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 Seduction (Joe y ___) ADAPTADA

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nasgdangerJONAS
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 4 Icon_minitimeMarzo 16th 2014, 17:27

YAAAY!!
gracias por los dos capítulos jajajaja! bien intenso el joseph! los ame.
espero leerte pronto ;D
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https://twitter.com/WatermelonLovE_#
Lady_Sara_JB
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 4 Icon_minitimeMarzo 23rd 2014, 15:54

Chicas, se que no tengo perdon Sad pero mi computadora murio y consegui formatear os ajustes para que volviera a su version de fabrica pero fue un poco pesado porque tuve que respaldar toda la informacion y no tenia solo dos historias... pero aqui me tienen asi que les subire otra vez dos cappitulos para compensar que no subi el sabado... Lo lamento y espero que les gusten.

Capítulo 23

Después de soltarme una charla sobre la irresponsabilidad, la doctora Monroe, nuestra doctora de toda la vida, me receta los anticonceptivos y me manda a casa, no sin antes preguntarme cómo les va a mis padres en Newquay. Como la razón principal para que se marcharan de la gran ciudad fue la salud de mi padre, se alegra de saber que todo va bien.

Paro en la farmacia de camino a casa y llego a la puerta justo antes de las seis. Es estupendo llegar a casa tan pronto para variar. Me sorprende que Kate no esté, pero veo a Margo aparcada fuera, así que no está repartiendo tartas.

Me doy una ducha, me pongo unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes y me seco el pelo con el secador. Cuando termino, saco el teléfono del bolso y pongo los ojos en blanco al ver las veinte llamadas perdidas. En un arranque de sensatez, borro los cinco mensajes que hay sin leerlos. De pronto el móvil empieza a iluminarse en mi mano mientras me dirijo a la cocina. ¿Es que este hombre no se cansa? Se nota que no está acostumbrado a que lo rechacen, y está claro que no le gusta.

Me sirvo una copa de vino y la golpeo con la botella a causa del respingo que doy al oír un fuerte golpe en la puerta de casa.

—¡___!

—Ay, Dios —mascullo.

—¡___! —ruge al tiempo que vuelve a golpear la puerta.

Cruzo a toda prisa el salón para atisbar a través de la persiana y veo a Joe mirando fijamente hacia la ventana. Está muy agitado. Pero ¿qué le pasa a este hombre? Puede quedarse ahí fuera toda la noche si quiere porque no pienso abrirle. Colocarme frente a él, cara a cara, sería todo un error. Se lleva el móvil a la oreja y el mío empieza a sonar una vez más. Rechazo la llamada y lo observo mientras mira su teléfono con incredulidad.

—¡___! ¡Abre la puta puerta!

—No —replico, y veo que recorre el camino hasta la carretera. Casi me da un infarto al ver llegar a Sam en su Porsche. Kate baja de él.

«¡Mierda!»

Se acerca a Joe, que no para de hacer aspavientos con los brazos como un loco. Sam se une a ellos en la acera y le da unas palmaditas el hombro para ofrecerle consuelo. Hablan durante unos instantes y Kate se dirige hacia la puerta de casa seguida por los dos hombres.

—¡No, Kate! —le grito a la ventana—. ¡Joder, joder, joder, joder!

Se acabó, ¡nuestra amistad se ha terminado!

Me quedo ahí plantada en el salón. Oigo que la puerta se abre y golpea la pared, y después unos pasos decididos que suben a toda prisa por la escalera. Joe entra de inmediato como un rayo en el salón. La ira de su rostro se torna en alivio durante unos instantes, pero luego se transforma de nuevo en furia absoluta. Su traje gris está perfectamente planchado y aseado, a diferencia de su pelo desaliñado y su frente sudorosa.

—¿Dónde COJONES has estado? —me grita tan fuerte que siento, literalmente hablando, su aliento en las orejas—. ¡Casi me vuelvo loco!

«No hace falta que lo jures.»

Me quedo de pie mirándolo, completamente estupefacta. No sé qué decir. ¿De verdad cree que le debo explicaciones? Kate y Sam entran detrás de él, callados y nerviosos. Miro a Kate y sacudo la cabeza. Me muero por preguntarle si «este» Joe también le gusta.

—Nosotros nos vamos al The Cock a tomar algo —anuncia Sam con voz serena, y coge a Kate de la mano y se la lleva escaleras abajo. Ella no hace nada por detenerlo. Se marchan y yo maldigo para mis adentros a esas gallinas por dejarme a solas con este pirado.

Inspira profundamente unas cuantas veces para calmarse. Mira al techo con gesto de cansancio antes de volver a clavar su abrasadora mirada en la mía y llegar con ella hasta lo más profundo de mi ser.

—¿Es que necesitas un recordatorio?

Se me ha abierto tanto la boca que debe de haber llegado hasta la moqueta. Definitivamente, para él todo se reduce al sexo. Tiene una seguridad en sí mismo pasmosa y la opinión que posee de mí es inexcusable.

—¡No! —le grito mientras paso delante de él rápidamente en dirección a la cocina. ¡Necesito ese trago! Me sigue y se queda mirándome mientras tiro el móvil contra la encimera y cojo la botella de vino—. ¡Eres un cabrón! —bramo mientras me sirvo el vino con las manos temblorosas. Estoy cabreadísima. Me vuelvo y le lanzo la peor de mis miradas. Parece afectarle ligeramente, lo cual me llena de satisfacción—. Ya has conseguido lo que querías. Igual que yo. Dejemos ya esta mierda —le espeto.

Yo no he conseguido lo que quería, ni lo más mínimo, pero hago caso omiso de la voz que me lo recuerda a gritos desde mi interior. Tengo que parar esto antes de que la intensidad de Joe Jonas me arrastre aún más.

—¡Esa puta boca! —me grita—. ¿De qué estás hablando? Yo no he conseguido lo que quería.

—¿Quieres más? —Doy un sorbo rápido al vino—. Bueno, pues yo no, así que deja de perseguirme, Joe. ¡Y deja de gritarme! —Trato de sonar cruel, pero me temo que sólo he conseguido sonar patética. Algo tiene que funcionar. Doy otro gran trago al vino y me sobresalto cuando la copa desaparece de mi mano y se estrella contra la pila. Hago una mueca de dolor al oír el ruido del cristal haciéndose añicos.

—¡No hace falta que bebas como si tuvieras quince años! —me chilla.

Mantengo los puños cerrados a ambos lados de mi cuerpo e intento calmarme recurriendo a toda mi fuerza de voluntad.

—¡Lárgate! —le grito.

Mis intentos están fracasando por completo. Mi desesperación va en aumento.

Me encojo al oírlo rugir de frustración y golpear la puerta de la cocina con tal fuerza que deja una marca enorme en la madera.

«¡Mierda, mierda!» Me quedo inmóvil, con los ojos como platos y la boca bien cerrada, al ver su feroz reacción a mi rechazo. Se vuelve hacia mí sacudiendo un poco la mano y sus maravillosos ojos cafés me atraviesan.

Joder, eso ha tenido que doler. Estoy a punto de acercarme al congelador a coger un poco de hielo, pero entonces empieza a acercarse a mí como un depredador. Me agarro al borde de la encimera que tengo detrás y lo veo aproximarse hasta detenerse frente a mí. Se inclina y coloca las manos sobre las mías. Me ha atrapado.

Noto su respiración agitada en mi rostro, frunce el ceño y estampa los labios contra mi boca. Noto que me roba literalmente el aliento mientras me retuerzo debajo de él para intentar liberarme. ¿Qué está haciendo? En realidad sé muy bien lo que está haciendo. Va a echarme un polvo recordatorio. Estoy jodida.

Aprieta los labios contra los míos con más fuerza, pero no acepto su beso. Sigo diciéndome a mí misma que esto es malo, que no me hace ningún bien. Si transijo, acabará doliéndome aún más, lo sé. Procuro liberarme, sin mucho entusiasmo, pero él gruñe y me sujeta las manos con más fuerza. No iré a ninguna parte. Su determinación por vencerme anula mis desesperados intentos de pararlo.

Me acaricia el labio inferior con la lengua y yo sigo negándole el acceso a mi boca. Tiemblo al tratar de luchar contra las reacciones de mi cuerpo a sus estímulos. Sé que si consigue entrar habré perdido, así que mantengo los labios obstinadamente cerrados mientras ruego al cielo que se rinda ya.

Me suelta una mano y, al instante, lo agarro del bíceps para empujarlo y alejarlo de mí, pero no sirve de nada. Tiene una fuerza descomunal, y aún más determinación. Mis cándidos intentos de liberarme no le afectan lo más mínimo.

Me coge de la cadera con firmeza y yo doy un respingo debajo de su cuerpo, pero me apresa contra la encimera. Me tiene atrapada por completo, aunque sigo rechazando sus besos desafiantemente y manteniendo los labios cerrados. Aparto la cabeza cuando me suelta un poco.

—Serás cabezota —masculla, y aprieta los labios contra mi cuello, lo lame y lo mordisquea hasta llegar a la clavícula, y traza círculos largos y húmedos con la lengua antes de ascender hasta mi oreja para morderme el lóbulo.

Aprieto los ojos con fuerza y suplico que mi autocontrol aguante su irresistible contacto. Empiezo a clavarle las uñas en el antebrazo tenso y luego cierro los labios firmemente por miedo a dejar escapar algún grito de placer. Aparta las manos de mi cadera, las desliza lentamente por mi vientre y entonces me levanta la goma de los pantalones cortos.

—Para. ¡Para, por favor! —grito.

—___, para tú. Para ya.

Mete el dedo índice por debajo de la tela y empieza a moverlo de izquierda a derecha con lentitud mientras sus labios continúan atacándome la oreja y el cuello. Tengo ganas de llorar de frustración.

La cálida fricción hace que se me doblen las rodillas y me provoca violentos temblores por todo el cuerpo. Ríe ligeramente, un sonido gutural que me genera vibraciones por toda la columna y un leve latido en el centro de mi intimidad. Cierro los muslos con fuerza, desplazo la mano de su brazo a su pecho y empujo en vano. No sé ni por qué lo intento. Estoy a un paso de rendirme. No deja de insistir con pasión, y yo estoy enamorada de él. La cabeza va a estallarme, y no sé si de placer o de confusión. Estoy hecha un puñetero lío.

Cuando sus labios regresan a los míos sigo resistiéndome, haciendo todo lo posible por bloquearle la entrada. Mi pobre cerebro envía a mi cuerpo millones de órdenes diferentes: lucha, resiste, acéptalo, bésalo, dale un rodillazo en los huevos.

Y entonces su mano se cuela dentro de mis bragas, me separa los labios con los dedos y siento que una descarga eléctrica me recorre el cuerpo. Me acaricia el clítoris muy suavemente. Me hace temblar y abro la boca para lanzar un grito de placer. Aprovechando mi momento de debilidad, me introduce la lengua en la boca y explora y lame todos sus rincones mientras su pulgar sigue trazando círculos en mi sexo ardiente. Le devuelvo el beso.

—Suéltame la mano —jadeo, y flexiono los músculos del brazo.

Debe de saber que me ha vencido, porque la libera con un gemido y me agarra la nuca inmediatamente. Le rodeo el cuello con los brazos y lo acerco más a mí... así, sin más.

Empuja las caderas contra su mano para aumentar la presión de su asalto a mi intimidad y me mete los dedos. Mis músculos lo atrapan con fuerza y gimo.

Se aparta de mí, entre jadeos, y me contempla con esa mirada oscura y brillante.

—Ya me imaginaba —dice, y su voz grave me acerca más al orgasmo.

Vuelve a pegar sus labios a los míos, y yo los acepto, acepto todo lo que me hace. Una vez más, soy esclava de este hombre neurótico y maravilloso. Mi fuerza de voluntad ha desaparecido y mis debilidades se han acentuado.

Le paso las manos por el traje negro y hundo los dedos entre su pelo castaño y sucio mientras él continúa penetrándome con los suyos a un ritmo dolorosamente lento y controlado. Tengo ganas de llorar de placer y de frustración, pero ¿cómo voy a resistirme? Jamás lograré escapar de él.

Ahora que he dejado de resistirme, su lengua se mueve a un ritmo más calmado. El calor de nuestras bocas unidas me resulta natural y absoluto. Mis muslos se tensan ante el clímax inminente que amenaza con atacarme desde todas las direcciones, así que me aferro con más fuerza al pelo de Joe. Capta el mensaje, me besa con más intensidad y las caricias de sus dedos y de su pulgar se vuelven más firmes. El placer estalla en mi interior y salgo despedida hacia el cielo. Mi mente se queda en blanco, excepto por la inmensa dicha que me inunda al liberar la tensión que había acumulado. Le muerdo el labio. Él gime. «¡Joder!»

Sus caricias cesan y yo libero su labio de mis dientes apretados. Creo percibir un ligero sabor a sangre, pero no abro los ojos para confirmarlo. Le estaría bien empleado, de todos modos.

—¿Ya te has acordado? —susurra suavemente en mis labios. Yo suspiro, abro los ojos y lo miro a los suyos. No le contesto. Él ya sabe la respuesta. No se me había olvidado, como ninguna de las otras veces. No me exige que le responda. Se inclina sobre mí y me besa con ternura en la boca. Yo le paso la lengua por el labio inferior y le lamo la gota de sangre de la herida que le he hecho.

—Te he hecho sangrar.

—Bruta —dice, y saca los dedos de mi sexo lentamente y me los mete en la boca. Observa con detenimiento cómo los lamo y una leve sonrisa se dibuja en sus labios. Ya ha conseguido lo que quería otra vez: que me rindiera ante él.

Me coloca sobre la encimera.

—¿Por qué huías de mí? —Busca mi mirada mientras apoya las manos a ambos lados de mis muslos y se inclina sobre mí.

Yo agacho la cabeza. No puedo mirarlo a la cara. ¿Qué voy a decirle? ¿Que me he enamorado de él? Quizá debería hacerlo, así a lo mejor se agobia y me deja en paz. Finalmente, me encojo de hombros.

Me pone el dedo índice bajo la barbilla y me levanta la cara para obligarme a mirar su atractivo rostro.

Arquea una ceja a la espera de mi respuesta.

—Contéstame, nena.

—No lo sé.

Pone los ojos en blanco y me aparta la mano del mechón de pelo que me estoy enroscando alrededor del dedo.

—Mientes fatal, ___.

—Ya lo sé —resoplo. Tengo que dejar esta manía ya.

—Dímelo ahora mismo —ordena con serenidad.

Suspiro.

—Me estás distrayendo. No quiero que me hagas daño. —Muy bien, ahí la tiene. Es la verdad. Sólo he omitido el insignificante gran detalle de lo que siento por él.

Se muerde el labio inferior mientras parece darle vueltas a la cabeza. No sabe qué decir ante eso. Me alegro de no haberle soltado lo del amor.

—Ya —se limita a decir. ¿Ya está? ¿Eso es todo?—. ¿Soy una distracción? —pregunta.

—Sí —refunfuño. «¡De la peor clase!»

—Pues a mí me gusta distraerte —dice con un puchero.

—Y a mí que me distraigas —farfullo malhumorada. Me he dado cuenta de que ha pasado por alto la parte de hacerme daño y que se ha centrado por completo en las tácticas de distracción.

—¿De qué te distraigo?

—De ser sensata —respondo con tranquilidad. El efecto embriagador que tiene sobre mi cuerpo está arraigándose en mi cerebro. Dijo que haría que lo necesitase, y lo está cumpliendo.

Me sonríe totalmente satisfecho, y su mirada se torna oscura y prometedora de nuevo.

—Voy a distraerte un poco más. Tenemos que hacer las paces. —Su voz grave reaviva mi deseo por él. Me agarra por debajo del culo y me levanta de la encimera para colocarme a horcajadas sobre su cintura.

—¿No acabamos de hacerlas?

—No como es debido. Tenemos que hacer las paces como debe ser. Es lo más sensato. Vamos a dejar de huir, ___.

Sonrío y me abrazo a su espalda mientras él sale de la cocina conmigo a cuestas, cierra la puerta de una patada y pone rumbo a mi dormitorio. Me deja en el borde de la cama y me quita la camiseta por la cabeza, de modo que deja al descubierto mis pechos desnudos. Sonríe, me mira a los ojos y lanza la prenda al suelo. Empieza a tirar de la cintura de los pantalones cortos y me insta a levantar el culo para que pueda deslizarlos por mis piernas y arrastrar las bragas con ellos.

—No te muevas —ordena, y aparta las manos para quitarse la corbata.

Unas chispas de anticipación me recorren el cuerpo mientras observo cómo se desviste lentamente delante de mí. Tras la corbata llega la chaqueta, y después se desabrocha la camisa botón a botón.

«¡Más de prisa!» El movimiento de los músculos de su pecho me hace babear mientras lo tengo delante de mí, tomándose su tiempo para desvestirse. Dirijo la mirada automáticamente a su cicatriz. Estoy desesperada por saber cómo se la hizo.

—Mírame, ___.

Alzo la vista hacia sus ojos al instante. Sus dos lagos chocolates me estudian detenidamente mientras se quita los zapatos, los calcetines y los pantalones. Finalmente, se baja los calzoncillos por las piernas. Su erección queda libre y a la altura de mis ojos. Si me inclino hacia adelante y abro la boca, me haré con el control. No estaría mal para variar. Lo miro y veo que sonríe con ojos ardientes.

—Necesito estar dentro de ti con desesperación después de haberme pasado los dos últimos días buscándote —dice con tono socarrón—. Pero me encantará follarte la boca después. Me lo debes.

Una poderosa palpitación estalla en mi sexo cuando se agacha, me envuelve la cintura con el brazo, se sube a la cama y me coloca cuidadosamente debajo de él. Me abre los muslos con la rodilla y se acomoda entre ellos, con los antebrazos a ambos lados de mi cabeza y mirándome con ojos tiernos. Siento ganas de llorar.

Mis planes de alejarme antes de que fuera demasiado tarde han resultado un total fracaso. Ya es demasiado tarde, y su empeño por tenerme como y cuando quiera no ayuda.

—No volverás a huir de mí —dice con voz suave pero firme.

Sé que tengo que contestar. Niego con la cabeza y lo agarro de los hombros.

—Quiero que me contestes, ___ —susurra. La gruesa punta de su erección me presiona en la puerta de entrada y me provoca un placer inconmensurable.

—No lo haré —confirmo.

Asiente y me mantiene la mirada mientras se aparta lentamente y empuja hacia adelante para hundirse hasta el fondo en mí. Gimo y me agarro con más fuerza a sus hombros al tiempo que me revuelvo debajo de él. La sensación de tenerlo dentro es maravillosa, y pronto me acostumbro a su grosor. Deja escapar un suspiro controlado. En su frente se dibujan arrugas de concentración que brillan empapadas de sudor.

Lucho contra la necesidad de contraer los músculos a su alrededor. Necesita un momento. Cierra los ojos mostrando sus largas pestañas y deja caer la cabeza sobre la mía mientras se esfuerza por controlar su agitada respiración. Espero con paciencia a que esté preparado y le acaricio los firmes antebrazos con las manos, contenta de estar aquí tumbada, contemplando a este neurótico tan hermoso. Sabe que en estos momentos necesito al Joe tierno.

Al cabo de unos instantes se recompone y alza la cabeza de nuevo para mirarme. El corazón se me sale del pecho. Estoy muy enamorada de este hombre.

—Esto es lo que pasa cuando me rechazas. No vuelvas a hacerlo. —Eleva la parte superior del cuerpo para apoyar los brazos en la cama, se arrastra perezosamente hacia atrás y empieza a avanzar gradualmente hacia adelante.

Ronroneo. Joder. Joder. Repite el exquisito movimiento una y otra vez sin dejar de mirarme.

—Debes pensar en esto, ___. Cuando tengas la tentación de huir de nuevo, piensa en cómo te sientes ahora mismo. Piensa en mí.

—Sí —exhalo. Estoy esforzándome por aminorar la rápida concentración de presión. Quiero que esto dure eternamente. Quiero sentirme así para siempre. Ésta es justo la razón por la que lo estaba evitando. Soy débil en mis intentos de rechazarlo. ¿O es sólo que su empeño es superior? Sea como sea, siempre acabo en la casilla de salida... entregándome a este hombre.

Muevo las caderas para recibir cada uno de sus embistes y él acerca su boca hacia la mía y me toma los labios sin prisa, moviendo la lengua al ritmo de sus caderas.

Yo jadeo y le clavo las uñas en los brazos. Tengo que dejar de marcarlo y de hacerle sangre. El pobre hombre acaba herido casi siempre. Me penetra con lentitud, traza un círculo en mi interior y vuelve a sacarla muy despacio, una y otra vez. No aguantaré mucho más. ¿Cómo consigue hacerme esto?

—¿Te gusta? —susurra.

—Demasiado —jadeo sin aliento.

—Lo sé. ¿Estás lista? —pregunta contra mis labios.

Le doy un mordisquito en la lengua.

—Sí.

—Yo también, nena. Suéltalo.

El tremendo espasmo que me recorre el cuerpo obliga a mis músculos a aferrarse a la erección de Joe y a mí a agitarme violentamente contra él mientras gimo mi liberación en su boca. La última arremetida profunda, seguida de una sacudida y de una sensación cálida que me inunda, señala la de Joe. Se queda dentro de mí, con los ojos cerrados con fuerza y besándome en la boca con dulzura, emitiendo gemidos largos y graves. Sus palpitaciones dentro de mí hacen que mis músculos se tensen a su alrededor al ritmo de sus eyecciones. Lo exprimo hasta la última gota.

—Joder, te echaba de menos —susurra.

Hunde el rostro en mi cuello y me restriega la nariz por él antes de recostarse sobre la espalda. Levanta el brazo y yo me pego contra su torso firme y cálido y apoyo la cara en sus pectorales. Estoy jodida. Totalmente jodida.

—Me encantan estos polvos soñolientos —musito.

—No era un polvo soñoliento, nena. —Me aparta el pelo de la cara con la mano libre.

¿Ah, no?

—Entonces ¿qué era?

Me besa la frente con ternura.

—Era un polvo para recuperar el tiempo perdido.

Vaya, uno nuevo.

—Entonces me gustan los polvos para recuperar el tiempo perdido.

—Pues no deberían gustarte tanto. No se darán muy a menudo.

Una puñalada de decepción me atraviesa el alma.

—¿Por qué no?

—Porque no vas a volver a huir de mí, señorita, y yo tampoco tengo intenciones de alejarme de ti con mucha frecuencia. —Inhala el olor de mi pelo—. Si es que llego a hacerlo alguna vez.

Sonrío para mis adentros y le paso una pierna por encima de los muslos. Me agarra la rodilla y traza círculos sobre mi piel con el pulgar mientras yo acaricio la superficie de su cicatriz. Necesito saber cómo se la hizo. Nunca la ha mencionado, a excepción de la vez que me dijo que ni siquiera preguntase, pero no es algo que pase desapercibido. Necesito saber más sobre él.

—¿Cómo te la hiciste? —le pregunto mientras recorro la línea que lleva hasta su costado.

Él coge aire como si estuviera harto.

—¿Cómo me hice qué, ___? —Sus palabras lo dejan bastante claro. No quiere hablar de ello.

—Nada —susurro en voz baja, y tomo nota mental de que no tengo que volver a preguntárselo.

—¿Qué haces mañana? —pregunta para cambiar de tema por completo.

—Es miércoles. Trabajo.

—Tómate el día libre.

—¿Qué? ¿Así, sin más?

Se encoge de hombros.

—Sí, me debes dos días.

Lo dice como si tal cosa. Él puede hacerlo, porque tiene su propio negocio y no responde ante nadie. Pero yo, en cambio, tengo clientes, un jefe y un montón de trabajo que hacer.

—Tengo mucho trabajo. Además, tú me abandonaste durante cuatro días —le recuerdo.

Todavía no se ha explicado. ¿Lo hará ahora?

—Pues vente conmigo ahora. —Me abraza con un poco más de fuerza. Al parecer hoy tampoco va a darme ninguna explicación.

—¿Adónde?

—He de regresar a La Mansión, tengo que comentar unas cosas con John. Puedes cenar algo mientras me esperas.

¡Ni hablar! No pienso ir a La Mansión y no pienso esperarlo en el restaurante mientras él trabaja. No me arriesgaré a toparme otra vez con doña Morritos.

—Prefiero quedarme aquí. No quiero molestarte —digo con la esperanza de que no insista. Otro encontronazo con la zorra retorcida y entrometida de Sarah no sería precisamente la mejor manera de acabar el día. ¿Qué le importa a ella lo que haga Joe con su vida privada?

Me da la vuelta, me sujeta las muñecas una a cada lado de la cabeza y se coloca sobre mí.

—Tú jamás me molestarás. —Aproxima los labios a mis pechos y empieza a besarme el pezón—. Te vienes.

La protuberancia aumenta de tamaño bajo su lengua suave y juguetona y se me agita la respiración.

—Te veré mañana —digo entre jadeos.

Me aprisiona el pezón suavemente entre los dientes y me mira con una sonrisa malévola.

—Hummm. ¿Necesitas un polvo para hacerte entrar en razón? — sugiere, y se mete mi pecho en la boca.

Ni hablar. Acepto el polvo, pero no pienso ir a La Mansión. Aunque, si empieza a follarme para hacerme entrar en razón, estoy jodida de más de una manera. Es capaz de hacerme decir lo que sea. Bueno, en realidad eso lo consigue en cualquier momento, pero sobre todo durante ese tipo de polvos.

Oigo que se abre la puerta de casa y las risas de Kate y Sam mientras suben por la escalera. Miro a Joe, que sigue aferrado a mi pezón, y la frustración que le invade el rostro me complace en secreto. Los polvos para hacerme entrar en razón siempre serán bien recibidos, pero su objetivo en esta ocasión en particular no tiene ningún sentido. ¿Por qué iba a querer exponerme a otra disputa verbal con Sarah?

Él resopla de modo pueril y me suelta el pezón.

—Supongo que te será imposible no hacer ruido mientras te follo para hacerte entrar en razón.

Enarco las cejas. Sabe que eso es imposible.

—Joder —refunfuña, y se levanta no sin antes restregarme la rodilla entre las piernas, sobre mi sexo húmedo. La fricción hace que desee tenerlo de nuevo encima de mí. No quiero que se vaya. Se inclina y me besa con pasión e intensidad—. Tengo que irme. Cuando te llame mañana, cogerás el teléfono.

—Lo haré —confirmo obedientemente, por la cuenta que me trae.

Sonríe con malicia y me pellizca la cadera. Chillo como una niña pequeña y me pongo boca abajo. Entonces siento el aguijonazo de su mano al chocar contra mi trasero.

—¡Ay!

—El sarcasmo no te pega, señorita. —La cama se mueve cuando se levanta.

Cuando me doy la vuelta, ya tiene la camisa puesta y está abrochándose los botones.

—¿Estará Sarah en La Mansión? —suelto antes de que mi cerebro filtre la estúpida pregunta.

Él se detiene un momento, recoge los calzoncillos del suelo y se los pone.

—Eso espero, trabaja para mí.

«¿Qué?»

—Me dijiste que era una amiga —repongo indignada, y me regaño a mí misma por ello.

Frunce el ceño.

—Sí, es una amiga y trabaja para mí.

Genial. Me levanto de la cama y recojo mi camiseta de tirantes y mis pantalones cortos. Por eso siempre está revoloteando por allí. ¿Debería contarle lo de su advertencia? No, probablemente no haría caso de mis celos inmaduros e insignificantes. Joder, qué asco me da esa mujer. Me pongo la ropa y me vuelvo. Joe se está colocando la chaqueta y me observa con aire pensativo. ¿Sabe lo que estoy pensando?

—¿No vas a ponerte nada más? —pregunta mientras me analiza de arriba abajo.

Le echo un vistazo a mi conjunto y vuelvo a mirarlo a él. Tiene las cejas levantadas.

—Estoy en casa.

—Sí, y Sam está aquí.

—A Sam no parece importarle pasearse en calzoncillos por mi casa. Al menos yo voy tapada.

—Sam es un exhibicionista —gruñe. Se acerca a mi armario y busca entre las perchas—. Toma, ponte esto. —Me pasa un jersey de lana gordísimo de color crema.

—¡No! —exclamo indignada. ¡Paso de morirme de calor!

Me lo acerca y lo agita delante de mí.

—¡Póntelo!

—No. —Mi respuesta es lenta y concisa.

No va a decirme lo que tengo que ponerme, y menos en mi propia casa. Le quito el jersey de las manos y lo tiro sobre la cama. Él sigue su trayecto en el aire con la mirada. Lo observa, tirado sobre el edredón, y después vuelve a mirarme. Empieza a morderse el labio inferior con fuerza.

—Tres —masculla.

Abro los ojos como platos.

—¿Estás de coña?

No me responde.

—Dos.

Todavía no sé qué pasa cuando llega a cero, pero creo que esta vez voy a descubrirlo.

—No voy a ponerme el jersey.

—Uno. —Sus labios forman una línea recta de enfado.

—Haz lo que quieras, Joe. No voy a ponerme ese jersey.

Frunce el ceño.

—Cero.

Estamos uno frente al otro, él con una expresión de auténtica ira mezclada con un poco de satisfacción y yo preguntándome qué coño va a hacer ahora que ha llegado a cero.

Inspecciono la habitación en busca de una vía de escape, pero sólo hay una, y tengo que esquivar a Joe para llegar hasta ella. Es decir, que es imposible.

Sacude la cabeza, exhala una larga bocanada de aire y echa a andar hacia mí. Yo trato de saltar por encima de la cama para escapar, pero quedo atrapada en el revoltijo de sábanas y chillo cuando siento que me agarra del tobillo con una mano cálida y tira de mí.

—¡Joe! —grito. Me da la vuelta y se me pone encima, cogiéndome las manos por debajo de sus rodillas—. ¡Suéltame! —Me aparto el pelo de la cara de un soplido y me lo encuentro mirándome con una expresión de absoluta seriedad.

—Vamos a dejar una cosa clara. —Se quita la chaqueta, la tira sobre la cama y coge el jersey—. Si haces lo que te mando, nuestra vida será mucho más sencilla. Todo esto... —me pasa las manos por el torso y me agarra los pezones por encima de la camiseta. Yo gimo—... es sólo para mí. —Echa las manos hacia atrás y me hunde un dedo en el hueco que se me forma encima de la cadera.

