los muslos con fuerza mientras se hundía en ella. ____ tenía los ojos llenos de lágrimas. Estaba tan tensa que creía que iba a romperse en cualquier momento.
—Por favor —sollozó—, ¡por favor!
—Ya estamos —gruñó él, manteniéndose hundido en su interior con fuerza, sin moverse—. Ya estamos llegando.
Ella se arqueó violentamente. El clímax la asaltó, nublándole la vista hasta que dejó de ver por completo. Abrió la boca en un grito mudo. Por dentro se convulsionó, apresándolo en el más íntimo de los abrazos. La sangre le circulaba a tanta velocidad por las venas que la ensordeció. Sintió un ola de calor inundarle las entrañas. Maldiciendo, Joseph se convulsionó a su espalda, estremeciéndose con cada nuevo chorro. ____ lo oyó pronunciar su nombre mientras se vaciaba en su interior, con la boca pegada a su hombro en una dulce y quebrada letanía. | |
| | | Lady_Sara_JB Casada Con
Cantidad de envíos : 1582 Edad : 28 Localización : México Fecha de inscripción : 24/03/2013
| Tema: Re: Orgullo y Placer (Joe y tú) HOT- Terminada Marzo 9th 2014, 18:10 | |
| dios que intenso siguela esta hermosa que tierno fue joe | |
| | | ro$$ 100% fan$ griton@ Casada Con
Cantidad de envíos : 1282 Edad : 29 Localización : Venezuela Wants Jonas Brothers Fecha de inscripción : 21/01/2010
| Tema: Re: Orgullo y Placer (Joe y tú) HOT- Terminada Marzo 9th 2014, 22:05 | |
| ay dios miooo siguela prontoooo siguelaaa por favoooorrr | |
| | | PidgeJonas Casada Con
Cantidad de envíos : 1666 Edad : 32 Fecha de inscripción : 23/04/2012
| Tema: Re: Orgullo y Placer (Joe y tú) HOT- Terminada Marzo 10th 2014, 16:13 | |
| Orgullo y Placer
Capitulo 18 No había lugar para ____ Martin en la vida de Joseph. Éste permanecía con la cabeza apoyada en la mano, observándola mientras dormía. Varios mechones de su precioso pelo se le habían pegado a las mejillas y a la frente húmeda. Tenía los labios entreabiertos y el pecho le subía y bajaba acompasadamente. Estaba tumbada boca abajo, dejando a la vista dos hoyuelos gemelos sobre las curvas de sus tremendamente atractivas nalgas. Expuesta como estaba, desnuda y con la piel rosada, era fácil imaginársela para siempre en su lecho. Pero era una ilusión. Joseph alzó la vista y miró a su alrededor. La habitación estaba casi vacía. Aparte de la cama y el lavamanos, sólo había un armario ropero y un par de sillas. Hasta esta noche, nunca había pasado tanto rato despierto en el dormitorio desde que se había mudado a aquella casa. En un día normal, le llegarían voces y risas desde el piso de abajo. Seguiría su riguroso horario, trabajando todas las horas posibles para aumentar sus ingresos. Al fin y al cabo, necesitaba dinero para conseguir sus objetivos.
No podía imaginarse a ____ en ningún otro lugar de la casa que no fuera el dormitorio. Los hombres que trabajaban para él eran rudos y a veces maleducados. No sabrían cómo tratar a una dama como ella. No tenía ni siquiera una mesa de comedor donde invitarla a sentarse. Ni una salita donde recibir a los pocos invitados que se dignaran visitarla allí. Su casa era la mitad de grande que la de Melville y, aunque estaba situada en un barrio aceptable, no era una zona refinada. Las cosas iban a tener que cambiar drásticamente.
____ hizo un ruidito. Al mirarla, vio que se estaba despertando. Parpadeó y se frotó los ojos. Cuando sus miradas se encontraron, Joseph advirtió el instante preciso en que ella recordaba lo que había pasado entre ellos. Se quedó muy quieta, mientras se ruborizaba por completo.
—Ah —murmuró él, con una sonrisa—. Pareces escandalizada.
—A ti en cambio se te ve muy satisfecho —lo acusó ella, aunque su mirada era cálida.
—¿Ah, sí? —Le acarició la espalda con una mano. No podía resistirse cuando lo miraba así—. Pues tú también deberías estarlo.
Joseph sabía que buena parte de los sentimientos de ____ estaban provocados por la resaca de bienestar causada por el orgasmo, pero otros eran más profundos. Lo cierto era que nunca había esperado ni deseado que nadie lo amara, pero si los sentimientos de ella hacia él se afianzaban, tendría más oportunidades de que se quedara a su lado.
____ se miró los dedos, con los que jugueteaba con la colcha.
—Yo no he hecho nada.
Joseph le dio un golpecito en la punta de la nariz.
—Vas a tener que fiarte de mi palabra en este asunto. Hay muchas maneras de practicar sexo, que van desde muy decepcionante a muy agradable. Pero lo que tú y yo hemos hecho va mucho más allá. Hace falta que las dos personas tengan una química muy especial para alcanzar el grado de compenetración que hemos conseguido nosotros.
Ella permaneció callada.
—Seis peniques por tus pensamientos —dijo él, tensándose ante su silencio—. ¿Te estás arrepintiendo de lo sucedido?
—No, no me arrepiento —respondió ____, con una mirada cautelosa—. El día que nos conocimos, mencionaste tus habilidades en la cama y es obvio que no exagerabas. ¿Qué mujer se arrepentiría de haberlas probado?
—Tu opinión es la única que me importa.
—No lo entiendo. Ni siquiera te he tocado. Tú has hecho todo el trabajo...
Joseph se echó a reír y le dio un beso en el hombro.
—Cariño, eso no puede considerarse trabajo.
—Pero ¡yo tendría que haber hecho algo! —protestó ella, venciendo su timidez. Apoyó la barbilla en una mano, dejando al descubierto la parte superior de sus pechos—. No he estado a la altura.
Joseph se sorprendió por la rapidez con que se excitó sólo con verla e imaginársela haciendo algo por él.— Tonterías. Si hubieras participado más activamente, habría acabado antes incluso de estar dentro de ti. Por eso te he pedido que me dieras la espalda.
—¿Para que no pudiera participar? —____ frunció el ceño—. Me parece muy poco deportivo por tu parte.
—¿Poco deportivo?
Joseph sonrió, disfrutando inmensamente de su compañía, como siempre. Nunca hasta ese día había encontrado a una mujer que quisiera esforzarse más por complacerlo. Al menos ninguna que no le hubiera cobrado por ello. Se señaló el pene, que tenía semierecto. No entendía cómo podía volver a excitarse tras el galvánico orgasmo que acababa de experimentar.
—Los hombres nos excitamos con relativa facilidad. Cuesta mucho más esfuerzo excitar a una mujer. Por eso muchas de ellas se quedan insatisfechas. En la carrera por alcanzar el clímax, el hombre siempre recorre la distancia más de prisa.
—¿Insatisfechas? ¿Cómo es posible?
—Hace un rato me pedías más, ¿te acuerdas? Imagínate que te hubiera dado menos o, lo que es peor, que te hubiera dicho que yo ya había terminado y que era una lástima que no hubieras podido seguirme el ritmo.
—Oh... pero tú nunca harías eso.
—No, yo nunca haría eso. —Aunque le costara la vida cada vez que se acostara con ella.
_____ se incorporó un poco más, dejándolo casi sin sentido con la visión de sus pechos perfectos. No eran ni demasiado grandes ni demasiado pequeños. Joseph siempre había creído que le gustaban los pechos grandes, pero acababa de descubrir lo equivocado que estaba. Cuando ella se sentó sobre los talones, con las manos sobre las rodillas, él se quedó sin habla. De pronto, a ____ se le abrieron mucho los ojos y se mordió el labio inferior, ruborizándose. Hizo un movimiento, como si quisiera saltar de la cama. Joseph la cogió de la muñeca.
—¿Qué pasa?
—Necesito una toalla —susurró ____.
Sentándose, él cogió una. Con la otra mano le indicó que separara las rodillas.
—Joseph —protestó ella, avergonzada.
—Es mío —contestó él, señalándose el hombro para indicarle que se agarrara de allí—. Deja que yo lo limpie.
La polla se le endureció otra vez ante la evidencia de lo explosivo que había sido su orgasmo. Estaba repleta de su semen. Gruesos regueros le caían por los muslos. Casi no se creía que volviera a estar listo. Debería estar completamente seco. La limpió con toda la delicadeza de la que fue capaz.
—Tenías toallas preparadas —comentó ____, ahogando una exclamación cuando Joseph le secó entre las piernas—. Debería haberte sugerido que también tuvieras condones de tripa de oveja (eww ). No se me ha ocurrido antes. No pensaba con claridad.
—Forma parte de mis responsabilidades.
—Es mi cuerpo.
—Sólo en público y cuando estás vestida. Cuando estás desnuda, tu cuerpo me pertenece.
Ella alzó la barbilla.
—¿Y el tuyo? ¿Me pertenece cuando estás desnudo?
—Desnudo y vestido, durante todo el tiempo que quieras. —Y esperaba que fuera mucho—. Siempre uso condones, _____ —siguió diciendo, mirándola a los ojos—. La única vez que no lo hice fue hace muchos años, cuando era muy joven y no sabía lo que hacía.
—¿Y hoy por qué no? ¿Te has olvidado? ¿Te has quedado sin?
—Nunca me olvido. —Dejó de limpiarla—. Mañana, cuando hayas reposado y vuelvas a estar en plena posesión de tus facultades, hablaremos de lo que ha pasado esta noche.
Ella le clavó las uñas en el hombro.
—¿Has derramado tu semilla en mi interior deliberadamente? ¿Acaso no te preocupan las consecuencias? ¿Tan poco te importo?
Soltando la toalla, Joseph la abrazó por la cintura y la ciñó contra su cuerpo.
—Haría cualquier cosa por ti. Me saltaría las leyes, violaría las normas, jugaría sucio para avanzarme a mis competidores...
—Montague —lo interrumpió ella, comprendiéndolo todo de repente—. Sabías que ha ido a ver a Melville y para qué.
—¡Montague puede irse al diablo! —exclamó Joseph con vehemencia—. Te deseo. Eso es todo.
—Y yo me he entregado a ti voluntariamente. —Ella trató de soltarse—. No hacía falta que... me marcaras, como si fuera un territorio conquistado.
—Sí, tenía que hacerlo. —La sujetó con delicadeza pero con firmeza—. Desde el momento en que me viste, supiste lo que era. No me digas que mi naturaleza depredadora te pilla por sorpresa.
—Pero ¡te contraté para que me protegieras!
Él inspiró hondo, herido por sus palabras, aunque eran la pura verdad.
—¡Maldita sea, ____! —exclamó, soltándola.
Ella no aprovechó para huir. Se quedó quieta, observándolo y respirando entrecortadamente. Con el rostro y los hombros pálidos enmarcados por sus rizos cobrizos, era la criatura más deliciosa que había visto nunca.
—Lo siento —musitó Joseph, pasándose una mano por el pelo.
—Supongo que no te arrepientes de lo que has hecho, sino porque yo me he enfadado.
Él guardó silencio. Era inútil mentir a ____. El silencio se alargó. Estaban a escasos centímetros de distancia, ambos de rodillas. Joseph estaba sentado sobre los talones, ____ no, por lo que sus ojos quedaban al mismo nivel. Él esperaba ansioso su reacción. ¿Querría marcharse? Y si era así, ¿qué podría hacer para evitarlo? Seducir a una mujer enfadada solía acabar en sexo apasionado, pero después el enfado se multiplicaba. No podía arriesgarse a apartarla de su vida. Maldición, daría cualquier cosa por saber en qué estaba pensando.
—Casi puedo oír tu cerebro—dijo ____, estudiándolo con atención—. ¿Te importa decirme qué piensas?
—Mi cerebro no es tan refinado como el tuyo, así que no me ayuda mucho. Dime qué puedo hacer para que dejes de estar enfadada conmigo.
—Lo que estoy es desconcertada por tu instinto de posesión. Podrías tener a cualquier mujer que quisieras. —_____ tragó saliva con dificultad—. Lo único que me distingue de las demás es mi fortuna. ¿Es eso lo que deseas con tanta intensidad?
—No me creo que creas eso —replicó él—. Y perdona que te diga que tú también podrías tener a cualquier hombre que quisieras.
Eliza le dio un empujón en el hombro.
—Túmbate.
Joseph se tumbó de espaldas sin pensárselo, deseando hacer lo que ella le pidiera para que lo perdonara. Sin embargo, su pene no parecía compartir su arrepentimiento, ya que se alzaba descaradamente, llegándole casi al ombligo. Había pasado de estar semierecto a erecto del todo en cuanto ____ se había puesto agresiva.
—Ya que, según tus propias palabras, tu cuerpo me pertenece —murmuró ella—, me gustaría examinarlo.
Él permaneció inmóvil, sometiéndose... de momento. | |
| | | Lady_Sara_JB Casada Con
Cantidad de envíos : 1582 Edad : 28 Localización : México Fecha de inscripción : 24/03/2013
| Tema: Re: Orgullo y Placer (Joe y tú) HOT- Terminada Marzo 10th 2014, 19:06 | |
| a caray ahora va ___ joe lo va a gozar jejejeje siguela | |
| | | ro$$ 100% fan$ griton@ Casada Con
Cantidad de envíos : 1282 Edad : 29 Localización : Venezuela Wants Jonas Brothers Fecha de inscripción : 21/01/2010
| Tema: Re: Orgullo y Placer (Joe y tú) HOT- Terminada Marzo 10th 2014, 21:59 | |
| mierda JAJAJAJAJAJJAJA quiero leer esto, suena erotico pero a la vez gracioso siguelaa | |
| | | PidgeJonas Casada Con
Cantidad de envíos : 1666 Edad : 32 Fecha de inscripción : 23/04/2012
| Tema: Re: Orgullo y Placer (Joe y tú) HOT- Terminada Marzo 11th 2014, 16:25 | |
| Orgullo y Placer
Capitulo 19 ____ le señaló el pene.
—Me gustaría verlo en reposo alguna vez.
—Pues no va a ser fácil. Sólo pensar en ti, me pongo como una piedra. —Tal vez debería expresar sus sentimientos con más delicadeza, pero la lujuria que ella le despertaba era tan descarnada que le parecía más honesto expresarlos así.
Alargando la mano, ____ le acarició el bíceps. Cuando el músculo se contrajo bajo sus dedos, ella se apartó, alarmada. Joseph le cogió la mano y volvió a ponérsela sobre su brazo.
—Sin miedo. Hagas lo que hagas me gustará.
—No me conformo con que te guste —replicó ella, mirándolo fijamente—. Quiero ser excepcionalmente buena complaciéndote. Quiero ser inolvidable.
Él soltó el aire bruscamente. Todos sus instintos de posesión se despertaron de golpe ante su alusión a un posible final de su relación. ____ le acarició el brazo con los dedos. Armándose de valor, apretó.
—Eres tan duro y fuerte —susurró. Con la vista, le recorrió el pecho y el abdomen. Sus manos siguieron el camino abierto por sus ojos. Se entretuvo en la zona del estómago, trazando cada músculo —. Y tan grande. Eres como un animal grande y elegante. Un animal muy masculino.
Se estremeció al decirlo, lo que provocó una respuesta similar en él.
—Y a ti te gusta que sea así.
—No debería gustarme. Eres demasiado salvaje e indisciplinado. No soy lo bastante mujer para domarte.
—Si me dejara domar, no te gustaría. —Joseph le cogió la mano y se la puso sobre el miembro, animándola a rodearlo con sus dedos. Su contacto, aunque cuidadoso, le causó el efecto de un rayo. El vello de las piernas se le erizó—. Una parte de ti se escandaliza por mi actitud primitiva ante algunas cosas, pero a otra parte de ti no le gustaría si fuera de otra manera.
—Eres muy arrogante.
—No creo que sea mérito mío resultarte atractivo. Mi apariencia se la debo a mis padres, igual que mi falta de escrúpulos. Les estoy agradecido, ya que esas cualidades te han traído a mi lado. En contra de lo que crees, eres la mujer perfecta para mí.
La otra mano de ____ se unió a la primera.
—¿Qué te ha atraído de mí? —preguntó ella, resiguiendo una gruesa vena con el dedo.
