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 Hush Hush Adaptación Joe&Tu

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AlezitaJounas
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MensajeTema: Hush Hush Adaptación Joe&Tu    Hush Hush Adaptación Joe&Tu  Icon_minitimeEnero 1st 2013, 22:18

Hola!! Soy la chica que les adapto Una noche con su mujer espero que les guste esta nueva adaptacion de una de mis sagas favoritas que es Hush Hush

Sinopsis: Un juramento sagrado, un ángel caído, un amor prohibido.
____ Grey es responsable y lista y nada inclinada a la temeridad. Su primer error fue enamorarse de Joe. Joe tiene un pasado que podría llamarse cualquier cosa excepto inofensivo. Lo mejor que hizo nunca fue enamorarse de ____.
Después de ser emparejada con Joe en biología, todo lo que ____ quiere hacer es permanecer lejos de él, pero él siempre parece estar dos pasos por delante de ella. Puede sentir sus ojos sobre ella incluso cuando no está cerca. Lo siente cerca incluso cuando está sola en su habitación. Y cuando su atracción ya no puede ser negada, conoce el secreto de lo que es Joe y de lo que lo llevó hasta ella. A pesar de todas las preguntas que tiene sobre su pasado, tal vez haya una única pregunta que puedan hacerse: ¿hasta dónde estás dispuesto a caer?
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MensajeTema: Re: Hush Hush Adaptación Joe&Tu    Hush Hush Adaptación Joe&Tu  Icon_minitimeEnero 3rd 2013, 01:07

Prólogo
Valle Del Loira, Francia
Noviembre 1565
Chauncey estaba con la hija de un granjero en los bancos de hierba del río Loira cuando
llegó la tormenta, y habiendo dejado que su montura vagara por la pradera, no tenía más
que sus pies para que lo llevaran de vuelta al castillo. Arrancó una hebilla de plata de su
zapato, la colocó sobre la palma de la chica y la vio marcharse, escurridiza, el barro
manchándole las faldas. Después se colocó bien las botas y salió de camino a casa.
Llovía a cántaros en la campiña oscura que rodeaba el castillo de Langeais. Chauncey
caminaba con facilidad sobre las tumbas hundidas y el humus del cementerio; incluso en
la niebla más espesa podía encontrar su camino de vuelta a casa desde aquí sin perderse.
Esa noche no había niebla, pero la oscuridad y la arremetida de la lluvia engañaban lo
suficiente.
Chauncey percibió movimiento por el rabillo del ojo, y giró de repente la cabeza a la
izquierda. Lo que a simple vista parecía ser un gran ángel coronando un monumento
cercano se irguió hasta alcanzar plena altura. Ni de piedra ni de mármol, el chico tenía
brazos y piernas. Su torso estaba desnudo, sus pies también, y pantalones de campesino
colgaban bajos de su cintura. Saltó del monumento, su pelo negro goteando lluvia. Ésta
corría por su cara, que era oscura como la de un español. La mano de Chauncey reptó
lentamente hasta la empuñadura de su espada.
- ¿Quién anda ahí?
La boca del chico dibujó una leve sonrisa.
- No juguéis con el Duque de Langeais. - Advirtió Chauncey - He preguntado vuestro
nombre. Dadlo.
- ¿Duque? - El chico se apoyó contra un álamo retorcido - ¿O bastardo?
Chauncey desenvainó su espada.
- ¡Retiradlo! Mi padre era el Duque de Langeais. Yo soy el Duque de Langeais ahora. -
Añadió torpemente, y se maldijo por ello.
El chico sacudió la cabeza perezosamente.
- Tu padre no era el antiguo duque.
Chauncey bulló de furia ante el escandaloso insulto.
- ¿Y tu padre? - Exigió extendiendo la espada. Todavía no conocía a todos sus vasallos,
pero estaba aprendiendo. Se grabaría el nombre de la familia de este chico en la
memoria - Lo preguntaré una vez más. - Dijo en voz baja, restregándose una mano contra
el rostro para apartar la lluvia - ¿Quién eres?
El chico se adelantó y apartó el filo a un lado. De pronto parecía mayor de lo que
Chauncey había presupuesto, tal vez incluso un año o dos mayor que Chauncey.
- Uno de la prole del Diablo. - Respondió.
Chauncey sintió un vuelco de miedo en el estómago.
- Eres un maldito lunático. - Dijo entre dientes - Sal de mi camino.
El suelo debajo de Chauncey tembló. Explosiones de oro y grana aparecieron detrás de
sus ojos. Encorvado, con sus uñas clavándose en sus muslos, alzó la vista al chico,
parpadeando y jadeando, intentando comprender lo que estaba pasando. La cabeza le
daba vueltas como si ya no estuviera a sus órdenes.
El chico se agachó para ponerse a la altura de sus ojos.
- Escucha con atención. Necesito algo de ti. No me iré hasta que lo tenga. ¿Entiendes?
Apretando con fuerza los dientes, Chauncey sacudió la cabeza para expresar su
incredulidad ―su desafío. Intentó escupirle al chico, pero la saliva le corrió por la
barbilla, su lengua negándose a obedecerle.
El chico apretó sus manos en torno a las de Chauncey; su calor le abrasó y gritó.
- Necesito tu juramento de lealtad. - Dijo el chico - Póstrate sobre una rodilla y júralo.
Chauncey ordenó a su garganta reírse ásperamente, pero su garganta se constriñó y se
ahogó en el sonido. Su rodilla derecha cedió como si le hubieran dado una patada desde
atrás, aunque allí no había nadie, y cayó hacia delante sobre el barro. Se cayó de lado e
hizo arcadas.
- Júralo. - Repitió el chico.
