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 Tu de menta y yo de fresa. Joe & Tú [Adaptacion]

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~nazz~
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MensajeTema: Tu de menta y yo de fresa. Joe & Tú [Adaptacion]   Tu de menta y yo de fresa. Joe & Tú [Adaptacion] Icon_minitimeEnero 31st 2014, 21:10

Esta es una adaptación de un libro que me a encantado, espero les guste y sea de su agrado, la autora de este libro es Olivia Ardey


En este relato corto conocemos a _______, una mujer de 30 años, trabajadora, formal y responsable pero con miedo a formar una relación estable con otra persona. Mientras tanto, a Joe, su compañero de trabajo, le ocurre otro tanto de lo mismo, no quiere relaciones estables, no cree en ellas hasta que _______ se cruza en su camino y comienza a desear con ella todo lo que se había negado hasta ahora: matrimonio, hijos...
¿Será capaz Joe de conseguir que _______ se abra a una relación duradera o todo quedará en una bonita relación pero con fecha de caducidad?


Última edición por ~nazz~ el Febrero 6th 2014, 12:04, editado 1 vez
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MensajeTema: Re: Tu de menta y yo de fresa. Joe & Tú [Adaptacion]   Tu de menta y yo de fresa. Joe & Tú [Adaptacion] Icon_minitimeEnero 31st 2014, 21:29


Parte 1:


No había ni un alma.

A una hora tan temprana, la piscina climatizada del gimnasio Atalanta Sport estaba prácticamente desierta. Joe atravesó el corredor de los vestuarios, y tras cruzar las puertas batientes, de camino a las duchas trató de aclimatarse al denso ambiente cargado de cloro.

Ahogó un grito al recibir la descarga de agua fría y cerró el grifo. Con veinte segundos era más que suficiente para cumplir con el trámite exigido por la normativa.

Se colocó frente a la calle central, su preferida. La ventaja de poder elegir posición para nadar y el no tener que soportar una piscina atestada, compensaban el madrugón. Miró hacia su izquierda y en la calle uno estaba ella. Ese día se le había adelantado. Joe imaginó que ya llevaría la mitad de su rutina diaria; y como de costumbre al finalizar su tanda de veinte largos, desaparecería camino del vestuario.

La contempló mientras atravesaba la piscina con elegantes brazadas. Era una nadadora de estilo depurado; y con un magnífico cuerpo esculpido a golpe de ejercicio, reconoció con ojo masculino. Pero silenciosa y poco sociable, al menos con él. Llevaban así más de seis meses, sólo ellos dos utilizaban las instalaciones a las siete de la mañana. Y jamás cruzaban una palabra, si en alguna ocasión coincidían con la mirada, intercambiaban un obligado gesto de cortesía a modo de saludo. Sólo eso.

Joe se zambulló de cabeza y todo fue silencio. Se dejó llevar bajo el agua por la inercia, con ambos brazos a lo largo de los costados. Una vez en la superficie avanzó hasta completar el primer largo a estilo mariposa.

Tenía trabajo atrasado, por lo que transcurridos veinte minutos decidió salir del agua. Buceó para esquivar las tiras flotantes que delimitaban las calles; y casi en la escalerilla recibió un golpe seco en el hombro que lo desplazó medio metro.

Los dos emergieron de golpe y quedaron frente a frente retándose con un duelo de miradas furiosas.

—¿Cómo se te ocurre ponerte en medio? Casi me rompo el cuello —le espetó ella frotándose la frente.

—Disculpa —dijo con un falso tono amable cargado de acidez—. Te recuerdo que el que ha recibido el cabezazo he sido yo.

Ella se limitó a mirarlo de arriba abajo entornando los ojos, le dio la espalda y ascendió la escalerilla.
Joe frunció el ceño y fue tras ella. Se aupó de un salto a la playa de piscina y antes de alcanzarla la observó por detrás. Sí señor, un cuerpo excelente; atlético pero con unas curvas muy bien delineadas. Lástima que fuera tan arisca. En un par de zancadas se puso a su altura y cogiéndola por el brazo la obligó a frenar.

—Aún no he oído una palabra de disculpa —le recordó arrancándose el gorro de natación.

Ella se quedó mirándolo perpleja; sus ojos oscuros le lanzaban una mirada inquisitiva. Con el pelo negro revuelto por el que discurrían continuas gotas de agua hasta resbalar por su mentón sin afeitar, no tenía nada de cómico. Era muy atractivo, poderosamente atractivo.

Joe se dedicó a estudiarla también. No era una florecilla menuda y delicada; descalzos como estaban, debía medir sólo quince centímetros menos que él. Tenía las pestañas mojadas, lo que hacía destacar más sus ojos. Nunca había visto unos como aquellos, de un azul muy claro con el iris rodeado por un fino aro de un azul marino.

—¿Hasta para nadar usas lentillas de colores? —preguntó con media sonrisa burlona.

—¿Lentillas? Puedes comprobar por ti mismo que son de verdad —miró de soslayo su entrepierna antes de contraatacar—. ¿Hasta para nadar usas relleno?

Joe rió por lo bajo, la chica de los ojos azules tenía ganas de pelea.

—No querrás que te meta un dedo en el ojo para cerciorarme. Soy un caballero.
Ella chasqueó la lengua y con un movimiento tan rápido que lo dejó sin habla su mano le atenazó los testículos.

—Pero yo no soy una dama —advirtió con mucha calma.

Joe dio un respingo. Ella, lejos de aflojar, incrementó la presión con maldad.

—Tú ganas —alzó las manos en señal de rendición; era preferible no tentar a la suerte.

La chica por fin esbozó una brevísima sonrisa triunfal. Joe inclinó la cabeza con mucha lentitud sin dejar de observar aquellos ojos increíbles y notó cómo a ella se le aceleraba la respiración. Bajó la vista hasta su pecho agitado, los pezones destacaban como dos reclamos incitantes bajo la fina licra del bañador. Encantado, decidió prolongar un poco el deleite de desconcertarla y se acercó aún más; ella entreabrió los labios, podía sentir la calidez de su aliento.

—Suéltame —exigió a un centímetro de su boca.

La chica pareció darse cuenta en ese momento de que su mano aún le agarraba el paquete y la retiró como si quemara. Antes de alejarse, Joe la miró por encima del hombro y sonrió para sí, porque con una sola palabra había conseguido enfurecerla del todo.

*****

Camino de la oficina, Joe aminoró el paso frente a la cristalera de la cafetería. Escudriñó con disimulo en el interior y la localizó en la mesa del rincón, junto al ventanal. Había pasado ya una semana desde el incidente del cabezazo subacuático y cada día que pasaba estaba más intrigado. Ahora ya sabía que se llamaba _______; un nombre curioso. Llevaba días observándola desde que una mañana descubrió que, tras salir de la piscina, ella siempre acostumbraba a desayunar en aquella cafetería, a esas horas muy solitaria.

Durante la jornada laboral rara vez coincidían. Aunque trabajaban en la misma empresa, pertenecían a departamentos distintos. Él era jefe del equipo de actuarios y ella la responsable de diseño y mantenimiento del sitio web de la corporación.

Durante un par de segundos se fijó en cómo le sonreía con amabilidad al camarero; en ese momento tenía un aspecto muy diferente al que solía mostrar. Frente a su desayuno y con el bolígrafo en la mano, la veía más natural; como si no necesitara guardar las distancias. Cuando la vio concentrarse sobre su libreta de gusanillo, Joe se preguntó qué escribía en ella cada mañana con tanto empeño.