—¡NO! —grito—. ¡No, por favor! —Empiezo a reírme. Madre mía, ¡voy a mearme encima!

Continúa con su tortura y yo empiezo a retorcerme con violencia. No puedo respirar. Entre la risa y el llanto, mi vejiga amenaza con estallar.

—¡Joe, necesito ir al baño! —digo medio riendo medio llorando. No puedo pensar en nada más que en el agonizante sufrimiento al que me está sometiendo, el muy capullo. Y todo porque no he querido ponerme un estúpido jersey.

—Eso está mejor —lo oigo decir entre mis frenéticas sacudidas. Me aparta el pelo de la cara y pega sus labios contra los míos con fuerza—. Podrías habernos ahorrado a los dos muchos problemas si te hubieses... puesto... el puto... jersey.

Lo miro y frunzo el ceño mientras él aparta su peso de mí y vuelve a ponerse la chaqueta. Yo me siento y descubro que llevo puesto el maldito jersey. ¿Cómo lo ha hecho? Lo miro con todo el odio del mundo. Él me observa atentamente, sin una pizca de humor en el rostro.

—Voy a quitármelo —espeto.

—De eso nada —me garantiza, y probablemente tenga razón.

Me levanto de la cama y me voy al baño con el ridículo jersey de lana puesto.

—Eres un auténtico gilipollas —mascullo, y cierro la puerta de un golpe.

Voy a hacer pis y tomo otra nota mental: no volver a dejar que llegue al cero. Acabo de vivir mi peor pesadilla. Me froto las caderas y noto que la piel sensible de encima de los huesos todavía me hormiguea.

Cuando termino, Joe está en la cocina con Sam y Kate. Ambos se fijan en que llevo puesto un jersey. Me encojo de hombros y me sirvo otra copa de vino.

—¿Habéis hecho las paces? —pregunta Kate al tiempo que se sienta sobre las piernas de Sam. Él las abre y mi amiga cae en el hueco del medio dando un chillido. Le da una bofetada cariñosa y vuelve a mirarme esperando una respuesta.

—No —mascullo, y miro a Joe con rencor—. Y por si te preguntas quién ha hecho un agujero en la puerta de la cocina, no hace falta que busques muy lejos. —Señalo a Joe con la copa—. Y también ha sido él el que ha roto tu copa de vino —añado como la chivata patética que soy.

Joe se lleva las manos a los bolsillos, saca un montón de billetes de veinte libras y los planta encima de la mesa delante de Kate.

—Si es más, dímelo —dice sin apartar la vista de mí. Escudriño la mesa. Debe de haber dejado al menos quinientas libras ahí. Y me he dado cuenta de que el muy arrogante ni siquiera se ha disculpado.

Kate se encoge de hombros y coge el dinero.

—Con esto bastará.

Joe vuelve a meterse las manos en los bolsillos, se acerca a mí y se inclina hasta que su cara queda a la altura de la mía.

—Me gusta tu jersey.

—Vete a la mierda —le suelto, y doy un buen trago de vino.

Él se ríe y me da un beso en la nariz.

—Esa boca —me regaña. Me agarra por la nuca, me recoge todo el pelo en un puño y tira de mí hasta que quedamos nariz con nariz—. No bebas mucho —ordena, y después me besa apasionadamente. Intento resistirme... un poco.

Cuando sus labios me liberan y recupero el sentido, carraspeo y doy otro trago.

Sacude la cabeza, inhala profundamente y se aleja de mí.

—Mi trabajo aquí ha concluido —dice con suficiencia mientras se marcha.

—Adiós —canturrea Kate entre risas. La fulmino con la mirada.

—Colega. —Sam le estrecha la mano con una sonrisa—. ___, sólo te está dando amor.

—¡Que se lo meta por el culo! —exclamo.

Dejo mi copa de vino, cojo el móvil y salgo echando humo de la cocina en dirección a mi habitación. Este hombre es imposible. Sam y Kate empiezan a reír y yo me echo sobre la cama con el jersey puesto.

Finjo que mi único motivo para estar cabreada es que Joe me haya obligado a ponerme un jersey. El hecho de que se dirija a La Mansión y de que cierta bruja de labios gordos vaya a estar allí no tiene nada que ver con mi mal humor. Nada en absoluto.

Cuando estoy a punto de dormirme, en mi teléfono empieza a sonar This is the One, de The Stone Roses. Pongo los ojos en blanco y estiro el brazo para cogerlo de la mesita de noche. Este hombre tiene que aprender a respetar mi teléfono.

—¿Qué? —ladro.

—¿Con quién te crees que estás hablando, señorita?

—¡Con un auténtico gilipollas!

—Haré como que no he oído eso. ¿Aún tienes el jersey puesto?

Quiero decirle que no.

—Sí —farfullo. ¿Vendrá a torturarme más si digo que no?—. ¿Has llamado para preguntarme eso?

—No, quería oír tu voz —dice con dulzura—. Tengo mono de ___.

Me derrito con un suspiro. Puede ser dominante, mandón e irracional y al momento transformarse en un ser sentimentaloide y encantador.

—Has vuelto a manipular mi teléfono —lo acuso.

—Es que si llamo y lo tienes en silencio no vas a oírlo, ¿verdad?

—No, pero ¿cómo sabes que estaba en silencio? —pregunto, aunque ya sé la respuesta. Tengo que bloquearlo con un código PIN—. Bueno, da igual, es de mala educación coger el teléfono de los demás. Y, por cierto, tienes que disculparte con Sally.

—Lo siento. ¿Quién es Sally?

—No lo sientes. Sally es la pobre chica de mi oficina a la que agrediste verbalmente.

—Ah, no te preocupes por eso. Que sueñes conmigo.

Sonrío.

—Lo haré. Buenas noches.

—Ah, ___...

—¿Qué?

—Tú eres «la definitiva», nena.

Me cuelga y el corazón se me sale del pecho. ¿A qué se refiere con «la definitiva»? ¿Quiere decir lo que creo que quiere decir? Empiezo a morderme la uña del pulgar y me quedo medio dormida pensando en su comentario codificado.

¿Soy yo «la definitiva»?

¿Es él «el definitivo»?

Joder. Deseo con todas mis fuerzas que lo sea.

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Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 4 Empty
MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 4 Icon_minitimeMarzo 23rd 2014, 15:55

Capítulo 24

Me siento a mi mesa soñando despierta, con la mente ocupada en The One y en los distintos tipos de polvo. Si —en mi pequeño mundo perfecto— acabo teniendo una relación con Joe, ¿será siempre así? ¿Él dará las órdenes y yo a obedecer? Es eso, o que me folle con diferentes propósitos o que me someta a una cuenta atrás y me torture hasta que ceda o me supere físicamente y me obligue a hacer lo que él quiere. No niego que en la cama tiene su gracia, pero ha de haber cierto toma y daca, y no estoy segura de que Joe sepa dar, a menos que se trate de sexo. La verdad es que en eso es muy bueno. Me encrespo cuando llego a la conclusión de que, sin duda, se debe a que ha tenido mucha práctica. Rompo el lápiz. ¿Qué? Miro el trozo de madera partido en dos que tengo en la mano. Huy.

—Qué pronto has llegado, ___.

Sally entra en la oficina y me echo a reír para mis adentros. Ayer vi a una Sally que no conocía.

—Sí, me he levantado temprano. —Me quedo con ganas de añadir que es porque un capullo neurótico me hizo ponerme un jersey de invierno para dormir y me he despertado sudando a mares.

Se sienta a su mesa.

—Intenté llamarte ayer después de que te fueras.

—¿Sí?

Frunzo el ceño, pero entonces me doy cuenta de que debí de borrar la llamada perdida de Sally junto con las decenas de llamadas perdidas de Joe.

—Sí. El hombre furibundo vino a la oficina al poco de que te marcharas.

—¿Vino?

Debí de imaginármelo.

—Sí, y no estaba de mejor humor.

Me hago una idea. Sonrío.

—¿Le diste un achuchón?

Suelta una carcajada y se deja caer hacia atrás en la silla sin parar de reír. No puedo evitar unirme a ella y me río a gusto. Se está desternillando en su mesa.

Patrick llega y nos mira a las dos, exasperado, antes de entrar en su despacho y cerrar la puerta tras de sí.

«¡Mierda!»

—¿Estaba Patrick? —pregunto.

Se quita las gafas y las limpia con la manga de su blusa marrón de poliéster.

—¿Cómo? ¿Cuándo vino el lunático? No, estaba recogiendo a Irene en la estación de tren.

Dejo escapar un suspiro de alivio. Pero ¿en qué estaba pensando Joe? Es un cliente. No puede venir a mi oficina y usar su influencia para mangonear a todo el mundo. A duras penas puedo excusar su comportamiento como la clásica queja de un cliente. Ya me ha sacado una vez a rastras de la oficina.

La puerta del despacho se abre y la repartidora de flores entra con dificultad —otra vez la chica del Lusso— con dos voluminosos ramos.

—¿Entrega para ___ y Sally?

Sally casi se desmaya en su mesa. Apuesto a que nadie le ha enviado flores nunca. Aunque yo ya sé de parte de quién son. Es un cabrón lisonjero.

—¿Para mí? —dice Sally cuando coge el colorido ramo de las manos de la chica de reparto. Lo agita en dirección a mi despacho.

—Gracias —sonrío, y cojo el ramo de calas antes de firmar por las dos. Sal tiene cara de que va a pasarse el resto del día soñando despierta.

—¿Qué dice la tarjeta, Sal? —le pregunto cuando veo que la recorre de izquierda a derecha con la mirada.

Se reclina y se pone la mano en el corazón.

—Dice: «Por favor, acepta mis disculpas. Esa mujer me vuelve loco.» ¡Ay, ___! —Me mira emocionada—. ¡Cómo me gustaría a mí volver así de loco a un hombre!

Pongo los ojos en blanco y saco de entre las flores la tarjeta dirigida a mí. Apuesto a que no es una disculpa. Sally no opinaría lo mismo si tuviera que aguantar el comportamiento neurótico e irracional de Joe. ¿Que yo lo vuelvo loco? Es de traca. Abro la tarjeta.

ERES LA MUJER A LA QUE LLEVO ESPERANDO TANTO TIEMPO... UN BESO, J.

Mi lado cursi babea un poco, pero la parte sensata de mi cerebro —la que no está completamente loca por Joe— grita en seguida que la mujer de su vida es la que se pone de rodillas y cumple todas sus órdenes, instrucciones y exigencias. Soy consciente de que, aunque eso es exactamente lo que he hecho en muchas ocasiones, también he de mantener mi identidad y mi forma de pensar. Es tremendamente duro, porque este hombre me afecta muchísimo. Ya se he hecho con mi cuerpo... Más bien, se ha apoderado de él.

Suena el teléfono e ignoro la punzada de decepción que siento cuando oigo el tono estándar, pero no puedo pasar por alto la de pánico cuando veo el nombre de Matt en la pantalla. ¿Qué querrá?

—Hola —saludo con todo el aburrimiento que quería aparentar.

—___, pensaba que no lo cogerías. —Su tono es de cautela, como no podría ser de otra manera después de la que me armó. Ni yo sé por qué he contestado.

—¿Y eso? —Mi voz destila sarcasmo. El gusano tiene agallas para llamarme, después de lo que me dijo y de cómo se portó.

—Perdona, ___. Me pasé mucho. Fue un cúmulo de cosas. Mi jefe me dijo que van a recortar personal y, en fin, me puse de los nervios.

Adorable. ¿Por eso quería volver conmigo? ¿Quería tener estabilidad económica por si perdía su trabajo? ¡Capullo insolente! ¿Es consciente de lo que me ha dicho?

—Lamento la situación —contesto con sequedad.

—Gracias. He puesto las cosas en perspectiva. Te he perdido y ahora quizá pierda el trabajo. Todo está patas arriba. —La voz le tiembla de emoción.

Suspiro.

—Todo irá bien —intento consolarlo—. Eres muy bueno en tu trabajo.

Lo es. Tiene la confianza en sí mismo —demasiada confianza en sí mismo— que debe tener un comercial.

—Ya. En fin, sólo quería hacer las paces contigo.

Me parece bien siempre y cuando no empiece otra vez con el discurso de «quiero que vuelvas conmigo». ¿En qué estaba pensando?

—Está bien. No te preocupes. Ya nos veremos, ¿vale?

—Sí. Podríamos volver a comer juntos... Como amigos —añade a toda velocidad—. Todavía tengo algunas cajas con tus cosas.

—Las recogeré la semana que viene. Cuídate, Matt. —Ignoro su sugerencia de quedar para comer.

—Tú también.

Cuelgo y lanzo el teléfono sobre la mesa. Por muy cretino que sea, no le deseo que se quede en paro. Le irá bien. Me quito a Matt de la cabeza y me concentro en sacar algo de trabajo adelante. Finjo que no miro el móvil cada diez minutos para comprobar que está encendido y con el volumen alto. ¿Por qué no me ha llamado?

Voy caminando por nuestra calle después de haber comprado una botella de vino y diviso a Kate a lo lejos, saltando en medio de la calzada como la loca pelirroja que es. Al acercarme, me fijo bien. Aparcada junto a Margo hay otra furgoneta rosa chillón, pero nuevecita y reluciente. ¡Por fin ha invertido en una furgo nueva! Ya era hora.

—Bonita furgo —le digo cuando me aproximo.

Se da la vuelta, los ojos azules le bailan y tiene las mejillas pálidas sonrojadas.

—¿Tú sabes algo de esto?

«¿Yo?»

—¿Por qué iba a saber algo?

—Acabo de llegar a casa y estaba ahí aparcada. Me he quedado un rato contemplándola, luego he entrado en casa y he tropezado con las llaves junto a la puerta. Mira.

Me pone las llaves delante de las narices, lo que me obliga a mirar la nota que cuelga de un hilo en el llavero.

NI UN MORATÓN MÁS EN EL CULO, POR FAVOR.

«¡No!» No habrá sido capaz. Recuerdo lo tremendo de su reacción al ver mis maltrechas posaderas.

—¿Has hablado con Sam? —pregunto.

—Sí. Dice que hable con Joe.

—¿Por qué te habrá dicho eso? —quiero saber.

—Está claro: porque cree que Joe es el comprador misterioso. — Pone los ojos en blanco—. Si el señor me ha comprado una furgoneta para que no vuelvas a hacerte cardenales en el culo, pues... ¡tengo que decir que me encanta que tengas la piel tan delicada como un melocotón!

Esto no está bien.

—Kate, no puedes aceptarla.

Me mira disgustada y sé que no habrá forma humana o divina de obligarla a que devuelva la furgoneta. Su mirada dice que está encantada.

—¡Ni de coña! No intentes hacer que la devuelva. Ya la he bautizado.

—¿Qué? —A mi voz le falta mucha paciencia.

Pasa los dedos, largos y pálidos, por el capó.

—Te presento a Margo Junior.

Se recuesta sobre la furgoneta y acaricia el metal rosa.

Sacudo la cabeza, exasperada, y me voy a casa. Ahora todavía le gusta más ese tonto imposible. ¿De qué va? ¿Flores para Sally y una furgoneta para Kate? Ah, ¿y qué hay de arrojar las divisas de su majestad la reina de Inglaterra sobre la mesa de la cocina como si fueran trapos de cocina?

—¡Me la llevo a dar una vuelta! —grita Kate.

No le contesto, sino que subo la escalera y me voy directa a la cocina para meter las flores en un jarrón y descorchar la botella de vino. Me termino la primera copa y me voy a la ducha. ¿Le ha comprado una furgoneta a Kate?

Me tomo mi tiempo para quitarme el día de encima y me dejo la crema suavizante en el pelo cinco minutos mientras me paso la cuchilla. Cierro el grifo, escucho la canción de The Stone Roses que llevo todo el día desesperada por oír y casi me parto el cuello al salir de la ducha para echar a correr por el descansillo. El teléfono deja de sonar y la pantalla se ilumina: ocho llamadas perdidas.

No, no, no. Debe de estar tirándose de los pelos. Lo llamo mientras cruzo el descansillo hacia el salón. Miro por la ventana para ver si Kate ha vuelto.

No está, pero Joe sí está dando vueltas por el sendero del jardín con el mismo aspecto divino de siempre. Lleva vaqueros y un jersey fino azul marino. Sonrío, un hormigueo me recorre el cuerpo de pies a cabeza con sólo mirarlo. Pulsa los botones del teléfono como un poseso y, tal y como esperaba, mi móvil se me ilumina en la mano.

«¡Ajá!»

—¡Hola! —digo tranquila y como si no pasara nada.

—¿Dónde diablos estás? —me ladra por teléfono. No hago caso de su tono de voz.

—¿Y dónde estás tú? —contraataco. Por supuesto, sé perfectamente dónde está. Me quedo de pie junto a la ventana, viendo cómo se pasa la mano por el pelo. Pero entonces desaparece de mi vista en el rellano de la puerta principal.

—Estoy en casa de Kate, echando la puerta abajo a patadas. ¿Es mucho pedir que me cojas el teléfono a la primera?

—Estaba ocupada con otra cosa. ¿Por qué no me has llamado en todo el día? —pregunto mientras bajo hasta la puerta principal.

—Porque, ___, ¡no quiero que sientas que te estoy agobiando! —Está totalmente exasperado y eso me hace sonreír. Me encantan todos y cada uno de sus rasgos de locura.

—Pero aun así me estás gritando —le recuerdo. Miro por la mirilla y me derrito cuando lo veo apoyarse contra la pared.

—Lo sé —dice ya más tranquilo—. Me estás volviendo loco. ¿Dónde estás?

Lo veo deslizarse hacia abajo por la pared hasta que toca el suelo con el culo. Deja las rodillas dobladas e inclina la cabeza a un lado. Ay, no puedo verlo así.

Abro la puerta.

—Aquí.

Me mira y suelta el teléfono, pero no intenta levantarse. Sólo me mira, con el rostro inundado de alivio. Salgo y me deslizo por la pared de enfrente, de tal modo que quedamos sentados uno frente al otro, rodilla con rodilla. Esperaba que me cogiera y me obligase a entrar en casa, ya que voy medio desnuda, pero no lo hace, sino que alarga el brazo y me pone la mano en la rodilla. No me sorprende que provoque chispas de fuego en todo mi ser.

—Estaba en la ducha.

—La próxima vez, llévate el móvil al baño —me ordena.

—Vale. —Le hago un saludo militar.

—¿Y tu ropa? —Me recorre el cuerpo, cubierto por una toalla, con la mirada.

¡Ja! No iba a tenerlo esperando mientras me vestía. Me lo habría encontrado muerto de un ataque al corazón.

—En mi armario —respondo con sequedad.

Su mano desaparece bajo la toalla, me coge por encima de la cadera para hacerme cosquillas y la toalla se afloja.

—¡Amigo mío!

Miro hacia el sendero y veo a Sam. Cuando vuelvo a mirar a Joe, parece como si... En fin, como si fuera a darle un ataque. Se pone de pie y tira de mí. No sé cómo lo hace, pero consigue mantenerme cubierta con la toalla.

—¡Sam, no te muevas, joder! —le grita.

Me coge en brazos y cruzamos la puerta a la velocidad de la luz. Oigo a Sam reírse a nuestras espaldas mientras Joe sube la escalera corriendo conmigo en brazos y murmurando algo acerca de arrancar los ojos a los curiosos. Me arroja sobre la cama.

—Vístete, vamos a salir.

Levanto la cabeza de golpe. No pienso ir a La Mansión. Me pongo de pie, sin la toalla, y me dirijo al tocador.

—¿Adónde?

Recorre con la mirada mi cuerpo desnudo.

—He salido a correr y mientras tanto se me ha ocurrido que aún no te he llevado a cenar. Tienes unas piernas increíbles. Vístete.

Señala mi armario con la cabeza.

Si se refiere a cenar en La Mansión, yo paso. Evitaré el lugar a toda costa si ella va a estar allí y, dado que ya sabemos que trabaja para él, lo más probable es que esté.

—¿Adónde? —vuelvo a preguntar mientras empiezo a aplicarme manteca de coco en las piernas.

—A un pequeño italiano que conozco. Anda, vístete antes de que me cobre mi deuda.

De pie, me masajeo lentamente con la crema.

—¿Qué deuda?

Levanta las cejas.

—Me debes una.

—¿Cómo que te debo una? —Frunzo el ceño, pero sé exactamente a qué se refiere.

—Claro que me la debes. Te espero fuera, no sea que me dé por cobrármela antes de tiempo. —Me lanza una sonrisa picarona—. No quiero que pienses que es sólo sexo.

Me deja con ese pequeño comentario antes de irse.

Ah, ¿no es sólo sexo? Esas palabras me han alegrado el día. Quizá esta noche descubra qué trama esa maravillosa y compleja cabecita suya. De repente, me inunda la esperanza.

Tras darle muchas vueltas a qué voy a ponerme —me sorprende que no lo haya decidido por mí—, me decanto por unos pantalones capri beige, una camisa de seda en nude y unas bailarinas color crema. Me aseguro de ponerme un conjunto de ropa interior de encaje color coral; le encanta verme vestida de encaje. Me hago un recogido informal, me pinto los ojos ahumados y termino con un brillo de labios sin apenas color.

Salgo al descansillo y me encuentro a un Joe irritado dando vueltas de un lado a otro. Frunzo el ceño.

—Tampoco he tardado tanto.

Levanta la vista y me dedica una sonrisa gloriosa, reservada sólo para mujeres, y vuelvo a sentirme segura. Me acerco a él y me mira de arriba abajo con satisfacción. En cuanto estoy lo bastante cerca, tira de mí hacia su cuerpo musculoso.

—¿Cómo es posible que seas tan bonita? —susurra en mi pelo.

—Lo mismo digo. ¿Dónde está Sam?

—Kate le está dando un paseo en la furgoneta.

Ah, casi me había olvidado de Margo Junior. Me aparto y le lanzo una mirada llena de sospecha.

—¿Le has comprado tú esa furgoneta a Kate?

Sonríe satisfecho.

—¿Estás celosa?

«¿Qué?»

—¡No!

Se pone serio.

—Sí, se la he comprado yo.

—¿Por qué?

¿Acaso no le parece raro? ¿Está intentando sobornar a mi amiga para que pase por alto su comportamiento irracional?

—Pues, ___, porque no quiero que vayas dando tumbos en esa chatarra sobre ruedas, por eso. Y no tengo por qué darte explicaciones —me bufa, y cruza los brazos para mantenerse alejado de mí.

Me entra la risa.

—¿Le has comprado una furgoneta a mi mejor amiga para que no me lastime cuando sujete una tarta? —Es para morirse.

Me mira y adopta una expresión muy digna.

—Como ya he dicho, no tengo por qué darte explicaciones. Vámonos.

Me coge de la mano y me conduce hasta abajo, al coche.

—Le has alegrado el día a Sally —comento mientras corro para poder seguir el ritmo de sus largas zancadas.

—¿Quién es Sally?

—La criatura desvalida de mi oficina —le recuerdo. Empiezo a sopesar si la mala memoria es también un síntoma de la edad.

—Ah, ¿me ha perdonado?

—Del todo —musito.

Kate nos ve y se lanza a los brazos de Joe.

—¡Gracias! —le repite una y otra vez en la cara.

Joe se abraza a ella con la mano que tiene libre y ella continúa lanzando grititos de emoción junto a su oído. Pongo los ojos en blanco y miro a Sam, que sacude la cabeza. Me reconforta saber que él también opina que se ha pasado un poco.

—El que sale ganando soy yo, Kate, no tú —le dice.

Ella lo suelta.

—¡Lo sé! —Sonríe y me mira con sus brillantes ojos azules—. ¡Lo adoro!

—Eh, ¿y a mí no? —grita Sam. Kate va corriendo a abrazarlo.

Pongo los ojos en blanco otra vez. Estoy rodeada de locos.

Aparcamos en la puerta de un pequeño restaurante italiano del West End. Salgo del coche y Joe viene a por mí. Me coge de la mano y me lleva a lo que sólo puede describirse como una sala de estar. La iluminación es tenue y todo está lleno de trastos italianos. Es como si me hubiera trasladado en el tiempo a la Italia de la década de los ochenta.

—Señor Joe, me alegro de verlo —dice un hombrecillo italiano que se acerca a nosotros de inmediato. Luce una expresión de felicidad natural.

Joe le estrecha la mano con afecto.

—Luigi, yo también me alegro de verte.

—Venga, venga. —Luigi nos hace gestos para que nos adentremos más en la estancia.

Nos sienta a una pequeña mesa en un rincón. El mantel es de color crema y lleva bordado la «Italia Turrita». Es muy bonito.

—Luigi, ésta es ___. —Joe nos presenta.

El italiano me hace una reverencia con la cabeza.

—Un nombre precioso para una dama preciosa, ¿sí? —Es tan directo que me siento un poco avergonzada—. ¿Qué desea el señor Joe?

—¿Me permites? —me pregunta Joe señalando el menú con la cabeza.

¿Me está pidiendo permiso?

—Es lo que sueles hacer —murmuro.

Arquea una ceja y pone morritos, como diciéndome que no tiente mi suerte. Lo dejo a lo suyo. Está claro que sabe cuáles son los mejores platos del menú.

—Muy bien, Luigi. Tomaremos dos de fettuccini con calabaza, parmesano y salsa de limón con nata, una botella de Famiglia Anselma Barolo 2000 y agua. ¿Lo tienes todo?

Luigi toma nota a toda velocidad en su cuaderno y da un paso atrás.

—Sí, sí, señor Joe. Ahora me voy.

Joe sonríe con afecto.

—Gracias, Luigi.

Miro el restaurante, que está lleno de trastos.

—A esto sí que se le llama mierda italiana —murmuro pensativa. Cuando mi mirada se encuentra con la de Joe, veo una sonrisa de oreja a oreja sobre un labio mordido—. ¿Vienes a menudo?

Su sonrisa se hace más amplia y entramos en el territorio de las rodillas que se vuelven de gelatina.

—¿Estás intentando seducirme?

—Por supuesto —sonrío, y él cambia de postura en su silla.

—Mario, el barman de La Mansión, insistió en que lo probara y eso hice. Luigi es su hermano.

—¿Luigi y Mario? —suelto, más bien con poca educación. Joe levanta las cejas y me lanza una mirada—. Lo siento. ¡Es que ésa sí que no me la esperaba!

—Ya lo veo. —Frunce el ceño cuando Luigi se acerca con las bebidas. Joe me sirve vino a mí y agua para él.

—¿No habrás pedido una botella entera para mí? —le suelto—. ¿Tú no vas a beber nada?

Por Dios, voy a acabar como una cuba.

—No. Tengo que conducir.

—¿Y a mí me permites beber?

Aprieta los labios hasta convertirlos en una línea recta, pero veo que está intentando reprimir una sonrisa ante mi descaro.

—Te lo permito.

Sonrío, cojo la copa y bebo con cuidado mientras él me observa. El vino está espectacular.

Cuando miro al hombre guapísimo y neurótico que tengo al otro lado de la mesa, al que me ha jodido los planes pero bien, mi cerebro sufre de repente un bombardeo de preguntas.

—Quiero saber qué edad tienes —digo segura de mí misma. Ese asunto de la edad se está convirtiendo en una estupidez.

Acaricia el borde de la copa con la punta del dedo y me mira.

—Veintiocho. Háblame de tu familia.

¿Eh? ¡Ah, no, no, no!

—Yo he preguntado primero.

—Y yo te he contestado. Háblame de tu familia.

Sacudo la cabeza de desesperación y me resigno ante el hecho de que estoy enamorada de un hombre cuya edad desconozco, y posiblemente nunca la sepa.

—Se jubilaron y viven en Newquay desde hace unos años —suspiro—. Mi padre dirigía una empresa de construcción y mi madre era ama de casa. Mi padre tuvo un amago de infarto, cogió la jubilación anticipada y se fueron a Cornualles. Mi hermano está viviendo sus sueños en Australia.—Ahí tiene los titulares—. ¿Por qué no hablas de los tuyos? —le pregunto. Sé que me estoy metiendo en terreno pantanoso, sobre todo después de lo que contestó la última vez que le pregunté.

Espero con cautela, casi con recelo, su reacción. Me deja más que sorprendida cuando bebe un sorbo de agua y se lanza a responder.

—Viven en Marbella. Mi hermana también está allí. No hablo con ellos desde hace años. No aprobaron que Carmichael me dejara La Mansión y todas sus posesiones.

¿Eh?

—¿Te lo dejó todo a ti? —Entiendo que eso pueda causar una reyerta familiar, y más cuando también hay una hermana de por medio.

—Eso es. Estábamos muy unidos y no se hablaba con mis padres. No les gustaba.

—¿No les gustaba vuestra relación?

—No. —Empieza a mordisquearse el labio.

—¿Había algo reprobable? —Ahora sí que siento curiosidad.

Suspira.

—Cuando dejé la universidad me pasaba todo el tiempo con Carmichael. Mi madre, mi padre y Amalie se fueron a vivir a España y yo me negué a irme con ellos. Tenía dieciocho años y me lo estaba pasando como nunca. Me fui a vivir con Carmichael cuando se marcharon. No les hizo mucha gracia. —Se encoge de hombros—. Tres años después, Carmichael murió y yo me hice cargo de La Mansión. —Lo cuenta sin emoción. Bebe otro trago de agua—. La relación se resintió después de aquello. Me exigieron que vendiera La Mansión, pero yo no podía, era el legado de Carmichael.

Jesús. He descubierto más sobre este hombre en cinco minutos que en todo el tiempo que ha pasado desde que lo conozco. ¿Por qué está tan hablador esta noche? Decido aprovecharme, no sé cuándo volverá a presentarse la ocasión.

—¿Qué sueles hacer para divertirte?

Sus ojos cafés se iluminan y sonríe con malicia.

—Follarte.

Abro los ojos como platos y trago saliva con dificultad. ¿Me considera una diversión? Ahora me siento como una mierda. Me revuelvo en la silla y doy un sorbo al vino para apartar la mirada. Odio este bajón que me entra de vez en cuando últimamente. Un instante estoy en el séptimo cielo de Joe y, al siguiente, cualquier comentario hace que me dé de bruces contra la cruda realidad. No puedo con tantas señales contradictorias.