El calor subió por el cuello de Chauncey; hizo falta toda su energía para doblar sus manos
en dos débiles puños. Se rió de sí mismo, pero allí no había humor. No tenía ni idea de
cómo, pero el chico estaba infligiendo la náusea y la debilidad en su interior. No se irían
hasta que hiciera el juramento. Diría lo que tenía que decir, pero en su corazón juró que
destruiría al chico por esta humillación.
- Señor, me convierto en vuestro hombre. - Dijo Chauncey con voz envenenada.
El chico puso de pie a Chauncey.
- Encuéntrate conmigo aquí al comienzo del mes hebreo de Cheshvan. Durante dos
semanas entre las lunas nueva y llena, necesitaré tu servicio.
- ¿Una... quincena? - Todo Chauncey tembló ante el peso de su furia - ¡Yo soy el Duque
de Langeais!
- Eres un Nephil. - Dijo el chico con un atisbo de sonrisa.
Chauncey tenía una réplica profana en la punta de la lengua, pero se la tragó. Sus
siguientes palabras fueron dichas con un veneno helado.
- ¿Qué has dicho?
- Perteneces a la raza bíblica de los Nephilim. Tu verdadero padre era un ángel que cayó
del paraíso. Eres medio mortal. - Los ojos oscuros del chico se alzaron, encontrándose
con los de Chauncey - Medio ángel caído.
La voz del tutor de Chauncey llegó desde los más recónditos recovecos de su mente,
leyendo pasajes de la Biblia, hablándole de una raza desviada creada cuando ángeles
expulsados del paraíso se aparearon con mujeres mortales. Una raza terrible y poderosa.
Un escalofrió que no era exactamente de repulsión se extendió a través de Chauncey.
- ¿Quién eres?
El chico se dio la vuelta, marchándose, y, aunque Chauncey quería ir detrás de él, no era
capaz de hacer que sus piernas sostuvieran su peso. Arrodillado allí, parpadeando a
través de la lluvia, vio dos gruesas cicatrices en la espalda del torso desnudo del chico. Se
estrechaban para formar una V al revés.
- ¿Eres... caído? - Le gritó - Tus alas han sido arrancadas, ¿verdad?
El chico ―ángel― quienquiera que fuera, no se dio la vuelta. Chauncey no necesitaba la
confirmación.
- Este servicio que voy a proporcionar. - Gritó - ¡Exijo saber lo que es!
El aire resonó con la risa grave del chico.
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MensajeTema: Re: Hush Hush Adaptación Joe&Tu    Hush Hush Adaptación Joe&Tu  Icon_minitimeEnero 9th 2013, 01:26

Capítulo 1
Coldwater, Maine
Día presente
Entré en Biología y me quedé con la boca abierta. Misteriosamente adherida a la pizarra estaba una muñeca Barbie, con Ken a su lado. Habían sido obligados a unir los brazos y estaban desnudos excepto por hojas artificiales situadas en algunas zonas estratégicas. Garabateado sobre sus cabezas en gruesas letras rosas de tiza estaba la invitación: BIENVENIDOS A LA REPRODUCCIÓN HUMANA (SEXO)
A mi lado, Vee Sky dijo:
- Ésta es exactamente la razón por la que el instituto prohíbe móviles con cámara. Fotos de esto en eZine serían toda la prueba que necesito para hacer que la cámara de educación cortara por lo sano con la Biología. Y entonces tendríamos esta hora para hacer algo productivo... como recibir tutorías individuales de chicos mayores monos.
- ¿Cómo, Vee? - Dije. - Habría jurado que estabas esperando con ansias esta unidad todo el semestre.
Vee bajó las pestañas y sonrió torvamente.
- Esta clase no va a enseñarme nada que no sepa ya.
- ¿Vee? ¿No eres virgen?
- No tan alto. - Guiñó el ojo justo cuando sonó el timbre, enviándonos a las dos a
nuestros asientos, que estaban al lado en nuestra mesa compartida.
El Entrenador McConaughy cogió el silbato que colgaba de una cadena de su cuello y sopló.
- ¡A vuestros asientos, equipo! - El Entrenador consideraba enseñar Biología de décimo curso un deber secundario a su trabajo como entrenador del equipo de baloncesto, y todos lo sabíamos - Tal vez no se os haya ocurrido, chicos, que el sexo es más que un viaje de quince minutos al asiento trasero de un coche. Es ciencia. ¿Y qué es la ciencia?
- Aburrida. - Gritó un chico del fondo de la clase.
- La única clase que suspendo. - Dijo otro.
Los ojos del Entrenador rastrearon la primera fila, deteniéndose sobre mí.
- ¿____?
- El estudio de algo. - Dije.
Se acercó y golpeó el dedo índice sobre la mesa delante de mí.
- ¿Qué más?
- Conocimiento adquirido a través de la experimentación y la observación. - Encantador. Sonaba como si estuviera en una audición para el audiolibro de nuestro libro de texto.
- Con tus propias palabras.
Toqué mi labio superior con la punta de la lengua y busqué un sinónimo.
- La ciencia es una investigación. - Sonaba como una pregunta.
- La ciencia es una investigación. - Dijo el Entrenador, frotándose las manos - La ciencia requiere que nos transformemos en espías.
Dicho así, la ciencia casi sonaba divertida. Pero había estado en clase del Entrenador lo suficiente como para no albergar esperanzas.
- Ser buenos sabuesos requiere practica. - Prosiguió.
- También el sexo. - Vino otro comentario del fondo de la sala.
Todos ahogamos la risa mientras el Entrenador apuntaba al ofensor con un dedo
acusatorio.
- Eso no va a ser parte de los deberes de hoy. - El Entrenador me devolvió su atención -___, has estado sentada al lado de Vee desde el comienzo del curso.
Asentí, pero tenía un mal presentimiento de a dónde nos estaba llevando esto.