En bañador tenía un aspecto imponente, pero con ropa de calle, dejaba ver la melena castaña a la altura de los hombros que se ocultaba tras el gorro de baño. Su pelo color roble hacía destacar aún más sus ojos claros. Tuvo que reconocer que en las últimas semanas había hecho más visitas de las habituales a los creativos de la web. Improvisaba cualquier excusa sólo por verla a ella. Y comprobó que, entre aquel par de melenudos con los que compartía despacho, _______ destacaba como una orquídea en un manojo de cardos.

Ya había notado que en las fiestas de trabajo a ella no le costaba nada convertirse en el centro de atención en una empresa con mayoría masculina. En la celebrada el mes anterior con motivo de una jubilación, no hubo ni un momento en que no la viese con algún hombre revoloteando a su alrededor. Aunque se mostraba agradable y buena conversadora, parecía establecer un muro invisible en torno a ella. Le pareció que mantenía una actitud inaccesible por decisión propia. Cada vez se sentía más atraído por aquella mujer con su aspecto de trofeo inalcanzable.

Estuvo tentado de entrar y sentarse a su lado, no era la primera vez. Pero al instante desecho la idea y continuó su camino con intención de desayunar él solo dos manzanas más adelante. Nunca había tonteado con ninguna compañera de trabajo y además, tenía muy claro que en su vida no había espacio para una mujer.
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MensajeTema: Re: Tu de menta y yo de fresa. Joe & Tú [Adaptacion]   Tu de menta y yo de fresa. Joe & Tú [Adaptacion] Icon_minitimeFebrero 1st 2014, 15:09

wow 
q primer encuentro
jejeje
siguela
sta genial
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MensajeTema: Re: Tu de menta y yo de fresa. Joe & Tú [Adaptacion]   Tu de menta y yo de fresa. Joe & Tú [Adaptacion] Icon_minitimeFebrero 1st 2014, 18:58


Parte 2:


—Ojalá que no vengan —dijo Carlos por enésima vez—, así ganaremos.

_______ aguanto una vez las instructivas palabras de su nervioso vecinito. Ya sabía de sobra que si el equipo rival no se presentaba, les darían el partido por ganado a ellos. Y una vez más se maldijo a sí misma por tonta, por blanda, y por haberse dejado convencer por su vecina Carmen para que acompañara al niño al partido de baloncesto de la liga escolar. Precisamente un sábado por la mañana. Lo cierto es que Carmen se portaba fenomenal con ella, qué menos que corresponde con un favor. Su vecina estaba decidida a adentrarse esa misma mañana en el proceloso mundo de los centros comerciales en fin de semana. Y por primera vez en la vida había convencido a su marido para que le hiciera de escudero en aquella guerra.

—¡Menos mal! —exclamó Carlos—. Por ahí ya viene Andrés con su padre, ahora sí que estamos todos. Diez minutos más y, si no vienen los del Ausias March, ganamos por incomparecencia.

_______ lo miró divertida, aquella palabra sonaba demasiado rimbombante en la boca de un niño de siete años. Y al alzar la vista hacia el pequeño jugador que llegaba acompañado de su padre se quedó sin respiración. Joe Ferrán, su compañero de trabajo y piscina. Sabía que no estaba casado, por lo que no le imaginaba padre de un niño de esa edad.

Cuando llegaron hasta ellos, Joe la estudió con descaro y cuando llegó de nuevo a la altura de los ojos, le regaló una sonrisa sincera que a _______ le produjo un cosquilleo en la boca del estómago.

—No sabía que tenías un hijo —dijo él.

—No lo es —sonrió sorprendida ante su deducción—. Es hijo de mi vecina. Le he traído yo porque sus padres no podían venir. Tampoco yo imaginaba que tú tenías un hijo.

Estaba claro que lo era, porque el niño era una versión de su padre en tamaño infantil. Joe procedió a las presentaciones de rigor y justo en ese momento todos giraron la vista hacia la puerta del patio del colegio, porque hacía su entrada el equipo rival. Todas las esperanzas de los anfitriones de ganar sin jugar se fueron al traste.

Y para colmo el árbitro no se había presentado. Los dos entrenadores llegaron al acuerdo de celebrar el partido, siempre que surgiesen voluntarios para ejercer de árbitro y jueces de mesa. Joe se ofreció a arbitrar, no le apetecía nada que se suspendiera el encuentro y tener que añadir un sábado más a la liga escolar.

El padre de uno de los chicos del equipo visitante se ofreció como juez de mesa. _______ consideró que lo justo sería que en la mesa hubiera un representante de cada equipo; pero los padres de los anfitriones no parecían estar por la labor.

—Yo apunto —se ofreció ella al fin.

Joe la miró sorprendido, parecía tomarse muy en serio el juego. No era lo habitual, por lo general los acompañantes se mostraban eufóricos jaleando a los suyos, pero nada más.

Cuando _______ se acomodó en un pupitre junto al otro juez de mesa, contempló embobada a Joe. Con su altura superior al metro ochenta y cinco, parecía un gigante; porque escuchaba las instrucciones del entrenador acodado cómodamente en una de las canastas que habían bajado a una altura apropiada para los niños. Y en cuanto el otro juez reclamó su atención para indicarle qué debía anotar, _______ se obligó a borrar la sonrisa bobalicona que aún le bailaba en la boca.

No le costó nada cogerle el tranquillo a la labor de anotar, en cuanto supo qué significaban los gestos que Joe hacía con las manos. Aprendió que un puño y cuatro dedos quería decir diez más cuatro, es decir, que la falta había que anotársela al jugador que lucía el número catorce en el dorsal; con eso y cuatro cosillas más, se había convertido en una jueza de mesa experta. El partido, dada la juventud de los jugadores, se limitaba a cuatro tiempos de cinco minutos; y ya en el segundo tiempo _______ observó que el entrenador de su propio equipo parecía dominado por la madre de un tal Gonzalito. Tampoco le pasaron desapercibidos los improperios que ambos le dedicaban a Joe ante cualquier decisión arbitral. Hubo un momento en que las miradas gélidas de éste hacia el entrenador y la voluntariosa mamá le hicieron temer que la sangre quizá llegase al río esa mañana. Joe señaló en ese momento la quinta falta a uno de los jugadores locales y _______ lo llamó para que se acercara a la mesa.

—¿A ti qué te pasa? ¿Vas con los contrarios o qué? —le espetó ante el prudente mutismo del otro juez.

—Tú apunta y calla —dijo acercándose a ella con una mirada peligrosa—. No sirve de nada ganar si la victoria no es limpia.

Ella le sostuvo la mirada indignada por el tono tajante, pero no replicó. Como era de esperar, la decisión no fue bien recibida por el entrenador del equipo, que se adentró unos pasos en la cancha para protestar. Joe le ordenó que abandonara el terreno de juego, que en ese momento fue invadido por la mamá de Gonzalito. La mujer, con los brazos en jarras, le lanzó un discurso intimidatorio que Joe no llegó a escuchar. Cuando señaló falta técnica y les dio la espalda camino de la mesa arbitral, la aguerrida mamá aún seguía gritándole toda clase de insultos.

—Apunta una técnica al entrenador por enterado y a la rubia de bote por tocapelotas.

—Eso, tú sigue haciendo amigos —farfulló _______ con una mirada fúrica—. Si continúas cargando de faltas a los nuestros, el próximo sábado a ti y a mí nos recibirán a pedradas.
Joe apoyó ambas manos sobre el pupitre y se inclinó sobre ella con una mirada centelleante, lo único que le faltaba era escuchar sus quejas.

—¿Eso significa que vendrás el sábado que viene? —preguntó furioso a un centímetro de su cara.

—Puede que sí —respondió con los dientes apretados.