—Te gusta el poder en el dormitorio —le digo sin sonrojarme ni un poquito. Estoy orgullosa de mí misma. Su habilidad y la influencia que tiene sobre todo mi ser me ponen nerviosa.

—Sí. —Contemplo su rostro impasible cuando mi mirada vuelve a la suya.

—¿Eres un dominante? —Suelto, y me clavo mentalmente en las posaderas el elegante tenedor plata. ¿De dónde ha salido eso?

Se atraganta y está a punto de escupirme el agua encima. ¿Por qué habré preguntado eso?

Deja la copa sobre la mesa, coge la servilleta, se limpia la boca y sacude la cabeza con una media sonrisa.

—___, no necesito esa clase de arreglo para conseguir que una mujer haga lo que yo quiero en el dormitorio. No tengo ni tiempo ni ganas de practicar ese tipo de mierda.

Me relajo un poco.

—Parece que me estás dedicando mucho tiempo.

—Supongo que sí.

Comienza a mirar al vacío, pensativo.

—Eres muy controlador —afirmo con frialdad sin apartar la vista de mi copa. Voy a poner también ese tema sobre la mesa.

—Mírame —exige con suavidad y, como la esclava que soy, lo miro. Sus ojos cafés se han suavizado. Se reclina, relajado, en la silla—. Sólo contigo.

—¿Por qué?

—No lo sé. —Se da un breve mordisco en el labio—. Me vuelves loco.

¿Qué? En fin, eso lo aclara todo. ¿Se cree que necesito una especie de padre? Estoy hecha un lío. Suspiro en el interior de la copa de vino. ¿Qué lo vuelvo loco? «¡Lo mismo te digo, Jonas!»

—Aquí está tu pasta —dice. Alzo la vista y veo a Luigi, que se acerca cantando. He perdido el apetito.

—Gente encantadora —coloca dos generosos cuencos ante nosotros—, buon appetito!

—Gracias, Luigi —sonríe Joe con educación. Me lanza una mirada inquisitiva, pero la ignoro y sonrío agradecida a Luigi. Es igualito que Mario.

Revuelvo la pasta con el tenedor. Huele a gloria, pero estoy tan confusa que se me ha cerrado el estómago. Jugueteo con ella un momento y luego pruebo un bocado.

—¿Está buena? —pregunta Joe.

Asiento poco convencida, a pesar de que está deliciosa. Comemos un rato en silencio, mirándonos de vez en cuando. La comida es maravillosa, y me siento culpable por no estar disfrutándola como se merece.

—¿Cuándo compraste el ático? —pregunto.

Detiene el tenedor de camino a su boca.

—En marzo —me contesta. Se toma el último bocado y aparta el cuenco antes de coger el vaso de agua.

—Nunca me has dicho por qué pediste que fuera yo personalmente quien se encargara de la ampliación de La Mansión.

Me rindo con la pasta y aparto el cuenco.

Joe mira mi plato a medias y luego me mira a mí.

—Compré el ático y me encantó lo que habías hecho con él. Te garantizo que no esperaba que aparecieras contoneando tu silueta perfecta, con esa piel aceitunada y esos ojazos marrones. -Sacude la cabeza como intentando borrar el recuerdo.

Me siento mejor sabiendo que se quedó tan sorprendido de verme como yo de verlo a él.

—No eras exactamente el señor de La Mansión que me esperaba —le digo. Yo también me estremezco al recordar el efecto que me produjo; el efecto que todavía tiene sobre mí—. ¿Cómo sabías dónde estaba aquel lunes al mediodía, cuando tropecé contigo en el bar?

Se encoge de hombros.

—Tuve suerte.

—Ya, claro. Me seguiste, más bien.

Alzo la vista y detecto una sonrisa en la comisura de sus deliciosos labios.

—Cuando te fuiste de La Mansión no podía pensar en otra cosa.

—Así que me perseguiste sin descanso —le respondo con calma.

—Tenías que ser mía.

—Y ya lo soy. ¿Siempre consigues lo que deseas?

Me observa desde el otro lado de la mesa y se inclina hacia adelante, muy serio.

—No puedo contestar a eso, ___, porque nunca he deseado nada lo suficiente como para perseguirlo sin descanso. No del modo en que te deseaba a ti.

Habla en pasado.

—¿Aún me deseas?

Se reclina en la silla y me estudia mientras acaricia su copa.

—Más que a nada.

Se me escapa un pequeño suspiro. No sé si es de alivio o de deseo. Ya no sé nada.

—Soy tuya —digo con decisión.

Ya está. Acabo de ponerle el corazón en bandeja a este hombre.

Se pasa la lengua lentamente por el labio inferior.

—___, eres mía desde que apareciste por La Mansión.

—¿Sí?

—Sí. ¿Pasarás la noche conmigo?

—¿Es una pregunta o una orden?

—Una pregunta, pero si das la respuesta equivocada estoy seguro de que pensaré en algo para hacerte cambiar de idea. —Sonríe un poco.

—Pasaré la noche contigo.

Asiente con aprobación.

—¿Y la noche de mañana?

—Sí.

—Tómate el día libre —me ordena.

—No.

Entorna los ojos.

—¿Y el viernes por la noche?

—He quedado con Kate para salir el viernes por la noche —le informo. Resisto la tentación de alargar la mano, cogerme un mechón de pelo y retorcerlo entre los dedos. No puede esperar que esté siempre a su disposición. Confío en que Kate no tenga planes.

Sus ojos, entrecerrados, se oscurecen.

—Cancélalo.

Esto es algo que tengo que aclarar cuanto antes: sus neurosis son poco razonables.

—Voy a tomar unas cuantas copas con mis amigos. No puedes impedirme que los vea, Joe.

—¿Cuántas copas son unas cuantas?

Noto que frunzo el ceño.

—No lo sé. Depende de cómo me encuentre. —Lo miro, acusadora. Sospecho que es posible que el viernes esté hecha polvo si sigue portándose como un loco. Me da dolor de cabeza y hace que el cuerpo me duela de deseo.

Empieza a mordisquearse el labio inferior otra vez, la cabeza le va a mil por hora. Está intentando averiguar cómo salirse con la suya. Con la que pillé el sábado pasado no me he hecho ningún favor. Fue culpa suya.

¿Debería decírselo?

—No quiero que salgas a beber sin mí —dice con firmeza.

—Pues qué mala suerte. —Dios, estoy siendo valiente ¿Qué graduación tiene este vino?

—Ya veremos —dice para sí.

Permanecemos sentados en silencio, mirándonos el uno al otro, él enfadado y yo ocultando una sonrisilla. A los pocos instantes, se reclina en su silla como si nada, un poco de lado, con una intención clara en la mirada. No me aparto tímidamente de ella, sino que igualo su intensidad. Es un desafío a cara descubierta. Lo deseo con desesperación a pesar de que es un tanto difícil.

Luigi se acerca para recoger los platos e interrumpe el momento.

—¿Les ha gustado? —dice señalando los platos.

Joe no rompe la conexión.

—Estupendo, Luigi. Gracias. —Su voz es gutural y está dando golpecitos en la mesa con el dedo corazón. Noto que me roza la pierna con la suya y no hace falta más para que se me acelere la respiración y mis terminaciones nerviosas cobren vida. Estoy ardiendo de pies a cabeza... Y lo sabe.

—Luigi, la cuenta, por favor. —Su tono amigable ha pasado a ser apremiante.

Parece que el italiano capta el mensaje porque no nos ofrece la carta de postres. Se marcha y vuelve, casi de inmediato, con un plato negro con caramelos de menta y un trozo de papel. Sin siquiera mirarla, Joe se levanta, saca un fajo de billetes del bolsillo de sus vaqueros y deja varios encima de la mesa.

Estira el brazo hacia mí y me coge de la mano.

—Nos vamos.

Me levanta de la silla y apenas me da tiempo a coger el bolso y a dejar la servilleta encima de la mesa. Me lleva a toda velocidad hacia la puerta.

—¿Tienes prisa? —pregunto mientras me conduce hacia el coche por el codo.

No hace el menor intento de aminorar el paso.

—Sí.

Cuando llegamos al coche, me da la vuelta y me empuja contra la puerta. Su frente encuentra la mía y nuestros alientos, profundos, se funden en el escaso espacio que separa nuestras bocas. Su erección resulta dolorosamente dura contra la parte inferior de mi abdomen.

Por Dios, lo quiero aquí y ahora. Me da igual si a la gente le da por mirar.

—Voy a follarte hasta que veas las estrellas, ___. —Su voz es áspera cuando mueve las caderas contra las mías. Lanzo un gemido—. Mañana no vas a ir a trabajar porque no vas a poder ni andar. Sube al coche.

Lo haría, pero ya me cuesta andar. El suspense me ha dejado inmóvil.

Pasan unos segundos y sigo sin poder convencer a mis piernas de que se muevan, así que me aparta, abre la puerta y, con cuidado, me deposita en el asiento del copiloto.
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 4 Icon_minitimeMarzo 31st 2014, 15:39

Wow!!!! Excelente nove, tienes que seguirla  Very Happy Smile 
Nueva Lectora!!

https://jbvenezuela.activoforo.com/t11535p75-el-hombre-equivocado-joenick-tu-hot



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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 4 Icon_minitimeAbril 5th 2014, 17:48

Capítulo 25
Nuestro viaje de vuelta al Lusso es el más largo de mi vida. La tensión sexual que reina en el coche es realmente insoportable y Joe se pone casi violento cuando un conductor dominguero le bloquea el paso.

—A algunos no deberían darles el carnet. ¡Muévete!

Hace una maniobra ilegal y adelanta al otro coche en una calle de un solo carril.

Se toca a menudo la entrepierna, y bajo la luz tenue del DBS veo el sudor que brilla en su frente. Es un hombre con una misión. Derrapa, se detiene ante las puertas electrónicas del Lusso y pulsa el mando a distancia para abrirlas. Tamborilea con los dedos en el volante mientras espera impaciente a que empiecen a moverse.

Sonrío.

—Te va a dar un ataque si no te tranquilizas.

El tamborileo cesa y me mira. Echa humo.

—___, me ha dado un puñetero ataque todos los días desde que te conocí.

—Estás diciendo muchos tacos —murmuro cuando las puertas se abren y avanza hacia el aparcamiento a toda velocidad y sin ningún cuidado.

—Y tú vas a gritar mucho. —Lo dice sin una pizca de humor—. Fuera—me ordena.

No me cabe duda de que así será, pero me encanta verlo tan frenético. Me tomo mi tiempo para salir del coche y, cuando ya estoy erguida, levanto la vista y veo que lo tengo enfrente.

—¿Qué haces? —pregunta sin poder creerse la calma con la que me lo estoy tomando.

Miro el cielo negro de la noche y los muelles.

—¿Te apetece ir a dar un paseo?

Abre la boca de forma exagerada.

—¿Que si me apetece ir a dar un paseo?

—Sí. Hace una noche preciosa. —Vuelvo a mirarlo, pero no logro esconder una sonrisa tonta.

—No, ___. Lo que me apetece es follarte hasta que me supliques que pare.

Se agacha, me coge por detrás de los muslos, me carga sobre los hombros y cierra de una patada la puerta de su carísimo coche.

—¡Joe! —El estómago se me sale por la boca a causa del movimiento brusco—. ¡Puedo andar!

Entra a grandes zancadas en el vestíbulo del Lusso.

—No lo bastante rápido. Buenas noches, Clive.

Me abrazo a las lumbares de Joe y levanto la cabeza. Clive me observa mientras atravieso la sala tirada sobre el hombro de Joe. ¿Qué pensará de mí? La última vez que entré en el Lusso también me llevaban en brazos...

—¡No estoy borracha! —grito antes de que Joe me meta en el ascensor. Introduce el código con furia y Clive desaparece de mi campo de visión. En un momento de osadía, deslizo las manos bajo sus vaqueros, van directas a su duro y fantástico trasero. Siento que sus músculos se tensan y relajan bajo su piel suave y cálida cuando sale del ascensor.

—Nada de jueguecitos. Quiero estar dentro de ti. Como te pongas a hacer tonterías te juro por Dios que... —Va muy en serio.

—Eres un romántico.

—Tenemos todo el tiempo del mundo para el romanticismo, señorita.

«¿Ah sí?»

Irrumpe en el ático y da un portazo a su espalda. Estoy un pelín desorientada cuando me deja de pie en la cocina. Me quedo inmóvil ante él, con las manos apoyadas en sus hombros, intentando recomponerme.

—¿Sabes? Es cierto que mañana no vas a estar en condiciones de trabajar. —Su aliento cálido extiende una capa de condensación sobre mi cara—. Desnúdate.

Estoy temblando descaradamente. Ordeno a mis manos que se aparten de sus hombros, pero no me hacen ni caso. Intento controlarme, aunque me resulta imposible cuando me mira de esa manera. Siento que me cubre las manos con las suyas y las despega de su cuerpo. Me las pone sobre el estómago.

—Empieza por la camisa. —Su voz es ronca, teñida por un dejo de desesperación.

Puedo hacerlo, puedo ser atrevida.

—Entonces ¿yo estoy al mando? —pregunto, mientras me preparo internamente para sus burlas.

No se mofa. Me mira. La sorpresa ante mi pregunta es evidente, pero no se ríe. No puede tener el control continuamente.

—Si eso te hace feliz... —Se quita el Rolex y lo deja sobre la isla.

Pues sí, me hace muy feliz. Me suelto una arenga mental. Puedo hacerlo. Puedo hacerlo. Respiro hondo y, mirándolo a los ojos sin ningún pudor, me llevo las manos al primer botón de la camisa intentando que mis dedos cooperen. Con cada botón que me desabrocho, más se tensa su rostro y más atrevida me vuelvo yo. Si esto no es andarse con tonterías, no sé lo que es.

Me abro la camisa, la dejo así y observo cómo me recorre el torso con la mirada mientras se pasa la lengua por el labio inferior. Saboreo su reacción y me llevo las manos a los hombros para quitarme la camisa. Acentúo el movimiento de mis pechos cuando la dejo deslizarse por mis brazos. Como la diablilla hambrienta de sexo que soy, la mantengo a un lado durante unos segundos mientras sus ojos vagan por mi cuerpo. Entonces, cuando nuestras miradas vuelven a encontrarse, abro las palmas de las manos con un gesto dramático y la dejo caer al suelo. Mis brazos permanecen inertes a los costados. La mirada le arde y tiene la frente húmeda. Lo estoy haciendo muy bien.

—Me encanta cómo te queda el encaje —susurra.

Sonrío. Estoy en racha. Bajo las manos con firmeza hacia el cierre de los pantalones y, como quien no quiere la cosa, desabrocho un botón detrás de otro mientras él me observa. Se le acelera la respiración con cada segundo que pasa, y su autocontrol está tan mermado que tiene que morderse el labio con mucha fuerza. Va a hacerse sangre.

Una vez desabrochados todos los botones del pantalón y con la bragueta bien abierta, me quedo de pie con las manos metidas por ella, lista para bajármelos. Pero no lo hago. Estoy fascinada con la reacción que le provoca mi descarado striptease. Se han invertido los papeles.

Alza la mirada y me percato de que sus ojos arden de desesperación.

—Te los arrancaría en dos segundos.

—Pero no lo harás —digo con voz ronca y seductora. Mi presunción me tiene alucinada—. Vas a esperar.

Me quito los zapatos de un puntapié. Salen volando unos metros más allá.

Sigue su trayectoria antes de mirarme con las cejas levantadas.

—¿No lo estás llevando demasiado lejos?

Sonrío con dulzura mientras, centímetro a centímetro, me bajo los capri por las piernas y los tiro lejos. Estoy de pie en ropa interior color coral y de encaje delante de este hombre y he perdido todas las inhibiciones. Es revelador. ¿Quién iba a pensar que yo podía ser tan atrevida? ¡Me gusta estar al mando!

Acerca la mano para acariciarme el pecho.

—No —le digo con firmeza. Su mano queda flotando sobre mi esternón. No llega a tocarme, pero el calor que emana de ella me lleva al borde de la hiperventilación. Aquí estoy yo, diciéndole que espere, y tan desesperada como él. Mi autocontrol vacila, pero la verdad es que me encanta la sensación de poder.

—Que te jodan —farfulla cuando deja caer la mano.

—Adelante.

Sonríe con suficiencia.

—Suplícamelo.

¿Que suplique? ¿Cómo le ha dado la vuelta a la tortilla tan rápido? Va a ser que no.

—Paso.

—Deja de tocarte el pelo, ___. —Sus ojos se oscurecen aún más. Me suelto el pelo y él baja la mirada—. Todavía llevas la ropa interior puesta.

Me miro.

—¿Y qué vamos a hacer al respecto?

—Yo no voy a hacer nada. —Se encoge de hombros—. A menos que me lo supliques.

—No pienso hacerlo —digo con frialdad. No voy a rajarme ahora.

—Puede que nos quedemos así un rato, entonces.

—Eso parece.

—Quizá sigamos así hasta el sábado.

¡El muy tramposo! No puede dejarlo estar, ¿verdad? Lo miro mal y él enarca las cejas. Así que estamos en tablas y ninguno de los dos quiere hacer el primer movimiento. ¡Le toca a él! Él es quien ha dejado bien claro que no toleraría ningún jueguecito...

¿Qué hago? ¿Qué hago? Entonces, se me ocurre:

—Lo siento, no puedo andarme con tonterías. Mañana tengo que trabajar.

Doy media vuelta, dispuesta a marcharme, y oigo ese gruñido familiar que tanto me gusta. Me rodea la cintura con el brazo y me levanta del suelo. Me parto en dos sobre su antebrazo. No puedo evitarlo... Me da la risa.

Se dirige a la isla de la cocina, me da la vuelta y me sienta sobre el frío granito. Sus ojos transmiten el descontento que le ha producido mi pequeña broma.

—¿Cuándo vas a escucharme, señorita? Nunca vas a ir a ninguna parte. —Me abre de piernas, las mantiene separadas con su cuerpo y me coloca las manos en la cintura. Está muy serio.

Aún estoy recobrándome del ataque de risa, pero me callo de inmediato cuando tira de mí para acercarme a su entrepierna y su erección da en el punto exacto. Gimo y le rodeo el cuello con los brazos.

—Y vigila esa boca —gruñe; la concentración-barra-preocupación no le sienta bien a su frente. Esta vez es preocupación. ¿Va en serio lo de que no vaya nunca a ninguna parte?

¿Qué? ¿Nunca?

—Lo siento —lo digo con sinceridad.

No debería jugar con él así. Está claro que tiene un problema con la desobediencia.

—Sabes cómo sacarme de mis casillas —murmura—. A partir de ahora haremos las cosas a mi manera.

—Siempre hacemos las cosas a tu manera.

—Cierto. A ver si te lo aprendes de una vez.

Se planta delante de mí, se quita el jersey y los Grenson de dos patadas, y en un abrir y cerrar de ojos se deshace de los vaqueros y de los bóxeres. Permanezco pacientemente sentada, más que contenta de ver cómo se desnuda. Este hombre es un dios. Recorro con la mirada todas sus maravillas, me detengo un instante en la cicatriz y me quedo mirando su erección, gruesa y pulsante.

—Quedarse mirando es de mala educación —me dice suavemente.

Levanto los ojos de golpe hacia los suyos. No estoy muy segura de si se refiere a que le mire la cicatriz o su hermosa virilidad. No me lo aclara. Vuelve a mí, me rodea con los brazos para desabrocharme el sujetador y, lentamente, me lo baja por los brazos y lo tira al suelo a sus espaldas.

Apoya las manos en el borde de la encimera, me observa mientras se agacha y me coge un pezón con la boca. Traza círculos y lo acaricia despacio con la lengua.

En un estado de deleite absoluto, suspiro y enredo los dedos en su pelo mientras él divide la atención entre un pecho y otro. Echo la cabeza hacia atrás y cierro los ojos para concentrarme en su atenta boca. La verdad es que no me importa dejar que tome el control. Me encanta.

Su boca inicia un ascendente viaje de placer por el centro de mi cuerpo que termina con un beso suave en mi barbilla.

—Levanta —me ordena agarrándome las bragas.

Me apoyo en la encimera y dejo que las deslice por mis piernas.

—Ahora vuelvo. Tengo hambre.

De mala gana, le suelto el pelo y se dirige a la nevera como su madre lo trajo al mundo, sin ningún pudor. Me fascina más allá de lo humanamente posible la visión de su culo duro, de esas piernas esbeltas y de la espalda suave y poderosa. Sus andares son todavía mejores cuando está en cueros.

—¿Disfrutando de las vistas?

Levanto la mirada y veo que está observándome. No sé cuánto tiempo llevo soñando despierta. Podría pasarme la vida contemplándolo. Lleva un bote de nata montada en la mano y sonríe antes de destaparlo, agitarlo ligeramente y echarse un poco del contenido en la boca. Lo observo con atención. Está muy orgulloso de sí mismo.

—¿Y eso en tu mundo es un alimento básico?

Vuelve junto a mí agitando el bote.

—Pues claro —dice muy serio mientras vuelve a colocarse entre mis piernas y me levanta la barbilla con la punta de un dedo—. Abre.

Abro la boca y me apoya el tubo en la lengua. Presiona el seguro y deposita una bola de nata en mi boca. La cierro y la nata se derrite en mi lengua al instante.

Coloco las manos tras de mí y me apoyo sobre ellas mientras él me recorre el torso con la mirada.

—A ver qué se le ocurre, señor Jonas —lo reto.

Se le iluminan los ojos y me lanza una sonrisa arrebatadora.

—Está un poco fría —me avisa, y traza un sendero recto y descendente por el centro de mi cuerpo. Doy un respingo ante la frialdad inicial de la nata, que me cubre desde el cuello hasta donde comienza la pelvis. Sonríe y echa un poco más justo allí. Miro el largo sendero de bolitas blancas y siento que los pezones se me endurecen ante la proximidad del frío. Da un paso atrás y sus ojos bailan de felicidad.

—Un poco típico, ¿no? —Miro su rostro satisfecho.

Se echa un poco más de nata en la boca.

—Los clásicos son los mejores.

Vuelve a marcharse. ¿Adónde va? Sigo sentada en la barra de desayuno cubierta de nata y lo veo rebuscar por los armarios de la cocina.

—Aquí está —sentencia.

¿Aquí está qué? Abre un cajón, saca una espátula y vuelve a mi lado dando golpecitos maliciosos a un tarro de crema de cacao. Se coloca otra vez entre mis piernas, desenrosca la tapadera y la tira sobre la bancada de mármol.

Arqueo una ceja, inquisitiva, aunque sé perfectamente qué está tramando. Hunde la espátula en el tarro, saca una buena cantidad de crema de cacao y me pega con la espátula en el pecho.

—¡Ay! —Me duele la teta del golpe.

Sonríe y empieza a trazarme círculos de chocolate alrededor del pezón. El dolor combinado con los remolinos rítmicos hace que ronronee desde lo más profundo de mi ser. La arruga de la frente de Joe aparece en cuanto empieza a morderse el labio. Continúa esparciendo la crema de cacao por mi cuerpo, a ambos lados de la nata, dibujando círculos y untándome allá por donde pasa.

Cuando vacía el tarro y ha cubierto todo mi torso a su gusto, deja los instrumentos de trabajo a un lado y retrocede para admirar su obra. La sonrisa que aparece en su hermoso rostro hace que quiera abalanzarme sobre él y tirarlo al suelo. Está verdaderamente satisfecho consigo mismo.

—Mi pastelito de ___ —dice relamiéndose los labios.

Miro mi cuerpo embadurnado y luego sus ojos danzarines.

—Supongo que, ahora que ya te has divertido, debería ir a ducharme.

Hago ademán de moverme, pero en un abrir y cerrar de ojos me detiene abrazándome, tal y como suponía que haría. Estoy pegada a él y resbalo. Mis pechos se mueven cuando me río y se los restriego por el torso, pero no en plan gilipollas.

—Qué lista —murmura, y se aparta. Hay hebras de chocolate y nata entre nuestros cuerpos. Me toma las manos y me empuja con suavidad hasta que estoy recostada del todo sobre la espalda, mirándolo—. Ni siquiera he empezado aún a divertirme, señorita.

Sonrío.

—Estoy sucia.

—Ah, cómo me gusta esa sonrisa. No estarás sucia mucho más tiempo. —Se agacha sobre mí y me pasa la erección por el sexo. Con el dedo índice, dibuja un sendero de chocolate que comienza en mi pezón. No aparta la mirada de la mía cuando se lo lleva a los labios y lo lame con el deleite más espectacular.

—Hummm. Cacao, nata y sudor —dice con voz ronca.

Me estremezco bajo sus ojos penetrantes y siento el clítoris encendido mientras me retuerzo contra la encimera bajo su embriagadora mirada. Levanto los brazos para atraerlo hacia mí. Necesito tocarlo. Me deja cogerlo, sus labios caen sobre los míos y apoya el pecho en mí, de modo que nos restregamos y nos embadurnamos otra vez. La calidez de su cuerpo sobre el mío me catapulta directamente al séptimo cielo de Joe.

Mediante pequeños lametones, lo persuado para que saque la lengua y sonrío contra sus labios cuando gime. Desliza un brazo bajo mis nalgas y me levanta de la encimera, me sujeta mientras me tiene en alto y reclama mi boca. Continúo con los brazos alrededor de su cuello y los dedos enroscados en su pelo. Él sigue volviéndome loca de placer y yo estoy retorciéndome bajo sus caricias.

Se aparta de mis labios y comienza a besarme desde la mejilla hasta la oreja, rozando con sus adorables labios cada milímetro del camino e intensificando la sensación de pesadez que se acentúa en mi entrepierna. Lanzo un gemido grave y largo y mis dedos se enredan con fuerza en su pelo cuando me muerde el lóbulo y tira de él con los dientes. Joder, voy a levitar de placer.

—Joe —jadeo, y arqueo la espalda.

—Lo sé —murmura en tono bajo junto a mi oído—. ¿Quieres que me ocupe de ello?

—¡Sí! —grito.

Me da un beso tierno en el hueco de la oreja y me suelta con cuidado hasta que quedo tumbada de nuevo boca arriba.

Con la parte superior del cuerpo y un brazo pegados a mí, me aparta con suavidad el pelo de la cara. Lo observo estudiarme con atención, percibo la marea de sus ojos cafés, su mente dando vueltas.

—Todo es mucho más llevadero contigo, ___ —afirma en voz baja mientras busca algo en mis ojos.

Absorbo sus palabras. Su confesión me ha dejado de piedra. ¿Qué es más llevadero? No puedo soportar la vaguedad de la frase, especialmente ahora. Este hombre es más de lo que parece a simple vista, es más que confianza en sí mismo y riqueza, más que alguien posesivo, gentil, controlador y dominante. Podría seguir así toda la vida. Pero hay más.

Lo miro. Quiero hacerle preguntas pero, cuando tomo aliento para hablar, deja caer la cabeza sobre mi pecho y pasea la lengua por mi ya endurecido pezón, trazando círculos y lamiendo la crema de cacao. Me aparto cuando lo muerde, la puñalada de dolor me hace arquear la espalda y propulsar el pecho hacia él, lo cual lo obliga a retroceder un poco para hacerme sitio.

—¿Te gusta? —pregunta.

—¡Sí!

—¿Quieres más de mi boca?

—¡Jesús, Joe!

Emite un gruñido de satisfacción y divide la atención entre mis dos pechos, recogiendo, mordiendo y chupando el chocolate de forma gradual y meticulosa.

Gimo. Estoy sudada y pegajosa. Mis dedos continúan enredados en su pelo mientras me estremezco bajo su lengua experta. Una caricia en mi sexo bastaría para lanzarme a un estado de estupor desesperado.

—Ya estás limpia —dice mientras se aparta de mi cuerpo y entrelaza la mirada con la mía—. Pero ella quiere más de mi boca.

Se lame los labios, se aparta de mí y el estómago me da un vuelco.

Dios mío, no voy a durar ni un segundo.

Me mira directamente al punto donde se unen mis caderas. Me coloca las palmas de las manos en los muslos y los separa un poco más.

—Joder, ____, estás chorreando.

Respira hondo y observo que el subir y bajar de su pecho se acelera. Me lanza una breve mirada antes de agacharse de forma provocativa. Cierro los ojos, tenso todo el cuerpo y espero la ráfaga del primer contacto.

Y ahí está. Una pasada de su lengua directamente por el centro de mi sexo y una pequeña danza sobre mi clítoris para rematarlo.

—Ah... ¡Dios! —rujo. Me recompensa metiéndome dos dedos hasta el fondo. Doy un respingo y me aparto un poco de forma involuntaria, pero Joe me pone un brazo en la barriga para mantenerme quieta.

—¿Quieres que pare? —Su voz es grave y mi reacción violenta.
Vuelve rápidamente a mi sexo, me penetra de nuevo con los dedos y me acaricia levemente el clítoris con la lengua.

Al cabo de unos segundos noto una explosión que se cierne en el horizonte y, tras un último lametón en el centro de mi punto más sensible, me hago pedazos. Estoy perdida. Sacudo la cabeza a un lado y a otro, se me escapa el aire de los pulmones en un suspiro largo y pacífico y mi corazón galopante recupera un ritmo calmado y seguro.

Me lame con cuidado para ayudarme a cabalgar las últimas pulsaciones del orgasmo y me deja caer hacia atrás con delicadeza mientras gimo de pura satisfacción. Tiene una boca increíble.

En mi estado subliminal, siento que cambia de postura entre mis piernas y me mete los dedos en la boca para que pueda lamer las gotas de mi estallido.

—¿Has visto lo bien que sabes, ___? —murmura mientras traza movimientos circulares con el dedo en mi boca. Luego se lo lleva a la suya y se asegura de saborearme entera con la lengua. Inclina la cabeza cuando se acerca a mi cara y me mira a los ojos antes de posar con suavidad sus labios sobre los míos y recorrerlos de un lado a otro—. Eres asombrosa. Necesito estar dentro de ti.

Cambia de postura con rapidez, tira de mí y me clava su excitación expectante. Grito ante la invasión inesperada y mi clímax en recesión resucita.

«¡Jesús!»

—Me toca a mí —jadea, y sale y entra otra vez. Grito y estiro los brazos por encima de la cabeza cuando él se aferra a mis caderas para poder moverme adelante y atrás sobre el mármol de la cocina al ritmo de sus arremetidas. Abro los ojos y veo que está sudando y tiene la mandíbula apretada.

