Sombras Grises.
Capítulo dos.
______ volvió a la feria el lunes siguiente por la tarde, después del trabajo, esperando que al ver al vampiro de nuevo, y al asegurarse que aún seguía allí, se vería libre de las pesadillas que habían plagado sus sueños durante las tres noches anteriores. Porque pensaba que el ver a la criatura de nuevo pondría punto y final a sus malos sueños en vez de seguir causando más confusión, recapacitaba mientras aparcaba su coche en un lado de la calle y atravesaba corriendo la fina llovizna que había empezado al atardecer.
Ella se paró cuando llegó al solar, sorprendida al ver que las casetas de comida ya no estaban. Varias de las tiendas habían sido desmanteladas; en la distancia, ella pudo ver a tres hombres bajando un vehículo del Ferry. Otro hombre intentaba conducir a un asustadizo caballo dentro de un remolque. Nadie le prestó atención.
La caseta de las entradas estaba vacía. Un cartel en blanco y negro estaba colocado en la ventanilla. En él se podía leer:
CERRADO HASTA NUEVO AVISO
Durante un momento, ella miró fijamente la señal; lanzando una mirada a su alrededor para estar segura de que nadie estaba mirando, se zambulló en la gran tienda. Estaba vacía. Ella podía oír su corazón, latiendo en sus oídos, mientras se aproximaba a la tienda pequeña.
Respirando profundamente, entró dentro.
Esa tienda también estaba vacía. La tarima estaba en el centro, pero el oscuro ataúd no estaba a la vista.
—¿Puedo ayudarla?
El sonido de una voz de mujer la sobresaltó. Girando, ______ reconoció a la niña que había visto el viernes. La niña que llevaba la minifalda roja, las zapatillas de bailarina, la blusa sin mangas y los largos y balanceantes pendientes rojos. Ese día su apariencia hacía pensar que acababa de regresar de un funeral. El severo vestido negro que llevaba le hacía parecer mayor. Llevaba un pañuelo negro sobre su pelo. Un adornado crucifijo de plata colgaba de una fina cadena de plata alrededor de su cuello. Anchos brazaletes de plata adornaban ambas muñecas.
—He venido a ver al vampiro.
La chica la miró con el ceño fruncido. Sus ojos estaban rojos, como si hubiera estado llorando.
—Ah, si— dijo—estabas aquí en la víspera de Halloween ¿no?
—Sí.—______ lanzó una mirada hacia el centro de la tienda, donde había estado el ataúd. —¿Dónde está?
La niña miró alrededor de la tienda, sus dedos inquietos en el crucifijo.
¿Estaba imaginándolo, se preguntó ______, o los movimientos de la niña parecían furtivos, temerosos?
—¿Hay algún problema?— Preguntó ______.
—¿Qué? Oh, no. Lo lamento… el conde no está disponible para visitas.
—¿No está disponible? ¿Por qué no?
La chica vació antes de contestar, y ______ tuvo la clara impresión de que estaba eligiendo sus palabras con mucho cuidado. —El cuerpo está siendo... restaurado.
-Ya veo, -dijo ______.-¿Sabes cuando él... cuando se finalizará la restauración?
La mano de la chica se apretaba sobre la cruz.-Lo siento, pero no se lo puedo decir.
—¿Está Silvano por aquí?
La niña miró a ______ mordazmente; luego expeliendo un profundo y estremecido suspiro, negó con la cabeza.
—Parece que estáis recogiendo.
—Si, me temo que un negocio inesperado nos llama. Siento que haya hecho un viaje para nada. Buenas tardes.
—Sí, buenas noches.
______ miró mientras la niña se iba, luego caminó hacia el centro de la tienda y se paró ante la vacía plataforma. La niña había dicho que el cuerpo estaba siendo “restaurado”. ¿Qué significaba eso exactamente? ¿Cómo iba uno a restaurar un cuerpo que no estaba bastante muerto?