—Tu honestidad y se... sentido común —respondió él entre dientes, estremeciéndose cuando ella llegó hasta la punta y se la acarició—. Tu mente ágil y tu manera de pensar por ti misma. Y cómo respondes físicamente a mi presencia. Nunca me cansaré de eso. Te derrites por mí, y eso hace que se suavicen las aristas con que mantienes a los demás a distancia.
____ se pasó la lengua por el labio inferior. Tenía los párpados entornados y no podía disimular lo mucho que estaba disfrutando al tocarlo tan íntimamente. O tal vez disfrutaba de sus palabras. Joseph alzó una mano y le cubrió un pecho con ella. Cuando le tiró del pezón con dos dedos, ella gimió suavemente.
—Túmbate sobre mí —le ordenó Joseph con la voz ronca.
Al ver que titubeaba, le mostró cómo hacerlo, sujetándola por la cintura mientras ella deslizaba su esbelto cuerpo sobre el suyo. Agarrándola por la nuca, la atrajo hacia él y la besó con la boca abierta, devorándola ávidamente. Ella le devolvió el beso con el mismo entusiasmo, agarrándose a la colcha con ambas manos. Joseph gruñó. Volvía a desearla, pero de momento no quería hacer más que besarla. No era suficiente, pero al mismo tiempo era demasiado. Era un beso dulce y erótico al mismo tiempo. La sensación de su peso tan ligero sobre su cuerpo era deliciosa, igual que los delicados besos que ella empezó a darle alrededor de la boca. No pudo evitar echarse a reír de felicidad.
—Lo siento —se disculpó él. No sería capaz de renunciar a esa felicidad. Haría lo que fuera preciso para conservarla. Suplicaría si hiciera falta—. Cometeré muchos errores. No sé cómo ser lo que tú mereces.
____ lo besó en los labios para hacerlo callar.
—Nos lo enseñaremos el uno al otro —susurró—. Quiero ser la mujer que llegue a tu alma. La mujer a la que no puedas olvidar.
Enredando los dedos en su pelo, Joseph la atrajo hacia sí y le dio un beso largo y profundo. No tenía ni idea de qué hora era y no le importaba. Lo único que sabía era que no quería que aquella noche terminara nunca.
***
Hasta ese momento, ____ nunca había apreciado las auténticas cualidades curativas de las sales de baño. Joseph había insistido en que se diera un baño antes de irse y le había sugerido que se diera otro por la mañana. Tras hacer caso de su consejo, se sentía mucho mejor, aunque todavía le dolían algunas partes de su cuerpo que prefería no nombrar. Estaba muerta de hambre, como si hubiera estado practicando alguna actividad física extenuante.
Desayunó más de lo habitual y se quedó sentada a la mesa un rato cuando su tío ya se había retirado. A la luz del sol de la mañana que entraba por la ventana, a su espalda, leyó el periódico para distraerse un rato. Sabía que tenía cosas importantes en que pensar, pero no quería hacerlo todavía. En vez de eso, empezó a pensar en el vals. Pensó en su estructura y en cómo había aprendido a bailarlo ella y luego pensó en cómo mejorar esa técnica de enseñanza. Joseph la visitaría aquella misma mañana para recibir su primera clase de baile. ____ estaba impaciente por enseñarle, para así poder bailar con él en público. Se estremeció al pensar que estaría entre sus brazos a la vista de todo el mundo. Sería un desafío delicioso mantener una actitud decente mientras estaba pegada a su cuerpo. Pasó una página del diario y movió un pie al ritmo de la música que sonaba en su cabeza. La noche anterior había regresado a casa a las diez de la noche y ya no había vuelto a salir. Le bastaba con leer las crónicas de los distintos actos sociales en los periódicos. Hacía ya un tiempo que había llegado a la conclusión de que las crónicas eran más entretenidas que la realidad.
—____.
Alzó los ojos y vio que su tío había vuelto.
—¿Sí, milord?
Él rodeó la larga mesa con el ceño fruncido. Ella se fijó en que llevaba todas las piezas de ropa en su sitio, lo que no era demasiado habitual y tenía mucho mérito por parte de su ayuda de cámara.
—El conde de Westfield está aquí —respondió Melville, deteniéndose a su lado.
—¡Oh!
—Me ha expresado su deseo de proponerte matrimonio.
Ella se quedó mirando a su tío y luego parpadeó.
—¿Perdón?
—Quiere casarse contigo. Y hablar contigo. Te espera en la salita.
____ dobló el periódico con cuidado mientras sus pensamientos echaban a correr en todas direcciones, tropezándose unos con otros. Con el cerebro incapacitado por la sorpresa, se centró en el tapete de encaje que adornaba la mesa. La mirada se le desvió luego hacia el candelabro que había en el centro de la mesa. Estaba rodeado por una corona de rosas, igual que ella, que de repente estaba rodeada de proposiciones de matrimonio. Melville se aclaró la garganta y le apartó la silla para que se levantara.
—No era consciente de que tuvierais una relación tan cercana.
Ella se levantó.
—Casi no nos conocemos.
—Sería un enlace excelente; mucho mejor que con Montague.
—Desde luego —corroboró ____, agarrándose del brazo de su tío y yendo con él hasta la puerta.
Westfield era guapo, rico y muy respetado. Y también era un buen amigo de Joseph, lo que hacía que su proposición fuera aún más curiosa.
—¿Qué piensas? —le preguntó su tío en el pasillo.
—No sé qué pensar. Creo que lo mejor será que hable con él. ¿Qué le has dicho?
—Le he deseado suerte.
—¿Y a mí? ¿Me deseas suerte?
—Deseo que seas feliz, querida. La forma de conseguirlo depende de ti. —La besó en la mejilla—. Vamos, no hagas esperar a Westfield.
____ recorrió sola el resto del trayecto hasta el salón. A esas horas del día, el sol ya estaba lo suficientemente alto como para no entrar por los cristales que rodeaban la puerta principal. El silencio habitual de la casa era reconfortante, pero en ese momento lo que hacía era subrayar el revuelo causado por la inesperada visita del conde. La segunda proposición de matrimonio en dos días. Le costaba creerlo. Al entrar en el salón, ____ sintió una gran inquietud. El conde tenía una magnífica presencia. Además transmitía una energía vibrante, muy distinta de la contenida y vigilante de Joseph.
—Buenos días, milord.
—Señorita Martin —la saludó él, levantándose. Era tan alto como Joseph, aunque no tan fuerte ni musculoso. Si le pidieran que lo definiera con una sola palabra, ____ elegiría «elegante»—. Está usted radiante.
—Gracias. Usted también tiene muy buen aspecto.
Westfield se echó a reír.
—¿Cómo está? Espero que se encuentre bien. Anoche todo Londres la echó de menos.
Ella se sentó en una butaca tapizada de terciopelo amarillo claro que quedaba frente a la puerta y se alisó la falda del vestido floreado. El conde se sentó delante de ella con natural gracia. Se notaba que era un hombre acostumbrado al poder y a los privilegios. Rectificando su percepción anterior, ____ decidió que la palabra «refinado» le hacía más justicia que «elegante». Joseph, por el contrario, tenía una elegancia mucho más sencilla.
—Estoy bien —respondió—. Me quedé en casa por voluntad propia, no por ningún problema de salud. Me temo que los actos sociales no me gustan tanto como a la mayoría.
Eso último lo dijo con toda la intención, sabiendo que el conde iba a necesitar una esposa que fuera buena anfitriona, para alcanzar sus objetivos sociales y políticos.
—No me extraña —replicó él—, teniendo en cuenta el riesgo que corre cada vez que acude a alguno.
—¿Cómo dice?
—Estoy al corriente de la naturaleza de su relación con el señor Jonas.
____ se quedó tan sorprendida que ni siquiera parpadeó.
—Oh.
—Por favor, no se lo tenga en cuenta. Jonas confió en mí porque sabe que puede hacerlo sin problema.
—Entiendo que se fíe de usted para sus asuntos personales, pero preferiría que lo hubiera consultado conmigo antes de confiarle los míos.
Se preguntó hasta qué punto estaría también al corriente de su relación. Teniendo en cuenta que le estaba proponiendo matrimonio, se temía que estuviera al corriente de mucho.
—Lo entiendo, se lo aseguro, pero...
Westfield se interrumpió y miró con asombro a la señora Potts cuando ésta entró con el té y lo dejó en la mesita baja que había entre ellos. ____ estaba acostumbrada a esa reacción. El ama de llaves era alta y muy delgada. Parecía que sus brazos, delgados como juncos, iban a ser incapaces de sostener el peso de la bandeja, pero era más fuerte de lo que parecía. A veces levantaba pesos con los que el propio Melville tenía dificultades. Cuando la señora Potts se hubo retirado, Westfield siguió hablando.
—Mi intención es ayudarlos, a usted y a Jonas. Y a mí de paso, por supuesto.
—¿Pretende resolver un problema temporal ligándome a un problema permanente? —preguntó ella, empezando a preparar el té.
—Acaba de llamarme problema permanente —señaló él secamente.
—No me refería a usted —replicó ____, echando las hojas—. Me refería al matrimonio con usted. Apenas nos conocemos. Y si pusiéramos en común lo que sabemos el uno del otro, dudo que llegáramos a la conclusión de que somos compatibles.
—Sé que me gustó su reacción cuando estuvieron a punto de romperle la crisma con una estatua—argumentó el conde, echándose hacia delante en la silla—. Me pareció que mostraba una gran fortaleza y valor. Me demostró que es una mujer capaz de enfrentarse a cualquier circunstancia, señorita Martin, una característica que hasta ese momento había pasado por alto.
Tomándose más tiempo y cuidado del necesario, ____ colocó con precisión un colador encima de una taza. Su mente seguía dándole vueltas a cómo se sentía al saber que Joseph había traicionado su confianza. Sabía que no era un asunto que debiera tratar a la ligera, sobre todo teniendo en cuenta las pésimas decisiones que había tomado su madre cuando tenía la mente nublada por la pasión, pero se sorprendió buscando excusas para justificar su comportamiento. Seguro que tendría también alguna buena razón para contarle a Westfield lo que había sucedido entre ellos la noche anterior, aunque en aquel momento no se le ocurrió ninguna. Le costó decidir si estaba mostrando fe o falta de sensatez.
—Comprendo que mi deseo de mantenerme libre de cargas matrimoniales resulta incomprensible para muchos —dijo finalmente—. Se supone que todas las jóvenes quieren un marido, igual que quieren un sombrero o una capa nueva, ya que un marido es un accesorio necesario, pero ése no es mi caso. Yo no necesito a nadie que me mantenga, ni económicamente ni de ninguna otra manera. Tengo casi todo lo que necesito. Y lo que no tengo lo puedo comprar. Francamente, milord, aunque su solvencia es una característica muy original entre mis pretendientes, creo que no lo necesito en mi vida.
—¿No? —El conde sonrió de medio lado. ____ sabía que a muchas mujeres les resultaría una sonrisa muy atractiva—. Conmigo se libraría de los pretendientes que la acosan, señorita Martin, incluido Montague, que se está impacientando. Las intenciones de Jonas son buenas, pero está cegado por sus motivos personales. Ahora, esos motivos están influyendo en su vida, señorita Martin. Verla casada con alguien de su plena confianza es la manera más responsable de solucionar esa situación.
—No me gusta que me hagan leer entre líneas, milord. Carezco del talento necesario para traducir y descifrar lo que me está diciendo. Dudo que me esté proponiendo matrimonio por amistad, sean cuales sean las circunstancias, pero le agradecería mucho que fuera más claro.
____ se cuidó mucho de aclarar a qué circunstancias se estaba refiriendo, ya que no tenía claro qué sabía y qué no sabía Westfield. Suponía que debía de estar al corriente de su indiscreción. Tenía lógica. Pero aun así, ¿qué lo llevaba a proponerle matrimonio? El conde rechazó el azúcar con un gesto de la mano.
—No crea que estoy siendo totalmente altruista. Es usted una mujer sensata, atractiva, dispuesta a hacer lo que sea necesario para conseguir lo que desea.
—Le aseguro que no soy la única mujer con esas características.
—También es rica, inteligente y decidida —siguió enumerando él sus virtudes—. Es de buena familia, pero sin pesadas y caras cargas familiares, como por ejemplo hermanas. Habla con claridad y me obliga a hacer lo mismo. ¿Qué más podría pedir?
—¿Deseo? ¿Sentimientos elevados? ¿Juventud? —Por su expresión, ____ se dio cuenta de que al menos la primera pregunta lo había sorprendido mucho. Sin embargo, a ella le pareció pertinente, dada la naturaleza de su conversación.
—Veinticuatro años es una edad perfectamente aceptable. Respecto al resto, una vida entera es mucho tiempo para comprometerse con alguien basándose sólo en sentimientos, sean éstos elevados o primarios.
—Ésa no es la razón que lo ha llevado a proponerme matrimonio. Estoy segura de que ve en mí una oportunidad, pero no creo que sea la de obtener una esposa aceptable.
Westfield enderezó la espalda. Aunque no entornó los ojos, la miró con más intensidad.
—¿Y de qué podría tratarse?
Fue su tono provocador lo que le indicó que iba por buen camino.
—Tal vez está buscando una barrera; un escudo. Alguien que atraiga la atención de los demás y haga que no se fijen en usted. O una persona inofensiva que llene un hueco que le resulta doloroso.
—¿Puedo añadir «imaginativa» a la lista de sus atributos?
El sonido de voces masculinas hizo que ella volviera la cabeza hacia la puerta abierta. Un instante después, el mayordomo entró llevando una tarjeta de visita. Sin necesidad de leerla, una rápida ojeada al reloj le dijo que se trataba de Joseph. Como siempre, llegaba puntual. Asintió en dirección al mayordomo, indicándole que hiciera pasar a su visita.
—Ha llegado el señor Jonas, milord —le dijo a Westfield mientras lo esperaban.
Cuando Joseph apareció en la puerta, ____ apretó los dedos con fuerza sobre el regazo. Para lo grande que era, se movía con una discreción asombrosa. Iba vestido de manera sencilla, combinando varios tonos de gris. Sus botas competían en brillo con su pelo. Tenía las piernas separadas, lo que acentuaba la solidez de su aspecto, proyectando la imagen de un hombre fuerte y bien anclado en la tierra. Se había detenido en el umbral y miraba a Westfield como si no lo sorprendiera encontrarlo allí. O bien los hombres que vigilaban la casa le habían advertido de su presencia o había sido el propio conde quien lo había avisado. ____ no sabía qué pensar ni cómo sentirse. | |
| | | Lady_Sara_JB Casada Con
Cantidad de envíos : 1582 Edad : 28 Localización : México Fecha de inscripción : 24/03/2013
| Tema: Re: Orgullo y Placer (Joe y tú) HOT- Terminada Marzo 11th 2014, 18:22 | |
| que estan planeando esos dos es extraño que westfield este interesado de ___ siguela me quede muy intrigada | |
| | | VaLeexD Vecina De Los Jonas!
Cantidad de envíos : 330 Edad : 29 Fecha de inscripción : 07/04/2012
| Tema: Re: Orgullo y Placer (Joe y tú) HOT- Terminada Marzo 12th 2014, 09:05 | |
| Super intrigada!!!! u.u
Siigueelaa n.n | |
| | | PidgeJonas Casada Con
Cantidad de envíos : 1666 Edad : 32 Fecha de inscripción : 23/04/2012
| Tema: Re: Orgullo y Placer (Joe y tú) HOT- Terminada Marzo 12th 2014, 16:32 | |
| Orgullo y Placer
Capitulo 20 Lo que sí sabía era que su relación había cambiado sin remedio. Aunque él iba totalmente tapado, desde el cuello hasta los dedos de los pies, en su mente lo veía como lo había visto la noche anterior: sudoroso, despeinado, desnudo y vulnerable. Se había mostrado tan abierto entonces, tan dispuesto a mostrarle sus pensamientos y sus sentimientos a pesar de no entenderlos. Haber descubierto ese lado oculto de su personalidad había hecho crecer el deseo de ____. Tenía la sensación de conocerlo. No era una reacción razonable, ya que apenas sabía nada de su vida y de su pasado, pero no era su mente la que había llegado a esa conclusión. Por cómo la estaba mirando, diría que él también estaba recordando la noche anterior. Pero si sentía su misma conexión, ¿por qué había enviado a Westfield?