Durante diez segundos permanecieron frente a frente como dos perros de presa a punto de enzarzarse a dentelladas; los dos respiraban muy rápido y sus narices casi se rozaban.

—¿Comemos juntos después del partido? —aventuró al fin Joe; la pregunta resultaba chocante con una mirada tan asesina.

—Vale, pero pago yo —advirtió ella con ojos furiosos.

Él asintió con la cabeza y retornó a la cancha. _______, cerró los ojos. ¿Vale?, repitió. ¿Cómo que vale? Y para colmo exigiendo pagar. Idiota, idiota, idiotaaaaaaa. Miró de reojo a su compañero de mesa, el hombre a duras penas disimulaba la risa. Desde luego no podía culparlo, porque hasta a ella misma le resultaba ridículo su propio ataquito de orgullo.

*****

Una hora después, _______ guardaba su turno en la cola del McDonald’s tratando de no olvidar nada de lo que le habían encargado. Eso es lo que pasa por dejar que los niños elijan el restaurante.

Cuando estaba esperando el cambio, descubrió que Joe llegaba para ayudarla con las bandejas rebosantes. Y con cuidado de no derramar las bebidas, los dos se acercaron hasta la mesa donde les esperaban Carlos y Andrés. Lo primero que hicieron fue destapar las cajas de sus menús en busca del juguetito de regalo. Joe, amontonó las patatas de los niños en una bandeja y destapó el par de hamburguesas ante la atenta mirada de _______. Tras advertirles que debían comer antes de continuar con el juego, hizo lo propio con las patatas de ellos dos. A ella le encantó su iniciativa. Era una tontería, pero le pareció un gesto muy cómplice compartir su ración con él.

—¿Lo he hecho muy mal? —preguntó Joe dando un bocado a su hamburguesa—. Me refiero al arbitraje.

—En absoluto —aseguró _______ con sinceridad—, has sido justo.

—En el colegio no parecías opinar lo mismo.

—Será porque soy un poco tramposa —se excusó sonriente.

—Eso no te lo crees ni tú.

_______ se concentró en abrir un sobrecito de Ketchup porque la mirada de Joe la empezaba a poner nerviosa.

—Siempre vas a la piscina muy temprano. El resto de la empresa lo hace a la salida —comentó él.

Lo cierto es que la mayoría de los trabajadores de la zona acudían al Atalanta Sport. En realidad para muchos era un lugar donde establecer relaciones sociales más que para la actividad física.

—Fui un par de veces a nadar a partir de las tres pero dejé de hacerlo —le confesó ella—. Ya sabes, muchos van de caza y otros a ser cazados. Y no me gusta.

—A mí tampoco —aseguró—. Creo que debemos ser los únicos.

—Algo tenemos en común —reconoció _______ sonriente, él le devolvió la sonrisa—. No todo iba a ser discusiones entre nosotros.

—¿Discutir tú y yo? —preguntó con fingida inocencia, ella alzó las cejas—. Imaginaciones tuyas.

_______ observó un momento a los niños. En ese momento estaban enfrascados en una lucha entusiasta con los muñecos que les habían regalado. Un par de robots que levantaban los puños si se les apretaba un botón en la espalda; para colmo emitían unos rugidos que daban miedo. Cuando volvió la vista hacia Joe, notó que él la observaba fijamente.

—¿De dónde has sacado esos ojos? —preguntó bajando la voz.

—Son de nacimiento —respondió parpadeando un par de veces.

Joe emitió una risa grave que a _______ le erizó el vello de la nuca. Los dos se centraron en la bandeja y sus manos fueron al unísono a por la última patata. Al ver que sólo quedaba una, los dos retrocedieron de inmediato. Mientras que ambos insistían en que la cogiera el otro, una rápida mano infantil les arrebató la patata de la discordia. Y como los niños no son amigos de largas sobremesas, enseguida empezaron a impacientarse; con lo cual, los adultos decidieron dar por concluida la comida.

A la puerta del McDonald’s, Joe se despidió de Carlos con un apretón de manos muy masculino. El niño pareció hincharse de satisfacción. A _______ no le pasó por alto, por lo que también se despidió de Andrés estrechándole la mano. A sus siete años, ambos atravesaban la etapa en la que se sentían importantes al verse tratados como adultos.

—Ha sido muy divertido —dijo ella a modo de despedida extendiendo la mano—. Puede que me aficione a estas matinales de baloncesto.

Joe miró la mano que le tendía con una sonrisa y se inclinó sobre ella sorprendiéndola con un beso rápido en los labios.

—Yo ya hace tiempo que superé esa etapa —aseguró guiñándole un ojo.

A _______ aún le latía el corazón demasiado rápido mientras él cruzaba la calzada con su hijo de la mano.
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MensajeTema: Re: Tu de menta y yo de fresa. Joe & Tú [Adaptacion]   Tu de menta y yo de fresa. Joe & Tú [Adaptacion] Icon_minitimeFebrero 1st 2014, 21:29

MUE.RO JOE ME roba un beso y quedo petrificada
siguela pleasee
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MensajeTema: Re: Tu de menta y yo de fresa. Joe & Tú [Adaptacion]   Tu de menta y yo de fresa. Joe & Tú [Adaptacion] Icon_minitimeFebrero 1st 2014, 21:39

orale...
sta genial
me encanta joe
siguela
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MensajeTema: Re: Tu de menta y yo de fresa. Joe & Tú [Adaptacion]   Tu de menta y yo de fresa. Joe & Tú [Adaptacion] Icon_minitimeFebrero 2nd 2014, 22:02

Parte 3:

En cuanto salió a la calle, _______ se llevó una mano a los ojos para protegerse de aquella claridad cegadora. Con la otra rebuscaba en su bolso en un intento inútil de localizar a la primera las gafas de sol. Era una espléndida mañana de primavera, el sol lucía radiante y una envolvente calidez invitaba a callejear.

Para _______ el día no podía empezar peor.

Arrastró su mala cara hasta la parada del autobús, harta de un trabajo tan abrumador como rutinario. Y su vida social, que podría parecer magnífica a los ojos de los demás, en realidad se limitaba a relaciones superficiales. Tampoco buscaba ni esperaba más. O sí; por eso había convertido el taller de poesía en su refugio.

—¿Hace mucho que esperas? —le preguntó un chico con aspecto de estudiante.

—Un rato —respondió con sequedad.

Se hacía tarde, el autobús no llegaba y le molestó el tuteo. Para colmo, la parada comenzó a poblarse de una insoportable multitud que pretendía apaciguar su impaciencia compartiéndola con el resto. Con fastidio observó el Audi nuevecito que se detenía justo en la parada. Otro amo de la calle acostumbrado a invadir el carril bus.

—Sube —_______ tardó un par de segundos en comprender que se dirigía a ella—. Vamos sube.

Joe, con su mejor sonrisa la apremiaba a través de la ventanilla del copiloto. No lo dudó y se acomodó en el coche escoltada por un montón de miradas envidiosas.

—Llegas tarde —comentó mirándola por un momento.

—Llegamos tarde —puntualizó _______ al tiempo que se abrochaba el cinturón de seguridad—. Ha sido una suerte que pasaras.

Joe apuntó una sonrisa sin dejar de prestar atención al denso tráfico.

—¿Siempre te levantas con un humor de perros? —preguntó él con cautela.

—Casi siempre —respondió a la defensiva.

—Yo también —se encogió de hombros—. Otra cosa que tenemos en común. Por otra parte no es nada original; me parece que los dos somos bastante previsibles — sonrió y la miró de soslayo—. Apuesto a que nunca te has saltado una clase.