- Ambas estáis juntas en el eZine del instituto. - Una vez más, asentí – Me apuesto a que sabéis bastante la una de la otra. Vee me dio una patada por debajo de nuestra mesa. Sabía lo que estaba pensando. Que él no tenía ni idea de hasta qué punto sabíamos cosas la una de la otra. Y no me refiero solo a los secretos que enterramos en nuestros diarios. Vee es mi no-gemela. Tiene ojos verdes, pelo rubio platino y está unos kilos por encima de “con curvas”. Yo soy una morena de ojos gris humo con montones de pelo ondulado que se mantiene en sus trece incluso con la mejor plancha. Y soy todo piernas, como el taburete de un bar. Pero sí hay un hilo invisible que nos une; las dos juramos que el vínculo empezó mucho antes del nacimiento. Las dos juramos que continuará en su sitio durante el resto de nuestras vidas. El Entrenador alzó la vista a la clase.
- De hecho, me apuesto a que cada uno de vosotros conoce lo bastante bien a la persona al lado de la cual se sienta. Escogísteis los asientos que escogísteis por una razón, ¿verdad? Familiaridad. Qué mal que los mejores sabuesos eviten la familiaridad. Anula el instinto investigador. Que es la razón por la que hoy vamos a crear una nueva asignación de asientos. Abrí la boca para protestar, pero Vee se me adelantó.
- ¿Qué demonios? Es Abril. Es decir, es casi fin de curso. No puede sacar este tipo de cosas ahora.
El Entrenador mostró un atisbo de sonrisa.
- Puedo sacar este tipo de cosas hasta el último día del semestre. Y si suspendéis mi clase, estaréis de vuelta aquí el año que viene, donde estaré sacando este tipo de cosas otra vez.
Vee lo fulminó con la mirada. Es famosa por esa mirada. Es una expresión que lo hace todo salvo sisear audiblemente. Aparentemente inmune a ella, él Entrenador se trajo el silbato a los labios y captamos la idea.
- Cada compañero sentado en el lado izquierdo de la mesa..., es decir, vuestra
izquierda..., que se mueva un asiento hacia adelante. Esos en la fila de adelante..., sí, incluida tú, Vee..., id al fondo.
Vee metió su libreta dentro de la mochila y cerró la cremallera. Yo me mordí el labio y le dediqué un breve adiós con la mano. Después me volví levemente, revisando la sala detrás de mí. Sabía los nombres de todos mis compañeros... excepto de uno. El transferido. El Entrenador nunca lo llamaba en clase, y él parecía preferirlo así. Estaba sentado apoltronado una mesa detrás, los fríos ojos negros mirando siempre hacia delante. Justo como siempre. Ni por un momento me creí que simplemente se sentara ahí, día tras día, mirando al vacío. Estaba pensando en algo, pero el instinto me decía que probablemente no quería saber en qué. Dejó su libro de Biología sobre la mesa y se deslizó en la antigua silla de Vee. Sonreí.
- Hola. Soy ____.
Sus ojos negros cortaron a través de mí, y las comisuras de sus labios se elevaron. Mi corazón dio un pequeño salto y en esa pausa, la sensación de una oscuridad sombría pareció deslizarse como una sombra sobre mí. Se desvaneció en un instante, pero todavía estaba mirándolo. Su sonrisa no era amistosa. Era una sonrisa que anunciaba problemas. Como una promesa. Me concentré en el encerado. Barbie y Ken me devolvieron la mirada con unas sonrisas
extrañamente alegres. El Entrenador dijo:
- La reproducción humana puede ser un asunto pegajoso...
- ¡Agh! - Gruñó un coro de alumnos.
- Requiere manejarla con madurez. Y como toda ciencia, la mejor aproximación es
aprender siendo sabuesos. Durante el resto de la clase, practicad esta técnica a base de averiguar tanto como podáis sobre vuestro nuevo compañero. Mañana, traed por escrito vuestros descubrimientos, y creedme, voy a revisar su autenticidad. Esto es Biología, no lengua, así que ni se os ocurra trabajar con la ficción en vuestras respuestas. Quiero ver intención de verdad y trabajo en equipo. - Había un “o si no” implícito.
Me senté perfectamente quieta. La pelota estaba en su campo ―yo había sonreído, y mira lo bien que eso había resultado. Arrugué la nariz, intentando averiguar a qué olía. Cigarrillos no. Algo más intenso, más apestoso. Puros.
Encontré el reloj en la pared y di golpecitos con mi lápiz a tiempo con el segundero.
Planté mi codo en la mesa y apoyé la barbilla sobre el puño. Solté un suspiro.
Genial. A este ritmo iba a suspender.
Tenía los ojos clavados delante, pero oí el suave deslizamiento de su bolígrafo. Estaba escribiendo, y quería saber qué. Diez minutos de sentarnos juntos no lo cualificaba para asumir nada sobre mí. Lanzando una mirada de reojo, vi que en su papel había varias
líneas, y creciendo.
- ¿Qué estás escribiendo? - Pregunté.
- Y habla. - Dijo mientras lo garabateaba, cada movimiento de su mano al mismo tiempo suave y descuidado.
Me incliné tan cerca de él como pude, intentando leer lo que había escrito, pero dobló el papel por la mitad ocultando la lista.
- ¿Qué has escrito? - Exigí.
Estiró la mano hacia mi papel sin usar, deslizándolo a través de la mesa hacia él. Lo arrugó formando una bola. Antes de que pudiera protestar, lo lanzó a la papelera al lado del escritorio del Entrenador. El tiro entró de lleno. Me quedé mirando a la papelera un momento, dividida entre la incredulidad y el enfado. Después abrí mi libreta en una página en blanco.
- ¿Cómo te llamas? - Pregunté, el lápiz preparado para escribir.