—Señorita Martin. —Joseph se inclinó, mientras su voz resonaba en el aire durante un delicioso instante. Al incorporarse, se volvió hacia Westfield—. Milord.
El conde se levantó.
—Jonas. Qué oportuno.
—¿Ah, sí? ¿Por qué? —preguntó, mirando a ____.
Por su tono de voz, ella se dio cuenta en seguida de que estaba enfadado. Tras unos instantes de duda, respondió: —Lord Westfield ha venido a ofrecernos su ayuda.
Aunque exteriormente no hubo ningún cambio en Joseph,la tensión con que pronunció sus siguientes palabras fue muy expresiva.
—¿En qué?
____ se volvió hacia el conde, pasándole así la pelota. Joseph se cruzó de brazos. Westfield sonrió.
—Sólo estoy poniendo en práctica lo que hablamos ayer noche. Ver a la señorita Martin casada resolvería buena parte de los problemas de todos los presentes.
—¿Casada con quién?
—Conmigo, por supuesto.
—Por supuesto. —Joseph se movió ligeramente, como un animal que empieza a despertarse. ____, que no entendía lo que estaba pasando, decidió que lo mejor sería permanecer callada por el momento. A medida que el silencio se prolongaba, la sonrisa del conde fue perdiendo brillo. Joseph se volvió hacia ella.
—¿Le ha dado ya una respuesta, señorita Martin?
—Todavía no, señor.
—¿Por qué tarda tanto? Lord Westfield es un candidato adecuado en todos los aspectos.
Tensándose al notar un agudo dolor en el pecho, ____ alzó la barbilla.
—Tal vez estaba esperando contar con su aprobación, señor Jonas.
—¡Pues puede esperar sentada!
Ella parpadeó. El conde también pareció sorprendido.
—Jonas, ese tono no es adecuado para una dam...
—¿Cuál es tu respuesta, ____? —lo interrumpió Joseph, tuteándola y mirándola fijamente, como si estuvieran solos.
Ella le miró las manos. Apretaba los puños con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos. Se obligó a apartar la vista y centrarse en lord Westfield. Aunque no era muy experta en relaciones sociales, sabía lo suficiente como para darse cuenta de que lo que estaba a punto de hacer era un error por muchos motivos. Pero también sabía que Joseph necesitaba oír que lo quería. Necesitaba que lo dijera en voz alta. Delante de testigos. Tan seguro y agresivo como era cuando estaba en su elemento, estaba tan perdido como ella cuando se trataba de temas del corazón.
Respiró hondo antes de decir: —Me siento muy honrada por su proposición, milord, pero debo rechazarla. Mis sentimientos ya están comprometidos con otra persona.
Westfield alzó las cejas.
—Muy bien —dijo Joseph, rompiendo el silencio—. Largo de aquí, Westfield. Nos veremos esta noche. Ven temprano, tenemos muchas cosas que aclarar.
—Mi oferta seguirá en pie hasta el final de la temporada, señorita Martin —replicó el conde, con el ceño fruncido—. Por lo que a ti respecta, Jonas —lo miró con dureza—, estoy de acuerdo. Tenemos muchas cosas que aclarar.
Sin darse mucha cuenta de lo que hacía, ____ alargó la mano hacia Westfield, que se la besó con labios firmes. Ella podría haber dicho alguna frase hueca de despedida, pero estaba tan asombrada por la intensidad de la mirada que Joseph le estaba dirigiendo, que no oyó lo que el conde le dijo. Era una mirada escrutadora, una a la que no podía responder.
Lord Westfield se marchó, seguido de Joseph, que lo acompañó hasta la puerta. ____ aprovechó el momento de soledad para beber un sorbo de té, que se había quedado frío. Cómo echaba de menos aquella calma y ecuanimidad tan suyas. Sentirse tan confusa e inquieta había sido anatema para ella durante muchos años. Ahora se encontraba inmersa en una situación que a su madre le habría encantado. Justo el tipo de situación que _____ se había jurado evitar.
—____.
—¿Qué le has contado? —____ levantó la cabeza para mirarlo a los ojos, pero la bajó de nuevo cuando él dobló una rodilla ante ella. El corazón se le desbocó. Apretó la mano que le quedaba libre en el regazo. Joseph se la cogió y le abrió los dedos uno a uno.
—Lo único que sabe es la razón por la que me contrataste. Necesitaba conseguir invitaciones para los actos a los que acudías y él me las facilitó.
—Lo comprendo —dijo ella. Cuando Joseph le acarició la mano, el hormigueo que le subió por el brazo no se debió totalmente a la sangre que volvía a circular—. ¿No sabías que pensaba pedirme matrimonio?
—No.
—He pensado que igual era idea tuya, para protegerme de las consecuencias de lo de anoche.
Él le quitó la taza de la otra mano.
—No soy tan altruista. Además, lo que pasó queda entre nosotros. Nunca se lo contaré a nadie.
____ tragó saliva con dificultad.
—¿Por qué estás de rodillas?
Él sonrió con una sonrisa burlona, pero como si se burlara de sí mismo.
—Si lord Melville me diera su bendición, ¿me aceptarías como esposo?
—¡Joseph!
—Westfield tiene razón. Que estuvieras casada resolvería muchos problemas. Yo tendría más acceso a ti; la persona que quiere hacerte daño tendría menos y dispondríamos de más tiempo para...
—¡Casi no nos conocemos! —protestó ella, a pesar de que una corriente de cálidos y dulces sentimientos llenaba su pecho.
—Contamos con lo más importante: sinceridad y deseo. —Joseph se llevó las manos de ____ a los labios y se las besó, mirándola con una honestidad desgarradora—. Tú tienes dinero y clase. Yo trabajo con las manos. Mi sangre no vale nada. Pero la derramaría por ti.
____ inspiró entrecortadamente.
—¿Qué quieres decir?
—Cásate conmigo.
—No quiero casarme con nadie.
—Pero me deseas. —Joseph la sujetó con delicadeza por la nuca, acariciándole el cuello, donde el pulso le latía sin control.
—¿Por qué no puedo tenerte sin necesidad de tener también un anillo?
Él se echó a reír.
—Sólo tú podrías preferir ser la querida de un hombre en vez de su esposa.
—¡Tú también deberías preferirme así!
—¿Mientras los hombres hacen cola a tu puerta para reclamar unos derechos que me pertenecen? No cuentes con ello.
—Dentro de un mes acabará la temporada...
—Pero nuestra relación continuará. Aún no te has dado cuenta, pero lo que pasó anoche te cambió para siempre. Cuantas más veces te posea, más cambiarás, y los hombres cada vez se sentirán más atraídos por la nueva ____.
Ella reflexionó sobre sus palabras, sorprendida al pensar que los demás podían notar la exuberante languidez que llevaba sintiendo toda la mañana. Observó a Joseph con atención, buscando signos de cambios también en su apariencia. La sonrisa de Joseph se hizo más amplia.
—Estoy de rodillas a tus pies, ____. Si eso no te parece una señal de que he cambiado, no sé qué te lo parecerá.
—Por favor, no bromees. Tú tampoco quieres casarte. Me dijiste que en tu vida no había lugar para una esposa.
—Pero puedo crear uno para ti. Los dos hemos pensado en el matrimonio como algo que nos limitaría la vida, pero también puede resultar útil a veces. Una mujer casada disfruta de más libertad que una soltera.
—¿Y a ti para qué te serviría?
—Me aportaría estabilidad. —Bajó la mano para acariciarle la mejilla—. Durante los últimos días, he tenido la mente dividida entre dos fuerzas igual de poderosas: el trabajo y tú. Si fueras mía, estarías cerca y podría protegerte. Y así podría concentrarme en el trabajo del modo como acostumbro.
Ella le apretó la otra mano con fuerza en el regazo.
—Tal vez lo mejor sería que dejáramos de vernos y volviéramos a nuestras vidas tal como eran antes.
Joseph gruñó, frustrado.
—____, no me pidas que te ofrezca razones sólidas y argumentos racionales, como Montague y Westfield. Si me obligaras a hacerlo, tendría que admitir que no existen buenos motivos para casarnos.
—Lo sé.
—Pero puedo hacerte feliz. Nos parecemos en muchas cosas, aunque nos diferenciamos en otras, por lo que nos complementamos bien. Tú puedes enseñarme a ser más prudente; yo puedo ayudarte a ser tan aventurera como quieras.
____ sintió un burbujeo de felicidad en el pecho. Lo mismo que el champán, la hizo sentir un poco mareada.
—Yo no tengo tan claro que pueda hacerte feliz. Mucha gente me encuentra demasiado callada y distante. No se me da mal tocar el piano, pero soy un desastre cantando. Y...
Joseph se echó a reír y le besó la punta de la nariz.
—No quiero que me distraigas cantando o tocando instrumentos. Te quiero a ti. Tal como eres.
—Te preocupa que pueda estar embarazada.
—No es un tema que me tome a la ligera, pero no es la razón principal. ¿Por qué pedirte que te cases conmigo ahora, sin saber si lo estás o no? —Se echó un poco hacia atrás—. Dime la verdad, ____. ¿Tu fortuna es un obstáculo entre nosotros? ¿Crees que me importa?
Ella negó con la cabeza sin dudarlo. Al ver que él seguía esperando, lo dijo en voz alta:—No.
—Bien. —Joseph la soltó y apoyó las dos manos en la rodilla que no tenía en el suelo—. Hagamos un trato. Yo convenzo a Melville para que nos dé su bendición y tú me dices que sí. ¿Qué te parece?
—Joseph, te cansarías de mí en seguida.
—Publiquemos las amonestaciones al menos —insistió él—. Eso nos dará tiempo para encontrar al causante de los ataques, asegurarnos de si estás embarazada o no y conocernos mejor. Si transcurrido ese plazo sigues pensando que casarnos no es buena idea, cuando termine la temporada rompemos el compromiso. ¿Te parece razonable?
—Romper un compromiso no es tan fácil.
—Pero tampoco imposible.
—Me dices que no quieres usar la razón y, sin embargo, me presentas un plan perfectamente razonado que me permite sacar mis propias conclusiones. —____ suspiró—. Tengo ante mí dos alternativas igual de difíciles: o tomo una decisión ahora mismo, sin disponer de toda la información necesaria, o seguimos adelante, sumergiéndonos en esta relación mucho más profundamente de lo que pretendía al contratarte.
—Es una lástima que no seas impulsiva —bromeó él—. En ese caso te convencería para que te fugaras conmigo y te ahorrarías todas esas cavilaciones.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —protestó ____—. ¿Por qué no puedo estarlo yo también?
—Yo tomo las decisiones con las tripas —respondió él, señalándose el abdomen—. Son decisiones instantáneas. Tú, en cambio, las tomas con el cerebro. —Le dio unos golpecitos en la sien con el dedo—. Y eso requiere más tiempo. Estoy intentando darte el que necesitas, haciendo algo para contener mi propia impaciencia. Creo que anunciar nuestro compromiso está en el punto medio que ambos necesitamos.
Mordiéndose el labio inferior, ____ buscaba el valor para hablar.
—Dime lo que piensas —la animó él.
—No soy capaz de decidir si es el deseo lo que me empuja a aceptar tu propuesta. Y me preocupa que si nos acostamos más veces, el sexo pierda el atractivo de la novedad y dejes de sentirte atraído por mí. Me da miedo que después de la boda nos demos cuenta de que sólo se trataba de lujuria y que, una vez saciada, no haya nada que nos una.
Las ventanas de la nariz de Joseph se abrieron mucho.
—Si eso te preocupa, te demostraré que estoy interesado en muchas más cosas, aparte del sexo. No te pediré que volvamos a acostarnos hasta después de la boda, pero estaré disponible para ti siempre que tú lo desees. No me guío por la caballerosidad o por las costumbres de la sociedad por lo que a ese asunto se refiere. Hace tiempo que aprendí a no reprimirme. Prefiero que se fastidien los demás a fastidiarme a mí mismo. Creo que es una parte de mi personalidad que debes conocer antes de que nos casemos.
Menuda sensación ser amada tan intensamente. ____ por fin entendió por qué su madre se había vuelto adicta a la pasión. Era tan tentadora. Y Joseph tan irresistible... Poder disfrutar de él siempre que lo deseara... La idea de poder reclamarle sexo donde y cuando ella quisiera era muy excitante.
—____ —murmuró él, devolviéndola a la realidad—. Por una vez en la vida, date permiso para disfrutar de lo que quieres. Tal vez te guste más de lo que esperas.
Pero eso era precisamente lo que le daba miedo. Aunque no lo suficiente como para mitigar los recuerdos de la noche anterior, ni la felicidad que había sentido al despertarse.
—Habla con mi tío —aceptó ella al fin—. Y vuelve a pedírmelo después. | |
| | | Lady_Sara_JB Casada Con
Cantidad de envíos : 1582 Edad : 28 Localización : México Fecha de inscripción : 24/03/2013
| Tema: Re: Orgullo y Placer (Joe y tú) HOT- Terminada Marzo 12th 2014, 19:09 | |
| owww q tierno es joe y esos celos por westfield... que pasara cuando se vuelvan a encontrar? siguela | |
| | | PidgeJonas Casada Con
Cantidad de envíos : 1666 Edad : 32 Fecha de inscripción : 23/04/2012
| Tema: Re: Orgullo y Placer (Joe y tú) HOT- Terminada Marzo 13th 2014, 16:08 | |
| Orgullo y Placer
Capitulo 21 —Nunca habría esperado algo así de ti —dijo Westfield, balanceándose sobre los talones.
—Pues ya somos dos —replicó Joseph secamente.
La sala de baile de los Valmont era bastante grande, pero ni su extensión ni los techos de diez metros aliviaban la opresión causada por la multitud. Y aún más que la multitud, lo que lo agobiaba era la sensación de ser observado. Joseph se había pasado casi toda la vida tratando de pasar inadvertido, por lo que el hecho de ser el centro de la atención le resultaba aún más incómodo. Pero la noticia de que la señorita ____ Martin se había comprometido al fin, después de haber anunciado repetidamente su intención de no casarse, era un tema de conversación demasiado apetitoso. Todo el mundo lo estaba observando detenidamente, como si la explicación de la decisión de _____ pudiera verse a simple vista.
Se había esmerado al vestirse para no avergonzarla. Había elegido un traje negro para no parecer tan corpulento. La chaqueta y los pantalones estaban excepcionalmente bien cortados y la tela era de primera calidad, igual que el diamante que adornaba su aguja de corbata o el zafiro de su anillo. Transmitía una imagen de elegancia y riqueza sin ostentaciones, que esperaba que ayudara a mitigar las especulaciones sobre su interés por la señorita Martin.
—Eres del todo inadecuado para ella —siguió diciendo Westfield.
—Estoy de acuerdo.
Joseph miró a su alrededor hasta que vio a ____. Parecía serena, aunque algo irritada. La expresión de su cara dejaba entrever tanto ese sentimiento como su confusión. A Joseph le encantaba que fuera tan transparente y expresiva.
—Estaría mucho mejor conmigo —añadió Westfield—. ¿Cómo esperas que una mujer tolere tu modo de vida?
—Supongo que la señorita Martin y yo tendremos que ir descubriendo la respuesta por el camino.
Su amigo se puso ante él y se dio la vuelta para atraer su atención.
—¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar en tu empeño por arruinar a Montague?
—Esto no tiene nada que ver con él.
—Claro que tiene que ver.
—Sólo tangencialmente —admitió Joseph, dando un paso al lado para seguir observando a ____.
—Espera. —Westfield volvió a taparle la vista de su prometida—. Cuando anoche hablabas de desear algo con fuerza... ¿te referías a ella?
—Sí.
En ese instante la deseaba más que nunca. ____ se había puesto otro de los vestidos de su madre. Éste era de color rosa pálido. El corte era tan sencillo como el de color zafiro que había llevado días atrás, pero le quedaba muy ajustado a la cintura y el escote era provocativamente bajo. Era tan hermosa y esbelta que contemplarla le causaba un gran placer.
—¡Maldita sea! —Westfield la miró por encima del hombro—. ¿Te has enamorado de ella?
—Disfruto de su compañía y sé que puedo hacerla feliz.
—Lo dudo bastante. No a la larga. ¿Y qué importa que disfrutes de su compañía? Yo disfruto de la compañía de media docena de mujeres cada semana y no por eso voy proponiéndoles matrimonio.
