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 Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/

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MensajeTema: Re: Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/   Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/ - Página 9 Icon_minitimeAgosto 24th 2012, 18:04

me esta dando miedo y pena voy a llorar si sigo leyendo
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MensajeTema: Re: Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/   Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/ - Página 9 Icon_minitimeAgosto 25th 2012, 23:24

siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
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MensajeTema: Re: Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/   Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/ - Página 9 Icon_minitimeAgosto 25th 2012, 23:47

siguela me encanta
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MensajeTema: Re: Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/   Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/ - Página 9 Icon_minitimeAgosto 26th 2012, 20:28


25

Al día siguiente, un repartidor me llevó un enorme ramo de flores. Al principio pensé que eran de Kevin, hasta que leí la tarjeta.

Bella:
Soy el mayor cretino del mundo. No sé lo que me pasó anoche. Te quiero tanto que no puedo imaginar una vida sin ti. Sé que te asusté, pero te prometo que nunca más volverá a pasar. Llámame, amor mío, por favor. Lo siento mucho. Muchísimo.
Joe


No lo llamé.

A quien sí quería llamar, sin embargo, era a Isa. Quería contarle lo ocurrido en casa de Joe la noche anterior. Pero tampoco lo hice. No quería que me echase en cara mis errores y me sermoneara por haber desoído sus advertencias.
Me miré el muslo izquierdo y me toqué el cardenal que me había hecho con las llaves. Lo que necesitaba era pasar un tiempo a solas conmigo misma y tratar de ver mi relación con Joe en perspectiva.

Me pasé toda la noche en vela, pensando, y a la mañana siguiente aún seguía confusa. Joe me había aterrorizado al ponerme las manos encima, pero había que admitir que hasta la mejor persona del mundo podía perder el control. Yo misma había querido sacarle los ojos a Kevin cuando me traicionó.

Pero aunque pudiera aceptar el furioso arrebato de Joe, me seguía preguntando si no sería mejor dejarlo. Nuestra relación había empezado con un fervor tan irracional que tal vez ninguno de los dos supiéramos cómo manejarla.

Al día siguiente me llegó una carta de Joe en la que me profesaba su amor inmortal y volvía a pedirme que lo llamara.
Pero no lo hice.
El teléfono me despertó a las once de la noche. Di un respingo en la cama y agarré el auricular de la mesilla.

—¿Diga? —pregunté medio dormida.

Silencio.

—Bella.

La suave voz de Joe disipó un poco la furia y la inseguridad que había sentido.

—Hola.
—Lo siento. Fui un estúpido y me equivoqué.

Me quedé callada.

—Odio discutir, y reaccioné sin saber qué hacía. Como un completo idiota.

Empecé a sonreír.

—¿Estás en casa?
—Sí. Y yo también lo siento. Fui a tu casa de malhumor y eso no ayudó en nada —era cierto. Las palabras de Isa pesaban incómodamente en mi cabeza cuando fui a verlo. Tal vez había ido con la intención de enfadarme y demostrar que Joe no controlaba mi vida.
—Te echo de menos, bella.
—Yo a ti también —me sorprendí diciendo.
—¿Todo va bien entre nosotros?
—Sí —la palabra se me escapó de mis labios.
—¿Vendrás mañana por la noche?
—Sí.
—Bien… —me imaginé su sonrisa de satisfacción—. Buona notte, bella.
—Buenas noches.

Yo también estaba sonriendo al colgar.
Un segundo después el teléfono volvió a sonar.

—¿Diga?
—¿Por qué no vienes está noche?
—¿Ahora? —pregunté, sintiendo cómo el deseo volvía a brotar.
—Sí, ahora.
—Voy para allá.

Media hora después estaba en casa de Joe y de nuevo volvíamos a nuestro mundo particular de sexo sin control, como si nada hubiera pasado entre nosotros. Una vez más sentía que con él era con quien quería estar.
Joe tenía que levantarse a las ocho, de modo que a la una y media dejamos el sexo y nos dormimos abrazados. Poco después de las seis, sin embargo, me desperté con náuseas y fui a vomitar al baño.
Joe entró detrás de mí y me frotó la espalda mientras yo vaciaba el estómago en el retrete. Cuando se me aliviaron las náuseas me levanté y me mojé la cara en el lavabo.

—Debo de haber pillado algo… Espero que tú no te hayas contagiado.
—A lo mejor estás embarazada —dijo él.
—¡No digas eso! —exclamé.
—¿Por qué te horroriza tanto la idea? —parecía esperanzado—. ¿No te gustaría tener un hijo mío?
—No puedo quedarme embarazada ahora, Joe. Dentro de poco empezarán las clases, y… recuerda que sigo estando casada.

Una sombra amenazadora cubrió el rostro de Joe.

—¿Te preocupa cómo afectaría esto a tu divorcio… o a tu marido?

No me gustaba su tono ni su lenguaje corporal, y me pregunté a mí misma por qué había ido a verlo después de haber decidido poner distancia entre ambos. ¿Cómo podía sentirme tan cómoda en sus brazos y horas después tener miedo de él?

—Creo que algo debió de sentarme mal, eso es todo. Llevo varios días un poco indispuesta —no tenía fiebre, pero las náuseas me invadían al oler determinados alimentos, como los huevos, el pollo o los espárragos.

Oh, Dios… ¿Y si estaba realmente embarazada?
¿Cómo había podido ser tan estúpida? Había dejado que Joe me follara sin condón en un par de ocasiones, por lo menos.

—Ven aquí, bella —me rodeó la cintura con un brazo y yo dejé que me abrazara y me acariciase el pelo.

Solté un chillido cuando me apretó un pecho.

—Tus pechos están más sensibles de lo normal —dijo, sonriendo—. Y han crecido de tamaño. Sí, bella… creo que llevas a mi hijo dentro.

Me besó en la mejilla y me llevó a la cama, donde me arropó sin dejar de sonreír. Parecía el hombre más feliz del mundo. Yo también le sonreí, pero por dentro me encogía de pavor.

«Por favor, Dios mío, no permitas que esté embarazada».

Implorar la bondad divina en esas circunstancias debía de ser una blasfemia, pero aun así lo hice. No quería quedarme embarazada de Joe.
Él se acostó junto a mí y colocó su mano sobre mi vientre.

—Voy a cuidarte durante los próximos nueve meses.

Sentí que me ahogaba entre aquellas cuatro paredes.

—Quiero que te quedes aquí mientras yo estoy trabajando. Quiero que estés en casa cuando vuelva. Yo cuidaré de ti.

Sólo era un comentario… ¿O quizá una orden? Una vez más volví a sentir que Joe intentaba controlarme.

—Tengo que ir a casa a ver si ha vuelto Peaches.
—Olvídate de la gata —dijo él con irritación—. Nunca la encontrarás.

Lo miré boquiabierta.

—Eso que has dicho es horrible.
—Seguramente se la haya quedado alguna buena familia que la encontró en la calle —volvió a suavizar el tono—. Seguro que está bien. ¿Cómo puedes preocuparte por un gato cuando vas a tener un bebé?

El estómago se me revolvió, y no supe si era por las náuseas o por el miedo.

—No sabemos si estoy embarazada.

Joe me besó en los labios y me frotó el vientre.

—Yo sí lo sé. Mi madre me dijo que mi padre fue el único que se dio cuenta de que estaba embarazada la primera vez. Y, bella, tú estás embarazada…

No sé cuándo me quedé dormida, pero al despertar eran más de las diez y Joe se había marchado.
Había soñado con sus palabras: «Quiero que estés en casa cuando vuelva».
Siempre quería tenerme cerca y no soportaba perderme de vista. No era algo normal, por mucho que me deseara. El amor que decía sentir por mí empezaba a agobiarme, y si me había quedado embarazada…

—¿Cómo he podido ser tan idiota? —pregunté en voz alta. La idea de estar embarazada me llenaba de angustia. Tanto, que ni siquiera quise considerar la posibilidad.

Pero no podía ignorar las evidencias. Mis pechos estaban efectivamente mucho más sensibles. ¿Estaría Joe en lo cierto? ¿Llevaba dentro un hijo suyo?

Un hijo me ataría a Joe definitivamente, y aquélla sí que era una posibilidad aterradora. Si ya me asfixiaba con su amor, ¿cómo sería con un hijo por medio? Una cosa era el sexo salvaje, e incluso el amor desmedido que me profesara. Pero de ningún modo podía tolerar su afán por controlarme.

Me quedé tendida en la cama de Joe e intenté imaginar cómo sería una vida con él y un bebé. ¿Se angustiaría si llegara a casa del trabajo y no me encontrara porque yo había ido a comprar con el bebé? ¿Me llamaría varias veces al día para tenerme vigilada?

Sí, estaba convencida de que lo haría.

La certeza me ayudó a tomar una decisión inmediata. No podía seguir con Joe, ni un segundo más. Tenía que acabar la relación. Cortar por lo sano.
Sentía la necesidad de salir de allí lo más rápido que pudiera. Me levanté y vestí a toda prisa, pero antes de marcharme decidí escribirle una nota.

Era lo mismo que había hecho su ex novia para romper con él. Y al fin podía entenderla. Sería imposible mantener aquella conversación con Joe cara a cara. Sobre todo ahora que él creía que yo estaba embarazada.
Joe jamás me dejaría marchar. Por eso no podía ni planteárselo.
Encontré un papel y un boli y empecé a escribir.

Querido Joe:
Me sentía mejor y he decidido irme a casa. No quiero dejar sola a Onyx mucho tiempo.
Joe… sabes que te adoro, pero creo que es hora de dejarlo. Es lo mejor que podemos hacer, hasta que resuelva el asunto de mi matrimonio.
__________


Leí la nota con el ceño fruncido, sin saber si había elegido las palabras adecuadas. No quería hacerle daño, pero tampoco quería darle falsas esperanzas.
Dejé la nota en un lugar visible y me fui a casa, confiando en que Joe aceptara mi decisión.
Ingenua de mí.
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MensajeTema: Re: Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/   Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/ - Página 9 Icon_minitimeAgosto 26th 2012, 20:57

me encanta siguelaaaaaaaaaaaaa
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MensajeTema: Re: Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/   Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/ - Página 9 Icon_minitimeAgosto 26th 2012, 22:08

siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
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MensajeTema: Re: Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/   Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/ - Página 9 Icon_minitimeAgosto 29th 2012, 13:49

ay por dios que bueno esta esto!!!



yo creo que an peaches se la llevo kevin o isa

o puede ser que joe la matara tambien
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MensajeTema: Re: Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/   Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/ - Página 9 Icon_minitimeAgosto 29th 2012, 15:08

siguelaaaaaaaaaaaaaa
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MensajeTema: Re: Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/   Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/ - Página 9 Icon_minitimeAgosto 29th 2012, 18:54


26

El móvil empezó a sonar antes de llegar a casa. El número de Joe aparecía en la pantalla luminosa.

¿Cómo sabía que ya no estaba en su casa? Aquel dato bastó para confirmarme que había hecho lo correcto al marcharme. Joe no me dejaba espacio ni para respirar.
Onyx me recibió al abrir la puerta. La levanté y le rocé el hocico con la nariz.

Peaches no estaba, pero había vuelto a dejarle más comida y agua en el porche. Tal vez se la había encontrado algún niño en la calle y se la había llevado a casa, como sugería Joe. Peaches era un animal muy amistoso que siempre se estaba tumbando sobre el lomo para que le rascaran la barriga, igual que un perro.
Tenía que hacer carteles con su foto y pegarlos por todo el barrio. Si alguien se la había quedado pensando que era una gata callejera, seguramente la devolvería cuando supiera que Peaches tenía dueña.

Pero antes tenía que descansar, porque estaba agotada tanto física como emocionalmente.
Cuando desperté ya era más del mediodía, y aun así seguía estando grogui. Me obligué a levantarme de la cama y preparé café. Pensé en preparar unos huevos, pero sólo de pensarlo se me revolvió el estómago y opté por una tostada.

Con la taza en la mano, fui al ordenador y empecé a diseñar un cartel con la foto de Peaches. Cuando estuve satisfecha con el resultado, imprimí quince copias y volví a la cocina para llamar a Isa. Tal vez pudiera ayudarme a pegar los carteles, y con algo más.

—¿Isa? —dije con voz vacilante cuando respondió al teléfono.
—_________ —una pausa—. Cuánto tiempo.
—Lo sé, lo sé.
—¿Cómo te va?

Tragué saliva.