Ella sintió una repentina frialdad en la base de su cuello, una sobrenatural sensación de que ella no estaba sola. Miró hacia la puerta, pensando que la niña había vuelto, pero no había nadie allí.
—¿Ha venido a ver al vampiro?
______ se volvió, su corazón dio un salto en su pecho, —Dios mío, me ha asustado.—Ella miró fijamente al extraño, preguntándose cómo había entrado allí. Ella había estado mirando hacia la puerta. Debería haberlo visto entrar. No era un hombre que pudiera pasar desapercibido.
Su largo pelo negro estaba mojado por la lluvia. Sus cejas eran finas y rectas. Era alto y ancho de hombros, con la constitución de un atleta, aunque su piel era pálida, como si no pasara mucho tiempo al aire libre. Llevaba un voluminoso jersey gris, unos vaqueros negros ajustados sobre sus largas piernas. Había fango en sus botas.
—Perdóneme—dijo. —No era mi intención asustarla.
Su voz era baja y profunda y se deslizó sobre su piel como cálido raso.
—No importa.
Él echó un vistazo alrededor, hacia el lugar donde había estado el ataúd y ella vio contraerse un músculo en su mandíbula. Y luego, como un lobo olfateando el aire, él levantó la cabeza y las ventanas de su nariz se abrieron.
______ se estremeció cuando sus ojos se encontraron con los de él, profundos ojos negros, que parecían probar lo muy profundos que eran su alma y su corazón. El demonio tendría ojos como aquellos. El pensamiento le llegó desde afuera.
—¿Vino para verlo también?— Preguntó ella. —Al vampiro, digo.
—Sí.
Ella dio un paso hacia atrás, incómoda por estar tan cerca de él, pero sin saber por qué. —Me han dicho que está siendo restaurado, sea lo que sea que eso signifique.
Una sonrisa tan débil, que ella no hubiera calificado como sonrisa, tocó sus labios. Llenos y sensuales labios. —¿Eso es lo que dicen?
Melisa inclinó la cabeza, encantada por su voz. Nunca había oído algo como eso: bajo, dulce como la miel. La voz de un ángel.
Joe estudió a la mujer durante un momento, notando que era adorable. Su melena llegaba hasta los hombros y era castaño oscuro, rizada ligeramente; sus ojos eran brillantes y verdes, como las esmeraldas de buena calidad. Sus labios estaban finamente esculpidos, cálidos y generosos. Invitadores. Un jersey rosa y unos vaqueros negros descoloridos, revelaban una pequeña figura, suavemente redondeada en los lugares adecuados.
—¿Y usted cree en vampiros?—Preguntó él.
—Por supuesto que no. Probablemente era un viejo que fue contratado por unos pocos días— Si, pensó ella, eso era.
—Aún así ha vuelto. Me pregunto por qué.
—No estoy segura—ella encontró su mirada con desafío en sus ojos. —No parece usted un hombre que crea en vampiros y que piense que va a chocarse con ellos por la noche, aún así está aquí.
Él arqueó una ceja negra. ¿En serio? Se sorprendería si supiera en lo que creo.
—No lo dudo—replicó ______. —Bien... —Ella colocó su bolso en el hombro. —Buenas noches.
Él se quedó parado durante un momento, el distinguido contoneo de sus caderas hasta que ella salió de la tienda. Luego, recordando su reacción al llegar allí, cruzó el suelo y revolvió la basura hasta que encontró un pañuelo desechado. Cerrando sus ojos, respiró profundamente, un estremecimiento de añoranza le recorrió cuando inhaló el aroma de la sangre.
Sus párpados se abrieron al reconocer el olor. Era la sangre de la mujer la que manchaba la tela.
Guardando el pañuelo en su bolsillo de atrás, corrió detrás de ella.
Bajo la lluvia, vio como ella se subía en un Honda Prelude último modelo. Y luego, metió las manos dentro de los bolsillos de sus vaqueros, sin tener conciencia de la luz que atravesaba las nubes, él la siguió hasta su casa.