—Ahí radica la diferencia entre tú y yo —replicó Joseph—. Yo he disfrutado de muy pocas cosas en la vida. Y de ninguna he disfrutado tanto como de la compañía de la señorita Martin.
—Reconozco que me siento intrigado —comentó su amigo—. Siempre me preguntaré qué me he perdido con la señorita Martin.
—No, no lo harás. Te olvidarás de ella como mujer y sólo pensarás en ella como mi esposa. Punto.
—Hum... —Westfield se volvió y miró a su alrededor—. No he visto a Montague. Me gustaría ver cómo reacciona al enterarse de la noticia de vuestro compromiso.
A Joseph no le importaba lo que pensara. Al darse cuenta, sintió un escalofrío. Apretó los dientes y los puños. Pronto podría olvidarse de Montague, pero todavía no había llegado el momento. El conde todavía tenía que pagar por sus pecados y los pecados de su padre. _____. _____ hacía que se olvidara de todo lo demás. Ésa era una de las razones por las que la necesitaba en su vida. Pero en ese momento no podía permitírselo. Aún no. Tras años de frustrante espera y de incontables horas de trabajo, su plan estaba en la etapa final.
—Señor Jonas.
Al volver la cabeza, vio que sir Richard Tolliver se acercaba. Aunque Joseph había pensado que el joven no podía estar más delgado, al parecer se había equivocado. Le sobraba un buen trozo de chaqueta en los hombros y el sencillo chaleco se le abombaba.
—Buenas noches, sir Richard.
—Al parecer, tengo que felicitarle —dijo Tolliver, aunque su expresión era más bien lúgubre.
—Así es. Gracias.
—Qué casualidad que la señorita Martin haya decidido casarse tan poco tiempo después de que usted haya regresado a su vida. Es como si lo hubiese estado esperando todos estos años.
—Qué poético —se burló Westfield—. Tal vez si hubiera mostrado ese talento para la poesía con la señorita Martin habría tenido más suerte con ella, Tolliver.
—¿Qué talento empleó usted? —replicó Tolliver dirigiéndose a Joseph.
—Tenga cuidado cuando me critique —le advirtió Joseph con suavidad—. No vaya a criticar también a la señorita Martin sin darse cuenta, porque le aseguro que no me lo tomaré bien.
El joven deslizó la punta del pie por el suelo, mirándosela.
—Es raro que, con la larga amistad que une a su familia con los Tremaine, la señorita Martin sepa tan pocas cosas de usted.
—¿No las sabe o no quiere contarlas? —lo provocó Joseph—. La señorita Martin valora la discreción y la privacidad. Es una de sus muchas cualidades. Vamos, deje de molestar y vaya a buscar otra heredera a la que cortejar.
Tolliver permaneció clavado en el sitio durante unos momentos. Finalmente, dijo entre dientes: —Buenas noches, señor Jonas. Y buenas noches a usted también, milord. —Y, volviéndose, se marchó.
—Caramba. Estás haciendo muchos amigos esta noche —comentó Westfield, mirando cómo Tolliver se alejaba—. Lo cierto es que nunca pensé que tuviera tanto carácter. Tal vez sus sentimientos por la señorita Martin fueran sinceros, después de todo.
—No creo que su interés sea tan romántico.
Joseph echó los hombros hacia atrás para liberar la tensión. Aquello era exactamente lo que pretendía. Atraer la atención de quien fuera que estuviera detrás de los ataques a ____. Pero no había contado con sus propios celos. Tolliver había despertado su instinto de posesión, y se temía que las cosas iban a empeorar en las próximas horas. Al oír el nombre de Montague, se volvió hacia la puerta.
—Ha venido —murmuró—. Empezaba a ponerlo en duda.
—Mira a tu alrededor —replicó Westfield con un gesto de la barbilla—. Hacía mucho tiempo que lady Valmont no veía a tanta gente en su casa. Los curiosos han acudido en masa para contemplar la transformación de la señorita Martin y al hombre responsable de dicha transformación. Ha cambiado por ti, ¿no es cierto?
—Lo hizo por la investigación. Al menos al principio... —Joseph volvió a buscarla con la mirada. Estaba dividido entre sus dos objetivos: ganarse el corazón de ____ o culminar su venganza—. Esta noche creo que lo ha hecho por mí.
—Entonces no mentía al decir que sentía algo por otra persona. —Su amigo resopló—. ¿Me pregunto qué demonios verá en ti?
—Ojalá lo supiera. Le daría una ración doble.
Era fácil seguir el avance de Montague por la sala, por el modo en que la gente se agolpaba a su alrededor. Parecía ir directo hacia ____, que estaba en el otro lado de la estancia. Joseph se dirigió hacia allí, con Westfield a su lado. Juntos se abrieron paso entre la multitud, aunque su camino se vio interrumpido varias veces por personas que felicitaban a Joseph.
—¿Crees que tu matrimonio asegura la destrucción de Montague? —le preguntó Westfield.
—No del todo. Me he enterado de que está organizando un grupo de inversores para la explotación de una mina de carbón. —Cogió un vaso de limonada de una bandeja de bebidas que le pasó por delante.
—¿Crees que ése puede ser el motivo que lo llevó a contactar conmigo para recuperar la escritura de propiedad?
—Espero tener pronto la respuesta. O se salvará o se hundirá todavía más en la miseria.
Agarrándolo por el codo, el conde hizo que se detuviera.
—Jonas.
Joseph arqueó las cejas en respuesta.
—¿No te has planteado iniciar una nueva vida con la señorita Martin y dejar el futuro de Montague en manos del destino? Según mi experiencia, los tipos que se lo merecen suelen encontrar su castigo por méritos propios.
—Yo soy su castigo —replicó Joseph, acabándose la bebida de un trago y lamentando que no fuera algo más fuerte, que lo ayudara a soportar el escrutinio al que estaba siendo sometido. | |
| | | Lady_Sara_JB Casada Con
Cantidad de envíos : 1582 Edad : 28 Localización : México Fecha de inscripción : 24/03/2013
| Tema: Re: Orgullo y Placer (Joe y tú) HOT- Terminada Marzo 13th 2014, 19:33 | |
| tiene razon westfield... joe ya no debe de importarle montague... ya tiene a ___ o si no la perdera siguela | |
| | | PidgeJonas Casada Con
Cantidad de envíos : 1666 Edad : 32 Fecha de inscripción : 23/04/2012
| Tema: Re: Orgullo y Placer (Joe y tú) HOT- Terminada Marzo 15th 2014, 17:38 | |
| Orgullo y Placer
Capitulo 22 —Me alegro mucho por ti —dijo lady Collingsworth, radiante como una madre orgullosa. Llevaba una auténtica cascada de zafiros, y plumas blancas en el pelo, y se movía con la confianza propia de una reina que transmite su gracia a los accesorios, en vez de depender de ellos.
—Gracias. —____, algo mareada, se llevó una mano al estómago.
—Te admiro por haber seguido los dictados de tu corazón —siguió diciendo Regina—. Sé lo mucho que te has resistido a la idea del matrimonio.
—He tratado de entender por qué me resultaba tan poco atractiva. No es que yo conozca secretos sobre el matrimonio que las demás mujeres desconocen.
—Por supuesto que sí. Sólo tú has vivido con tu madre.
____ abrió mucho los ojos. Era la primera vez que la condesa decía algo que podía considerarse una crítica hacia Georgina.
—¿Por qué te sorprendes tanto, querida? Soy muy consciente de lo que piensas de ella y de las decisiones que tomó en la vida. Se casó con dos hombres porque los amaba y ninguno de los dos matrimonios acabó bien. El hecho de que su segundo marido fuera un cazafortunas acabó de forjar tu opinión sobre la institución matrimonial. Entiendo que has tenido que sobreponerte a prejuicios muy arraigados en tu interior para aceptar la proposición del señor Jonas. —Fijó la vista en un punto detrás de _____—. Sólo espero que la indecente forma en que te mira haya tenido algo que ver en tu rendición. Su anhelo eleva la temperatura de la habitación.
—¡Regina! —Ella resistió el impulso de buscar a Joseph con la vista, sabiendo que si lo hacía se ruborizaría y le costaría concentrarse. Era consciente de que durante toda la noche la había estado desnudando con la mirada.
—¿Qué? —se defendió la condesa—. Lo que pasa en la intimidad del lecho es igual de importante que lo que pasa fuera. Un matrimonio no funciona si no hay armonía en el dormitorio.
—¿Y puede sobrevivir si se basa sólo en el placer?
—Mi querida niña, el placer es precisamente lo que falta en la mayoría de los matrimonios. No lo desprecies.
—Es que me parece una razón muy frívola para unirse a otra persona —murmuró _____.
—Eres demasiado lista para tomar decisiones frívolas. Estoy segura de que si hicieras una lista de virtudes y defectos del señor Bond, las virtudes superarían con mucho a los defectos.
Sin poder resistirse por más tiempo a la tentación, ____ se volvió buscándolo, pero entonces vio una alta y familiar figura que se acercaba. El conde de Montague estaba atravesando la multitud e iba directamente hacia ella, con una atractiva sonrisa en la cara. Sin embargo, su llegada se veía interrumpida por las numerosas personas que lo saludaban.
—El conde parece estar de buen humor —comentó Regina—. Fue muy amable por tu parte anunciarle el compromiso personalmente.
—Dejárselo a mi tío habría sido demasiado arriesgado. Y distante. —Le dirigió a su amiga una sonrisa llena de agradecimiento—. No me habría atrevido a hacerlo sola. Muchas gracias por acompañarme.
—¿Acompañarte adónde?
La voz de Joseph a su espalda le causó una agradable sensación de calor. Los ocupantes del salón desaparecieron para ella y el ruido que hacían se convirtió sólo en un murmullo de fondo. Se volvió hacia él.
—Al parque esta tarde.
—¿A reunirte con Montague?
—Sí, a contarle que me había comprometido contigo.
El rostro de él se ensombreció.
—No deberías haberlo hecho.
Eliza se tensó al oír su tono de voz. No estaba acostumbrada a que la contradijeran.
—Se merecía una explicación.
—No tienes ni idea de lo que se merece.
—Jonas.
El susurro de advertencia de Westfield captó la atención de ____, que se volvió hacia el conde, que estaba justo detrás del hombro de Joseph. Al igual que Montague, era un hombre muy guapo y elegante, y la estaba mirando con amabilidad. Dos pares del reino. Ambos atractivos, solícitos y deseosos de casarse con ella. Y sin embargo había elegido a un plebeyo salvaje de orígenes desconocidos. Un hombre al que nunca podría domar. Un escalofrío de inquietud le recorrió la espalda. Joseph apretó los dientes como si hubiera notado sus dudas. El afecto que había visto en sus ojos cuando se había reencontrado hacía un rato ya no era tan evidente. La distancia entre los dos se había vuelto algo tangible. Regina carraspeó.
—¿Me acompañaría a la mesa de refrescos, lord Westfield? Tengo la garganta seca.
—Por supuesto. —Con una mirada de advertencia en dirección a Joseph, el conde se alejó con lady Collingsworth.
Él dio un paso hacia _____.
—¿Cómo puedo protegerte si te pones en peligro deliberadamente?
—¿Qué peligro? Me he reunido con Montague en un lugar público, acompañada por lady Collingsworth. Tus hombres me estaban siguiendo sin duda. ¿O no? ¿Es por eso por lo que estás de tan mal humor?
—Me contrataste para que investigara a tus pretendientes. Y luego vas y te reúnes con uno de ellos a solas para decirle que ha perdido cualquier posibilidad de acceder a tu dinero. Es decir, poniéndolo en una situación desesperada.
—¿Qué podría haberme hecho?
—Raptarte. Pedir un rescate por ti. Cualquier cosa.
—¿Montague? —se burló ella—. Un hombre de su posición nunca...
—No lo conoces, ____. No sabes lo que es capaz de hacer.
—¿Y tú sí?
—Mantente alejada de él.
Ella alzó las cejas.
—¿Es una orden?
Joseph apretó los dientes.
—No conviertas esto en una lucha de voluntades.
—Eres tú el que está tratando de limitar mi libertad. No es razonable que me rinda sin luchar por ella.
Él la agarró por los codos y la acercó escandalosamente, como si estuvieran solos y no rodeados de centenares de ojos curiosos.
—Estoy intentando mantenerte a salvo.
—Consejo recibido, gracias. —_____ sabía que lo estaba provocando, pero las respuestas tensas de él empezaban a hacerle sospechar que lo que pretendía precisamente era que discutieran.
—Tienes que obedecerme. —Los ojos de Joseph se habían oscurecido tanto que parecían negros.
—Tu preocupación es infundada. No veo por qué lord Montague y yo no tendríamos que volver a vernos, a no ser en actos sociales.
—Me da igual. Quiero que te mantengas alejada de él —insistió Joseph, soltándola—. Y de Tolliver también.
____ no pudo reprimir más su irritación.
—¿Puedo saber por qué?
—Porque se ha tomado muy mal la noticia de nuestro compromiso.
—¿Y Montague? Cuando se lo he contado ha sonreído y me ha deseado que sea feliz.
—Al conde no podría importarle menos la felicidad de los demás. Sólo se preocupa de la suya.
—¿Y yo tengo que aceptar tu palabra al respecto sin una explicación?
—Sí.
—¿Ya estás ejerciendo tu derecho conyugal de controlar mis actos? —preguntó ella, apretando el abanico con tanta fuerza que la madera crujió.
—No consentiré que conviertas una charla sobre tu seguridad en una discusión sobre la independencia de la mujer y las desventajas del matrimonio.
—¿No lo permitirás? Ya veo. ¿Y eso cómo funciona? ¿Es recíproco? ¿Puedo yo prohibirte que te reúnas con lord Westfield?
—Me estás provocando deliberadamente.
—Sólo estoy tratando de entender dónde están los límites y si se aplican a los dos por igual.
—Westfield no supone un peligro para nadie.
—Tal vez yo sepa algo de él que tú desconoces —siguió provocándolo ____—. Y si sigo tu ejemplo, no tengo por qué contarte de qué se trata.
Volvió la cara para ocultar las lágrimas que le asomaban a los ojos y vio que lord Montague se acercaba. Echó los hombros hacia atrás.
—Señorita Martin. —El conde le besó la mano, inclinándose ante ella con una reverencia impecable. Luego se volvió hacia Joseph—. Señor Jonas, ¿puedo ofrecerle mis felicitaciones?
Él mostró los dientes en algo parecido a una sonrisa.
—Puede, milord. Las acepto complacido.
_____ sabía que su propia rigidez delataba que habían estado discutiendo, pero estaba demasiado frustrada para que le importara.
—¿Sería demasiado optimismo por mi parte esperar que aún tenga un espacio libre en su carnet de baile, señorita Martin?
—El próximo vals es suyo —respondió ella, sintiendo una amarga satisfacción al ver el tic en la mandíbula de Joseph. Había reservado los dos valses, no para Montague, sino para estar junto a Joseph. Había decidido que no volvería a bailar el vals con otro hombre, aunque él tardara semanas en aprender.
—Parece que yo también soy un hombre afortunado —dijo Montague—. Aunque, desde luego, no tanto como usted, señor Jonas.
—Eso parece. —Su cara parecía tallada en granito.
La orquesta empezó a tocar para alertar a los bailarines de que el siguiente baile estaba a punto de comenzar. Aliviada, ____ se excusó y fue en busca de su pareja, el barón Brimley. Mientras se alejaba de la enorme tensión que emanaba de Joseph, empezó a respirar con más facilidad. Pronto recuperó la capacidad de pensar, seguida de cerca por el arrepentimiento. No le gustaba nada haber discutido con él. Peor aún. No le gustaba nada su propio comportamiento. | |
| | | PidgeJonas Casada Con
Cantidad de envíos : 1666 Edad : 32 Fecha de inscripción : 23/04/2012
| Tema: Re: Orgullo y Placer (Joe y tú) HOT- Terminada Marzo 15th 2014, 17:45 | |
| Orgullo y Placer
Capitulo 23 Joseph observó a ____ mientras se alejaba apresuradamente y se reprendió por haber provocado su primera discusión. Sabía que tenía que tratarla con cuidado o se arriesgaba a que ella le lanzara a la cara argumentos como el dinero o la independencia, pero había perdido el control al enterarse de que había cometido semejante imprudencia. Había sido la sorpresa de saber que se había visto con Montague a sus espaldas lo que lo había impulsado a hablarle así, aunque sabía que la culpa era suya. Lynd se había presentado sin avisar y él había cometido el error de dejar de leer los informes diarios para recibir a su viejo mentor. ¿Cómo podía haber sido tan descuidado? Si su vida se regía por esquemas rígidos y horarios fijos era por una razón: para evitar incidentes y hacer que todo en su vida fluyera a la perfección. Pero descargar en ella el enfado que debería dirigir hacia sí mismo no hacía más que empeorar las cosas. Había abierto una brecha entre los dos que no se podía permitir.