Aquello consiguió disipar su mal humor y Joe respiró satisfecho. Atravesaron la calle Navarro Reverter hasta la plaza de América.

—Nunca —confirmó _______ sonriente—. Tú tampoco pareces de los que se saltaban las clases.

Continuaron por el margen del río y tras cruzar el puente de Aragón, ella se sorprendió al ver que se adentraban en la avenida del Puerto, justo en dirección contraria al trabajo.

—Tienes razón —dijo Joe retomando la conversación—. Y creo que ya va siendo hora.

Detuvo el coche y con toda naturalidad, llamó desde su teléfono a la empresa fingiendo un problema acuciante que le impedía acudir al trabajo.

—Te toca —anunció tendiéndole el teléfono a _______.

—¡No puedo hacer algo así!

—Sí puedes —rebatió—. Yo acabo de hacerlo.

—Tú eres jefe y yo el último mono de la empresa.

—Como mucho soy el penúltimo mono —la corrigió—, te recuerdo que la corporación no es mía. Vamos —insistió con cara de apremio.

_______ dudó durante unos segundos hasta que al fin sacó su propio teléfono del enorme bolso.

—No puedo hablar desde el tuyo —le explicó pulsando el número, avergonzada por lo que estaba a punto de hacer—. Lo reconocerían por el identificador de llamadas.

Joe tuvo que contener una carcajada al verla tan concentrada de cara a la ventanilla, mientras improvisaba una excusa disparatada. Cuando guardó el teléfono, tenía las mejillas ardiendo.

—Lo has hecho muy bien —la tranquilizó con una mirada cómplice, acariciándole el pómulo con un nudillo—. Ahora espérame aquí y vigila para que no me pongan una multa.

Apenas oyó el portazo, _______ sacó la cabeza por la ventanilla.

—Pero… ¡aquí el coche está fatal! —protestó angustiada; él giró desde la puerta de una juguetería—. ¿Qué le digo al guardia si viene?

—Invéntate algo —zanjó desapareciendo puertas adentro.

_______ se dedicó a mirar hacia todos lados a la espera de que en cualquier momento apareciese uno de los terroríficos justicieros de la guardia pretoriana de la alcaldesa, que patrullaban las calles libreta en mano. Pero al instante, Joe ya estaba de vuelta y de nuevo enfilaban la avenida en dirección al mar. Una vez en la playa, estacionó en la puerta de La Pepica y, cómo no, los gorrillas acudieron como moscas. Joe intercambió una palabras con el afortunado, exigiendo que vigilara bien el coche y el hombre casi les hace una reverencia al ver que depositaba en su mano nada menos que tres euros.

Atravesaron el restaurante y Joe se detuvo frente a los fogones.

—¿Paella de gamba pelada o arroz a banda? —preguntó girando hacia _______.

—Paella.

Joe aplaudió mentalmente; el all i oli era del todo incompatible con los besos, y él hacía días que cruzaba los dedos. Reservó mesa para las dos y tirando de la mano de _______, la llevó hasta la puerta que daba al paseo marítimo. Ella no imaginaba qué la bolsa de la juguetería que Joe portaba en la otra mano tenía mucho que ver con su idea para ocupar una mañana de escapada. Y aún se sorprendió más cuando lo vio adentrarse en la arena con los zapatos puestos; se encogió de hombros ya que no le quedaba otro remedio que correr tras él, con tacones y todo.

—Espero que tengas una buena excusa para esto —dijo sin poder aguantar la risa; los tacones se le hundían sin remedio.

Él con su traje y ella con su elegante conjunto de pantalón se habían convertido en el centro de las miradas de una multitud de jubilados madrugadores que poblaba la playa a esas horas.

—¿Has volado alguna vez una cometa? —le preguntó mirándola de reojo mientras se deshacía del envoltorio junto a una papelera.

—De pequeña lo intenté un montón de veces, pero nunca lo logré —confesó—. En los campos de naranjos por lo visto no suben.

—Claro que no —argumentó con tono experto—. Hay que volarlas en espacios abiertos y el mejor sitio es la playa —ella lo miró divertida por lo didáctico que se había puesto, pero él continuó sin inmutarse—. Por la brisa, ya sabes.

—Así que eres un chico de playa.

El se limitó a responder con una sonrisa y con un movimiento que a _______ le pareció medio imposible por lo sencillo y lo certero, elevó la cometa como si acostumbrara a hacerlo todos los días. Le entregó el carrete a ella y se encargó durante un rato de darle las explicaciones precisas para que aflojara hilo o tirara de él, según la fuerza del viento. _______ disfrutó como nunca de su bautismo en el mundo de las cometas; de las que vuelan de verdad y no se estrellan contra el suelo.

—Me encanta ver cómo disfrutas de nuestra mañana de libertad —dijo él mientras la observaba de brazos cruzados.

—¿Como esas dos de ahí? —_______ señaló con una sonrisa soñadora hacia la orilla.

Joe giró la cabeza, un par de gaviotas se entretenían devorando los restos de un pez muerto arrastrado por la marea.

—Siento fastidiar tu fantástica metáfora visual, pero esos bichos cuando no pescan, sólo comen carroña y son felices viviendo entre basura.

—Eres la mar de romántico —protestó sacudiendo la cabeza.

—Me parece que tú ya lo eres por los dos ¿o no? —ella se lo confirmó con una sonrisa.

Cansado de mirar al cielo, Joe cogió a _______ por los hombros, mientras ella se afanaba en no dejar escapar la cometa, y se la llevó hasta la orilla.

—Déjame tu bolso —pidió sopesándolo. Tal como imaginaba; a ojo calculó como media tonelada —. Perfecto, esto nos servirá para anclarla.

Se sentó con las piernas cruzadas de cara al mar y anudó el hilo a las asas del maxibolso; miró hacia arriba pero ella parecía extrañada de verlo sentado en la arena con una ropa tan formal. Él alzó las palmas de las manos preguntándole en silencio a qué esperaba para sentarse a su lado.

—Quién iba a imaginarte así, con lo pijo que eres —dijo dándole una patadita en uno de sus caros zapatos Todd’s.

—¿Pijo yo? Eso es que no me conoces —dijo dándole un afectuoso empujón con el hombro.

Tenía toda la razón, apenas se conocían; y descubrió que le encantaba cada detalle nuevo que descubría en él. Durante unos minutos permanecieron en silencio contemplando el mar; _______ cerró los ojos y se dedicó a escuchar el murmullo de las olas al romper contra la arena.

—Hoy pago yo —anunció Joe mirándola de pronto.

—Por supuesto, para eso eres jefe y ganas más —sonrió con los ojos cerrados.

—Lo tuyo es una fijación —protestó tirándole del pelo, ella abrió los ojos sorprendida—. Además ¿por qué piensas que yo cobro más que tú?

—Muy sencillo —respondió mirándolo a los ojos—. Porque tú tienes un Audi y yo un bonobús.

Con un movimiento rápido, Joe la tumbó en la arena inmovilizándola con ambos brazos; _______ no supo reaccionar y se quedó mirándolo con los ojos muy abiertos.

—Mentirosa —dijo acercándose mucho a ella—. Confiesa que también tienes coche.

—Sí —reconoció con una vocecilla ahogada—. Pero muy pequeño.

—Y qué también eres jefa —ella frunció el ceño sin entender a qué se refería—. Sí, de ese par de bichos raros que trabajan contigo.

—Son compañeros —él entornó los ojos y empezó a hacerle cosquillas—. Sí, sí, sí… lo confieso… tú ganas.