—Me preguntaba si… aún eres mi mejor amiga.
—_________, sabes que siempre seré tu mejor amiga. Aunque me dejes de lado por culpa de un hombre.
—Lo siento mucho… —empecé a llorar.
—Eh, no quería decir eso, _________.
—Pero es la verdad.
—Tal vez, pero no quería hacerte sentir mal. Además, yo también he estado ocupada.
—He roto con Joe —dije, yendo directamente al grano.
—¿En serio?
—Me estaba agobiando y pensé que… no sé. Hace unos días me agarró por el cuello y…
—¿¿Qué??
—No me hizo daño, pero en ese momento supe que se había acabado. Estaba loco de celos, creía que me seguía acostando con Kevin y hasta me acusó de haberme inventado lo de mi violación.
—¿Por qué no me llamaste, cariño?
—Porque no quería que me dijeras «ya te lo dije».
—Oh, _________ —Isa expulsó una sonora exhalación—. Pase lo que pase, siempre puedes contar conmigo. ¿Me oyes?
—Sí. Tengo miedo, Isa. El otro día Joe me quitó las llaves para que no pudiera marcharme de su casa. Su comportamiento no es normal.
—Jesús…
—No sé si lo hace porque se siente inseguro, creyendo que voy a volver con Kevin…
—Confía en lo que te dice tu instinto. Yo empecé a sospechar de él cuando vi que intentaba acapararte en todo momento. Y sigo pensando que fue él quien atacó a Teddy.

De repente me acordé de lo que Joe había dicho de su gata.

«Un día me arañó y la ahogué».

—¿_________?
—Joe me dijo una vez que había ahogado a su gata. Luego aclaró que sólo bromeaba, pero… Peaches ha desaparecido —sofoqué un gemido. ¿Había imprimido los carteles para nada? ¿Había perdido a Peaches para siempre?—. Quizá me esté dejando llevar por las sospechas, pero… a Joe nunca le gustó que viniera a casa para darle de comer. ¿Crees que pudo hacerle algo para asegurarse de que me quedara siempre con él, sin ninguna distracción?
—Eso sólo podría hacerlo un psicópata —dijo Isa—. Pero ¿quién sabe?

Un torbellino de pensamientos contradictorios se arremolinaba en mi cabeza.

Joe era un hombre peligroso.

Mi reacción estaba siendo exagerada.

Joe tenía celos hasta de mi gata.

Mis conclusiones estaban siendo precipitadas.

Me puse a caminar por la cocina con el teléfono pegado a la oreja. Y fue entonces cuando vi el ramo de lilas en la mesita del salón.

—Espera un momento, Isa.

Dejé el auricular y fui al salón con un nudo en el estómago. El ramo era impresionante y tenía un pequeño sobre entre las flores.
Lo abrí y saqué la tarjeta.


Estabas durmiendo tan plácidamente que no he querido despertarte. Espero que estas flores te alegren el día.
Kevin



Sostuve la tarjeta contra mi corazón, desgarrada por las emociones internas. Amaba a mi marido, pero una parte de mí seguía odiándolo por lo que me había hecho.

Y sin embargo, las flores removían unos sentimientos que llevaba más de un mes reprimiendo. No podía recordar la última vez que Kevin me regaló flores. El mensaje era muy corto y simple, pero me conmovía y recordaba al Kevin con el que había empezado a salir diez años atrás. El Kevin que era encantadoramente atento y sabía alegrarme el día con una palabra o gesto amable.

Justo lo que necesitaba en aquel momento…

Durante las tres horas siguientes mi teléfono sonó una vez cada veinte minutos, y siempre aparecía el número de Joe en la pantalla. A veces eran llamadas seguidas. Joe debía de estar en el trabajo, ¿cómo podía tener tiempo para llamarme sin parar?
Poco después de las cuatro llamaron al timbre. Me acerqué con cautela a la puerta y miré por la mirilla. Vi a un hombre con un portafolios y un paquete.

Abrí la puerta.

—Tengo un paquete para _________ Gibson.
—Soy yo.

El hombre me entregó la pequeña caja.

—Firme aquí, por favor.

Firmé y me llevé el paquete al salón. Al abrirlo ahogué un grito de asombro. Dentro había un collar y una nota.


Te quiero, bella.


¿Cómo había podido enviarme aquel regalo en el tiempo transcurrido desde que me fui de su casa? Seguramente debió de llamar a la joyería donde había comprado los pendientes, ya que el collar hacía juego con ellos.
No llevaba ni cuatro horas en casa y Joe ya me estaba poniendo de los nervios. ¿Qué haría cuando llegara a casa y viera la nota?

De repente me arrepentí de haberla escrito. La reacción de Joe podía ser impredecible.
Llamé a Isa, pero no respondió al teléfono ni al móvil. Le dejé un mensaje diciéndole que me llamara en cuanto pudiera.

—¿Qué pasa? —me preguntó al llamarme una hora después.

Le conté que Joe me había estado llamando sin parar y que me había enviado un collar que, en vez de derretirme como le habría pasado a cualquier otra mujer, sólo había servido para alejarme aún más de él.

—¿Qué puedo hacer, Isa? Si me quedo con el collar, pensará que…
—No importa lo que él piense. No se te ocurra llamarlo, porque eso es lo que él quiere. Tienes que cortar de una vez por todas.

En ese momento llamaron con fuertes golpes a la puerta.
El corazón casi se me salió del pecho.

¿Joe?

—Isa, alguien está aporreando la puerta. Seguro que es Joe.
—Me quedaré al teléfono.

Más golpes. El teléfono de la cocina no era inalámbrico y lo bajé lentamente hasta dejarlo colgando junto al suelo. Entonces fui a la puerta, con el corazón en un puño, y abrí.
Joe estaba en el umbral con expresión alterada.

—Me has dejado —dijo—. Dijiste que nunca me abandonarías y me has dejado.

No supe qué responder. Lo único que sabía era que estaba muerta de miedo.
Joe entró en casa sin ser invitado y miró a su alrededor con desconfianza, como si esperara ver a alguien más.

Mis nervios aumentaron.

—Creía que me querías —dijo él.
—Joe, tengo que solucionar el tema de mi matrimonio. No puedo… mantener una aventura para siempre.
—¿Una aventura? ¿Es así como lo llamas?
—Es la definición aceptada por todo el mundo.
—¿Y qué más da cómo lo llame todo el mundo? Nos hemos encontrado el uno al otro. Tenemos algo especial. Me da igual que estés casada —de repente pareció entender algo—. Tu marido… Te está amenazando. ¿Qué va a hacer… dejarte sin un centavo?
—No, eso no.
—Tengo dinero, bella. Podemos comprar una casa en cualquier otro sitio. En Miami, por ejemplo. O mudarnos a otro estado. Si lo que quieres es escapar de tu marido…
—Basta, por favor. Joe, sabes que no me siento bien.
—Lo sé. Estaba muy preocupado por ti. Te he llamado una y otra vez, pero no respondías. Fui a casa a cuidar de ti en cuanto tuve el descanso para comer, pero habías desaparecido y sólo me encontré con tu nota —hizo una pausa—. Quería venir enseguida, pero tenía que volver al rodaje. De modo que llamé a la joyería para que te enviaran el collar. Quería demostrarte lo mucho que significas para mí. Tenía la esperanza de que al verlo volvieras a casa —respiró profundamente—. No quiero que sigas viniendo aquí. ¿No te das cuenta de que tu marido puede ponerse furioso cuando descubra que llevas un hijo mío?
—Joe, no creo que esté embarazada —dije, aunque no del todo convencida.
—He comprado una prueba de embarazo. Puedes hacerla ahora y así estaremos seguros.
—No —no quería hacerme una prueba de embarazo con Joe cerca. Algo me decía que si el resultado era negativo se volvería aún más exigente para que me fuese a vivir con él.

Y yo lo que necesitaba era tiempo. Tiempo para decidir lo que haría… si estuviera embarazada.

—¿Por qué no? —preguntó él.
—Acabo de imprimir unos carteles con la foto de Peaches, y...
—¡La gata, siempre la maldita gata! ¡Olvídala de una vez!
—No, no voy a olvidarme de mi gata.
—¿Estás pensando en matar a mi hijo, verdad?
—No estoy embarazada. Estoy completamente segura —tenía que conseguir que Joe se lo creyera, porque de lo contrario nunca me dejaría en paz.
—Ven a casa conmigo.
—No —me negué con demasiada rapidez—. Quiero… quiero tener tiempo para pensar. Necesito decidir lo que voy a hacer… con mi matrimonio.
—Quieres decir pensar la manera de decirle a tu marido que vas a divorciarte.

Lo miré fijamente a los ojos y supe que no podía decirle lo contrario. Tenía que hacerle creer que aún formaba parte de su vida.

—Sí —mentí.

Mi respuesta pareció tranquilizarle, lo que me demostró que mis sospechas no eran infundadas.

—A veces siento que te estás apartando de mí. Te he dicho muchas veces que te quiero, pero tú nunca me lo dices.

Tampoco en esa ocasión dije nada.
Una sombra de duda cruzó los ojos de Joe.

—Me estás mintiendo —dijo de repente—. No necesitas tiempo. ¡Te sigues acostando con tu marido!
—No.
—¿Es su hijo el que llevas dentro, bella?

En vez de responder, le hice otra pregunta.

—¿Por qué te comportas así? Te has transformado en alguien que no conozco, Joe. Alguien posesivo, celoso… Alguien que me da miedo.

No había pretendido decir lo último, y nada más decirlo supe que me había equivocado. El rostro de Joe se contrajo en una mueca de furia asesina.

—Te dije que nunca te haría daño —murmuró. De repente golpeó el jarrón del vestíbulo… con las rosas que me había regalado… y el cristal se hizo añicos contra el suelo.
Grité de pánico, pero al momento siguiente Joe me había agarrado por el cuello y apretaba con fuerza.

—Pero eso era cuando creía que nunca me traicionarías… ¡Puta!
—Joe —apenas podía hablar porque me estaba apretando la laringe—. Me haces daño…

Él no me soltó.

—Joe…
—Mira lo que me obligas a hacer —me soltó bruscamente—. Me estás volviendo loco.

Me llevé la mano al cuello, llorando de dolor y horror.

—Lo único que he hecho ha sido amarte —prosiguió él—. Haría lo que fuera con tal de hacerte feliz, bella. ¡Lo que fuera!
—No te he traicionado —murmuré con una voz casi inaudible, trabada por el dolor y la conmoción.
—Entonces cásate conmigo.

No podía creer lo que estaba oyendo.

—Primero me llamas puta… ¿y luego quieres casarte conmigo?
—Aunque no estés embarazada. ¿Para qué esperar? —Joe hablaba como si no acabara de perder la cabeza—. Mis padres se casaron a las tres semanas de conocerse. Y se amaron hasta el día que murieron.

No dije nada.

—¿Tú me quieres, _________?

Abrí la boca, pero no pude hablar. No podía decirle lo que él quería oír.
Joe me golpeó con el dorso de la mano y caí al suelo con un grito de dolor.

—Lo de tu violación era mentira, ¿verdad? Seguro que te has acostado con cientos de hombres y que todos ellos se han corrido dentro de ti. ¿Les decías a todos lo mismo que a mí? ¿Que nadie te había hecho sentir nunca nada igual? —sus resoplidos eran cada vez más enardecidos—. Eres repugnante. Me das asco. Te acostaste conmigo sin amarme. Eres una puta. ¡Eres una puta asquerosa!

No podía dejar de llorar. ¿Quién era aquel hombre? ¿En qué clase de ser abominable se había transformado?
Recordé que Isa estaba al teléfono. O al menos eso esperaba.

—¡Vete de aquí! —grité, confiando en que Isa me oyera—. ¡No se te ocurra volver a tocarme!

Agarré una esquirla del jarrón roto. Me corté la piel, pero lo aferré con todas mis fuerzas. Lo usaría como arma si era necesario.

—¡Vete!

Él no se movió.

—No eres digna de llevar a mi hijo.

Temí que fuera a golpearme de nuevo, o peor, que me diese una patada estando tirada en el suelo. Instintivamente me llevé una mano a la barriga.
Pero Joe se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta. La abrió y me miró con una diabólica sonrisa.

—Espero que encuentres a tu gata, bella.

Un momento después se había marchado.
Llorando, corrí hacia la puerta y la cerré con llave. Miré por la ventana y vi el coche de Joe alejándose por la calle.
El cuello me dolía y la cara me escocía. Fui a la cocina y me senté en el suelo, junto al auricular que colgaba de la pared.

—¡Isa! ¿Sigues ahí?

Al otro lado de la línea sólo se oía un pitido constante.
No logré reunir las fuerzas necesarias para levantarme y me quedé en el suelo, llorando en silencio con la espalda pegada a la pared.
¿Qué le había pasado a Joe? ¿Cómo había pasado de estar loco por mí a odiarme a muerte? Yo nunca le había prometido nada. Pero aunque sintiera que me había aprovechado de él, le bastaría con apartarse de mí para siempre. Muchos hombres despechados proferían los insultos más ofensivos posibles y se largaban.

No les pegaban.

Ni mataban a su gato.

—Peaches…

El estómago se me revolvió y apenas tuve tiempo de llegar al fregadero antes de vomitar.
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MensajeTema: Re: Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/   Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/ - Página 9 Icon_minitimeAgosto 29th 2012, 19:38

ese tipo tubo algo que ver con loque le paso a la gata

por otro lado que tierno kevin... me enamoro
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MensajeTema: Re: Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/   Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/ - Página 9 Icon_minitimeAgosto 29th 2012, 23:13

siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
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MensajeTema: Re: Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/   Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/ - Página 9 Icon_minitimeAgosto 31st 2012, 15:38

siguelaaaaaaaa
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MensajeTema: Re: Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/   Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/ - Página 9 Icon_minitimeAgosto 31st 2012, 18:31


27

Mientras me enjuagaba en el fregadero volvieron a llamar a la puerta. El pánico se apoderó de mí.