Los restos de nata y chocolate hacen que me deslice con facilidad hacia él y una sensación hormigueante me invade la entrepierna; las deliciosas embestidas de su potente cuerpo amenazan con hacerme explotar el cerebro.

«¡Joder, joder, joder!»

—¿Te gusta, ___? —grita entre mis gemidos.

—Dios, sí.

—No vas a volver a huir de mí, ¿verdad?

—¡No!

«¡Nunca!»

Me levanta hacia su cuerpo, se vuelve y mi espalda choca contra la pared. Se me escapa un grito de sorpresa. He mentido. No estoy acostumbrada a él, para nada. Y no sé si llegaré a acostumbrarme. Tiene tanta potencia, tanta fuerza... y es tan grande. Soporto sus embestidas decididas e incesantes mientras me empotra una y otra vez contra la pared. Emito un grito tras otro.

En mi desesperación por controlar mi orgasmo inminente, encuentro su hombro, me aferro a él con la boca y le clavo los dientes.

—¡Joder! —ruge. Oigo que su frente choca contra la pared detrás de mí y sus caderas empujan hacia adelante con todas sus fuerzas.

Ya está.

Le suelto el hombro, echo la cabeza hacia atrás con un grito áspero y exploto en un segundo orgasmo que me hace mil pedazos.

Se queda inmóvil de repente, con la respiración entrecortada y violenta, y entonces lanza una última y potente estocada.

—¡Jesús! —gruñe y se sacude contra mí, dentro y fuera. Convulsiono entre sus brazos y respiro de manera irregular intentando que llegue algo de aire a mis pulmones.

«Terror y pavor. ¡Joder!»

Me aferro a él con los brazos y las piernas, cierro los ojos y me derrito en su cuerpo.

Apenas soy consciente de que me lleva de vuelta a la isla de la cocina. El movimiento hace que los restos de su erección me rocen la pared del útero mientras sigo colgada de él deleitándome con su calor. Me tumbo sobre la espalda cuando me baja y disfruto de la seguridad que me da su pecho firme sobre el mío. Por instinto, paso los brazos alrededor de su espalda cuando me baña la cara de besos tiernos.

Ay, Dios, estoy tan abrumada. Nunca me había sentido tan necesitada ni deseada. El tiempo que he pasado con Joe, el bueno y el malo, las rabietas y el afecto, ha arrasado con cualquier otro sentimiento que haya experimentado y no ha dejado ni rastro. Abro los ojos, sé que me está mirando.

—Tú y yo —me susurra mientras me observa.

Cierro los párpados pesados y tiro de él para enterrar la cara en su cuello. Me pierdo por completo en él.

—Necesitamos una ducha.

Abro los ojos con gran esfuerzo. Me está levantando de la barra de desayuno. Sigo aferrada a Joe y no tengo intención de soltarme.

—Quiero quedarme aquí —murmuro soñolienta. Estoy muy cansada.

Se ríe.

—Tú agárrate, que ya me encargo yo.

Y eso hago. Me agarro fuerte, con las piernas a su cintura y los brazos a sus hombros, mientras me lleva por el ático, escaleras arriba, hacia el cuarto de baño.

—Méteme en la cama —refunfuño cuando me deja sobre el lavabo doble.

—Estás pegajosa, y yo también. Nos lavaremos los dos y luego ya podremos meternos en la cama y acurrucarnos. ¿Trato hecho?

Se va a abrir el grifo de la ducha.

Lo miro con ojos soñolientos.

—No. Méteme en la cama —gruño.

—___, eres adorable cuando estás medio dormida.

Me recoge del lavabo doble y me mete en la ducha. Apoyo la cabeza en el hueco de su cuello y no intento separarme de su cálido cuerpo. El agua es una bendición.

—Te voy a soltar —me dice.

Me agarro a él con más fuerza. Se ríe.

—No puedo enjabonarte con las manos ocupadas.

—Quiero seguir pegada a ti.

Suspira y se apoya en la pared de azulejos conmigo abrazada a él. Me mira y me da un beso tierno en la frente. Gime contra mi piel. A pesar de que estoy muy dormida, respondo a su beso acariciándole el cuello con la nariz y con un pequeño suspiro de satisfacción.

Aparta uno de los brazos de mí. Levanta la rodilla para sujetarme el trasero mientras se inclina para coger el gel de ducha de una estantería. Lo deja en el suelo antes de hacer lo mismo con el champú. Baja la rodilla, vuelve a colocarme el brazo debajo de las rodillas flexionadas y, despacio, se desliza pared abajo sujetándome con fuerza. Noto la firmeza del suelo de la ducha cuando ambos quedamos sentados.

Sé que restrinjo sus movimientos, pero yo no me muevo y él no se queja. Trabaja conmigo encima, sujetándome con un brazo. Me enjabona y me enjuaga el pelo con la mano libre lo mejor que puede. Se toma su tiempo a la hora de eliminar los restos de nata y crema de cacao de mi cuerpo. Su mano se desliza con ternura y cuidado trazando círculos lentos que me transportan a un estado de duermevela. Sigo abrazada a él. No quiero soltarme nunca.

—Voy a cuidar de ti para siempre —susurra, y después aprieta los labios contra mi sien.

Le quito una mano del cuello y se la paso por el pecho y los abdominales; dibujo círculos lentos alrededor de su ombligo.

—Vale —concedo.

Por mí perfecto. No puedo pensar en nada que me resulte más natural, ni ahora ni nunca.

Deja escapar una bocanada de aire, está agotado.

—Venga, vamos a secarte.

Me separo de él. Me cuesta mantenerme en pie. Estoy hecha polvo. Le tiendo la mano y él la acepta de buena gana, aunque no lo ayudo nada cuando se incorpora. Veo que aún tiene restos de crema de cacao en el pecho, así que me agacho, cojo el gel de ducha y me echo un poco en la mano.

Me observa formar espuma entre las palmas y apoyarlas contra su pecho. Luego las muevo a lo largo de su cuerpo. Tiene el pelo castaño pegado a los firmes músculos del cuello.

Cuando termino, me inclino para darle un beso casto en el centro del pecho. Levanto la mirada y veo que tiene los ojos cerrados y la cara levantada hacia el techo. Me pongo de puntillas y le beso la garganta para llamar su atención, pero tarda varios segundos en bajar el rostro hacia el mío.

Le sonrío y me devuelve una pequeña sonrisa. No me convence y me pregunto qué le está causando tanta angustia.

—¿Qué te pasa? —pregunto nerviosa.

—Nada. Todo va bien.

Me cubre las mejillas con las manos y me ofrece una sonrisa a medias. Estudia mi rostro antes de cerrar el grifo de la ducha y salir de ella. Se envuelve una toalla alrededor de la estrecha cintura.

Camino detrás de él y de inmediato me encuentro cubierta por una toalla de baño. Me seca de pies a cabeza y elimina el exceso de humedad de mi pelo.

—¿Quieres que te lleve en brazos? —me pregunta.

La verdad es que sí. Qué perezosa. Asiento y sonríe con aprobación. Alza mi cuerpo desnudo entre sus brazos y me lleva a la cama. Me meto bajo las sábanas y respiro hondo cuando apoyo la cabeza en la almohada. El delicioso aroma a Joe inunda mis sentidos. Qué bien voy a dormir aquí.

Deja caer la toalla. Retiro las sábanas a modo de invitación y, en cuanto lo tengo lo bastante cerca, me acurruco en su pecho y entierro la cara bajo su barbilla. Mi aliento cálido rebota contra su cuello y vuelve a mi cara. Flexiono una rodilla y coloco una pierna entre sus muslos.

Estoy envuelta en él y es el lugar más tranquilo y agradable del mundo.

—Eres demasiado cómodo —susurro en su garganta.

—¿Sí?

—Sí.

—Me alegro. A dormir, pequeña. —Me da un beso en la coronilla y me aprieta contra él. No hay lugar para la distancia entre nosotros.
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CristalJB_kjn
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 4 Icon_minitimeAbril 10th 2014, 17:29

yoooo kiero mas capis stan hermosos los capis me gustan sube mas si por favor!!!
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 4 Icon_minitimeAbril 12th 2014, 09:48

Capítulo 26
 
Recupero la consciencia con Joe acostado entre mis piernas y frotándome la nariz con la suya. Me obligo a abrir los ojos.
 
—Buenos días, señorita.
 
Refunfuño y me desperezo a gusto. Qué bien he dormido. Cuando me despierto, noto la erección matutina de Joe entre las piernas. Una sonrisa asoma en las comisuras de sus labios.
 
Me contoneo debajo de él.
 
—Buenos días.
 
Con un solo movimiento, se adentra en mí. Por lo que se ve, hoy ya es un gran día. Me agarro a sus bíceps tensos y él se apoya en los antebrazos y marca un ritmo firme y constante.
 
Abre los ojos.
 
—Me encanta el sexo soñoliento contigo.
 
Contemplo su rostro tranquilo y sereno y dejo que me arrastre al paraíso. Me despierta de golpe cuando me da la vuelta, sin salir de mí, y de repente estoy a horcajadas sobre él. La gravedad me hace más sensible a su invasión.
 
—Móntame, ___. —Tiene la voz ronca y los ojos hambrientos le brillan con la luz de la mañana. Me coge de las caderas y yo planto las palmas de las manos en sus pectorales.
 
Lo miro.
 
—¿Mando yo?
 
Sonríe.
 
—A ver qué se te ocurre, nena.
 
Levanta las caderas para ponerme en movimiento.
 
¡De acuerdo! Lo miro fijamente a los ojos chocolate y medio dormidos y, con cuidado, me aparto de sus caderas. Me mantengo unos segundos en el aire para provocarlo un poco y observo incendiarse su cara, ansiosa de fricción. Entonces, despacio, bajo de nuevo con igual precisión para que me penetre hasta el fondo, lo más adentro posible, hasta que noto que me toca el útero. La sensación hace que Joe entre en barrena.
 
Echa la cabeza atrás y gime con tanta fuerza que rebota en el dormitorio. Sonrío para mis adentros. Es mi oportunidad de recuperar el poder y voy a aprovecharla al máximo.
 
—¿Otra vez? —pregunto llena de confianza en mí misma. Esto va a encantarme.
 
—¡Sí, joder! —jadea.
 
—Cuidado con esa boca —me burlo, y vuelvo a levantarme y a caer con total precisión mientras me restriego en círculos contra él. Repito el tortuoso movimiento una y otra vez observando cómo se desmorona debajo de mí.
 
Levanta las manos para acariciarme los pechos, traza pequeños círculos con los pulgares alrededor de los pezones duros. Vuelvo a levantarme y hago una pausa en el punto álgido. Tiene los ojos cerrados y la boca entreabierta. Me cuesta mantener el control encima de él.
 
—¿Bajo?
 
—Sí, por Dios.
 
Desciendo de nuevo y veo cómo se le deforma el rostro, un síntoma claro de su sufrimiento. No va a poder soportarlo mucho más tiempo. Percibo el esfuerzo en su mandíbula tensa y en la frente arrugada. Gime y me aprieta los pechos con más fuerza, lo cual logra enviar una sensación punzante y dolorosa a mi sexo. Yo sí que no voy a poder soportarlo mucho más tiempo. Estoy a punto de correrme y necesito que él también lo esté cuando descienda.
 
Me alejo de nuevo y observo cómo espera que vuelva a descender despacio. No lo hago. En vez de eso, lo dejo sin aliento y caigo con fuerza, empalándome hasta el fondo en su sexo. Muevo las caderas en círculo, con fuerza, más adentro.
 
—¡Por Dios bendito! —ruge y al instante gotas de sudor le perlan la frente. Recoloco las caderas para asegurarme la penetración perfecta y me aprieto contra él con más intensidad. Sí, voy a hacer que me supliques.
 
—Joder, joder, joder, ___. ¡Voy a correrme!
 
—Espera —ordeno.
 
Abre los ojos sorprendido. Están llenos de desesperación. Vuelvo a mover las caderas, él cierra los párpados con fuerza y la arruga de su ceño se hace más profunda que nunca. Le está costando la vida. Sólo necesito uno más...
 
—___, no puedo —me implora.
 
—¡Mierda! Espera.
 
—¡Esa boca! —grita con los ojos todavía cerrados para poder concentrarse mejor. Lo está matando.
 
—¡Que te den, Joe!
 
Abre los ojos de golpe a modo de advertencia ante mi lenguaje vulgar, pero me importa un carajo. Apoyo las manos con fuerza en las suyas y uso los músculos de las piernas para levantarme otra vez, quedar suspendida sobre él y hundirme de golpe para que se clave del todo en mí.
 
Vuelvo a levantarme
 
—¡Ahora! —grito, y me dejo caer con todas mis fuerzas. Mi cuerpo explota y entro directamente en órbita. Apenas soy consciente de los gemidos ahogados de Joe cuando noto que me invade un líquido tibio que calienta todo mi ser. Caigo sobre su pecho hecha un ovillo exhausto. Misión cumplida.
 
Me quedo derrumbada sobre él, derritiéndome al ritmo de sus dedos, que me acarician la espalda. Su erección en retroceso palpita de manera constante en mi interior. Los latidos de ambos corazones chocan entre nuestros pechos mientras intentamos recobrar el aliento. Los dos estamos repletos.
 
—Me encanta el sexo soñoliento contigo —susurro.
 
Me besa en la coronilla.
 
—Excepto por esa boca tan sucia que tienes. —Su voz está llena de  desaprobación.
 
Me río y lo miro. Le paso los dedos por la mejilla sin afeitar. Me encanta cuando no se ha afeitado. Inclina la cabeza hacia mi caricia, me besa los dedos y me devuelve la sonrisa.
 
—No creo que podamos llamar a esto sexo soñoliento, nena.
 
—¿No?
 
—No. Tendremos que pensar en un nombre nuevo.
 
—Vale —accedo, completamente satisfecha. Vuelvo a apoyar la mejilla en su pecho y dibujo espirales alrededor de su pezón dorado.
 
—¿Cuántos años tienes, Joe?
 
—Veintinueve.
 
Me río con sorna, pero de repente se me ocurre que no tendré forma de saber cuándo llegaremos a su verdadera edad. Yo apuesto por treinta y cuatro. Son ocho años más que yo, puedo vivir con eso.
 
Suspiro.
 
—¿Qué hora es?
 
Una hora más me vendría de perlas.
 
Me aparta de su pecho.
 
—Me olvidé el reloj abajo. Iré a ver.
 
—Necesitas un reloj aquí —gruño cuando se levanta de la cama y me deja helada y desnuda sin él.
 
—Me quejaré a la decoradora.
 
No le hago ni caso. Doy media vuelta y me acurruco abrazada a la almohada. Ésta es la cama más cómoda en la que haya dormido nunca. Hice un buen trabajo.
 
—Las siete y media —lo oigo gritar desde abajo.
 
Me levanto de un brinco.
 
—¡Mierda!
 
Salto de la cama y corro a la cocina.
 
—Tienes que acercarme a casa.
 
Se sienta, tranquilo y relajado, en un taburete de la barra de desayuno. Está en cueros y comiendo mantequilla de cacahuete directamente del tarro con el dedo.
 
—Tengo cosas que hacer hoy —dice sin mirarme.
 
¡Me pone enferma! Sin duda, es una estratagema para retenerme aquí. Al fin y al cabo, dijo que no iba a poder andar y sí que puedo. Cogeré el metro y solucionado. Busco mi ropa por el suelo, donde la tiré anoche: ni rastro.
 
—Joe, ¿dónde está mi ropa?
 
Se mete un dedo cubierto de mantequilla de cacahuete en la boca, lo chupa y se lo saca despacio con un pequeño «pop».
 
—No tengo ni idea —dice muy serio y como si la cosa no fuera con él.
 
¿Dónde la habrá escondido, el muy traidor? No puede estar lejos. Busco por el apartamento levantando, apartando, abriendo puertas de armarios y mirando detrás de los muebles. Vuelvo a la cocina y me lo encuentro ahí sentado todavía, desnudo y tan guapo que hasta me cabrea. Mi frenesí no le afecta lo más mínimo.
 
No tengo tiempo para esto. No puedo llegar tarde a trabajar.
 
—¿Dónde está mi puta ropa? —grito.
 
—¡Esa puta boca!
 
Lo miro y sacudo la cabeza. Lo siguiente que hará será lavarme la boca con jabón.
 
—Joe, nunca había dicho tacos hasta que te conocí... Tiene gracia, ¿no crees? Necesito ir a casa para poder arreglarme e ir a trabajar.
 
—Ya lo sé.
 
Y se mete en la boca otro dedo cubierto de mantequilla de cacahuete.
 
—¿Dónde está mi ropa? —Intento preguntarlo con calma, pero si no me la devuelve ya mismo voy a volver al modo cabreo. No puedo llegar tarde.
 
—Está... por ahí. —Sonríe con el dedo en la boca.
 
—¿Dónde es por ahí? —pregunto mientras pienso lo mal que me cae hoy el Joe travieso.
 
—Si te lo digo, tendrás que darme algo a cambio.
 
¡La mujer cabreada está aquí!
 
—¿Qué? —le grito.
 
—No bebas mañana por la noche. —No hay emoción en su rostro.
 
Lo miro con furia y lo veo luchar para controlarse y no echarse a reír. ¡Cerdo conspirador! Me tiene acorralada, desnuda, llego tarde a trabajar y necesito que me lleve a casa.
 
De pie, considero el trato. Si soy sincera, no pensaba emborracharme mucho, especialmente después de mi actuación del sábado pasado. Ni siquiera le he preguntado todavía a Kate si está libre, pero no quiero que don Controlador piense que puede dictar todos y cada uno de mis movimientos. Como dar la mano y que te tomen el brazo.
 
—¡De acuerdo!
 
Total, ¿cómo va a enterarse de si me tomo una copa?
 
Parece sorprendido.
 
—Ha sido más fácil de lo que creía. ¿Comemos juntos?
 
—Vale, pero ¡dame mi ropa!
 
—¿Quién manda aquí, ___? —pregunta.
 
No tengo tiempo para llevarle la contraria.
 
—Tú. ¡Ahora tráeme mi ropa!
 
—Correcto.
 
Camina pavoneándose hacia la nevera —con un toque de arrogancia extra dedicado a mí— y abre la puerta.
 
—Aquí tienes, señorita.
 
¿Estaba en el frigorífico? En fin, nunca se me habría ocurrido buscar ahí. Se la quito de las manos y me levanta una ceja en señal de advertencia. Me da igual. Voy a llegar tardísimo. Observa cómo me pongo los pantalones capri a tirones y dando saltitos como una loca. Doy un respingo cuando la tela fría me roza la piel.
 
—¿Me da tiempo a ducharme? —Lo pregunta en serio.
 
—¡No!
 
Se ríe, me da una palmada en el trasero y sale a paso lento de la cocina.
 
Joe me lleva a casa con su estilo de conducción habitual: tan rápido que da miedo y sin ninguna paciencia, pero hoy doy gracias.
 
Me espera en el coche haciendo llamadas mientras yo me ducho y me arreglo en tiempo récord. Me pongo unos pantalones pitillo negros, una camisa blanca y mis bailarinas rojas de Dune. Lista para correr. Mi pelo está ingobernable porque anoche no me lo sequé con secador, así que me hago un recogido informal. Ya me maquillaré en el coche.
 
Corro por el descansillo y choco con Sam. Está medio desnudo. ¿Es que ahora vive con nosotras? «¡Ponte algo de ropa encima!»
 
—Siempre vas corriendo, chica —se ríe. Paso junto a él como un rayo de camino a la cocina para coger un vaso de agua y tomarme la píldora.
 
—¿Has pasado una buena noche?
 
Asiento mientras me bebo el agua. Él sigue de pie, sin ningún pudor, en la puerta de la cocina, hecho un desastre. No voy a preguntarle si él también ha pasado una buena noche. Está clarísimo.
 
—¿Dónde está Kate? —pregunto.
 
Sonríe.
 
—La he atado a la cama.
 
Abro los ojos como platos. No tengo ni idea de si lo dice en serio o no. Es un bromista.
 
—Dile que la llamo luego.
 
Espero a que Sam se aparte y me deje salir.
 
—Hasta luego —me despido ya corriendo escaleras abajo.
 
—¡Oye, dile a Joe que no podré ir a correr hoy! —grita desde la cocina.
 
Avanzo a toda velocidad por el sendero que lleva a la calle, donde Joe está mal aparcado y quitándose de encima a un guardia de tráfico que bloquea la puerta del copiloto. Espero a que el guardia termine de leerle la cartilla a Joe, pero parece que tiene mucho que decir.
 
—Apártese para que la señorita pueda entrar en el coche —gruñe Joe. El guardia no le hace caso y empieza a soltar un discurso sobre el abuso verbal y la falta de consideración hacia otros usuarios de la vía.
 
—Disculpe —intervengo. A ver si la educación funciona, ya que la agresividad de Joe parece no hacerlo. Pasa de mí. Maldición, voy a llegar súper tarde.
 
—¡Por el amor de Dios! —Joe abre la puerta, rodea el coche a grandes zancadas y planta cara al guardia de pie sobre el asfalto. El pobre hombre empequeñece con claridad ante la presencia de Joe y se aparta a toda prisa.
 
Me abre la puerta, espera a que me siente en el coche antes de cerrarla de un portazo, maldice un poco más y se sienta detrás del volante. Salimos rugiendo calle abajo, demasiado rápido.
 
—Sólo está haciendo su trabajo. —Bajo el espejo y empiezo a sacar el maquillaje.
 
—Fracasados hambrientos de poder incapaces de entrar en la Policía —gruñe. Me mira y sonríe—. Estás preciosa.
 
Me río.
 
—Mira a la carretera. Ah, Sam dice que hoy no puede salir a correr contigo.
 
—Cabrón perezoso. ¿Sigue allí? —pregunta mientras adelanta a un taxi.
 
Me agarro a un lateral de mi asiento. El maquillaje va a acabar esparcido por todas partes.
 
—Tiene a Kate atada a la cama —murmuro a la vez que me aplico la máscara de pestañas.
 
—Es probable.
 
Me vuelvo hacia él con el cepillo para pestañas suspendido ante mis ojos.
 
—No pareces sorprendido.
 
—Porque no lo estoy. —Me mira con el rabillo del ojo.
 
¿No está sorprendido? ¿A Sam le van los rollos raros?
 
—No quiero saberlo —farfullo, y vuelvo a centrarme en el espejo.
 
—No, no quieres saberlo —dice tan pancho.
 
Paramos cerca de mi oficina, pero lo bastante lejos como para que nadie me vea bajar del Aston Martin de Joe. Sigo intentando adivinar cómo se tomaría Patrick todo esto. Joe no ha mencionado la ampliación desde el domingo, y no creo que a mi jefe le haga gracia que le diga que no estoy diseñando nada para el señor Jonas, sino que me lo estoy tirando.
 
—¿A qué hora sales a comer? —pregunta. Me acaricia el muslo, lo que me provoca las habituales punzadas de placer. No es momento de ponerse cachonda, y eso es precisamente lo que consigue esa caricia.
 
—A la una —digo con un gritito.
 
Dibuja círculos en mi muslo. Me tenso un poco.
 
—Entonces estaré aquí a esa hora.
 
—¿Justo aquí? —jadeo.
 
—Sí, justo aquí. —Detiene la mano entre mis piernas.
 
—Joe, para. —Cierro los ojos e intento combatir las sacudidas de placer.
 
Mueve la mano hacia arriba y la sitúa justo en mi sexo, por encima de los pantalones.
 
Gimo.
 
—No puedo quitarte las manos de encima —dice con ese tono de voz grave e hipnótico, ese que me nubla el sentido y la razón—. Y no vas a detenerme, ¿verdad?
 
Pues no. ¡Maldita sea!
 
Se inclina hacia mí, me coge por la nuca, me acerca a él y aumenta las caricias en mi núcleo. Cuando encuentra mi boca con los labios, gimo. Me arrastra hacia un ritmo celestial mientras me acaricia la lengua con la suya, lento pero seguro, para garantizarme el máximo placer. No puedo creerme que le esté dejando hacer esto en su coche a plena luz del día, pero ha provocado algo y no puedo entrar en la oficina con el anhelo de un orgasmo abandonado y a la espera dentro de mí. Necesito aliviarme o no podré concentrarme en todo el día.
 
Las espirales de deseo se extienden e intensifican y la preocupación de que nos pillen desaparece sin más. Estoy loca por él. Logra causarme ese efecto de mil formas diferentes.
 
—No lo reprimas, ___ —dice en mi boca—. Te quiero en esa oficina pensando en lo que puedo hacerte.
 
Llego al clímax y grito cuando aprieta los labios con fuerza sobre los míos; ahoga mis gemidos y suaviza la presión de su mano para calmarme otra vez. Suspiro contra sus labios.
 
—¿Mejor? —pregunta mientras me da pequeños besos en la boca.
 
Sí, mucho mejor. El Joe molesto, travieso y enfurruñado de hace una hora ha desaparecido por completo.
 
—Ya puedo trabajar tranquila —suspiro.
 
Se ríe y me suelta.
 
—Bueno, me voy a casa a pensar en ti y a resolver esto. —Se pone la mano en la zona en que sus pantalones cortos de correr parecen una tienda de campaña.
 
Sonrío, me acerco a él y le planto un beso casto en los labios.
 
—Yo podría encargarme de eso —me ofrezco mientras acaricio su erección con la palma de la mano. Abre unos ojos brillantes de placer cuando le meto la mano en los pantalones y saco su masculinidad palpitante, aprieto la base y subo y bajo con la mano un par de veces, despacio.
 
Deja caer la cabeza hacia atrás contra el reposacabezas del asiento.
 
—Joder, ___. Qué gusto.
 
Sí que da gusto, pero en mi boca te gustaría aún más. Pero ¿qué me pasa? Sigo con unas cuantas caricias controladas y la punta comienza a destellar. Joe se tensa y gime en el asiento. No debe de faltarle mucho. Bajo la cabeza hacia su regazo y paso la lengua por la cabeza vibrante de la gloriosa polla. Trazo círculos en la punta húmeda. ¿Cuánto aguantará?
 
Lanza un gemido grave, largo y profundo. Está claro que no le falta mucho.
 
Sin prisa, deslizo la lengua húmeda por el tronco, lo que hace que se agite un poco más. Después le envuelvo la punta con los labios y me la llevo lentamente hasta el final de la garganta.
 
Jadea.
 
—Eso es, nena. Hasta el fondo.
 
Me paro, noto que el tronco palpita contra mi lengua, exhalo lentamente y vuelvo a la punta. Suspira agradecido.
 
—Sigue, justo así —me anima al tiempo que me pasa la mano por la nuca.
 
Sonrío, suelto su erección y la dejo chocar contra su duro abdomen. Abre los ojos y yo me enderezo en el asiento y me limpio la boca.
 
—Me encantaría, pero ya me has hecho llegar bastante tarde al trabajo. —Salgo del coche de un salto y chillo cuando intenta cogerme.
 
—___, pero ¿qué coño haces?
 
Cruzo la calle de prisa, y de repente se me ocurre que quizá me persiga y me cargue sobre los hombros. ¿Será capaz?
 
Me doy la vuelta cuando llego a la acera. Está de pie junto al coche, frotándose la entrepierna con una sonrisa siniestra dibujada en la cara. No puedo expresar mi alivio.
 
—¿Cuántos años tienes, Joe? —le pregunto desde la otra acera.
 
—Treinta. Eso no ha estado bien, pequeña provocadora.
 


Le lanzo un beso y hago una pequeña reverencia. Él estira la mano para cogerlo, pero la sonrisa maquiavélica no ha desaparecido. Incluso desde aquí puedo ver que la cabeza le echa humo, maquinando. Me doy la vuelta y me voy meneando el culo, satisfecha de mí misma, al menos por ahora. Al fin y al cabo, el que manda es él.
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 4 Icon_minitimeAbril 14th 2014, 21:57

hola¡ q krees ame el capi
esta genial me gusta mucho la
nove siguela andale sube mas
si¿ porfis
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 4 Icon_minitimeAbril 15th 2014, 13:28

Capítulo 27

—Reunión a las doce —nos recuerda Victoria cuando sale contoneándose del despacho de Patrick.

Examino mi lista de clientes y tomo nota de cómo van las cosas con cada uno de ellos. Nuestras reuniones quincenales son relajadas y sirven para poner a Patrick al corriente de nuestros proyectos y para avisar a Sally del papeleo que queda por terminar. También son una hora para engullir pastelitos de crema y beber té sin parar. Esta noche tendré que salir a correr.

—¿Sally? —la llamo desde mi despacho. Levanta la vista de la pantalla del ordenador y se quita las gafas para verme mejor—. ¿Podrías pasarme la lista de pagos de mis clientes, por favor?

—Por supuesto, ___.

—¡Y a mí también! —grita Victoria.

Sally mira a Tom, que asiente con la cabeza. No es frecuente tener que perseguir a un moroso, pero cuando toca hacerlo es bastante incómodo. Patrick es muy estricto con las fechas de cobro.

Me sumerjo en el trabajo durante unas horas, persigo pedidos y respondo correos electrónicos.

A las doce, Sally deja una caja sobre mi mesa.

—Ha llegado esto para ti.

Anda. No he oído la puerta.

—Gracias, Sally.

Miro la caja blanca. Sé de quién es. La abro, íntimamente emocionada, y miro a mi alrededor para asegurarme de que nadie me está prestando atención. Dentro hay un pastelito de chocolate y nata. Me río a carcajadas y Tom levanta la cabeza de inmediato de su mesa de trabajo. Le hago un gesto con la mano para decirle que no es nada. Pone los ojos en blanco y vuelve a sus bocetos.

Cojo la nota y la abro.

LA VENGANZA ES DULCE. BSS, J

Sonrío, cojo el pastelito y le hinco el diente. A continuación, agarro la carpeta y me dirijo al despacho de Patrick. Sally me sigue con una bandeja llena de té y pastelitos.

—¡Espéranos! —gimotea Tom, que contempla cómo me meto el último trozo de pastel en la boca. Me mira con envidia cuando me limpio una gota de nata de la comisura de los labios—. Yo quiero uno de ésos, Sal —dice mientras estudia con atención la bandeja que Sally ha dejado sobre la mesa de Patrick.