Muy satisfecho, la ayudó a incorporarse y con gentileza le sacudió toda la arena de la espalda y del pelo; al final su brazo acabó descansando sobre los hombros de ella y ya no se movió de allí. _______ se acomodó junto a él sonriendo con disimulo, ya que la jugada le pareció un truco de adolescente. Además, tenía como una burbujita en el corazón desde que había detectado en sus palabras un fondo de celos.

—Me sorprendió mucho saber que tienes un hijo —dijo ella con la vista fija en el par de gaviotas que emprendían el vuelo—. Quise decírtelo el otro día pero no me atreví; creo que eres un padre excelente.

—Hago todo lo posible —reconoció un tanto incómodo—. Y Andrés lo lleva bastante bien, dadas las circunstancias.

—¿No encajó bien el divorcio?

Joe la tomó por la barbilla obligándola a mirarlo a los ojos.

—Nunca he estado casado —ella no preguntó, pero él adivinó en su mirada que quería saberlo todo—. Fue el fruto de una noche de fiesta, un descuido y muchas copas de más… una inconsciencia propia de críos, no de dos adultos. Pero son cosas que pasan. De todos modos, no te hagas una idea equivocada; jamás lo he considerado un error.

—¿En ningún momento os planteasteis casaros por el niño?

—No, habría sido un desastre —ella lo escuchaba con atención—. No nos conocíamos de nada, de hecho seguimos siendo casi unos desconocidos; la aprecio y respeto porque es la madre de mi hijo, pero ni siquiera somos amigos. Y cuando se quedó embarazada, ni yo la quería a ella ni ella a mí. Era una unión abocada al fracaso de antemano. Ella sí se casó al poco tiempo. Su marido quiere mucho a Andrés; pero las cosas se han complicado un poco. Su madre acaba de tener gemelos, imagino que estará abrumada. Y mi hijo se siente un tanto desubicado, eso es todo.

—Ya no es el rey de la casa —comprendió _______.

—En casa de su madre no, en la mía sí lo es —añadió.

—Me parece admirable tu actitud, otro en tu lugar habría escurrido el bulto.

—No hay nada de admirable. Es mi hijo e hice lo que debía.

—Cierra los ojos —él la miró sin parpadear antes de obedecer. Ella le tomó la cara entre las manos y lo besó con ternura—. Necesitaba hacerlo —confesó bajando la voz.

—No los cierres, _______ —dijo acercándola más a él—. Porque cuando me miras así me haces sentir el hombre más importante del mundo.

Sus bocas se encontraron y Joe por fin disfrutó de ella como había soñado. _______ lo exploró, lo saboreó, jugó a danzar con su lengua una y otra vez. Los dos hicieron y se dejaron hacer, probaron y se ofrecieron al otro.

Algunos curiosos no dejaban de preguntarse quién sería aquella pareja tan bien vestida que se comía a besos en la arena mientras, sobre ellos, una cometa de colores bailaba en el cielo.
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MensajeTema: Re: Tu de menta y yo de fresa. Joe & Tú [Adaptacion]   Tu de menta y yo de fresa. Joe & Tú [Adaptacion] Icon_minitimeFebrero 3rd 2014, 14:19

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MensajeTema: Re: Tu de menta y yo de fresa. Joe & Tú [Adaptacion]   Tu de menta y yo de fresa. Joe & Tú [Adaptacion] Icon_minitimeFebrero 3rd 2014, 18:19


Parte 4:


Tras casi una hora dando vueltas en busca de aparcamiento, Joe accionó con alivio el mando para cerrar las puertas del coche. No conocía a nadie que viviera tan al centro de la ciudad. Rodeó la manzana y, frente al portal donde vivía _______, se pasó la botella a la otra mano para pulsar el timbre. Respiró satisfecho al oír su voz, ya que aquello era una visita sorpresa y a una hora intempestiva.

Pero por el tono dedujo que algo no andaba bien. Apartó de un manotazo mental la idea de que tal vez podría estar acompañada. Llevaban más de un mes viéndose a diario, en el trabajo y fuera de él. Incluso desayunaban juntos cada día a la salida del gimnasio. No era nada serio; en su vida una mujer no tenía cabida, se repitió una vez más. Pero en el fondo sentía que la compañía, las miradas, las sonrisas de _______ le pertenecían en exclusiva.

Cuando salió del ascensor, se quedó helado al verla en pijama con la cabeza apoyada en el quicio de la puerta.

—No me has dicho que tenías intención de venir —dijo con un tono nasal.

Muy preocupado se colocó en dos zancadas frente a ella y le acarició la nuca con la mano libre.

—Has estado llorando.

—¿Tanto se me nota? —dijo bajando la vista.

—Tienes los ojos como dos tomates maduros.

_______ empezó a sacudir los hombros y comenzó a llorar de nuevo con la mejilla apoyada en su hombro. Él la rodeó con un brazo y la obligó a entrar cerrando la puerta tras él. Dejó la botella de vino sobre un mueble de la entrada y la tomó en volandas para llevarla hasta el salón. Había estado un par de veces y ya conocía la casa.

Una vez allí, la sentó en el sofá y fue al cuarto de baño en busca de una caja de pañuelos. Cuando se la colocó en el regazo, ella musitó un lacónico gracias. Se sentó a su lado y con delicadeza le secó las lágrimas, ella se lo agradeció con una sonrisa triste.

—Cuéntamelo todo —rogó rodeándola con un brazo.

—Ni pensarlo, me da vergüenza —confesó con sinceridad—. No te preocupes, no es más que una tontería y mañana ya se me habrá pasado.

—No es una tontería si a ti te afecta tanto —dijo dándole un beso en la mejilla—. ¿Has cenado? —ella asintió—. ¿Te importa si yo…?

_______ se levantó y le ofreció la mano para que lo acompañara a la cocina. Una vez allí, le abrió la nevera indicándole que se sirviera a su gusto. Él se decidió por un sándwich de varios pisos y ella, sentada en un taburete alto, lo contempló mientras se lo preparaba.

—¿Me lo vas a contar o no? —la miró por encima del hombro mientras cortaba lonchas de una cuña de queso.

—Me he llevado una decepción, eso es todo.

—Mira, no tengo ganas de sacarte la información con un sacacorchos. Por cierto ¿dónde tienes uno? —ella le indicó uno de los cajones con el dedo—. Voy a por la botella, tienes tiempo hasta que regrese para decidir si quieres compartirlo conmigo o no.

_______ dudó. No tenía ganas de hacerlo, pero necesitaba hablar con alguien. Y con quién mejor que él. En cuanto lo vio entrar por la puerta, los ojos de Joe le dijeron que estaba esperando su decisión. Pero al ver que ella no se decidía, no insistió.

—Aún no te he dicho que me gusta mucho tu nombre —dijo él buscando un cuchillo de sierra.

—Mis padres son así, decidieron ponerme el nombre al revés —bromeó.

—Qué originales —se giró con una sonrisa.

—A mí también me gusta mucho el tuyo. Si algún día tengo un hijo, puede que le llame Joe.

Durante un momento se miraron en silencio.

—Me resulta muy embarazoso hablar de esto contigo —se sinceró; él dejó de mirarla, molesto—. Pero voy a intentarlo.

Pudo notar cómo las últimas palabras consiguieron que Joe por fin relajara los hombros. Y ella sintió una enorme ternura al ver que se mantenía de espaldas a ella para no hacerla sentir más incómoda cuando comenzara a hablar.

—Nunca te lo he dicho, pero escribo poesía.

—¿Es eso lo que escribes siempre que puedes en esa libreta? —preguntó sin girarse.