—¡_________!

Era Isa.
Con el estómago aún revuelto corrí hacia la puerta. Isa entró y me estrechó en sus brazos, y yo me puse a llorar contra su hombro.

—¿Se ha ido? —me preguntó.

Asentí.

—He venido lo más rápido que he podido. Estuve a punto de llamar a la policía. ¿Ese hijo de puta te ha pegado?

Asentí de nuevo.

—Tiene suerte de no estar aquí. He traído mi pistola —le dio una palmada al bolso. Isa se había sacado la licencia de armas tiempo atrás y me había animado a que yo también lo hiciera. Pero yo tenía fobia a las armas y rechacé la sugerencia.
—Se ha vuelto loco, Isa. ¡Creo que ha matado a Peaches!

Isa me llevó al salón y me sentó en el sofá.

—Cuéntamelo todo.

Así lo hice. Pero omití el dato de mi posible embarazo. Al menos por el momento.

—Lo siento... —dijo Isa cuando acabé—. Es obvio que está mal de la cabeza. Es de esas personas que parecen perfectamente normales hasta que algo no sale como ellos quieren.
—¿Eso crees? —le pregunté. ¿Cómo era posible que estuviera loco y no me hubiera dado cuenta?—. Tal vez sólo tuvo un ataque de celos. No pienses que lo estoy justificando, y te aseguro que no quiero volver a verlo, pero algunos hombres pierden el control cuando se acaba una relación.

Isa negó lentamente con la cabeza.

—Joe te quería para él solo. Apenas dabas señales de vida y siempre estabas con él… donde él quería que estuvieras.

Guardé silencio mientras meditaba sobre las palabras de Isa.

—Ya sé que el sexo era increíble, pero ¿teníais algo más en común? ¿Qué más cosas hacíais como una pareja?

Era una buena pregunta.

—Cocinábamos juntos, veíamos películas y…
—Y follabais.
—Sólo era una aventura, Isa.
—Lo sé. No hay nada malo en el sexo. Pero ¿pasó un solo día sin que lo hicierais?

Negué con la cabeza.

—Te repito que no hay nada malo en el sexo. A Robert y a mí nos encanta hacerlo con frecuencia. Pero también mantenemos conversaciones muy interesantes. Discutimos. Salimos por ahí…

La miré con el ceño fruncido.

—En serio, _________. ¿Te parece normal pasar casi todo el tiempo en la cama de un tío?
—¿Qué quieres que te diga? El sexo era fantástico, y en muchos aspectos era algo más que sexo. Como una experiencia espiritual. Ya sé que te parece una locura, pero lo digo en serio… Joe me dijo que se enamoró de mí nada más verme, y tal vez yo también me habría enamorado de él si no hubiera llevado a Kevin en el corazón.
—Creo que está obsesionado contigo —declaró Isa—. Y confunde su obsesión sexual con amor.

No sé por qué, pero las palabras de Isa me dolieron.
Quizá tuviera razón. La conexión sexual era tan fuerte que tal vez la habíamos confundido con otra cosa.

—Supongo que yo también estaba un poco obsesionada con él —admití. El deseo me seguía tentando cada vez que pensaba en lo que habíamos hecho. Como una drogadicta incapaz de superar su adicción mortal.
—Al menos ha mostrado su verdadera cara antes de que fuera demasiado tarde.


Volví a sentir un ataque de náuseas y corrí a vomitar al fregadero. No sólo expulsé hasta el último resto de comida, sino que seguí vomitando bilis.

—Jesús —exclamó Isa. —Isa —me volví lentamente hacia ella—. Creo que estoy embarazada.

No sé si habría tenido el valor de ir a la farmacia sin Isa. Examinamos varios tests de embarazo y confié en el criterio de Isa a la hora de elegir uno.

—¿De verdad crees que estás embarazada? — me preguntó cuando volvimos al coche.
—La semana pasada me di cuenta de que no me había venido la regla. No le di mucha importancia, pues mi ciclo menstrual no siempre ha sido muy regular. Y menos con todas las emociones que he vivido últimamente. Pero sí observé que algunos olores me revolvían el estómago.
—Oh, cariño…
—Y cuando anoche estaba en la cama con Joe me di cuenta de que tenía los pechos ultrasensibles.
—Cielos…
—Pero sigo pensando que puedo tener un retraso. El estrés puede provocarlo, ¿no? Y estoy tan preocupada por Peaches que… —ahogué un sollozo.

Era mejor pensar en mi gata que en la posibilidad de estar embarazada. Cuando más lo pensaba, más dudaba de que Joe le hubiera hecho algo. Joe ni siquiera sabía qué aspecto tenía Peaches.

¿O quizá sí?

Tal vez se había pasado por mi casa en más de una ocasión y había visto a Peaches en el escalón de la entrada…
¿Tendría Isa razón acerca de Joe? ¿Sería un psicópata?

Y si lo fuera… ¿hasta dónde sería capaz de llegar?
De regreso a casa, Isa me tuvo agarrada de la mano mientras esperaba los tres minutos para que aparecieran las rayas de color.

—Una línea rosa... —dijo Isa en voz baja cuando volvió del baño. Yo no había tenido agallas para comprobarlo—. Eso significa…
—Que estoy embarazada —dejé escapar un débil suspiro.

El teléfono empezó a sonar mientras Isa se sentaba a mi lado en el sofá. Llevaba sonando casi ininterrumpidamente desde que llegamos a casa. El número de Joe aparecía en las primeras llamadas, y dejé de comprobarlo porque estaba segura de que era él quien seguía llamando cada pocos minutos.

—¿Es que no piensa dejar de llamar en la vida? —protestó Isa.

Las continuas llamadas reafirmaron mi decisión de no volver a verlo. Su comportamiento no era propio de una persona normal. Su insistencia era obsesiva.

«Haría lo que fuera para hacerte feliz, bella. Lo que fuera».

Sentí un escalofrío al recordar sus palabras. ¿Sería capaz de matar a Teddy por haberme acosado la noche que nos conocimos?

Aparté la espeluznante idea de mi cabeza. No quería pensar en lo que Joe había hecho o dejado de hacer, porque lo que más importaba en esos momentos era el resultado de la prueba.

—No puedo creer que esté embarazada —dije.
—No sé por qué, pero creía que estabas exagerando. Quiero decir… Joe y tú tomabais precauciones.

No dije nada y me limité a acariciar a Onyx, que se había encaramado a mi regazo.
Isa me miró con los ojos muy abiertos.

—_________… dime que tomabais precauciones.

No pude mirarla a la cara. De repente me sentía como la mayor estúpida del mundo. Había dejado que la pasión me nublara el cerebro, y para eso no había excusa posible.

—Las tuvimos —dije—. Casi siempre… —la frase acabó en un gemido.
—Dios mío. ¿Qué te ha pasado, _________? Siempre obligabas a Kevin a ponerse un condón incluso cuando tú tomabas la píldora.
—Lo sé, lo sé —enterré el rostro en las manos—. Soy una imbécil. ¿Cómo me ha podido pasar esto a mis años?
—Ya no puedes hacer nada.

Me frotó la espalda para consolarme y las dos nos quedamos calladas durante un rato.

—¿Crees que la prueba es fiable al cien por cien? —pregunté. Me estaba agarrando a un clavo ardiendo, pero quería que Isa me dijera que la prueba podía dar un falso positivo. Que las hormonas segregadas por una persona sometida a un gran estrés podían confundirse con un embarazo.
—Ojalá no fuera así, cariño —dijo ella—. Pero estás embarazada y no puedes ignorarlo. Tienes que decidir qué vas a hacer.

No eran las palabras que más necesitaba oír.

—Es lo peor que podría pasarme. Lo peor, lo peor, lo peor…

El teléfono volvió a sonar. Isa se levantó de un salto, fue a la cocina y agarró el auricular.

—Escucha, maldito psicópata. La policía sabe que estás acosando a _________, y si no dejas de llamar van a ir a por ti.
—Gracias —le dije cuando volvió al salón.
—Eso lo detendrá —me aseguró Isa—. Por muy loco que esté, nadie quiere tener problemas con la policía —se sentó en el sofá—. Eh, ¿qué es eso?
—¿El qué?

Señaló hacia la mesa que estaba en la esquina, entre el cuarto de baño y el dormitorio. Había un sobre apoyado en la vela aromática. Los nervios me habían impedido verlo hasta ese momento.

—No puede ser de Joe. Es imposible que haya entrado en la casa.

Isa agarró el sobre y me lo tendió. Reconocí al instante la letra de Kevin.

_________:
Puede que no me creas, pero siento haberte hecho daño. Ya sé que «daño» no es la palabra adecuada para describir cómo te sientes. Y lo sé porque yo me siento igual. No quiero perderte, _________. Y si hay alguna parte de ti que aún me quiera, por muy pequeña que sea, tenemos que intentar arreglar las cosas antes de que sea demasiado tarde.
La decisión es tuya, y si no puedes perdonarme no volveré a presionarte. Pero espero sinceramente que lo hagas. Quiero salvar nuestro matrimonio, _________.
Kevin


Al acabar de leer la nota tenía los ojos llenos de lágrimas y una mano apretada contra el vientre.

Kevin quería salvar lo nuestro.

Pero ¿seguiría pensando lo mismo si supiera que llevaba dentro al hijo de otro hombre?

—Creo que deberías llamarlo, _________ —me sugirió Isa—. Me equivoqué al intentar apartarte de Kevin. Es verdad que cometió un grave error, pero no es como Keith. Te quiere, y es un buen hombre.

Reflexioné sobre aquellas palabras y me pregunté por qué Isa estaba tan convencida de la honestidad de Kevin cuando lo había acusado de intentar algo con ella.
Un marido que intentara seducir a mis amigas no era el hombre que yo necesitaba. Pero ¿y si Isa hubiera malinterpretado las palabras y los gestos de Kevin?

—Isa… Hace un mes no pensabas que Kevin fuera un buen hombre.
—Lo sé, y puede que me equivocara.
—No quisiste decirme lo que te dijo Kevin cuando intentó algo contigo. ¿Puedes contármelo ahora? Necesito saberlo.

Isa asintió y respiró hondo.

—¿Te acuerdas de la fiesta que organizó Kevin en el jardín cuando cumpliste veintiséis?
—Sí.
—Kevin me rodeó la cintura con un brazo y me dijo que era una mujer muy sexy, y que el hombre que me tuviera sería muy afortunado. Nunca había hecho algo así y… —se encogió de hombros.

Analicé cuidadosamente sus palabras.

—Eso fue justo después de que Keith te pidiera el divorcio.
—Sí.
—Y tú estabas por los suelos —seguí, recordándolo todo—. Le dije a Kevin que te regalara un cumplido para subirte la moral.
—Oh, Dios mío… —murmuró Isa, cerrando los ojos.
—Le dije que te dijera algo para que te sintieras mejor.

Isa suspiró.

—Al principio pensé que lo había malinterpretado, pero después de lo de Keith…
—Después del desengaño que sufriste con Keith pensaste que todos los hombres eran iguales, incluido Kevin.

Isa asintió. Su rostro era una mueca de angustia y remordimiento.

—¿Quién es ahora la imbécil?

Le apreté la mano.

—Me alegro de que me lo hayas contado. Kevin me engañó con otra, sí, pero no intentó ligar contigo. Eso sí que no podría perdonárselo.
—Llámalo, _________ —me animó Isa—. Arregla las cosas con él.
—Estoy embarazada, Isa. ¿Cómo voy a llamarlo ahora?

El teléfono empezó a sonar de nuevo y un grito de frustración escapó de mi garganta.
Isa volvió a responder.

—Llama una vez más, Joe, y tendrás a la policía en tu puerta para que te ponga las esposas. ¡Deja a _________ en paz!
—Quizá debería limitarme a ignorarlo —dije después de que Isa hubiese colgado con más violencia de la necesaria. Enfadar a una persona inestable podía ser peligroso. Pero si lo ignoraba, tal vez se acabara cansando.
—No me gusta que te siga molestando —dijo Isa—. Y va a seguir haciéndolo.
—Supongo que tienes razón —de hecho, no lo suponía. Estaba convencida de que tenía razón.
—Vas a necesitar mi pistola —se la sacó del bolso y me la entregó—. No tengas miedo de usarla.
—No me gustan las armas, Isa.
—No voy a quedarme de brazos cruzados mientras otro hombre intenta hacerte daño. Quédate con la pistola y déjala en tu habitación, porque Joe esperará a que estés en la cama para aparecer.
—No sé…

Isa llevó la pistola al dormitorio y volvió menos de un minuto después.

—Está en el cajón de la mesita de noche. No tendrás que verla a menos que la necesites.

Asentí.

—Está bien. Y ahora necesito que me hagas un favor.
—Lo que sea.
—Llévate a Onyx. No quiero que sufra ningún daño… como le pasó a Peaches.