—Hay milhojas de vainilla.

—¡No puedo ni olerlos! —ladra Victoria al tiempo que se sienta en uno de los sillones semicirculares que hay colocados alrededor de la enorme mesa de caoba de Patrick.

—No me digas que estás otra vez a dieta —protesta Patrick.

—Sí, pero ésta funciona —repone feliz.

En serio, la chica está tan flaca que no se la ve de perfil, pero cada semana está con una dieta distinta.

Me siento a su lado y Tom se une a nosotras. Sally nos pasa una hoja de cálculo con el estado de los pagos de los clientes antes de servirnos el té y sentarse. Miro la lista de facturas, todas están marcadas como «Pagada» o «Pendiente», pero al pasar el dedo por la página veo una subrayada en la sección de «Impagos». Sólo hay un cliente en esa columna. Uno sólo.

«¿Cómo?»

Me estremezco por dentro. Toda esperanza de evitar cualquier tipo de referencia a La Mansión y al señor Jonas se ha desvanecido. El muy idiota aún no ha pagado la factura de la primera visita. ¿En qué piensa? Levanto la mirada y veo a Patrick repasando la misma lista que yo, igual que Victoria y Tom, que me miran a la vez con idéntica expresión en la cara. Es esa mirada de «Ay, pobre». Me hundo en el sillón, preparándome para la que se avecina.

—___, tienes que contactar con el señor Jonas y darle un tirón de orejas. ¿Cómo van las cosas? —me pregunta Patrick.

Ay, Dios. No he rellenado los formularios de cliente, salvo el informe inicial; no he enviado presupuestos; no he definido mi papel en el proyecto, si voy a limitarme a diseñar o si voy a diseñarlo y a dirigirlo. No he hecho nada. Bueno, en realidad sí, pero no está relacionado con el trabajo. Ni siquiera he pedido que se le envíe la factura para la segunda reunión —por llamarla de alguna manera—, esa de la que salí corriendo sin sujetador. Y, por cierto, ¿dónde está ese sujetador?

Sí, he dedicado un par de horas a hacer bocetos, he pasado el domingo en la nueva ala, pero no puedo cobrar por eso. No trabajo los domingos, y Patrick no tiene más que echar un vistazo a mi agenda para ver que no he tenido más reuniones con el señor Jonas. Lo único que he hecho con respecto a él no encaja en mi categoría profesional.

A la mierda. Me aclaro la garganta.

—Estoy preparando el detalle de las visitas y el presupuesto.

Me mira con el ceño fruncido y cara de pocos amigos.

—La primera reunión fue hace dos semanas y ya has hecho una segunda visita. ¿Cómo es que estás tardando tanto, ___?

Me entran sudores fríos. El desglose de las tarifas de mis servicios es una tarea muy sencilla: se soluciona mediante contratos individuales y normalmente antes de la segunda visita. No tengo excusa. Tom y Victoria no me quitan los ojos de encima.

—Ha estado fuera —farfullo—. Me pidió que esperara un poco antes de enviarle correspondencia.

—Cuando hablé con él el lunes pasado estaba muy dispuesto a ponerse manos a la obra —contraataca Patrick mientras consulta su agenda. ¡Qué manía tiene de apuntárselo todo!

Me encojo de hombros.

—Creo que fue por un asunto de negocios de última hora. Lo llamaré.

—Llámalo, y no quiero que le dediques más tiempo hasta que afloje la mosca. ¿Cómo vamos con el señor Van Der Haus?

Suspiro de alivio y me lanzo con entusiasmo a relatar los progresos en la Torre Vida, feliz de haber terminado con el asunto del señor de La Mansión. ¡Voy a matarlo!

Salgo del despacho de Patrick y Tom me da un apretón en el hombro y suelta una risita cuando pasa a mi lado.

—¡Ni se te ocurra! —lo aviso.

—Podría haber sido peor, ___ —comenta Victoria.

Tiene razón. Podría haber sido un desastre.

Salgo de la oficina y camino por la calle hacia donde Joe me ha dejado esta mañana. Me acerco a Berkeley Square y un imbécil me da un susto de muerte cuando está a punto de atropellarme con su motocicleta ruidosa. Mi corazón recupera la normalidad, me detengo y me apoyo contra la pared. Saco el móvil del bolso para ver los mensajes. Hay dos de Kate.

Necesito ayuda. ¿Puedes venir a casa y desatarme, porfa?

Me quedo mirando el teléfono con la boca abierta y rápidamente busco la hora a la que ha enviado el mensaje: las once. ¿Seguirá atada? Abro el siguiente.

¡No te asustes! Sam está haciendo el tonto. Me encantaría poder verte la cara. Bss.

Sí, claro, Sam el comediante. Pero una pequeña parte de mí se pregunta si su broma tendrá una parte seria. Joe no se sorprendió cuando se lo comenté. Kate dijo que era «divertido». Hummm. Me lo imagino.

Miro la hora. Es la una y cinco. Vale, llega tarde y eso me molesta. ¿Cuánto debo esperarlo? Me estoy preguntando hasta qué punto debo de estar desesperada para quedarme aquí plantada esperándolo cuando levanto la cabeza y veo ese rostro hermoso que tanto amo. Está montado en la ruidosa motocicleta que me habría gustado romper en mil pedazos. Curvo los labios en una media sonrisa, me aparto de la pared y camino hacia él. Está mucho más que sexy sobre esa trampa mortal.

—Eres un peligro —lo regaño, y me detengo delante de él.

—¿Te he asustado? —Cuelga el casco del manillar de la motocicleta.

—Sí. Esa cosa necesita una revisión del nivel de ruido —me quejo.

—Esa cosa es una Ducati 1098. Cuidado con esa boca.

Me rodea la cintura con los brazos y me sienta en su regazo.

—Bésame —susurra.

Me reclama la boca y convierte la toma de posesión de mis labios en una exhibición teatral para que todo el mundo la vea. Oigo las burlas y los chistes de la gente que pasa, pero me da igual. Enlazo los brazos alrededor de su cuello y me entrego a él. Sólo han pasado unas horas, pero lo he echado de menos.

De repente, se me ocurre que estamos a unos cientos de metros de la oficina y que Patrick podría pasar a nuestro lado en cualquier momento. Si me ve retozando con el señor Jonas se hará una idea equivocada: que le estoy dando un trato de favor a costa de perder dinero. Después de la reunión, me muevo en aguas turbulentas.

Me retuerzo para soltarme, pero me abraza con más fuerza y aprieta aún más los labios contra los míos. Mi intento de fuga gana en intensidad y desesperación y él me sujeta más fuerte. Apoyo las manos en su pecho y empujo para apartarlo. Al final me deja la boca libre, pero no el resto del cuerpo. Me mira fijamente.

—¿Qué crees que estás haciendo?

—Suéltame. —Me revuelvo contra él.

—Oye, dejemos una cosa clara, señorita. Tú no decides cuándo y dónde te beso o durante cuánto tiempo. —Lo dice muy en serio.

«¡Maníaco del control engreído!»

Hago uso de todas mis fuerzas para liberarme y fracaso miserablemente. Estoy sin aliento.

—Joe, si Patrick me ve contigo, estaré de mierda hasta el cuello. ¡Suéltame!

Para mi sorpresa, me suelta, así que vuelvo a la acera como puedo para recomponerme. Cuando lo miro, me encuentro con la mirada más furibunda y penetrante que me hayan lanzado jamás. Me cabrea de verdad. Y ¿a qué viene todo eso de los besos cuando, donde y como él quiera? Eso es llevar sus tendencias controladoras a una nueva categoría.

—¿De qué coño estás hablando? —me grita—. ¡Y vigila esa boca!

—Tú —le digo en tono acusador— no has pagado la factura, de manera que ahora se supone que tengo que mandarte un recordatorio amistoso. He tenido que mentir diciendo que estabas de viaje.

¿Un morreo en toda regla cuenta como recordatorio amistoso? Seguro que Joe cree que sí.

—Pues ya me lo has recordado. Ahora sube el culo a la moto.

¡Si las miradas matasen!

—¡No! —digo con incredulidad. No le gusta nada que le plante cara. No voy a arriesgar mi puesto de trabajo sólo para que don Controlador no coja una pataleta.

Me mira sin poder creérselo y se baja de la moto en plan espectacular, con los vaqueros ceñidos a esos muslos tan magníficos. Vacilo. Este hombre me afecta demasiado.

Me mira con fijeza.

—Tres.

Abro la boca de forma exagerada. No será capaz. No en plena Berkeley Square. ¡Va a parecer que me está secuestrando, violando y asesinando, todo a la vez! Yo sé que no es así, pero es lo que va a parecerle a todo el mundo, y odio pensar en lo que Joe es capaz de hacer si alguien intenta obligarlo a que me suelte.

Forma una desagradable línea recta con sus labios mientras me taladra con una mirada durísima.

—Dos —masculla con los dientes apretados.

«Piensa, piensa, piensa.»

Resoplo.

—No voy a pelearme contigo en mitad de Berkeley Square. ¡Te comportas como un crío!

Doy media vuelta y me marcho. No sé por qué lo estoy haciendo, es como una bomba de relojería. Pero tengo que mantenerme firme. Está siendo estúpido y nada razonable, así que voy a pararle los pies. Siento que se me acerca por detrás cuando llego a Bond Street, pero sigo adelante. Hay una tienda bonita cerca. Me esconderé en ella.

—¡Uno! —grita.

Sigo andando.

—¡Que te jodan! ¡Estás siendo injusto y poco razonable!

Sé que estoy tentando mi suerte al soltar tacos y desobedecerlo, ¡pero es que estoy muy cabreada!

—¡Esa boca! ¿Qué tiene de poco razonable que quiera besarte?

Es alucinante. ¿Es que sólo piensa en sí mismo?

—Lo sabes perfectamente, y es injusto porque estás intentando hacer que me sienta mal.

Entro en la tienda y lo dejo andando arriba y abajo por la acera, escudriñando a través del escaparate de vez en cuando. Sabía que no sería capaz de entrar. Soy consciente de que está hecho una furia y de que tendré que salir de la tienda en algún momento, pero necesito un minuto de paz para pensar. Empiezo a dar vueltas por el local.

Una chica demasiado arreglada y maquillada se me acerca.

—¿En qué puedo ayudarla?

—Sólo estoy mirando, gracias.

—En esta sección está todo el avance de temporada. —Señala con el brazo hacia un colgador lleno de vestidos.

—Gracias.

Empiezo a pasar un vestido tras otro; hay verdaderas maravillas. Los precios son de locos, pero las prendas son preciosas. Cojo un vestido de seda de color crema entallado y sin mangas. Es más corto que los que suelo ponerme, pero adorable.

—¡Con eso no sales a la calle!

Levanto la mirada sorprendida y veo a Joe en la puerta, observando el vestido como si fuera a morderme. ¡Qué vergüenza, por Dios! La dependienta mira primero a Joe con los ojos como platos y luego se vuelve hacia mí. Le dedico una media sonrisa. Estoy horrorizada. ¿Quién coño se cree que es? Lo miro con todo el odio que soy capaz de sentir y dejo que lea en mis labios: «Jódete.» Le sale humo de las orejas, como era de esperar.

Vuelvo a centrarme en la dependienta.

«Piensa, piensa, piensa.»

—¿No tiene nada más corto? —pregunto con dulzura.

—¡___! —ladra Joe—. No te pases.

Lo ignoro y sigo mirando a la dependienta, expectante. Parece que a la pobre chica va a darle un ataque de pánico; mueve la cabeza a un lado y a otro, muy nerviosa, hacia Joe, hacia mí y vuelta a empezar.

—No lo creo —dice en voz baja.

Vale, ahora me da pena. No debería involucrarla en esta discusión patética por un vestido.

—Bien, me lo llevo. —Sonrío y le doy el vestido.

Me mira y luego mira al hombre de la puerta.

—¿Es la talla correcta?

—¿Es una cuarenta? —pregunto.

La tienda tiembla ante la ira de Joe, literalmente.

—Sí, pero le recomiendo que se lo pruebe. No aceptamos devoluciones.

Bueno, iba a arriesgarme a que no me quedara bien pero, a ese precio, quizá sea mejor que no lo haga. Me lleva a un probador y cuelga el vestido de una elegante percha.

—Avíseme si necesita cualquier cosa. —Sonríe y corre la cortina de terciopelo para dejarme a solas con el vestido.

Soy tan patética como Joe por hacer esto, estoy provocándolo a propósito. Estamos hablando del hombre que me obligó a dormir con un jersey de invierno en primavera porque había otro hombre en el apartamento. ¿Es necesario esto? Decido que sí. No puede seguir comportándose así.

Me peleo con el vestido y con la cremallera cuando se cruza con la costura a la altura del pecho. No voy a rendirme. Una vez subida me quedará bien. Estiro la parte delantera. Es muy agradable al tacto.

Descorro la cortina y me coloco frente al espejo de cuerpo entero para poder verme bien. ¡Vaya! Me queda genial. Es muy favorecedor, resalta mi piel de color aceituna y mi pelo oscuro.

—¡Jesús, María y José!

Me vuelvo y veo a Joe con las manos hundidas en el pelo, dando vueltas de un lado a otro. Es como si le hubieran dado una descarga con una pistola eléctrica. Se para, me mira, abre la boca, la cierra de golpe y empieza a dar vueltas otra vez. La verdad es que me hace bastante gracia.

Se detiene y me mira con los ojos como platos, traumatizado.

—No vas a... No puedes... ___... nena... ¡No puedo mirarte!

Se marcha recolocándose la entrepierna, murmurando no sé qué mierda sobre una mujer intolerable e infartos. Me quedo de nuevo a solas con el vestido.

La dependienta se me acerca con cautela.

—Está usted increíble —dice no muy alto, y después mira hacia atrás por si Joe está cerca.

—Gracias. Me lo llevo.

Es más fácil salir del vestido que meterse en él. Se lo doy a la dependienta y me visto.

Cuando salgo del probador, Joe está inspeccionando unos tacones de vértigo. El desconcierto que refleja su rostro hace que me derrita un poquito, pero en cuanto me ve los deja otra vez en su sitio y me mira con odio. Entonces me acuerdo de que estoy furiosa con él. Saco el monedero del bolso y la tarjeta de crédito. ¿Quinientas libras por un vestido? Es demasiado caro, pero estoy desafiándolo. ¿Y lo llamo crío a él? Esto es ridículo. ¿Cómo se le ocurre pensar que tiene derecho a decirme qué puedo y qué no puedo ponerme?

La dependienta empieza a envolver el vestido en toda clase de papeles de seda. Me gustaría decirle que lo meta en una bolsa y punto —antes de que Joe decida hacerlo trizas—, pero me da miedo que la pobre chica pierda su trabajo por hacer algo tan normal. Así que me resigno a cerrar el pico y a esperar pacientemente a que haga lo que tiene que hacer.

Después de un milenio envolviendo, doblando, guardando y tecleando el código de mi tarjeta, la dependienta me da la bolsa.

—Que disfrute del vestido, señora. De verdad que le queda muy bien. —Mira a Joe con recelo.

—Gracias. —Sonrío.

Y ahora, ¿cómo salgo yo de la tienda? Me vuelvo y veo a Joe en el umbral, pensativo y con cara de pocos amigos. Voy hacia allá con decisión, aunque no la sienta, y me detengo delante de él. Estoy muerta de miedo, pero no voy a dejar que lo note.

—¿Me permites?

Me mira y luego mira la bolsa.

—Acabas de malgastar cientos de libras. No vas a ponerte ese vestido —dice sin titubeos.

—Permíteme, por favor. —Hago énfasis en el «por favor».

Aprieta los labios y cambia el peso del cuerpo hacia el otro lado, de modo que me deja un hueco para pasar.

Salgo a la calle y me dirijo hacia la oficina. Sólo he estado fuera cuarenta minutos, pero no voy a pasar el resto de mi hora de la comida discutiendo sobre las muestras de afecto en público y mi ropa. El día había empezado tan bien... Claro, porque le decía a todo que sí.

Noto su aliento tibio en la nuca.

—¡Cero!

Doy un grito cuando me empuja hacia un callejón y me lanza contra la pared. Me aplasta los labios con los suyos, mueve las caderas con furia contra mi abdomen; su rabiosa erección es evidente bajo la bragueta de botones de sus vaqueros. ¿Le excita cabrearse por un vestido? Supongo que es preferible a que me torture. Intento resistirme a la invasión de su lengua... un poco. Esto no está bien. Al instante me consume y necesito tenerlo dentro de mí. Le rodeo el cuello con los brazos y lo acepto con todo mi ser, absorbo su intrusión y salgo al encuentro de su lengua, caricia a caricia.

—No voy a permitir que te pongas ese vestido —gime en mi boca.

—No puedes decirme qué puedo y qué no puedo ponerme.

—Impídemelo —me reta.

—Sólo es un vestido.

—Cuando tú te lo pones, ___, no es sólo un vestido. No vas ponértelo.

Aprieta la entrepierna contra la parte baja de mi vientre, una clara demostración de lo que le provoca el vestido. Sé que está pensando que causará la misma reacción a otros hombres.

Qué loco está.

Respiro hondo. Comprar el vestido es una cosa, ponérselo y lucirlo en un pub constituye un acto de desobediencia muy distinto. Tengo veintiséis años y él mismo me ha dicho que tengo unas piernas estupendas. Decido que no voy a llegar a ninguna parte con esto. Al menos no ahora. Lo que sí quiero discutir con todo detalle es eso de que se crea con derecho a controlar mi vestuario. De hecho, tenemos que hablar de todas sus exigencias poco razonables, y punto. Pero ahora no. Sólo me quedan veinte minutos de la hora de comer y espero que esa conversación dure mucho más.

—Gracias por el pastel —le digo mientras besa cada centímetro de mi cara.

—De nada. ¿Te lo has comido?

—Sí. Estaba delicioso. —Le beso la comisura de los labios y restriego la mejilla contra la sombra de su barba. Se le escapa un gruñido grave cuando gimo en su oído y le acaricio el cuello con la nariz para inhalar su adorable fragancia a agua fresca. Sólo quiero acurrucarme entre sus brazos —. Se supone que no debo dedicarte más tiempo hasta que hayas pagado la factura. —Sigo abrazada a él y lo agarro con más fuerza cuando me mordisquea el lóbulo de la oreja.

—Pasaré por encima de quien intente detenerme. —Me lame el borde de la oreja y me provoca un escalofrío.

No me cabe duda de que lo hará. Este hombre está como una cabra. ¿Por qué es así?

—¿Por qué eres tan poco razonable?

Me aparta y me mira. Se le ve en la cara, impresionante y sin afeitar, que lo he pillado por sorpresa. La arruga de la frente ocupa su lugar.

—No lo sé. ¿Puedo preguntarte lo mismo?

La mandíbula me llega al suelo. ¿Yo? Este hombre alucina. Su lista de locuras es más larga que un día sin pan. Hago un gesto de negación con la cabeza y frunzo el ceño.

—Será mejor que vuelva a la oficina.

Suspira.

—Te acompaño.

—La mitad del camino. No pueden verme charlando con los clientes durante la comida sin que Patrick lo sepa, y menos con los que tienen facturas sin pagar —farfullo—. ¡Paga lo que debes!

Pone los ojos en blanco.

—Dios no quiera que Patrick se entere de que un cliente moroso se te está follando hasta hacerte perder la cabeza. —Una pequeña sonrisa aparece en las comisuras de sus labios cuando jadeo sorprendida por el brutal resumen de nuestra relación—. ¿Vamos?

Mueve el brazo en dirección a la entrada del callejón, sonriente.

¿Follar? Pues sí, supongo que eso hemos hecho, pero oírlo de su boca me toca la fibra sensible.

Caminamos en dirección a mi oficina y el silencio es incómodo, al menos para mí. Sus palabras me han herido. ¿Así es como me ve? ¿Cómo un juguetito al que follarse y controlar? Languidezco por dentro, una vez más, y contemplo la agonía que me espera. Este hombre me lanza tantas señales contradictorias que mi pobre ego no puede seguirle el ritmo.

Intenta cogerme la mano y automáticamente me separo de él. Me estoy hundiendo en la miseria. Con un pequeño gruñido, vuelve a intentarlo. No digo nada, pero aparto la mano de nuevo. Estoy cabreada y quiero que lo sepa. Captará el mensaje. O no. Me agarra la mano y la aprieta sin piedad hasta el punto de hacerme daño. Era de esperar. Empiezo a ser capaz de leer a este hombre como si fuese un libro abierto. Doblo los dedos y levanto la vista. Su ceño fruncido se transforma en una expresión de satisfacción cuando dejo de resistirme y le permito llevarme de la mano. ¿Le permito? Como si tuviera otra opción.

Justo en ese momento, algún capullo del más allá debe de pensar que sería divertidísimo enviar a James, el amigo de Matt, a que doble la esquina y baje por la calle hacia nosotros. Pongo todo mi empeño en que Joe me suelte la mano, pero lo único que hace es apretarla con más fuerza.

—¡Mierda! Es un amigo de Matt.

El ceño fruncido reaparece en cuanto se vuelve para mirarme.

—Esa boca. ¿De tu ex?

—Sí. Suéltame.

Intento librarme de sus dedos a la fuerza, pero es inútil. Después de que Matt me pidiera que volviera con él y del discurso que vino a continuación para que lo perdonara y explicarme la situación de mierda en general, no sería justo por mi parte que se lo restregara por las narices.

—Te lo he dicho, ___, pasaré por encima de quien haga falta —me advierte mirando directamente a James con el rostro impasible pero lleno de determinación. No deja de apretarme la mano sin piedad.

Intento frenarlo para que me dé tiempo a soltarme y así evitar el desastre inminente: que James me vea de la mano de otro hombre. No me gusta hacer sufrir a nadie porque sí, y esto es totalmente porque sí. Matt ya se siente bastante mal, no necesita que le confirmen lo que Kate le dijo para cabrearlo.

Sigo luchando por librarme de Joe, que continúa comportándose como un capullo integral. Me está arrastrando, literalmente, hacia James, que dentro de pocos segundos levantará la vista del móvil y me verá. A lo mejor no lo hace. A lo mejor pasamos junto a él sin que me vea y ya está. Eso espero, porque me va a ser imposible deshacerme de Joe, y es aún más imposible que se comporte como un ser racional y me suelte.

Nos acercamos y decido dejar de resistirme y de llamar la atención. James está absorto en su móvil y cada paso que damos hacia él parece menos probable que vaya a levantar la vista. Mentalmente, le dedico a Joe una retahíla de insultos bastante explícitos y tiro de la mano para enfatizar mi enfado, pero él se limita a mirar hacia adelante y a seguir caminando con decisión.

—Pasaré por encima —gruñe.

En cuanto pasamos al lado de James por la acera me relajo. Ya casi lo hemos dejado atrás. Pero entonces Joe abre la boca: —¿Tienes hora?

«¡¿Qué?!»

¡Este cabrón es imbécil! Me toca quedarme ahí de pie, inmóvil delante de James, de la mano de Joe y muriéndome por dentro. Quiero recordarle que lleva un Rolex estupendo y nada discreto en la muñeca, o levantarle el brazo y decirle que mire la hora él solito. Es un cerdo egocéntrico, irracional y sin principios.

—Sí, son las... ¿___? —James me mira con el ceño fruncido a más no poder.

Mi cerebro ha sufrido un cortocircuito intentando encontrar las palabras adecuadas que enviar a mi boca.

—James. —Es lo único que se me ocurre.

El amigo de Matt parece estar en un partido de tenis: su mirada va de Joe a mí, de mí a Joe y así sucesivamente.

—Eeeeh... ¿Estás bien?

—Sí —digo con un gritito agudo.

Me mira mal, cosa que tiene narices, teniendo en cuenta que él era la mano derecha de Matt en todas sus aventuras. No sé por qué le doy tanta importancia. Después de todo lo que ha hecho, ¿qué me importa si le confirman que estoy saliendo con otro? Ahora sólo estoy cabreada con Joe por decidir por su cuenta cómo tienen que ser las cosas.

—¿La hora? —le recuerda Joe.

Espero ser la única que nota la hostilidad que desprende.

James lo mira de arriba abajo y ve el Rolex. Le suplico mentalmente que le diga qué hora es y que no pinche a la serpiente de cascabel. Su amigo puede ser tan chulito como Matt, y hacer enfadar a Joe sería un gran error.

—Sí. —Baja la vista al móvil—. Son la dos menos diez, amigo.

Joe no le da las gracias, sino que me suelta la mano, me rodea los hombros con el brazo, me atrae hacia sí y me planta los labios cariñosamente en la sien. Lo miro y sacudo la cabeza, atónita. Está pasando por encima de quien haga falta. Tiene el pecho hinchado y erguido y le falta poco para golpeárselo con los puños. Ya puestos, que me mee en el tobillo, también.

James nos mira con los ojos como platos y Joe decide que nos vamos. Me ha dejado sin habla. Acaba de decirme que lo nuestro es follar y poco más y ahora le da por marcar el territorio. Todo esto me tiene muy confusa. Si tuviera valor, se lo preguntaría directamente. Pero me da miedo lo que podría contestar. Estas aguas superficiales son más difíciles de navegar cuanto más tiempo paso con él.
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 4 Icon_minitimeAbril 15th 2014, 14:30

Nueva lectoooora!!! oh dios me he vuelto adicta a esta nove, lo juuuro *-* me encanta!! SIGUE SIGuE SIGUE SIGUE pq sino moriré Sad jejejeje
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 4 Icon_minitimeAbril 16th 2014, 10:13

Capítulo 27 Parte 2


Nos acercamos a mi oficina, se detiene y me empuja con cuidado contra la pared con el cuerpo. Baja la cabeza hacia la mía y su aliento cálido y mentolado me calienta las mejillas.
 
—¿Por qué no quieres que tu ex sepa que estás follando con otro?
 
Ahí está otra vez. ¡Follando!
 
—Por nada. Sólo que no es necesario —digo con calma.
 
Me coge de la muñeca para apartarme la mano del pelo.
 
—Ahora dime la verdad —exige con dulzura. ¿Cómo se ha dado cuenta de mi mala costumbre tan rápido? Mi madre, mi padre y mi hermano me conocen de toda la vida, y Kate desde secundaria. Se han ganado su derecho a conocer mi secreto—. Contéstame, ___.
 
—Me pidió que volviera con él. —Bajo la mirada, no puedo mirarlo a los ojos. No debería importarme. Al fin y al cabo, con él sólo estoy follando.
 
—¿Cuándo? —Las palabras chocan contra sus dientes apretados.
 
—Hace semanas.
 
La mano que me sujeta la muñeca aprieta con más fuerza cuando flexiono los músculos para llevarme los dedos al pelo. Mentir se me da de pena.
 
Me levanta la barbilla con la mano que tiene libre y me obliga a mirarlo. No me siento cómoda con la oscuridad que arde en sus ojos.
 
—¿Cuándo?
 
—El martes pasado —susurro.
 
Entrecierra los ojos y empieza a morderse con rabia el labio inferior. ¿En qué estará pensando?
 
—Él era el asunto importante, ¿verdad?
 
«Huy.» Va a entrar en erupción. Veo que su pecho sube y baja, despacio y bajo control. No estoy asustada, sé que no va a hacerme daño. Ya he visto esta reacción y los subsiguientes métodos preventivos para minimizar los cardenales en mi trasero, pero tiene una forma muy intensa de ver las cosas y de reaccionar.
 
—Sí —reconozco con tranquilidad. Noto el aire gélido que emana de él al oír mi respuesta—. Tengo que volver al trabajo —añado. Tengo que salir de aquí.
 
Me clava la mirada.
 
—No volverás a verlo. —Es otra orden.
 
Esta hora de la comida me ha abierto los ojos pero bien. Quiere tener un control total sobre mí y mi opinión no cuenta. Para nada. ¿Es esto lo que quiero? Mi cabeza es un remolino de dudas y sentimientos. ¿Por qué he tenido que enamorarme del hombre más controlador, irracional, exigente y difícil del universo?
 
Espero pacientemente a que me suelte. No sé qué decir. ¿Espera que le confirme que voy a obedecerlo? ¿Debería ceder? No es probable que vuelva a ver a Matt, no después de la escena que me montó, pero ¿debería darle mi palabra a un hombre al que, por lo visto, sólo me estoy follando?
 
Me observa atentamente durante un buen rato antes de que su frente toque la mía y sus labios se deslicen hacia arriba, contra mi ceño.
 
—Ve a trabajar, ___. —Retrocede.
 
Me voy. Lo dejo en la acera y entro en la oficina todo lo rápido que me permiten mis piernas temblorosas.
 
Cruzo el umbral y me encuentro con las miradas inquisitivas de Tom y de Victoria. Seguro que mi aspecto refleja lo mal que me siento por dentro. Espero que no me pregunten sobre el señor Jonas. Ya puestos, mejor que no me pregunten nada. Creo que me echaría a llorar. Los saludo con la cabeza y sigo hacia mi escritorio.
 
Sally sale de la cocina con una bandeja llena de tazas de café.
 
—___, no sabía que habías vuelto. ¿Te apetece un té o un café?
 
Quiero preguntarle si tiene algo de vino escondido en la cocina, pero me contengo.
 
—No, gracias, Sal —mascullo, con lo que me gano una mirada de «¿Qué coño está pasando?» por parte de Tom y de Victoria.
 
Centro toda la atención en la pantalla del ordenador e intento ignorar el dolor que aumenta en mi interior. Joe tiene serios problemas con el control, o con el poder, como él lo llama. No puedo hacerlo, no puedo exponerme a que me rompan el corazón. Así es como va a terminar esto.
 
Suena el móvil y doy las gracias: una distracción de mi torbellino interior. Es el señor Van Der Haus. ¿Ya ha vuelto?
 
—¿Diga?
 
Su leve acento danés se desliza por el teléfono.
 
—Hola, ___. ¿Qué te ha parecido la Torre Vida? Ingrid me ha comentado que la reunión fue muy bien.
 
¿Y me llama desde Dinamarca para preguntarme eso? ¿No podía esperar a su vuelta?
 
—Sí, muy bien. —No sé qué más decir.
 
—Espero que esa linda cabecita tuya esté llena de ideas. Tengo muchas ganas de reunirme contigo cuando vuelva al Reino Unido.
 