—Sí, ya hace tiempo. Pero es algo que llevo en secreto. Hace casi un año me matriculé en un taller de escritura creativa —Joe entendió por qué no lograba localizarla algunas tardes—. Y soy tan idiota que a veces no sé distinguir un amigo de quien no lo es.

—No eres idiota —la corrigió con una mirada tajante—. Eres demasiado confiada.

—Llámalo como quieras —dijo encogiéndose de hombros—. El caso es que confié algo muy íntimo a las personas equivocadas.

Joe no insistió. Sirvió una copa de vino y se dedicó a masticar lentamente su cena, apoyado de espaldas a la encimera. _______ se levantó del taburete y fue junto a él. Le encantaba beber de su misma copa y él lo sabía, por eso sólo había servido una. En un visto y no visto, dio por finiquitado el sándwich. _______ intuyó que un hombre tan grande no podía contentarse con una cena tan frugal.

—Tengo helado —dijo dando un sorbo de vino.

—Tomaré si lo compartes conmigo —le dio un beso suave en los labios y ella asintió con otro beso—. Un momento, no será de esos cero calorías, cero azúcar, cero sabor, ¿verdad?

—Pues no —abrió el congelador y le enseñó la tarrina de tres chocolates—. Acabas de descubrir que soy de las que no tiene límite. Lo compenso con la natación.

—Mejor, no me gustan las mujeres esqueleto.

—Ah ¿no? —preguntó frunciendo el ceño mientras ambos se acomodaban en sendos taburetes uno frente a otro—. ¿Y cómo te gustan?

—Como tú —dijo mirándola a los ojos.

—Bien —tomó una cucharada de helado directamente de la tarrina y se la ofreció a él—. En ese caso a todas las que se parezcan a mí las iré liquidando.

Joe esbozó media sonrisa vanidosa, encantado ante aquella declaración tan posesiva. Optó por no indagar para que le contara qué era lo que la hacía sentir tan triste. Pero no pensaba irse de allí sin saberlo, por tanto decidió por los dos.

—¿Puedo usar tu cepillo de dientes? —ella tragó saliva—. No pienso dejarte sola esta noche y más vale que no insistas porque no me iré digas lo que digas.

—Tengo un par por ahí sin estrenar.

Con esas palabras le estaba diciendo que podía quedarse; es más, Joe intuyó en su tono de voz que le agradecía que lo hiciera.

Una vez satisfechos de helado, y tras recoger entre los dos, se dirigieron sin pronunciar palabra hacia el dormitorio. Compartieron el cuarto de baño lanzándose miradas furtivas a través del espejo. Él observó un extraño ritual nocturno que le pareció absurdo; no había convivido nunca con una mujer y no entendía por qué se desmaquillaba si no iba maquillada. Y luego se daba un potingue en el sitio más insospechado, ¡en los codos!

Por su parte, _______ lo contemplaba encantada; libre de la camisa y los vaqueros, tenía un aspecto mucho más seductor que en la piscina. Estaba convencida de que aquél hombre en calzoncillos encajaba de maravilla en su cocina, en su cuarto de baño y en su vida. Cuando colocaba el cepillo detuvo la mano pensativa sin atreverse a decir lo que le rondaba por la cabeza.

—No sé si esto es una buena idea —los ojos de Joe le dijeron a través del espejo que aquello no admitía discusión—. ¡Míranos! Esto es ridículo, parecemos un matrimonio después de treinta años de casados. Ni siquiera nos hemos besado desde que has entrado por la puerta.

Joe la tomó entre sus brazos levantándola del suelo y se resarció de toda la contención anterior con un beso largo y apasionado. Muy largo. Se entretuvo jugando con su boca; gozando de ella y haciéndola gozar.

—Vamos a hablar claro —dijo por fin, pero lo pensó mejor y la volvió a besar—. Te he visto fatal y he tratado de comportarme como el amiguito gay en el que las chicas confían, a ver si así conseguía averiguar qué es lo que te pasa.

—Pues como gay no das el pego.

—Me alegra saberlo —la besó con avidez y esta vez _______ respondió con la misma entrega—. Tampoco quiero que pienses que he venido con intención de pegar un polvo.

—No sé como tomarme eso —advirtió bastante ofendida.

—He entrado por la puerta con intención de pegar tres como mínimo —la matización consiguió por fin hacerla reír—. Pero en este momento tú y yo no necesitamos lo mismo, así que nos limitaremos a dormir y callar como los ratones del cuento.

—Cuando te explique lo que me ha sucedido lo entenderás todo.

—Pues empieza por el principio.

—Ya te he dicho que estoy en un taller de poesía; allí he hecho amistades, o eso creía. Ya sabes, gente con las mismas inquietudes que tú —fue hablando del tirón como si así le fuese más fácil; él la escuchaba en silencio—. Un día se me ocurrió comentar con ellas que soy frígida —dijo eso mucho más bajo y como de pasada—, y lo han aprovechado para mofarse de mí.

—Para —exigió con un gesto de la mano—. ¿Con treinta años aún no te han explicado que no existen mujeres frígidas sino hombres torpes?

—No es eso lo que más me ha dolido —quiso evitar el tema—. El caso es que esta tarde he entrado en el taller y he encontrado a un grupito riéndose a carcajadas. No he podido evitar oírlas comentar que cómo iba a escribir yo unos poemas medianamente decentes si no soy tan fría que ni el sexo me hace sentir nada.

—Vamos a ver —la sacudió por la cintura obligándola a que lo mirara de frente—. ¿Has sentido alguna vez un orgasmo?

—Pues claro —le espetó con los ojos muy abiertos.

—Entonces no eres frígida. Punto. No quiero volver a oír nada parecido y quítatelo de la cabeza, es una orden. ¿Entendido? —ella lo miró sorprendida; esperaba consejos amables, abrazos tiernos… pero ¿una orden?—. Y ahora vamos con el problema de verdad, porque eso de la insensibilidad es una gilipollez —ella intentó soltarse enfadada pero él la retuvo con fuerza—. Lo es, ¿me oyes? Lo es —_______ se relajó, desde luego su seguridad resultaba muy convincente—. El problema es que quizá eres demasiado incauta y confías en personas a las que no conoces del todo. ¿Sabes cómo se soluciona eso? A base de golpes. Tienes que aprender a envolverte en una coraza y no dejes nunca que la gente descubra tu talón de Aquiles, porque entonces habrá quien se dedique a dártelas todas en el mismo lado.

—¿Es eso lo que haces tú? —preguntó molesta.

Ya había notado que él sólo le mostraba de sí mismo lo que él quería. Era un experto en establecer barreras.

—Lo hago yo y el noventa por ciento de la humanidad —aseguró—. A nadie le gusta exponerse a que le hagan daño. Y tú debes aprender a hacer lo mismo. No te muestres vulnerable porque, por desgracia, hay gente tan insegura que sólo sabe salir a flote hundiendo al que tiene al lado. Además, ten cuidado; por lo general envuelven sus mezquindades en un halo de bondad.

—Puede que tengas razón —dijo abrazándolo muy fuerte—. La verdad es que no entiendo ese tipo de actitudes y por eso no sé cómo reaccionar ante ellas.

—Es muy sencillo —aseguró estrechándola con fuerza—. Marca las distancias y enseña los dientes cuando sea necesario. Lo que te ha dolido es que critiquen lo que haces ¿me equivoco? —ella asintió frotando su mejilla en el vello de su pecho desnudo—. Déjame leer lo que escribes.

—No —él chasqueó la lengua—; al menos de momento.

Zanjó el asunto separándose de él y le cogió la mano para llevarlo a la cama. Joe sólo llevaba los calzoncillos y _______ pudo comprobar que su excitación era muy visible. Se sintió culpable por ello, pero después de lo que le acababa de confesar, sabía que si llegaban al sexo ella estaría tan nerviosa que resultaría un fracaso.