—Imita usted la pose melancólica de Byron a la perfección —comentó Montague—. Lástima que no se me ocurriera esa táctica mientras cortejaba a la señorita Martin.
Joseph volvió la cabeza lentamente, dejando su rostro vacío de toda expresión. Su hermanastro y él eran casi de la misma altura. Y las similitudes entre ellos no se limitaban a eso. De hecho, se parecían tanto que Joseph se alejó un poco para poner cierta distancia.
—No puedo decir que lamente que no la consiguiera.
El conde sonrió y se balanceó sobre los talones. Parecía no darse cuenta del parecido entre ellos, ni del parentesco al que se debía.
—Es usted una persona misteriosa, señor Jonas.
—Pregúnteme lo que quiera. Tal vez le responda.
—¿Qué opina del carbón?
Una oleada de satisfacción lo inundó. ¿Iba a ser tan fácil obtener la información que necesitaba?
—Es un bien necesario. La vida sin él sería muy incómoda.
—Estamos de acuerdo. —El joven le dirigió una sonrisa sincera—. Tengo un negocio en ciernes que puede resultarle interesante.
Apartando a ____ de su mente, Joseph se volvió hacia Montague y logró sonreír.
—Soy todo oídos, milord.
***
Cuando el conde de Montague fue a buscar a _____ para bailar su vals, el enfado de ella se había desvanecido. Sin embargo, seguía muy alterada. Se dio cuenta de que, tras la muerte de su madre, su vida se había visto libre de conflictos. Nunca discutía por nada. No tenía que dar explicaciones ni ponerse de acuerdo con nadie. Como resultado de esa independencia, había perdido la capacidad de discutir. Podía hacerlo, pero su cuerpo reaccionaba mal. Le dolía la cabeza y se notaba el estómago revuelto.
—Está usted preciosa esta noche, señorita Martin —murmuró Montague, apoyándole la mano en la cintura.
—Gracias —replicó ella, con la vista clavada en el elaborado nudo del pañuelo de él.
El conde iba vestido ostentosamente, con una chaqueta de terciopelo azul brillante y un chaleco multicolor. Aunque su estilo no podía ser más distinto del de Joseph, notó que tenían muchas cosas en común. Su talla y color de pelo eran prácticamente idénticos. _____ aprovechó esa similitud para tomar nota de cómo él resolvía su diferencia de tamaño a la hora de bailar. Era muy experto y la guiaba con facilidad. Ella tomó notas mentales para usarlas luego en las clases particulares de baile con Joseph, agradeciendo esa actividad, que le permitía olvidarse de sus conflictos emocionales, aunque fuera temporalmente.
—Admito que ha despertado mi curiosidad —dijo él.
—¿A qué se refiere?
—A sus habilidades como casamentera.
____ frunció el ceño.
—Nunca he dicho que fuera una gran casamentera. Sólo dije que podría encontrarle una candidata mejor que yo.
—¿Alguna sugerencia? —preguntó el conde con los ojos brillantes.
—Creo que cualquier mujer soltera cumpliría los requisitos.
—Debería darle vergüenza —replicó él, echándose a reír, lo que hizo que varias cabezas se volvieran hacia ellos—. Mire que darme esperanzas y luego derribarlas con una broma cruel...
—Bobadas. Podría casarse con quien quisiera.
—Menos con usted.
____ tardó unos momentos en darse cuenta de que estaba bromeando.
—¿Qué me dice de Aurora Winfield? —sugirió.
—Su risa me saca de quicio.
—¿Jane Rothschild?
—La asusto. Cada vez que hablo con ella se ruboriza y tartamudea. La mejor conversación que hemos logrado mantener fue durante una fiesta campestre. Yo hablé sin parar para llenar el incómodo silencio y ella asentía vigorosamente cada vez que yo decía algo.
—Pobrecilla. Tal vez si pasaran más tiempo juntos superaría la timidez.
—Sería una tortura para los dos. Demasiado esfuerzo, francamente.
—¿Qué tal Sarah Tanner?
Él negó con la cabeza.
—¿Qué defecto le encuentra?
Montague dudó un momento antes de responder:
—Es... demasiado... atrevida.
—Oh, entiendo. —____ no supo qué decir. Estaba segura de que había muchas más candidatas adecuadas, pero en aquel momento no se le ocurría ninguna—. Tal vez lo mejor sería esperar a la temporada que viene. Con nuevas debutantes.
—Ayer le habría dicho que no podía esperar tanto.
—¿Y hoy?
—Hoy tengo nuevas esperanzas. Creo que podré esperar hasta conocer a alguien que pueda reemplazarla. He encontrado una inversión que creo que dará buenos resultados. El señor Jonas me ha dicho que tal vez participe. Hemos quedado en que mañana hablaríamos del tema.
—¿Ah, sí?
¿Por qué se plantearía Joseph invertir en el fondo de Montague después de haberle dicho que no se fiaba de él y sabiendo que el conde era insolvente? No tenía sentido. Y ésa no era su única preocupación. ¿Qué experiencia tenía Joseph con las inversiones? ¿Sabría dónde se estaba metiendo? Por la mañana le pediría a Reynolds que se informara sobre el potencial del fondo de Montague. Luego le pediría explicaciones a Joseph. Si se negaba a dárselas, le plantearía un ultimátum: o le contaba las cosas o la perdería. Con tantos secretos nunca funcionarían como pareja. | |
| | | Lady_Sara_JB Casada Con
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| Tema: Re: Orgullo y Placer (Joe y tú) HOT- Terminada Marzo 15th 2014, 20:08 | |
| wow lei los dos capitulos tan rapido pero que propuesta le hiso montague a joe? siguela me tienes muy intrigada | |
| | | PidgeJonas Casada Con
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| Tema: Re: Orgullo y Placer (Joe y tú) HOT- Terminada Marzo 16th 2014, 15:18 | |
| Orgullo y Placer
Capitulo 24 —Lo siento.
____, que había estado mirando el jardín trasero desde los ventanales, se volvió y vio a Joseph, que entraba con decisión en la sala de baile de Melville House. Aunque todavía los separaban unos treinta metros, sintió su presencia con fuerza.
—Cierra la puerta —le pidió ella.
Él se detuvo en seco. La gran sala sólo estaba iluminada por la luz de la mañana, que entraba de manera indirecta por los ventanales. Lo oyó inspirar hondo antes de volverse y hacer lo que le había pedido. Cuando el clic de la cerradura resonó en la sala, ____ preguntó: —¿Has dormido bien?
—No. —Joseph retomó su camino hasta los ventanales, pasando junto a los numerosos murales sin mirarlos—. Pero no es raro. Nunca duermo bien. Hay demasiadas cosas que hacer y muy pocas horas en el día.
—Yo tampoco he dormido bien.
Trató de asimilar la oleada de sensaciones que siempre la inundaba al verlo. Intercalados entre los murales con escenas campestres había largos espejos con marcos de color crema. Como resultado, la imagen de Josephse multiplicó, igual que la reacción de ella.
—Siento lo de anoche —repitió él, abrazándola y juntando sus bocas en un beso. Pero no había ni rastro de remordimiento en ese beso apasionado, fiero y cargado de lujuria.
Joseph la animó a separar los labios y le acarició el interior de la boca con la lengua. Su sabor desató una poderosa fiebre en los sentidos de ____, una gran necesidad de poseerlo. Se aferró a él con desesperación, rodeándole los hombros con los brazos. Le hundió los dedos en el pelo, agarrándoselo. Los pechos se le hincharon y se olvidó de golpe de la irritación que aún notaba de vez en cuando entre las piernas. Quería desnudarlo, besarle el torso, acariciarlo con las manos y con su cuerpo. Él interrumpió el beso con un gruñido de frustración.
—¿Joseph?
—Ayer actué mal —dijo él, apoyando la sien contra la de ella—. Sé que no consentirás que te imponga mi voluntad.
____ ya no tenía ganas de hablar, pero sabía que debían hacerlo. No podían arreglarlo todo recurriendo a la pasión.
—¿Có... cómo lo sabes?
—Porque te presto atención —respondió Joseph, dando un paso atrás—. Y no se me da mal juzgar a la gente.
—Ahí juegas con ventaja. Yo no sé nada de ti, aparte de cómo te ganas la vida y que quieres casarte conmigo.
—Sabes qué aspecto tengo cuando me quito la ropa. Y qué se siente al tenerme dentro de ti.
____ deseaba sentirlo en su interior en ese momento. Deseaba sentir la deliciosa fricción, la sensación de plenitud, la incendiaria avalancha del clímax y la maravillosa saciedad que venía después. Con las manos a la espalda, ____ comenzó a caminar a su alrededor. La amplia falda verde del vestido se movía a un lado y a otro.
—Cuando estoy tranquila y serena, eso no me basta. Cuando estoy contigo, actúo de un modo que me cuesta reconocer. Sé que eres el catalizador de esos cambios en mi persona y, sin embargo, sigues siendo un enigma. Ni te imaginas el esfuerzo que me supone experimentar todo esto sin poder achacarlo a ninguna base sólida.
Joseph volvió la cabeza para no perder el contacto visual.
—Sé que parece que yo no he cambiado tanto o no he tenido que sacrificar tantas cosas como tú.
—Tú no eres el único que siente lo que pasó anoche. Yo también dije cosas de las que me arrepentí en seguida. Estaba enfadada y reaccioné sin pensar.
—Las relaciones están llenas de este tipo de situaciones. Es del todo normal.
—Pues espero que no sea lo normal en la nuestra, o no quiero seguir adelante.
Joseph separó las piernas.
—¿Qué me estás diciendo?
Deteniéndose delante de él, ____ lo miró de la cabeza a los pies. Iba vestido con traje de montar, con unos ajustados pantalones de ante y unas botas relucientes. Los músculos de los muslos y las pantorrillas quedaban perfectamente delineados. Al cruzar los brazos como si se estuviera preparando para una confrontación, los bíceps forzaron las costuras de la chaqueta, de color gris oscuro. Era el hombre más guapo y con más atractivo sexual que había visto nunca.
—No puedo negar lo mucho que te deseo —respondió ella con voz ronca—. Quiero meterme en tu cama ahora mismo, aunque estemos en pleno día. Te deseo tanto que estoy ardiendo por dentro.
—____...
—¿Ves cómo me has cambiado? Yo antes habría sido incapaz de decir estas cosas en voz alta. Pero no me casaré contigo sólo por deseo. Si fuera así, insistiría en que nos limitáramos a ser amantes.—Volvió a dar una vuelta a su alrededor—. Si acepté tu proposición fue porque fuiste honesto conmigo. Aunque no me has contado muchas cosas de tu vida, en lo que me has dicho hasta ahora has sido sincero.
Él la agarró del brazo para obligarla a detenerse.
—Yo también estoy teniendo que hacer ajustes. Yo también he cambiado desde que estoy contigo. Nos acostumbraremos.
—No, a no ser que aprendas a contarme las cosas. Un día me dijiste que el pasado y el futuro eran irrelevantes, pero desde entonces todo ha cambiado, ya que me has pedido que una mi futuro con el tuyo. Que creemos un futuro en común. Nuestro futuro. Pero para que eso sea posible, tienes que mostrarme por qué camino discurre tu vida. No puedo seguirte a ciegas. Si no te comprometes a compartir tu vida conmigo, esta relación habrá muerto antes de nacer.
—El pasado influye en el futuro —admitió él, tragando saliva con esfuerzo—. Temo que mi pasado cambie la opinión que tienes de mí. El riesgo de que te alejes de mí es demasiado grande.
_____ le acarició la mejilla. Cada vez que respiraba, inhalaba el amado aroma de su piel.
—¿Qué clase de vida llevaríamos si seguimos diciendo y haciendo cosas que lamentamos? Es la peor clase de falsedad. La he vivido de cerca y sé que acaba en dolor y arrepentimiento. No quiero un futuro así para ti ni para mí. No quiero que vivamos de ese modo.
Joseph le cogió la mano y le besó la palma.
—¿Te refieres a tus padres?
—Había muchos secretos entre ellos. Se enamoraron y se casaron, pero la atracción que los unía no superó la fachada tras la que se ocultaban. Discutían a menudo y se decían cosas que les hacían daño. Con el tiempo, las disculpas dejaron de ser suficiente. La grieta que los separaba era cada vez más grande. Era imposible de reparar porque, aunque se pidieran perdón, volvían a cometer el mismo error. —____ le acarició los firmes labios con los dedos—. Nunca fueron sinceros sobre lo que deseaban el uno del otro. Tal vez podrían haber sido felices juntos.
—En cuanto te alejaste de mí anoche, me arrepentí de haberte hablado así. Pensé en escalar la pared hasta tu dormitorio para asegurarme de que me recibirías hoy.
—¿Me habrías contado la verdad entonces?
Joseph sonrió con tristeza.
—Lo dudo. Probablemente, al verte en la cama me habría olvidado de todo.
—Qué poco te cuesta ser sincero cuando el tema no está relacionado con el pasado.
Él la atrajo hacia sí y le dio un beso en la frente. Luego se volvió, diciéndole por encima del hombro: —Quítate las horquillas del pelo. Hablaré durante el tiempo que te lleve acabar de quitártelas todas.
—¿Qué juego es éste?
—Voy a aprender a bailar contigo. No podemos permitir que los acontecimientos se interpongan en las lecciones, por muy urgentes que éstas sean. Necesitamos un sistema para calcular el tiempo que le quitamos a la clase de baile.
—¿Y no podríamos usar tu reloj de bolsillo?
—No sería tan divertido.
Levantando los brazos, ____ hizo lo que él había sugerido. Lentamente, se quitó una horquilla y la dejó caer al suelo.
Joseph asintió con aprobación y empezó a caminar resiguiendo la pared.
—Hay personas que no sienten ningún tipo de empatía por los demás. Son incapaces de crear o mantener conexiones emocionales y su visión del mundo se limita a su punto de vista. Para ellos no hay ningún otro.
—Mi padrastro era así. Chilcott sólo pensaba en él.
Joseph alzó la voz para compensar la creciente distancia entre ellos.
—Aparte de ese defecto, Montague tiene un apetito sexual aberrante.
____, que estaba a punto de quitarse otra horquilla, se detuvo en seco.
—¿Cómo lo sabes?
—He hablado con mujeres que han tenido la mala suerte de cruzarse en su camino. Prefiere acostarse con las que oponen resistencia y disfruta causándoles dolor. Por lo que tengo entendido, si no es así, es incapaz de... funcionar en la cama.
—Que oponen resistencia... —A ____ se le encogió el estómago al pensar en ser obligada a realizar los actos propios de la intimidad sexual con alguien cruel y despiadado—. ¿Cómo puede nadie disfrutar con algo así?
—Tal vez sea un problema hereditario. O un defecto del alma. —Se encogió de hombros—. ¿Quién sabe?
Ella bajó los brazos y se acercó a él con el pelo a punto de soltársele sobre los hombros en cualquier momento.
—¿Por qué no me lo contaste antes? ¿Cómo has podido ocultarme algo así?
—¿Cuándo querías que te lo contara?
—¡No me vengas con evasivas!
Joseph cambió de rumbo para reunirse con ella a mitad de camino. Aunque él llevaba botas y ella zapatillas de baile, los pasos de él eran más sigilosos que los de ____.
—Daría cualquier cosa por ahorrarte la sordidez del mundo. Sabía que eras contraria a la idea del matrimonio, lo que hacía que fuera poco probable que tuvieras que sufrir a manos del conde.
—Pero ¡si lo hubiera sabido, no habría salido con él! —Al llegar junto a Joseph, puso los brazos en jarras—: Y tú y yo no habríamos discutido.
—Tenía miedo de la reacción de Montague si se daba cuenta de que estabas al corriente de su naturaleza. ¡Tu cara es tan expresiva, ____! No habrías sido capaz de disimular la condena en tu mirada, y él es un hombre desesperado. Su buen nombre es lo único que le queda. No puede permitirse el lujo de perderlo, por mucho que se defendiera diciendo que eran rumores.