Me llama desde Dinamarca. Acaba de decir que mi cabeza es linda. Dios, no me bendigas con otro cliente inapropiado. Ya me está costando bastante lidiar con el que tengo ahora.
 
—Sí, también he recibido su correo. Le preparé algunos bocetos. —
 
Casi he terminado con los bocetos y los tableros de inspiración. Se me ocurrió todo de repente, en un instante en que mi cerebro no estaba monopolizado por cierto cliente.
 
—¡Excelente! Estaré de vuelta en Londres el viernes que viene. ¿Podremos reunirnos?
 
—Por supuesto. ¿Qué día te va mejor?
 
—Ingrid contactará contigo. Ella lleva mi agenda.
 
Hago un mohín. Qué suerte tener una persona dedicada a organizarte la vida. Ahora mismo, me encantaría contar con alguien así.
 
—Muy bien, señor Van Der Haus.
 
Chasquea la lengua.
 
—Por favor, ___, llámame Mikael. Adiós.
 
—Adiós, Mikael.
 
Cuelgo y me siento a mi mesa mientras me doy golpecitos en un diente con la uña. No sé si es súper cordial o más que cordial. Se lo tomó muy bien cuando rechacé su invitación a cenar, ¿me estoy imaginando las cosas? ¿Es culpa de Joe o es que llevo «chica fácil» escrito en la frente? Instintivamente levanto el brazo y me rasco la cabeza. Jo, estoy hecha un lío.
 
Saco los dibujos para la Torre Vida y los esparzo encima de la mesa. Lápiz en mano, empiezo a hacer anotaciones. Oigo que se abre la puerta de la oficina pero no levanto la vista. Estoy en uno de esos momentos en los que las ideas fluyen. Es una distracción que agradezco y que me hacía falta.
 
— ¡___! —me llama Tom—. ¡Es para tiiiiiiiii!
 
Levanto la cabeza y casi me caigo de la silla cuando veo a Joe, tan pancho, en la entrada de la oficina. Ay, Dios. ¿Qué hace aquí? Viene con toda la confianza del mundo hacia mi mesa, divino con sus vaqueros gastados, la camiseta blanca y el pelo alborotado. Me doy cuenta de que Tom y Victoria se ponen a dar golpecitos con sus bolígrafos en las mesas y lo siguen con la mirada. Incluso Sal se ha quedado parada, con un fax a medio enviar, y parece un poco confusa. Joe se detiene al llegar a mi mesa. Le recorro el cuerpo con los ojos hasta encontrar su mirada café, su expresión de cretino y una sonrisa de satisfacción que juguetea en la comisura de sus labios.
 
No sé a qué viene esto. No hace ni media hora que me ha dejado con las piernas temblorosas y la cabeza convertida en un torbellino, hecha un lío. Los temblores han vuelto, pero ahora me recorren todo el cuerpo; mi cabeza es una mezcla de caos e incertidumbre. ¿Qué está intentando demostrar?
 
—Señorita ___ (TA) —dice con calma.
 
—Señor  Jonas —lo saludo titubeante.
 
Lo miro inquisitivamente, pero no suelta prenda. Echo un vistazo a la oficina y veo tres pares de ojos que se vuelven hacia mí a intervalos regulares.
 
—¿No va a ofrecerme asiento?
 
Mi mirada vuelve de repente a Joe. Señalo uno de los sillones negros semicirculares que hay al otro lado de mi mesa. Acerca uno y se sienta con parsimonia.
 
—¿Qué estás haciendo? —siseo tras inclinarme sobre la mesa.
 
Me suelta esa sonrisa llena de confianza en sí mismo y que derrite a cualquiera.
 
—He venido a pagar un recibo, señorita ___ (TA).
 
—Ah.
 
Me reclino en mi asiento.
 
—¿Sally? —grito—. ¿Puedes atender al señor Jonas, por favor? Le gustaría pagar el recibo que tiene pendiente.
 
Observo a Joe revolverse ligeramente en el sillón y lanzarme una mirada de desaprobación. No es por llevarle la contraria, es que no soy yo la que se encarga del tema de los recibos; no sabría ni por dónde empezar.
 
—Por supuesto —contesta ella.
 
Entonces se da cuenta. ¡Sí! Es el mismo hombre que te chilló por teléfono, entró en la oficina como una apisonadora y te envió flores. ¡Por lo visto lo vuelvo loco! Le lanzo una mirada de «No preguntes» que hace que se vaya al archivador.
 
—Sally se ocupará de usted, señor Jonas. —Sonrío educadamente.
 
Las cejas de Joe le tocan el nacimiento del pelo y la arruga de la frente aparece en su sitio de siempre.
 
—Sólo tú —dice en voz baja, sólo para mis oídos.
 
No tiene intención alguna de marcharse. Se queda ahí sentado, tan a gusto y relajado, mirándome con detenimiento mientras Sally hace el idiota con el archivador.
 
«¡Date prisa!»
 
Estoy a punto de partir el lápiz en dos cuando oigo el familiar sonido de los pasos de Patrick detrás de mí. El día se está poniendo cada vez mejor.
 
—¿___?
 
Levanto la vista, nerviosa, y veo a Patrick de pie junto a mi mesa, mirándome con expectación. Muevo el lápiz para señalar a Joe.
 
—Patrick, te presento al señor Jonas, el dueño de La Mansión. Señor Jonas, le presento a Patrick Peterson, mi jefe. —Lanzo a Joe una mirada suplicante.
 
—Ah, señor Jonas, su cara me suena. —Patrick le tiende la mano.
 
—Nos vimos un instante en el Lusso —dice Joe, que se levanta y estrecha la mano a Patrick.
 
¿Ah, sí?
 
El símbolo de la libra esterlina aparece en las pupilas azules de Patrick; está encantado.
 
—¡Sí, usted compró el ático! —exclama con alegría.
 
Joe asiente y noto que mi jefe ya no está tan preocupado por la factura pendiente. Sally se acerca con una copia del recibo pendiente y da un salto cuando Patrick se lo arranca de las manos pálidas y delicadas.
 
—¿No le has ofrecido nada al señor Jonas? —le pregunta a la estupefacta Sally.
 
—No hace falta. Sólo he venido a saldar mi deuda. —Los tonos roncos de Joe resuenan en mí cuando me siento, como si me hubieran pegado con velcro a la silla, para observar el intercambio cortés que tiene lugar ante mis ojos.
 
¿Cómo puede estar tan tranquilo? Aquí estoy yo, sentada, tensa de los pies a la cabeza, jugueteando nerviosa con el lápiz y con la boca cerrada a cal y canto. Es obvio que me siento incómoda, pero Patrick no parece darse cuenta.
 
Hace un gesto a Sally para que se marche.
 
—No debería haber venido sólo para esto. —Agita el recibo sin pagar en el aire.
 
Resoplo y luego toso para disimular mi reacción al tono informal de Patrick respecto al recibo sobre el que hace tan sólo unas horas rabiaba. Ahora todo es distinto.
 
—He estado fuera. Mis empleados lo pasaron por alto —explica Joe.
 
Suelto un agradecido suspiro de alivio.
 
—Sabía que tenía que haber una explicación razonable. ¿Negocios o placer?
 
El interés de Patrick parece sincero, pero yo sé que no lo es. Está calculando mentalmente cuánto dinero ganará con Joe. Es un hombre encantador, pero los beneficios lo vuelven loco.
 
Joe me mira.
 
—Placer, sin duda —responde categóricamente.
 
Me encojo aún más en mi silla giratoria y noto que la cara se me pone de mil tonos de rojo. Ni siquiera puedo mirarlo a los ojos. ¿Qué se propone hacerme?
 
—Ya que estoy aquí, quisiera fijar algunas citas con la señorita ___ (TA). Necesitamos darle una vuelta rápida a esto —añade con seguridad.
 
¡Ja! Me dan ganas de recordarle que, en teoría, no tiene que pedir citas para follarme. Pero si lo hiciera, sospecho que primero me despedirían y luego me esperaría un polvo para entrar en razón que superaría a todos los demás. Así que cierro el pico. ¿Citas? Este hombre es imposible.
 
—Por supuesto —responde Patrick—. ¿Está buscando un diseño, o una consulta de diseño y/o gestión del proyecto?
 
Pongo los ojos en blanco. Sé cuál es la respuesta a su pregunta. Después de ejecutar de forma perfecta y exasperada mi expresión de hartazgo, miro a Joe y veo que él también me está mirando y que le cuesta no echarse a reír.
 
—El paquete completo —contesta.
 
¿Qué diablos significa eso?
 
—¡Genial! —aplaude Patrick—. Lo dejo con ___. Ella lo cuidará bien.
 
Patrick le ofrece otra vez la mano, y Joe la acepta con la mirada fija en mí.
 
No he estado nunca en una posición tan difícil en mi vida. No dejo de sudar, no puedo parar de mover la pierna y tengo la espalda tan pegada al respaldo de mi silla que es probable que me esté fusionando con el cuero.
 
—Sé que lo hará. —Sonríe y sus estanques cafés miran a Patrick—. Si me da los datos bancarios de su empresa, le haré una transferencia inmediata. También haré un pago por adelantado para la siguiente fase. Eso evitará futuros retrasos.
 
—Haré que Sally se los pase por escrito. —Patrick nos deja, pero no me relajo.
 
Joe vuelve a sentarse delante de mí. Su rostro es demasiado atractivo y está más que contento gracias a mi estado de nervios. ¿«El paquete completo»? ¿«Placer, sin duda»? ¡Debería darle una y otra vez con el pisapapeles en la cabeza!
 
Me obligo a salir de mi momento de estupefacción, ordeno los dibujos que cubren mi mesa y saco la agenda.
 
—¿Cuándo te va bien? —pregunto.
 
Sé que sueno borde y muy poco profesional, pero me da igual. Está llevando demasiado lejos el asunto del poder.
 
—¿Cuándo te va bien a ti?
 
Lo miro y ahí está esa mirada café y satisfecha. Compruebo la agenda.
 
—No te hablo —le espeto con bastante inmadurez.
 
—¿Y si gritas para mí?
 
Abro los ojos, perpleja.
 
—Tampoco.
 
—Eso va a complicar un poco los negocios —comenta con un mohín; las comisuras de sus labios bailan.
 
—¿Serán negocios, señor Jonas, o placer?
 
—Siempre placer —contesta, enigmático.
 
—Eres consciente de que me estás pagando para que me acueste contigo —siseo—. ¡Lo cual me convierte en una puta!
 
Una expresión de enfado le cruza la cara y se inclina hacia mí desde su sillón.
 
—Cállate, ___ —me advierte—. Y, para que lo sepas, después gritarás. —Vuelve a reclinarse en el sillón—. Cuando hagamos las paces.
 
Suelto un profundo suspiro. Lo mejor para todos sería que mandara a la porra este proyecto ahora mismo. Patrick se moriría del susto, pero da igual: haga una cosa o la otra, voy a acabar mal. Si continúo así, van a pillarme. Y entonces sí que va a poder follarme cuando le dé la gana. Estoy perdiendo el control. ¿Perdiendo el control? Me río para mis adentros. ¿He tenido el control en algún momento desde que este hombre guapísimo entró en mi vida como un elefante en una cacharrería?
 
—¿Qué te hace tanta gracia? —me pregunta muy serio.
 
Me tomo mi tiempo para pasar las páginas de la agenda con brusquedad.
 
—Mi vida —murmuro—. ¿En qué día te pongo?
 
—No quiero que me anotes a lápiz. El lápiz puede borrarse. —Lo dice con suavidad y confianza. Levanto la mirada de la agenda y veo un rotulador negro permanente ante mis narices—. Todos los días —añade tan tranquilo.
 
—¿Cómo que todos los días? ¡No seas idiota! —le suelto con una voz un pelín demasiado alta.
 
Me dedica una sonrisa arrebatadora y quita la capucha al rotulador. Se acerca, me roza la mano con los dedos y me arrebata la agenda. Me estremezco y me mira con cara de saber por qué. Busca la página de mañana y, con calma, traza una línea en el medio y escribe «Señor Jonas» en grandes letras negras. Pasa las del fin de semana.
 
—Los fines de semana ya eres mía —dice para sí.
 
¿Cómo? ¿Que soy qué? ¿Y eso quién lo dice?
 
Llega a la página del lunes y ve mi cita de las diez en punto con la señora Kent. Localiza una goma de borrar en mi bote de lápices y borra el apunte con cuidado. Me mira cuando se agacha para soplar los restos de la goma de la página. Está disfrutando, y yo continúo empotrada contra el respaldo de la silla mientras veo cómo me destroza la agenda de trabajo y al mismo tiempo intento evaluar hasta qué punto lo hace en serio. Me temo que lo hace muy en serio.
 
A continuación, traza una línea negra también en el lunes. ¿Qué está haciendo? Miro hacia la oficina y veo que mis compañeros se han cansado del espectáculo de Joe y ___ y se han concentrado en el trabajo.
 
—¿Qué haces? —le pregunto con calma.
 
Hace una pausa y me mira.
 
—Estoy anotando mis citas.
 
—¿No te basta con controlar mi vida social? —Me sorprende lo serena que suena mi voz. Me siento como si me hubiera atropellado un camión. Este hombre tiene una cara dura y una confianza en sí mismo sin igual—. Creía que no pedías citas para follarme.
 
—Vigila esa boca —me advierte—. Ya te lo he dicho antes, ___: haré lo que haga falta.
 
—¿Para qué? —Mi voz es apenas un susurro.
 
—Para mantenerte a mi lado.
 
¿Quiere mantenerme a su lado? ¿Qué? ¿Por el sexo o por algo más? No se lo pregunto.
 
—¿Y si no quiero que me mantengas a tu lado? —le pregunto.
 
—Pero es lo que quieres que haga, ___. Por eso me cuesta tanto entender que sigas resistiéndote a mí.
 
Vuelve a centrarse en mi agenda y en trazar una línea en todos los días del resto del año.
 
Cuando termina, la cierra y se pone de pie. Su autoconfianza no conoce fronteras. ¿Y cómo sabe que quiero que me mantenga a su lado? Tal vez no sea así. Jesús, estoy intentando engañarme a mí misma. Voy a tener que comprarme una agenda nueva. Me aplaudo mentalmente por guardar una copia de seguridad de mis citas en mi calendario online. Aunque es una medida cautelar por si pierdo la agenda, no por si me las borra un maníaco controlador e irracional.
 
—¿A qué hora sales de trabajar? —pregunta.
 
—A eso de las seis. —No puedo creerme que le haya contestado sin dudar ni un segundo.
 
—A eso de las seis —repite, y acerca la mano a mi mesa. ¿Quiere que le dé un apretón de manos? Estiro la mía, dejándole muy claro que no quiero que tiemble, y la coloco cuidadosamente en la suya. Un cosquilleo familiar recorre mi ser a toda velocidad cuando nuestras manos se tocan y sus dedos me rozan la muñeca mientras me acaricia el centro de la palma.
 
Levanto la cabeza para mirarlo.
 
—¿Lo ves? —susurra antes de apartarse, salir de mi despacho y recoger el sobre de la mesa de Sally antes de marcharse.
 
«¡Es increíble!» El corazón me convulsiona en el pecho y un sudor incómodo me empapa cuando me siento delante de la mesa y me abanico la cara como una posesa con el posavasos de la taza de café. ¿Cómo me hace las cosas que me hace? Tom me mira con los ojos muy abiertos y una expresión de «Guaaaaau» en la cara. Suelto una larga bocanada de aire desde el fondo de los pulmones para intentar regular mi corazón desbocado. ¿Quiere conservarme? ¿Qué? ¿Conservarme y controlarme, conservarme para quererme o conservarme para follarme? Ya me ha follado hasta hacerme perder la cabeza. Debe de haberlo conseguido, porque siempre vuelvo a por más. No, yo no vuelvo a por más. Él me hace volver a por más. ¿Me está forzando a volver a por más o soy yo la que vuelve por voluntad propia? Buf, ya no lo sé. Dios, ¡soy un puto desastre!
 
Guardo los dibujos de la Torre Vida antes de mirar mi agenda en el correo electrónico para poder volver a anotar mis citas en la de papel.
 
Estoy en un buen lío. Pero tiene toda la razón... Quiero que me conserve. Soy completamente adicta.
 

Lo necesito.
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 4 Icon_minitimeAbril 16th 2014, 10:15

Capítulo dedicado a albitahdejonass:$
Welcome Espero que te guste el capitulo
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 4 Icon_minitimeAbril 16th 2014, 11:58

ella es todo un lio, me tiene ya loca a mi tambien, esta tan intermitente todo el tiempo
que me marea
que locura
sin embargo me encantaaaa joe es tan controlador que me estresaaaaa jajajajja
siguelaaa
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 4 Icon_minitimeAbril 16th 2014, 14:23

ohhhhhhhhhhh muchas gracias por dedicarme el capítulo  Love! me ha gustado mucho!! vaya par de loquitos! cada capítulo hace que me enfade mas con Joe, eh  sarcasmo....aunque es imposible  baba jajajajjaja

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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 4 Icon_minitimeAbril 16th 2014, 14:24

ohhhhhhhhhhh muchas gracias por dedicarme el capítulo  Love! me ha gustado mucho!! vaya par de loquitos! cada capítulo hace que me enfade mas con Joe, eh  sarcasmo....aunque es imposible  baba jajajajjaja

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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 4 Icon_minitimeAbril 18th 2014, 11:26

Chicas, tristes noticias y buenas noticias. La triste es que como se dieron cuenta, estuve publicando muy seguido por que estaba de vacaciones pero este lunes regreso a la escuela y la rutina volvera a la de antes que solo podre subir por semana. Otra triste noticia es que esta novela esta por terminar ya que faltan 10 capitulos pero la buena es que ya estoy empezando a adaptar la segunda temporada. Ahora el capitulo...


Capítulo 28 Parte 1
 
Soy la última en salir de la oficina. Conecto la alarma, cierro la puerta detrás de mí y pego un salto cuando oigo el rugido de un motor potente y conocido. Me vuelvo y veo a Joe aparcando la moto en el bordillo. Suspiro y dejo caer los hombros. Ya ni siquiera sé si sigo enfadada. El agotamiento mental se ha apoderado de mí. Lo que sí sé es que doy gracias de que Patrick se haya marchado ya.
 
Se quita el casco, baja de la moto y se me acerca como si hubiera tenido el día más normal del mundo. Lo miro y me siento derrotada.
 
—¿Un buen día en la oficina? —pregunta.
 
Me quedo boquiabierta. Tiene la cara muy dura.
 
—La verdad es que no —contesto con el ceño fruncido y la voz rebosante de sarcasmo.
 
Me observa durante un rato mordiéndose el labio inferior y los engranajes de su mente se ponen en marcha. Espero que esté pensando en lo poco razonable que ha sido.
 
—¿Puedo hacer algo para que mejore? —pregunta mientras me acaricia el brazo con la palma de la mano hasta llegar a la mano y cogérmela.
 
—No lo sé. ¿Podrías?
 
—Seguro que sí. —Sonríe y agacho la cabeza—. Siempre lo hago, recuérdalo —dice con total confianza en sí mismo.
 
Siento un latigazo en el cuello cuando levanto la cabeza para mirarlo.
 
—¡Pero has sido tú el que me lo ha fastidiado!
 
Hace un mohín y deja caer la cabeza hacia abajo. Creo que se avergüenza.
 
—No puedo evitarlo. —Se encoge de hombros con un gesto de culpabilidad.
 
—¡Claro que puedes! —exclamo.
 
—No. Contigo, no puedo evitarlo —afirma con un tono que me indica que lo ha asumido. No obstante, yo no lo entenderé nunca—. Ven —dice.
 
Me guía hacia la moto y me entrega una gran bolsa de papel.
 
—¿Qué es? —pregunto, y miro el contenido.
 
—Te harán falta.
 
Mete la mano en la bolsa y saca ropa de cuero negro.
 
¡Uf, no!
 
—Joe, no voy a subirme en ese trasto.
 
Me ignora, desdobla los pantalones y se arrodilla delante de mí mientras los sujeta para que me los ponga. Me da un toquecito en el tobillo.
 
—Adentro.
 
—¡No!
 
Puede echarme un polvo para obligarme a entrar en razón o iniciar la cuenta atrás o lo que le dé la gana. No voy a hacerlo. De ninguna manera. Cuando hiele en el infierno. ¿Me ha fastidiado el día y ahora quiere matarme en esa trampa mortal?
 
Suelta un bufido de cansancio y se levanta.
 
—Escúchame, señorita. —Me coge la mejilla con la palma de la mano—. ¿De verdad crees que voy a permitir que te pase algo?
 
Lo miro a los ojos, que claramente intentan inspirarme confianza. No, no creo que vaya a permitir que me pase nada, pero ¿qué hay de los demás conductores? Servidora les importa un pimiento, ahí montada de paquete en la trampa mortal. Me caeré. Lo sé.
 
—Me dan miedo —confieso. Soy una miedosa.
 
Se inclina hasta que nuestras narices se rozan. Su aliento mentolado me tranquiliza.
 
—¿Confías en mí?
 
—Sí —respondo de inmediato. Le confiaría mi vida. Es mi cordura la que no le confiaría.
 
Asiente, me da un beso en la punta de la nariz y vuelve a arrodillarse delante de mí. Levanto el pie cuando me da un golpecito en el tobillo. El corazón se me acelera a causa de los nervios cuando me quita las bailarinas, me mete los pies en los pantalones, me los sube y los abrocha con un movimiento fluido. A continuación coge una cazadora entallada de cuero, me sujeta el bolso y me pone primero la chaqueta y luego unas botas.
 
—Quítate las horquillas del pelo —me ordena mientras mete mis bailarinas y mi nuevo vestido tabú en mi enorme bolso marrón. Me sorprende que no lo haya tirado al suelo y lo haya pisoteado.
 
Levanto los brazos y empiezo a quitármelas.
 
—¿Y tu ropa de cuero?
 
—No la necesito.
 
—¿Y eso? ¿Acaso eres indestructible?
 
Con el casco sobre mi cabeza, responde:
 
—No, señorita, auto destruible.
 
¿Eh?
 
—¿Eso qué significa?
 
—Nada. —Ignora mi pregunta y me pone el casco, cosa que me hace callar.
 
Empieza a ajustarme la tira del cuello y me hace sentir que me han metido la cabeza en un condón. Doblo el cuello a un lado y a otro y me levanta la visera.
 
—Deberías ponerte la vestimenta adecuada —lo reprendo—. A mí me haces llevarla.
 
—No voy a correr ningún riesgo contigo, ___. Además... —me da una palmada en el trasero—, estás para comerte. —Alarga la correa de mi bolso y me lo cuelga cruzado y a la espalda—. Cuando me haya montado, pon el pie izquierdo en el reposapiés lateral y pasa el derecho al otro lado, ¿vale?
 
Asiento y se pone el casco. Lo observo con admiración mientras pasa la pierna por encima de la moto, enciende el motor y endereza el vehículo entre sus poderosos muslos. Estoy cagada de miedo. Me mira. Yo sigo de pie sobre el asfalto. Me hace una señal con la cabeza para que me suba. No muy convencida, doy un paso adelante, apoyo una mano en su hombro y sigo sus instrucciones para subir pasando la pierna derecha por encima. No tardo en tener su cintura entre las piernas.
 
—Esto está muy alto.
 
Se vuelve.
 
—No pasa nada. Ahora cógete a mi cintura, pero no aprietes demasiado. Cuando me incline, inclínate conmigo con suavidad. Y no bajes los pies cuando frene, mantenlos en los reposapiés. ¿Entendido?
 
Asiento.
 
—Vale.
 
«Mierda, pero ¿qué estoy haciendo?»
 
—Bájate la visera —me ordena al tiempo que se coloca la suya.
 
Hago lo que me dice y me inclino hacia adelante; me abrazo a su pecho y aprieto las rodillas contra sus caderas. Me siento como un jinete de carreras. Tengo los nervios hechos polvo, pero a la vez noto cierta excitación en alguna parte.
 
Las vibraciones del motor me atraviesan cuando Joe lo arranca con los pies apoyados en la carretera. Luego, con suavidad y despacio, se une al tráfico. El corazón me golpea el pecho con fuerza y le aprieto las caderas con los muslos con demasiada intensidad. Me relajo un poco cuando empiezan a dolerme las piernas y los brazos. No ignoro el hecho de que está yendo con mucho cuidado porque me lleva de paquete, y eso hace que lo quiera un poco más. Frena un poco, toma las curvas con suavidad y, sin darme cuenta, sigo los movimientos de la moto de forma natural. Me encanta. Es toda una sorpresa. Siempre he odiado las motos.
 
Salimos de la ciudad. No tengo ni idea de adónde vamos, pero me da igual. Estoy rodeando con los brazos y las piernas a mi hombre de acero y el viento pasa a mi lado a toda velocidad. Estoy en éxtasis... hasta que reconozco la carretera que conduce a La Mansión. Mi gozo en un pozo. Después del día que he tenido, el colofón perfecto sería terminarlo con una ración de mi querida, morros hinchados. Me doy una charla mental preparatoria, me digo que he de estar por encima de sus celos, que son evidentes, y de su rencor. Aunque lo que más me gustaría saber es por qué se comporta así. ¿Habrá salido Joe con ella?
 
Las puertas de hierro de la entrada se abren cuando Joe sale de la carretera principal y se adentra en el camino de grava que lleva hacia La Mansión. Frena suavemente hasta que nos paramos.
 
Se levanta la visera.
 
—Hora de bajarse.
 
Paso la pierna por encima de la moto con bastante elegancia y aterrizo en la grava, al lado del vehículo. Joe baja la palanca y apaga el motor antes de bajarse con gran facilidad y de quitarse el casco. Se pasa las manos por el pelo castaño, aplastado por la fricción, y coloca el casco en el sillín antes de quitarme el mío. Me mira vacilante cuando descubre mi rostro. Le preocupa que no me haya gustado. Sonrío y me lanzo de un salto a sus brazos, le rodeo la cintura con las piernas y el cuello con los brazos.
 
Ríe.
 
—Ahí está esa sonrisa. ¿Te ha gustado?
 
Me sujeta con un brazo mientras deja mi casco junto al suyo. Luego me coge con las dos manos.
 
Me echo hacia atrás para verle bien la cara.
 
—Quiero una.
 
—¡Olvídalo! Ni en un millón de años. De ninguna manera. Nunca. —Niega con la cabeza, con expresión de terror—. Sólo puedes montar en moto conmigo.
 
—Me ha encantado. —Le abrazo el cuello con más fuerza y me pego de nuevo a él y a sus labios. Gime con aprobación cuando le abro la boca y le planto un beso profundo, húmedo y apasionado—. Gracias.
 
Me muerde el labio inferior.
 
—Hummm. De nada, nena.
 
He olvidado mis dudas. Cuando se porta así, supera con creces lo irracional que es, y esa manía de querer controlarlo todo. Es una locura.
 
—¿Por qué estamos aquí? —pregunto.
 
No puedo evitar la punzada de decepción que me provoca el hecho de que nuestro increíble paseo en moto haya acabado en La Mansión.
 
—Tengo algunas cosas que resolver. Puedes comer algo mientras estamos aquí. —Me deja en el suelo—. Luego iremos a mi casa, señorita.
 
Me aparta el pelo de la cara.
 
—No me he traído nada.
 
Necesito ir a casa y coger algunas cosas.
 
—Sam está aquí. Te ha traído ropa de casa de Kate.
 
Me coge de la mano y me lleva hacia La Mansión. ¿Sam ha traído mis cosas? Eso sí que es previsión. Por favor, dime que las ha empaquetado Kate. La imagen de la sonrisa picarona de Sam revolviendo en mi cajón de la ropa interior hace que me sonroje al instante.
 
Joe me conduce escaleras arriba, a través de las puertas y el recibidor. Esta noche hay animación. Se oyen risas procedentes del restaurante y del bar. Pasamos junto a ambos, directos hacia el despacho de Joe. Qué alivio. Evitar cierta lengua viperina ocupa un lugar privilegiado en mi lista de prioridades de la noche.
 
Dejamos atrás el salón de verano. Hay unos cuantos grupos de gente relajándose en los sofás mullidos, con bebidas en la mano. No se me pasa por alto que dejan de conversar en cuanto nos ven. Los hombres alzan las copas y las mujeres se atusan el pelo, ponen la espalda recta y dibujan una sonrisa estúpida en la cara. Pero esta última desaparece en cuanto sus miradas se clavan en mí, que voy detrás de él vestida de cuero y cogida de su mano. Siento que me están examinando de arriba abajo. Apuesto a que a las mujeres no les gusta La Mansión sólo por lo lujosas que son la casa y las habitaciones.
 
—Buenas tardes.
 
Joe saluda con la cabeza al pasar.
 
Un coro de saludos me inunda los oídos. Los hombres me regalan una sonrisa o me hacen un gesto con la cabeza, pero las mujeres me lanzan miradas de suspicacia. Me siento el enemigo público. ¿Qué problema tienen?
 
—Joe. —Oigo a John, el grandullón, arrastrar su nombre. Aparto la vista de las mujeres enfadadas, que me están dando un buen repaso, y lo veo acercarse a nosotros desde el despacho de Joe. Me saluda con una inclinación de cabeza y yo le devuelvo el saludo sin pensar. ¿En qué consiste exactamente su trabajo? Parece la mafia personificada.
 
—¿Algún problema? —pregunta Joe mientras me guía hacia el interior del despacho.
 
John nos sigue y cierra la puerta detrás de él.
 
—Un pequeño asunto en el salón comunitario, ya está resuelto. —Su voz es profunda y monótona—. A alguien se le fue de las manos. —Arrugo el ceño y miro a Joe. ¿Qué es un salón comunitario? Veo que éste sacude un poco la cabeza en dirección a John antes de lanzarme una mirada fugaz a mí—. Todo bien. Estaré en la suite de vigilancia.
 
Se da la vuelta y se marcha.
 
—¿Qué es un salón comunitario? —No puedo disimular el dejo de interés en mi voz. Nunca he oído hablar de algo así.
 
Me atrae hacia sí agarrándome por el cuello de la cazadora de cuero, me quita el bolso y toma posesión de mi boca. Hace que me olvide por completo de mi pregunta.
 