Alcé la vista a tiempo para ver otra sonrisa oscura. Ésta parecía retarme a sonsacarle algo.
- ¿Tu nombre? - Repetí con la esperanza de que fueran imaginaciones mías el que mi voz temblara.
- Llámame Joe. Lo digo en serio. Llámame.
Me guiñó el ojo al decirlo, y estaba bastante segura de que se estaba riendo de mí.
- ¿Qué haces en tu tiempo libre? - Pregunté.
- No tengo tiempo libre.
- Asumo que este trabajo es para nota, ¿así que me haces el favor?
Se inclinó hacia atrás en su asiento, doblando los brazos detrás de la cabeza.
- ¿Qué clase de favor?
Estaba bastante segura de que era una insinuación, y busqué desesperadamente la forma de cambiar de tema.
- Tiempo libre. - Repitió, pensativo - Hago fotos.
Escribí Fotografía en mi folio.
- No había terminado. - Dijo - Tengo toda una colección sobre una columnista de eZine que cree que hay una verdad en comer orgánico, que escribe poesía en secreto, y que se echa a temblar ante la idea de tener que escoger entre Stanford, Yale y... ¿cuál es esa grande con la H?
Me quedé mirándolo un momento, sacudida por lo acertado que estaba. No tenía la sensación de que fuera una suposición afortunada. Lo sabía. Y yo quería saber cómo―justo ahora.
- Pero al final no irás a ninguna de ellas.
- ¿Ah, no? - Pregunté sin pensar.
Enganchó los dedos bajo el asiento de mi silla, arrastrándome más cerca de él. No muy segura de si debería apartarme y mostrar miedo, o no hacer nada y fingir aburrimiento, escogí la última. Dijo:
- Incluso aunque triunfarías en las tres escuelas, las desprecias por ser un cliché del éxito. Juzgar es tu tercera gran debilidad.
- ¿Y mi segunda? - Dije con rabia muda.
¿Quién era este tio? ¿Era esto algún tipo de chiste perturbador?
- No sabes cómo confiar. Retiro eso. Confias... solo que en toda la gente equivocada.
- ¿Y mi primera? - Exigí.
- Mantienes a la vida atada muy corto.
- ¿Qué se supone que significa eso?
- Tienes miedo de lo que no puedes controlar.
Se me puso de punta el pelo de la nuca, y la temperatura de la clase pareció bajar.
Normalmente habría ido derecha al escritorio del Entrenador a solicitar una nueva
asignación de asientos, pero me negaba a dejar que Joe pensara que podía intimidarme o asustarme. Sentía una necesidad irracional de defenderme y decidí en ese mismo momento y lugar que no me echaría atrás hasta que lo hiciera él.
- ¿Duermes desnuda? - Preguntó.
Mi mandíbula amenazaba con caerse, pero la mantuve en su sitio.
- Difícilmente eres la persona a la que se lo diría.
- ¿Alguna vez has ido al psiquiatra?
- No. - Mentí.
La verdad es que estaba yendo a sesiones con el psicólogo del instituto, el Dr.
Hendrickson. No era elección mía, y no era algo sobre lo que me gustara hablar.
- ¿Has hecho algo ilegal?
- No. - Saltarme ocasionalmente el límite de velocidad no contaría. No con él - ¿Por qué no me preguntas algo normal? Como... ¿mi música favorita?
- No voy a preguntar lo que puedo adivinar.
- Tú no sabes el tipo de música que escucho.
- Barroco. Contigo, es todo sobre el orden, el control. Me apuesto a que tocas... ¿el cello?
- Lo dijo como si lo hubiera adivinado de la nada.
- Incorrecto. - Otra mentira, pero ésta envió un escalofrío por mi piel que me dejó los dedos temblando.
¿Quién era él en realidad? Si sabía que tocaba el cello, ¿qué más sabía?
- ¿Qué es eso? - Joe dio un toquecito con su bolígrafo en la parte interna de mi
muñeca. Me aparté instintivamente.
- Una marca de nacimiento.
- Parece una cicatriz. ¿Eres suicida, ____? - Sus ojos conectaron con los míos, y podía sentirlo riéndose - ¿Padres casados o divorciados?
- Vivo con mi madre.
- ¿Dónde está tu padre?
- Mi padre falleció el año pasado.
- ¿Cómo murió?
Me encogí.
- Fue... asesinado. Esto es territorio personal, si no te importa.
Hubo un momento de silencio y la acidez de los ojos de Joe pareció suavizarse un poco.
- Eso debe de ser duro. - Sonaba como si lo dijera en serio.
Sonó el timbre y Joe estaba en pie, de camino a la puerta.
- Espera. - Grité. No se giró - ¡Disculpa! - Salió por la puerta - ¡Joe! No conseguí nada de ti.
Se dio la vuelta y caminó hacia mí. Tomando mi mano, garabateó algo en ella antes de que se me ocurriera apartarme.
Bajé la vista a los siete números en tinta roja sobre mi palma e hice un puño a su
alrededor. Quería decirle que de ningún modo iba a sonar su teléfono esta noche. Quería decirle que era culpa suya por gastar todo el tiempo interrogándome a mí. Quería un montón de cosas, pero me limité a quedarme allí de pie como si no supiera cómo abrir la boca. Al final dije:
- Esta noche estoy ocupada.
- Yo también. - Sonrió de oreja a oreja y se fue.
Me quedé clavada en el sitio, digiriendo lo que acababa de pasar. ¿Se comió todo el tiempo interrogándome a propósito? ¿Para que yo suspendiera? ¿Creía que una sonrisa brillante lo redimiría? Sí, pensé. Sí, lo creía.
- ¡No llamaré! - Grité detrás de él - ¡Nunca!