Seguía negándome a creerlo, pero en el fondo sabía que era cierto. Joe la había matado. Había desaparecido la noche que salí con Joe. La noche que Kevin se presentó en casa para hablar conmigo. Joe debió de sufrir un ataque de celos al ver el coche de Kevin y descargó su furia asesina contra mi gata.
El teléfono sonó otra vez. Isa y yo soltamos un gemido al mismo tiempo.

—Haré algo mejor —dijo Isa—. Me llevaré a Onyx y a ti también. Joe no sabe dónde vivo.
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MensajeTema: Re: Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/   Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/ - Página 9 Icon_minitimeAgosto 31st 2012, 18:36


28

Durante los siguientes días, Onyx se quedó en casa de Isa y yo sólo iba a mi casa para recoger el correo y regar las macetas. Tenía que vaciar el buzón de voz del teléfono y del móvil, porque los continuos mensajes de Joe habían ocupado toda la memoria.

Decía que me que amaba y que quería casarse conmigo aunque no estuviera embarazada. Me prometía que me trataría bien, que jamás volvería a levantarme la mano y que iría a un psicólogo si así lo quería yo. Repetía las mismas cosas una y otra vez y se ofuscaba por mi cerrazón.

Estaba completamente loco.

Isa dejó de ver a Robert mientras yo estaba en su casa, pero cuando él la llamó al cabo de tres días la animé a que fuese a verlo. Al fin y al cabo, yo no era una niña pequeña que no pudiera quedarse sola.
Isa me hizo caso, y cuando aquella noche me vi sola en su casa, me invadió un profundo desaliento. Me sentía deprimida por culpa del embarazo y por tener que refugiarme en casa de mi amiga.

Decidí volver a mi casa y aferrarme a la esperanza de que encontraría a Peaches en la puerta.

La gata no estaba, pero sí tres sobres. Abrí uno de ellos, vi la palabra Bella y rompí las notas para tirarlas a la basura sin llegar a leerlas. Luego metí mi coche en el garaje para que Joe no lo viera si se pasaba por allí.

Porque aquella noche iba a dormir en mi cama.
Como era de esperar, apenas pude pegar ojo en toda la noche. Cada vez que oía un ruido daba un brinco en la cama. Y en más de una ocasión me acerqué a la ventana para mirar al exterior.

Afortunadamente, en ningún momento vi el menor rastro de Joe.
A la mañana siguiente Isa me llamó al móvil.

—¿Qué ha pasado? Me llevé un susto de muerte al volver a casa y no encontrarte.
—Sólo quería venir a casa. No puedo esconderme en tu casa para siempre.
—No confío en Joe, _________. Si tienes que quedarte aquí los próximos cinco meses, que así sea.
—Estoy tratando de pasar desapercibida. He metido mi coche en el garaje para que Joe no sepa que estoy aquí.
—Ah, muy bien.
—Además, no quiero entrometerme en tu vida.
—Por amor de Dios… Eres mi mejor amiga, _________. Para mí es como si fueras mi hermana. Mantenerte a salvo no es una intromisión en mi vida.
—Estoy bien —le dije—. Voy a pintar y a dedicar mi tiempo y mis energías en algo positivo.

Intenté olvidarme de mis problemas a través de la pintura, pero no lo conseguí. ¿Cómo olvidar que estaba embarazada? ¿Cómo olvidar que Joe me estaba acosando?
Por la tarde estaba tan desesperada que volví a llamar a Isa. Necesitaba hablar con alguien.

—No sé qué voy a hacer… ¡Estoy embarazada!
—Está bien —dijo Isa—. Ya es suficiente. Esta noche no vas a pensar en Joe ni en Kevin ni en el embarazo. No importa si el niño es de Joe o de Kevin. Es tuyo, y no hay nada malo en criarlo sola.

La emoción casi me impedía articular las palabras.

—No puedo creer que esté embarazada —sonaba como un disco rayado, pero no podía evitarlo—. Justo ahora precisamente, cuando Kevin quiere solucionar nuestro matrimonio. Y…
—¿No te acabo de decir que esta noche se acabaron las preocupaciones?
—Sí, pero…
—Nada de «peros». Tendrás que tomar una decisión, pero no será esta noche. Y, decidas lo que decidas, ni se te ocurra mantener una relación que no te satisfaga. Porque un hijo no ayudará a resolver los problemas con tu pareja.

Isa tenía razón. No iba a decidir nada aquella noche. Y tampoco quería seguir pensando en mi situación, porque me estaba volviendo loca.

—¿Qué propones para esta noche? —le pregunté.
—¿Qué te parece si vamos al club Illusions, en Internacional Drive? Te sentará bien mover el esqueleto. Ten en cuenta que dentro de poco empezarás a ganar kilos…

Sonreí.

—Gracias por tus ánimos, Isa —le dije en tono irónico.
—Sólo te estoy diciendo lo que te espera —por su tono de voz también ella estaba sonriendo—. ¿Estás lista para mover el trasero y quemar unas cuantas calorías?

No tuvo que seguir convenciéndome. Una noche de baile era justamente lo que necesitaba.

—¿A qué hora?

Isa y yo quedamos a las diez. Lo bastante temprano para evitar el gentío de medianoche pero no tanto como para que el lugar estuviese desierto.
Todo el mundo estaba bailando, gracias a la animada música que invitaba a divertirse y a olvidarse de los problemas. Isa y yo nos soltamos la melena en la pista de baile, moviéndonos como hacíamos en la universidad sin parar de reír.

Era justo lo que necesitaba.

—¿Lista para una copa? —me preguntó Isa cuando la música bajó de ritmo—. Sin alcohol, por supuesto.
—Por supuesto —respondí, abanicándome con la mano—. Hacía años que no bailaba tanto.
—Te prometí diversión y he cumplido, ¿o no?
—Desde luego.

Fuimos a la barra, donde Isa se pidió un margarita y yo un Sprite.
Me fijé en que varios hombres me miraban, pero a ninguno le sostuve la mirada. De esa forma nadie se podía creer que estuviese interesada, y por tanto, me dejaban en paz.

—¡Oh, Dios mío! —exclamó Isa cuando empezó a sonar una animada canción—. ¡Heavy D! —dejó la copa en la barra y tiró de mí—. ¡Tengo que bailar esta canción!

La acompañé riendo a la pista de baile, donde empezó a mover las caderas y agitar los brazos en el aire. Yo me limité a mover la cabeza al ritmo de la música mientras me tomaba el Sprite.
Estaba disfrutando del momento cuando, de repente, sentí unas manos en mi pelo. Antes de que mi cerebro pudiera asimilar lo que estaba pasando, tiraron de mí hacia atrás.

Me quedé tan aterrorizada que ni siquiera pude gritar.

—¿Qué narices estás haciendo, _________?

La voz de Joe en mi oído me provocó un escalofrío por todo el cuerpo. ¿Qué hacía él allí?
Me estaba tirando del pelo con tanta fuerza que perdí el equilibrio y caí al suelo. El vaso de Sprite se hizo añicos junto a mí.
Levanté la mirada y vi el rostro iracundo de Joe. Miré a Isa y la vi con los ojos abiertos como platos. Intentó ofrecerme la mano, pero Joe volvió a agarrarme del pelo y me levantó de un tirón.
Grité de dolor. Nadie podía oírme con la música, pero algunas personas se dieron cuenta de lo que estaba pasando.

—¡Suéltame, Joe!

Me agarró con más fuerza, haciéndome llorar. Entonces me soltó el pelo y me agarró del brazo.

—Nos vamos. Ahora.

Isa se interpuso entre los dos e intentó apartarlo de mí.

—¿Qué puñetas estás haciendo, Joe? _________ es una mujer adulta y puede hacer lo que le dé la gana. Tú no eres su dueño.

Joe me soltó y yo jadeé con alivio, agradecida por el efecto disuasorio que habían tenido las palabras de Isa. Pero entonces él puso la mano en la cara de Isa y la empujó con tanta fuerza que la hizo caer al suelo.

—¡Basta! —grité, y golpeé a Joe en el pecho.

Él me agarró de la muñeca y me miró echando fuego por los ojos.

—¿Es eso lo que estás haciendo aquí? ¿Haciendo lo que te da la gana? ¿Tonteando con otros hombres? ¿Decidiendo a quién te llevas a casa igual que hiciste conmigo?
—¡Hemos terminado, Joe! ¡Déjame en paz!
—¿Y se puede saber qué haces bebiendo? —le dio una patada al vaso roto—. ¡Estás embarazada!

El vaso salió volando y golpeó a una mujer en el tobillo. La afectada se giró con cara de pocos amigos.

—Será mejor que te vayas, Joe —dijo Isa mientras se levantaba—. Porque ahora mismo voy a llamar a la policía.

Joe me miró con una sonrisa de suficiencia, como si supiera lo que me estaba preguntando: ¿cómo sabía él que había confirmado mi embarazo?

—¿Pensaste que te creí cuando me dijiste que no estabas embarazada? Sé que lo estás, bella. Y sé que tú también lo sabes.

En ese momento aparecieron dos gorilas, uno a cada lado de Joe.

—¿Algún problema? —preguntó uno de ellos.
—Sí —respondió Isa—. Este tío está molestando a mi amiga. La ha agarrado por el pelo como si fuera un cavernícola.
—Es mi novia —dijo Joe, sin apartar la mirada de mí—. ¡Está embarazada y se dedica a ligar por ahí como una maldita puta!
—Está bien, amigo —dijo uno de los gorilas. No era su trabajo mediar en peleas conyugales, tan sólo evitar que hubiera problemas en el local—. Ahora tienes que irte.
—Vamos, _________ —me dijo Joe.

Los gorilas agarraron a Joe de los brazos.

—_________.

Joe no se movió y los gorilas empezaron a arrastrarlo hacia la puerta.

—¡_________! ¡Ven conmigo, _________!

Yo me quedé donde estaba, presenciando la patética escena con lágrimas en los ojos. Joe no dejó de mirarme mientras luchaba contra los gorilas, y la expresión de su rostro reflejaba su ira y frustración.

—¡_________! —gritó con todas sus fuerzas.

Los gorilas consiguieron sacarlo del local y sólo entonces volví a respirar.

—Maldito cerdo —masculló Isa.
—¿Cómo sabía que yo estaba aquí? —pregunté.

En vez de darme una respuesta que no tenía, Isa me abrazó y me mantuvo entre sus brazos mientras yo lloraba.
Al apartarme, me sequé los ojos e intenté recuperar el control de mis emociones.

—¿Cómo podía saber que estaba embarazada? ¿Cómo sabía dónde encontrarme? ¿Estará rebuscando en mi basura y siguiéndome a todas partes?
—Lo único que sé es que ese tío está loco y que es capaz de todo —sacudió la cabeza—. Tenemos que ir a denunciarlo a la policía.
—No —me pregunté qué estaría pensando la gente que me miraba, pero intenté no pensar en ello y me fijé únicamente en Isa—. No quiero enzarzarme en una lucha interminable con Joe. Si lo ignoro acabará dejándome en paz, ¿no?
—No lo sé —dijo Isa—. Parece que está obsesionado de veras.

Miré a mi alrededor. La gente seguía bailando, pero algunos me echaban miradas de reojo.

—Quiero salir de aquí.
—Ni hablar. No podemos salir ahora. ¿Y si Joe está esperando en el aparcamiento?
—¿Lo crees capaz?
—Como te he dicho, lo creo capaz de cualquier cosa.
—Tienes razón —suspiré—. Pero no quiero seguir aquí. Todo el mundo me mira.
—Si de verdad quieres marcharte, le pediré a los guardias de seguridad que nos acompañen a los coches.
—De acuerdo.

Fuimos hacia la puerta, donde estaban los dos gorilas que habían echado a Joe. Isa les explicó que necesitábamos su ayuda, por si acaso Joe estaba escondido en alguna parte, esperando a que yo apareciera.

—Sin problema.

El más alto y fuerte de los dos gorilas nos acompañó a los coches.

—¿Dónde has aparcado? —me preguntó Isa.
—Al final del aparcamiento.
—Mi coche está ahí —lo señaló—. Súbete y te llevaré al tuyo.

No se veía a Joe por ninguna parte, aunque había varios todoterrenos dorados en el aparcamiento.

—¿Todo bien? —nos preguntó el gorila cuando llegamos al Nissan Sentra de Isa.
—Eso parece —dijo ella—. No creo que vayamos a tener ningún problema.

El gorila se marchó y Isa y yo nos subimos al vehículo.
Empecé a tranquilizarme cuando no vi ningún todoterreno como el de Joe junto a mi coche. Podía estar en cualquier parte, pero tenía el presentimiento de que ya se había marchado.

Gracias a Dios.

—¿Por qué no te subes a tu coche y me sigues hasta mi casa? —me sugirió Isa—. No quiero que estés sola.
—De acuerdo. Me parece buena idea.

Salí del coche de Isa y eché a andar hacia el mío. Pero cuando estaba a pocos pasos me detuve en seco, horrorizada.