Aunque no le gustaban sus métodos, ____ no se vio capaz de discutir con él sobre ese asunto. Sabía que quería protegerla por encima de todo.
—¿Crees que Montague es quien está detrás de los ataques?
—No me extrañaría. —Joseph la atrajo hacia sí doblando un dedo—. Está al borde de la ruina total. Ha vendido o perdido a las cartas todas las propiedades que no van ligadas al título y no tiene recursos económicos para mantener las que le quedan. Tiene tantas deudas que ya no le conceden créditos. Pronto no tendrá a quién acudir.
—Y a pesar de todo, te estás planteando invertir con él. —Entró en el círculo de sus brazos—. ¿Qué pretendes?
Joseph apoyó la barbilla en su cabeza.
—Arruinarlo. No puedo permitir que encuentre una solución a sus problemas. Si fingir interés me permite conseguir la información que necesito para boicotear sus planes, me parece un precio barato.
Su voz estaba tan llena de odio que a ella le costó reconocerla. Se echó hacia atrás para mirarlo.
—¿Por qué?
—Por venganza por... una amiga.
—¿Una amante?
—No. —Joseph le acarició la espalda—. Antes de ti sólo había tenido sexo. Tú has sido mi única amante.
____ le enderezó el nudo del pañuelo con fuerza.
—¿Y seguiré siéndolo?
—¿Me estás preguntando si te seré fiel? Por supuesto.
—¿Cómo puedes responder con tanta seguridad?
Joseph sonrió, divertido. Tenía una boca preciosa.
—¿Sospechas que es una respuesta ensayada? Y yo que pensaba que creías que siempre era honesto contigo...
Ella bajó la vista con timidez.
—La idea de que otra mujer te disfrute como te he disfrutado yo me resulta muy molesta.
—¿Molesta? —repitió él, sonriendo.
—Intolerable —se corrigió _____.
—Eso no podemos consentirlo. Por lo tanto, tendré que serte fiel.
No muy satisfecha con su respuesta, lo provocó: —Seguiré tus pasos al respecto, igual que los he seguido en los demás aspectos de nuestra relación.
—Pero bueno, señorita Martin. Si no te conociera mejor, juraría que me estás amenazando.
____ se miró los dedos, apoyados en la blanca tela de la camisa.
—Sólo si me engañas.
Echándose a reír, él la agarró por la cintura y dio unas vueltas con ella.
—¡Joseph! —____ lo miró con los ojos muy abiertos. Mientras lo hacía, su expresión cambió y se ruborizó.
—Me encantas —dijo él con voz ronca.
—Tú me confundes. Y me hechizas.
—Y te excito.
—Con demasiada facilidad —admitió ella, acariciándole el pelo, incapaz de resistirse a la tentación.
—Yo te deseo hasta cuando estamos separados. ¿Puedes decir tú lo mismo?
—Sí, te deseo siempre, menos cuando estoy reprendiéndome por haber tomado una decisión tan importante con los ojos cerrados.
Dejándola en el suelo, Joseph le acarició el cabello con reverencia.
—Tu mente quiere comprender lo que sientes. Yo he renunciado a hacerlo, pero tú te resistes. Es una de las cosas que más admiro de ti. Pero te pediría que si tienes dudas o preocupaciones, las consultes directamente conmigo. Dime lo que necesitas y encontraré una manera de proporcionártelo.
____ creyó en su sinceridad. Le hacía sentir que era importante para él. Necesaria. Nunca antes se había sentido necesaria para nadie. Era una sensación nueva y aún le costaba asimilarla.
—Lo que necesito —replicó, cogiéndole una mano y colocándole la otra sobre el hombro— es que aprendas a bailar el vals. Quiero bailar contigo.
Joseph le puso la mano en la cintura.
—Es justo. Saber bailar siempre ha estado en tu lista de requisitos para pretendientes.
—Pero sé que con ninguno de ellos disfrutaré tanto como contigo —reconoció ella con una sonrisa—. Tienes un aura de peligro y un modo de moverte muy seductor, que encaja a la perfección con la sensualidad del vals.
La sonrisa de Joseph hizo que se le acelerara el corazón.
—Quiero encargar un vestido nuevo para ti, para que lo estrenes el día que bailemos el vals en público por primera vez. ¿Te lo pondrías?
Encantada de que quisiera hacerle un regalo, asintió. Hacía mucho tiempo que no recibía un regalo de un ser querido. Su tío no solía saber ni qué día de la semana era; era imposible que recordara las fechas especiales.
—No sé si podré esperar hasta entonces —susurró él, enderezando la espalda—. Enséñame rápido.
—Será un placer. —El tono de voz de ____ cambió. Con frases cortas y directas, empezó a darle instrucciones—: En el vals alemán hay nueve posiciones. Y no puedes olvidarte de la regla básica en ningún momento. Debemos mantener siempre esta distancia entre nosotros.
—Estás demasiado lejos —se quejó Joseph, mirando el espacio que los separaba.
—Tonterías. Durante el vals, las parejas se alejan del grupo y se centran el uno en el otro. Es imposible un mayor grado de intimidad.
—Fuera de la cama.
____ reprimió una sonrisa. No debía alentar sus inclinaciones canallas, por mucho que le gustaran. Él era distinto de los demás hombres que conocía. Era un demonio, en el mejor de los sentidos.
—Con cuidado —lo reprendió ____, con cierta severidad—. Cuando apoyes el pie en el suelo, tienes que volver las puntas hacia fuera. —Se lo mostró—. Y debes levantar la pierna.
Ella no perdía la concentración a pesar de sus continuos comentarios provocativos. Le enseñó cada una de las posiciones y los pasos. Al principio parecía que le diera miedo moverse. Cuando ____ se lo hizo notar, él refunfuñó: —No quiero pisarte, maldita sea.
Pero pronto fue adquiriendo confianza. Ella respondía con facilidad a sus movimientos. Los pasos cada vez le iban saliendo de manera más natural, y colocaba los brazos con más elegancia. Cuando su postura era perfecta, ____ lo alababa y, cuando no lo era, se burlaba de él. A medida que fue pasando el rato, el aire a su alrededor se impregnó de su aroma a especias y bergamota. Los movimientos hacia delante y hacia atrás del baile se convirtieron en una especie de preliminares para ____. Los giros le calentaban los músculos, mientras que los breves instantes en que sus cuerpos entraban en contacto despertaban sus sentidos. Al notar los poderosos hombros de él flexionándose bajo sus dedos, era casi imposible no recordar lo deliciosos que eran esos hombros cuando estaba desnudo y excitado. La respiración se le agitó. Joseph le dirigió una enigmática sonrisa.
—Me gusta.
—¿El baile?
—Cómo me sigues al bailar. Me gusta notar que tu cuerpo se mueve como yo le ordeno que se mueva, con sólo una ligera sugerencia por mi parte.
—Te gusta tener el control.
Él se detuvo en seco. Se estaban mirando fijamente. Sus labios casi se rozaban.
—Y a ti te gusta que yo tenga el control.
—Tal vez —admitió ella, bajando la vista hasta sus labios—. Aunque mi objetivo es perder el control.
La mano de Joseph le sujetó la cintura con más fuerza.
—¿Me está haciendo proposiciones deshonestas, señorita Martin?
—Y si fuera así, ¿qué harías?
—Lo que tú quisieras.
Joseph dio un paso al lado para que sus cuerpos quedaran frente a frente, totalmente alineados. Era tan alto y fuerte que, a su lado, _____se sentía pequeña y delicada, aunque nunca amenazada.
—Ya sabes lo que quiero —susurró ella, ruborizándose.
—¿Un beso? —preguntó él, quitándole una horquilla que se le había quedado en el pelo—. ¿Un abrazo?
—Más.
—¿Cuánto más?
Cuando ____ se mordió el labio inferior, Joseph le levantó la barbilla con un dedo.
—La timidez no tiene cabida entre nosotros.
—No quiero ser... demasiado atrevida.
—Cariño —la tranquilizó él con su voz suave y cálida—, ¿aún no eres consciente de lo mucho que disfruto de tu estima y tu deseo? ¿No te he dicho todavía lo mucho que me complacen, el gran placer que obtengo de ellos?
—Como si yo fuera la única mujer que te admira —contestó ella con sarcasmo.
—Eres la única mujer cuya admiración me interesa.
—¿Por qué? No tengo nada especial. Acepto que poseo algunas características agradables, pero hay cien mujeres que me superan en todas ellas.
—Pero no las combinan como tú. —Deslizó la mano por su mandíbula hasta cubrirle un pecho y observó su reacción al acariciarle el pezón con el pulgar—. Me encanta que seas hermosa e inteligente y que me desees constantemente. Eres perfecta.
El cuerpo de ____ reaccionó instantáneamente a su hábil caricia. Los pezones se le contrajeron hasta convertirse en dos guijarros doloridos y la carne entre sus piernas le empezó a palpitar.
—Dime qué deseas —la animó él, sujetándola con fuerza por las caderas. Con dos dedos, le retorció la punta del pezón, tirando de él, pero lo hizo con tanta delicadeza que____ no obtuvo ningún alivio.
Se sentía encendida, sin voluntad. Como embriagada. Llevaban a solas casi una hora, prácticamente pegados. Joseph se había estado moviendo todo ese tiempo. Ver cómo lo hacía era una provocación constante. No podía evitar desearlo. Y estaba demasiado enamorada para contenerse.
—Quiero verte desnudo —murmuró.
Él hizo un sonido que a ella le recordó al ronroneo de un gato.
—¿Por qué?
____ lo agarró por las solapas, sin poderse reprimir.
—Quítate la chaqueta.
La sonrisa traviesa de Joseph mientras se quitaba la costosa prenda y la dejaba caer al suelo le robó el aliento.
—¿Mejor así?
—No es suficiente. —Le acarició los brazos por encima de la camisa. En el espejo que quedaba detrás de ellos disfrutó de la visión de sus nalgas y sus muslos. La vista, el olfato, el tacto... todo le resultaba estimulante.
Él miró por encima del hombro.
—Sigues sorprendiéndome muy agradablemente. ¿Quieres que cuelgue un espejo encima de la cama?
—Joseph... —Un escalofrío de placer y vergüenza la recorrió—. No me atrevería a mirar.
—Pues yo creo que no podrías apartar la vista. ¿Quieres que te lo demuestre?
_____ se quedó inmóvil.
—¿Aquí?
—¿Crees que tu tío nos interrumpirá?
Ella negó con la cabeza.
—Pero ¿cómo? —preguntó, con la cabeza llena de imágenes, tratando de imaginarse cómo copular sin una cama.
—Tienes unos pezones preciosos —murmuró Joseph, atrayendo la atención de ella hacia su corpiño. Estaba excitada, eso era innegable—. Tan pequeños y delicados.
Cuando trató de cubrirse con las manos, él se lo impidió.
—No es justo que te tapes cuando yo no puedo hacerlo.
Siguiendo el gesto de su mano con la vista, se encontró con su descarada erección, que luchaba por abrirse camino entre sus pantalones. Se le escapó un gemido de deseo. Deseaba estar a solas con él; ver su poderoso cuerpo sobre el suyo, flexionándose, presionándose contra ella, y su largo y grueso pene hundiéndose en su interior. Aunque aún tenía alguna molestia, la atracción del orgasmo era demasiado grande como para resistirse. Joseph se acarició descaradamente por encima de los pantalones.
—No puedo darte lo que deseas tan pronto.
—¿Por qué no? —preguntó ella, olvidándose de sus inhibiciones a causa del deseo.
—Aún estás dolorida y no llevo un condón encima.
Consciente de que a Joseph le costaba resistirse a sus deseos, se le acercó más. Con una mano lo sujetó por la nuca y con la otra le agarró posesivamente una nalga, mientras se frotaba contra él como un gato. El pecho de él retumbó al echarse a reír, lo que estimuló aún más los pezones de ____.
—Descarada —le dijo al oído, antes de doblar las rodillas y apretar su erección contra el sexo hinchado de ella. Aprovechando su dureza, se frotó repetidamente justo donde ____ más lo necesitaba.
—Sí —jadeó ella, clavándole las uñas—. Esto es lo que quiero.
Los labios de Joseph volvieron a buscarle la oreja.
—No puedes tenerlo todavía, ya te lo he dicho, pero puedo hacer que te corras. ¿Te gustaría?
—Por favor —respondió ____, febril.
—¿Estás lo bastante húmeda para mí?
—¡Joseph!
—Muéstramelo. —Se alejó dando un paso atrás—. Levántate las faldas y deja que te vea.
A pesar de la intensidad del deseo que sentía, le daba mucha vergüenza cumplir su petición. Una cosa era perder el control entre sus brazos y otra muy distinta estar sola y desnuda, exhibiéndose como una mujerzuela.
—No puedo.
—Te prometo que, si lo haces, recompensaré tu valor.
____ luchó contra años de educación y contra los recuerdos de la promiscuidad de su madre. Después de tanto tiempo creyendo que la intimidad se conseguía tras un largo período de convivencia, estaba descubriendo que también podía basarse en la confianza. Se agarró las faldas con las manos.
—Supongo que has visto innumerables calzones antes.
A Joseph le temblaron los labios mientras luchaba por no echarse a reír.
—¿Innumerables? ¿Tan depravado crees que soy?
—Lo bastante depravado como para pedirme que haga esto.
—Es verdad —concedió él con una inclinación de cabeza—, aunque en realidad no te lo he pedido.
____ deseó reñirlo por ser tan arrogante, pero en ese momento su cerebro recordó algo que la distrajo. «Y muchos de esos hombres son tan hábiles en ese campo que las mujeres se olvidan de todo lo demás», había dicho Joseph el día que se conocieron. Había conseguido que uno de esos hombres quisiera practicar sus habilidades con ella. Sería una idiota si no aprovechara la ocasión. Antes de poder cambiar de idea, se levantó la falda del vestido. La mirada de Joseph hizo que se le erizara el vello de la nuca.
—Qué valiente eres —la elogió.
Animada por sus palabras, se desató la cinta que le sujetaba los calzones a la cintura. La prenda, con adornos de encaje en la parte de abajo, cayó al suelo y quedó alrededor de sus tobillos.
—____, dulce ____ —murmuró Joseph. Con el pie, desplazó la chaqueta que había tirado al suelo, hasta que quedó delante de ella—. Eres más generosa de lo que merezco.
Se dejó caer de rodillas sobre la chaqueta. Mientras observaba su entrepierna, ____ se excitó tanto que perdió el equilibrio y se tambaleó ligeramente. Él le sujetó la cadera con una mano. Con la otra, le cogió la cinturilla de los calzones y tiró de ellos para acabar de quitárselos. Le separó las piernas y, cuando ella trató de cerrarlas, le colocó el pie donde él quiso y se lo mantuvo fijo en el suelo con fuerza. Deslizó una mano entre sus piernas, separándole los húmedos pliegues y acariciándoselos con delicadeza.
—Creo que fuiste hecha para mí —dijo con voz ronca—. Mira qué húmeda estás.
Ella movió las caderas sin poder evitarlo.
—Joseph...
Éste se inclinó hacia delante. ____ se tensó,expectante.
—Vamos a ver si puedes humedecerte aún más. | |
| | | Lady_Sara_JB Casada Con
Cantidad de envíos : 1582 Edad : 28 Localización : México Fecha de inscripción : 24/03/2013
| Tema: Re: Orgullo y Placer (Joe y tú) HOT- Terminada Marzo 16th 2014, 17:48 | |
| ay ay ay ese joe es un lujurioso siguela espero que nadie los encuentre | |
| | | PidgeJonas Casada Con
Cantidad de envíos : 1666 Edad : 32 Fecha de inscripción : 23/04/2012
| Tema: Re: Orgullo y Placer (Joe y tú) HOT- Terminada Marzo 17th 2014, 16:40 | |
| Orgullo y Placer
Capitulo 25 ____ vio cómo Joseph se echaba hacia delante y le pasaba la lengua delicadamente por la carne temblorosa que quedaba expuesta entre sus dedos. La sensación era un auténtico tormento, pero un tormento delicioso. Le temblaban los muslos. Verlo de rodillas ante ella, dándole placer con tanta ternura, era demasiado excitante como para poder soportarlo mucho rato. Era un hombre tan atractivo. Grande y fuerte. Tan seguro y controlado. Verlo sometiéndose a su deseo la llenó de un sentimiento de poder femenino desconocido hasta entonces. Y había sido Joseph quien le había dado ese poder. Le había mostrado su existencia. Y disfrutaba al verla ejercerlo. Su amor por él aumentó por ese regalo y por la confianza que había depositado en ella.