- ¿Has terminado tu columna para el plazo de entrega de mañana? - Era Vee. Vino a mi lado, apuntando notas en la libretita que llevaba a todas partes - Estoy pensando en escribir la mía sobre la injusticia de las asignaciones de asientos. Estoy de pareja con una chica que dijo que acabó el tratamiento contra los piojos esta misma mañana.
- Mi nuevo compañero. - Dije, apuntando al pasillo, a la espalda de Joe.
Tenía una forma de andar irritantemente confiada, del tipo que encuentras acompañada de camisetas gastadas y un sombrero de cowboy. Joe no llevaba ni la una ni el otro. Era más bien un chico de Levi’s oscuros, cazadora oscura, botas oscuras.
- ¿El transferido de último curso? Supongo que no estudió lo bastante la primera vez. O la segunda. - Me lanzó una mirada cómplice - A la tercera va la vencida.
- Me da escalofríos. Sabía mi música. Sin ninguna pista en absoluto, dijo “Barroco”.-
Imité bastante mal su voz grave.
- ¿Suposición afortunada?
- Sabía... otras cosas.
- ¿Cómo qué?
Solté un suspiro. Sabía más de lo que quería contemplar cómodamente.
- Cómo meterse debajo de mi piel. - Dije al fin - Voy a decirle al Entrenador que tiene que volver a cambiarnos.
- Ve a por ello. Podría usar un gancho para mi próximo artículo del eZine. “Alumna de décimo devuelve el golpe.” Aún mejor, “Asignación de asientos recibe una bofetada en la cara.” Mmm. Me gusta.
Al final del día, fui yo la que recibió una bofetada en la cara. El Entrenador rechazó mi súplica de volver a pensarse la asignación de asientos. Parecía que estaba atascada con Joe. Por ahora.
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MensajeTema: Re: Hush Hush Adaptación Joe&Tu    Hush Hush Adaptación Joe&Tu  Icon_minitimeEnero 15th 2013, 20:31

Capítulo 2
Mi madre y yo vivimos en una granja del siglo XVIII llena de corrientes de aire a las afueras de Coldwater. Es la única casa en Hawthorne Lane, y los vecinos más cercanos están a más de un kilómetro de distancia. A veces me pregunto si el constructor original se dio cuenta de que de todos los solares disponibles, eligió construir la casa en medio de una misteriosa inversión atmosférica que parece aspirar toda la niebla de la costa de Maine y trasplantarla a nuestro jardín. La casa estaba en este momento velada en unas sombras que parecían espíritus escapados y merodedores.
Me pasé la tarde plantada en un taburete de bar en la cocina en compañía de los deberes de álgebra y Dorothea, nuestra ama de llaves. Mi madre trabaja para la Compañía de Subastas Hugo Renaldi, coordinando subastas de propiedades y antigüedades a lo largo de toda la Costa Este. Esta semana estaba en Charleston, Carolina del Sur. Su trabajo requería muchos viajes, y pagaba a Dorothea para cocinar y limpiar, pero yo estaba bastante segura de que el contrato de Dorothea incluía el mantener un ojo atento y parental pendiente de mí.
- ¿Qué tal el colegio? - Preguntó Dorothea con un ligero acento alemán. Estaba en el fregadero, frotando una lasaña de una cacerola.
- Cambiamos de compañero en Biología.
- ¿Esto es algo bueno, o algo malo?
- Vee era mi antigua compañera.
- Hum. - Restregó con más vigor, y la carne de la parte superior del brazo de Dorothea tembló - Algo malo, entonces - Suspiré, de acuerdo - Háblame de la nueva compañera.
¿Cómo es esta chica?
- Es alto, moreno e irritante. - E inquietantemente cerrado.
Los ojos de Joe eran esferas negras. Absorbiéndolo todo y no ofreciendo nada. No es que yo quisiera saber más sobre Joe. Ya que no me había gustado lo que había visto en la superficie, dudaba que me fuera a gustar lo que se escondía en la profundidad. Solo que esto no era exactamente cierto. Me gustaba mucho de lo que había visto. Músculos largos y esbeltos a lo largo de sus brazos, hombros anchos pero relajados, y una sonrisa que era en parte juguetona y en parte seductora. Estaba en una alianza insegura conmigo misma, intentando ignorar lo que había empezado a encontrar irresistible.
A las nueve en punto Dorothea terminó su tarde y cerró con llave al salir. Como adiós, encendí y apagué las luces del porche dos veces; debieron de penetrar en la niebla, porque ella respondió con un bocinazo. Estaba sola. Hice inventario de los sentimientos en mi interior. No tenía hambre. No estaba cansada. Ni siquiera estaba tan sola. Pero sí estaba un poco nerviosa por mis deberes de Biología.
Le había dicho a Joe que no iba a llamar, y seis horas atrás lo decía en serio. Todo en lo que podía pensar ahora era que no quería suspender. La Biología era mi asignatura más dura. Mi nota vacilaba problemáticamente entre un sobresaliente y un notable. En mi mente, ésa era la diferencia entre una beca parcial y una completa en mi futuro. Fui a la cocina y descolgué el teléfono. Miré lo que quedaba de los siete dígitos todavía tatuados en mi mano. Secretamente, esperaba que Joe no respondiera a mi llamada. Si no estaba disponible o cooperador con los trabajos, eran pruebas que podía usar en su contra para convencer al Entrenador para que deshiciera la asignación de asientos. Sintiéndome con esperanzas, tecleé su número. Joe respondió al tercer toque.
- ¿Qué pasa?
En un tono práctico dije:
- Estoy llamando para ver si podemos vernos esta noche. Sé que dijiste
que estabas ocupado, pero...
- ____. - Joe dijo mi nombre como si fuera el broche final de un chiste - Crei que no ibas a llamar. Nunca.