—¿Qué pasa? —me preguntó Isa.
—Mi coche… Joe me ha rajado las ruedas.
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MensajeTema: Re: Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/   Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/ - Página 9 Icon_minitimeSeptiembre 1st 2012, 23:09

siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
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MensajeTema: Re: Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/   Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/ - Página 9 Icon_minitimeSeptiembre 2nd 2012, 11:56

ME ENCANTA SIGUELA





CHICAS SE PASAN POR MIS NOVELAS POR FAVOR!!! C:
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MensajeTema: Re: Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/   Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/ - Página 9 Icon_minitimeSeptiembre 2nd 2012, 14:38


29

Mi móvil no paraba de sonar de camino a casa de Isa, hasta que finalmente lo apagué.

A medianoche, sin embargo, volví a encenderlo para comprobar los mensajes mientras estaba en el sofá de Isa. Un mensaje automático me dijo que el buzón de voz estaba lleno y que necesitaba borrar algunos mensajes para poder recibir otros nuevos.
Apreté el botón para escuchar el primero.

—_________… —un largo silencio—. _________, lo siento. No me has devuelto las llamadas y… te echo de menos. Te necesito. Por favor, no me tengas miedo. Te quiero. Lo siento, bella.

Los siguientes eran prácticamente idénticos, llenos de disculpas y de súplicas para que lo llamara. Pero el quinto mensaje cambió de tono.

—¿Alguna vez me has querido, _________? ¿O me mentiste desde el principio? A lo mejor te gusta comerles la polla a todos los tíos que conoces. Finges ser dulce y recatada, y luego te follas a cualquiera. Me has engañado, _________. Yo siempre fui bueno contigo, pero hiciste que me enamorase de ti y luego me traicionaste.

Otro mensaje:

—¡_________! ¿Por qué no respondes al maldito teléfono? Tú tienes la culpa de que me pusiera furioso esta noche. No quería agarrarte, pero me volviste loco con tus mentiras. Primero me robas el corazón y luego me demuestras que no eres más que una puta. No mereces ser la madre de mi hijo. ¡Responde al teléfono!

El último mensaje me llenó de pavor.

—Te odio, zorra mentirosa. Deberías morir por lo que me has hecho.

Mi primer impulso fue borrar los mensajes, pero algo me dijo que debía conservarlos. Al menos aquéllos que mostraban las amenazas y la inestabilidad mental de Joe.

Y entonces se me ocurrió la manera de librarme de él para siempre.
La policía buscaba al hombre que había atacado a Teddy. Y si yo lo denunciaba…
Era exactamente lo que iba a hacer.
Cerré los ojos y decidí llamar a la policía a la mañana siguiente.

Al día siguiente llamé a la grúa para que recogieran mi coche y lo llevaran a un taller. Isa quería acompañarme, pero le dije que no era necesario y le prometí que la llamaría en cuanto me hubieran cambiado las ruedas.
Mientras esperaba en el taller, no dejaba de preguntarme cómo se había atrevido Joe a amenazarme de aquella manera. Yo no había hecho nada que mereciera su ira, aunque realmente no era odio, sino pura y simple locura.

Y a los locos era imposible entenderlos.

Cuando iba conduciendo de camino a casa, decidí que no permitiría que Joe siguiera alterando mi vida. De modo que llamé a la policía en cuanto llegué a casa y lo identifiqué como la persona que había atacado a Teddy. Les di el nombre completo de Joe, su dirección, sus números de teléfono y las horas en que estaría en casa. Para mantener mi anonimato había ocultado mi número al realizar la llamada.

Al acabar, recé porque la pesadilla se acabara de una vez por todas.
Aquella noche no pude dormir. Estaba hecha un manojo de nervios, pensando que la policía habría localizado mi llamada y que Joe descubriría que había sido yo la que lo había denunciado.

Estuve tentada de llamar a Joe desde una cabina para comprobar si respondía al teléfono. Si lo hacía, significaría que la policía había desestimado mi llamada como una posible pista. Y si no…

Me acurruqué en la cama y estuve viendo la televisión. Mi coche estaba en el garaje, por si acaso Joe no estaba detenido y decidía pasarse por allí. Al cabo de varias horas sin recibir ninguna llamada suya, empecé a convencerme de que estaba entre rejas o siendo sometido a un intenso interrogatorio. De lo contrario habría intentado acercarse a mí.

Había llamado a Isa para contarle mi llamada a la policía, y a las once volví a telefonearla.

—Estoy muy nerviosa —le dije—. Pero Joe no ha dado señales de vida, y eso es buena señal.
—Eso espero. Pero me gustaría que vinieras a mi casa, por si acaso.
—No. Esta noche tengo que quedarme aquí para asegurarme de que no hay ningún problema. Pero sigo teniendo tu pistola —añadí con la esperanza de tranquilizar a Isa.
—Mantén abierto el cajón de la mesilla.
—Así lo haré… Espero que la policía encierre a Joe sin fianza.
—Le dio a Teddy una buena paliza, y podría haberlo matado si él no se hubiera resistido.
—Le caerán unos cuantos años por eso, ¿verdad?
—Si no es así empezaré a desconfiar seriamente de nuestro sistema judicial… Oh, espera. Me llaman por la otra línea.

Un minuto después volví a oírla.

—Cariño, es Robert.
—Oh, vale. Habla con él.
—Te llamaré después, si quieres.
—No, no, no hace falta. Voy a intentar dormir.
—Me alegra que hayas hecho lo que había que hacer —dijo Isa—. Llámame mañana, ¿de acuerdo? Y si te sientes amenazada por lo que sea, llámame enseguida.
—Lo haré. Pero seguro que estaré bien. Saluda a Robert de mi parte, y dile que espero conocerlo algún día de éstos… cuando mi vida se haya aclarado un poco.

Me acosté después de colgar, pero estaba demasiado inquieta para dormir. Fui a la cocina y me serví un vaso de vino sin encender la luz, por si acaso Joe estaba acechando en el exterior. Luego recordé que estaba embarazada y que no debía beber alcohol, de modo que opté por un vaso de leche y me lo llevé a la habitación. Empecé a zapear desde la cama, sin encontrar nada interesante, hasta que Glenn Close apareció en la pantalla y reconocí la película.

Atracción fatal.

Me estremecí al ver la escena en la que Glenn Close le suplicaba a Michael Douglas que no la abandonase.

¿Simple coincidencia o acaso el universo me estaba diciendo algo?
Me desperté con la sensación de que me estaban observando.

Abrí los ojos, y cuando miré por la habitación me llevé un susto tan grande que me quedé sin voz para gritar.
Joe estaba sentado en el sillón de mi dormitorio, mirándome fijamente. ¿Cómo podía haber entrado? Aturdida, miré a mi alrededor y comprobé que, efectivamente, era mi habitación. La luz del sol entraba a través de las persianas. Cerré los ojos y pensé que estaba soñando, pero cuando volví a abrirlos Joe seguía allí.
No entendía nada. Yo nunca le había dado una llave de mi casa.

—Bella —dijo, sin apartar la mirada y sin pestañear. Sus ojos despedían una intensidad escalofriante.
—Jo-Joe. ¿Có-cómo has entrado?
— ¿Me has denunciado a la policía, bella?

El miedo se adueñó de mí. Sabía que para salvarme tenía que mentir, pero mi boca no lograba articular las palabras.
Joe se levantó y se acercó lentamente a la cama.

—¿Me has denunciado a la policía, bella? —repitió.
—N-no —respondí, balbuceante—. ¿Por qué?

Él se sentó en la cama, a mi lado. Yo quería salir corriendo, pero tenía tanto miedo que permanecí inmóvil y procuré mantener la calma.

— Alguien me ha denunciado a la policía. Les dijo que yo había atacado a Theodore Granger, el hombre que te estaba molestando la noche que te conocí en el club —me acarició suavemente la mejilla, pero su tacto no transmitía la menor ternura—. ¿Has sido tú?
—¿Por qué iba a hacer algo así? —pregunté con la voz más serena posible.
—¿Porque estás furiosa conmigo, tal vez?
—No… no estoy furiosa contigo —era cierto. Lo que estaba era muerta de miedo.

Joe deslizó la mano bajo la manta y la llevó a mi entrepierna.

—¿Estás segura?

Empezó a acariciarme y me metió un dedo en mi sexo, como si su intención fuera seducirme y no estrangularme.

—Sí, lo estoy —le dije.

Me frotó el clítoris con la yema del pulgar y, maldición, empecé a humedecerme. Odiaba a mi cuerpo por traicionarme y excitarse cuando estaba en manos de un psicópata. Pero sus caricias siempre lograban dejarme sin defensas.

Ése había sido siempre el problema. Cuando Joe me excitaba mi cabeza se olvidaba de que era un maníaco.

Joe ahondó aún más en mi vagina y movió el dedo hasta hacerme gemir. Entonces extrajo el dedo y lo reemplazó con la boca. Me chupó muy despacio, bebiendo de la esencia que manaba de mi cuerpo y aumentando mi confusión. Estaba cada vez más excitada, sin querer estarlo.
Y de repente me pregunté si había tomado la decisión adecuada al denunciarlo. Tenía muy claro que no podía seguir con él, pero ¿qué me habría hecho Teddy si Joe no hubiese intervenido aquella noche?

Joe me puso una mano en el pecho. Era un gesto aparentemente natural, pero dejaba muy claro que él era el dueño absoluto de mi placer. Algo que yo no podía negar, ni siquiera en esos momentos.

—Oh, bella… No sabes lo mucho que me gusta tocarte. Y sé que a ti también te gusta…

No dije nada.
Joe me acarició el pezón a través del camisón.

—Sé que me he portado mal, pero ha sido porque te quiero demasiado.

Gemí. Sus caricias me estaban excitando, sí, pero de repente se me había ocurrido una idea.
Para salvarme tenía que fingir que aún lo deseaba. Porque si no lo hacía, Joe podría hacer cualquier cosa.

—Tienes miedo de lo que sientes por mí —dijo él mientras me levantaba el camisón—. Lo sé, porque a mí también me asusta. Es la única razón por la que me estás evitando.
—S-sí.
—Porque cuando me ves, cuando estamos juntos, nuestros cuerpos se unen de una manera que no podemos controlar.

Me acarició y pellizcó los pezones hasta ponerlos duros como piedras. Gimió con satisfacción y empezó a lamerlos, lo que avivó mi excitación a pesar de mi miedo. Lo que decía era cierto. La química sexual era tan fuerte que nuestros cuerpos actuaban por sí solos.
Levantó la cabeza y pegó las manos a mis pechos.

—¿Estás segura de que no hablaste con la policía?

Había pasado de chuparme los pezones a preguntarme por la policía. Tal vez disfrutara tocándome y lamiéndome, pero con la misma facilidad podía volver a agarrarme del cuello. Y quizá en esa ocasión me estrangulara lentamente si le decía algo que no quisiera oír.
Se me puso la carne de gallina.

—Claro que estoy segura.
—Si no has sido tú, entonces ha sido Isa — declaró él.

Lo miré con ojos muy abiertos.

—No puedes dar por hecho que fuera Isa. Aquella noche había mucha gente fuera del club. Quizá alguien nos vio, te reconoció y te denunció a la policía.

Mi explicación era patética, pero esperé que sirviera para tranquilizar a Joe.

—Ha sido Isa —insistió, y se levantó bruscamente—. Es todo lo que quería saber… Esa maldita zorra.

De repente tuve miedo por Isa. No sé por qué, pero me asaltó el temor de que Joe le hiciera daño, igual que se lo había hecho a Teddy.

Por haberlo traicionado.

Se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta. Yo aparté la manta y me levanté de un salto.

—¿Adónde vas?
—Me marcho, bella.
—Pero… pero… ¿qué vas a hacer?

Me miró con una ceja arqueada.

—¿Crees que voy a hacer algo malo?

No respondí. Era obvio que me había leído el pensamiento.

—¿Por qué no me lo preguntas, bella?
—¿Preguntarte qué?
—Si ataqué a Theodore.

Guardé un breve silencio.

—¿Lo hiciste?
—Sí.

Su respuesta me aturdió de tal manera que di un paso atrás.

—Volví a verlo en aquel bar. Dijo una obscenidad sobre ti y le di su merecido por faltarte al respeto. Por haber agredido a tu amiga y por querer hacerte daño a ti.

Abrí la boca, pero no supe qué decir.

—¿Qué crees que habría pasado si no llego a aparecer en tu ayuda? —preguntó él—. ¿Crees que te habría hecho daño? ¿Que habría intentado violarte, tal vez? —me clavó su mirada intensa—. Yo te protegí, bella. Te protegí para que no se atreviera a atacarte nunca más. Te protegí porque me enamoré de ti nada más verte. ¿Cómo no voy a hacer lo que haga falta para mantenerte a salvo?

Su razonamiento no carecía de sentido, y una vez más me sentí confusa. Tal vez había exagerado en mis planteamientos. Tal vez no debería haber llamado a la policía. Teddy me había dado un susto de muerte, eso era cierto. Había tirado a Isa al suelo y quién sabe lo que habría hecho si Joe no hubiese aparecido a tiempo.

Me había salvado, y aunque no pudiéramos seguir juntos, no había sido justo por mi parte denunciarlo a la policía.