—Ábrete —dijo él suavemente, señalándose el hombro.
____ tardó unos instantes en comprender lo que le estaba pidiendo. Joseph le ofreció la mano para ayudarla a mantener el equilibrio, mientras ella levantaba una pierna con cuidado. Cuando la corva de su rodilla quedó sobre el hombro de él, su sensación de poder aumentó. Sintió una oleada de calor en todo el cuerpo. Tenía los pechos tan hinchados que pugnaban por salírsele del corpiño. La naturaleza ilícita de lo que estaban haciendo la excitó aún más. Se sentía llena de promesas eróticas, fluida, lánguida, inquieta y sensual. Joseph echó la cabeza hacia atrás para mirarla. Al ver su expresión, de lujuria mezclada con afecto y admiración, a ____ se le hizo un nudo en la garganta.
—Has descubierto tu capacidad para esclavizar a un hombre —dijo él—. Y te gusta.
Ella le pasó las manos por el pelo, dando gracias por tener el derecho de hacerlo.
—Parece que contigo me gusta todo.
Él le acarició el muslo con delicadeza pero con firmeza al mismo tiempo. Volviendo la cabeza, la besó justo encima de la liga. Sacando la lengua, le dio un lametón tan rápido y ligero que ____ pensó que se lo había imaginado.
—No me provoques —le suplicó—. Ya estoy bastante ansiosa.
—La paciencia es una virtud.
—¿Te parezco virtuosa en este momento? —protestó, ella, tan frustrada que tuvo que apartar la vista.
En ese momento, el espejo que había a la espalda de Joseph atrajo su atención. La imagen que se reflejaba le hizo contener la respiración: su pierna colgando posesivamente del hombro de él; los dedos de los pies contraídos a la espera de las delicias que iban a llegar; las manos sujetándole la cabeza, tratando de guiarlo hacia la ansiosa carne de entre sus muslos.
—¿Estás mirando? —preguntó Joseph, con un toque de endiablada provocación en la voz.
—Sí...
____ no pudo apartar la vista mientras él ladeaba la cabeza y se inclinaba hacia ella. Un segundo más tarde, su boca le rodeaba el clítoris en un ardiente beso. Al acariciarla con la lengua, ella gritó, no pudiendo resistir en silencio los espasmos que la recorrieron. Él se echó hacia atrás, lamiéndose los labios.
—Un día, pronto, te abriré las piernas en mi cama y me daré un banquete que durará horas, sólo para oír los sonidos que haces cuando te doy placer.
Sus palabras formaron unas imágenes en la mente de ____ que la hicieron humedecerse aún más. Con un gruñido de aprobación, Joseph volvió a inclinarse hacia ella, manteniéndola agarrada por las nalgas. El control que había demostrado tener hasta ese momento desapareció de golpe, transformándose en un asalto voraz de labios y lengua, que destrozó cualquier pensamiento racional. ____ se sujetó de su cabeza y balanceó las caderas, convertida en un ser irracional gracias a la pasión. Su reflejo era el de una mujer agresiva y lujuriosa, con la pantorrilla apoyada en la espalda de su amante, animándolo a seguir. Tenía la cara sofocada, la boca entreabierta, los ojos vidriosos y el pelo alborotado. Nadie que la viera tendría la menor duda sobre lo que había estado haciendo. Nunca se habría imaginado que pudiese tener un aspecto tan sensual. Parecía una mujer capaz de esclavizar sexualmente a un hombre como Joseph Jonas.
Él la levantó un poco más, sin esfuerzo aparente, obligándola a sostenerse de puntillas. Cuando la penetró con la lengua, ella gimió, sintiendo un hormigueo en todas las terminaciones nerviosas. Penetrándola con fuerza y rapidez, la lengua de Joseph separó las barreras de los tejidos y bebió el flujo aterciopelado que dio la bienvenida a su nueva invasión. El espejo no dejaba de reflejar sus frenéticas convulsiones. Se apretaba contra la boca de él buscando desesperadamente el alivio del orgasmo. Joseph retiró la lengua de su interior y le atrapó el clítoris en un beso caliente y húmedo. Gracias a la succión y a su habilidad, ____ alcanzó un orgasmo tan intenso que por unos momentos lo vio todo negro. En medio de violentas sacudidas, se desplomó sobre Joseph, tratando de liberarse de su boca, pero sin poder huir de su asalto. Cuando el éxtasis disminuyó de intensidad, él succionó con fuerza una vez más, lanzándola de cabeza a una furiosa réplica.
____ le clavó las uñas en los hombros. Tenía los ojos cegados por las lágrimas y el sudor que brotaba de su piel ardiente creaba una especie de bruma a su alrededor. Cuando empezó a desplomarse hacia un lado, Joseph salió de debajo de su pierna y se dejó caer en el suelo, arrastrándola en la caída para que quedara tumbada sobre él. ____ se le abrazó sin fuerzas, murmurando su nombre.
—Tranquila —la calmó Joseph, acariciándole la espalda temblorosa—. Te tengo.
Y era cierto.
****
Tumbado en el suelo, Joseph contemplaba los murales de ramas de olivo entrelazadas que rodeaban los tres enormes candelabros de la sala de baile de Melville House. Sabía que el tiempo pasaba mientras permanecía sin hacer nada sobre el duro mármol, con _____ tumbada exhausta sobre él. Sin embargo, era incapaz de preocuparse ni por el paso de las horas ni por la incomodidad de la postura. No había otro lugar en el mundo donde hubiera preferido estar en ese momento. Bueno, no le haría ascos a una cama.
—¿Joseph?
____, que generalmente hablaba con frases cortas y directas, estaba ronca por la pasión y había pronunciado su nombre arrastrando las letras. Eso a él le gustó tanto que le dio un beso en la frente.
—¿Sí? —dijo, acariciándole el alborotado cabello.
Ella levantó la cabeza para mirarlo.
—¿Cómo puedes hacer que una simple sílaba suene tan engreída?
—¿Y por qué no iba a hacerlo? Acabas de derretirte en mi boca.
Entornando los ojos, ella se sentó sobre los talones y apoyó las manos en las rodillas. Su expresiva cara adoptó un aire calculador. Cuando el examen visual alcanzó la zona de las ingles, la erección de Joseph pareció volver a la vida con fuerzas renovadas. Contuvo el aliento, preguntándose hasta dónde sería capaz de llegar su atrevida ____.
—No puedo dejarte marchar con eso —manifestó.
Joseph sonrió, mientras su adoración por aquella mujer se multiplicaba.
—Oh, pero me temo que va pegado a mí. Por suerte, pronto estaremos casados y tendrás más fácil acceso.
____ le dio un empujón en el hombro.
—No me refería a tu pene, tonto, me refería a tu erección.
—Ah... pero es que cada vez que me despido de ti, me voy con una.
Los ojos azules de ella se abrieron como platos.
—No puede ser.
—Lo es. No tan grandes como ésta, pero en mayor o menor grado, siempre está ahí.
____ ponderó la información atentamente.
—¿Es algo habitual en ti?
—Sólo desde que te conocí. Antes saciaba mis necesidades con un par de visitas a la semana al local de Remington —respondió él, acariciándole un mechón de pelo rojo y recordando el aspecto de su gloriosa melena extendida sobre su almohada.
—¿Cortesanas? —Una de las manos de ella se posó en su vientre—. ¿Ninguna mujer especial? ¿Ninguna a la que desearas volver a ver?
—Bueno, con algunas estaba más cómodo que con otras. Prefería a las que se saltaban la conversación e iban directas al grano. Pero de ahí a hablar de relación o afecto... No. Ninguna.
—Sexo sin afecto... Suena muy solitario.
—No sé lo que es la soledad.
Joseph se removió incómodo, pero respondió a sus preguntas con sinceridad, a pesar de que no estaba acostumbrado a hablar sobre sus sentimientos. Cuanto más hablaba, más segura parecía ____. Sólo por eso ya merecía la pena.
—Tengo unos objetivos que cumplir y mucho trabajo que hacer. No tengo tiempo para pasarlo deseando cosas que no tengo. Tú eres la excepción.
—Nunca entenderé por qué te gusto tanto. —Cuando ella sonrió, el hoyuelo que Joseph había visto el día que la conoció lo saludó—. Pero no pienso quejarme.
Cautivado por su hoyuelo, le cogió la mano y tiró de ella.
—Bésame.
—Te gusta mucho besar. No me estoy quejando, no me malinterpretes. Además, se te da muy bien.
—Nunca he sido demasiado aficionado a los besos antes de conocerte, pero ahora no puedo parar. A veces, la tentación es tan fuerte que lo paso mal para reprimirme.
—¿De verdad? —____ volvió a abrir mucho los ojos—. Pues no entiendo tu indiferencia. Yo adoro tus labios. Y tus besos.
—Nunca me había planteado que mi boca pudiera tener atractivo erótico. Otras partes de mi anatomía solían atraer más la atención.
—¿Puedo besarte en otras partes? —preguntó ella, ruborizándose—. ¿Tal vez aquí?
Su mano descendió y lo acarició por encima de los pantalones.
—¡Joder! —exclamó él, sorprendido por la intensidad de su reacción ante la atrevida e inesperada caricia.
—¿Me he pasado de la raya? —susurró ella, retirando la mano.
—No.
Joseph se la cogió y volvió a colocársela donde la había tenido, reprendiéndose mentalmente por alarmarla. No quería cohibirla. Deseaba que lo tocara. Lo deseaba muchísimo. El grado de confianza que ____ demostraba tenerle —desde hablar con franqueza a cumplir todos sus caprichos sexuales— lo maravillaba.
—Haz lo que quieras conmigo. Te lo ruego.
Ella le recorrió el cuerpo de arriba abajo, acariciándolo con la mirada. Joseph sintió la intensidad de esa mirada como si fuera una caricia tangible.
—Enséñame a complacerte. Muéstrame cómo ser la única mujer que necesites o desees.
Joseph se abrió los pantalones de un estirón y se los bajó junto con los calzoncillos. Su pene se liberó de un salto y se quedó levantado hacia su ombligo, en un despliegue de arrogancia masculina.
—Santo Dios —susurró ____—. Todas las partes de tu cuerpo son espléndidas.
Su tono de voz maravillado le hizo sentir un gran alivio, seguido de un deseo irresistible. No perdió detalle mientras ella alargaba la mano y le rodeaba el ardiente miembro ardiente con sus dedos, delgados y blancos y tan suaves que le parecieron de seda. Joseph echó el cuello hacia atrás y apretó los dientes para no perder el control. Si se ocupara él mismo del asunto, en un momento habría acabado. Desde que la había visto a ella presa del desenfreno hacía unos pocos minutos, estaba a punto de estallar. Seguía teniendo su aroma pegado a los labios. Cada vez que respiraba lo aspiraba, manteniendo su lujuria en niveles desconocidos por él hasta entonces.
Los dedos de ____ se deslizaron delicadamente por su miembro, arriba y abajo, explorando. Joseph soltó el aire bruscamente. Tenía los testículos tan prietos que, al no encontrar salida, el semen se le derramó soltando una gota en la punta del pene. Ella la tocó con la punta del dedo y se la llevó a la boca.
—Tal vez no te guste —le advirtió él—. A algunas mujeres no les gusta.
____ alzó una ceja, desafiante, y se metió la punta del dedo en la boca. Cuando hizo un ruidito de aprobación, Joseph perdió el control.
—Tómame en tu boca —le ordenó con brusquedad—. Rodea la punta con los labios.
Ella hizo lo que le pedía sin dudarlo. La melena, casi suelta del todo, le caía sobre los hombros, arremolinándose sobre el estómago de él. Con una mano, Joseph le apartó el pelo que le dificultaba la visión. No quería perderse detalle. Vio cómo ella inclinaba la cabeza, abría la boca y hacía desaparecer su pene en su interior. Cuando apretó los labios sobre la mullida cabeza, él gruñó y respiró entrecortadamente. El calor de su boca y la suave succión eran una tortura.
—Muy bien —jadeó—. Un poco más.
Los labios de ____ se deslizaron un poco más abajo, haciendo penetrar la punta del pene más profundamente en el estrecho canal de su boca.
—Chupa. Ah... sí, así. —Tenía la frente y el labio superior cubiertos de sudor—. Dios, tu lengua...
Ella gimió y él notó un temblor recorrerle la verga. Cualquier rastro de preocupación por si a ____ no le gustaba lo que estaba haciendo se desvaneció al oírla. Deslizó la mano y le sujetó los testículos, mientras con la lengua le acariciaba la parte inferior del miembro. Empezó a subir y bajar rítmicamente la cabeza mientras succionaba con tanta fuerza que Joseph podía oírla. El sonido resonó en la gran sala de baile hasta que él lo notó vibrando en su interior. ____ parecía tan frenética ahora como cuando estaba a punto de alcanzar su propio éxtasis. Le estaba comiendo la polla como si estuviera muerta de hambre. Hambre de él. Ver su entusiasmo, sentirlo en sus manos y su boca, oírlo en los sonidos que hacía... El resultado era tan erótico que no podía resistir más.
—Me pones duro como una piedra —gruñó—. Déjame acabar a mí.
Como respuesta, ella lo tomó aún más profundamente en su boca. Haciendo palanca con la lengua, clavándolo a su paladar, manteniéndolo aprisionado mientras succionaba con tanta fuerza que a Joseph le temblaron los muslos.
—¡Dios! —exclamó, levantando las caderas del suelo.
Le pareció que el primer chorro de semen que brotaba le salía directamente de la columna vertebral. ____ tragó y con la mano bombeó lo que quedaba, tragándose hasta la última gota. Gruñendo y sudando, él echó la cabeza hacia atrás y le folló la boca, corriéndose en un orgasmo tan intenso que resultaba doloroso. Parecía que las oleadas no iban a terminar nunca. A ella no parecía importarle. Al revés, lo animaba con sus gemidos apagados.
Joseph se derrumbó con los brazos abiertos a los lados. Los músculos se le contraían desde los hombros a las pantorrillas sin poderlos controlar, mientras sus pulmones luchaban por respirar entrecortadamente. Aunque su pene, exhausto, empezaba a disminuir de tamaño, ____ seguía ocupándose de él. Trató de introducirle la lengua en el pequeño orificio de la punta, tragando la última gota de semen que le quedaba. Joseph cerró los ojos, sintiéndose embriagado y saciado como nunca antes.
—Ven aquí —murmuró. Necesitaba abrazarla.
Cuando ella se acurrucó a su lado en el mármol, enredando las piernas con las suyas, Joseph no reconoció la emoción que lo había embargado. Horas más tarde comprendió que podía tratarse de felicidad. | |
| | | Lady_Sara_JB Casada Con
Cantidad de envíos : 1582 Edad : 28 Localización : México Fecha de inscripción : 24/03/2013
| Tema: Re: Orgullo y Placer (Joe y tú) HOT- Terminada Marzo 17th 2014, 18:59 | |
| bueno... fue muy intenso el capitulo pero es muy tierno joe siguela | |
| | | VaLeexD Vecina De Los Jonas!
Cantidad de envíos : 330 Edad : 29 Fecha de inscripción : 07/04/2012
| Tema: Re: Orgullo y Placer (Joe y tú) HOT- Terminada Marzo 18th 2014, 13:42 | |
| Taan tieernoo eel n.n.
Siigueelaa me encaantaaa
| |
| | | PidgeJonas Casada Con
Cantidad de envíos : 1666 Edad : 32 Fecha de inscripción : 23/04/2012
| Tema: Re: Orgullo y Placer (Joe y tú) HOT- Terminada Marzo 18th 2014, 14:49 | |
| Orgullo y Placer
Capitulo 26 —Buenos días, señorita Martin.
____ agradeció la distracción que suponía la visita de su hombre de confianza poco después de las once de la mañana, dos días más tarde. Joseph había enviado una nota, excusándose por no poder acudir a su reunión matutina. Pero aparte de la disculpa, la nota no daba ninguna explicación. La última vez que habían hablado había sido durante su clase en la sala de baile, la mañana anterior; una sala que ____ ya nunca más vería con los mismos ojos.