—Me gusta cómo te queda el cuero —musita mientras baja la cremallera de la cazadora, me la quita despacio y la tira al sofá—. Pero me encanta cómo te queda el encaje. —Me baja también la cremallera de los pantalones de cuero y me frota la nariz con la suya—. Siempre de encaje.
 
—Creía que tenías trabajo pendiente —susurro.
 
Me coge en brazos, me lleva a su mesa y me sienta en el borde. Me quita las botas y las tira al sofá antes de agacharse, agarrarse al borde del escritorio e inclinarse hasta que nuestras caras están a la misma altura.
 
Sus estanques cafés de deseo me penetran.
 
—Puede esperar. —Me rodea la cintura con el brazo y me echa hacia atrás sobre la mesa—. Me vuelves loco, señorita —dice, y desliza una mano hacia abajo para desabrocharme la camisa blanca sin moverse de entre mis piernas.
 
—Tú sí que me vuelves loca —suspiro arqueando la espalda cuando su caricia caliente me roza.
 
Me sonríe, misterioso.
 
—Entonces estamos hechos el uno para el otro.
 
Tira de las copas de mi sujetador hacia abajo, me pasa los pulgares por los pezones y unas ráfagas de placer infinitas me recorren el cuerpo.
 
Nuestras miradas se cruzan y se quedan ancladas la una a la otra.
 
—Es posible —concedo. Cómo me gustaría estar hecha para él.
 
—Nada de posible.
 
Se aferra a mi cintura y me levanta de la mesa. Tiene la boca hundida en mi garganta. Traza círculos con la lengua hasta llegar a mi barbilla. Enredo los dedos en su pelo suave y mis pulmones se vacían de felicidad. Perfecto. Estamos haciendo las paces.
 
La puerta de la oficina se abre y Joe me pega a su pecho para protegerme y, probablemente, para ocultarme.
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CristalJB_kjn
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 4 Icon_minitimeAbril 18th 2014, 13:42

omj!!! yo kiero mas novela si k siii
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 4 Icon_minitimeAbril 19th 2014, 11:07

Capítulo 28 Parte 2
—Ay, lo siento.
 
—¡Por el amor de Dios, Sarah! ¡Llama antes de entrar! —le grita.
 
Íntimamente, estoy encantada con el tono de voz que le dedica. Yo me encuentro medio desnuda y espatarrada sobre su mesa pero, gracias a Joe, no se me ve nada. No me suelta y se mueve lo justo para dedicarle a Sarah una mirada furibunda. La veo de reojo en la puerta. Lleva un vestido rojo a juego con sus labios y su expresión de disgusto es tan evidente como la operación de sus tetas.
 
—¿Al final has conseguido que se vista de cuero? —dice con una sonrisa traicionera, da media vuelta y se va.
 
Cierra de un portazo y Joe pone los ojos en blanco a causa de la frustración. No creo que nunca me haya caído tan mal una persona.
 
—¿Qué ha querido decir? —pregunto. Me siento como si fuera el blanco de una broma privada.
 
—Nada. No le hagas ni caso. Intenta hacerse la graciosa —murmura. Ya no está del mismo humor.
 
Pues yo no le veo la gracia por ninguna parte, pero su respuesta, busca y breve, hace que me lo piense dos veces antes de intentar seguir con el tema. Maldición. Quiero que termine lo que había empezado.
 
Me levanta de la mesa y me pone de pie. Me coloca las copas del sujetador sobre los senos, me abrocha la camisa y me quita los pantalones de cuero. Voy a parecer una arruga andante. Recoge mi bolso del suelo y me deja las bailarinas al lado de los pies para que me las ponga. Empiezo a meterme la camisa por dentro para intentar estar más presentable y observo a Joe mientras se sienta en su enorme sillón giratorio de cuero marrón. Está muy callado. Apoya los codos en los reposabrazos y se pone las puntas de los dedos ante los labios. Me mira atentamente mientras termino de arreglarme.
 
—¿Qué? —pregunto.
 
Parece pensativo. ¿A qué le estará dando vueltas?
 
—Nada. ¿Tienes hambre?
 
Me encojo de hombros.
 
—Más o menos.
 
Una sonrisa le curva las comisuras de los labios.
 
—Más o menos —repite—. El filete está muy bueno. ¿Te apetece?
 
Asiento. Sí, me apetecería un filete. Coge el teléfono del despacho y marca un par de números.
 
-___ va a tomar el filete. —Aprieta el auricular contra el hombro—. ¿Cómo te gusta?
 
—Al punto, por favor.
 
Vuelve a hablar por el auricular.
 
—Al punto, con patatas nuevas y una ensalada.
 
Me mira con las cejas levantadas.
 
Asiento otra vez.
 
—En mi despacho... y trae vino... Zinfandel. Eso es todo... Sí...
Gracias.
 
Cuelga y vuelve a marcar.
 
—John... Sí... Cuando quieras.
 
Cuelga y lo coge de nuevo.
 
—Sarah... Bien, no te preocupes. Tráeme los últimos datos de asistencia.
 
Cuelga otra vez.
 
—Siéntate. —Señala el sofá que hay junto a la ventana.
 
Vale, me está entrando de nuevo esa sensación de incomodidad, así que mi apetito desaparece a toda velocidad. Maldición, cómo odio venir aquí.
 
—Puedo irme si estás ocupado.
 
Frunce el ceño y me mira inquisitivo.
 
—No, siéntate.
 
Me acerco al sofá y me siento en el cuero suave y marrón. Es como si fuera una pieza de recambio: estoy rara e incómoda. Como no tengo nada más que hacer, observo a Joe hojear varios montones de papeles y firmar aquí y allá. Está absorto en su trabajo. De vez en cuando, levanta la vista y me dedica una sonrisa reconfortante que hace poco por aliviar mi desasosiego. Quiero irme.
 
Paso veinte minutos, más o menos, jugando con mis pulgares y deseando que se dé prisa, cuando llaman a la puerta y Joe le dice que pase a quienquiera que esté al otro lado. Pete entra con una bandeja y sigue la dirección que señala el bolígrafo de Joe, hacia mí.
 
—Gracias, Pete. —Sonrío cuando me coloca la bandeja delante y me da unos cubiertos envueltos en una servilleta de tela blanca.
 
—El placer es mío. ¿Me permite abrirle el vino?
 
—No —sacudo la cabeza—, yo me encargo.
 
Asiente y se marcha en silencio.
 
Levanto la tapa del plato y un aroma delicioso invade mis fosas nasales. Me ha hecho recuperar el apetito. Desenvuelvo el cuchillo y el tenedor y lo clavo en la ensalada, la más colorida que haya visto jamás: pimientos de todos los colores, cebolla roja y una docena de variedades de lechuga, todo bañado en aceite aromatizado. Podría comer sólo con esto. Es una maravilla.
 
Cruzo las piernas y me pongo la bandeja encima. Corto el filete y gimo de satisfacción cuando me meto el tenedor en la boca. La comida de La Mansión está muy bien.
 
—¿Está bueno?
 
Joe apoya la barbilla en mi hombro.
 
—Buenísimo —mascullo con el filete en la boca—. ¿Quieres probarlo?
 
Asiente y abre la boca. Corto un trozo de filete y lo llevo hacia mi hombro para que lo muerda.
 
—Hummmm, qué rico —dice mientras mastica.
 
—¿Más? —le pregunto. Abre los ojos, agradecido, así que le corto otro trozo y vuelvo a llevarlo hacia mi hombro. Me observa mientras envuelve el tenedor con los labios carnosos y retira lentamente el trozo de carne. No puedo evitar que una sonrisa me inunde la cara. Los ojos le brillan de placer y le cuesta no sonreír mientras come. Me aprieta los hombros con las manos y entierra la cara en mi nuca desde atrás.
 
Me da un mordisco juguetón en el cuello.
 
—Tú sabes mejor.
 
Mi sonrisa se torna más amplia en el momento en que se dedica a mordisquearme el cuello, gruñendo y acariciándome con la nariz a su gusto. Me río y levanto el hombro cuando me mordisquea la oreja y me estremezco entera. Provoca muchas reacciones extremas en mí: frustración extrema, deseo extremo y felicidad extrema, por citar sólo algunas. Este hombre sabe tocarme la fibra sensible, y lo hace realmente bien.
 
—Come —me dice, y me besa la sien con ternura. Empieza a trazarme círculos con el pulgar en lo alto de la espalda—. ¿Por qué estás tan tensa? —me pregunta.
 
Estiro el cuello en señal de agradecimiento. Estoy tensa porque me encuentro aquí, es la única razón. ¿Cómo puede una mujer hacerme sentir tan incómoda? Llaman a la puerta.
 
—¿Sí? —Sigue con mis hombros cuando entra Sarah.
 
Hablando del rey de Roma. La temperatura baja en picado en cuanto ve a Joe dándome un masaje en los hombros. Le cambia el color de la cara. Yo me doy cuenta, pero Joe no parece notar la frialdad de su presencia. Me tenso aún más y, de repente, me sorprendo deseando que Joe me quite las manos de encima. Nunca pensé que ansiaría algo así pero, ahora mismo, me siento una impostora, y la mirada gélida de Sarah hace que me revuelva, incómoda, en el asiento. El hecho de que esté aquí sentada, con las piernas cruzadas, tan campante en el sofá, con un filete en el regazo y don Divino haciéndome virguerías, no mejora las cosas.
 
—Los datos —murmura con el archivador en la mano y caminando como si tal cosa hacia la mesa de Joe para dejarlo delante de su silla. Se vuelve para observarnos y me lanza dagas con la mirada. Me detesta a más no poder.
 
—Gracias, Sarah. —Se inclina y me roza la mejilla con los labios, respira hondo y me suelta—. Tengo que trabajar, nena. Disfruta de la cena.
 
Sarah pone cara de asco durante un instante, antes de volver a colocarse la sonrisa falsa en los morros carnosos cuando Joe se vuelve hacia ella. Él se mete la mano en el bolsillo de los vaqueros.
 
—Transfiere cien mil a esta cuenta lo antes posible —le ordena entregándole un sobre.
 
—¿Cien mil? —pregunta Sarah. Mira el sobre.
 
—Sí. Ahora mismo, por favor.
 
La deja mirando el sobre y se sienta detrás de la mesa sin prestarle atención. Sarah está boquiabierta, pero él la ignora. Morritos calientes me lanza una mirada asesina. Y entonces me doy cuenta de que es el sobre que Sally le ha dado a Joe.
 
¿Cien mil? Es demasiado. Pero ¿de qué va? Me gustaría decir algo. ¿Debería decir algo? Me vuelvo hacia Sarah, que sigue mirándome de hito en hito, con los labios fruncidos. No la culpo. Sólo quiero esconderme debajo del sofá y morirme. ¿Cien mil? Jesús, ella ya piensa que voy detrás de él por su dinero.
 
—Eso es todo Sarah —la despacha Joe, y ella se da la vuelta para marcharse, pero no sin antes lanzarme una mirada furibunda.
 
Avanza despacio hacia la puerta y se topa con John en el umbral. Él la saluda con la cabeza, se aparta para dejarle paso y cierra la puerta detrás de ella. Me saluda y le sonrío antes de volver a picotear la ensalada y el filete. Sí, mi apetito se ha ido a paseo. Necesito hablar con Joe y preguntarle qué papel tiene esa mujer en su vida. ¿Y por qué me odia tanto? Dejo la bandeja en la mesita de café para servir un poco de vino, pero caigo en la cuenta de que Pete sólo ha traído una copa, así que voy al armario a coger un vaso pequeño para mí y vuelvo al sofá para servir el vino. Cuando dejo la copa en la mesa de Joe, John se calla y los dos miran primero a la copa y luego a mí.
 
Joe la coge y me la devuelve.
 
—Yo no quiero, gracias, nena —me sonríe—. Tengo que conducir.
 
—Ah. —Recojo el vaso—. Lo siento.
 
—Descuida, disfrútalo. Lo he pedido para ti.
 
Vuelvo a mi sitio en el sofá y cojo una revista llamada SuperBike. Es la única que hay, así que tendrá que bastarme.
 
Empiezo a hojearla y me sumerjo en los artículos sobre motos de MotoGP, y me emociono cuando encuentro una sección dedicada a los que van de pasajero en una moto de carrreras; los paquetes, que ahora ya sé cuál es el término adecuado. ¿La moto de Joe es de ésas? Leo las reglas para viajar de paquete y un artículo titulado «La seguridad es lo primero». Conseguiré que se ponga ropa de cuero aunque sea lo último que haga. Estoy concentrada en los detalles de los motores de cuatro cilindros, las clasificaciones por caballos de potencia y la próxima Feria de la Moto de Milán, cuando noto que unas manos cálidas me envuelven el cuello. Echo la cabeza atrás para ver a sus rasgos del revés.
 
Me bendice con su sonrisa arrebatadora.
 
—Había empezado algo, ¿verdad?
 
Se agacha y me posa los labios en la frente.
 
—¿Por qué no te has comprado la nueva 1198?
 
—Lo hice, pero prefiero la 1098.
 
—Pero ¿cuántas tienes?
 
—Doce.
 
—¿Doce? ¿Todas son supermotos?
 
Sonríe.
 
—Sí, ___, todas son supermotos. Venga, voy a llevarte a casa.
 
Dejo la revista en la mesita y empiezo a ponerme de pie.
 
—Deberías llevar ropa de cuero —lo presiono así como quien no quiere la cosa.
 
—Ya lo sé.
 
Me coge de la mano y me guía hacia la puerta.
 
—¿Y por qué no lo haces?
 
—Llevo moto desde... —Se para sin terminar la frase y me mira—. Desde hace muchos años.
 
—En algún momento tendrás que decirme cuántos años tienes.
 
Me mira, le lanzo una brillante sonrisa y, a cambio, él me regala otra.
 
—Tal vez —dice con calma.
 
Si hace muchos años que conduce motos, debería ser consciente de los peligros.
 
Caminamos por La Mansión y nos encontramos a Sam y a Drew en el bar. Parece ser que Sam no va a ver a Kate esta noche. Está como siempre, igual que Drew, con el traje negro y el pelo negro peinado a la perfección.
 
—¡Amigo mío! —lo saluda Sam—. ___, me encantan tus bragas de los dibujos animados de Little Miss. —Me entrega una bolsa de gimnasio que me resulta muy familiar.
 
Me muero, me muero, me muero. ¿Ha estado husmeando en mi cajón de la ropa interior? ¡Cabrón descarado! Noto que la cara me arde, miro a Joe y veo que la ira mana de todo su ser. ¡Ay, Sam!
 
—No tientes tu suerte, Sam —le advierte en un tono muy serio. La sonrisa del otro desaparece y levanta las manos en señal de sumisión.
 
Drew resopla mientras sacude la cabeza y deja la cerveza en la barra.
 
—Te pasas de la raya, Sam —dice. Está de acuerdo con la reacción de Joe al inapropiado comentario de su amigo.
 
—Vaya, lo siento —murmura aquél mientras me mira con una sonrisa que se le escapa involuntariamente.
 
Miro el bar. Está lleno. Hay mucha gente. Todos charlan, algunos saludan a Joe con la mano, pero ninguno se acerca. Siento que las mujeres me tienen la misma animadversión que las del salón de verano. Es como si se lo hubiera birlado. Ahora estoy segura de que el éxito del negocio se basa únicamente en el señor de La Mansión y en lo guapísimo que es.
 
—Me llevo a ___ a casa. —Joe me coge la bolsa del gimnasio—. ¿Mañana vas a correr? —le pregunta a Sam.
 
—No, quizá tenga algo entre manos. —Me sonríe.
 
Me pongo aún más roja. Nunca me acostumbraré a que sea tan directo y a sus comentarios subidos de tono. Sacudo la cabeza en dirección al cabrón descarado.
 
—¿Dónde está Kate? —pregunto. Debería llamarla.
 
—Tenía que hacer unas entregas. Estaba muy emocionada por llevarse a Margo Junior en su primera salida oficial. Me han plantado por una furgoneta rosa. —Da un trago a su cerveza—. Voy para allá cuando termine aquí.
 
—¿Cuando termines de qué? —pregunta Drew con una ceja arqueada.
 
—De follarte —le espeta Sam.
 
¿Cuando termine de qué, exactamente?
 
Joe tira de mí para sacarme del bar.
 
—Hasta la vista, chicos. ¡Di a Kate que ___ está conmigo! —grita por encima del hombro. Me despido con la mano libre mientras me arrastra fuera del bar. Ambos alzan las copas en señal de despedida. Los dos sonríen.
 
Joe me lleva a la salida de La Mansión y a su Aston Martin a un ritmo más bien alto. Me abre la puerta del copiloto para que entre.
 
—Quiero ir en moto —protesto. Estoy enganchada.
 
—Ahora mismo te quiero cubierta de encaje, no de cuero. Sube al coche. —Su mirada se ha vuelto pícara y prometedora. ¿En qué momento ha cambiado?
 
Subo al Aston Martin, aprieto los muslos y espero a que se siente a mi lado. Arranca el coche, lo saca marcha atrás y la grava sale despedida cuando el vehículo vuela por el camino hacia las puertas. Tiene una misión. Sé que se ha cabreado cuando Sarah nos ha interrumpido. Si llega a entrar unos minutos más tarde, le habría dado la bienvenida un primer plano perfecto del duro culo de Joe. ¿O se lo habrá visto ya? Vomito por dentro. Dios, espero que no. Miro el hermoso perfil del hombre que va sentado a mi lado, relajado mientras conduce. Me mira un instante antes de volver a centrarse en la carretera. Sé que está haciendo todo lo que puede para no sonreír.
 
—Cien mil libras es un adelanto mayúsculo —digo con frialdad.
 
—¿Lo es?
 
—Sabes que sí.
 
Lo miro, desafiante, y él lucha con una sonrisa que amenaza con inundar esa cara tan adorable que tiene.
 
—Te vendes demasiado barata.
 
—Debo de ser la puta más cara de la historia —contraataco, y veo que aprieta los labios en una línea recta.
 
—___, si vuelves a decir eso de ti...
 
—Era una broma.
 
—¿Ves que me esté riendo?
 
—Tengo otros clientes con los que tratar —lo informo con valentía. No puede esperar que dedique toda mi jornada laboral a su ampliación. O a él. Dudo que me deje trabajar en ella sin molestarme, y Patrick sospechará de todo el asunto si no estoy nunca en la oficina.
 
—Lo sé, pero yo soy un cliente especial. —Me da un apretón en la rodilla y observo su sonrisa maliciosa.
 
—¡Y tan especial! —Me río y me hace cosquillas en el hueco que se forma sobre la cadera.
 

Sube el volumen y Elbow me devuelve al respaldo del asiento mientras veo el mundo pasar. Ahora mismo estoy muy enamorada de él, que no es lo mismo que estar sólo enamorada de él. A pesar del lapso, ha resultado ser un bonito día.
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 4 Icon_minitimeAbril 19th 2014, 15:34

como terminara todo esto
y quien es sarah en su vida?
y por que dijo lo del cuero?
ayy y ella que no insistio en preguntarle si le dijo fue por algo tonta! u.u
siguela prontooo
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 4 Icon_minitimeAbril 20th 2014, 16:05

cuero  Cool jajajajajajjajajajjajajjajaaj muy buenos los capiiis!!! a mi también me tiene MUY enamorada Joe... jajajaj  juju pero, Sarah morros de pato...  sarcasmo siempre tiene que estar molestandoo!! juum

SIGUE SIGUE SIGUE!!


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Lady_Sara_JB
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 4 Icon_minitimeAbril 20th 2014, 19:53

Capítulo 29
 
Las puertas del Lusso se abren con suavidad y Joe entra con el coche y lo aparca con rapidez y precisión. No tarda ni un segundo en recogerme al lado de la portezuela y en arrastrarme a través del vestíbulo hacia el ascensor.
 
—Buenas noches, Clive —digo mientras Joe me hace pasar por delante de su puesto a toda velocidad y me mete en el ascensor del ático.
 
»¿Tienes prisa?
 
—Sí —me contesta con decisión mientras introduce el código. Las puertas del ascensor se cierran y me empuja con suavidad contra la pared de espejos.
 
»¡Me debes un polvo de disculpa! —ruge, y me ataca la boca.
 
¿Qué coño es un polvo de disculpa y por qué le debo uno? Puedo hacer una lista tan larga como mi brazo de todas las disculpas que me debe él a mí. No se me ocurre nada por lo que deba disculparme yo.
 
—¿Qué es un polvo de disculpa? —jadeo cuando me coloca la rodilla entre los muslos y acerca la boca a mi oído.
 
—Tiene que ver con tu boca.
 
Tiemblo cuando se aparta de mí y me deja hecha un saco de hormonas, jadeante y apoyada contra la pared para poder mantenerme en pie.
 
Retrocede hasta que su espalda choca contra la pared opuesta del ascensor. Me observa con atención bajo los párpados pesados de sus ojos, se quita la camiseta y empieza a desabrocharse los botones de la bragueta de los vaqueros. Entreabro la boca para que me entre aire en los pulmones y espero instrucciones. Soy una muñeca de trapo temblorosa. Él es la perfección hecha persona con sus marcados músculos que se tensan y relajan con cada movimiento.
 
Los vaqueros se abren y revelan su vello. Su erección cae sobre la palma de la mano que la estaba esperando. No lleva bóxeres. No hay barreras. Lo miro a los ojos, pero él tiene la vista baja; se está contemplando a sí mismo.
 
Mi mirada sigue a la suya y veo que dedica caricias largas y lentas a su excitación; la respiración se le va agitando más con cada una de ellas. Verlo tocarse me provoca un cosquilleo en la entrepierna y mi temperatura corporal se eleva. Ay, Dios, es más que perfecto. Le recorro el cuerpo con la mirada y encuentro la imagen más erótica que haya visto jamás. Tiene los músculos del abdomen tensos, los ojos llenos de lujuria y el labio inferior carnoso, entreabierto y húmedo. Ahora me está mirando, observándome atentamente desde el otro lado del ascensor.
 
—Ven aquí. —Su voz es grave y su mirada misteriosa. Me acerco lentamente a él—. De rodillas. —Estabilizo la respiración y, poco a poco, me arrodillo en el suelo delante de él. Le paso las manos por la parte delantera de las caderas prietas sin que nuestras miradas se separen. Me contempla sin dejar de acariciarse despacio. Este hombre que se masturba erguido ante mí me tiene completamente fascinada. Usa la mano libre para acariciarme el rostro mientras jadea un poco. Me da unos golpecitos en la mejilla con el dedo corazón—. Abre —ordena. Separo los labios y traslado las manos a la parte de atrás de sus piernas para agarrarme a sus muslos. Él me roza un lado de la cara en señal de aprobación y se coloca delante de mis labios—. Te la vas a meter hasta el fondo y me voy a correr en tu boca. —Me pasa la punta húmeda por el labio inferior y me apresuro a lamer con la lengua la perla de semen cremoso que se le escapa—. Y tú te lo vas a tragar.
 
El estómago me da un vuelco y la respiración se me queda atrapada en la garganta cuando se acerca y se introduce despacio en mi boca. Lo veo cerrar los ojos; aprieta la mandíbula con tanta fuerza que creo que va a estallarle una vena de la sien. Lo agarro con decisión de la parte de atrás de los muslos y tiro de él hacia mí.
 
—Jooooder —gruñe con los dientes apretados. Sigue teniendo una mano en la base, y eso evita que me la pueda meter entera. Me pone la otra en la nunca y se tensa. Respira con dificultad. Noto la presión que se aplica en la base, sin duda para evitar correrse de inmediato.
 
Momentos después, ha recuperado la compostura y retira la mano de la base, despacio, para colocarla en mi nuca junto a la otra. Suelta unas cuantas bocanadas de aire. Se está preparando mentalmente. Más me vale esmerarme.
 
Deslizo la boca hacia la punta y, con malicia, llevo una mano hasta la parte delantera de su muslo, se la meto entre las piernas y se la coloco bajo los huevos. Me sujeta la cabeza con más fuerza y lanza una letanía al techo. Le tiemblan las caderas. Le está costando mantener el control.
 
Con delicadeza, recorro con la punta del dedo, arriba y abajo, la costura de su escroto. Los ligamentos del cuello se le tensan al máximo. Lo estoy disfrutando. Está indefenso, vulnerable, y yo tengo el control. A pesar de sus exigencias iniciales, que si arrodíllate, que si abre la boca, está totalmente a mi merced. Es un buen cambio, y no se me pasa por alto el hecho de que quiero complacerlo.
 
Soy vagamente consciente de que se abren las puertas del ascensor, pero decido ignorarlas. Estoy absorta en lo que le estoy haciendo. Traslado la mano a la base del pene, se lo sujeto con firmeza y le paso la lengua por la punta para terminar con un beso suave al final. Veo que baja la cabeza en busca de mis ojos. Cuando los encuentra, empieza a dibujar círculos en mi pelo con las manos mientras yo se la lamo entera prestando especial atención a la parte de abajo y disfrutando enormemente cuando palpita varias veces y él deja escapar pequeños chorros de aire entre los dientes.
 
Me observa sin querer cerrar los ojos y decidido a ver lo que le estoy haciendo. Yo sigo recorriéndola arriba y abajo, presionando la punta de la lengua contra su hendidura cuando llego a la gruesa cabeza. Me lanza una de sus sonrisas arrebatadoras, pero se la borro de la cara y lo dejo sin aliento cuando vuelvo a ponerle la mano en la cara posterior del muslo y a empujarlo hacia mi boca.
 
—¡Jesús, ___! —ladra.
 
Me roza el velo del paladar y tengo que esforzarme para no vomitar a causa de la invasión. Parece tan gruesa en mi boca... Inicio la retirada, pero ahora es él quien me deja sin aliento al embestirme y dejarme sin respiración. Me enreda los dedos en el pelo cuando la saca lentamente y vuelve a meterla soltando un largo gemido de puro placer. Adiós a mis ilusiones de llevar la voz cantante. Sabe lo que quiere y cómo lo quiere. Una vez más, él tiene el poder.
 
—Joder, ___. Tienes una boca increíble. —Vuelve a embestirme mientras me sujeta con sus fuertes manos y me acaricia el pelo con calma al mismo tiempo—. He querido follártela desde la primera vez que te vi.
 
No estoy segura de si debería ofenderme o sentirme halagada por el comentario. Así que, en vez de pensarlo, saco los dientes y los arrastro por su piel tensa cuando se retira.
 
—¡Dios, ___. Métetela toda! —grita, y empuja de nuevo con fuerza—. Relaja la mandíbula.
 
Cierro los ojos y absorbo el asalto. Si no fuera tan excitante, sería bastante brutal. Es agresivo con su poder, pero tierno con las manos. Tiene el control absoluto.
 
Después de varios increíbles ataques más, siento que se hincha y que palpita en mi boca. Sé que está a punto. Una de sus manos se desplaza hasta la base del tronco, se retira un poco para apretársela con firmeza y se la acaricia arriba y abajo con ansia. Yo rodeo, lamo y absorbo el glande hinchado mientras él toma bocanadas de aire cortas y rápidas.
 
—¡En tu boca, ___! —me grita.
 
Envuelvo su erección con los labios y coloco una mano sobre la suya en el momento en que me derrama su semen caliente y cremoso en la boca. Lo recojo. No se escapa ni una gota. Trago con él todavía dentro de mí y miro hacia arriba. Ha echado la cabeza hacia atrás y grita al vacío; es un alarido grave de satisfacción. Aminora el ritmo de las embestidas de sus caderas, que adoptan un ritmo más perezoso, las últimas oleadas de su orgasmo. Lamo y chupo los restos de tensión. He saldado mi deuda.
 
Tiene el pecho agitado y me mira con los ojos cafés nublados. Se inclina para levantarme y sellar mis labios con un beso de agradecimiento absoluto.
 
—Eres asombrosa. Voy a quedarme contigo para siempre —me informa al tiempo que me cubre la cara de besos pequeños.
 
—Es bueno saberlo —respondo con sarcasmo.
 
—No intentes hacerte la ofendida conmigo, señorita. —Su frente descansa contra la mía—. Esta mañana me has dejado a dos velas —dice con calma.
 
Ah, me estoy disculpando por haberlo dejado con las ganas. Eso me cuadra, pero ¿me pagará ahora por todas sus transgresiones? Lo que acabo de hacer debería darme asco, pero no es así. Haría cualquier cosa por él.
 
Levanto los brazos y le apoyo las palmas de las manos en el pecho para disfrutar de sus tonificados pectorales.
 
—Pido disculpas —susurro, y me acerco para darle un beso en un pezón.
 
—Llevas encaje. —Me rodea con los brazos—. Me encanta cómo te queda.
 
Me levanta del suelo y automáticamente le rodeo la estrecha cintura con las piernas. Recoge mis bártulos y su camiseta del suelo y me saca en brazos del ascensor.
 
—¿Por qué encaje? —pregunto.
 
Siempre insiste en que lo lleve. Es otra de esas cosas que hago para complacerlo.
 
—No lo sé, pero póntelo siempre. Llaves, en el bolsillo de atrás.
 
Paso el brazo por debajo del suyo en busca del bolsillo y saco las llaves. Después, se vuelve para que pueda abrir la puerta. Entramos y la cierra de un puntapié en un segundo. Tira mis cosas al suelo y me lleva al piso de arriba. Podría acostumbrarme a esto. Me lleva de aquí para allá como si fuera poco más que una camiseta sobre sus hombros. Me siento como si no pesara nada, y completamente a salvo.
 
Me deja en el suelo.
 
—Ahora voy a llevarte a la cama —me susurra con dulzura.
 
De repente, los graves de Angel, de Massive Attack, me invaden los oídos. El cuerpo se me pone rígido. Es música para hacer el amor. Ardo cuando empieza a desnudarme, con su dulce mirada café clavada en la mía.
 
La versatilidad de este hombre me tiene pasmada. Tan pronto es un señor del sexo exigente y brutal como un amante tierno y gentil. Me gusta todo de él, cada una de sus facetas. Bueno, casi todas.
 
—¿Por qué intentas controlarme? —le pregunto. Es la única parte de él que me cuesta tolerar. Va más allá de la irracionalidad, pero no tengo quejas en el dormitorio.
 
Me baja la camisa por los hombros y la desliza brazos abajo.
 
—No lo sé —dice con el ceño fruncido. Su expresión de perplejidad me convence de que realmente no lo sabe, cosa que no me ayuda a entender por qué se comporta así conmigo. Sólo hace unas semanas que me conoce. Es de locos—. Me parece que es lo que tengo que hacer —me dice a modo de explicación, como si eso lo aclarase todo. Pero no es así para nada.
 