—¿Se lo… se lo confesaste a la policía?
—Claro que no. La policía me estuvo interrogando anoche, pero me negué a responder sin un abogado. Ahora quieren que vaya a posar junto a otros sospechosos.
—¿Ahora?
—Pronto. Puede que me detengan… por hacer lo que debía.

Pensé en una solución a toda prisa. Si algún testigo identificaba a Joe entre los sospechosos, y seguramente así sería, descargaría toda su ira contra Isa.
No podía permitir que ella pagara las consecuencias de la llamada telefónica que yo había realizado.

—Joe…
—¿Sí?
—Yo… —«dilo. Afronta las consecuencias»—. Isa no llamó a la policía. Lo hice yo.

Cerré y los ojos y me preparé para recibir el castigo. Pero lo único que oí fue un suave chasquido con la lengua.

—¿Por qué, bella?
—Lo siento —dije, mirándolo a los ojos—. No debí haberlo hecho. Pero me asustaste y… —dejé la frase a medias y empecé a llorar.

Joe me abrazó rápidamente.

—No. Tienes razón… Fue culpa mía —me puso una mano en el vientre—. Hiciste lo que hubiera hecho una buena madre. No puedo culparte por eso.

Aquella reacción era lo último que me hubiera esperado de él.

—Lo siento, bella. Te hice daño porque lo que siento por ti es demasiado fuerte.

Lo dijo como si con aquello bastara para justificar su comportamiento, pero no se daba cuenta de que estaba expresando la razón por la que no podía estar con él.

—Nunca volveré a hacerte daño, bella —colocó las manos en mi nuca. ¿Tendría intención de estrangularme? ¿Iba a matarme para acabar con todo?—. Pero necesito saber si me quieres.
—Te… te quiero —me sentía como si estuviera en una película, recitando las palabras escritas en el guión. Con Joe ya no era yo misma. Quizá nunca lo había sido. Sabía que estaba diciendo lo que él quería oír, y no quería comprobar lo que pasaría si dijera cualquier otra cosa.

Me besó con ardor y me quitó el camisón por encima de la cabeza, dejándome desnuda ante él.

Iba a hacerme el amor, allí mismo, en mi cama de matrimonio.
Y yo iba a permitírselo.
Porque era una cuestión de supervivencia.
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MensajeTema: Re: Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/   Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/ - Página 9 Icon_minitimeSeptiembre 2nd 2012, 22:33

siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
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MensajeTema: Re: Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/   Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/ - Página 9 Icon_minitimeSeptiembre 5th 2012, 20:49

30

Me dejé llevar de la única forma que sabía.

Abandonándome por completo a la pasión descontrolada y sin negarle a mi cuerpo ni a Joe el menor placer. Nuestros cuerpos se fundieron una vez más y nos elevaron a las más altas cimas del éxtasis.
Durante los diez minutos posteriores al festín pasional permanecimos abrazados y sudorosos, nuestras almas conectadas como siempre quedaban tras haber hecho el amor. Sinceramente, empezaba a tener miedo de mis propios sentimientos. Primero estaba convencida de que no quería volver a ver a Joe, y al momento siguiente me moría por su cuerpo.

Le había permitido acostarse conmigo porque así me lo exigía mi instinto de supervivencia. Necesitaba hacerle creer que lo amaba y que quería estar con él. Y sin embargo, en cuanto empezó a hacerme el amor, caí de nuevo bajo su poderoso hechizo.
Ya no estaba furioso. El sexo lo había calmado y yo ya no sentía miedo en sus brazos. Cuando se marchara haría lo que tuviera que hacer para echarlo definitivamente de mi vida, pero de momento estaba a salvo de su impredecible carácter.

Lo besé en el pecho y al hacerlo sentí una punzada de tristeza. Con él había compartido las experiencias más intensas que podía imaginar, pero aquélla era la última vez que estaríamos juntos.

Así tenía que ser.

Volví a besarlo en el pecho, esperando que me acariciara el pelo o me besara en la frente. Pero él permaneció quieto y silencioso. Sin mirarlo a los ojos supe que algo había cambiado en él.
Levanté la cabeza y vi algo inquietante en su expresión pensativa.

—¿Qué ocurre? —le pregunté.
—Esto es lo que vas a hacer —empezó en tono resuelto y natural—. Vamos a vestirnos y luego vamos a ir a la comisaría. Allí les dirás que fuiste tú quien hizo la llamada.
—¿Qué?
—Escucha, bella —su tono se hizo más severo—. Les dirás que fuiste tú quien llamó para denunciarme, pero también les dirás que fuiste testigo de lo que pasó. Les dirás que estabas conmigo la noche que agredí a Theodore, pero que lo hice porque él te había atacado a ti.

Lo miré boquiabierta.

—Pero si le digo eso a la policía, se preguntarán por qué llamé para denunciarte en primer lugar.
—Les dirás que tuvimos una discusión.

Me quedé en silencio, pero sin el menor rastro de tristeza porque Joe fuera a formar parte del pasado en cuanto nos levantáramos de la cama.

—Y… ¿bella?
—¿Sí? —lo miré a los ojos, pero su mirada estaba vacía de todo sentimiento. Su frialdad era sobrecogedora.
—Tienes que ser convincente. Tú provocaste el problema y tú tienes que resolverlo.

Se advertía un tono de amenaza en su voz, y una vez más me vi sumida en el caos emocional que Joe provocaba. Podía pasar del amor más pasional al odio más acérrimo en cuestión de segundos. ¿Cómo podía follarme como un salvaje, comerme el coño y suplicarme que me corriera en su boca como si su vida dependiera de mis flujos vaginales, y luego ordenarme que fuera a la policía con una frialdad que no admitía discusión?
Joe me soltó y se levantó de la cama. Lo miré mientras se vestía, sin moverme ni hablar.

—Levántate, _________. Nos vamos ya.

Me levanté.
¿Acaso tenía elección?
En la comisaría me sentí como una completa idiota. La clase de persona que alertaba de la llegada del lobo sólo para llamar la atención.

—Entonces… —estaba diciendo la agente de policía con el pelo corto—, ¿dice usted que denunció a este hombre, pero que estaba actuando en defensa propia cuando se produjo la agresión?

Me mordí el interior de la mejilla y cambié el peso de un pie a otro.

—Ese hombre intentaba obligarme a que me fuera con él. Se mostró muy grosero conmigo y agredió a mi amiga. Y entonces Joe… vino en mi ayuda.

La policía no pareció muy convencida.

—En ese caso, ¿por qué hizo una llamada anónima para denunciarlo?

Dudé. Desearía estar en cualquier otro sitio, porque nada de lo que dijera tenía sentido.

—Estaba furiosa con él.
—¿Cómo dice?
—Estaba furiosa con él —repetí en voz más alta—. No debería haber hecho esa llamada, pero tuvimos una discusión y…. y…
—¿Y qué?
—No pensé en lo que hacía. Estoy embarazada y a veces no controlo mis arrebatos —suspiré—. Ya sé que no es excusa. Fui una estúpida. Lo siento.

La agente se encogió de hombros.

—Muy bien —dijo en tono dubitativo—. ¿Está dispuesta a firmar una declaración en la que haga constar que su novio actuaba en defensa propia?

Miré hacia la puerta. Joe no estaba allí, pues sabía que debía hablar en privado con la policía. Tal vez pudiera confiar en aquella agente que no parecía creer mi historia. Podría contarle la verdad, que tenía miedo de Joe y suplicarle que lo encerrara en una celda y perdiera la llave.
Pero no era tan ingenua. Sabía muy bien cómo funcionaba el sistema. Si Joe era arrestado, podrían dejarlo en libertad bajo fianza. Y si volvía a quedar libre…

Iría a por mí.
De modo que no, no podía hacer lo que más quería. El riesgo era demasiado grande. Mi vida estaba en juego.
Y la de mi hijo.

—Sí —asentí con firmeza—. Firmaré esa declaración.

La agente me tendió una hoja y un bolígrafo.

—Puede escribir su declaración.

Agarré el bolígrafo y me dispuse a escribir.

—Permítame un consejo —dijo la agente—. La próxima vez que tenga una discusión con su novio, búsquese otra manera de vengarse de él. Una acusación falsa podría acarrearle graves problemas.
—No era una acusación falsa…
—No del todo. Pero usted no se presentó como testigo cuando debió hacerlo.

Entendí lo que quería decirme y cerré la boca. La policía no toleraba que una persona se burlara de ella, aunque estuviese embarazada.
Un poco después abandoné la comisaría con Joe. En el coche me besó la mejilla y me sonrió con afecto. Yo le respondí con una sonrisa forzada, porque por dentro me sentía acongojada. Había escrito y firmado una declaración que era falsa casi en su totalidad.

«Has cambiado».

—Joe —dije después de llevar un rato conduciendo—. Tengo que ver a mi marido. Para acabar con todo —añadí rápidamente cuando sus ojos se abrieron con espanto—. Es el momento de contárselo todo. Lo de mi embarazo y lo de… de… mi decisión.
—Por supuesto —sonrió—. Iré contigo.
—No —entrelacé los dedos con los suyos y me llevé su mano a los labios—. Te agradezco que quieras acompañarme, pero tengo que hacerlo sola. Es lo justo.
—No quiero que te haga daño.

«¿Igual que tú me lo haces cuando no te sales con la tuya?».

—Iré a verlo a su trabajo. No me pasará nada —le sonreí para asegurarle de que le decía la verdad—. Estoy embarazada de un hijo tuyo. Mi futuro está contigo. Tú nunca me traicionarías como hizo él. Estoy segura —pronuncié las mentiras de la forma más sentida posible. Tenía que convencerlo como fuera.

Joe me miró con una expresión de calor y confianza. Me había creído, gracias a Dios.

—Está bien. Supongo que será lo mejor. Además, yo tengo que volver a salir de la ciudad por trabajo.
—¿En serio? —intenté parecer decepcionada.
—Sí. Tengo que estar tres días en Seattle.

¡Tres días! Las palabras eran música celestial para mis oídos.

—Me alegro de que el asunto de la policía se haya resuelto, porque de lo contrario no habría podido viajar—añadió, echándome una mirada cargada de significado.
—Sí —dije—. Yo también me alegro —y aún más porque mi declaración hubiera posibilitado que se marchara de la ciudad durante tres días. En ese tiempo podría respirar tranquila.

Estaba tan contenta como si hubieran sido tres años.

—Ya ha pasado todo —dije—. Al fin podremos seguir adelante y formar una familia.

Joe detuvo el coche frente a mi casa y abrió la guantera. Ahogué un gemido de horror, temiendo que fuera a sacar una pistola o un cuchillo.
Pero lo que sacó fue un pequeño estuche de terciopelo. Lo abrió y me extrajo un modesto anillo de diamante.

—Era de mi madre —dijo con voz triste—. Mi padre se gastó todos sus ahorros para comprárselo. Me habría gustado dártelo en otro momento, pero quiero que lo lleves puesto si vas a ver a tu marido. Así podrá ver que has encontrado al hombre de tus sueños.

Tragué saliva. Joe me tendió el anillo, esperando mi permiso para ponérmelo en el dedo.

—¿Te casarás conmigo, bella?
—Oh, Joe… —murmuré con voz ahogada mientras le ofrecía mi mano. Mi actuación estaba siendo digna de un Oscar—. Sí, cariño, sí…

El rostro de Joe se iluminó con una radiante sonrisa mientras me deslizaba el anillo en el dedo anular. Me quedaba un poco grande, pero no tanto como para que se cayera.

—Haré que ajusten su tamaño a tu dedo —dijo Joe.
—Vale, pero aún no. Ahora quiero llevarlo… como me has dicho.

Mis palabras lo complacieron enormemente. Me besó y yo me volqué por entero en el beso, porque tenía que ser convincente hasta el final.

—Te quiero, bella —me susurró al apartarse—. Te llamaré todos los días mientras esté fuera.
—Oh, Joe —le agarré el rostro entre mis manos—. Yo también te quiero. Voy a echarte de menos.
—Y yo a ti.

Volví a besarlo y abrí la puerta para salir del coche, pero Joe me agarró de la mano.

—¿Bella?
—¿Qué, cariño?
—Asegúrate de pasar desapercibida. Quiero que estés a salvo.
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MensajeTema: Re: Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/   Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/ - Página 9 Icon_minitimeSeptiembre 5th 2012, 20:53

31

«Pasar desapercibida…». Era una extraña manera de despedirse, y además me sonaba vagamente familiar. Pero ¿por qué?

Abrí la puerta y me giré para despedirme con la mano de Joe, quien estaba esperando hasta que yo entrase en casa. Me devolvió el gesto y se alejó en su coche.

Cerré con llave y miré por la ventana para asegurarme de que Joe no daba la vuelta. Esperé así veinte minutos, hasta convencerme de que iba camino del aeropuerto. Había visto la maleta en el asiento trasero de su coche, de modo que debía de ser cierto que se marchaba de la ciudad.

Fui a mi habitación y me dejé caer en el borde de la cama, abrumada bajo el enorme peso que sentía en los hombros.
Me miré las manos y examiné el bonito anillo que acababa de darme Joe. Me lo quité y lo puse en la mesilla de noche.
Fue entonces cuando vi una hoja doblada con mi nombre escrito. Era la letra de Kevin.