—Buenos días, señor Reynolds —respondió ella con energía, cerrando el libro de contabilidad y sonriendo. Al ver que él se la quedaba mirando sorprendido, se dio cuenta de lo poco que le costaba sonreír últimamente.
Aclarándose la garganta, el hombre se sentó. ____ se fijó, complacida, en que se había cambiado el maletín. A diferencia del anterior, éste era de suave piel color borgoña, con adornos dorados. Era un buen empleado, que trabajaba mucho y bien, y ella le pagaba como se merecía. Le gustó ver que se daba algún capricho.
—Creo que debo darle la enhorabuena —empezó diciendo él.
—Así es, gracias. —____ juntó las manos sobre la mesa—. ¿Cómo está la señora Reynolds?
—Muy bien.
El hombre le contó una historia sobre las actividades sociales de su esposa y ella trató de parecer interesada, pero se sintió muy aliviada cuando él pasó a ocuparse de otros asuntos.
—He recibido carta de mi hermano.
—¿Ah, sí?
A ____ se le encogió el estómago. Joseph había aceptado ser más abierto respecto a su pasado, lo que la había puesto en una situación incómoda. Cada vez se arrepentía más de haber enviado a Tobias Reynolds a Irlanda. Aunque lo había contratado antes de que su relación se volviera íntima, no podía negarse que estaba actuando a espaldas del hombre que iba a ser su marido, investigando su pasado sin que él lo supiera. Reynolds se echó hacia atrás en la silla.
—Llegó bien a Irlanda y ha empezado a investigar.
____ se recordó a sí misma que seguir su instinto no era ningún error.
—Me gustaría que volviera. Ya tengo toda la información que necesito.
—Si está segura...
—Lo estoy. Le pagaré la tarifa que habíamos acordado, que no se preocupe.
—No lo he dudado ni por un momento. —El hombre agarró los brazos de la butaca con fuerza y los volvió a soltar—. ¿Puedo hablarle con franqueza, señorita Martin?
—Siempre —lo animó ella—. Valoro la sinceridad por encima de todo lo demás. Creo que ya debería saberlo a estas alturas.
—Lo sé. Sin embargo... —Reynolds respiró hondo y luego soltó lo que quería decir apresuradamente—: ¿He fallado en mis obligaciones de alguna manera? ¿Le he dado motivos para desconfiar de mí?
—No. —____ se enderezó en la silla, alarmada—. ¿Qué lo lleva a pensar eso?
—Siempre me había pedido que investigara a sus pretendientes. Me ha extrañado enterarme de que se había prometido a un hombre al que yo no había investigado. Sé que es amigo de lord Melville, pero también es un posible inversor y ni siquiera me ha pedido que compruebe su solvencia.
Ella se quedó impresionada.
—Su meticulosidad es encomiable, señor Reynolds.
—Me alivia que lo crea así —contestó él, echándose hacia delante—. Sólo he dispuesto de unas horas para investigar, pero admito que lo poco que he averiguado me ha inquietado bastante.
—¿Inquietado?
Al parecer, Terrance Reynolds no era el único individuo curioso y con iniciativa en la ciudad de Londres. ¿Qué le habrían contado? ¿Y quién habría sido?
—El caballero vive en una zona de la ciudad poco recomendable y en su casa entran y salen individuos de mal aspecto a todas horas. Aún no estoy seguro, pero sospecho que tiene algún tipo de negocio en su domicilio. Creo que no le falta lo necesario para vivir cómodamente, pero no está a su nivel, señorita Martin.
—Hay muy pocos hombres que lo estén. Sin embargo, el conde de Westfield parece ser buen amigo suyo.
—Eso es cierto —admitió Reynolds—. Reconozco que, a estas alturas, su prometido es un auténtico enigma para mí.
Conmovida por su interés, ____ pensó que lo mejor sería pagarle su sinceridad con la misma moneda, para que dejara de sufrir por ella.
—El señor Jonas es detective.
—¡Detective! —Por unos instantes, lo único que Reynolds pudo hacer fue parpadear. Finalmente, dijo—: No es demasiado conocido en el gremio.
—No, por supuesto que no. No habría podido haberse hecho pasar por mi pretendiente si hubiera sido un detective conocido. Me lo recomendaron.
—¿Se lo recomendaron? No lo entiendo. ¿Para qué?
—¿Se acuerda de cuando la señora Peachtree tuvo problemas económicos, hace unos meses? — ____ se refería a la arrendataria de uno de sus locales, que sospechaba que uno de los empleados le robaba de la caja—. Le aconsejaron que contratara a un agente de Bow Street. Cuando tuve problemas, fui a verla y le pedí el nombre del agente. Pero el señor Bell no fue capaz de ayudarme. Él me recomendó a Thomas Lynd quien, a su vez, me sugirió que el señor Jonas sería más adecuado para el caso.
—Santo cielo. —Reynolds se ruborizó—. Ha hecho tantas cosas sin contar conmigo que no puedo evitar sentirme... superfluo.
—Al contrario. Es usted un extraordinario apoyo para mí y valoro mucho su trabajo. No quería ponerlo en peligro. ¿Sabe?, últimamente he estado sufriendo algunos accidentes un tanto... sospechosos.
—¿Accidentes? —Reynolds palideció—. Pe... pero ¿qué?, ¿por qué? ¡Maldita sea! ¿Quién querría hacerle daño?
—Precisamente para eso contraté al señor Jonas.
—Ojalá me lo hubiera contado antes. Tobias y yo podríamos haberle buscado un buen detective. Podría haberse evitado la molestia de tener que fingir un compromiso con el señor Jonas.
—No, el compromiso no es fingido. —____ lamentó ver la sombra de la confusión en el rostro del hombre—. Mi relación con el señor Jonas tiene dos caras.
Reynolds empezó a removerse en el asiento, claramente incómodo.
—Si tiene algo que decir, dígalo sin temor, señor Reynolds —lo animó ella—. Respeto sus opiniones y puntos de vista en todo lo que haga referencia a mis negocios.
Él volvió a aclararse la garganta.
—Lo que me ha contado... la serie de acontecimientos que la han llevado a contratar al señor Jonas... me resultan sospechosos. Todo empieza con unos accidentes que la hacen temer por su seguridad. Luego contrata a un detective y ese detective la corteja y logra que usted acepte ser su esposa a pesar de no ser un candidato adecuado. No puedo evitar preguntarme si el resultado y la causa de los accidentes no estarán más ligados de lo que parece a simple vista.
—¿Se está preguntando si tal vez el señor Jonas es al mismo tiempo el causante y la solución de mis problemas? No, por favor, no se avergüence. Me parece una hipótesis fascinante. Yo debería ser quien se avergonzara por no habérmelo planteado antes. —Echándose hacia atrás en la silla, le dio un par de vueltas al tema—. Si el señor Jonas ha sido capaz de idear un plan tan complejo, sin duda es más inteligente de lo que pensaba, y nunca me ha parecido tonto. Sin embargo, teniendo en cuenta mi conocida aversión por el matrimonio, me cuesta entender cómo alguien pudo llegar a la conclusión de que ese plan tendría éxito.
—Su situación social y financiera es muy apetecible. Entiendo que muchos crean que merece la pena intentarlo. El señor Jonas no tenía nada que perder. A las malas, lo contratarían para resolver el caso. Al haberlo ideado él, se aseguraría de que se resolviera cuando quisiera, cobrando por ello.
____ sonrió.
—Me alegra comprobar que mi hombre de confianza es tan imaginativo.
Reynolds se ruborizó ligeramente.
—Siempre ha sido usted tan prudente, sobre todo en lo que a sus pretendientes se refiere. Le ruego que me permita seguir investigando al caballero. No le cobraré nada. Es por mi propia paz de espíritu.
—No me parece necesario, señor Reynolds. La confianza es tan importante como la honestidad y yo he depositado la mía en el señor Jonas. Sin reservas. No me gustaría erosionar los cimientos de esa confianza con sospechas innecesarias.
—Como quiera —asintió él.
—Gracias, señor Reynolds. Sin embargo, hay algo sobre lo que sí le agradecería que se informara. El conde de Montague está creando un grupo de inversores. Me gustaría saber qué se dice por ahí del proyecto y qué viabilidad cree que puede tener.
—¿Está interesada en invertir?
—Por el momento no. Pero lord Montague le ofreció participar al señor Jonas y me gustaría saber si se trata de una inversión sólida.
Sacando su informe semanal de la cartera, Reynolds se puso en pie.
—Empezaré inmediatamente.
____ cogió los papeles con una leve inclinación de cabeza.
—Que Dios lo acompañe, señor Reynolds.
Él hizo una reverencia de despedida.
—Y a usted también, señorita Martin.
Durante la hora siguiente, ____ trabajó incansablemente, confeccionando una lista de prendas de ropa de vestir y del hogar que iba a necesitar para el ajuar. Que deseara renovar totalmente su vestuario, cambiando sus vestidos de colores apagados por otros de tonos más vivos y cortes más atrevidos, no era más que otra prueba de lo mucho que la había cambiado su relación con Joseph. Y trataba su cambio de actitud con la importancia debida. Tras reflexionar sobre el tema, llegó a la conclusión de que él no era el único responsable de que hubiera abandonado actitudes y creencias muy arraigadas en ella. Había sido su decisión de confiar en Joseph lo que había obrado el cambio principal.
____ había sido testigo de los fracasos amorosos de su madre, que se sumía en una profunda melancolía cada vez que una relación acababa. No sabía qué era lo que Georgina había buscado en sus parejas, pero era evidente que no lo había encontrado. Y ella empezaba a sospechar que la culpable había sido la falta de confianza. Durante todo este tiempo, ____ había pensado que si se mantenía alejada de cualquier romance estaría a salvo. Pero en realidad la respuesta era mucho más sencilla: sólo tenía que encontrar un compañero en el que poder confiar. Y ahora que lo había hecho, el camino a seguir era reforzar su vínculo gracias a la sinceridad y la transparencia. Alguien llamó a la puerta abierta del estudio, lo que le hizo levantar la cabeza de los papeles. Era Robbins, que le llevaba el correo.
—Disculpe, señorita. —El mayordomo entró y dejó la bandeja con la correspondencia sobre el escritorio—. ¿Tomará el té aquí o con el señor conde?
—Con mi tío, gracias.
____ se quedó mirando el montón de cartas, mucho más abundante de lo habitual. Las examinó, separando su correo personal del de lord Melville. Casi todas las cartas dirigidas a ella eran invitaciones a distintos actos sociales. Nunca había recibido tantas. Confusa por la exagerada atención que recibía, cogió las cartas de su tío y se levantó. Miró primero en el despacho de Melville, pero al ver que estaba vacío, fue al invernadero. Lo encontró allí, regando las plantas con las que experimentaba. El sol de la tarde entraba por los numerosos ventanales, calentando el aire y creando una densa humedad.
—Buenas tardes, milord —lo saludó al entrar.
Melville le ofreció la mejilla y ella lo besó.
—____ —dijo el conde sin más preámbulos—, ¿te acuerdas de los injertos que te enseñé? ¡Mira cómo han crecido!
Ella echó un vistazo a las dos plantas que crecían juntas, unidas por el tallo, y pensó en su relación con Joseph.
—Es precioso. Entiendo que estés tan contento.
—Y estas plantas suelen vivir en climas tropicales, así que estoy doblemente orgulloso por el éxito —dijo su tío radiante, pero al ver el montón de correspondencia que ella le llevaba le cambió la cara. Con un suspiro, alargó la mano. ____ le dio las cartas.
—¿Has hecho algún avance con las que te di el último día?
La mueca de su tío le dio la respuesta que necesitaba.
—¿Nunca echas de menos la compañía de otras personas? —le preguntó ella, negando con la cabeza.
—Aquí tengo todo lo que necesito —respondió el hombre, dejando las misivas sobre una mesa manchada de tierra.
—Pero puede que haya gente que te necesite a ti. No dejan de demostrarte su simpatía, a pesar de que nunca respondes a sus cartas.
Le preocupaba el bienestar del anciano. ¿Qué pasaría cuando dejara de vivir bajo su techo? Ella era su conexión principal con el mundo exterior. ¿Perdería completamente el contacto con la sociedad? ¿Se enteraría de las cosas únicamente por la prensa? No le gustaba nada la idea. Él había vuelto a regar las plantas.
—¿Y tú? Hasta hace poco una vida solitaria te parecía muy apetecible. Me decías que tenías bastante con los paseos, las novelas y los libros de contabilidad.
—Te tenía a ti.
—¿Hasta cuándo? Un día partiré en busca de mi recompensa eterna.
____ dibujó formas en la tierra con el dedo.
—Aún falta mucho para eso.
El conde la miró, pero por suerte cambió de tema.
—De todos modos, no me estoy quejando. Al contrario. Me alegro mucho de que hayas dejado de vivir a la sombra de tu madre. Mi viejo corazón se alegra al ver que has encontrado a alguien con quien compartir tu vida.
—¿Crees que he dejado de vivir a la sombra de mi madre? Cada vez me parezco más a ella y he elegido a un hombre muy parecido a mi padre. Tal vez lo que he hecho ha sido ponerme su sombra encima, como si fuera una capa.
—Has heredado su belleza —dijo Melville—. Pero tienes una firmeza de carácter que a Georgina le faltaba. Vas por la vida pisando fuerte. Ella en cambio tropezaba a menudo.
—¿Quieres decir que era una irresponsable?
—Quiero decir que era inestable. Era incapaz de mantener un rumbo fijo durante mucho tiempo. Iba dando bandazos de un lado a otro. —De una sacudida, hizo saltar un bicho de una hoja—. Si me aficioné a la horticultura fue precisamente gracias a ella. Quería encontrar un remedio para sus bruscos cambios de humor mezclando varias hierbas.
____ recordaba esos cambios de humor a la perfección. Una semana su madre estaba exultante de felicidad y a la semana siguiente era incapaz de levantarse de la cama.
—¿Crees que se trataba de una dolencia física? Siempre pensé que se debía a su carácter.
—Procuré no cerrarme a ninguna posibilidad. Habría hecho cualquier cosa para asegurar su felicidad, igual que lo haría por ti.
—El señor Jonas me hace feliz. En estos momentos, mi única preocupación eres tú.
Él le dio unas palmaditas en la mano.
—Si tú estás bien, yo estaré bien.
____ puso la mano sobre la de su tío y se la apretó cariñosamente.
—¿Vamos a tu estudio a tomar el té?
—¿Ya es la hora del té?
El estómago del hombre protestó de hambre en ese momento. Dejando la regadera en la mesa, se sacudió la tierra de las manos y le ofreció el brazo a su sobrina.
—No te dejes las cartas.
Melville gruñó, pero recogió la correspondencia.
—No cabe duda de que eres hija de tu madre. Eres tan tozuda como ella.
Recorrieron la distancia que los separaba del estudio en un cómodo silencio. Al entrar en aquella habitación, _____ se fijó en los detalles del lugar donde su tío pasaba tantas horas, muy consciente de que iba a echar de menos los ratos que pasaban juntos. A pesar de sus defectos y de su curiosa idiosincrasia, ella lo quería mucho. Se preguntó cuánto tiempo podría pasar con él cuando estuviera casada con Joseph. Cuando su tío se retirara a su casa en el campo al finalizar la temporada social, ¿pasaría meses sin ver a nadie? Suponía que Joseph estaría todo el año en Londres, por su actividad profesional. El conde dejó la nueva correspondencia sobre un montón de cartas que se aguantaba en precario equilibrio en la cesta que tenía junto a la puerta. Incapaz de aguantar el peso adicional, la pila se desplomó y docenas de cartas fueron a parar al suelo.
—¡Oh, qué molesto! —murmuró Melville, agachándose para recogerlas.
____ se agachó también para ayudarlo.
—Qué curioso —oyó que comentaba su tío.
—¿El qué?
—Este sello.
Ella miró el sello de cera negra que le mostraba.
—Parece una espada sobre... algo.
—Un reloj de arena —dijo Melville.
—Interesante. ¿A quién pertenecerá?
—No tengo ni idea. Pero mira, aquí hay otra. —Y cogió otra carta que había ido a parar a sus pies.
Efectivamente, el sello era el mismo. Dejando caer las demás cartas, la abrió. Mientras leía, frunció el ceño. Al acabar de leer, palideció.
—¿Qué pasa? ¿De qué se trata? —preguntó ____, alarmada.
—Es una amenaza —respondió él, alargándole la carta
—Contra ti. | |
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