Odiaba estar tragándome mis palabras. Odiaba a Joe por restregármelo. Odiaba al Entrenador y a sus locos trabajos. Abrí la boca, con la esperanza de que saliera algo inteligente.
- Bueno. ¿Podemos vernos o no?
- Resulta que no puedo.
- ¿No puedes, o no quieres?
- Estoy en medio de una partida de billar. - Oí la sonrisa en su voz – Una partida de billar importante.
Por los ruidos de fondo que oía de su lado, creía que estaba diciendo la
verdad ―sobre la partida de billar. El si era o no más importante que mi trabajo era un tema para debate.
- ¿Dónde estás? - Pregunté.
- El Arcade de Bo. No es tu tipo de sitio.
- Entonces hagamos la entrevista por teléfono. Tengo una lista de preguntas justo...
Me colgó.
Me quedé mirando al teléfono con incredulidad, después arranqué de mi libreta una hoja de papel en blanco. Garabateé Cretino en la primera línea. En la línea debajo de ésa añadí, Fuma puros. Morirá de cáncer de pulmón. Ojalá que pronto. Excelente forma física. Inmediatamente taché la última observación hasta que fue ilegible. El reloj del microondas pasó a anunciar las 9:05. Tal y como yo lo veía, tenía dos opciones. O bien inventaba mi entrevista con Joe, o bien conducía hasta el Arcade de Bo. La primera opción tal vez fuera tentadora, si tan solo pudiera bloquear la voz del Entrenador advirtiendo que revisaría todas las respuestas en busca de autenticidad. No sabía lo suficiente sobre Joe como para lanzarme el farol de una entrevista completa. ¿Y la segunda opción? Nada tentadora, ni en lo más mínimo. Retrasé el tomar una decisión lo bastante como para llamar a mi madre. Parte de nuestro acuerdo para que ella trabajara y viajara tanto era que actuara con responsabilidad y no fuera el tipo de hija que requiere supervisión constante. Me gustaba mi libertad, y no quería hacer nada para darle a mi madre una razón para aceptar una reducción de sueldo y tomar un trabajo local para mantenerme un ojo encima. En el cuarto toque, su buzón de voz cogió la llamada.
- Soy yo. - Dije - Solo llamaba para ver qué tal. Tengo unos deberes de Biología que terminar, después me voy a la cama. Llámame mañana en la comida, si quieres. Te quiero.
Después de colgar, encontré una moneda de veinticinco centavos en el cajón de la cocina. Mejor dejarle al destino las decisiones complicadas.
- Si es cara voy. - Le dije al perfil de George Washington - Si es cruz me quedo.
Lancé la moneda al aire, la paré contra el dorso de mi mano y osé echarle un vistazo. Mi corazón estrujó un latido extra, y me dije a mí misma que no estaba segura de lo que eso significaba.
- Ahora no está en mis manos. - Dije.
Decidida a acabar con esto tan rápido como fuera posible, agarré un mapa de la nevera, cogi mis llaves, y eché atrás mi Fiat Spider por el camino que llevaba a la carretera. El coche probablemente había sido una monada en 1979, pero no me entusiasmaba demasiado la pintura marrón chocolate, el óxido extendiéndose sin control por el parachoques trasero, y los asientos blancos de cuero agrietado.
El Arcade de Bo resultó estar más lejos de lo que me habría gustado, situado cerca de la costa, a treinta minutos en coche. Con el mapa estirado contra el volante, metí el Fiat en el aparcamiento detrás de un edificio de bloques grises con una señal eléctrica centelleando “EL ARCADE DE BO, LOCO PAINTBALL NEGRO Y LA SALA DE BILLAR DE OZZ”. Grafitis salpicaban las paredes, y había colillas por todo el suelo. Claramente el local de Bo no estaba lleno de futuros alumnos de las mejores universidades y ciudadanos modelo. Intenté mantener mis pensamientos altaneros y despreocupados, pero mi estómago se sentía un poco incómodo. Revisando que hubiera cerrado todas las puertas, entré.
Me coloqué en la fila, esperando a pasar las cuerdas. Mientras el grupo delante de mí pagaba, me escurrí por en medio andando hacia el laberinto de sirenas a todo volumen y luces centelleantes.
- ¿Crees que te mereces una entrada gratuita? - Aulló una voz endurecida por el humo.
Me di la vuelta y parpadeé al cajero sobre-tatuado. Dije:
- No estoy aquí para jugar. Estoy buscando a alguien.
Gruñó.
- Si quieres pasar por delante de mí, pagas. - Puso las palmas sobre el mostrador, donde una tabla de precios había sido pegada con celo, mostrando que debía quince dólares. Solo efectivo. No tenía efectivo. E incluso si tuviera, no lo habría gastado para pasar unos pocos minutos interrogando a Joe sobre su vida personal. Sentí cómo me enfadaba al pensar en la asignación de asientos y por tener que estar aquí, en primer lugar. Solo tenía que encontrar a Joe, después podríamos mantener la entrevista fuera. No había conducido hasta aquí para volver con las manos vacías.
- Si no estoy de vuelta en dos minutos, pagaré los quince dolares. - Dije.
Antes de poder ejercitar un mejor juicio o reunir un poco más de paciencia, hice algo totalmente fuera de sitio y me colé entre las cuerdas. No me detuve ahí. Me apresuré a través del arcade, manteniendo los ojos bien abiertos en busca de Joe. Me dije a mí misma que no me podía creer que estuviera haciendo esto, pero era como una bola de nieve, ganando velocidad y fuerza. Llegados a este punto sólo quería encontrar a Joe y salir de allí. El cajero me siguió, gritando:
- !Eh!