Te quiero. Ahora y siempre.
Kevin


El mensaje era muy breve, pero tenía un significado muy especial para ambos. Era lo mismo que Kevin me había escrito en el ramo de rosas que me envió el día que se declaró.
Por primera vez en muchas semanas, no me molestaba recibir noticias suyas. Incluso me hizo sonreír.
Pensé en él y en la vida que habíamos compartido. ¿Qué había salido mal? ¿Habíamos sido demasiado jóvenes cuando iniciamos nuestra relación? O tal vez la respuesta no fuera tan simple. Yo creía que nos seríamos fieles el uno al otro hasta la muerte, pero él había sucumbido a la tentación.

Y yo también.

Ahora sabía lo fácil que era prendarse sexualmente de alguien a quien no se le había jurado amor eterno.
Durante las últimas semanas había sacado a Kevin de mi cabeza. Joe había sido una distracción fantástica, pero el inesperado giro que tomaron los acontecimientos me había hecho ver que no podía seguir huyendo de mi vida. Si Kevin y yo íbamos a recuperar nuestro matrimonio, era el momento de hacerlo.

Si Kevin me amaba podría perdonarme, igual que me había suplicado que yo lo perdonase a él.

Tenía que aferrarme a aquella creencia, porque al fin sabía, sin la menor duda, que quería volver con Kevin. También sabía que no había intentado seducir a Isa, lo que era un gran alivio. Kevin aún me quería y no volvería a cometer el mismo error. Yo también lo había cometido… y mucho peor. El niño que llevaba dentro así lo demostraba.

Una lágrima me resbaló por la mejilla. En el último mes y medio habían ocurrido demasiadas cosas. Y tal vez no hubiera vuelta atrás.
Sólo había un modo de averiguarlo. Agarré el teléfono y marqué el número del trabajo de Kevin. Pero en ese instante me asaltó un pensamiento y colgué enseguida.

«Pasar desapercibida…». Era lo mismo que le había dicho a Isa cuando hablamos por teléfono la noche que fuimos al club Illusions. La noche en que Joe me agarró del pelo en la pista de baile. Sabía dónde encontrarme, y sabía que estaba embarazada…

«Sé que estás embarazada, bella.Y sé que tú también lo sabes».

Santo Dios… Un escalofrío me congeló la sangre. ¿Habría instalado Joe algún micrófono en mi casa? ¿Habría pinchado el teléfono?
No podía estar segura, pero no podía llamar a Kevin desde el teléfono de casa. Agarré el móvil y salí al jardín trasero.

—Kevin Gibson.
—Hola, Kevin.
—_________… —parecía ligeramente sorprendido.
—He recibido tus notas.
—No sabía seguro si estarías en casa. He visto que has dejado comida y agua para Peaches en la puerta.

Al pensar en Peaches se me formó un nudo en el pecho. Pero ya le hablaría a Kevin de la gata más tarde.

—¿Podemos vernos, Kevin? Me gustaría hablar contigo.
—Por supuesto. ¿Cuándo?
—¿Qué te parece dentro de una hora? Ya sé que estás trabajando, pero…
—No pasa nada. Me tomaré un descanso e iremos a la cafetería que hay frente al hotel.
—Muy bien. Nos vemos en una hora.

A Kevin se le iluminó la cara cuando me vio entrar en la cafetería. Aquél era el Kevin del que me había enamorado. El hombre apuesto y atractivo que podía derretirme con una simple mirada o sonrisa. Esperó a que yo fuera hacia él y me abrazó. —Hola, cariño. Era agradable volver a estar en sus brazos. Era como volver a casa.

—Hola.

Dio un paso atrás y me hizo extender los brazos para verme bien.

—Estás preciosa.
—Gracias.

Volvió a abrazarme como si no pudiera despegarse de mí.

—Te he echado de menos.

Los ojos se me llenaron de lágrimas al oírlo.

—Yo también a ti.
—Tranquila —dijo él al advertir mis lágrimas—. Lo que importa es que ahora estamos aquí.

Para él era muy fácil decirlo. Aún no sabía que yo estaba embarazada.

—Siéntate —me señaló una de las dos confortables sillas junto a la mesa.

Miré a mi alrededor. Había gente en el local, pero nadie ocupaba la mesa contigua a la nuestra, por lo que tendríamos intimidad suficiente.
Aun así, hablé en voz baja.

—¿Qué pasó, Kevin? - Mi pregunta pareció confundirlo. —¿Cómo pudiste acostarte con otra?
—Fui un estúpido —respondió—. Ya te lo he dicho.
—Necesito algo más que eso. Necesito una explicación que pueda entender. ¿O me estás diciendo que simplemente cediste a la tentación?
—_________, no tengo ninguna excusa para lo que hice. Nada de lo que pueda decir podrá justificarlo. Lo único que puedo decirte es que nunca más volverá a pasar.
—¿Sentías que nos estábamos separando?
—Supongo que ambos nos acomodamos a la relación —dijo él—. Nos queríamos, pero caímos en la rutina y la pasión se apagó. Y… —suspiró—. He pensado mucho en esto. Creo que llegué a verte de una determinada manera… —también él hablaba en voz baja para que nadie pudiera oírnos—. Tú no tenías experiencia sexual cuando nos casamos, y la verdad es que yo tampoco. Pero sí tenía una imagen clara de lo que una esposa debería ser y lo que debería hacer. Supongo que estaba influido por mi madre. Es algo complicado, pero al mismo tiempo es muy simple. ¿Entiendes lo que quiero decir?

Sí, lo entendía muy bien. Kevin se refería a la imagen que tenía de mí en lo relativo al sexo. Se había criado en un hogar muy conservador y ni él ni sus hermanas habían podido tener citas hasta que fueron a la universidad.

—Después estaba lo de tu violación, y… quería ser delicado contigo.
—Lo entiendo, Kevin. Pero yo no soy una pieza de porcelana a la que haya que tratar con un cuidado exquisito. Yo también he tenido mis problemas sexuales, pero siempre pensé que conseguiríamos superarlos juntos. Lo que no esperaba es que te acostaras con otra.
—Tienes toda la razón, _________. No te mereces lo que te hice —su expresión se ensombreció—. Si no quieres volver a saber de mí, lo entenderé.

Suspiré débilmente.

—No es eso lo que quiero, Kevin —dije. Hasta ese momento no me había dado cuenta de esa verdad.
—Oh, _________ —un brillo de felicidad se encendió en los ojos de Kevin—. Te quiero tanto…
—Si vamos a arreglar las cosas tenemos que ir despacio —aclaré—. Volver a salir como al principio, pasar tiempo juntos y redescubrir todo lo que teníamos —hice una pequeña pausa—. Así sabremos si estamos hechos el uno para el otro o si deberíamos separarnos definitivamente.
—No quiero separarme de ti —dijo él sin dudarlo—. Si no puedo vivir contigo…
—Yo tampoco quiero separarme. Pero no sé si el amor basta para que estemos juntos.
—¿Has acabado con ese tipo?
—Sí —dije, pero volví a pensar en el bebé. No era el momento para contárselo a Kevin.
—Bien —fue todo lo que dijo al respecto. Me sorprendió que no tuviera más preguntas sobre mi aventura—. ¿Qué vas a hacer esta noche?
—Nada.
—¿Qué te parece si salimos a cenar? Elige el sitio.
Lo pensé un momento.
—Sorpréndeme.
—¿Que te sorprenda?
—Ajá. Piensa que una de las causas por las que se apagó la pasión fue que dejamos de ser espontáneos.
—Tienes razón. Muy bien, te sorprenderé. Te recogeré en casa y…
—No, nos veremos mejor en el hotel. Esta noche quiero sentirme como una mujer soltera que tiene una cita con un hombre que le gusta. No quiero que caigamos en la tentación de acabar en la cama… Todavía no.

El sexo era importante, pero Kevin y yo teníamos que reencontrarnos a un nivel emocional. Si lo lográbamos, todo lo demás vendría por sí solo.

—Por cierto —dijo Kevin—. Ella se ha marchado, _________.

No tuve que preguntarle a quién se refería.

—¿La has despedido?
—No, no la despedí. Pero sí hice que la trasladaran al hotel de Carolina del Norte.

Me costó un momento asimilar la noticia.

—¿Y ella lo aceptó por las buenas?
—Se le ofreció un buen ascenso, pero al principio ni siquiera bastaba con eso. Se está negociando un acuerdo económico. El seguro del hotel cubre casos como… como éste. Ha sido un quebradero de cabeza y he perdido mi dignidad en el trabajo, pero Isabel ya no está y no volverá a ser un problema.
—Así que van a ascenderla… —resoplé con desdén—. Es estupendo que a una la recompensen por ser una zorra.
—Era la única manera de que aceptara retirar la denuncia por acoso.
—¡Después de que fuera ella la que te acosó a ti! —mascullé entre dientes—. Aunque si tú no te hubieras dejado seducir… —me abstuve de soltar todo el resentimiento que aún me dominaba.
—Lo sé —admitió él—. Aprendí la lección de la forma más dura posible. Y no por la humillación sufrida en el trabajo, sino porque he estado a punto de perderte.
—No ha merecido la pena, ¿verdad? —el pecho me ardía por el rencor contenido.
—No —se quedó callado un momento—. ¿Puedes perdonarme, _________? Ya sé que es mucho pedir, pero si no me perdonas…

Una cosa estaba clara. Para seguir adelante tenía que mirar al futuro. Y sólo había una manera de hacerlo.

—Sí, Kevin. Te perdono.
—En ese caso, tenemos una posibilidad.
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MensajeTema: Re: Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/   Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/ - Página 9 Icon_minitimeSeptiembre 5th 2012, 20:55


32

La decisión de perdonar a Kevin alivió la carga que llevaba en el corazón. Sabía que las cosas habían cambiado drásticamente entre nosotros, pero mi perdón me permitía volver a concebir esperanzas. Tanto, que cuando a las cinco y media llegué al aparcamiento del hotel estaba muy excitada. Kevin me había llamado a las tres para decirme que no dejaba de pensar en mí y desde entonces estaba sonriendo como una tonta. No le respondí cuando me llamó a casa por si acaso Joe estaba escuchando, pero sí hablamos por el móvil.

Le había preguntado que me diera alguna pista sobre el sitio al que me iba a llevar, y lo único que me dijo fue que llevara unas sandalias.

Tenía que admitir que estaba muy nerviosa, pero en el buen sentido. Aquello era justamente lo que necesitaba. Un tiempo para salir juntos, como una joven pareja enamorada en vez de como un matrimonio que intentaba superar sus problemas.

Y además con Joe en el otro extremo del país. Era como si me hubiese tocado la lotería.

Llevaba unas sandalias doradas y un vestido de algodón rosa y vaporoso, ideal para facilitar el acceso a determinadas partes de mi cuerpo.
Pero estaba decidida a que no acabásemos en la cama. El sexo era un recurso muy fácil y no serviría para solucionar la situación. Además, yo quería que Kevin me deseara y sedujera.

Kevin me estaba esperando en recepción. Nada más verme, me tomó en sus brazos y me besó delante de todo el mundo.

Y a mí me gustó que lo hiciera.

Antes de que el deseo nos llevara a una de las habitaciones del hotel, di un paso atrás y me sujeté el bolso bajo el brazo.

—¿Adónde vamos?
—Ya lo verás.
—¿No hay pistas?
—No hay pistas.
—¿Vamos a llevar los dos coches?
—Sólo si tú quieres.

Negué con la cabeza.

—No. Prefiero ir contigo. Confío en ti —añadí con una sonrisa.

Kevin me agarró la mano y juntos nos dirigimos hacia su Cadillac Escalade. Nos separamos únicamente para subir al vehículo, y una vez dentro volvimos a juntar las manos. Kevin volvió a besarme con tanto sentimiento que el corazón se me hinchó de calor.

—Tranquilo, vaquero —le dije con voz temblorosa. A pesar de mi decisión de no tener sexo con él aquella noche, lo que más deseaba en esos momentos era ir a casa y reencontrarnos a un nivel puramente físico.

Pero no se me ocurrió sugerirlo, porque era mucho más importante tener una cita de verdad en la que pudiéramos hablar y asirnos de la mano. Si al final de la cita acabábamos frustrados sexualmente, esperaríamos la siguiente con mayor ilusión. Y además, si me acostaba con Kevin nada más verlo, lo haría para intentar sacarme a Joe de la cabeza.
Sólo tendríamos sexo cuando ambos estuviéramos listos para dar ese paso.

—¿Y ahora vas a decirme adónde vamos? —le pregunté cuando salimos del aparcamiento.
—Fuiste tú la que quería que te sorprendiera.

Hice un mohín con los labios.

—No sabía que fueras a tomarme en serio.

Kevin me agarró la mano y se la llevó a su regazo.

—Tranquila… Seguro que te gusta.