Se acomodó en la cama de lado, pero él se apoyó en un codo y le dio la vuelta para verle la cara.

—¿Ni buenas noches? —susurró recorriendo la curva de su oreja con el dedo índice.

_______ le rodeó el cuello con los brazos y le dio un beso muy intenso, tan largo y apasionado que consiguió arrancar gemidos de la garganta de Joe.

—Gracias por no intentar nada esta noche —murmuró mirándolo a los ojos.

—Me merezco una medalla —masticó entre dientes—. Pero después de lo que me acabas de decir, no se me ocurriría ni sugerirlo —pudo notar cierta inseguridad en los ojos de _______—. Porque imagino que por esa cabeza tuya cruzaría la idea de que mi intención era demostrarte algo con una especie de polvo terapéutico. Y de eso nada. El día que eso pase, y estate segura de que pasará, no esperes de mí sexo por compasión ni con intenciones de cura psicológica. Soy mucho más primitivo.

—¿De verdad estarías dispuesto a leer mis poemas?

—Cuando estés preparada tú misma me los enseñarás. Y aunque no entiendo demasiado sobre el tema, te daré mi opinión sincera. Luego no te quejes —jugó con un mechón de su pelo antes de seguir—. ¿Alguien en quien confíes te ha dado ya una valoración?

—Sí, mi profesora; dice que no lo hago nada mal. Y una amiga —él preguntó con una mirada escéptica—. No la conozco en persona, hablo con ella a través de una web.

—Ya empezamos —sacudió la cabeza.

—Apenas sé nada de ella y por la información que da de sí misma parece que vive en un lugar remoto —insistió cogiéndole la cara con ambas manos—. Sólo que sé llama Lollipop —él hizo una mueca—. No es su nombre real, tonto. Sé también que le gusta el country, Loretta Lynn, el erotismo,…

—Buena mezcla —ella le dio un pellizco y él la castigó con un mordisquito en el cuello.

—Es una chica estupenda —aseguró convencida.

—Ni siquiera sabes si es una chica.

—Deja de ser tan analítico por una vez. Sé que puedo confiar en ella y eso basta —él asintió satisfecho; que mostrara tanta seguridad en sus propias decisiones era un paso importante—. Lollipop ha sido un gran apoyo en el peor momento.

Hizo una pausa para besarlo en los labios con suavidad y se acomodó de espaldas a él en el hueco de su cuerpo.

—Incluso llegué a pensar en dejar la poesía —continuó—. Pero, aunque no lo creas, tú has conseguido levantarme el ánimo del todo. Eres único para infundir confianza. Los dos sabemos que esto se acabará el día menos pensado…

Joe contuvo la respiración; sí, los dos lo sabían, nada de compromisos. Pero ¿por qué le dolía tanto oírlo en boca de ella?

—Si me prometes que siempre que te necesite te tendré como amigo — prosiguió—, algún día te compraré unas botas Sendra y te llevaré al Nashville de Terrassa.

Él sonrió con los ojos cerrados y la abrazó aún más fuerte, como si quisiera fundirse con ella en un solo cuerpo. Por el nombre supuso que aquello debía ser algún local de música folk o country.

—Si me prometes que no dejarás nunca de escribir poesía, yo te llevaré a Nashville. Pero al de verdad, al de Tennessee.

—Entonces te juro que no lo dejaré nunca.

Fue lo último que dijo, antes de dormirse con una sonrisa en los labios.
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MensajeTema: Re: Tu de menta y yo de fresa. Joe & Tú [Adaptacion]   Tu de menta y yo de fresa. Joe & Tú [Adaptacion] Icon_minitimeFebrero 6th 2014, 12:02

Parte 5:

A la mañana siguiente, _______ sonrió aún con los ojos cerrados al notar que él la despertaba con un beso. Al abrirlos, vio Joe sentado a su lado y a los pies de la cama descansaba una bandeja con el desayuno. No se había afeitado, no tenía con qué; pero aquello le daba un aspecto de chico malo y peligroso que aumentaba su atractivo todavía más.

—Buenos días —volvió a besarla en los labios.

_______ se sentó con las piernas cruzadas y la espalda apoyada en el cabezal de la cama y él aprovechó para colocar el desayuno entre los dos. Ella se cubrió la cara con ambas manos y luego las apartó temerosa.

—¿Qué aspecto tengo? —preguntó intuyendo la respuesta.

Joe tuvo la delicadeza de no contestar; se limitó a coger de la bandeja un par de bolsas de manzanilla y las alzó en el aire.

—Las he puesto un rato en el congelador. Son para rebajar la hinchazón de los ojos, lo leí una vez no sé dónde.

A _______ se le formó un nudo en la garganta y las lágrimas empezaron a manar de nuevo sin control.

—Venga —musitó secándoselas con los dedos—, así seguro que la manzanilla no va a funcionar. ¿Qué pasa? ¿No estás acostumbrada a que te cuiden? —ella negó sorbiendo por la nariz.

—Hace años que vivo sola —explicó.

A Joe le encantó oír aquello; sola, perfecto. Eso significaba que no había hombres importantes en su pasado, al menos no tanto como para compartir su vida con alguno de ellos. Y al instante maldijo por haber pensado algo así puesto que no tenía ningún derecho a hacerlo, se recordó por enésima vez.
Los dos compartieron el desayuno en silencio; _______ estaba arrepentida de haberle confiado sus problemas, ahora apenas se atrevía a mirarle a la cara. Y él estaba incómodo al notar que con el nuevo día ella parecía haber levantado una barrera entre los dos. Cuando _______ apuró su taza con un suspiro, él la obligó a recostarse y le colocó una bolsita fría sobre cada ojo.

En cuanto Joe regresó de la cocina, se tumbó en la cama de costado con cuidado de no molestarla. La contempló en silencio, daba risa verla con el pijama de estampado infantil y las manos sobre el estómago como una muerta. Con mucho cuidado le levantó una mano y le acomodó el brazo sobre el colchón. Ella ni se movió. Repitió idéntica operación con la otra mano, y ella continuó inmutable. Con el dedo índice trazó una línea recta desde el cuello, pasando entre sus pechos, su estómago, se detuvo un segundo en su ombligo y finalizó en la goma del pijama. Alzó la vista, ella estaba sonriendo. El dedo curioso se introdujo por debajo del pijama y trazó el mismo recorrido en sentido ascendente, esta vez sobre su piel. Pero al llegar a la altura del pecho, Joe desplegó los cinco dedos y el recorrido se tornó mucho más lento. El tórax de _______ comenzó a subir y bajar con un ritmo regular. Su mano exploró a un lado y a otro, rozó con la palma, tanteó con la yema de los dedos. Y de tanto en tanto se detenía para disfrutar de sus pezones duros. Descansó la mejilla en la almohada y al tiempo que colocó la mano abierta sobre su corazón, con la nariz le acarició la sien, la oreja, la mejilla, la línea de la mandíbula, el cuello, hasta que notó bombear los latidos acelerados bajo su palma.

—¿Dices que eres insensible? —susurró en su oído.

—Las últimas experiencias fueron desastrosas —se quitó las bolsas de manzanilla de los ojos, y con el dorso de las manos se secó los párpados húmedos.

—Tiempo —exigió levantando la cabeza con una mirada peligrosa—. No quiero oír nada de otros hombres.

Sorprendiéndolo con su rapidez, _______ se sacó la parte superior del pijama por la cabeza y en dos patadas se libró del pantalón. Se colocó a horcajadas sobre él y Joe contempló por primera vez los pechos rotundos y firmes que tantas veces había codiciado cubiertos de licra.