Segura de que Joe no estaba en el piso principal, corrí abajo, siguiendo señales para la Sala de Billar de Ozz. Al final de las escaleras, una luz tenue iluminaba varias mesas de poker, todas en uso. Humo de puro casi tan espeso como la niebla envolviendo mi casa nublaba el techo bajo. Situadas entre las mesas de poker y el bar había una fila de mesas de billar. Joe estaba estirado a través de la que estaba más lejos de mí, intentando un tiro complicado.
- ¡Joe! - Grité.
Justo cuando hablé, disparó hacia delante su palo de billar clavándolo en el tapete. Su cabeza se levantó de repente. Se me quedó mirando con una mezcla de sorpresa y curiosidad.
El cajero bajó ruidosamente por las escaleras, detrás de mí, atrapando mi hombro en su mano.
- Arriba. Ahora.
La boca de Joe se movió formando otra sonrisa que apenas estaba ahí. Difícil decir si era burlona o amistosa.
- Ella está conmigo.
Esto pareció tener algún poder con el cajero, que aflojó su agarre. Antes de que pudiera cambiar de idea, me sacudí su mano y zigzagueé entre las mesas hacia Joe. Di los primeros pasos amplios y seguros, pero encontré que mi confianza desaparecía a medida que me acercaba a él. Fui consciente de inmediato de que había algo diferente en él. No podía captar exactamente qué, pero podía sentirlo como electricidad. ¿Más animosidad? Más confianza.Más libertad para ser él mismo. Y esos ojos negros me estaban llegando. Eran como imanes aferrándose a cada movimiento mío. Tragué saliva discretamente e intenté ignorar la danza nerviosa de mi estómago. No podía captar exactamente qué, pero algo en Joe no estaba bien. Algo en él no era normal. Algo no era... seguro.
- Perdón por colgar. - Dijo Joe viniendo a mi lado - La cobertura no es genial aquí abajo.
Sí, claro. Con un giro de cabeza, Joe les indicó a los demás que se fueran. Hubo un silencio incómodo antes de que nadie se moviera. El primer tío en marcharse me golpeó el hombro al pasar. Retrocedí un paso para recuperar el equilibrio y alcé la vista justo a tiempo para recibir las frías miradas de los otros dos jugadores mientras se iban. Genial. No era culpa mía el que Joe fuera mi compañero.
- ¿Bola ocho? - Le pregunté alzando las cejas e intentando sonar completamente segura de mí misma, de mi entorno. Tal vez él tuviera razón y el Arcade de Bo no fuera mi tipo de sitio. Eso no quería decir que fuera a salir disparada hacia las puertas - ¿Cómo están de altas las apuestas?
Su sonrisa se amplió. Esta vez estaba bastante segura de que se estaba burlando de mí.
- No jugamos por dinero.
Dejé mi bolso en el borde de la mesa.
- Qué mal. Iba a apostar todo lo que tengo en tu contra. - Levanté mi trabajo, dos líneas ya completas - Unas pocas preguntas rápidas y me voy.
- ¿Cretino? - Joe leyó en voz alta, apoyándose en su palo de billar - ¿Cáncer de
pulmón? ¿Se supone que eso es profético?
Abaniqué el trabajo en el aire.
- Asumo que contribuyes a la atmósfera. ¿Cuántos puros por noche? ¿Uno? ¿Dos?
- No fumo. - Sonaba sincero, pero no me lo tragué.
- Mm-hmm. - Dije colocando el papel entre la bola ocho y la morada lisa.
Empujé accidentalmente la morada lisa al escribir Definitivamente puros en la línea tres.
- Estás estropeando el juego. - Dijo Joe, todavía sonriendo.
Lo miré a los ojos y no pude evitar igualar su sonrisa ―brevemente.
- Espero que no en tu favor. ¿Tu mayor sueño?
Estaba orgullosa de ésa porque sabía que le bajaría los humos. Requería reflexionar.
- Besarte.
- Eso no es gracioso. - Dije, sosteniéndole la mirada, agradecida por no haber
tartamudeado.
- No, pero te hizo ruborizar.
Me impulsé sobre el lateral de la mesa, tratando de parecer imperturbable mientras lo hacía. Crucé las piernas, usando la rodilla como tablero de escritura.
- ¿Trabajas?
- Limpio mesas en el Borderline. El mejor mexicano en la ciudad.
- ¿Religión?
No pareció sorprendido por la pregunta, pero tampoco pareció entusiasmado por ella.
- Creí que habías dicho unas pocas preguntas rápidas. Ya estás en la número cuatro.
- ¿Religión? - Pregunté con más firmeza.
Joe deslizó una mano pensativamente por la línea de su mandíbula.
- Religión no... culto.
- ¿Perteneces a un culto? - Me di cuenta demasiado tarde de que, aunque había sonado sorprendida, no habría debido.
- Y resulta que tengo necesidad de sacrificar a una mujer sana. Había planeado atraerla para que confiara en mí antes, pero si estás lista ahora...
Toda sonrisa que aún quedara en mi rostro desapareció.
- No me estás impresionando.
- Aún no he empezado a intentarlo.
Me bajé de la mesa y me planté delante de él. Era una cabeza más alto que yo.
- Vee me dijo que vas al último curso. ¿Cuántas veces has suspendido la Biología de segundo año? ¿Una? ¿Dos?
- Vee no es mi portavoz.
- ¿Estás negando haber suspendido?
- Te estoy diciendo que no fui al instituto el año pasado. - Sus ojos se mofaban de mí. Eso solo me hizo más determinada.
- ¿Faltaste sin autorización?
Joe dejó su palo de billar sobre el tapete y me hizo un gesto con el dedo para que me acercara. No lo hice.
- ¿Un secreto? - Dijo en tono confidencial - Nunca antes he ido a la escuela. ¿Otro secreto? No es tan aburrida como esperaba.