¡Sigo sin comprenderte, loco!
 
Me baja la cremallera de los pantalones y los arrastra por mis muslos. Me alza para quitármelos del todo y me deja de pie, en ropa interior, delante de él. Se levanta, da un paso atrás y me mira mientras se quita los zapatos y los vaqueros y los tira a un lado de un puntapié.
 
Se le ha puesto dura otra vez. Recorro su maravilloso cuerpo con expresión agradecida y termino la inspección en sus brillantes estanques cafés. Es como un experimento científico perfecto: la obra maestra de Dios, mi obra maestra. Quiero que sea sólo mío.
 
Alarga la mano y me baja las copas del sujetador, una detrás de la otra. Con el dorso de la mano, me roza los pezones, que se endurecen aún más. Tengo la respiración entrecortada cuando me mira.
 
—Me vuelves loco —dice con rostro inexpresivo. Quiero gritarle por ser tan insensible. No deja de repetirme lo mismo una y otra vez.
 
—No, tú sí que me vuelves loca. —Mi voz es apenas un susurro. Mentalmente, le suplico que admita que es demasiado exigente y muy controlador. No es posible que considere que su comportamiento es normal.
 
Esboza una sonrisa y le brillan los ojos.
 
—Loco —leo en sus labios.
 
Me levanta apoyándome en su pecho, me acuesta en la cama y se tumba sobre mí. Cuando su cuerpo cubre el mío por completo, baja la boca y sus labios me toman con adoración, entera, su lengua explora mi boca despacio.
 
«Dios mío. Te quiero.» Podría echarme a llorar en este momento. ¿Debería decirle lo que siento? ¿Por qué no puedo decirlo sin más? Después de la que me ha montado hoy, cualquiera pensaría que debo largarme, huir lo más rápido y lo más lejos que me sea posible. Pero no puedo. Simplemente no puedo.
 
Siento que me quita las bragas, mis pensamientos pierden toda coherencia cuando se sienta sobre sus talones y tira de mí hasta colocarme a horcajadas sobre su regazo. Mete la mano por debajo de los dos y coloca la erección en mi entrada.
 
—Échate hacia atrás y apóyate en las manos —me ordena con dulzura. Su voz es ronca y su mirada intensa. Me echo hacia atrás y su otro brazo me rodea la cintura para sujetarme.
 
Entra en mí despacio, exhalando, con la boca entreabierta y los labios húmedos. Gimo de puro deleite y placer cuando me llena del todo. Me tiemblan un poco los brazos y me aferro a su cintura con las piernas. Qué gusto da tenerlo dentro. Si me muriera ahora mismo, lo haría muy feliz. Su otra mano se une a la que me sujeta por la cintura. Tiene las manos tan grandes que casi la abarcan toda. Empieza a moverme las caderas en círculos lentos y profundos, me levanta despacio antes de volver a apretarme contra él, rotando. Sigue el ritmo de la música a la perfección. Joder, es muy bueno. Suspiro honda y profundamente por las exquisitas sensaciones que crea al levantarme y al bajarme en círculo. Sus caderas también siguen los movimientos sobre los que tiene todo el control.
 
—¿Dónde has estado toda mi vida, ___? —gime durante un círculo largo e intenso.
 
«¡En el colegio!» El pensamiento se ha colado en mi mente y me recuerda que no sé cuántos años tiene. Si se lo pregunto en la cumbre del placer, ¿me dirá la verdad? Estoy enamorada de un hombre y no tengo ni idea de qué edad tiene. Es ridículo.
 
Jadeo mientras me sube y me baja otra vez, el resplandor de una marea que se acerca lentamente empieza a cobrar fuerza. Me hipnotiza, su rostro ardiente de pasión me tiene completamente cautivada. Los músculos del pecho se mueven y guían mi cuerpo sobre el suyo. Me hace el amor despacio, con meticulosidad, y no me está ayudando, precisamente, con mis sentimientos hacia él. Soy adicta al Joe dulce igual que lo soy al Joe dominante. Estoy perdida.
 
Se pasa la lengua por el labio inferior y le brillan los ojos; la arruga de la frente se le marca sobre las cejas.
 
—Prométeme una cosa. —Su voz es suave, y mueve las caderas para trazar otro círculo que me nubla la mente.
 
Gimo. Se está aprovechando de mi estado de ensimismamiento para pedirme que haga promesas justo ahora. Aunque ha sido más una orden que una pregunta.
 
Lo observo, a ver qué me pide.
 
—Que vas a quedarte conmigo.
 
¿Cuándo? ¿Esta noche? ¿Para siempre? ¡Explícate, joder! Ahora ya no cabe duda de que no ha sido una pregunta sino una orden. Asiento porque vuelve a bajarme hacia él mientras masculla palabras incoherentes.
 
—Necesito que lo digas, ___. —Mueve las caderas y me penetra hasta lo más profundo de mi cuerpo.
 
—Dios. Me quedaré —exhalo mientras absorbo la abrasadora penetración. La voz me tiembla de placer y de emoción cuando la potente palpitación de mi núcleo se hace con el control y yo me estremezco entre sus manos.
 
—Vas a correrte —jadea.
 
—¡Sí!
 
—Dios, me encanta mirarte cuando estás así. Aguanta, pequeña. Aún no.
 
Mis brazos empiezan a ceder bajo mi peso. Joe traslada las manos al hueco que se forma entre mis omoplatos y me levanta para que estemos cara a cara. Grito cuando nuestros pechos chocan y la nueva postura hace que su penetración sea más profunda. Mis manos vuelan y se aferran a su espalda.
 
Busca en mis ojos.
 
—Eres tan bonita que dan ganas de llorar. Y eres toda mía. Bésame.
 
Obedezco y muevo las palmas de las manos para rodearle el apuesto rostro y acercar los labios a los suyos. Gime cuando le meto la lengua en la boca y sus embestidas se endurecen.
 
—Joe —suplico. Voy a correrme.
 
—Contrólalo, nena.
 
—No puedo —jadeo en su boca. No puedo resistir su invasión de mi mente y de mi cuerpo. Tenso los muslos a su alrededor y me deshago en mil pedazos encima de él. Grito, le atrapo el labio inferior entre los dientes y lo muerdo.
 
Él también lanza un grito, se pone de rodillas, coge impulso y me embiste con fuerza cuando llega el turno de su descarga. Me abraza contra su pecho y se derrama en mi interior. Una última y poderosa estocada. Chillo.
 
—Por Dios, ___, ¿qué voy a hacer contigo?
 
«Quédate conmigo para siempre, ¡por favor!»
 
Hunde la cara en mi cuello y mueve las caderas, despacio, hacia adelante y hacia atrás, para exprimir hasta la última gota de placer. Estoy mareada, la cabeza me da vueltas y su aliento tibio me roza la muñeca, el cuello y me llega hasta el pecho. Todos los músculos de mi interior se aferran a él mientras palpita dentro de mí. Tiembla. Tiembla de verdad. Lo rodeo con los brazos y lo aprieto fuerte contra mí.
 
—Estás temblando —susurro en su hombro.
 
—Me haces muy feliz.
 
¿Ah, sí?
 
—Pensaba que te volvía loco.
 
Se aparta y me mira a los ojos, con la frente brillante y sudorosa.
 
—Me vuelves loco de felicidad. —Me besa en la nariz y me aparta el pelo de la cara—. También me cabreas hasta volverme loco.
 
Me lanza una mirada acusadora. No sé por qué. Son él y su comportamiento neurótico y exigente los que hacen que se cabree hasta volverse loco, no yo.
 
—Te prefiero loco de felicidad. Das miedo cuando te vuelves loco de cabreo.
 
Tuerce los labios.
 
—Entonces deja de hacer cosas que me cabreen hasta volverme loco.
 
Lo miro. La mandíbula me llega al suelo. Pero me besa en los labios antes de que pueda plantarle cara y defenderme de su acusación. Este hombre está completamente chiflado, aparte de todo lo demás.
 
Vuelve a sentarse sobre los talones.
 
—Nunca te haría daño a propósito, ___. Lo sabes, ¿verdad?
 
La incertidumbre de su tono de voz es evidente. Me aparta un mechón de pelo rebelde de la cara.
 
Sí. Eso lo sé. Bueno, al menos en cuanto a lo físico. Es la parte emocional la que me tiene muerta de miedo, y el hecho de que haya añadido lo de «a propósito» es para preocuparse.
 
Miro a los ojos cafés confusos de este hombre tan bello.
 
—Lo sé —suspiro, aunque la verdad es que no estoy segura, y eso me asusta muchísimo.
 
Se recuesta y me lleva con él. Quedo tumbada sobre su pecho. Me echo a un lado para poder dibujar ochos sobre su estómago y me entretengo en su cicatriz.
 
Me provoca una curiosidad morbosa, es otro de los misterios de este hombre. No es una cicatriz quirúrgica, no es una punción y no es una laceración. Tiene un aspecto mucho más siniestro. La superficie es serpenteante, gruesa e irregular, como si alguien le hubiera clavado un cuchillo en la parte baja del estómago y lo hubiera arrastrado hasta el costado. Me estremezco. Creía que nadie podría sobrevivir a una herida así. Debió de perder muchísima sangre. ¿Y si trato de presionarlo preguntándole sobre ella?
 
—¿Has estado en el ejército? —digo con calma. Eso lo explicaría, y no le he preguntado por la cicatriz directamente.
 
Deja de acariciarme el pelo un instante.
 
—No —contesta. No me pregunta cómo se me ha ocurrido la idea. Sabe adónde quiero llegar—. Déjalo, ___ —dice con ese tono de voz que me hace sentir minúscula en el acto. Sí, no voy a discutir con ese tono de voz. No tengo ningunas ganas de estropear el momento.
 
—¿Por qué desapareciste? —pregunto con cierto recelo. Necesito saberlo.
 
—Ya te lo dije. Estaba fatal.
 
—¿Por qué? —insisto. Su respuesta no me aclara nada. Noto que se pone tenso debajo de mí.
 
—Despiertas ciertos sentimientos en mí —me responde con dulzura y creo que podría estar llegando a alguna parte.
 
—¿Qué clase de sentimientos?
 
«¡Toma!»
 
Suspira. He abusado de mi suerte.
 
—De todas las clases, ___. —Parece irritado.
 
—¿Eso es malo?
 
—Lo es cuando no sabes qué hacer con ellos. —Suelta una bocanada de aire larga y cansada.
 
Dejo de acariciarlo. ¿No sabe qué hacer con lo que siente y por eso intenta controlarme? ¿Y se supone que eso lo ayuda? ¿Toda clase de sentimientos? Este hombre habla en clave. ¿Qué significa y por qué parece que lo frustra tanto?
 
—Crees que te pertenezco. —Vuelvo a trazar círculos con el dedo.
 
—No. Sé que me perteneces.
 
—¿Cuándo llegaste a esa conclusión?
 
—Cuando me pasé cuatro días intentando sacarte de mi cabeza. —Todavía parece molesto, aunque estoy encantada con la noticia.
 
—¿No funcionó?
 
—Pues no. Me volví aún más loco. A dormir —me ordena.
 
—¿Qué hiciste para intentar sacarme de tu cabeza?
 
—Eso no importa. No funcionó y punto. A dormir.
 
Hago un mohín. Creo que le he extraído toda la información que está dispuesto a darme. ¿Aún más loco? No quiero ni saber lo que significa eso. ¿Toda clase de sentimientos? Creo que me gusta cómo suena eso.
 
Sigo dibujando con el dedo en su pecho mientras él me acaricia el pelo y me da un beso de vez en cuando. El silencio es cómodo y me pesan los párpados.
 
Me acurruco contra él, con la pierna sobre su muslo.
 
—Dime cuántos años tienes —musito contra su pecho.
 

—No —responde cortante. Arrugo el rostro, enfadada casi. Ni siquiera me ha dado una edad falsa. Me sumerjo en un limbo tranquilo y experimento toda clase de locuras.
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 4 Icon_minitimeAbril 20th 2014, 23:42

que incertidumbre a dnd iran a parar con joe y todos sus secretos
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 4 Icon_minitimeAbril 21st 2014, 06:18

Aclarame una cosa...en algun momento llega a decirle su edad?  Neutral porque si no se la llega a decir, me pego un tiro en la cabeza sarcasmo no, enserio, a mo este hombre me desquicia de una manera...que no sé si me encanta o me cabrea, o es una mezcla de las dos?
Sigue pordiiooooos!!!!!
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 4 Icon_minitimeAbril 21st 2014, 13:36

albitahdejonass:$ escribió:
Aclarame una cosa...en algun momento llega a decirle su edad?  Neutral porque si no se la llega a decir, me pego un tiro en la cabeza sarcasmo no, enserio, a mo este hombre me desquicia de una manera...que no sé si me encanta o me cabrea, o es una mezcla de las dos?
Sigue pordiiooooos!!!!!

albitahde jonass:$ Primero te aclaro, si hay un momento en el que dice su edad pero lamentablemente, no va a ser en este libro. Si no hasta el proximo, espero que no hagas algo de lo que pueda arrepentirte porque extrañare tus hermosos comentarios y lo segundo, creo que muchas de las chicas que hemos ido leyendo (me incluyo, porque mientras se lo adapto lo vuelvo a leer Very Happy ). Muchas veces quise matarlo y mas cuando Sarah aparece en los momentos...

Espero que haya aclarado tu pregunta y te gusten los proximos capitulos hasta el final... de esta temporada.
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MensajeTema: Re: Seduction (Joe y ___) ADAPTADA   Seduction (Joe y ___) ADAPTADA - Página 4 Icon_minitimeAbril 21st 2014, 13:45

Capítulo 30 Parte 1
 
Me despierto y me siento fría y vulnerable, y sé de inmediato por qué. ¿Dónde está? Me incorporo y me aparto el pelo de la cara. Joe se encuentra en el diván, agachado.
 
—¿Qué estás haciendo? —Tengo la voz ronca, de recién levantada.
 
Levanta la vista y me deslumbra con su sonrisa, reservada sólo para mujeres. ¿Cómo es que está tan despierto?
 
—Me voy a correr.
 
Vuelve a agacharse y me doy cuenta de que se está atando las zapatillas de deporte.
 
Cuando ha terminado, se pone de pie. Metro noventa de adorable músculo, aún más maravilloso con un pantalón de deporte corto y negro y una camiseta gris claro de tirantes. Me relamo y sonrío con admiración. Está sin afeitar. Me lo comería.
 
—Yo también estoy disfrutando con las vistas —dice contento.
 
Lo miro a los ojos y veo que me está mirando el pecho con una ceja levantada y una media sonrisa plasmada en la cara. Sigo su mirada y veo que las copas del sostén siguen bajo mis tetas. Las dejo como están y pongo los ojos en blanco.
 
—¿Qué hora es? —Siento una punzada de pánico y me da un vuelco el estómago.
 
—Las cinco.
 
Lo miro boquiabierta, con los ojos como platos, antes de dejarme caer otra vez sobre la cama. ¿Las cinco? Puedo dormir por lo menos una hora más. Me tapo la cabeza y cierro los ojos, pero sólo soy capaz de disfrutar de la oscuridad unos tres segundos antes de que Joe me destape y se coloque a unos centímetros de mi cara con una sonrisa traviesa en los labios. Lo abrazo e intento meterlo en la cama conmigo, pero se resiste y, antes de darme cuenta, estoy de pie.
 
—Tú también vienes —me informa, y me tapa los pechos con las copas del sujetador—. Venga. —Se da media vuelta y se dirige al cuarto de baño.
 
Resoplo indignada.
 
—De eso nada. —Seguro que se enfada. No me importa salir a correr, pero no a las cinco de la mañana—. Yo corro por las noches —le digo mientras me acuesto otra vez.
 
Me arrastro hasta el cabezal y me acurruco entre los almohadones; mi rincón favorito porque es el que más huele a agua fresca y menta. Me interrumpe de mala manera. Me coge del tobillo y tira de mí hacia los pies de la cama.
 
—¡Oye! —le grito. He conseguido llevarme una almohada conmigo—. Que yo no voy.
 
Se inclina, me arranca la almohada de entre los brazos y me mira mal.
 
—Sí que vienes. Las mañanas son mejores. Vístete.
 
Me da la vuelta y me propina un azote en el culo.
 
—No tengo aquí mis cosas de correr —le digo toda chulita justo cuando una bolsa de deporte aterriza en la cama. Qué presuntuoso. Quizá no me guste correr.
 
—Vi tus deportivas en tu cuarto. Están hechas polvo. Te fastidiarás las rodillas si sigues corriendo con ellas.
 
Se planta de brazos cruzados delante de mí, esperando a que me cambie.
 
Está rompiendo el alba. ¿Ni siquiera estoy despierta y quiere que me patee sudorosa y jadeante las calles de Londres antes de haber cumplido con mi jornada laboral?
 
«¡Siempre exigiendo!»
 
Suspira, se acerca a la bolsa de deporte y saca toda clase de artículos para correr. Me pasa un sujetador deportivo con una sonrisita. Qué tío, ha pensado en todo. Se lo arrebato de un tirón, me quito el sujetador de encaje y me pongo el que lleva el sistema de absorción de impacto. No tengo las tetas tan grandes como para tener que encorsetarlas. A continuación, me pasa unos pantalones cortos de correr —iguales a los suyos, pero para mujer— y una camiseta de tirantes rosa y ajustada. Me visto bajo su atenta mirada. No puedo creerme que me vaya a llevar a rastras a hacer ejercicio a estas horas.
 
—Siéntate. —Señala la cama. Suspiro hondo y me hundo en la cama—. Te estoy ignorando —gruñe tras arrodillarse delante de mí. Me levanta primero un pie y luego el otro, y me pone los calcetines transpirables para correr y unas deportivas Nike tirando a pijas y estilosas. Puede ignorarme todo lo que quiera. Estoy de morros y quiero que lo sepa.
 
Cuando acaba, me pone de pie, da un paso atrás y examina mi cuerpo embutido en ropa deportiva. Asiente en señal de aprobación. Sí, doy el pego, pero yo siempre me pongo mis pantalones de chándal y una camiseta grande. No quiero parecer mejor de lo que soy en realidad. Aunque tampoco se me da mal.
 
—¿Puedo usar tu cepillo de dientes? —pregunto cuando paso junto a él de camino al baño.
 
—Sírvete tú misma —me contesta, pero ya tengo el cepillo en la mano.
 
Después de cepillarme los dientes, me siento más alerta y más decidida a borrarle la expresión de satisfacción de la cara. Correré, aguantaré el ritmo y es posible que termine con unas cuantas sentadillas. Llevo tiempo intentando recuperar la costumbre, y me lo está poniendo en bandeja. Vuelvo al dormitorio, erguida y lista para correr.
 
—Venga, señorita. Vamos a empezar el día igual que queremos terminarlo. —Me coge de la mano y bajamos juntos la escalera.
 
—¡No pienso salir a correr otra vez hoy! —le espeto. Este hombre está loco de verdad.
 
Se ríe.
 
—No me refería a eso.
 
—Ah, ¿y a qué te referías?
 
Me lanza una sonrisa pícara y misteriosa.
 
—Quería decir sudorosos y sin aliento.
 
Trago saliva y me estremezco. Sé cómo preferiría sudar y quedarme sin aliento mañana, tarde y noche, y no implica tanta parafernalia.
 
—Esta noche no vamos a vernos —le recuerdo. Me aprieta la mano con más fuerza y gruñe un par de veces. Mi bolso está junto a la puerta—.Necesito una goma para el pelo.
 
Me suelta y va a la cocina mientras yo cojo la goma del bolso. Me hago una coleta y me arreglo los pantalones cortos. No tapan nada.
 
Necesito unas bragas. Rebusco en mi bolsa y veo las bragas de Little Miss, la cabezota.
 
¡No! Me sonrojo, me muero de la vergüenza. Sam se lo debió de haber pasado pipa escarbando entre mis cosas para encontrar estas bragas. No me las he puesto nunca. Mis padres me las regalaron en plan de broma y llevan años en el fondo de mi cajón de la ropa interior.
 
Me resigno a mi suerte: voy a sonrojarme cada vez que vea a Sam mientras siga formando parte de mi vida. Me quito los pantalones cortos para ponérmelas.
 
—¡Anda! Déjame verlas. —Me coge de las caderas y se agacha para verlas mejor—. ¿Puedes conseguir unas que digan «Little Miss vuelve loco a Joe»?
 
Pongo los ojos en blanco.
 
—No lo sé. ¿Puedes conseguir unas de «don Controlador Exigente»?—Me hunde los pulgares en mi punto débil y me doblo de la risa—. ¡Para!
 
—Vuelve a ponerte los pantalones cortos, señorita.
 
Me da una palmada en el trasero.
 
Me los pongo con una sonrisa de oreja a oreja. Hoy está de muy buen humor, aunque, de nuevo, soy yo la que cede.
 
Bajamos al vestíbulo y ahí está Clive, con la cabeza entre las manos.
 
—Buenos días, Clive —lo saluda Joe cuando pasamos por delante. Está muy despierto para ser tan temprano.
 
Clive dice algo entre dientes y nos saluda con la mano, distraído. Creo que no le ha pillado el truco al equipo.
 
Joe se detiene en el aparcamiento.
 
—Tienes que estirar —me dice. Me suelta de la mano y se lleva el tobillo al culo para estirar el muslo. Observo cómo se tensa bajo los pantalones de correr. Inclino la cabeza hacia un lado, más que feliz de quedarme donde estoy y verle hacer eso.
 
-___, tienes que estirar —me ordena.
 
Lo miro contrariada. No he estirado nunca —salvo cuando me desperezo en la cama— y nunca me ha pasado nada.
 
Ante la insistencia de su mirada, le doy la espalda y, en plan espectacular y muy lentamente, abro las piernas, flexiono el torso para tocarme los dedos gordos de los pies y le planto el culo en la cara.
 
—¡Ay! —Noto que me clava los dientes en la nalga y me da un azote. Me vuelvo y veo que está arqueando una ceja y parece molesto. Se toma muy en serio lo de correr, mientras que yo sólo corro unos cuantos kilómetros de vez en cuando para evitar que el vino y las tartas se me peguen a las caderas—. ¿Adónde vamos a correr? —pregunto. Lo imito y estiro muslos y gemelos.
 
—A los parques reales —responde.
 
Ah, eso puedo hacerlo. Son poco más de diez kilómetros y uno de mis circuitos habituales. No hay problema.
 
—¿Preparada? —pregunta.
 
Asiento y me acerco al coche de Joe. Él se dirige a la salida de peatones. Pero ¿qué hace?
 
—¿Adónde vas? —le grito.
 
—A correr —responde tan tranquilo.
 
¿Qué? No, no, no. Mi cerebro recién levantado acaba de entenderlo. Me va a hacer correr hasta los parques, efectuar todo el circuito y luego volver ¡No puedo! ¿Está intentando acabar conmigo? ¿Carreras en moto, visitas sorpresa a mi lugar de trabajo y ahora matarme a correr?
 
—Esto... ¿A cuánto están los parques? —Intento aparentar indiferencia, pero no sé si lo consigo.
 
—A siete kilómetros. —Los ojos le bailan de dicha.
 
¿Cómo? ¡Eso son veinticuatro kilómetros en total! No es posible que corra semejante distancia de forma habitual, es más de media maratón. Me atraganto e intento disimularlo con una tos, decidida a no darle la satisfacción de saber que esto me preocupa. Me coloco bien la camiseta y me acerco al chulito engreído, esa reencarnación de Adonis que tiene mi corazón hecho un lío.
 
Introduce el código.
 
—Es once, veintisiete, quince. —Me mira con una pequeña sonrisa—. Para que lo sepas.
 
Mantiene la puerta abierta para que pase.
 
—Nunca conseguiré memorizarlo —le digo al pasar junto a él y echar a correr hacia el Támesis. Lo conseguiré. Lo conseguiré. Me repito el mantra —y el código— una y otra vez. Llevo tres semanas sin correr, pero me niego a darle el gusto de pasarme por encima.
 
Me alcanza y corremos juntos unos metros. Tiene un cuerpo de escándalo. ¿Es que este hombre no hace nada mal? Corre como si su tronco fuera independiente de las extremidades inferiores, sus piernas transportan el torso largo y esbelto con facilidad. Estoy decidida a seguirle el ritmo, aunque va algo más rápido de lo que suelo ir yo.
 
Cojo el ritmo y corremos por la orilla del río en un cómodo silencio, mirándonos de vez en cuando. Joe tiene razón, correr por las mañanas es muy relajante. La ciudad no está a pleno gas, el tráfico está principalmente compuesto por furgonetas de reparto y no hay bocinas ni sirenas que me taladren los oídos. El aire también es sorprendentemente fresco y vivificante. Es posible que cambie mi hora de salir a correr.
 
Media hora más tarde, llegamos Saint James’s Park y seguimos por el cinturón verde a un ritmo constante. Me siento muy bien para haber corrido ya unos siete kilómetros. Levanto la vista para mirar a Joe, que saluda con la mano a todas las corredoras que pasan —sí, todas mujeres— y recibe amplias sonrisas. A mí me miran mal. Cuánta perdedora. Vuelvo a observarlo para ver su reacción, pero parece que no le afectan ni las mujeres ni la carrera. Probablemente esto no haya sido más que el calentamiento.
 
—¿Vas bien? —me pregunta con una media sonrisa.
 
No voy a hablar. Seguro que eso me rompe el ritmo y de momento lo estoy haciendo muy bien. Asiento y vuelvo a concentrarme en la acera y en obligar a mis músculos a seguir. Tengo algo que demostrar.
 
Mantenemos el paso, rodeamos Saint James’s Park y llegamos a Green Park. Vuelvo a mirarlo y sigue como si nada, como una rosa. Vale, yo empiezo a notarlo, y no sé si es el cansancio o el hecho de que el loco este vaya aumentando el ritmo, pero me esfuerzo por seguirlo. Debemos de llevar unos catorce kilómetros. No he corrido catorce kilómetros en mi vida. Si tuviera mi iPod aquí, me pondría mi canción de correr ahora mismo.
 
Llegamos a Piccadilly y me arden los pulmones, me cuesta mantener la respiración constante. Creo que me está dando una pájara. Nunca antes había corrido tanto como para que me diera una, pero empiezo a entender por qué la llaman así. Es como si no pudiera despegar los pies del suelo y me hundiera en arenas movedizas.
 
No debo rendirme.
 
Uf, no sirve de nada. Estoy agotada. Me salgo del camino y me interno en Green Park. Me desmorono sin miramientos sobre el césped, sudada y muerta de calor, con los brazos y las piernas extendidos mientras intento que el aire llegue a mis pobres pulmones. Me da igual haberme rendido. Lo he hecho lo mejor que he podido. El tío es un buen corredor.
 
Cierro los ojos y me concentro en respirar hondo. Voy a vomitar. Agradezco que el aire frío de la mañana invada mi cuerpo espatarrado, hasta que una mole de músculo se acerca a mí desde arriba y se lo traga todo. Abro los ojos y veo una mirada más café que los árboles que nos rodean.
 
—Nena, ¿te he agotado? —dice sonriente.
 
Jesús, es que ni siquiera está sudando. Yo, por mi parte, no puedo ni hablar. Me esfuerzo por respirar debajo de él, como la perdedora que soy, y le dejo que me llene la cara de besos. Debo de saber a rayos.
 
—Hummm, sexo y sudor.
 
Me lame la mejilla y me hace rodar por el suelo. Ahora estoy despatarrada sobre su estómago. Jadeo y resuello encima de él mientras me pasa la mano por la espalda sudorosa. Noto una presión en el pecho. ¿Se puede tener un infarto a los veintiséis años?
 
Cuando por fin consigo controlar la respiración, me apoyo en su pecho y me quedo a horcajadas sobre sus caderas, sentada en su cuerpo.
 
—Por favor, no me hagas volver a casa corriendo —le suplico.
 
Creo que me moriría. Se lleva las manos a la nuca y se apoya en ellas, tan a gusto. Se divierte con mi respiración trabajosa y mi cara sudada. Sus brazos tonificados parecen comestibles cuando los flexiona. Creo que podría reunir la energía justa para agacharme y darles un mordisco.
 
—Lo has hecho mejor de lo que esperaba —me dice con una ceja levantada.
 
—Prefiero el sexo soñoliento —gruño, y caigo sobre su pecho.
 
Me sujeta con el brazo.
 
—Yo también. —Dibuja círculos por mi espalda.
 
Vale. Hoy estoy enamorada de él de verdad y sólo son las seis y media de la mañana. Pero debería tener presente con el señor Joseph Jonas que todo puede cambiar, mucho y muy rápido. Puede que dentro de una hora lo haya desobedecido o no haya cedido en algo y entonces, de repente, me toque lidiar con don Controlador Exigente. Entonces empezará con la cuenta atrás o me echará un polvo para hacerme entrar en razón (me quedo con el polvo; paso de la cuenta atrás).
 
—Venga, señorita. No podemos pasarnos el día retozando en el césped, tienes que ir a trabajar.
 
Sí, es verdad, y estamos a kilómetros del Lusso. Estoy más cerca de casa de Kate que de la de Joe, pero mis cosas se encuentran en la de él, así que parece que tengo que seguir el camino más largo. Me levanto con dificultad de su pecho y me pongo de pie. Me flojean las piernas. Joe, cómo no, se levanta como un delfín surcando las aguas tranquilas del océano. Me pone mala.
 
Me pasa el brazo por los hombros y andamos hacia Piccadilly, paramos un taxi y nos subimos a él.
 
—¿Te habías traído dinero para un taxi? —le pregunto. ¿Sabía que no iba a poder conseguirlo?
 
No me contesta. Se limita a encogerse de hombros y a tirar de mí hasta que me tiene entre sus brazos.
 
Me siento un poco culpable por no haberle dejado hacer su recorrido habitual, pero sólo un poco. Estoy demasiado cansada como para preocuparme por eso.
 
Me arrastra, casi literalmente, por el vestíbulo del Lusso hasta el ascensor. Me siento como si llevara un mes despierta cuando, en realidad, no hace ni dos horas que me he levantado. No tengo ni idea de cómo voy a sobrevivir a lo que queda de día.
 
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