—¿Dónde está el amiguito confidente de las chicas? —el deseo que Joe descubrió en sus ojos azules llevó hasta el límite su erección.

—Tú misma dijiste que no doy el pego como gay —sus manos acapararon ambos senos.

—No, no lo das —aseguró bajándole los calzoncillos para lanzarlos a un lado.

_______ se tumbó de lado con medio cuerpo sobre el de él, lo agarró por la nuca y le obligó a ofrecerle su boca. Y mientras se besaban la mano de Joe bajó por su espalda hasta las nalgas y se entretuvo en acariciarlas a placer, en explorar con los dedos cada escondite secreto. Cuando separaron sus labios, jadeando se miraron en silencio.

—¿Confías en mí? —ella asintió con la cabeza—. Quiero que sólo pienses en proporcionarme placer.

—Qué listo.

—Hazlo —exigió mordiéndole el labio inferior—. Tú eres cosa mía —cerró los ojos al sentir que la mano de ella se aferraba a su pene erecto—. ¿Mejor que aquel día en la piscina? —murmuró saboreando su garganta.

—Espectacular —confesó apenas en un jadeo—. En cualquiera de sus versiones —él rió por lo bajo—. Pareces muy seguro de ti mismo.

Joe la tumbó de espaldas y en su mirada insegura pudo leer “no espero demasiado…”.

—Estoy muy seguro de ti —zanjó sus dudas besándola con lenta sensualidad.

Y comenzó un despliegue de besos desde los hombros; se entretuvo mucho rato en sus senos para su propio deleite. Llevaba demasiado tiempo soñando con ellos; un trofeo que se había reservado sólo para él. _______ se removía con la respiración agitada, pero él impidió que se incorporara. Y continuó besándola en cada hendidura, en cada curva hasta rodear su ombligo. Alzó la cabeza, y contempló en su piel la húmeda huella delatora de su propia boca. Podía sentir los dedos de _______ acariciándole los brazos hasta los hombros, desde la nuca reptaron a su cabeza. Unas manos que sufrían al verlo escapar. Pero ella, presa obediente, no se incorporó.

Joe acarició con los labios su ombligo y trazó un sinuoso camino con la lengua hasta llegar a su pubis; una diminuta sorpresa azul oscuro reclamó la atención de sus labios.

—¿Es de los de verdad? —_______ exhaló un sí arqueando las caderas.

Él la fijó a la cama con ambas manos para besar y morder el delicado dibujo de dos gaviotas que sobrevolaban un rompeolas color castaño. Una travesura muy íntima que jamás vería la luz. Secreto que sólo el más afortunado podría contemplar, compartir, acariciar, besar. Sólo él.

Y quiso saborearla; las gaviotas, el interior de sus muslos. Saborearla a ella. Sus besos se tornaron más íntimos. Su lengua fue instrumento de tortura y de placer. Disfrutó de ella sin límite mientras sentía sus dedos acariciándole el pelo; nerviosos, cada vez más crispados. Alzó la cabeza; incorporada sobre los antebrazos, _______ lo miraba con el brillo silencioso de la furia por negarle el orgasmo.

—Aún no —anunció con la sonrisa del diablo.

Agarrándola por el talle la alzó con brusquedad hasta que su cara quedó a un centímetro de la suya. La desafió en silencio, quería oírla protestar, pedir,… y ella se lo dijo con besos. Besos sedientos y posesivos. Joe se tumbó de espaldas con ella entre los brazos. Y cayó en la trampa. La presa silenciosa ya no estaba allí; se encontró atrapado cuando _______ a horcajadas sobre él, tomó las riendas.

—Quiero probarte —exigió.

Él se relajó encantado de convertirse en ofrenda y la dejó jugar. No quería perderse nada, ni uno solo de sus jadeos, ni el brillo de sus labios ávidos de él atrapándolo una vez, y otra más. Cerró los ojos cuando su lengua se tornó más osada, exigente, malvada, muy malvada. Y los abrió de golpe cuando ella le aplicó idéntico castigo; inclinada sobre él, lo desafiaba a pedir más con una sonrisa de diablesa perversa.

—¿Dónde lo tienes? —preguntó _______ sin darle opción.

Joe dio un vistazo rápido y le señaló sus vaqueros; ella rebuscó en todos los bolsillos sin miramiento hasta que dio con ellos. Esperaba uno y se encontró con la sorpresa de que había acudido bien provisto.

—¿Fresa? —preguntó con una risita.

Él se contagió de su risa, sorprendido a su vez de verla tan sorprendida a ella, y trató de arrebatarle el preservativo pero _______ fue más rápida.

—No me lo esperaba —rasgó el envoltorio con los dientes—, con lo serio que pareces.

Joe supo que retendría para siempre en su memoria la imagen de _______ arrodillada sobre él con el preservativo en la boca. Ella siempre estaría allí. Por muchos años que pasaran jamás olvidaría a la mujer que le regaló la situación más erótica de su vida. La dejó hacer y la cubrió de besos mientras ella se lo colocaba, en el pelo, el lóbulo de la oreja, el cuello.

—Tú también me sorprendes —su dedo acarició el diminuto par de gaviotas—. No pareces una chica a la que le gusten los tatuajes.

—No me gustan.

—¿Cuándo te lo hiciste? —le retiró el pelo de la cara y ella lo miró de frente.

—Ya lo sabes.

Los dos se miraron en silencio sin dejar de acariciarse. Él afianzó la postura sentándose con las rodillas flexionadas.

—¿Tanto significó esa mañana para ti?

La pregunta quedó en el aire. Porque _______ se sentó sobre él con los muslos muy abiertos y los brazos rodeando sus hombros. Y agarrándola por las caderas, Joe solo pudo pensar en adentrarse en ella sin dejar de mirarla a los ojos, en mecerse con ella, en disfrutar de ella. En agarrar su cintura con fuerza para no dejarla escapar y obligarla a regresar a él una y otra vez. Incrementó el ritmo y _______ echó la cabeza hacia atrás.

—Mírame —ella obedeció—. Regálamelo, el primero juntos lo quiero para mí.

Y disfruto de verla alcanzar el orgasmo mientras sus pupilas se dilataban hasta convertir sus iris en dos finas coronas celestes. _______ tembló y se contrajo en sus brazos; Joe ocultó la cara en su cuello para dejarse llevar fundido en ella. Y la abrazó muy fuerte hasta que consiguió respirar con normalidad.

Ella lamió una fina gota de sudor de su mandíbula rasposa y lo besó en la oreja.

—Olvida aquello que te dije anoche de la frigidez —susurró.

—Bien —dijo, contento de dar carpetazo al asunto.

_______ se apartó con indolencia para tumbarse en la cama y se estiró con los brazos sobre la cabeza. Cuando él regresó del baño, se dio cuenta de que en casi todo el cuerpo ella lucía las huellas de su mentón sin afeitar. Se tumbó a su lado y la agarró por la cintura.

—Sube —murmuró.

—¿No tienes que ir a por Andrés? —preguntó acomodándose sobre él.

—No, este fin de semana es para mayores de dieciocho años.

—¿Hasta qué hora piensas quedarte? —preguntó _______ temiendo la respuesta— . Si tienes planes…

—Debí haberte preguntado —reconoció; había cierta preocupación en su voz—. ¿Tienes algo que hacer hoy y mañana?

—Nada importante.

—Mejor, porque en todos mis planes estás tú —le acarició la espalda satisfecho—. Y ahora abrázame con fuerza y duerme.
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