______ tomó una larga y cálida ducha, se roció generosamente con polvos de talco, luego se puso unos estrechos vaqueros, una camiseta y unos calcetines y se enroscó en el sofá. Cambió los canales de la tele durante un minuto, luego apagó el aparato. Alargó la mano para coger un libro, intentó leer, pero después de darse cuenta de que había leído la misma página cuatro veces, arrojó el libro a un lado.
Demasiado intranquila para permanecer sentada, fue a la cocina para prepararse algo de comer, luego, en un capricho, decidió en cambio salir fuera.
Se puso unas botas, y luego cogiendo su bolso y su paraguas, dejó la casa. La lluvia no era más que una fina llovizna ahora, aunque a través de las nubes se cernía la oscuridad en el cielo. Pensó en coger el coche, pero luego decidió que un paseo le haría bien.
Angelo era su restaurante favorito, un pequeño lugar italiano, con manteles de cuadros rojos y velas en viejas botellas de chianti y una atmósfera relajada. Estaba a dos manzanas de su casa y María solía ir a menudo. Los propietarios eran amigos y los espaguetis no tenían rival.
Bajo el toldo del restaurante, ______ sacudió la lluvia de su paraguas, luego entró y tomó asiento en la parte de atrás del lugar. Sonrió al camarero que le llevó el menú.
Estaba intentando decidir si tomar rigatone o ravioli cuando sintió que estaba siendo observada.
Bajando él menú, miró a su alrededor, sintió que su corazón daba un salto en su pecho cuando vio que el hombre moreno de la feria avanzaba hacia ella.
Él sonreía cuando llegó a su mesa
—Hola de nuevo.
—¿Qué está haciendo aquí?
—Puede que buscando compañía en una noche tormentosa. Veo que estás sola. ¿Te importa si me uno a ti?
Por supuesto que le importaba. Ella no sabía nada de él, ni siquiera su nombre.
Lo prudente sería decirle que se perdiera. Eso lo sabía. Sin embargo, de alguna manera se encontró invitándole a tomar asiento.
Lleno de gracia, como una hoja cayendo de un árbol, él se deslizó en la silla que tenía enfrente.
—¿Viene aquí a menudo?— Preguntó ______.
—No, esta es la primera vez.—Él sonrió. Con una devastadora sonrisa, revelando unos dientes los suficientemente blancos para un anuncio de dentífrico.—Fortuito, ¿no cree?
Perpleja por sus palabras, ______ cabeceó. Se alegró cuando llegó Tommy para recoger su pedido.
—Hey, dulces mejillas— dijo el camarero con un guiño. —¿Cómo va eso?
______ sacudió su cabeza. Tommy era un irremediable galanteador. Estudiaba contabilidad en la escuela superior, y trabajaba en el restaurante cuatro noches por semana. Estaba bajo la ilusión de que era irresistible.
—Así que…—ronroneó Tommy—¿Qué va a ser?
—Rigatoni.
—Excelente elección. Rigatoni y una copa de Chianti.
______ sonrió abiertamente.
—Me conoces muy bien.
—No tanto como me gustaría.—Replicó Tommy, arqueando sus cejas para ella.—¿Y qué le puedo traer a usted, señor?
—Una copa de vino tinto. Muy seco.
—Enseguida—dijo Tommy.
______ extendió su servilleta en el regazo.
—¿No va a comer?
—Cené temprano. Sólo paré por un trago.
—Oh.
—Debe venir aquí a menudo—observó él.
—Si, normalmente una o dos veces por semana. Cocinar no es algo que me apasione, y la comida aquí es buena, y barata.
Ella levantó la vista y sonrió a Tommy cuando le llevó su vino.
El extraño levantó su copa.
—¿Un brindis?
—¿Por qué quiere que bebamos?
—¿Por los nuevos amigos?
______ levantó su copa
—Por los nuevos amigos.
Él la miró por el borde de su copa y ella tragó.
—Lo siento, no sé tu nombre, nuevo amigo.
—Perdóname. Soy Joe.—Él extendió su mano.
—______ Richards.