Me hice una idea de nuestro destino cuando Kevin tomó la I-4 en dirección oeste, hacia Tampa, la playa y Sarasota, un lugar al que solíamos ir los fines de semana al principio de nuestro matrimonio.
Hicimos el trayecto en agradable silencio, escuchando la música jazz que sonaba por el equipo estéreo. Habíamos discutido amargamente sobre todo lo ocurrido y yo no quería seguir haciéndolo. Isabel había salido de la vida de Kevin y yo estaba intentando echar a Joe de la mía.

Desde ese momento en adelante, nos concentraríamos exclusivamente en nosotros.
Una hora después, Kevin aparcó junto a una bonita playa de Tampa. Salimos del coche y él sacó una gran cesta de picnic y una manta del maletero.

—Un picnic en la playa —dije con una sonrisa. —¿Cuándo fue la última vez que hicimos esto? ¿Hace siete años, tal vez?
—Más o menos.

Caminamos hacia una zona de la playa que estaba desierta, y allí ayudé a Kevin a extender la manta sobre la arena.

—Siéntate y cierra los ojos —me ordenó él.
—Vale.
—Y no mires.
—No miro. Pero no me hagas esperar mucho.

Lo oí sentarse a mi lado y abrir la cesta. Entonces me estremecí ligeramente al sentir algo frío en los labios.

—Abre la boca.

Obedecí y algo áspero me rozó la lengua. Me costó un momento darme cuenta de que sólo podía ser una fresa.

—Muérdela.

Lo hice y la boca se me llenó con el sabor dulce y ácido de la fruta.

—Mmm.
—Mantén los ojos cerrados.
—Está bien, está bien —protesté en tono burlón.

Un momento después sentí otra cosa en los labios. Estaba húmedo y muy frío.
¿Un cubito de hielo?
No, por el olor parecía más bien un trozo de piña. La mordí y gemí de delicia.

—Fresas y piña, mis dos frutas favoritas. ¿Qué será lo siguiente?
—Lo mejor de todo.

Abrí los ojos sin poder evitarlo.

—¡Eh! —protestó Kevin.
—Lo siento —me disculpé y me tapé los ojos con las manos.

Los próximos segundos transcurrieron en silencio, aunque podía oír las manos de Kevin hurgando en la cesta, las olas rompiendo en la orilla y el graznido de las gaviotas en el aire.

—Me están doliendo las manos —dije.
—La espera merecerá la pena —me aseguró Kevin.

No debió de pasar más de un minuto, pero a mí me parecieron horas. De repente sentí algo alrededor de la muñeca.
¿Sería…?
Sí, lo era. Kevin me estaba abrochando una joya en la muñeca.

—Y ahora…
—¿Puedo mirar ya?

Los dos hablamos al mismo tiempo.

—Sí. Ya puedes mirar.

Bajé las manos y abrí los ojos. Me fijé en la muñeca y ahogué un gemido de asombro.

—¿Te gusta?
—¿Gustarme? Oh, Dios mío… ¡Es precioso!

«Precioso» era decir poco. El brazalete estaba labrado en platino con incrustaciones de diamantes y rubíes.
Conocía muy bien aquella pieza, porque ya la había visto antes.

—La querías para nuestro primer aniversario — dijo Kevin—. Pero en aquel momento me pareció demasiado… —dejó la frase sin terminar—. Ahora me he dado cuenta de que el precio no importa comparado con tu felicidad. Si tú eres feliz, yo también lo soy.
—Oh, cariño… —lo besé no sólo para expresarle mi agradecimiento, sino también mi amor.

Kevin sirvió champán para ambos, y a punto estuve de no aceptar la copa. Pero no era el momento de decirle que estaba embarazada, y de todos modos una sola copa no me haría daño.

—Por un nuevo comienzo —brindó él.

Me sentía muy bien al dar el primer paso para salvar nuestro matrimonio.
Sabía que era el momento de hacerlo.

Mis ánimos estaban por las nubes cuando Kevin y yo volvimos al aparcamiento del hotel y él me dio un beso de buenas noches. Y también cuando me dio otro beso de buenas noches. Había apagado el móvil mientras estaba con él, pues no quería arriesgarme a recibir una llamada de Joe. Pero en cuanto estuve en mi coche volví a encenderlo.

Y enseguida se puso a sonar.
Era el número de Kevin.

—Hola.
—Ahora y siempre, _________ —dijo—. Te quiero.
—Y yo a ti.
—Buenas noches.
—Buenas noches, Kevin.

Joe me llamó una hora después. Fingí que me alegraba de oírlo, pero también adopté un tono débil y le dije que estaba enferma.

—¿Es el bebé?
—No —dije con voz ronca—. Creo que estoy pillando un resfriado. Me he tomado un poco de té con miel y limón y me voy a acostar. Mañana estaré bien.
—Odio decirte esto, pero ha habido un problema con el rodaje y voy a retrasarme un día más.
—Oh, no.
—Ojalá pudiera estar ahora mismo contigo.
—Pronto estaremos juntos.
—¿Has hablado con tu marido?

Una pausa.

—Sí. Se lo he dicho, Joe. Ya sabe que se ha acabado para siempre.
—Me alegro mucho, bella. Me gustaría poder celebrarlo contigo.
—Tendremos que resolver el asunto del divorcio y puede que lleve algún tiempo. Será complicado.
—Lo superaremos. Y cuando todo esté resuelto, nos casaremos.
—Sí, cariño. ¿Te importa que hablemos mañana? Estoy muy…
—Por supuesto. Vete a descansar.

Respiré con alivio cuando cortamos la comunicación.
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MensajeTema: Re: Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/   Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/ - Página 9 Icon_minitimeSeptiembre 7th 2012, 10:50

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MensajeTema: Re: Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/   Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/ - Página 9 Icon_minitimeSeptiembre 7th 2012, 21:38

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MensajeTema: Re: Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/   Malas Decisiones (Kevin&Tú) /Adaptada/ - Página 9 Icon_minitimeSeptiembre 9th 2012, 12:04


33

Al día siguiente me sentía aún mejor, sabiendo que tenía otras veinticuatro horas hasta que Joe volviera a la ciudad. Pensé en volver a la comisaría y decirle a la agente de policía con la que había hablado que Joe era un hombre muy peligroso y que estaba asustada. No sólo lo pensé, sino que me subí al coche y conduje hasta allí. Pero al llegar seguí sin detenerme y di media vuelta para regresar a casa.

No quería que me acusaran de haber obstruido una investigación policial.
Una vez en casa, llamé a Isa desde el móvil y le conté la velada que había pasado con Kevin.

—Oh, cariño, es genial…
—Creo que vamos a solucionar las cosas —le dije—. Hemos dejado toda la porquería atrás.
—¿Le has dicho algo del… bebé?

Suspiré.

—No pude hacerlo, Isa. Ya sé que debería hacerlo, pero estamos intentando arreglar lo nuestro y…
—He estado pensando en tu embarazo.
—¿Y?
—¿Cómo sabes que el bebé no es de Kevin? ¿No pudiste quedarte embarazada antes de que nos fuéramos a las Bahamas?
—La regla me vino poco antes de marcharnos, aunque recuerdo que fue muy escasa. Nada más volver Kevin me contó su infidelidad y no volvimos a tener sexo.
—He oído historias sobre mujeres que tienen la regla hasta que dan a luz. Tienes que hacerte una ecografía y ver de cuánto tiempo es el embarazo.

Nada me gustaría más que el bebé fuese de Kevin, pero era una posibilidad muy remota.

—Sea como sea, tienes que saberlo —insistió Isa.
—Llamaré a mi médico ahora mismo.

El teléfono de casa sonó antes de que pudiera hacer la llamada. Era Kevin, llamándome desde el hotel, de modo que levanté el auricular.

—Buenos días, Kevin.
—Buenos días, cariño. He estado pensando en ti toda la noche, ¿sabes?
—¿Y eso es bueno?
—Es estupendo. Me muero por volver a verte.

El corazón me dio un vuelco de emoción.

—Yo también —dije, sonriendo.
—¿Qué te parece esta noche? Mañana por la mañana no tengo que trabajar.
—¿Y ahora?
—Sabes que los viernes no trabajo.
—Oh, es verdad —dije, fingiendo que lo había olvidado.
—Así que podríamos aprovechar esta noche… si quieres.
—Suena interesante —reí—. ¿Quieres que compre algún juego de mesa?
—Si te apetece… Aunque quizá acabemos jugando a otro tipo de juegos.

Volví a reírme.

—Cariño, tengo que colgar. Pero te llamaré más tarde, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.

Colgué el teléfono sabiendo que tenía que pedir una cita con el médico. Necesitaba hacerme una prueba de embarazo profesional. Y luego hacerme una ecografía.
De repente me invadió un deseo abrumador por tener aquel bebé. Aunque fuera de Joe y supusiera el fin de mi matrimonio, no iba a considerar la opción del aborto.
Era una mujer adulta, madura y responsable. Si había concebido un hijo con Joe había sido fruto de la pasión irracional, pero no iba a abortar sólo porque fuese la opción más fácil. Si lo hiciera, nunca podría estar en paz conmigo misma.

Y si Kevin decidía no perdonarme por quedarme embarazada de mi amante, que así fuera.

Pero lo primero era averiguar cuándo se había producido exactamente mi embarazo. Y a partir de ahí tomar las decisiones pertinentes.
Concerté una cita con el médico para aquella misma tarde y en su consulta se me confirmó lo que ya sabía. Estaba embarazada. Pero no podrían hacerme la ecografía hasta el final de la próxima semana. Me resigné a esperar para saber el momento exacto de la concepción.

Mientras conducía de vuelta a casa medité sobre el momento exacto para decírselo a Kevin.
No quería mentirle, pero tampoco quería decirle nada hasta no saber con seguridad quién era el padre. Si era Kevin, no tendría por qué saber que había dudado de su paternidad. Pero si era Joe…

Me obligué a no preocuparme antes de tiempo.

Vi el coche de Kevin aparcado en el camino de entrada. Sólo eran las cuatro de la tarde, por lo que debía de haber salido temprano del trabajo para darme una sorpresa. Me sorprendí a mí misma sonriendo como una tonta. Aunque era una sonrisa agridulce, teniendo en cuenta el secreto que debía guardar durante toda una semana, ignorando cuál sería el resultado.
Por delante quedaba mucho trabajo y esfuerzo, pero haría lo que hiciera falta por salvar mi matrimonio. No sería fácil, y habría momentos en los que querría tirar la toalla al recordar la traición. Si el bebé no era de Kevin, quizá él no se viera capaz de superarlo. Pero yo confiaba en que juntos podríamos vencer todos los obstáculos.

Aparqué junto al coche de Kevin y corrí hacia la puerta con el corazón desbocado. Era maravilloso sentir la emoción que me embargaba ante la idea de volver a ver a mi marido.

—¡Kevin! —lo llamé al entrar—. Cariño, ya estoy en casa.

Eran las mismas palabras que tantas y tantas veces había pronunciado a lo largo de los años, pero que de nuevo tenían un significado especial.
Aquel día significaban un nuevo comienzo.
Kevin no respondió. Entré en el salón y lo vi sentado en el sofá.

—Cariño… —me detuve en seco al ver la expresión de su cara.

Parecía que alguien hubiese muerto.
Corrí hacia él.

—Kevin —me senté junto a él y tomé su rostro entre mis manos. Nunca lo había visto tan… conmocionado—. ¿Qué ocurre, cariño?

Él apartó la cabeza y me dio la espalda.

—Kevin… —le puse una mano en el hombro.
—Creía que querías volver conmigo.
—Claro que sí. Lo hablamos anoche.

Él guardó un breve silencio.

—Ya sé que lo fastidié todo. Pero esperaba que… No sé. Quizá haya sido un estúpido.
—¿De qué estás hablando? Anoche tuvimos una conversación muy bonita. ¿Qué ha cambiado?

Kevin volvió a mirarme. Tenía los ojos llenos de lágrimas.

—¿Estás enamorada del tipo con el que tuviste tu aventura?

¿De dónde sacaba aquella idea?

—No.
—¿Estás segura?

Las preguntas de Kevin me recordaban las disparatadas acusaciones de Joe. No podía soportar sus dudas. No después de lo que él había hecho y de habernos propuesto empezar de nuevo.

—¿Cuál es el problema? —le pregunté, perdiendo la paciencia—. ¿No soportas que me haya acostado con otro hombre? Fue idea tuya, ¿recuerdas? Tú querías que igualara la balanza para que ninguno pudiera reprocharle nada al otro.
—¿Quieres volver conmigo o… sólo te interesa el dinero que heredé de mi padre? Porque si es eso lo que quieres…

Le di una bofetada. No podía creer que aquellas palabras salieran de su boca. Él sabía muy bien que nunca había querido su dinero.

—¿Cómo te atreves?

Kevin agarró el mando a distancia del sofá y encendió la televisión.

—¿Qué haces? ¿Te vas a poner a ver un partido de fútbol?

Él no respondió y se limitó a encender también el reproductor de DVD.

—Muy bien —dije, levantándome—. Si es eso lo que quieres…
—Siéntate.

Su tono de voz me hizo obedecer sin rechistar.

—No entiendo nada, Kevin…

Acababa de decirlo cuando oí los gemidos. Mis propios gemidos saliendo del televisor.
Oh, Dios…
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