Estaba mintiendo. Todo el mundo iba a la escuela. Había leyes. Estaba mintiendo para sacarme de quicio.
- Crees que estoy mintiendo. - Dijo alrededor de una sonrisa.
- ¿No has ido a la escuela, nunca? Si eso es cierto, y tienes razón, no creo que lo sea, ¿qué te decidió a venir este año?
- Tú.
El impulso de sentirme asustada palpitaba a través de mí, pero me dije a mí misma que eso era exactamente lo que Joe quería. Manteniéndome firme en el sitio, intenté en vez de eso actuar irritada. Aún así, me llevó un momento encontrar mi voz.
- Ésa no es una respuesta de verdad.
Debió de acercarse un paso, porque de pronto nuestros cuerpos estaban separados tan solo por nada más que un estrecho margen de aire.
- Tus ojos, ____. Esos fríos ojos gris pálido son sorprendentemente irresistibles. - Inclinó la cabeza a un lado, como para estudiarme desde un nuevo ángulo - Y esa tremenda boca curva.
Sorprendida no tanto por su comentario, sino porque una parte de mí respondiera
positivamente a él, me aparté.
- Eso es suficiente. Me voy.
Pero tan pronto como las palabras estuvieron fuera de mi boca, sabía que no eran
ciertas. Sentía la necesidad de decir algo más. Escogiendo entre los pensamientos enredados en mi mente, intenté encontrar qué era lo que sentía que tenía que decir. ¿Por qué era tan desdeñoso, y por qué actuaba como si yo hubiera hecho algo para merecérmelo?
- Pareces saber mucho sobre mí. - Dije, haciendo la subestimación del año - Más de lo que deberías. Pareces saber exactamente qué decir para ponerme incómoda.
- Me lo pones fácil.
Se disparó una chispa de furia en mi interior.
- ¿Admites que estás haciendo esto a propósito?
- ¿Esto?
- Esto. Provocarme.
- Di “provocar” otra vez. Tu boca se ve provocadora cuando lo haces.
- Hemos terminado. Termina tu partida de billar. - Agarré su palo de billar de la mesa y lo empujé hacia él. No lo cogió. - No me gusta sentarme a tu lado. - Dije - No me gusta ser tu compañera. No me gusta tu sonrisa condescendiente. - Mi mandíbula se apretó, algo que normalmente pasaba solo cuando mentía. Me pregunté si estaba mintiendo ahora. Si era así, quería pegarme una patada - No me gustas tú. - Dije tan convincentemente como pude, y empujé con fuerza el palo contra su pecho.
- Me alegro de que el Entrenador nos pusiera juntos. - Dijo.
Detecté una levísima ironía en la palabra “Entrenador”, pero no pude interpretar ningún significado oculto. Esta vez sí cogió el palo de billar.
- Estoy trabajando para cambiar eso. - Repliqué.
Joe pensaba que esto era tan gracioso que enseñó los dientes en la sonrisa. Alzó la mano hacia mí, y antes de que pudiera apartarme, desenredó algo de entre mi pelo.
- Un papel. - Explicó, dejándolo caer al suelo.
Al alzar la mano, vi una marca en la cara interna de su muñeca. Al principio asumí que era un tatuaje, pero un segundo vistazo reveló una marca de nacimiento marrón rojiza, algo levantada. Era de la forma de una salpicadura de pintura.
- Ése es un desafortunado sitio para una marca de nacimiento. - Dije, más que un poco molesta de que estuviera en un lugar tan similar al de mi propia marca.
Joe se bajó la manga casual pero perceptiblemente sobre la muñeca.
- ¿La preferirías en algún lugar más privado?
- No la preferiría en ningún sitio. - No estaba segura de cómo sonaba esto y lo volví a intentar - No me importaría si no la tuvieras en absoluto. - Lo intenté por tercera vez - No me importa tu marca de nacimiento, punto.
- ¿Alguna pregunta más? - Preguntó - ¿Comentarios?
- No.
- Entonces, te veré en Bio.
Pensé en decirle que nunca me volvería a ver. Pero no iba a tragarme mis palabras dos veces en un día. Más tarde esa noche un ¡crack! me sacó de mi sueño. Con la cara espachurrada contra mi almohada, me quedé quieta, todos mis sentidos en alerta máxima. Mi madre estaba fuera de la ciudad por lo menos una vez al mes por trabajo, así que estaba acostumbrada a dormir sola, y habían pasado meses desde que imaginara por última vez el sonido de pisadas por el pasillo hacia mi habitación. La verdad es que nunca me sentía completamente sola.
Justo después de que mataran a mi padre de un tiro en Portland mientras compraba el regalo de cumpleaños de mi madre, una extraña presencia entró en mi vida. Como si alguien estuviera orbitando en mi mundo, observando desde una distancia. Al principio la presencia fantasma me había aterrorizado, pero cuando nada malo vino de ella, perdí la ansiedad. Empecé a preguntarme si habría algún propósito cósmico por la forma como me estaba sintiendo. Tal vez el espíritu de mi padre estaba cerca. El pensamiento solía ser reconfortante, pero esta noche era diferente. La presencia se sentía como hielo sobre la piel.
Girando la cabeza un poco, vi una forma de sombras estirarse por mi suelo. Me giré rápidamente para mirar la ventana, el blanquecino rayo de luna era la única luz en la habitación capaz de formar una sombra. Pero allí no había nada. Apreté con fuerza la almohada contra mí y me dije que era una nube pasando sobre la luna. O un trozo de basura volando en el viento. Aún así, me pasé los siguientes minutos esperando a que se me calmara el pulso. Para cuando reuní el valor para salir de la cama, el jardín debajo de mi habitación estaba silencioso y quieto. El único sonido procedía de tres ramas rozando contra la casa, y de mi propio corazón atronando contra mi piel.
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